Dominicanismos de Manuel Patín Maceo
Por María José Rincón
Manuel Antonio Patín Maceo nació en Santo Domingo el 17 de septiembre de 1895; hecho del que conmemoramos, pues, el 122 aniversario. Su retrato al óleo preside hoy la Casa de la Academia Dominicana de la Lengua y nos da la bienvenida a todos a la celebración del 90 aniversario de nuestra fundación.
Siempre agradeceremos la donación de este retrato a doña Mari Loli Pérez de Severino, a cuyas manos llegó en su condición de galerista de arte durante más de veinticinco años en Santo Domingo. La historia de cómo el retrato nos ha llegado es digna de su protagonista. Los nuevos administradores del otrora reputado Hotel Comercial, en la calle Hostos a esquina El Conde, encontraron durante su remodelación, arrumbado en un almacén este retrato y un antiguo álbum de fotografías.
En torno a la barra del Hotel Comercial, regentada por Juan Chea, se congregaba una tertulia de conocidas figuras capitaleñas. Una tradicional peña, plagada de contertulios intelectuales, abogados, empresarios, arquitectos, escritores y artistas plásticos, pintores, escultores, caricaturistas, germen de movimientos literarios y pictóricos. [Pintores como Tomasín López Ramos, Gilberto Hernández Ortega (surrealista, maestro de toda una generación de artistas), José Ramírez Conde, Virgilio García, Plutarco Andújar, Iván Tovar, Luichi Martínez Richiez, León Bosch, Eligio Pichardo, Joaquín García de la Concha; periodistas, como Gregorio García Castro, empresarios, como Manolín Alfaro o Frank Salcedo, abogados, como el puertoplateño Víctor Almonte, caricaturistas como Miches Medina, cuyas caricaturas de los personajes que visitaban la barra colgaban en las paredes del establecimiento; arquitectos como Gay Vega, Manolito Baquero, Gay Frómeta, Sancocho Marranzini; doctores, Rafaelito Martínez, Pedro Cruz].
La tertulia se celebraba como lo merecen todas las actividades realizadas con seriedad: en doble tanda con un receso, de 12 a 3 y de 5 a 10, hora en que el chino Chea, como nos cuenta José del Castillo, armado con un matamoscas espantaba a los contertulios al grito de «Fuera, borrachos».
Nunca sabremos si el principal aliciente de la peña eran los reputados ajíes rellenos de picadillo de su comedor, de los que se rumorea que eran los mejores del país. Tal vez el éxito se debía a que cada quien tenía su propia botella reservada, «cual medicina indispensable identificada con el nombre del «paciente» sobre un esparadrapo- en esta suerte de botica mágica».
En esta tertulia se encontraron Manuel Antonio Patín Maceo y Radhamés Mejía, el autor de su retrato, un destacado pintor y escultor. Desconocemos si el retrato fue fruto de un encargo, si fue una obra motu proprio o incluso si se trata de un retrato póstumo, pero con singular maestría Mejía logró que del lienzo emane la personalidad de nuestro primer lexicógrafo.
El 12 de octubre de l927 fue fundada la Academia Dominicana de la Lengua, por iniciativa de monseñor Adolfo Alejandro Nouel, arzobispo metropolitano de Santo Domingo. Nuestra Academia quedó integrada por doce miembros: presidida, por Monseñor Nouel, con Alejandro Woss y Gil como vicepresidente y Federico Llaverías como secretario, la formaban como miembros de número Cayetano Armando Rodríguez, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Alcides García Lluberes, Félix María Nolasco, Bienvenido García Gautier y Montebruno, Andrés Julio Montolío, Rafael Justino Castillo, Arístides García Mella, y Manuel Antonio Patín Maceo, que ocupó hasta su muerte el sillón F.
Como un juego literario protagonizado por las fechas señaladas. el 27 de febrero de l932 la Real Academia Española la acoge como academia correspondiente, aceptación refrendada en un acto celebrado en la antigua Casa de España de Santo Domingo, con la incorporación de seis nuevos miembros, entre los que se encontraban Max Henríquez Ureña, Ramón Emilio Jiménez, Enrique Henríquez, Rafael Conrado Castellanos, Juan Tomás Mejía Solier y Manuel de Jesús Camarena Perdomo.
Patín Maceo confesaba (Confesiones, 1925) que él acostumbraba a «mezclar el pensamiento con los latidos de mi corazón». Quizás por eso era Patín un apasionado confeso del Quijote, al que cuentan citaba largamente, y dueño de un particular sentido del humor, destacado por su hijo Enrique y por muchos de los que lo conocieron y fueron sus alumnos, fruto de su visión de la vida y de su conocimiento del ser humano.
Combinando humor y amor al Quijote decía Manengo, como era llamado afectuosamente, «en el patriotismo (a lo menos en el nuestro) suelen confundirse don Quijote y Sancho Panza; no es raro que el patriotismo se vea trasladado del alma al estómago. Por eso hay que poner a los patriotas de oficio en detenida cuarentena».
Patín Maceo demostró su patriotismo de alma con la redacción de su obra lexicográfica que representa, desde nuestro punto de vista, la obra fundacional de la producción lexicográfica dominicana y fundamental para entender nuestra lexicografía hasta nuestros días. Una obra producto de la toma de conciencia de la autonomía de las variantes del español americano respecto al español peninsular y que destaca entre las restantes obras dedicadas al léxico dominicano, en el mismo periodo histórico e incluso entre algunas posteriores, por su vocación de descripción general del léxico diferencial, sin aplicación de criterios restrictivos.
La obra Dominicanismos fue publicada por primera vez en 1940, con los auspicios de la Academia Dominicana de la Lengua. Agotada esta edición, en 1947 vio la luz una segunda. El texto íntegro de esta segunda edición fue el utilizado por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos para publicar una tercera en 1989. En esta ocasión se añadió la obra Americanismos en el lenguaje dominicano, que estaba inédita en forma de libro, componiendo ambas el tomo titulado Obras lexicográficas, considerado en su conjunto como «la base para los estudios contemporáneos del vocabulario y la expresión lingüística de los dominicanos».
Hasta la aparición de la obra de Patín Maceo solo contábamos con elDiccionario de criollismos de Rafael Brito, publicado en San Francisco de Macorís, en 1931, y que no deja de ser un glosario más bien rudimentario, compuesto por un aficionado, de usos propios del Cibao, especialmente usos fonéticos, que priman sobre los usos léxicos diferenciales.
Si atendemos a los criterios para la clasificación tipológica de un diccionario, la obra de Patín Maceo compone un diccionario de lengua dedicado al vocabulario dominicano contemporáneo a él mismo. Un diccionario restringido que se centra en el estudio del léxico de la variedad dominicana del español, como variante diatópica, al que, a su vez, se aplican distintos criterios para producir la diferenciación dominicanismos y americanismos en uso en la República Dominicana. Así se constituye su obra en un diccionario dialectal con dos partes, claramente definidas: a) las palabras y expresiones, o sus acepciones, que se reconocen como de uso exclusivo de la variedad dominicana; y b) las palabras y expresiones, o sus acepciones, cuyo uso no se considera exclusivo en la República Dominicana, sino que aparecen también en otras variedades del español. Como telón de fondo se mantiene siempre el criterio contrastivo fundamental: los elementos incluidos no deben tener uso en el español peninsular.
Las cifras hablan por sí solas de su trabajo: la obra Dominicanismosestá compuesta por 2666 entradas; mientras que los Americanismos en el lenguaje dominicano incluye 1765 artículos; un total de 4431.
Si consideramos la obra de Patín desde el punto de vista del nivel lingüístico contemplado, podemos describirlo como un híbrido entre el diccionario de uso y el diccionario prescriptivo. En él aparecen las dos tendencias tradicionales en los diccionarios dialectales del español de América: la inclusión de términos y acepciones diferenciados geográficamente y el interés preceptivo de corregir las palabras o giros considerados incorrectos por su falta de apego a la norma que en ese entonces se consideraba directriz: la norma del español hablado en España. La vocación docente de Manuel Patín Maceo diseñó la macroestructura de su obra con una doble vertiente: el testimonio de los dominicanismos y el registro, con una finalidad normativa y correctora, de los términos que él consideraba barbarismos. Esto responde a una tradición muy asentada en los diccionarios del español americano hasta bien entrado el siglo XX. De los 2666 artículos lexicográficos de Dominicanismos, 218 corresponden a artículos que podríamos considerar normativos, lo que representa un 8,17 %. Pero estamos ante un criterio normativo en una versión particular. No se trata de no incluir usos considerados incorrectos para que no se vean sancionados por el diccionario, sino de registrarlos para hacerlos visibles y proponer su eliminación.
Mariano Lebrón Saviñón, presidente de la Academia Dominicana de la Lengua en el momento de la última edición, pondera el papel de la isla de Santo Domingo en la formación del español americano y, con su agudeza habitual, considera imprescindible la la obra de Patín para el registro de la aportación dominicana al caudal léxico del español general: «También hemos enriquecido ese español, sonoro y cantarino, con un rimero de vocablos que, incorporados a otra multitud de americanismos, dan un nuevo caudal al habla». Por la triple condición de filólogo, profesor y poeta de Patín, se destaca la trascendencia filológica de su obra para el estudio del español dominicano y para la conformación de los diccionarios generales de americanismos.
Su hijo Enrique Patín Veloz acentúa su condición de educador y de amante de la lengua española, combinación que explica muchas de las características de su obra lexicográfica. Escribe su hijo que «su amor a las letras lo llevó a ser poeta y filólogo. Amaba dos cosas por encima de las demás: la belleza literaria y la pureza del idioma. […]Nadie, entre nosotros, consagró más horas de su vida ni puso más amor que él en la noble tarea de velar por la pureza de nuestro idioma».
La comisión académica designada para el estudio de la obra rindió su informe favorable meses antes de su publicación; en él enumeran las que consideran bondades de la obra (abundancia y autenticidad del material léxico, método, forma de expresión) y ponen el acento en la carencia de obras lexicográficas dedicadas al español dominicano: «La abundancia de palabras y frases del léxico vernáculo que forman el libro; la autenticidad de ellas; el método empleado; la correcta y sencilla forma adoptada; el delicado gracejo con que en muchos casos se disipa la natural aridez de la materia tratada; la fácil concepción que forma el lector de lo que va hojeando y por encima de todo la necesidad que había de un libro de este género, lo hacen harto recomendable a la protección más decidida».
Se destaca además en el informe la relevancia del aporte de Patín para el conocimiento de los dominicanismos, a los que se considera poco o mal representados en las obras lexicográficas, y del papel de los dominicanos en el buen uso de la lengua española en la República Dominicana, como parte de la comunidad hispanohablante: «[…] su libro servirá, sin duda, de orientación a todos, y dará a nuestra nación la parte que merece en el enriquecimiento del idioma, que ya ha dejado de ser primeramente castellano y después español, para ser, ahora y más tarde hispanoamericano».
El diccionario de Patín es un clásico lexicográfico. Ha dejado de ser una obra de consulta o de referencia para los hablantes actuales, porque no está construido con las características que se le exigen a un buen diccionario en la actualidad, pero continúa siendo nuestro primer diccionario, un clásico que además es de lectura muy entretenida precisamente por lo que la lexicografía moderna critica en un diccionario: la presencia evidente y constante del lexicógrafo. Su personalidad chispea, poco ortodoxamente, es cierto, en sus definiciones y en sus ejemplos. Con la lectura de sus trabajos lexicográficos queda confirmada la afirmación de su hijo: «El buen humor era su inseparable compañero».
Ya que es Patín hoy nuestro protagonista fundamental descubrámoslo entre los artículos de su diccionario. Las recomendaciones de uso de las palabras llevan incluidas, a veces, una pequeña diatriba personal, en tono sarcástico, un boche, digámoslo en dominicano, en el que aflora la personalidad de Patín:
AFFMO. Todos los días veo esta bárbara abreviatura de afectísimo y me pregunto cómo es posible que la gente no advierta el desatino. […] Proscríbase tal barbarismo ortográfico, que tanto desdice de las luces y los sesos de muchos intelectuales.
Ni siquiera la información sobre la etimología de las palabras lo oculta, ya sea con la elección de la adjetivación o con las explicaciones jocosas:
CACHACHEAR. Verbo imaginario, neutro y defectivo, sinónimo de sobreabundar […]. ¿Por qué circunstancia habrá nacido este peregrino verbo en el lenguaje dominicano? Averígüelo quien posea más luces que el hijo de mi padre.
Pero, si hay un elemento del diccionario en el que Patín se nos presenta vivamente y en los que se manifiesta con mayor libertad su personalidad, son sus ejemplos. Los ejemplos en un diccionario tienen una intención testimonial (esta palabra se usa) y didáctica (esta palabra se usa así). En muchas ocasiones estos ejemplos adquieren protagonismo sobre la definición, hasta el punto de llegar a convertirse en pequeñas narraciones anecdóticas o artículos de costumbres en miniatura.
Manuel Seco (2003: 300) exige que «las opiniones filosóficas, religiosas, políticas, estéticas, morales del redactor, sus sentimientos, sus circunstancias personales deben desvanecerse por completo detrás del tejido verbal de sus enunciados definidores». Patín Maceo se incumple esta máxima sistemáticamente. La constante vigilancia de la pluma que exige Julio Casares al lexicógrafo no es una prioridad para Patín y su personalidad está siempre presente:
LEVENTE. adj. Se aplica al vago y sin oficio: ¡mírenlo!, ¡desgraciao! Ve a trabajar y no andes de levente. (Frases con que regala una sirvienta al atrevido que le dice un pudendo piropo o le da un pecaminoso pellizco al pasar ella por su lado).
A Patín parecen no preocuparle estas restricciones de espacio con la que siempre tienen que lidiar los lexicógrafos. En ocasiones redacta como ejemplo un diálogo completo o un pequeño cuento:
MÁTENME CON. Frase en que sirviendo de término a la preposición un apelativo de persona o de cosa, indica uno la mucha afición a ellas […]. Eran tres jóvenes discretas y hermosas, y una vieja ya octogenaria, las cuales en apacible tertulia y acomodadas en sendas mecedoras, tenían por costumbre pasar las primeras horas de la noche. Las jóvenes hablaban de un nuevo invento; de unas pastillas dulces, que chupadas como caramelos, hacían que una mujer saliera encinta. Una era partidaria del nuevo procedimiento que tanto se apartaba del paradisíaco y tradicional de nuestros primeros padres. Otra era de parecer que el amor es necesario en la vida, y que las pastillas lo anulaban; y la otra, tímida e indecisa, decidió, para saber a qué atenerse, solicitar la autorizada opinión de la vieja, quien era toda oídos en este asunto de no escasa importancia para las hijas de Eva y para la especie humana. -¿Qué piensa Ud. mamita? ¿Está con el nuevo procedimiento? – A mí, dijo entonces la vieja, mátenme con el sistema antiguo. Además de las indicaciones gramaticales, Patín aporta en ocasiones ciertas informaciones que considera de relevancia ortográfica o gramatical y variadas recomendaciones de uso.
AMARILLITO, TA. adj. Dim. de amarillo. […] Es de notar que el pueblo dominicano emplea los diminutivos de nombres de colores, para indicar que éstos son vivos o intensos: azulito (muy azul), blanquito (muy blanco), coloradito (muy rojo), etc.
Los artículos de Patín están plagados de referencias culturales concretas que los anclan a un momento histórico determinado y que provocan su pérdida de vigencia con el paso del tiempo, pero que, al mismo tiempo, les aportan ese sabor particular que atrae a los aficionados, como yo, a leer diccionarios. Sucede así con las alusiones al precio de las cosas. Aunque el término siga en uso y la definición siga siendo válida, la inclusión del precio del viaje ancla la definición de conchar a un momento histórico determinado y la aleja de una perspectiva general:
CONCHAR. v.n. Entre chóferes, dedicarse a trabajar en automóvil de los que rinden servicio por diez centavos. Tomar tragos de cinco centavos.
La personalidad del lexicógrafo surge con frecuencia en el uso de adjetivos y adverbios valorativos o despreciativos, que suelen llevar una carga ideológica que nos remite a las concepciones morales, sociales y políticas del lexicográfico:
EMBURUJARSE. Tener amorosas e ilícitas relaciones un hombre con una mujer y viceversa.
Y qué decir de su recurso frecuente a la ironía. Aunque está reñida radicalmente con la máxima de neutralidad a la que debe aspirar la definición lexicográfica, la implicación del autor gracias a la ironía es evidente en algunas de sus definiciones y en muchos de sus ejemplos:
MACANA. (Amér.). f. Garrote grueso de madera dura y usado con mucha gracia por la policía.
CHEMBA con CHEMBA. loc. adv. En erótico deleite. Si hay dos novios, lo que no es raro, que se besan, lo que tampoco es raro, suele decirse que están chemba con chemba.
De Patín se recuerdan su siempre pronta respuesta, su sonrisa de bondad cautivadora, su saber sin alardes, su mirada complaciente, y las frases chispeantes con las que respondía jovialmente a los saludos, aderezados con el calificativo de «muchachito».
Nuestro recordado y admirado Mario Lebrón Saviñón afirmaba que «fue Patín Maceo el que con mayor autoridad llegó al recinto donde nuestra habla debía preservarse en su prístina brillantez, porque él era en aquel momento, y lo fue hasta su muerte, el primer gramático y filólogo de nuestra Patria y uno de los más destacados en nuestro mundo hispánico».