«El degüello de Moca», de Bruno Rosario Candelier
Por Camelia Michel
Es una satisfacción participar en la presentación de la novela El degüello de Moca del Dr. Bruno Rosario Candelier, en el digno escenario de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, junto a estos reconocidos intelectuales y colegas académicos.
Es mucho lo que puede decirse en torno a esta obra, enraizada en un episodio luctuoso, como el exterminio de un importante segmento de la población de la llamada Villa Heroica, a manos de las fuerzas haitianas comandadas por Henri Christophe, el 3 de abril de 1805.Entre sus méritos debemos consignar su certera visión de los hechos históricos en torno a tres momentos fundamentales de Moca: su fundación, en la segunda mitad del siglo XVIII, la perpetración del degüello, punto central de la narración y, finalmente, la reconstrucción de la aldea.
Cuando la realidad nos pone contra la espada y la pared de una manera tan letal nos salvan la fe, el olvido o la ficción. En los duros avatares que registra la historia de nuestro país, hemos logrado muchas veces salir adelante y dar la batalla, aún traspasados por un fierro en el mismo pecho. Esa fe en nuestro Dios, en nosotros mismos, en el porvenir, en las fuerzas históricas que nos soportan y nos llevan a levantarnos luego de un ataque mortal.
En ocasión es el enemigo nos ataca por la espalda, y puede que entonces la desmemoria nos salve de la ignominia. Ésta se oculta en el silencio porque quizás nos resulta insoportable, o porque el recuerdo vigoroso atentó contra los intereses espurios del momento: en consecuencia, deviene en olvido de la historia. En el presente algo amenaza con barrer nuestra memoria, con lacerar el ethos nacional.
La ficción: un caballero alado que nos rescata
Afrontamos no solo la pérdida de muchos de nuestros mejores valores, costumbres y creencias, sino que asistimos a una tergiversación de los hechos pasados, y con sorpresa vemos que acontecimientos, hazañas y héroes van perdiendo su significado. En ese justo instante llega la ficción como un caballero de armadura alada -cuando ya la crónica no es suficiente para expresar la contundencia de los hechos, el dolor de las heridas- y nos rescata de la mentira, del desamparo, de la brutal amnesia.
El degüello de Moca es uno de esos sucesos nefastos que esta novela rescata, luego de muchos años de pretendido olvido o disimulo. Ahora que estamos sometidos a un proceso de disolución nacional, este texto es absolutamente indispensable. Dicha masacre constituye uno de los episodios más dolorosos y menos conmemorados: la ofensiva haitiana contra la parte oriental de la isla a principios del siglo XIX, en la que, al no poder contender con los franceses, las huestes de los vecinos se retiran hacia el occidente tomando represalias en la población de civil de varias demarcaciones del Cibao.
Pocas veces se ha dicho, y en este libro se consigna: que aquél fue un ataque centrado principalmente contra la población blanca del Santo Domingo Español y yo añado que constituye la primera limpieza étnica de que se tenga referencia en esta parte del mundo. Cito:
“El degüello de Moca fue la bestial masacre concebida por Dessalines para eliminar a la población blanca de la isla. A los haitianos los mueve el odio racial, con una cultura fundada en la sevicia y la destrucción: odio a los blancos y a los mulatos, con cuya saña eliminaron a la población blanca de su territorio y pretendieron hacer lo mismo en el nuestro, como lo hicieron en Moca, donde hay una gran población blanca. En el degüello de Moca murieron los blancos; no pereció un solo negro.”[1]
El posterior secuestro como botín de guerra de sobrevivientes de Santiago y otros pueblos asolados por la ira de los haitianos, es también una suerte de pogromo, ya que la mayoría de ellos eran de raza blanca. De esos seres sometidos al destierro y al escarnio, cuya mayoría era compuesta por mujeres y niños, nunca se tuvo noticia, o su destino no fue consignado en ninguna crónica. Lo cierto es que en el Santo Domingo Español la población se redujo casi a la mitad luego de estas incursiones, punto en el que coinciden diversas fuentes, en parte por las incursiones exterminadoras, en parte por las migraciones obligadas.
Y mientras más pensamos en la contundencia de estos hechos, más sorprende la escasa mención que de ellos se hace. ¿Cuántas narraciones recuerdan esos ataques? ¿Cuántos historiadores actuales se atreven a situar en contexto esta parte de nuestro pasado? ¿Cuántas investigaciones sistemáticas han sido realizadas para aclarar dudas y puntos oscuros?
Entonces esta novela llega como una clarinada que nos recuerda que no todas las verdades pueden barrerse para ocultarse como polvo debajo de la alfombra. Hay acontecimientos, hay memorias, que al igual que fantasmas resurgen para cobrar una deuda. Una deuda de justicia, una deuda de recibir la palabra precisa que los rescate de la duda, de lo ambiguo, de la calumnia, de la ignominia y del aplastamiento, quizás.
Si la masacre fue devastadora al extremo, los intentos de ocultarla son igual o peor crimen. Los aliados de la Segunda Guerra Mundial no han permitido que se olvide el holocausto de los judíos perpetrado por Hitler y sus acólitos. No debemos propiciar ni aceptar que se trivialicen los hechos surgidos a raíz de las incursiones de las huestes de Dessalines en nuestro territorio: que sea minimizado el abuso, el crimen, contra una población pequeña, empobrecida y desarmada, que se enfrentaba con un enemigo poderoso y lleno de saña.
Se necesitaría que muchas investigaciones y narraciones paliaran toda este silencio y confusión. Ojalá la novela de Bruno Rosario sea la primera de muchas similares, manejadas por diversos escritores y puntos de vista.
Caos versus ficción: la narrativa como estrategia de rescate de la verdad
La primera forma literaria de organizar el caos en un acontecimiento específico es la crónica histórica, el esfuerzo por acopiar y describir los sucesos y de crear una línea de tiempo que nos permita entender lo que se presenta velado por el desorden y la fragmentación.
La segunda manera es revestir los hechos y esquemas que sustentan la narración histórica, escueta, fría y fácil de tergiversar u olvidar, con la belleza y verosimilitud de la ficción; con el rescate de esa cotidianidad que en los manuales de historia se olvida. Pero ambas formas de abordaje de la realidad se dan cita en la novela histórica.
Es interesante ver -a través de las páginas de la novela El degüello de Moca-cómo se despliegan ante nuestros ojos los momentos mágicos en que un puñado de familias se afinca en este lugar promisorio y despoblado, habitado solo por una frondosa vegetación y un paisaje salpicado de suaves accidentes.
En un relato de estructura lineal van apareciendo los primeros pobladores de esta aldea, con sus ilusiones y su voluntad de asentarse y progresar en medio de una naturaleza hermosa y fértil, pero no exenta de dificultades. La mayoría, hombres de la tierra, que poco a poco dieron sentido a un proyecto urbano y civilista:
“Llegamos al centro de una inmensa llanura despoblada”, señala Juan Francisco del Valle) y continúa: “Era una tarde soleada, con un limpio cielo azul y una suave brisa. Cansados y hambrientos, acampamos bajo la cobija de un frondoso árbol de anacahuita. Ya llevábamos dos días de una larga travesía. Antes de que nos arropara la sombra de la noche decidimos descargar ajuares, bastimentos y vituallas a la vera de un enorme samán”[2].
Esa comunidad que desarrolla su vida en torno al cultivo de la tierra y de su fe religiosa es parte de una dinámica bucólica; trabaja, vive, sueña, ama, canta, realiza sus festividades, ajena a los vaivenes y pugnas de intereses coloniales y de las metrópolis.
Así progresa hasta llegar a los albores del siglo XIX, en que la agitación del lado occidental de la isla de Santo Domingo le tiene deparada una sorpresa. Para 1805, la situación es la siguiente, y el narrador lo consigna de esta manera a través de Benito, un personaje secundario:
“En esta villa no sabemos lo que se mueve entre los poderosos por la posesión de oro, reses y productos de la tierra que piratas y corsarios saquean con el conocimiento o consentimiento de magnates locales”. Y también advierte que:
“Aquí no sabemos todo lo que pasa entre los tutumpotes de nuestro país y ya hay dos estados en esta isla de La Española, y un día los intereses provocarán guerras entre las dos naciones en este territorio compartido. Los haitianos amenazan con adueñarse de la isla, alegando que vengarán el abuso que los blancos ejercieron contra ellos”.
Es evidente que el autor recurrió a las fuentes autorizadas para asentar su narración en un contexto histórico lleno de pinceladas costumbristas, pero también es cierto que acude a la intuición y la imaginación como herramientas de la creatividad, para dar verosimilitud a los acontecimientos narrados, a los pequeños momentos que tejen la vida de la comunidad de antaño, y que son parte de la urdimbre social.
El resultado es una novela cargada de acciones, diálogos e interacciones en apariencia pequeños, sin asomos épicos grandilocuentes, en los que se combinan los hechos históricos con los posibles sucesos, protagonizados por personajes que responden a nombres reales y otros ficticios, como el protagonista y narrador de los hechos: el sacristán Juan Francisco del Valle.
La acción entra en un punto culminante de agitación y angustia en el momento de la masacre, el 3 de abril de 1805, cuando el narrador dice: “excepto las dos doncellas y el monaguillo, todos fueron degollados, incluido el propio sacerdote celebrante del oficio religioso, que pereció ensartado en una de las bayonetas de esos salvajes en medio de la gritería y el espanto de la gente que, inocente y confiada, acudió al llamado de los haitianos”.[3] El narrador enfatiza que el degüello “implicó la muerte de numerosas víctimas pasadas a sables, cuchillos y bayonetas, con cabezas degolladas y cuerpos traspasados por las armas”.[4]
En una tercera fase, la novela abarca la época de la recuperación y del seguro estrés post traumático. Es importante señalar que la narración no se queda en la fase de lamentación, o en la exaltación del rencor y de los aprestos de venganza.
Antes bien, el autor se empeña en mostrar la capacidad resiliente de la menguada comunidad, que más allá de sus penas y temores reconstruye su templo, fulminado por un incendio a raíz del degüello, con mejores herramientas y materiales; levanta de nuevo las casas que fueran calcinadas a la salida de los haitianos de la comarca, y finalmente celebra y promete rehacer su dinámica de vida más apegada a sus costumbres y fe religiosa, y a un sentido del deber y la solidaridad más allá de cualquier obstáculo o dolor.
Como símbolo de la visión de futuro de la comunidad, la novela culmina con la reinauguración de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario y con la celebración de las bodas conjuntas de las dos muchachas sobrevivientes de la masacre, quienes se desposaron con jóvenes laboriosos y emprendedores.
Antes de cerrar mi participación quiero destacar el uso de imágenes que bordan de poesía la narración, especialmente en las descripciones del paisaje. Igualmente, es notable que en algunos de los personajes surgen inquietudes espirituales y se evidencia una perspectiva interiorista. Finalmente, puedo señalar que el Degüello de Moca es no solo una novela histórico-costumbrista, sino que en esencia responde a los lineamientos de la literatura de compromiso, no con una connotación de panfleto, pero sí con la expresión de inquietudes y valores vinculadas al bien común y sentido de progreso y capacidad de reconstrucción de la comarca que, al igual que el Ave Fénix, resurge de sus cenizas la mañana del oprobioso 3 de abril del 1805, miércoles de carnestolendas y testigo de una pasión tan injusta y sangrienta como la del cordero pascual que los cristianos conmemoramos en la Semana Mayor y que nos abre las puertas de la resurrección y la vida eterna.
[1]Pág. 107.
[2]Pág.11.
[3]Pág. 104.
[4]Pág. 105.
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