Discurso del Dr. Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua,
en la presentación del Diccionario del español dominicano.
Santo Domingo, 21 de noviembre de 2013.
Para la Academia Dominicana de la Lengua y, de un modo especial, para los académicos que laboramos en la confección de este Diccionario del español dominicano, la presentación de esta obra constituye una auténtica celebración.
En primer lugar, quiero agradecerles a todos ustedes su presencia en este acto, muy importante para nosotros y, particularmente, expresar mi gratitud a los funcionarios del consulado español en la República Dominicana aquí presentes.
Esta obra, sin duda monumental, ha sido fruto de dos mentes brillantes: la de Fabio J. Guzmán Ariza y María José Rincón González. Ellos dos han sido claves para la realización de este proyecto y les voy a decir la razón.
A principios del mes de septiembre de 2008 se presentó a mi oficina literaria en Moca el licenciado Fabio J. Guzmán para ofrecerme su apoyo a favor de la Academia, y allí me dijo estas palabras: “Quiero hacer algo por la Academia”. Naturalmente, lo recibí con los brazos abiertos y le manifesté mi satisfacción y enhorabuena, porque necesitábamos el concurso material de una institución o de una persona que pudiese respaldar los proyectos que teníamos en mente para los cuales carecíamos de recursos. Inmediatamente le dije: “Pues vamos a trabajar y, entre los proyectos, el primero a ejecutar es un diccionario de dominicanismos”.
Pues bien, aquí y ahora, en este augusto recinto de la Academia Dominicana de la Lengua, con este acto de presentación en esta espléndida noche otoñal, estamos celebrando el logro de esa acariciada idea con el lanzamiento de esta magnífica obra que hemos bautizado con el nombre de Diccionario del español dominicano.
Naturalmente, para hacer realidad el proyecto inicial, fue necesario concebir y ejecutar un plan de trabajo, asistir a varias reuniones para articular cada paso, porque se trataba de una empresa lingüística que requería no solo conocimiento, sino una disciplina rigurosa, una disposición de trabajo y una vocación de servicio para emprender una laboriosa tarea lexicográfica como es la confección de un diccionario. Pero no fue solo dinero. Además de los recursos económicos, Fabio Guzmán hizo su aporte intelectual en la confección de esta obra, lo que es importante subrayarlo en honor del presidente de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua.
Desde luego, también hacía falta una persona con probada disciplina académica, capacidad intelectual y formación lingüística y, sobre todo, con el conocimiento de la lexicografía. Por suerte años atrás, estando ante la ventanilla del consulado de España en Santo Domingo en procura de visa para viajar a Madrid, justamente a una reunión académica, la señora que me atendió, con mirada luminosa y amable gesto, me preguntó: ¿Por qué usted quiere ir a España? Entonces le expliqué que yo era filólogo y que iba a representar a la Academia Dominicana de la Lengua ante la Real Academia Española en mi condición de director de esta institución. En aquel momento, la susodicha funcionaria, con singular alegría y manifiesto entusiasmo, me sorprende diciéndome, oronda y satisfecha: “Pues, yo soy filóloga”. Esa funcionaria era, señores y señoras, nada más y nada menos que María José Rincón, y naturalmente me produjo una gran satisfacción enterarme de su formación filológica, por lo cual de inmediato le expresé: “Pues a mi regreso de España te contactaré para que trabajes por nuestra Academia, colabores con nuestros proyectos lingüísticos y te vincules a la labor académica de nuestra corporación”. Y efectivamente así lo hice y así ocurrió. Puedo asegurarles a ustedes que ha sido fecunda, encomiable y ejemplar la colaboración, el aporte y la compenetración de María José Rincón en cuantas tareas idiomáticas le he asignado, porque se trata de una mujer con una capacidad de trabajo insuperable, una pasión indecible por nuestra lengua y, desde luego, con una formación académica y una preparación rigurosa en la especialidad de la lingüística que se llama lexicografía, la rama de la ciencia del lenguaje que enseña cómo se hace un diccionario, y ella es experta en esos menesteres. Toda su sabiduría y todos sus conocimientos los ha puesto al servicio de nuestra Academia, y estoy seguro de que seguirá trabajando en beneficio de la lengua española, a favor de la Academia Dominicana de la Lengua y en bien del pueblo dominicano con quien ella se ha integrado felizmente para lograr lo que ha hecho, justamente en virtud de su vocación, de su amor por la palabra y de su inquietud por la conciencia de lengua. El producto final, el Diccionario del español dominicano, es una gran obra que ponemos al servicio del país y de cuantos deseen conocer nuestro lenguaje.
Este hermoso resultado ustedes podrán apreciarlo cuando lo tengan en sus manos, no solo por las bondades que se han dicho de esta obra, sino por lo que podrán valorar al ver los vocablos definidos. Esas voces dominicanas o palabras de la lengua española con una significación especial, están registradas con objetividad y propiedad, con rigor metodológico y precisión lexicográfica, aspectos que le dan categoría a este Diccionario del español dominicano.
Pero, además, quiero subrayar otros detalles. Este código de nuestra habla, que registra las voces de nuestro lenguaje, tiene la particularidad de que responde a vocablos reales del caudal léxico de nuestro vocabulario, pues aquí no se ha inventado una sola palabra, y las que figuran, responden a usos que se pueden constatar en las obras literarias de nuestros escritores. Consultamos más de doscientos cincuenta libros de autores dominicanos, obras que se estudiaron para detectar cada una de las voces y expresiones consignadas. Y también se cotejaron en ediciones electrónicas vernáculas.
En cuanto al alcance de esta obra quiero subrayar la siguiente consideración. En la literatura escrita en lengua española, hecha en España o en Hispanoamérica, las obras de los escritores más significativas son aquellas que emplean un caudal representativo de las voces locales del país o de la región de donde es el autor. Pienso, por ejemplo, en un escritor como Carlos Fuentes, uno de los grandes novelistas mexicanos cuyas novelas registran la mayor cantidad de mexicanismos en su escritura, como se puede apreciar en La región más transparente. ¿Y saben ustedes por qué lo hizo? Porque las palabras que usa un pueblo responden a su talante y su sensibilidad, y nada mejor que el léxico de su habla coloquial para auscultar su psicología con su manera de sentir y de pensar.
Lo mismo podría decir de los valiosos escritores dominicanos, como Juan Bosch, Marcio Veloz Maggiolo y Manuel Salvador Gautier, citados en esta obra con voces y frases tomadas de sus novelas La mañosa, La vida no tiene nombre y Serenata, respectivamente, entre otros narradores criollos. O de obras y autores paradigmáticos de nuestra América, como el salvadoreño Salvador Salazar Arrué (Salarrué), en Cuentos de barro, o el cubano Alejo Carpentier, en El reino de este mundo; y de España podría citar al novelista Miguel Delibes, modelo de escritor en el empleo de voces castellanas, como las ilustra en La sombra del ciprés es alargada y en otras obras ejemplares. Es decir, los autores que gozan de renombre, que tienen una valiosa obra literaria y un merecido reconocimiento, fruto del hallazgo de su intuición y del aporte de su creatividad, en parte ha sido porque han acudido a las voces locales, a los términos criollos y populares, a las expresiones peculiares de los hablantes de sus respectivos pueblos y, por tal razón, pudieron no solo auscultar el alma y la sensibilidad de sus personajes, sino en la esencia y en la raíz misma de la lengua. Desde la palabra, podemos penetrar en la cultura de una nación y en la mentalidad de los hablantes, en cuyo vocabulario se distinguen sus atributos idiomáticos con los rasgos dialectales y culturales de sus variopintas comunidades, porque a través de las palabras, especialmente de las voces criollas y las frases peculiares, proyectan ciertas manifestaciones exclusivas de su sensibilidad, porque a través del lenguaje como expresión de su sensibilidad, los escritores saben conectarse con su pueblo, ya que son las voces y las expresiones del lenguaje de sus respectivos países, las que dan los rasgos, la señal y el perfil de identificación con una cultura y, desde luego, con una tradición y una forma peculiar de sentir, de querer y de pensar, y esa es en gran parte la importancia de un libro como este, porque el que quiera conocer el vocabulario dominicano, sea como hablante o como escritor, va a tener un tremendo auxiliar en este diccionario para conocer la fisonomía de nuestras palabras y penetrar en el trasfondo semántico de los vocablos que nos identifican.
Un segundo aspecto que quiero enfatizar al ponderar la importancia de esta obra es el sentimiento de identificación que una palabra o un conjunto de palabras concitan cuando sentimos una compenetración intelectual, afectiva y espiritual con el alma de nuestro pueblo, y esa compenetración se logra justamente a través de lo que esas palabras, que pueden llamárseles peculiares, singulares y exclusivas del habla criolla en virtud de lo que denotan y connotan sus atribuciones, sus rasgos y sus perfiles significativos; por esa razón, un genuino hablante de nuestro pueblo ha de experimentar una identificación emocional con sus vocablos, porque la manera de lograr esa identidad o identificación lingüística con la herencia idiomática que recibimos de España en la lengua de Castilla, responde al vínculo entrañable entre la palabra y sus hablantes.
Esa compenetración emocional con el lenguaje que hablamos y nuestra peculiar forma de expresarnos, nos ha permitido enriquecer el caudal léxico de la lengua española con el arsenal de términos, giros y significaciones que entrañan un nuevo aderezo semántico a favor del vocabulario de la lengua española al mantener vivas numerosas voces antiguas y darle un esplendor metafórico con nuestro ingenio creativo, como suelen hacer los hablantes que han asimilado el genio de su lengua cuando se expresan con la espontaneidad y la originalidad al momento de hablar en las diversas circunstancias sociales y culturales.
Finalmente, quiero expresar mi gratitud en nombre de la Academia Dominicana de la Lengua a las personas que hicieron realidad esta obra, fruto de un trabajo en equipo. Valoro inmensamente la colaboración de Fabio J. Guzmán y Domingo Caba Ramos, desde Santiago de los Caballeros; de Roberto Guzmán, desde Miami; de las españolas radicadas en esta ciudad de Santo Domingo (Loli Jiménez, Teresa Melián, Yolanda Garisoain); del equipo de Editora Judicial (Mickey Frith, y Ruth Ruiz), a quienes les reitero mis sentimientos de admiración y gratitud; con especial dedicación a María José Rincón, porque su aporte garantizó la calidad de este producto con el valioso contenido y la esmerada formalización de este nuevo código lexicográfico.
El hecho de que varios españoles hayan participado en este trabajo fue providencial, porque los españoles conocen naturalmente el lenguaje de su tierra y cuando vienen a América inmediatamente experimentan un contraste con el lenguaje de las diferentes comunidades en este lado del Atlántico, porque la peculiaridad del lenguaje dominicano también se manifiesta desde México hasta la Argentina, en los hablantes de las regiones norteamericanas, centroamericanas, suramericanas y antillanas; es decir, en los diferentes escenarios donde se habla la lengua de Castilla. Desde luego, entre todos los países, no hay verdad más probada que la perogrullada de afirmar que el país de América que más dominicanismos tiene es naturalmente la Republica Dominicana; y en cada país de América, lo mismo en Honduras, que en Colombia o Puerto Rico, acontecen los mismos fenómenos lingüísticos, ya que los hablantes locales no solo emplean la lengua que recibieron de sus mayores, sino que le endosan nuevos vocablos, y a muchos de los vocablos registrados en el Diccionario de la lengua española le añaden nuevos significados. A esos nuevos significados que han creado nuestros hablantes les llamamos en nuestro país dominicanismos semánticos porque los vocablos que están registrados y definidos en el diccionario académico de nuestra lengua tienen aquí una nueva connotación significativa. Entonces, un extranjero con el oído atento puede advertir no solo la diferencia sonora de la palabra, sino la diferencia léxica y semántica; por esa razón, con mucha propiedad, nuestras valiosas colaboradoras oriundas de España, como María José Rincón, al instante captan la voz original y el significado peculiar, cuando se trata de una palabra criolla o de una frase novedosa, porque los españoles no dicen, por ejemplo, “llévame al paso” o “tira pa´bajo”, como decimos nosotros; ni emplean vocablos como “pariguayo” o “viejevo”, muestra de los centenares de expresiones y términos novedosos y originales, como los múltiples vocablos asentados en este diccionario que registra el vocabulario dominicano. No olvidemos que hay locuciones y palabras que se usan en Santo Domingo con un determinado significado, pero algunas de esos giros y vocablos, que se usan en el área urbana de la capital dominicana, tal vez no se conocen en Monte Cristi, Moca, Santiago o Samaná. Me llega a la mente la palabra “aguaita”, que aún se usa en Cibao. Es una palabra que viene de la época del español clásico, cuando los españoles arribaron por vez primera a esta isla caribeña, hace quinientos años. Entonces era una palabra culta de la lengua española; ahora es una palabra con registro popular y campesino. Hay muchas palabras que del nivel culto pasan al nivel popular; otras se modifican y algunas entran en desuso.
En esta obra se han registrado las voces usuales en el siglo XX y las que en este siglo tienen vigencia. En este sentido, en cuanto a la cantidad, este es un lexicón bastante rico; y, en términos de calidad, puedo asegurarles a ustedes que pusimos todo el empeño para que ninguna definición apareciese de manera que pudiese cuestionarse la forma o el sentido, porque fuimos varios los que realizamos y revisamos las definiciones propuestas y las connotaciones anotadas.
Sé que todos ustedes harán provecho de esta magnífica obra. El Diccionario del español dominicano es el más importante legado que ha hecho la Academia Dominicana de la Lengua en toda su historia. Esta obra tendrá una gran acogida, y no dudo en calificarla como obra monumental por el rigor con que fue elaborada, la propiedad con que fueron definidas las palabras, la corrección aplicada según la normativa académica y, desde luego, el esmero con que la hicimos, sin obviar la metodología científica desde el punto de vista lexicográfico.
Al reiterarles mi agradecimiento a Fabio J. Guzmán, a María José Rincón y a cuantos aportaron su valiosa colaboración, les expreso mi reconocimiento con mi admiración, afecto y distinción.