El nacimiento de un diccionario: El Diccionario del español dominicano

Por María José Rincón González

Nuestra lengua puede presumir del Vocabulario de Elio Antonio de Nebrija, nacido a finales del siglo XV, del Tesoro de la lengua castellana o española, publicado en 1611 por Sebastián de Covarrubias Orozco, y por supuesto del Diccionario de Autoridades, cuya composición fue el objetivo fundacional de la Real Academia Española. El empeño académico era demostrar el lugar preponderante de la lengua española en el conjunto de las lenguas europeas.

Los mismos factores que provocaron el surgimiento de la variedad americana del español produjeron, simultáneamente, su diferenciación regional interna, más patente y más rica, si cabe, en el vocabulario.

Si dejamos a un lado las obras enciclopédicas que describen la realidad americana o los pequeños glosarios de voces que facilitaron la labor misionera, los americanismos tardan en aparecer en nuestros diccionarios.

Según Humberto López Morales (1998: 151), desde la aparición en 1836 del Diccionario provincial de las voces de Cuba de Esteban Pichardo, dominicano, por cierto, reeditado en tres ocasiones, no han dejado de publicarse diccionarios de regionalismos.

Vicente Salváen 1846 presume de que su Nuevo Diccionario de Lengua Castellana recoge unas veintiséis mil voces más que el publicado por la Academia, “entre ellas muchas americanas”, que había obtenido carteándose con amigos e intelectuales del nuevo continente.

La fundación a partir de 1870 de las academias americanas de la lengua, entre las que se encuentra la Academia Dominicana de la Lengua, fundada en 1927, contribuye al reconocimiento de las distintas variedades americanas del español y a una presencia cada vez más notable de americanismos en los diccionarios académicos.

En  nuestros diccionarios, hasta ahora, se observaba un aprecio por la expresión criolla al mismo tiempo que una actitud purista en la que el español peninsular era tomado siempre como punto de referencia. Esta dualidad distingue nuestros diccionarios; Rafael Brito y su Diccionario de criollismos de 1930; el académico Manuel Antonio Patín Maceo y sus Dominicanismos de 1940 y 1947; y el también académico Carlos Esteban Deive y sus dos ediciones del Diccionario de Dominicanismos de 1986.

En la senda de estos antecesores en la Academia Dominicana de la Lengua nos vimos ante una necesidad prioritaria para la lexicografía dominicana: el diseño y la construcción de un diccionario que respondiera a técnicas y criterios actuales y que pudiera ofrecerse al hablante dominicano y al usuario que se acerque a esta variedad dialectal con las suficientes garantías de rigor científico; un diccionario de uso, que registra lo que decimos y cómo lo decimos, casi sin tomar partido académico sobre cómo deberíamos decirlo.

Como si se tratara de las dos caras de una moneda, toda obra lexicográfica está organizada a través de dos ejes indispensables: su macroestructura y su microestructura. Sin este armazón nuestra obra no podría aspirar a ser más que una simple lista de palabras que nos recordaría a aquellos pequeños glosarios medievales que ayudaban a los estudiantes y religiosos de escasa formación a defenderse con los textos latinos que se les hacían cada vez más ininteligibles.

La macroestructura establece qué palabras se incluyen y cuáles no. El Diccionario del español dominicano registra y describe el léxico propio de la variedad de la lengua española usada en la República Dominicana, con independencia de su origen. La selección de la nomenclatura del DED se ha realizado de forma contrastiva; es decir, el diccionario incluye las palabras y las acepciones del vocabulario usual en el español dominicano que no tienen un uso común en el español general. Estamos ante una obra que incluye el léxico vigente y frecuente en el presente y también el léxico desaparecido o en vías de desaparición por razones generacionales o de cambios en la cultura o en la forma de vida de la sociedad dominicana.

En la micro estructura el aspecto en el que se ha puesto más énfasis es en la uniformidad y regularidad estructural de todos los artículos, independientemente de su complejidad, lo que supone un avance cualitativo importante respecto a la tradición lexicográfica dominicana, caracterizada por la irregularidad estructural.

Uno de los aportes más relevantes de esta nueva obra lexicográfica es la atención que se le ha dedicado a la definición. El Diccionario del español dominicano prefiere las definiciones propias que cumplan con el principio de general de equivalencia entre el definido y la definición y su identidad categorial.  El seguimiento de estos principios introduce un componente modernizador.

El trabajo en equipo, que nos enorgullece en este diccionario, contrarresta el personalismo, y favorece la desaparición de la impronta ideológica en la definición, cuya eliminación ha sido uno de nuestros objetivos fundamentales. El Diccionario del español dominicano aspira a mostrar unas coordenadas sociales y culturales en las que puedan reconocerse todos los usuarios.

Todos estos aspectos, macro y micro estructurales, describen un proyecto lexicográfico académico que se ha desarrollado en la Academia Dominicana de la Lengua a lo largo de cuatro años, con el apoyo de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua, y que ha culminado con la publicación en noviembre de 2013 de un nuevo diccionario dialectal del español americano. La trascendencia de esta labor académica destaca especialmente en un contexto nacional con graves problemas de alfabetización y formación académica pero que aspira al mantenimiento y la defensa del buen uso de la lengua española como una de sus principales señas de identidad. Las cifras del DED son apabullantes pero lo verdaderamente importante es el inmenso caudal de información sobre nosotros y sobre cómo hablamos que mana de sus páginas.

PUCMM Santo Domingo, 3 de septiembre de 2016