Cenizas del querer de Emilia Pereyra: evidencia de una conciencia social

Por Rita Díaz Blanco

Recientemente se ha puesto en circulación la novela que corona, según palabras del poeta y narrador Rafael Peralta Romero, a Emilia Pereyra como la narradora más prolífera de la República Dominicana. La trayectoria de esta valiosa literata es vasta e impecable y su aporte inigualable a las letras nacionales. Dentro de sus obras figura Cenizas del querer, escrita en el 2013 y puesta en circulación por la Editorial Santuario. En sus páginas confluyen y conviven el amor, el odio, la venganza y el sentir popular de personas de distintas generaciones y clases sociales que se vieron atrapadas por el destino nefasto. La muerte viaja sin maleta ni ataduras. Entra en los lugares menos inesperados en busca de aquellos a quienes ha trazado un destino funesto, muchas veces como algo evidente a las proezas que los identifican. Entonces, el destino mueve los hilos de sus vidas constituyendo la materia esencial de esta novela.

Emilia Pereyra nos presenta a Doña Beatriz, mujer abnegada y devota creyente, quien sufre una transformación drástica con la traición de su esposo que la llevará a los brazos de otro hombre. Es quien carga la mayor parte del peso de la historia, pues a lo largo de la misma se ve afectada por el comportamiento de todos a su alrededor. Demóstenes, esposo de Beatriz, no se imaginaba que su pasión por Gloria, la prostituta, desencadenaría tortuosos eventos que dejarían en su vida secuelas tan profundas. En medio de intrigas y comportamientos de doble moral llega la destrucción de los personajes principales, dejando como protagonistas a Luis Caro y a una Beatriz envejecida, embaraza y atormentada por las decisiones de la juventud. Dentro de la novela, los personajes son concebidos por Pereira con aguda conciencia del comportamiento humano, debido a la complejidad que cobran en sus páginas. Los mismos son de algún modo marionetas de una sociedad preconcebida por generaciones, matizados por las creencias populares y la moral tradicional. Demóstenes es el típico hombre que sucumbe a la tentación de una mujer más joven que la suya y quien da inicio a esa cadena de conductas destructivas con su relación extramarital con Gloria. Esta última, condenada a los estereotipos sociales donde no encaja por haber tomado la decisión de vivir de su cuerpo, pierde hasta el derecho de criar a su hija y decide suicidarse lanzándose al mar. Divina Pastora, hija de ambos y criada por Beatriz, sucumbe al dolor, la soledad y el tormento del primer amor suicidándose, aun a sabiendas de que estaba embarazada. Florita, desvirgada a la fuerza por su patrón, Demóstenes, toma venganza contra su detractor ayudada por los Seres que la cuidan.

En cuanto a la moral tradicional, esta es custodiada por las vecinas que chismorrean  tras las puertas la vida de la gente del pueblo y por el padre Solano, quien con sus asignaciones de avemarías y padrenuestros, procura alcanzar la salvación de las almas que a él acuden. Todos procuran mantener una apariencia moral que no existe: desde la que escucha las conversaciones por el cable del teléfono hasta el doctor, que miente para que no se desaten las murmuraciones: “¡Usted es un insensato! ¿Cómo piensa que voy a dejar a mi hija? Soy una mujer casada por la Iglesia. A pesar de todo, no se me ha ocurrido divorciarme. En mi familia, las mujeres nunca han tenido dos maridos. Somos una familia ejemplar, sin historias, sin manchas (Pág. 108).  Por el amor de Jesucristo, doctor, si él ha cometido el pecado de atentar contra su propia vida, no se lo diga a nadie… ¿Qué van a decir de nosotros en este pueblo?  No se preocupe, Doña Beatriz. Nadie tiene que enterarse. Prepararé al difunto. Diré que falleció de causas naturales y todos contentos. Mi palabra es ley en este pueblo (Pág. 160).

La autora crea en Beatriz el dilema de una decisión que afecta su papel en la sociedad, hace que el personaje reconozca su situación, ponderando el hecho de que la tradición familiar le impide rehacer su vida y debe aguantar callada la relación fallida de su matrimonio. Con este caso, la novela revela la percepción de los papeles de género que caracterizan a una sociedad en constante transformación. Solo Luis caro es un hombre de comportamiento transparente. No crea una fachada para agradar a nadie, es decidido y abierto a tal punto que enfrenta al padre Solano por acusarlo de “arrastrar a Beatriz al pecado”: “Padrecito de mierda, deje de atormentar a Beatriz con pendejadas divinas. ¡Cállese para siempre!- ladró, estrellando el teléfono” (p. 191).    

Otro aspecto interesante es la forma en que el relato alude al tema de las creencias populares, las apariciones, premoniciones y la existencia de las brujas, enraizadas en las convicciones supersticiosas del pueblo. Las expresiones de la religiosidad popular todavía hoy están muy afincadas en  la sociedad. La autora toma como punto de partida la realidad real, que la inspira  y genera una energía en sus sentidos para encuadrar la novela en un escenario mítico-religioso. La presencia de muertos y aparecidos en la vida de los pueblerinos es tan real que no es necesario experimentarlo, con saber que a alguien le pudo suceder es suficiente, situación que está bastante cerca de la realidad socioeconómica de los países latinoamericanos. Pereira le da un carácter provinciano al relato, cuyos personajes viven en las periferias de una sociedad que influye  en sus vidas  quedando  en medio de lentos pero inevitables cambios de la existencia.  Así ocurre la mayor parte del tiempo: “¡Doña Beatriz, prepárese, su suegro se va a morir! Acabo de verlo cayéndose por un barranco. Se sale del carro, se lleva las piedras, se agarra de las matas, pero cae y… (p. 41).  (…) ¿Cómo supiste que era él? ¿Tú no lo conoces?  Me lo confirmaron los seres” (p.41).

¡Qué noche del demonio! Toño fue el que más la golpeó. Estaba como un perro rabioso, le insultaba. Ella chupaba a Sorita, su hija recién nacida, y la pobre se estaba muriendo. A mí me dio un poco de pena pero era mejor no decir nada, también me hubiera golpeado. (…) Creo que quien traía a las brujas era Florita.  ¿Por qué cree que la bruja era Florita? ¿Acaso usted la vio?  No, doña Beatriz.  ¿Por qué lo cree?  Me lo dice el corazón. Ah” (Pág. 196).

Unas veces esta prolífica escritora pone sobre los hombros de los personajes el oscuro manto de la tristeza, otras les alienta a perseguir la luz, a buscar la salida, porque de eso se trata: de huir del destino. El drama hormiguea de principio a fin en la vida de los protagonistas. Del mismo modo, nos introduce la ironía como elemento, un acontecimiento inesperado opuesto y absurdo de lo apropiado. Esta ironía es notable en Beatriz cuando estuvo tratando de salir embarazada en su matrimonio muchas veces. Al lograr embarazarse lo perdía sin importar los cuidados que haya tenido. Rogaba a Dios, hacía penitencias, era sumisa a su esposo, en fin, era un modelo de cristiana. Sin embargo, cuando sucumbe a la pasión con Luis Caro, no se cuida, ya había recibido la sentencia del doctor de que no iba a tener hijos, ya estaba entrada en edad y queda embarazada sin problemas. Lo que suponía debía recibir según las consideraciones religiosas era un castigo divino por su infidelidad y no fue así. Para colmo, recibe la noticia el día del funeral de Demóstenes con quien estaba casada como ella misma dice: “por la iglesia católica, apostólica y romana”: “! Noo! ¡No puedo hacer eso! Soy una viuda reciente. Mi hija volverá. El padre Solano, las monjas, la directiva del club… ¡Qué van a decir de mí! Todavía no sé qué voy a hacer con esta criatura (pág. 188)

Utilizando  la  narración en 3ra persona y  la técnica de “los vasos comunicantes” Emilia Pereyra mantiene el interés de los lectores a través del juego del tiempo y la intriga de los personajes principales. Esta técnica se hace notable porque va contando simultáneamente las historias de modo que se influye la una a la otra, complementándose y modificándose. En los orígenes, aparece Demóstenes interceptando una carta que iba dedicada a su esposa, donde ponían en evidencia su relación con Gloria. Luego, la autora nos lleva al pasado para explicar la pasión tormentosa que lo unía a la prostituta y de ahí en adelante mantiene  en paralelo la realidad después que aparece Florita en la casa y la chiquilla se convierte a la fuerza en su amante. Se presenta la historia de los personajes principales realizando acciones diferentes en sitios diferentes con una cronología muy similar. Mientras Beatriz se mantiene en el pueblo criando a su hija, Demóstenes vive en la Estancia con Florita. En las postrimerías de la narración retorna la angustia; aparece Beatriz despertando de un desmayo en la clínica y el final queda abierto.

En Cenizas del querer, con sus 39 capítulos, se presiente la tragedia desde los inicios de sus líneas. Es un camino azotado por el aire melancólico, sin embargo, los que recorren sus páginas, a pesar de la tristeza, el viento inclemente del deseo, los fracasos y los finales desdichados, se pueden identificar con las pasiones humanas comunes.

Emilia Pereyra experimenta empatía y hasta piedad en la caracterización de sus personajes, muestra de la comprensión hacia el ser humano. No los juzga, ni los somete a escrutinios morales, más bien, con su conciencia los concibe como criaturas abiertas a la redención. Demóstenes, por ejemplo, a pesar de sus acciones contraproducentes, al verse al borde de la muerte, siente miedo y por la descripción de la escena pudiéramos pensar que hasta se arrepintió  de sus actos: “El enfermo hizo un movimiento. Se acomodó la sábana. Inmisericorde, el miedo lo atacó y se le enroscó  hasta provocarle dolor” (Pág. 158). En esa misma escena, Florita, su atacante, es movida por la venganza con la misma fuerza que los dioses intervenían en las personas en las famosas escenas de la Ilíada de Homero. Como si ella no fuera más que el vehículo de un ímpetu desaforado: “Florita era una fuerza destructora movida por el pasado” (Pág. 158).  Luego, ese mismo personaje sufre los embates de su comportamiento como cualquier persona: “A mí me dio un poco de pena (…). Florita se retorcía, lloraba” (pág. 196).

Dueña de una creación literaria testimoniada por la susceptibilidad al mundo circundante, es Emilia Pereyra una novelista que ha desarrollado gran sensibilidad frente a todo dolor humano y de manera particular en la frontera entre la realidad y el misterio. Esta novela, desarrollada en su natal Azua de Compostela, refleja a otros tantos pueblos de la República Dominicana que viven bajo la influencia de los valores morales tradicionales y luchan cada día con sus principios y convicciones.

Rita Díaz Blanco
Encuentro del Movimiento Interiorista
La Torre, La Vega,  24–25 de septiembre de 2016