Latinajos
Usar palabras raras no es signo de buen hablar o escribir, por mucho que algunos se empeñen. No se habla o se escribe mejor según la longitud de las voces o su supuesta extrañeza. La bondad de las palabras está en una elección apropiada. Decía Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua allá por 1535: “Escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible”.
Del latín conservamos tal cual expresiones que han sido siempre parte de la lengua culta. Hay quien gusta de incrustarlas por doquier, como si le aportaran a lo que dicen un discutible regusto a cultura. Algunos latinismos se han popularizado en nuestra expresión diaria. Tanto a los parejeros como a los buenos hablantes siempre nos viene bien saber cómo se escriben correctamente y qué significan.
Puesto que se trata de expresiones de otra lengua deben escribirse en cursiva o entrecomilladas y sin tildes. Cuando escribimos debemos revisar su ortografía a priori (‘con anterioridad’) o a posteriori (‘con posterioridad’). No nos sirve citarlas grosso modo, ‘aproximadamente, a grandes rasgos’. La consulta de un buen diccionario es una condición sine qua non (‘imprescindible’) para aprender a conocerlas y debe hacerse motu proprio (‘por propia iniciativa’). Sin un uso apropiado, y comedido, de los latinismos nuestros textos serán considerados, como poco, sui generis (‘peculiares’) y tildados de incorrectos ipso facto (‘en el acto’).
A todos nos vendría de perlas un alter ego (‘persona de confianza que hace las veces de otra’) que nos señale algún que otro lapsus linguae (‘error de lengua’) o lapsus calami (‘error de escritura’). Los errores en las expresiones latinas no son peccata minuta (‘faltas pequeñas’). Más de uno de estos latinajos, como se los llama despectivamente, puede provocar que nuestras palabras o nuestros escritos sean recibidos con un vade retro.
© 2015 María José Rincón González