Relectura al libro «Larga vida» de Manuel Matos Moquete

Por Gerardo Roa Ogando

No es posible captar todos los matices estéticos e ideológicos de una buena obra artística desde una primera y única lectura. Ese es nuestro caso con una de las novelas del translingüista y creador literario dominicano, Manuel Matos Moquete. Una segunda lectura nos ha hecho ampliar nuestra cosmovisión de su mundo, el cual es contado al revés en este libro.

En un artículo anterior, habíamos destacado el poder del signo verbal usado por dicho intelectual para reinventar la microcultura rural de la región Sur, República Dominicana. Habíamos afirmado que el campo semántico en “Larga vida” se cimenta en la construcción semiológica que expresa la portada, así como en el papel de los actantes, cuyas acciones y vivencias se relacionan con la eternidad.

En una segunda lectura de esta interesante novela, identificamos la ironía como hiperónimo que conjuga los hipónimos semiológicos y socioculturales de la novela. En esta ocasión, refutamos, en parte, nuestro propio artículo del 30 de diciembre de 2017 en Almomento.net, en el que sostuvimos que la eternidad era una constante en esta narración.

No es únicamente la longevidad la constante en la ficción sureña de Manuel Matos Moquete. Todo lo contrario, se trata de una ironía propia de un fino pensador iconoclasta de su estirpe. Los reflejos literales que en apariencia expresan una supuesta eternidad, lo que en realidad revelan es “la brevedad de la vida”, al estilo de Lucio Anneo Séneca.

El sarcasmo inicia justamente con el comienzo y el fin de los amores de Felito, el hijo del boticario, con Hiraida Ponciano. Es cierto que el amor que ella sentía por el novio de toda su vida era tan intenso que una hora en su ausencia significó toda una vida. Su acelerado amor fue tan inmenso que tan sólo en cinco días (para ella tal vez, diez décadas) se había casado con el agrónomo Olegario Valdez. Hidaida tenía muy poco tiempo que perder.

La ironía se traslada sutil y simultáneamente a los árboles que hospedaban a Vinicio  y a Felito, cerca del “El Palmar”. Siendo los árboles un símbolo de lo eterno, el que estos se marchitaran y no pudieran servir por más de tres o cuatro días de cobijo, expresa realmente esa finitud de la vida.

Aunque Vinicio tenía el doble de edad de Felito, su vida pudo ser mucho más breve de no haber asumido su trabajo como vendedor de la póliza “vida eterna”, lo que en realidad significaba vida efímera. Si Eljefe (como se escribe en la novela) hubiese descubierto, a través de su sistema de espías, que el supuesto empleo constituía una excusa para no pasar el tiempo en el parque municipal de “Vuelta Grande”, su vida, en vez de corta, se iba a convertir en una eternidad en la cárcel.

Esa es la misma finitud que termina con la existencia del poeta del pueblo. Bastó con identificar ciertos rasgos femeninos en Eljefe, y dramatizarlo públicamente, para que la gente se inventara todas las calumnias contra él, hasta quitarle la vida.

La ideología del poder es muy patente en el hecho de que los habitantes ligados al partido le tenían tanta lealtad al tirano, que no toleraban que nadie insinuara nada que no estuviera afín con sus intereses. Sin dudas, su cosmovisión giraba en torno al sistema de ideas del déspota. Los sustratos ideológicos asociados a la mitología se evidencian en los falsos nombres que las personas daban a sus hijos para evitar probablemente el maldeojos. Estos detalles constituyen elementos a partir de los cuales se monta la brevedad disfrazada de larga vida.

La brevedad es tan patente en esta novela que ni siquiera el censo pudo concluir eficazmente, ya que las personas del campo tenían muy poco tiempo para morir. Pasaban de más de ochenta años. Todos percibían el poco tiempo que les esperaba. En ese mismo lugar, la brevedad se evidencia en el momento en el que aquel joven campesino pretendía satisfacerse sexualmente. Los transeúntes le acortaron el tiempo.

La brevedad de la vida es la constante opuesta a la eternidad. Esta oposición se presenta hasta el final, puesto que el lector queda con el deseo de seguir leyendo, de volver sobre ella una y otra vez. Este detalle es notable en un artista del verbo, quien en breves instantes expresa tantos datos de la tradición cultural dominicana, sin ser este su fin primario.

Con esta segunda lectura es posible comprender cómo la vida misma es tan breve que no permite el desarrollo de todas las facultades del pensamiento. Los seres humanos perecemos sin haber desarrollado, tal vez, los mayores y mejores proyectos de la vida. Esa es la denuncia implícita que según infiero, contiene esta novela de Manuel Matos Moquete, la cual invito, una vez más, a su lectura.

Por supuesto, la narrativa de Manuel Matos Moquete no se limita a “Larga Vida”. Sus títulos cuentan alrededor de treinta producciones que a mi juicio no han sido explotadas de forma crítica por parte de los lectores nacionales. No estoy tan seguro de que los cineastas, guionistas y críticos literarios hayan hurgado en su pluma.

Aunque los textos de este autor son conocidos en la diáspora estadounidense y latinoamericana, sus obras merecen una mayor y mejor atención por parte de los gestores culturales nacionales, que les permitan colocarlos en el lugar que merecen, sin importar la antítesis, longevidad-brevedad, que matiza esta interesante novela.

 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *