Sospechas fundadas
Mi amigo Daniel tiene una imaginación desbordante. Cuando conversas con él puedes verla brillar en sus ojos. Hace unos días recibió uno de esos mensajes de correo tramposos que pretenden acceder a tus datos personales sin tu consentimiento. Me comentaba Daniel que el mensaje le resultó sospechoso por dos razones. La primera sospecha la causó que el mensaje tenía faltas de ortografía; la segunda, que su mamá ya le había advertido que este tipo de mensajes circulaba por la red. Y es que mi amigo Daniel tiene once años y, con sus dos sospechas, me demostró que, además de una extraordinaria imaginación, tiene también perspicacia.
Nuestra forma de hablar y de escribir da pistas sobre quiénes y cómo somos. Delata nuestro nivel de formación académica, nuestra forma de hacer las cosas, de trabajar y de relacionarnos. Con una expresión incorrecta e inadecuada provocamos una pobre imagen de nosotros mismos y de nuestras capacidades.
Si extrapolamos esta imagen a la que produce una deficiente comunicación empresarial, oral o escrita, podemos hacernos una idea de qué efecto podemos causar en nuestros clientes o nuestros socios. Recuerden que en nuestras interacciones profesionales la lengua escrita adquiere cada día mayor protagonismo. La imagen de nuestra empresa se abre al mundo desde una página electrónica y para nuestra comunicación son indispensables los correos electrónicos, los tuits, los wasaps… Recuerden también que, si tenemos suerte, nuestros clientes y usuarios se parecerán cada día más a mi amigo Daniel.
¿Pueden pasar nuestros escritos personales y profesionales por la criba de un lector preparado y con capacidad crítica? Se nos llena la boca hablando de servicio al cliente. Más y mejores clientes exigen mejor ortografía.
© 2015 María José Rincón González