Dulce pasión
Alguna vez nos hemos preguntado por qué las cosas se llaman como se llaman. La magia de la lengua convoca las razones más dispares. Piensen en las frutas, tan a la mano y quizás no nos hemos parado a pensar en el porqué de sus denominaciones.
La piña tropical debe su nombre al parecido que los conquistadores, que tantas cosas nuevas para sus ojos tuvieron que nombrar, observaron entre su aspecto y el de la piña europea cuando aún guarda los preciados piñones en su interior.
Solo los dominicanos llamamos «chinola» a la chinola. Seguro que han oído llamarla la fruta de la pasión, a veces con una sonrisa pícara en los labios. No es a esa pasión a la que se refiere el nombre. La mata de chinola produce una hermosa flor que fue considerada por el papa Pablo V la representación de la pasión de Cristo: sus filamentos recuerdan la corona de espinas, los cinco estambres representan las cinco llagas, los tres estilos, los clavos de la cruz y los pétalos, los doce apóstoles.
Nada tan alegórico y poético encontramos en el origen más cotidiano y prosaico de lechosas y mamones. La pulpa blanda y suave del mamón podría ser consumida hasta por los que no tienen dientes, como los bebés que maman. La mata de lechosa produce una savia de consistencia y aspecto similares a los de la leche que da origen a su denominación. Es por eso que debemos escribirla con ese y no con zeta.
Las frutas endulzan nuestro día a día y nos regalan un puñado de curiosidades lingüísticas que recuerda la riqueza de conocimientos que una lengua va atesorando en cada una de sus palabras.
© 2015 María José Rincón González