Nuestra lengua nos pertenece a todos

Por María José Rincón

En los últimos tiempos, si algún tema da motivos para discusiones encendidas acerca de la lengua, sus formas y su fondo, es el del  sexismo en el lenguaje. Siempre es de agradecer que nuestra lengua y su buen o mal uso adquieran protagonismo. Lo que ya no se agradece tanto es que las discusiones y las controversias hagan patente el desconocimiento generalizado acerca de cómo está estructurada una lengua y de cómo funciona esta estructura delicada y férrea a la par.

Aunque el uso más reciente de estos términos esté modificando un poco sus significados tradicionales, debemos tener en cuenta que las voces del sexo género  no son en absoluto sinónimas. El género gramatical en español puede ser masculino o femenino. Cuando los sustantivos designan seres inanimados, y por lo tanto asexuados, obligatoriamente son masculinos o femeninos. Cuando se refieren a seres animados encontramos una correspondencia entre los géneros gramaticales y la distinción biológica de los sexos.

Esta distinción genérica, estructurada en torno a un par de elementos, responde a una estructura muy útil en nuestro sistema lingüístico y que no se manifiesta exclusivamente en la diferenciación genérica. También en forma de dos rasgos contrapuestos se marca el número, que puede ser singular o plural. Estas estructuras pareadas están formadas por un elemento marcado y un elemento no marcado. El rasgo no marcado puede usarse para expresar ambos rasgos. Por ejemplo, una palabra en singular puede expresar un conjunto de elementos. Decimos la promoción laboral de la mujer debe ser incentivada refiriéndonos a las mujeres en su conjunto. En el par singular/plural, el singular es el término no marcado y puede usarse para expresar el plural. En el par masculino/femenino, el género masculino es el elemento no marcado y, por lo tanto, puede utilizarse, en el caso de los seres animados, para referirse a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos.

Una supuesta corrección política recomienda y, en muchos casos, trata de imponer la duplicación del sustantivo para hacer explícita la presencia de ambos sexos. Lo que propugnan esta posibilidad olvidan, sin embargo, que la lengua ya dispone de un mecanismo para esta expresión: el uso del masculino para el término no marcado. El hecho de que el elemento no marcado sea el género masculino, y no el femenino, no guarda relación con la discriminación por razones de sexo sino con una ley lingüística que no podemos soslayar: ley de la economía expresiva. El mantenimiento de una duplicación de sustantivos femeninos y masculinos para la expresión de un colectivo mixto es inviable.

Parece que los promotores de esta idea no han tenido en cuenta la complejidad del sistema lingüístico. Los sustantivos forman pareja con mucha frecuencia con los adjetivos. Esta pareja bien avenida debe concordar en género y número. Si duplicamos los sustantivos para expresarlos en ambos géneros, ¿qué haremos con los adjetivos? Si nos vemos obligados para no pecar de sexistas, a cambiar  mis amigos están contentos por mis amigos y mis amigas están contentas, ¿no dejaríamos entrever una posición “sexista” también en el uso del adjetivo masculino y no del femenino? Cuando queremos expresar que nadie está satisfecho en masculino como elemento no marcado es obligatorio para cumplir con la concordancia de género gramatical con el pronombre invariable nadie. Analicen qué entiende ustedes cuando les dicen mis padres están invitados a cenar los reyes de España hicieron una visita oficial. Padres y reyes son sustantivos masculinos pero ¿consideran excluido a alguno de los miembros de la pareja? Y estos son solo algunos ejemplos.

Algunos optan por echar mano a la arroba (@) para sustituir el morfema de género. Nos metieron en el problema, al duplicar innecesariamente los géneros, y los hablantes recurren a métodos incorrectos para unificar formas masculinas y femeninas. Incorrectos e innecesarios porque la lengua ya tiene una solución gramatical: el uso del género masculino para expresar a todos los miembros de una clase, sin distinción de sexos.

La lucha legítima, necesaria y encomiable por alcanzar la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres, que comparto y práctico, ha tomado, en el caso de la crítica al lenguaje sexista, derroteros poco sostenibles. Esta reivindicación, que debería ser asumida por todos nosotros, y no solo por las mujeres, se ha ido diluyendo en un tira y hala que se reduce a defender una expresión que unos pocos consideran políticamente correcta. Como casi siempre, nuestra sociedad se preocupa por las apariencias y deja de lado lo realmente importante: el contenido. La preocupación por las formas agota nuestras energías y nos impide llegar al fondo. Discutimos acaloradamente sobre el género de algunos sustantivos, sobre el matiz despectivo de algunas palabras, y perdemos de vista que la lengua es un sistema que se ha conformado para expresar a los hablantes de una comunidad. El contenido de esa expresión es responsabilidad de cada uno de esos hablantes.

En la lucha por la eliminación de actitudes sexistas tenemos mucha tarea por hacer. La RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española han avanzado mucho en la eliminación de la perspectiva masculina de las definiciones y los ejemplos que incluimos en nuestros diccionarios, muy abundantes en otras épocas. Esta tendencia se impone finalmente en toda la lexicografía moderna. La Academia Dominicana de la Lengua está haciendo mucho hincapié en esta perspectiva no sexista en el diseño y la redacción de nuestro Diccionario de español dominicano con el objetivo de conseguir que esta obra lexicografía esté a la altura de los tiempos y se acerque a una expresión justa de la sociedad dominicana.

La eliminación de la discriminación y de las actitudes sexistas pasa, como tantas otras cosas, por una educación de calidad y por la formación de ciudadanos conscientes y responsables. En la formación humana, la lengua tiene un papel protagonista. No se trata de duplicar géneros gramaticales que pongan de relieve a la mujer, como proponen los defensores de esta práctica. Se trata de que favorezcamos una educación no sexista de calidad y el acceso de las mujeres, en igualdad de condiciones, a los medios de producción y de dirección. Cuando las mujeres nos eduquemos y trabajemos en igualdad de condiciones no hará falta que nos visibilicen. Ya lo haremos nosotras mismas.

Como mujer y como lingüista lamento invirtamos nuestro tiempo en decorar el tejado cuando los pilares son los que se tambalean, un ejemplo más de nuestras prioridades extraviadas. La lengua es el medio de expresión de una sociedad sexista, que expresa contenidos sexistas; pero el sexismo no está en la lengua, del mismo modo que la fiebre no está en la sábana. No me siento discriminada, ni poco visible, ni excluida, cuando se habla de los académicos, de los docentes, de los padres de alumnos, de los trabajadores. Tampoco excluyo a mis amigas cuando hablo de mis amigos, ni a las lectoras cuando hablo de los lectores, ni a mis jefas cuando hablo de mis jefes. Me disgusta que pretendan obligarme a sentirme discriminada o discriminadora; me incomoda que me obliguen a ver en el uso del masculino genérico un uso discriminatorio que no he sentido nunca. Y no soy la única. Comparto esta postura con escritoras, historiadoras, lingüistas, periodistas e investigadoras. Estoy segura de que también la comparten muchos hombres que, por otra parte, deberían sentirse igualmente ofendidos porque se les prejuzgue discriminadores.

¿Qué autoridad ética se atribuyen los defensores de esta “supuesta” expresión no sexista para decidir que el uso tradicional y correcto de un sistema lingüístico es discriminatorio?

Cuando las mismas mujeres nos vanagloriamos de cómo nuestras parejas “nos ayudan en casa” expresamos un contenido sexista, aunque lo hagamos en lengua de signos. Preocupémonos por desterrar el sexismo de nuestras actitudes y de nuestros contenidos; nuestra lengua sabrá adaptarse a ese cambio, como a muchos otros, y comunicará con sabiduría a esa nueva sociedad a la que aspiramos en la que todos (no todos y todos) nos sentiremos representados y expresados.

Listín Diario, 25 de octubre de 2016