Conversatorio sobre el "Diccionario del español dominicano" en el Teatro Nacional

Palabras de Rafael Peralta Romero

 La lengua castellana o lengua española, que hablamos los dominicanos y los demás hablantes hispanoamericanos, nació en España y se habla en otros países. Entonces, el español tiene sus particularidades, sus raíces, su perfil, su carácter, pero cada país asume también particularidades y formas específicas de hablar el español, aun sin abandonar ese carácter general.

Se habla del español general y del español particular de los países que lo hablan. La Academia Dominicana de la Lengua ha promovido esta obra magnífica que se llama Diccionario del español dominicano para dar a conocer el habla de los dominicanos. ¿Qué quiere decir el español dominicano? La forma, las particularidades, los matices que los dominicanos le damos al hablar a la lengua española. Entonces, en este diccionario están recogidas las palabras que el diccionario general de la lengua no recoge, o palabras de la lengua española con otros significados que les damos nosotros. Por ejemplo, cuando se estaba preparando el diccionario le pregunté a la académica María José Rincón, quien junto con el doctor Bruno Rosario Candelier realizó este trabajo, si en este diccionario estarán los nombres que le dan en la República Dominicana a los órganos sexuales. Y no solo me dijo que sí, me dijo específicamente cuál palabra estará (que no voy a repetir ahora), pues tenemos particularidades en eso y otras palabras relacionadas con eso, que las decimos de forma bajita, que las decimos con miedo, y que creemos que cuando en una novela se publica esa palabra, esa palabra se lee con cierto morbo, pero ese es el nombre que en la República Dominicana se le da a esa palabra y deberíamos hacer un esfuerzo por quitarle ese manto negro, de peligrosidad a algunas de nuestras palabras.

Hay particularidades en los nombres que los dominicanos les damos a frutas y a árboles, como “guineo”, “china”, “chinola”, y si lo decimos aquí tendremos que estar preparados cuando un amigo del extranjero nos oye pedir “un jugo de china”, o si lo hacemos en España o en Argentina, pues pensarán que ustedes son caníbales. Vi en el Diccionario de la lengua española que en Nicaragua y en otros países de América, se le llama “chinola” al limpiabotas, pero aquí a los limpiabotas le seguimos diciendo limpiabotas, aunque lo que limpie sean zapatos bajitos. Otro ejemplo: el árbol que produce la naranja se llama naranjo, y el que produce limón se llama limonero; pero los dominicanos no decimos, ni naranjo, ni cerezo, ni limonero, decimos mata de naranja, mata de chinola, mata de limón, es una forma de los dominicanos hablar: esas son las peculiaridades, las particularidades léxicas a que nos referimos; y nombres de animales, hay muchos. El animal que en este país se llama “ovejo”, en el español general se llama “cordero”, y muchas gentes que van a misa hablan, oyen hablar del sacrificio del cordero, y quizás no saben que están hablando de este animal, que es el macho de la oveja, que es la palabra que le da el español general; y también una cosa muy peculiar, ese animal que se usa mucho, que se sacrifica en cuanto a limpieza, que cuando ustedes se gradúan dicen que van a “matar un chivo” y de cuyo cuero se hace la tambora y muchísimas cosas más, está muy ligado a nuestra cultura; sin embargo, el español general no está contento con el masculino de la palabra “chivo”, pero la palabra “chivo” a nosotros nadie nos la puede quitar, y no tanto el masculino porque en el Diccionario de la Real Academia Española, “chivo” aparece como “hijo de la cabra recién nacido”. Lo que no se conoce nunca es la palabra “chiva”. ¿Y cómo vamos nosotros a tener “chivos” si no tenemos “chivas”? Entonces dicen los que saben de tambora, que la tambora tiene un lado de cuero de chivo y un lado de cuero de chiva. Miren hasta donde llega el asunto; entonces al español dominicano nadie le puede quitar la palabra “chiva”. Ahora bien, si uno es académico, profesor y escritor, deberá saber, cuando vaya a otro país, que ese animal del que se hace queso muy exquisito y caro, esa leche es de cabra, y mucha gente en los supermercados aquí compra leche de cabra, pero no dice “leche de chiva”. Incluso los nombres de peces también tienen sus rasgos, pues hay un pez que tiene un nombre especial. Yo escribí un cuento que se llama “Medio peje”, que es un pez muy peculiar pues tiene una forma que parece que es la mitad de un pez y hay la leyenda de que lo maldijo la vida, porque muchas cosas se toman incluso de acuerdo a su relación con Dios y con la Biblia. Por ejemplo, hasta que la burra no para es un problema que tuvo con la luna. Está el tema del “medio peje”; después me asesoró a mí un amigo y nadie se ha comido uno porque cree que eso no es un pez: así como de acciones hay una diversidad de calificaciones en el español dominicano, calificaciones que se hacen a propósito de juntar dos palabras, palabras compuestas; con el verbo “comer” se forman muchas palabras. Me refiero al verbo comer más un sustantivo. Hay muchas palabras que son calificaciones, depende del sustantivo, se puede convertir hasta en grosera, puede ser: “comeyerba”, pero puede ser otra cosa; entonces, estas son calificaciones que entran en esto que nosotros llamamos el español dominicano.

He observado que los dominicanos tenemos algún temor. Los lingüistas llaman complejo de inferioridad a la tendencia a tomar palabras de otra lengua; en el caso de nosotros es del inglés y todavía algunos dominicanos escriben el nombre de ese vehículo grande que tienen los ricos y que los pobres aspiran tener, como es la “jeepeta”, pero si usamos esa palabra y le llamamos así a ese vehículo, ¿por qué tenemos que escribirla con “j”, si tu oído te dice que suena “y”: “yipeta”, pues escríbelo así como suena, “yipeta”, y hazle una confección al inglés al escribirla con “y”. Así hay un motón de muchachas en este país cuyo nombre comienza con “J”, pero hay que pronunciárselo como suena. Cuando los profesores pasan lista, ante el sonido “Y”, como Jinet, Jafrina, todos escritos con “J”, pero es con “Y” como debe escribirse ya que se pronuncia Yinet y Yafrina. Si tú le quieres poner a tu hija “Juleidi”, pues ponle Yuleidi, pero escríbelo con “Y” y evita el problema; entonces eso también es una forma de complicar el lenguaje, es un pegar ese pequeño problema con otro problema que tenemos con nuestra lengua con palabras descendientes del inglés; entonces una palabra muy peculiar como esta ropa que uno usa para dormir que llamamos “pijama”. En el diccionario de la lengua está la palabra, es masculina y se escribe con “j”, pero los dominicanos la ponemos en femenino, decimos “la piyama”. Pues bien, vamos a ponernos de acuerdo y llamémosla así, “piyama”, aunque la escribamos con “j”. Si la escribe con “j”, póngale el masculino también: “el pijama”.

Hace poco tiempo vimos una magnífica película que se llamaba “El niño de pijama a raya”; como vino de fuera la traducción decía: “El niño en pijama”; si fuera dominicana esa película tendría que llamarse “El niño de la pijama”, esa es la cosa que tenemos que entender.

Yo me encontré con gran sorpresa buscando en el diccionario la palabra “gacebo”, que es una casita que se hace en el patio de la casa y que aprendí con mi nieto que lo del parque (que llaman las glorietas) también es un gacebo; entonces. en el diccionario de la Real Academia Española no está la palabra “gacebo” y los dominicanos le damos mucho uso a esa palabra. ¿Qué vamos a hacer con ella, borrarla porque el diccionario de la Real Academia no la tiene? No, sino decirle a la Real Academia Española que incorpore esa palabra, que presumo que procede del italiano, pero está definido como una construcción ubicada en ese espacio alrededor de la casa para recrearse. En el campo le llaman “enramada” a un espacio como ese; bueno, eso podría ser un “gacebo” también, aunque no necesitamos llamarla así porque ya tiene su nombre.

Le decía al doctor Bruno Rosario Candelier, que escribí un artículo sobre la palabra “cubrefalta”. En ese artículo le estaba llamando “cubrefalta” a un político por una razón determinada, pero me sorprendí porque esa palabra no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española y se le escapó al Diccionario del español dominicano. ¿Cuántos de nosotros no hemos ido a una ferretería a comprar ese artículo al que le llamamos “cubrefalta”? Los muchachos que trabajan en ese lugar manejan eso a la perfección, ya que se utiliza en la cocina, el baño, la mecánica, todas esas tapitas que se ponen, es un nombre perfecto; parece que los españoles no la usan, ya que no la han puesto en el diccionario; pero en el español dominicano se usa y en la próxima edición del diccionario debe aparecer porque esta es nuestra forma particular de hablar el español. Nosotros tenemos que hablar y valorar el español dominicano, usarlo y defenderlo con nuestras particularidades, pero despejarnos de la complejidad de muchos usos. Si a la persona que dirige un equipo le llamamos manager, palabra que viene del inglés, pues se la cogimos prestada a la lengua inglesa, pues quedémonos con ella, pero escribámosla con “y”, y pongámosle tilde en la primera “a”, porque es una palabra esdrújula; en inglés se escribe con “g”, “manager”, pero si vamos a usarla en español démosle la cédula del español, y escribamos “mánayer”, como suena, con “y”; y jeepeta con “y”, “yipeta”; y “piyama” también. Todavía algunos periódicos escriben “home run” (en inglés se escribe con “h”, pero se pronuncia con “j”) para referirse a un bateador cuando da un cuadrangular. En el español dominicano la voz inglesa “home run” se pronuncia y se escribe “jonrón”. ¿Cómo podemos usar el verbo “jonronear” si no escribimos “jonrón” sino “home run”? ¿Cómo escribir el adjetivo “jonronero”? Pero, ¿si usted escribe “fulano de tal es un jonronero”, por qué escribe “home run” en inglés? Si lo escribe como suena, tiene que escribirlo con “j”, “jonrón”, porque así es en el español dominicano. “Jonrón” debe decirse también en Venezuela, Cuba, Puerto Rico y los otros países donde el béisbol tiene presencia. El español ya se ha ido sincerando y la misma palabra “béisbol” ya no se escribe como su original baseball; la diferencia está en que “baseball” pertenece a la escritura de la lengua inglesa.

Creo que el dominicano común, la mayoría de la gente, no se preocupa ni suele preocuparse por lo que habla, siempre que lo que dice, define algo y que los demás lo entiendan es suficiente; por ejemplo, la palabra “mesa” es conocida, igualmente “copa”; pero la palabra “cuchara” en otros países tiene otra connotación. Una “cuchara” es un instrumento para comer; pero no tenemos que preocuparnos porque en Venezuela esa sea una palabra vulgar; que no debería ser vulgar, porque si ellos le llaman así, a lo que le llaman “cuchara”, nosotros le llamamos de otra forma. En otros países, como en Cuba, le llaman “papaya” al órgano sexual de la mujer; bueno, aquí no tenemos que meternos con eso porque aquí no le llamamos “papaya” ni siquiera a la fruta que lleva ese nombre, que es la lechosa; y si usamos la palabra “lechosa” para referirnos a esa fruta que aquí todos conocemos cuya denominación no es la palabra oficial del español estándar, así es como se conoce en el español dominicano. Ahora bien, ¿por qué en los supermercados ponen un anuncio en el que tienen lechosa y la escriben con “z”? Dirán que esa palabra no está sometida a regla porque esa palabra no es del español general, y si está, porque lechosa tiene que partir de esa derivación terminada en -osa, como glucosa, como tantas palabras que se derivan de otra; adjetivos, específicamente, que se derivan de un sustantivo con terminación en -osa.

Esta es mi reflexión sobre el Diccionario del español dominicano, que todos debemos conocer y apreciar porque lo necesitamos, sobre todo, en nuestra vida profesional. También hay palabras del español dominicano que se usan en una región y que en otra región no la conocen. Le decía a una profesora, que me sorprendió que los sociólogos no conocen la palabra “mona”; es registrada en el diccionario, pero no me gustó que tiene la partícula “mona”, como masculino y femenino; los que han visto en un parque “traquear” un gallo para la pelea; de ahí la expresión “la mona de traquear”; bueno, en el español dominicano no existe “la mona de traquear” porque “la mona” existe como la hembra del mono; entonces, nosotros tenemos que conocer eso, comparar con el diccionario de la lengua española las voces que empleamos en el español dominicano, sobre todo, quienes se dedican al ejercicio de una profesión, como el magisterio.

 

Palabras de Emilia Pereyra

Rafael Peralta Romero ha tratado de que nos “aplatanemos” con las palabras que aparecen en el Diccionario del español dominicano y quiero comentarles que cuando se publicó este diccionario me puse muy contenta porque siempre he pensado mucho en la forma como hablamos y cómo usamos la lengua y nuestras particularidades como hablantes dominicanos y de nuestra cultura para expresarnos, y si podemos analizar el diccionario nos vamos a dar cuenta de que es más rico de lo que podríamos imaginar.

Cuando comenzamos a pasar las páginas y a descubrir palabras y a sorprendernos, apreciamos que aunque hay muchas palabras que las escuchamos cotidianamente, hay otras que nos reviven la época de la infancia y entonces decimos “eso lo decía mi abuela”, “eso lo oí en tal época” y “cuántos años hace que no escuchaba esa palabra”; de modo que es un ejercicio de evocación también para refrescar lo que es nuestra cultura en cuanto a la expresión de nuestro idioma.

A raíz de la publicación de este diccionario, escribí un artículo que se publicó en el diario El Día, que titulé “Dominicanismos por pipá”. “Pipá” es una palabra que se usa mucho en nuestro país y nos sale así con una facilidad increíble. Cuando escuchamos esa palabra nos da la sensación de que es algo que existe de manera muy abundante; entonces realmente aquí hay un dominicanismo en la expresión “por pipá”; así que a partir de esa publicación escribí, celebrando esta publicación y la iniciativa de la Academia Dominicana de la Lengua, que realmente ha tenido un gran empuje bajo la dirección de don Bruno Rosario Candelier y ha sido una gran iniciativa la suya de emprender la confección de este Diccionario.

Los que trabajaron en la realización del Diccionario del español dominicano, que duró varios años con el esfuerzo de muchas personas, de varios especialistas que se hicieron responsables de consultas, se investigó bastante en los medios de comunicación, en la oralidad y en muchas obras literarias. Muchos dominicanismos se utilizan con frecuencia en la oralidad, es decir, en el habla cotidiana que, como sabemos, es un habla más informal que el lenguaje que se expresa en la escritura.

Pues bien, resaltaba que la publicación de este diccionario es el resultado del esfuerzo mancomunado de un valioso equipo y de entusiastas especialistas dirigido por la lingüista María José Rincón, cuyo equipo de redactores estuvo integrado por ella misma, Fabio Guzmán Ariza, Roberto Guzmán, Domingo Caba y el doctor Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, quien asesoró a esta unidad de trabajo. Colaboraron también María Dolores Jiménez, Teresa Melián, Yolanda Iribarren y Ruth Ruiz, que tuvieron a su cargo la paciente labor de leer las fuentes bibliográficas, periódicos, revistas, y otros textos con el propósito de encontrar palabras que pudieran formar parte de este glosario. El diccionario tiene un enorme valor para los estudiosos de nuestras voces, para escritores, para los hablantes que somos nosotros; en sentido general, es indiscutiblemente un reflejo de nuestra cultura, es una expresión también en el campo de la lengua del sincretismo que empezó a producirse en estos territorios desde que Cristóbal Colón llegó a la isla en el año 1492 y lo enfatizo porque vamos a encontrar en este diccionario de dominicanismos muchas palabras que nos remiten a la cultura indígena y la cultura africana, y, por supuesto, a la cultura española. Nosotros fuimos colonizados por españoles.

Este libro es creativo, extenso y sumamente revelador, y nos permite percibir cómo ha ido evolucionando nuestra manera de comunicarnos y cómo se va enriqueciendo, cómo han ido cambiando nuestras expresiones. Recoge nada más y nada menos que 10.900 lemas, 14.000 acepciones y más de 4.000 frases. Allí se encuentran muchas palabras como, por ejemplo, “pipá”, que ya mencioné; “viaje”, pero no con el significado de ´la salida´ que hacemos cuando nos trasladamos a otro lugar, sino en otro sentido. Por ejemplo: “Me di un viaje de china”, aludiendo a ´una gran cantidad´. Está el “guayuyo”, que es un vocablo de la cultura indígena; “en prángana”, como ´estar en la olla´ o en situación precaria; pero “la prángana” (no sé por qué) suena como en el estómago, o sea, cuando se dice que “estás en prángana”, sientes como que es en el estómago y que es muy fuerte; la expresión es muy contundente.

Tenemos aquí otra expresión que quizás ustedes no manejen mucho en este momento, que es “machepa”. Juan Bosch usaba mucho esa palabra, pues se refería a los “hijos de machepa”, que son los pobres. Tenemos el “trúcamelo”, que es un juego de hace bastantes años; “sacaliñar”, se usa cuando alguien te hace un favor y después te lo saca en cara; la palabra “turpén”, que es ´un señor poderoso´, ´muy generoso con las chicas´; la frase aquella de “un carro pescuezo largo”, que eran los carros enormes de los años 60 y 70, también es un dominicanismo; sabemos lo que es “tingola”, hasta hay una tienda que lleva ese nombre, pero yo creo que no se ha olvidado lo que es un “fucú”, es decir, ´mala suerte´; por eso algunas personas no mencionan el nombre del Almirante aquel porque, según la leyenda, esa palabra tenía “fucú”, como una maldición, una sombra rara, algo negativo. Sabemos lo que es “privón”, una persona que ´ostenta mucho´. El caso es, señores, que tenemos montones de palabras con significados especiales y fíjense qué particularidad tiene nuestro lenguaje, que cuando nos ponemos a hacer el inventario nos morimos de la risa porque resulta hasta divertido darnos cuenta de cómo hablamos los dominicanos. En muchas ocasiones nos despierta curiosidad y nos preguntamos, ¿y por qué decimos esas cosas? ¿Por qué usamos esas expresiones, de dónde vienen? Pero no busquemos de dónde vienen porque probablemente han tenido un origen muy remoto o han surgido de circunstancias que no se han podido aclarar y es tarea de los estudiosos tratar de indagar de dónde vienen estos dominicanismos. De todas formas, tenemos mucha información en este diccionario.

Como les decía, se han divulgado otros diccionarios de dominicanismos, pero este es el primero que publica la Academia Dominicana de la Lengua, que es producto de un cuerpo colegiado, dedicado exclusivamente al estudio de nuestro idioma y a su promoción, y hay un esfuerzo extraordinario por recoger las voces que nosotros usamos aquí en el país. Este Diccionario es grande, un volumen importante, con 744 páginas y es rigurosamente académico y sugerente. En sus páginas se encuentran palabras y expresiones que contribuyen a que durante su lectura aumentemos nuestros conocimientos y a la vez nos proporciona gratos momentos, o sea, aquí están asentadas y definidas muchísimas voces que nos resultan hermosas, jocosas y hasta chocantes. María José Rincón explicaba en una entrevista, que me llamó mucho la atención, que la palabra más hermosa del español dominicano es “tumbarrocío”. Es una variedad pequeñísima de un ave que casi no lo vemos, y realmente es hermoso ese vocablo.

El Diccionario contiene una amplia nómina de textos citados, creados por reconocidos escritores que han reflejado en sus novelas, cuentos y crónicas, así como en otros textos, expresiones propias del habla dominicana. Por ejemplo, vamos a encontrar como referencia obras de Juan Bosch, Marcio Veloz Maggiolo, Rey Andújar, Ángela Hernández, Aída Cartagena, Irma Contreras, Emilia Pereyra, René del Risco, Manuel Salvador Gautier, Rafael Peralta Romero, Andrés L Mateo, Manuel Matos Moquete, Jeannette Miller, Manuel Mora Serrano, Mario Emilio Pérez, Bruno Rosario Candelier, Luis R. Santos, Pedro Antonio Valdez, Pedro Vergés y Luis Arambilet, entre otros.

El equipo de redactores también buscó vocablos en periódicos y revistas, en páginas electrónicas y hasta en ediciones de entidades bancarias, pues ya sabemos que en cualquier publicación podemos encontrar expresiones nuestras, expresiones del patio; también es importante que tomen en cuenta lo siguiente: cuando lean los periódicos, busquen los dominicanismos que están por pipá también, incluso en los titulares. Como periodista a veces leo ciertos titulares y digo, pero ¿y si esto lo lee un extranjero? ¿Qué va a entender? Hay un periódico de la tarde muy tradicional que utiliza muchos dominicanismos en el titular, que si los lee cualquier extranjero se quedará en el aire, y esto se repite constantemente, y ni decir de la radio o la televisión, en donde son constantes los dominicanismos de forma oral. Así que afinemos el oído para que nos demos cuenta de cómo se emplean los dominicanismos.

También nos daremos cuenta de otra realidad: en la oralidad muchas personas introducen sus propias variantes. Hay una expresión que me llama mucho la atención pues parece que es un dominicanismo, que es “buscar de Dios”. No “buscar a Dios”, que sería lo lógico, pues no hay manera de que las personas muy vinculadas a la religión no digan “buscar a Dios”, sino “buscar de Dios”, pues eso lo dice desde la persona ubicada en el extracto social más bajo hasta la más encumbrada. Y así muchos otros usos; por ejemplo, la banca está introduciendo palabras como “aperturar”: no te dicen que “abras una cuenta en el banco”, que es lo correcto; te dicen que “apertures” tu cuenta en el banco, lo cual es una influencia de una lengua extranjera. Lo mismo en asuntos formales, dicen “vamos a aperturar” un proyecto, no “a iniciar” un proyecto; de modo que lo que podemos hacer es continuar hablando de estos temas ya que son muy interesantes para nosotros y, sobre todo, para los profesores y estudiantes; es importante que les pongan mucha atención al uso del idioma porque si no tenemos un dominio de él, vamos a tener serios problemas para desarrollarnos en todos los ámbitos de nuestra vida y, sobre todo, en el ámbito de nuestra formación profesional.

La comunicación es vital para todo esto; así que les exhorto a que hagan el esfuerzo por conocer este Diccionario del español dominicano, que es un diccionario de dominicanismos porque nos retrata como somos.

 

Palabras de Bruno Rosario Candelier

Vamos a enfocar otros aspectos de este singular Diccionario del español dominicano. Recientemente, en un encuentro del Movimiento Interiorista celebrado en el Santo Cerro, en la provincia de La Vega, el novelista y académico de la lengua Manuel Salvador Gautier dio un testimonio de que, antes de publicar su primera novela, se la presentó a un corrector de estilo para que se la revisara la redacción de su texto narrativo, y ese corrector comenzó a podar y a eliminar las voces y expresiones dominicanas que aparecían en la novela. Imagínense ustedes el caudal de voces y expresiones dominicanas que ese “experto en corrección” eliminó de la obra de Gautier. Qué tremenda torpeza cometió ese corrector, con ese prejuicio tan negativo y tan nefasto contra nuestro lenguaje, que en el fondo es una actitud antidominicana por la poda que cometió ese “sujeto” con la obra de nuestro novelista. Y a pesar de esa poda de voces y expresiones criollas, Manuel Salvador Gautier es el autor dominicano más citado en este diccionario, porque en sus obras posteriores no se practicó ese ´dominicanicidio´, por fortuna para él y por suerte para nuestra novelística, pues en las obras de nuestro destacado novelista y valioso escritor interiorista hay dominicanismos por “pipá”, para decirlo con la expresión que la también novelista y académica Emilia Pereyra ha subrayado en su valiosa presentación.

Ese detalle que he mencionado en la obra narrativa de Gautier, y que lo tienen también los dos narradores que me acompañan en esta actividad, Emilia Pereyra y Rafael Peralta Romero, es una virtud idiomática que tienen estos escritores, lo que indica que se han nutrido del lenguaje vivo de su pueblo y les ha puesto atención al caudal de voces y expresiones del español dominicano. Eso los convierte a ellos, como narradores que son, en genuinos escritores dominicanos porque les ha prestado atención al léxico de los los dominicanos, a las expresiones que usan los hablantes dominicanos, aspecto que tiene que ser relevante para cualquier escritor de cualquier país.

Los escritores que me acompañan en este conversatorio, Rafael Peralta Romero y Emilia Pereyra, ambos narradores, periodistas, académicos de la lengua y miembros del grupo literario Mester de la Academia, tienen esa virtud intelectual que se manifiesta en un singular amor a su propia lengua, valiosa faceta de su formación escolar que quiero ponderar aquí, ya que suelen prestarles particular cuidado a las voces y expresiones dominicanas, y por esa razón, en sus obras aparecen términos de nuestro léxico, así como frase, locuciones, adagios y giros idiomáticos de nuestro lenguaje, lo que se suma al valor lingüístico y literario que tienen sus textos narrativos.

Con relación a este Diccionario, quiero decirles que nos costó cinco años de trabajo a los miembros de la Comisión Lexicográfica de la Academia que trabajaron en esta obra: María José Rincón, la coordinadora, Fabio Guzmán Ariza, Domingo Caba y Roberto Guzmán, y Bruno Rosario Candelier, quien esto escribe y que la preside. Cuando asumí la dirección la Academia Dominicana de la Lengua concebí la idea de ejecutar la confección de un diccionario de dominicanismos. Al principio hubo algunos intentos fallidos para ejecutar ese proyecto, pero mantuve la idea de ejecutarla como la que finalmente realizamos con el concurso de la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia Dominicana de la Lengua. Entendía que la institución de la palabra, como es la Academia de la Lengua, tenía que llevar a cabo la realización de un diccionario de las voces dominicanas. La idea era trabajar el tiempo necesario para llevar a cabo una tarea que exigía formación lexicográfica, dedicación amorosa y disciplina científica. Al principio pensé que podríamos hacer el diccionario en tres años, pero sobre la marcha nos dimos cuenta de que tres años no era suficiente tiempo. Sin embargo, los cinco años de labor que duramos en la realización de esta empresa, según la tradición en la confección de un diccionario, es un lapso de tiempo bastante reducido porque hay diccionarios que han durado diez, quince, cincuenta y más años en su confección. Lo más difícil, entre las tareas idiomáticas que puede llevar a cabo un lingüista, es definir una palabra con precisión, propiedad y corrección, porque implica un conocimiento terminológico, un fundamento lexicográfico, el dominio de las acepciones con sus significados y, a veces, la etimología de la palabra que en su mayor caso desconocemos, ya que hay muchas palabras cuyo origen ignoramos, de tal manera que la Real Academia Española, cuando no tiene certeza de dónde viene un vocablo, consigna en el mismo lema o entrada del diccionario esta expresión: de origen incierto. Fíjense que estoy hablando de la Real Academia Española, institución que tiene eminentes lingüistas y expertos en el conocimiento de la historia de las palabras.

En ocasiones, entre los hablantes de una población, por una circunstancia especial, a un usuario de la lengua se le ocurre crear o componer una palabra y, entonces, si esa palabra es aceptada y asimilada por los demás hablantes, pasa a formar parte del vocabulario de una comunidad lingüística. Pienso ahora en la palabra “pariguayo”. ¿Saben ustedes de dónde viene esa palabra? Ese vocablo nació en San Pedro de Macorís durante la primera intervención militar norteamericana de 1916 a 1924, en uno de los bailes que celebraban los americanos. Cuando se divertían en sus entretenimientos, a la entrada del salón había un par de guardianes para cuidar a los festejantes porque se trataba de una zona donde había guerrilleros temibles, que se conocían como “gavilleros”. Pues bien, un buen día, un dominicano curioso se acerca a uno de esos militares y le dice: ¿Por qué no entras a bailar a la fiesta como los demás militares? Y el susodicho guardián le responde: “I am a party wacht”, que en español significa: “Soy un observador de la fiesta”. Party significa ´fiesta´ y wacht, ´que observa´ o ´cuida´, y de esa expresión, party wacht, salió “pariguayo”, pues el dominicano, privando en listo, le dijo: “Ah, eres un pendejo, eres un pariguayo”, vocablo equivalente a ´tonto´, ´bobo´, ´estúpido´, y esa palabreja se generalizó en el español dominicano con el significado de ´cretino´, ´zamuro´, ´atrasado´, ´bobo´, ´vergonzoso´, etc.

De algunas palabras conocemos su origen, pero de otras muchas ignoramos su procedencia. Ya que hablé de un vocablo procedente del inglés, como se ilustra en la palabra “pariguayo”, voy a ponerles otro ejemplo de una palabra que viene del francés y que surgió durante la ocupación militar haitiana, ocurrida de 1822 a 1844, cuando nuestro país fue militarmente invadido por las huestes haitianas. Durante esta ocupación los militares haitianos encargados de vigilar a los dominicanos, anotaban en un cuaderno nombres y observaciones sobre nuestros patriotas o a quienes se mostraban reacios a su intervención, y, en su labor de espionaje consignaban en sus cuadernos el nombre de los adversarios del régimen haitiano, y entonces, como en francés la palabra “cuaderno” se dice cahier, de esa palabra los dominicanos formaron la palabra “calié”, derivado de cahier, para aludir al ´delator´, y de ahí se comenzó a decirle “calié” a quien hacía la labor de ´espía´, que en lenguaje criollo equivale a “chivato”.

Desde luego, eso no se puede confundir con lo que la lingüística llama “prestamos léxicos”, que son aquellas palabras que las tomamos directamente de otra lengua y las empleamos con la misma grafía y similar sonido. Por ejemplo, la palabra “manager”, que viene del inglés, se aplica al ´jefe del equipo´ de peloteros, pero como bien observó Rafael Peralta Romero, debemos escribir ese tipo de vocablos como suena en español, es decir, “mánayer”, con escrita con “y”, no con “g”, y con tilde en la primera “a”, pues es una palabra esdrújula. Pues bien, como esa hay otras muchas palabras en nuestro léxico. Por ejemplo, la palabra “chofer” viene del francés chaufeur, que es el conductor de un vehículo, pero a algunos no les gusta que les digan “chofer”, cuando realizan esa tarea, sino “conductor”, que es un vocablo con mejor valoración social. Son palabras que las incorporamos al idioma porque cuando fueron incorporadas a nuestro lenguaje, no existían en el español dominicano, o en el español general, como acontece actualmente, que incorporamos muchos vocablos provenientes de la tecnología. Por ejemplo, la mayoría de los usuarios dice “email” (pronunciado “imeil”), para aludir al “correo electrónico” porque cuando comenzamos a usar el internet no había en nuestra lengua una palabra para aludir al correo electrónico, pero “email”, que es una composición de los vocablos del inglés electronic mail o “correo electrónico”, se impuso en el uso, tanto aquí, como en España, aunque la Real Academia Española recomienda decir “correo electrónico” para evitar la forma extraña del vocablo inglés. Y hemos creado palabras derivadas de voces del inglés, como “payola”, que es el pago que se le da al locutor de radio para que coloque una canción en su emisora radial. O “yompear” (en el Cibao decimos “yumpear”, del inglés jump), que es ´conectar la batería descargada de un vehículo a la de otro para que arranque´.

Por suerte hay muchas otras palabras que forman parte del arsenal de las voces dominicanas y que son creaciones verbales de nuestros hablantes, pues tenemos un genio creativo en términos lingüísticos en cuya virtud hemos generado vocablos y expresiones que enriquecen el caudal de las voces de la lengua patrimonial española. Algunas de las palabras que usamos son VOCES ANTIGUAS, como “curcutear”, que significa ´averiguar´ o ´indagar´, y que los cibaeños decimos “cuicutiai”. Por ejemplo, de la frase latina totum potem, que quiere decir ´todo poderoso´, formamos “tutumpote” para aludir al ´potentado´ o ´ricachón´, es decir, al hombre con un influjo poderoso. Esa palabra se usaba en el siglo XIX y principios del siglo XX, y aparece en documentos de la época, que Juan Bosch la revivió, junto con la expresión “hijos de Machepa” para aludir a los desheredados de fortuna.

Hay también VOCES NUEVAS, como “cubrefalta” o “tumbarrocío”, ya mencionadas en este conversatorio. Del concepto ´hacer lo que me da la gana´, formamos la palabra “medalaganario”. Fíjense ustedes en la creatividad que hay en esa composición, de tal manera que a los gramáticos de la Real Academia Española les llamó la atención esa creación verbal y por eso aparece en la Nueva gramática de la lengua española, como ejemplo de creación del hablante dominicano, y así hay muchos términos en cada área del desenvolvimiento social y de la actividad humana, ya que el hablante criollo ha creado nuevas palabras y numerosas expresiones. Inventamos verbos, como “desguañangar” por ´destruir´ o ´dañar´; y sustantivos, como “berrinche”, para significar ´conflicto´ o ´confrontación´. Llamamos “aguajero” a quien hace ´alarde´ de su poder o valimiento, y “desinquieto” al niño intranquilo y tormentoso.

Con relación a la creatividad idiomática es oportuno consignar que a la creación de un nueva palabra le llamamos DOMINICANISMO LÉXICO, ya que se trata de un nuevo vocablo que no figura en el diccionario oficial de nuestra lengua; y cuando a una palabra ya existente en nuestro vocabulario le endosamos un nuevo significado, le llamamos DOMINICANISMO SEMÁNTICO. Decir “mollero” a un ´brazo musculoso´ entraña un nuevo vocablo; y llamarle “cuero” a la ´prostituta´ es adicionarle un nuevo significado a esa palabra de nuestra lengua.

Pues bien, este Diccionario del español dominicano contiene un retrato del lenguaje que usamos los dominicanos, es decir, de los vocablos y los significados que empleamos, las expresiones con las que hablamos y las connotaciones que asignamos a voces y giros idiomáticos, pues en esta obra se puede comprobar que efectivamente usamos muchas voces y expresiones que son creaciones léxicas y semánticas. A muchas voces tradicionales les inventamos una nueva acepción, como llamarle “moro” al arroz con habichuelas, “tolete” a la moneda de un peso o “carajito” a un niño.

En cuanto a la creación de nuevos conceptos tenemos habilidades admirables, ya que de “tigre” formamos la palabra “tíguere” y la enriquecemos con una familia de voces y sentidos, ya que decimos “tíguera”, “tiguerito”, “tiguerón”, “tigueraje”, “tiguerazo”, es decir, se trata de un conjunto de palabras derivadas de la original, que hemos recompuesto (por decirlo así), porque la palabra “tigre” pertenece a la lengua española, pero el concepto que el dominicano asigna al vocablo “tíguere” no se refiere a animal de la selva, aunque a veces algunos “tígueres” actúen como tal.

Tenemos también muchas palabras de la lengua general con acepciones locales; por ejemplo, si ustedes ven una película o una novela mexicana y escuchan la palabra “cuero” aplicada a una mujer, la alusión de “cuero” no alude a la prostituta como en Dominicana, sino que en México se aplica al color rubio; por tanto, dicho de una mujer, entre los mexicanos un “cuero” es una mujer con pelo rubio. Otro ejemplo que podría llamar la atención se puede poner con la palabra “guagua”, que aquí es ´un autobús de servicio público´, mientras en Chile se refiere a un ´bebé´, donde la mamá anda por la calle con su “guagüita” encima.

Parte de nuestra ingeniosidad creativa radica en la capacidad metafórica para crear un vocablo o asignarle un nuevo significado a una palabra de nuestra lengua. Un rasgo del español general es la asignación de valores metafóricos a vocablos comunes, pero ese rasgo tiene una alta frecuencia en el español dominicano. En el ámbito estudiantil es muy común oír, aplicado a un estudiante, “se quemó” en el examen, lo que es una metáfora, pues no indica que el estudiante cogió fuego y se ardió o quedó “achicharrado” (otra metáfora), sino que no alcanzó la nota para aprobar el examen. Algo similar sucede con la expresión “tumbarrocío”, hermosa palabra que tanto le gustó a María José Rincón porque es una composición metafórica con un encanto sensorial.

Nuestro vocabulario registra también voces arcaicas, o sea, palabras antiguas que se usaban en la época de los conquistadores españoles. En el Cibao, sobre todo, en el campo, todavía se escucha decir la palabra “aguaita”, una palabra del español clásico que significa ´observar´ o ´ver´, y vocablos como “dizque”, “alpargata”, “lumbre”, que son palabras del castellano antiguo y las conservamos. Por eso dijo Pedro Henríquez Ureña que uno de los rasgos del español dominicano es el sabor arcaico o el matiz antiguo de nuestro vocabulario. ¿Qué quería decir con eso? Que nuestros hablantes conservan muchas voces que hablaban los colonizadores que llegaron a finales del siglo XV y principios del XVI a nuestra isla. Muchas de esas voces antiguas que usaron los soldados y los primeros pobladores provenientes de España se conservan en nuestro lenguaje cotidiano. “Cabe la sombra de tu celaje se cuela mi amor por ti”, diría un cantante de una vieja canción.

De todo lo que ustedes han escuchado en este conversatorio sobre nuestro Diccionario se puede colegir la siguiente aseveración: los hablantes dominicanos tienen una valoración emocional de su lenguaje, pues sienten y viven su modo de hablar, su vocabulario y sus expresiones, que asumimos como nuestro lenguaje, pues sin duda estamos identificados con nuestro peculiar decir. Los dominicanos que han salido del país y que residen fuera de nuestra frontera geográfica o que por diferentes razones viven en un territorio distante de su lar nativo, se dan cuenta mucho más que los que nos quedamos aquí, de que allí añoran no solo el terruño que los vio nacer, sino también la cultura que los amamantó y el lenguaje en que se expresan y que por diferentes razones no suelen usar donde se encuentran, sobre todo, si moran en un país donde tienen que hablar otro idioma. Esto lo subrayo porque los escritores que experimentan una identificación intelectual, emocional, imaginativa y espiritual con su lengua y su cultura, suelen acudir al tesoro del lenguaje vivo para nutrirse de sus voces y documentarlo en su creación. Para plasmar ese lenguaje en su creación literaria acuden al caudal de palabras y expresiones criollas, y los que lo han hecho, ha sido justamente por efecto de esa comunión espiritual con su propio idioma y su lenguaje peculiar. Aquí lo hicieron Juan Bosch, Alfredo Fernández Simó, Ramón Marrero Aristy y muchos otros narradores con mucho acierto creativo en sus cuentos y novelas, donde hay diversos vocablos dominicanos. Si ustedes leen a un escritor como el mexicano Juan Rulfo que, para escribir la obra cumbre que lo inmortalizó llamada Pedro Páramo, se internó en los campos de México para escuchar la voz viva del lenguaje popular y las expresiones del lenguaje campesino, y con ese fin viajó por “tierra adentro” con libreta en mano, y anotaba los vocablos con que se expresaban sus compatriotas, y por esa razón pudo ahondar, desde el hondón de su sensibilidad y desde el sótano de la palabra, en el alma del mexicano y en la cultura viva de su tierra y de su pueblo. Eso mismo hizo el también mexicano Carlos Fuentes, eminente novelista de nuestra América, que iba a las tabernas de los barrios para anotar palabras y expresiones que escuchaba en los ambientes populares, sobre todo, en momentos en que los hombres emocionados y por efecto de los tragos se expresaban con plena espontaneidad y en esos bares y tabernas del mundo citadino tomaba notas de voces y giros mexicanos, de tal manera que una novela como La región más transparente, uno de los textos novelísticos hispanoamericanos que mejor testimonio ha dado del español de México, se debe a la fidelidad del autor hacia el lenguaje de su pueblo. Pero lo mismo podría decirles de Salvador Salazar Arrué, el famoso narrador de El Salvador, que fue uno de los maestros literarios de Juan Bosch, y que firmaba con el seudónimo de Salarrué y que fue uno de los grandes narradores de ese país centroamericano, y de los más importantes representantes del criollismo en América, cuyo atributo principal fue la de registrar en sus cuentos el vocabulario salvadoreño, y eso le dio al escritor la preeminencia que lo distingue como narrador. Lo que quiero decirles con esos ejemplos es lo siguiente: nuestro lenguaje, el español dominicano, que es una fresca y rica variante del español en las Antillas, es la expresión de nuestro lenguaje y la manifestación de nuestra cultura y ahí, en este Diccionario del español dominicano, está testimoniado lo que decimos, pensamos y sentimos. Conocer este lenguaje nuestro es una manera de testimoniar el sentimiento patriótico que nos identifica y una forma también de exaltar y valorar el lenguaje que usamos. Y nada más.

 

   Maestro de Ceremonia: Bien, la verdad es que de Bruno Rosario Candelier, Emilia Pereyra y Rafael Peralta Romero hemos aprendido por “pipá” en esta mañana. Cuántas enseñanzas hemos tenido y son enseñanzas motivadoras, y ¿por qué son tan importantes estos conversatorios? Porque tienen su valor en sí; porque el mundo contemporáneo en el que estamos enmarcados se vuelca mucho más creativo; así es que es importante obtener este Diccionario porque el conocimiento de nuestro vocabulario nos permitirá tener un mayor desenvolvimiento en las posiciones en las que nos desenvolvemos. Vamos a tener algunas preguntas.

 

   Público: Todo el mundo tiene su lenguaje y su manera de hablar; por ejemplo, a una cantidad de comida grande le dicen “palangana” en el Cibao, al caldero le dicen “paila”; entonces entiendo que de acuerdo al estudio que usted obtiene se desarrollan los diferentes lenguajes. ¿Depende de su estudio el lenguaje? Confundo algunos aspectos que he leído sobre el nivel del lenguaje, lo vulgar, el tipo de lengua, etc. ¿Puede usted, don Bruno, aclararme el concepto?

 

   Bruno Rosario Candelier: Una cosa es el nivel de lengua y otra cosa es el estilo de lengua. Hay niveles de lengua (nivel popular, nivel medio, nivel culto), de acuerdo con los registros del lenguaje, que también son diversos. El estilo es la forma de hablar de un usuario (estilo descuidado, estilo esmerado, que se corresponde con el lenguaje ordinario y el lenguaje académico). Igualmente hay registros de lengua o variantes dialectales vinculadas al habla de una comunidad: hay un modo de hablar propio de ciudad, con rasgos del habla urbana, y una forma de hablar al modo campesino, con expresiones del ambiente rural; y relacionadas con el paso del tiempo, hay variantes diacrónicas (expresiones que se registran al través del tiempo) y variantes sincrónicas (expresiones de un momento determinado en el proceso histórico de una lengua); por lo que hablamos de un lenguaje antiguo o un lenguaje actual, una forma propia del lenguaje tradicional o de la etapa clásica de nuestra lengua, una expresión arcaica o una voz moderna; son diversos registros de la lengua que forman variantes temporales, geográficas, estilísticas, ya que son diferentes vertientes que muestran las diferentes formas de usar la lengua, que no se deben confundir entre sí, porque una cosa es la variante popular y otra es la variante culta, determinada por el nivel social; y otra cosa es la variante expresiva marcada por el estilo, es decir, por la forma de hablar o de escribir de un hablante, estilo que puede ser académico o vulgar. A esas diferencias sociolingüísticas se les llama variantes de lengua, pues hay tipos de lengua (discursiva, expresiva, activa); estilos de lengua (coloquial, ordinario, académico); niveles de lengua (popular, medio, culto) y variantes dialectales (nacional, regional, general). Al hablar, cambiamos de registro, que lo determinan las circunstancias sociales. Por ejemplo, en este escenario del Teatro Nacional, al hablar lo hacemos con un lenguaje académico, esmerado y culto (si sabemos), apropiado a la categoría que este ambiente demanda. No es igual expresarse en el ambiente de una “pulpería” o en el jolgorio de un “colmadón”, que en una enramada campesina o en un salón de la alta clase social. A esas diferencias socioculturales se les llaman variantes dialectales. Esas formas de hablar son propias de determinadas circunstancias y entrañan una manera de decir y obedecen a registros y estilos que implican variaciones en el lenguaje. Y esas variaciones se suelen manifestar en el léxico o los vocablos empleados. Usted no puede expresarse en términos cultos y refinados si habla con lugareños de Junumucú, así como debe eximirse de emplear palabras vulgares y formas chabacanas, si habla por radio o tv, aunque lamentablemente hay comunicadores que hacen un uso descarado del lenguaje procaz y soez.

 

   Público: Quisiera conocer el perfil de la valoración de nuestro diccionario que tiene la distinguida novelista del panel, por lo que le pido que nos diga algunos de los atributos que a su juicio tiene el español dominicano.

 

   Emilia Pereyra: El español dominicano es sumamente rico, pues refleja la impronta de diversas culturas que nos han marcado a lo largo de la historia.  Podemos encontrar en él,  por supuesto, las huellas del español peninsular, así como indigenismos, africanismos, arcaísmos, neologismos y extranjerismos. El resultado es un lenguaje vivaz, colorido, cargado de sonoridad, con características propias y amplio registro.Además, el español dominicano contiene una extensa variedad semántica, que cambia según el contexto, lo cual es a mi juicio un gran atributo que contribuye a que nuestra literatura sea policromática y profunda.

 

   Público: Mi inquietud tiene que ver con el auge de la música urbana, que emplea muchos términos corrientes que han surgido y que la juventud registra como parte de esas tendencias musicales. ¿Ya el diccionario contempla esos términos que solamente son utilizados en un segmento de la juventud pero que se usan en las canciones?

 

   Bruno Rosario Candelier: Lo que ocurre con ese sector del lenguaje popular, que llaman “lenguaje de la calle”, es que a nivel juvenil, aunque hay mucha creatividad y expresiones nuevas, a menudo ese uso no permanece en la lengua, se pierde con el cambio generacional, principalmente con la gestación de una nueva promoción. En una generación hay varias promociones, pues una promoción puede aparecer cada cinco años, y los nuevos hablantes inventan palabras y expresiones, que las generaciones o la nueva promoción de usuarios no siempre usa, y cada promoción va a crear otros términos y expresiones, entre las cuales figuran locuciones, frases, adagios y giros; entonces las expresiones y palabras nuevas conviene registrarlas si han superado el paso del tiempo. Yo distingo una promoción de una generación; a una generación se le da un lapso temporal de veinte años, pero a una promoción se le da cinco años, más o menos. Los que trabajan en la confección de un diccionario, que se llaman lexicógrafos, esperan que un vocablo o una expresión haya superado el paso de una promoción para incorporar el vocablo o la expresión al diccionario, de tal manera que la Real Academia Española, cuya sede está en Madrid, solía esperar unos diez años de vigencia para incorporar una nueva palabra al diccionario académico porque la experiencia enseña que muchos vocablos que nacen en una comunidad, se usan un tiempo y desaparecen. No vale la pena registrar palabras que han perdido vigencia, a menos que el vocablo haya sido registrado en una obra literaria; entonces es recomendable incorporarla al diccionario porque ya está documentado en un texto escrito.

 

   Público: Soy profesor de lengua española y por lo que ustedes han dicho aquí me siento motivado a conseguir este nuevo Diccionario, pero me gustaría que el profesor Peralta Romero me diera el perfil de su valoración con los atributos que a su juicio tiene el Diccionario del español dominicano.

 

   Rafael Peralta Romero: El Diccionario del español dominicano, recién publicado por la Academia Dominicana de la Lengua, representa un acontecimiento de superior importancia de la que le puede ver la mayoría de dominicanos, muchos de ellos ajenos al rol que corresponde al habla para la preservación de la identidad nacional. La lengua vino de España, pero cada uno de los veintidós países, más unos 40 millones de habitantes de los Estados Unidos la retocan y enriquecen a partir de sus respectivas necesidades comunicacionales. La aspiración máxima ha de ser que el aporte de cada comunidad de hablantes se una al caudal léxico del español general, llamado también peninsular. El Diccionario del español dominicano es la primera obra de esta categoría que se publica en República Dominicana, pues no se trata de una simple enumeración de dominicanismos, sino que asume la estructura y las formalidades de un diccionario, con estrictos criterios lexicográficos. Era una vieja aspiración de la Academia Dominicana de la Lengua. Se trata de un diccionario descriptivo, más que normativo; presumo que mucha gente se sentirá más segura de algunos usos lingüísticos cuando los vea en este libro, pues el Diccionario tiene un carácter de autoridad. Este trabajo constituye, sin duda, un firme soporte a la identidad lingüística de los dominicanos.

 

Público: Me gustó mucho saber dónde y cómo surgió la palabra “pariguayo”, según la explicó el director de la Academia, y quiero saber si tenemos un registro sobre el surgimiento de cada dominicanismo.

 

   Bruno Rosario Candelier: Tener un registro de cada dominicanismo es una empresa que requeriría de 10 a 15 años de trabajo lexicográfico realizado con un equipo de sociólogos, historiadores, antropólogos, lingüistas y filólogos. El primer diccionario de dominicanismos, confeccionado según las pautas científicas de la lexicografía, es este Diccionario del español dominicano, que nuestra Academia ha realizado con el aval de la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia Dominicana de la Lengua y la labor lexicográfica de los citados redactores y colaboradores. Actualmente la Real Academia Española está trabajando en la confección de un diccionario histórico de la lengua española y en esa obra darán a conocer el origen, el significado y los cambios de sentido que una palabra ha experimentado en su historia. En esa obra van a aparecer el origen de cada palabra y cómo se usaba esa palabra en el siglo X, el siglo XII, el siglo XVI o en siglo XVIII y cómo fue cambiando de significado hasta nuestros días, qué autores la emplearon y con qué significados y su etimología. Nosotros no tenemos la preparación para embarcarnos en un proyecto de esa naturaleza. En nuestro diccionario hemos consignado el origen de algunas palabras, porque no conocemos con precisión el origen y la trayectoria de todos vocablos que usamos en nuestro lenguaje. Esa es una tarea pendiente.

Finalmente, quiero expresarles nuestra gratitud a todos ustedes por su presencia y a Rafael García Romero, coordinador de esta actividad, por la invitación para participar, en nombre de la Academia Dominicana de la Lengua, en este conversatorio sobre nuestro diccionario. ¡Muchísimas gracias!

 

Bruno Rosario Candelier

Conversatorio sobre nuestro diccionario

Santo Domingo, Teatro Nacional, 27 de abril de 2014.

 

Rafael Peralta Romero. Nació en Miches, República Dominicana, en 1948.Es autor de literatura infantil, narrador, periodista y profesor universitario. Estudió comunicación social y una especialidad en lengua española y literatura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde enseñó durante veintisiete años. En su carrera periodística ha ocupado cargos ejecutivos en varios medios de comunicación, además de columnista. Fue subdirector de prensa de la Presidencia de la República. Ha obtenido importantes galardones en el área de la literatura infantil, como el premio “El Barco de Vapor”,por la novela infantil publicada por la editorial S/M, De cómo Uto Pía encontró a Tarzán (2009) y el Premio Nacional de literatura infanto-juvenil, por su obra A la orilla de la mar (2011). Es autor de las obras infantiles Niño y poesía (1977), Un chin de caramelo(1992), El conejo en el espejo y otros cuentos para niños (2006) y Cuentos de niños y animales (2007), entre otras.Para adultos ha publicado: Punto por punto (cuentos, 1983), Las piedras sobre las flores (poesía,1984),Romance del ciclo diario (poesía), Diablo azul (cuentos,1992), Residuos de sombra (novela, 1997), Los tres entierros de Dino Bidal (novela,2000), Cuentos de visiones y delirios (cuentos, 2001), Memoria de Enárboles Cuentes (novela, 2004) y Pedro el Cruel (novela, 2013). En el diario El Nacional mantiene la columna dominical Orto-Escritura, para explicar cuestiones relacionadas con el idioma español. Miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y del Mester de la ADL.Integra la Comisión de Lexicografía de la ADL y es miembro del Movimiento Interiorista.

 

   Emilia Pereyra. Escritora, periodista y académica de la lengua, nació en Azua de Compostela, Rep. Dominicana, en 1963. Se licenció en comunicación social en la UASD y tiene una maestría en periodismo multimedia, por la Universidad del País Vasco, España. En El Siglo laboró como reportera, directora de suplementos y jefa de información, y como jefa de información en El Caribe. Ha trabajado para los medios informativos El Nuevo Diario, Última Hora y Hoy. En 1998 Cenizas del querer figuró entre las diez semifinalistas del Premio Planeta, uno de los galardones más importantes para novelas en lengua española. Ha publicado las novelas Cenizas del querer, El crimen verde y Cóctel con frenesí. Y el conjunto de perfiles biográficos Rasgos y figuras. En el 2007, CEDIBIL publicó su libro de cuentos El inapelable designio de Dios. Luego fue incluida en la antología de cuentos hispanoamericanos Contar es un placer, de Cuba. Algunos de sus cuentos, traducidos al inglés y al italiano, figuran en antologías nacionales y extranjeras. En 2005, obtuvo una beca literaria de dos meses en Leding House, residencia que reúne a escritores de varios países, en Hudson, Estados Unidos. Fue becada para participar en un curso sobre periodismo en áreas de conflictos, en Tel Aviv, Israel. En abril del 2007, Letra Gráfica publicó la segunda edición de su novela Cenizas del querer. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, integrante del grupo de narradores “Mester de la Academia” y del Movimiento Interiorista.

 

   Bruno Rosario Candelier. Doctor en lingüística por la Universidad Complutense de Madrid.Filólogo, crítico literario, ensayista, novelista, profesor, orientador estético y promotor cultural, nació en Moca, Rep. Dominicana, en 1941. Tiene una licenciatura en educación por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, de Santiago, donde fue profesor de lengua y literatura. Director de la Academia Dominicana de la Lengua, es miembro correspondiente de la Real Academia Española y de las Academias Norteamericana, Filipinas y Puertorriqueña de la Lengua Española. Presidente del Ateneo Insular y creador del Interiorismo. Dirigió el Suplemento Cultural “Coloquio” de El Siglo y fue director general de Bellas Artes. Ha presentado ponencias en congresos de academias, universidades y ateneos en España, Portugal, Italia, Estados Unidos, México, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Argentina y Puerto Rico. Promueve actividades culturales en el territorio nacional y en el extranjero. Ha publicado:Lo popular y lo culto en la poesía dominicana, La imaginación insular, Tendencias de la novela dominicana, Ensayos lingüísticos, Valores de las letras dominicanas, El sentido de la cultura, El sueño era Cipango, Poesía mística del Interiorismo, La pasión inmortal, El ánfora del lenguaje, La fragua del sentido, El Logos en la conciencia, El pensamiento creativo, La mística en América, La lírica metafísica, La intuición cuántica y El lenguaje del buen decir, entre otros. Galardonado por el Institu­to de Cultura Hispánica, de Madrid, por Lo popular y lo culto en la poesía dominicana; tiene el Premio Siboney de ensayo, por La imaginación insular; el Premio Nacional de ensayo, por Tendencias de la novela dominicana y el Premio Nacional de Literatura. En su condición de director de la ADL, preside las comisiones lingüísticas de la institución y colabora en la revisión de los materiales léxicos, gramaticales y ortográficos del Diccionario panhispánico de dudas, el Diccionario de americanismos, la Nueva gramática de la lengua española, la Ortografía de la lengua española y el Diccionario de la Real Academia Española. Co-redactor del Diccionario didáctico avanzado, de SM, de Madrid; del Diccionario de americanismos, de la Asociación de Academias de la Lengua Española; y del Diccionario del español dominicano.