Aporte de Manuel patín maceo al estudio del léxico dominicano
Por Bruno Rosario Candelier
Esta sesión académica forma parte de la conmemoración de los 90 años de la instalación de la Academia Dominicana de la Lengua.
Cuando la ADL se funda el 12 de octubre de 1927 en la capital dominicana, mediante la convocatoria del arzobispo de Santo Domingo, Mons. Adolfo Alejandro Nouel, en los años previos y subsiguientes a ese tercer decenio del siglo XX entre los hablantes dominicanos eran los escritores quienes le ponían atención a la lengua, es decir, el estamento literario de la intelectualidad dominicana se preocupaba por el conocimiento de su idioma para manejarlo mejor y, desde luego, los narradores, ensayistas, dramaturgos y poetas estudiaban la lengua desde el punto de vista lexicográfico, gramatical y ortográfico para lograr un uso ejemplar de la lengua.
Generalmente los escritores usan las palabras con propiedad, corrección y elegancia, y en tal virtud tienen conciencia de lo que supone usar bien la lengua para hacer del lenguaje un uso ejemplar. El ideal del buen decir, inscrito en la conciencia de los buenos hablantes, es una inquietud genuina entre intelectuales, escritores y académicos.
Esa es la razón por la cual en el mundo hispánico los escritores constituyen el modelo con el que pueden contar los hablantes para conocer el uso ejemplar de la lengua. Lo fue en el pasado y lo es en el presente. Y por esa razón las Academias de la lengua toman en cuenta la obra de los escritores para ilustrar con muestra de sus textos los usos lingüísticos que presenta como modelos del buen decir.
Cuando se funda la Academia Dominicana de la Lengua se hace justamente con un fin muy específico: promover el estudio y el conocimiento de la naturaleza de la lengua española. Los miembros fundadores eran hablantes preocupados por el mejor desempeño de su lengua. En la intención de los fundadores de la Academia figuraba el objetivo de que los escritores no solo se dediquen a escribir textos ejemplares, sino que también enfaticen el estudio de la lengua y escriban sobre la lengua, sobre la sintaxis de nuestra lengua, sobre la escritura correcta y el significado de las palabras, porque cuando los escritores usan las palabras con un propósito creador generalmente las emplean para escribir textos de poesía y ficción, así como tratados didácticos y científicos, cartas y discursos, documentos y testimonios en los que manifiestan el manejo de la lengua.
Desde luego, para hablar o escribir sobre aspectos fonéticos, lexicográficos o sintácticos sobre el español dominicano se necesita hacer un estudio especializado del idioma ya que identificar la identidad léxica de un vocablo, definir su significado, señalar la recta redacción de un párrafo o pautar la forma correcta de su escritura, requiere un conocimiento lexicográfico, gramatical y ortográfico que debe tener quien se propone realizar esa tarea.
Entre los primeros académicos de la Academia Dominicana de la Lengua hubo tres importantes escritores que le pusieron especial atención al estudio de nuestro lenguaje: ellos fueron Manuel Patín Maceo, Ramón Emilio Jiménez y Emilio Rodríguez Demorizi.
Emilio Rodríguez Demorizi sobresale entre nuestros grandes historiadores y, gracias a su devoción por el español dominicano, dedicó buena parte de su tiempo al estudio de nuestro idioma. De su pluma brotaron Refranero dominicano, Del vocabulario dominicano y Lengua y folklore de Santo Domingo. Por su parte, Ramón Emilio Jiménez, reconocido pedagogo, poeta y ensayista, escribió varios libros sobre nuestro lenguaje, como Savia dominicana, Del lenguaje dominicano y Al amor al bohío, obras con valiosas observaciones sobre nuestro lenguaje. Y Manuel Patín Maceo fue el primero de los académicos dominicanos en estudiar nuestra lengua.
El primer escritor dominicano en abordar el estudio de nuestra lengua fue nuestro gran humanista, crítico literario y ensayista, Pedro Henríquez Ureña, quien escribió tres libros sobre nuestro lenguaje: Las letras en Santo Domingo colonial, Las corrientes literarias en Hispanoamérica y El español en Santo Domingo. El segundo fue Rafael Brito, el primero en confeccionar entre nosotros un glosario de voces dominicanas, obra que dio a conocer en San Francisco de Macorís en 1931 con el título de Diccionario de criollismos. Y el tercero fue Manuel Patín Maceo, que en 1940 publicó en la capital dominicana el Diccionario de dominicanismos con el aval de la Academia Dominicana de la Lengua (1).
En el Diccionario de dominicanismos el académico dominicano puso especial atención al significado de las palabras, aunque también enfocó la dimensión gramatical en su abordaje del habla criolla. Fundamentalmente su atención estaba centrada en las palabras ya que consignaba la escritura de los vocablos, definía su significado y consignaba ejemplos de uso para su mejor comprensión lexicográfica cuya disciplina lingüística, la lexicografía, entonces estaba en sus pañales como ciencia de las palabras.
Cuando Manuel Patín Maceo dio a conocer la colección de dominicanismos, que publicó la Academia Dominicana de la Lengua en su Boletín No. 2, fechado en marzo de 1940, fue también la primera producción lexicográfica de Manuel Patín Maceo (2).
En su condición de miembro fundador de la Academia Dominicana de la Lengua, Patín Maceo es nuestro primer académico de la lengua en realizar estudios lexicográficos, que publica en ese boletín.
En este mismo órgano de difusión de la ADL hay también un trabajo de Ramón Emilio Jiménez, y su discurso de ingreso a esta Academia. En dicho discurso entre otras cosas dice: “No veo cómo, habiendo tenido este país, como los otros pueblos de América, sus grandes luchas en la formación de su personalidad y Estado independiente, y en las demás necesidades del progreso, y desempeñado un papel tan importante en la historia de la civilización de América, sea el que menos aportación de americanismos haya hecho a la rica lengua de Cervantes. Lo que ha pasado es que la Repúblico Dominicana es un pueblo casi desconocido de las demás pueblos de la tierra. Es ahora cuando se comienza a estudiar su vocabulario, y por eso apenas consignan los diccionarios voces y acepciones típicas de nuestro medio. En mis estudios acerca del lenguaje popular criollo he comprobado la existencia de gran número acepciones que tienen aquí los verbos castellanos” (3).
Advierte el citado filólogo el hecho de que son ellos, es decir, Manuel Patín Maceo, Emilio Rodríguez Demorizi y el propio Ramón Emilio Jiménez, que en su condición de académicos de la lengua, los que primeros en dar cuenta de cómo es el léxico de los dominicanos.
Desde el comienzo de su participación pública como profesor y escritor, Manuel Patín Maceo abordó las manifestaciones escriturales para enfocar el estudio de las palabras, y asume el lenguaje dominicano como materia de su estudio y, desde luego, la suya es la primera muestra de estudio de nuestro lenguaje de nuestros primeros académicos y de escritores dominicanos también. Con razón escribió el padre Robles Toledano: “Nadie como él supo acertar en eso de buscar y encontrar los exactos cotejos entre nuestras locuciones idiomáticas y las raíces hispánicas en que habían tenido origen” (4).
Otro aspecto importante en la obra de Manuel Patín Maceo como lexicógrafo es el hecho de su énfasis en la raíz hispana de nuestro léxico, y le puso atención a las dos vertientes lexicográficas que se canalizan en los dominicanismos léxicos y los dominicanismos semánticos. Los dominicanismos léxicos son las palabras creadas por los hablantes dominicanos, como “pariguayo”; y el dominicanismo semántico se refiere al significado peculiar y diferente que una palabra de la lengua española tiene en el lenguaje del español dominicano. Es importante esa diferencia porque es una manera de dar a conocer una vertiente significativa del habla de un país, del lenguaje de una comunidad y de la creatividad de nuestros hablantes. Esas diferencias tipifican las diversas variantes de la lengua española en el mundo hispánico-
Un aspecto interesante en Patín Maceo es el hecho de que él ponderaba con mucho entusiasmo y mucho interés el habla del pueblo dominicano, y lo ponderaba de una manera especial, porque él decía que nuestro lenguaje enriquecía la lengua española, y es cierto, ya que es una peculiaridad de cada una de las variantes idiomáticas de los países hispanohablantes de América, África y Asia.
Nuestro país recibió hacia finales del siglo XV y principios del siglo XVI el legado lingüístico hispánico directamente de los primeros españoles que poblaron esta isla, la Española, porque fueron españoles los colonizadores de América, quienes nos legaron su lengua, su religión y su cultura.
Los primeros hablantes en la etapa inicial de las colonias americanas hablaban como se expresaban esos primeros españoles. Con el paso de los años el influjo de la realidad natural, el impacto de la realidad sociocultural y la huella de las vivencias autóctonas que produce entrar en contacto con hablantes en diferentes comunidades, forma parte del acervo cultural de una lengua, con una historia, una idiosincrasia y un talante sociocultural. Todo ese caudal de vivencias, de historia, de acontecimientos, de circunstancias diversas son las que van nutriendo la lengua, porque la lengua se nutre de la realidad social y la realidad cultural. Son los hablantes los que van enriqueciendo y modificando su lengua cuando inventan un nuevo término o cuando asignan a las palabras del acervo común un nuevo significado e incluso cuando cambian el significado que originalmente tuvo ese vocablo, porque en la historia de la lengua española hay palabras que usamos ahora, que proceden de los siglos XIII, XIV, XV y XVI de la lengua española que en aquella época tenían un significado que ahora nosotros desconocemos, porque con la evolución va propiciando la lengua un contacto con diversos hablantes, con los cambios que van introduciendo las nuevas generaciones, razón por la cual las palabras también terminan cambiando, porque la lengua es una expresión de la dinámica cambiante de la sociedad. Nunca ningún idioma se divorcia de la realidad sociocultural, ya que es un testimonio cabal de cómo es la realidad social, de cómo piensan y se expresan sus hablantes, de la visión del mundo que tienen los usuarios de la lengua, de la idiosincrasia de cada uno de sus interlocutores y, sobre todo, del talante cultural, que es lo propio de la cultura de un pueblo, y en eso la lengua es riquísima en sus manifestaciones lexicográficas e idioléxicas, no solo en el campo del léxico, sino también en el campo fraseológico, de tal manera que hay refranes, adagios, sentencias, máximas, proverbios, locuciones, frases y giros idiomáticos que heredamos e inventamos los hablantes, y todo eso enriquece la lengua, y eso era lo que le llamaba la atención a Patín Maceo, dimensión fonética, lexicográfica y semántica que él estudió y abordó, y a eso dedicó su talento: a estudiar lo que nos distinguía como hablantes, y dio su aporte a partir del legado que publicó y del influjo que sembró como profesor, como escritor y, sobre todo, como lingüista.
Entonces, el aporte de Manuel Patín Maceo constituye el primer legado que oficialmente consigna esta Academia Dominicana de la Lengua como parte del estudio del español dominicano que ha emprendido esta institución, porque cuando se funda la Real Academia Española en 1713 en Madrid, en sus estatutos se consigna el concepto de que la corporación del idioma se fundaba para propugnar por el estudio de la lengua y el cultivo de las letras.
Esos dos objetivos han sido asumidos por todas las Academias de la Lengua Española, creadas en la América española, en Filipinas de Asia y en la Guinea Ecuatorial de África, y esta Academia asumió esos dos objetivos desde su fundación. La actual directiva de la ADL le ha dado seguimiento a los trabajos que los miembros fundadores le dieron cuando decidieron asumir la misión de la RAE para el estudio de la lengua española en el mundo hispánico, porque cada país es la continuación de esa herencia cultural, del legado lingüístico de nuestros predecesores, y nosotros estamos llamados a darle vigencia a ese hermoso legado que hemos heredado de nuestros antepasados.
La mejor forma de darle vigencia y respaldar ese hermoso legado cultural es dedicarnos al estudio de la lengua y al cultivo de las letras.
El conocimiento de la lengua es una materia que requiere disciplina, estudio y dedicación. Como hablantes, estudiosos y académicos de la lengua, nos corresponde velar por la lengua española, y en tal virtud estamos llamados a potenciar el conocimiento del sistema de signos y de reglas de nuestro idioma. Nuestra mente crea una plataforma léxica y un patrón gramatical de la estructura léxica y sintáctica de la propia lengua, de tal manera que hay la gramática de la lengua la asimilamos automáticamente. Esa es una misteriosa operación que realiza nuestro cerebro de una manera inexplicable para nosotros, pero es algo que realiza la generación idiomática de nuestra mente. De manera que cuando el hablante usa un sustantivo y un verbo para formar una oración o cuando elige cualquier otra parte de la oración lo hace automáticamente y aplica una pauta gramatical en la conformación de su lenguaje verbal. La operación idiomática que el hablante ejecuta, es algo que sabe hacer al formalizar una expresión, pero no podría dar una explicación de la actividad lingüística cuando aplica las artes del lenguaje al hablar, escuchar, leer y entender, porque son los gramáticos los que tienen la capacidad de describir la estructura formal del lenguaje que aplica el hablante cuya fórmula internaliza en su conciencia. Esa operación verbal la realiza el conductor lingüístico del cerebro, inconsciente para nosotros, pero real y efectiva para el cerebro humano cuando la mente se dispone a hablar, escribir o interpretar lo escuchado o leído. Cuando estudiamos la gramática de nuestra lengua intentamos profundizar en la complejidad de nuestra lengua para entender la estructura idiomática que aplicamos intuitiva e inconscientemente. Lo mismo acontece cuando la mente elige los vocablos con los cuales comunica lo que quiere expresar.
El hablante sabe usar un adjetivo y aplicarlo al sustantivo, pero a la mayoría de los hablantes no les pregunten cómo se define un adjetivo, ni qué es lo peculiar del sustantivo porque no lo van a saber. Muchos no pueden apreciar la diferencia entre un sustantivo y un verbo, o entre un adverbio y una preposición ya que desconocen la naturaleza peculiar de las partes de la oración, aunque sepan aplicarla en el habla. Ese conocimiento lo tiene el gramático y quien estudia la lengua.
Esas inquietudes idiomáticas y gramaticales concitaron el talento intelectual de Manuel Patín Maceo, que tiene el mérito de ser el primer académico dominicano en consagrarse al estudio de nuestra lengua con un aporte a partir de las observaciones a la forma de expresión de nuestros hablantes. Patín Maceo era un gran observador de nuestra realidad idiomática, lo que se puede inferir por cuanto hizo como escritor, como estudioso de nuestra lengua, como profesor y como intelectual consagrado al estudio de nuestro vocabulario.
Patín Maceo entendió que enriquecer la cultura de la lengua era enaltecer no solo nuestra condición de hablantes de una hermosa lengua, sino nuestra misma condición humana, porque la categoría humana viene enaltecida por nuestra condición de hablante. Nosotros somos, como seres humanos, privilegiados dentro del conjunto de los seres vivientes, porque los animales y las plantas, que son nuestros congéneres como seres vivos, no tienen el don de la palabra como lo tenemos nosotros, y ese es un privilegio que a veces olvidamos: el inmenso privilegio de saber hablar, de usar y crear sonidos y sentidos con un propósito creador, de entender a nuestros hablantes y comprender lo que leemos o escuchamos. Ese es un privilegio que enaltece la condición humana.
Manuel Patín Maceo lo entendió claramente y por eso se dedicó a promover el estudio de la lengua, a sembrar inquietudes lingüísticas en nuestros hablantes, a crear conciencia de lengua en profesores, estudiantes, intelectuales y escritores justamente para enriquecer el legado recibido de la cultura hispánica, de la que formamos parte en esta porción insular del Caribe hispánico.
Fue justamente aquí, en este suelo antillano, en esta isla quisqueyana y caribeña donde por primera vez se habló en América la lengua de Berceo, Cervantes y san Juan de la Cruz; aquí comenzó a cultivarse y de aquí comenzó a expandirse por toda la geografía americana. Ese es otro privilegio que tenemos en nuestro país y por esa razón esta Academia Dominicana de la Lengua valora el aporte de Manuel Patín Maceo, le da seguimiento a esa tradición y continúa esa trayectoria mediante la labor lexicográfica, labor continuada con logros tangibles puesto que hemos publicado el Diccionario del español dominicano, el Diccionario fraseológico del español dominicano, el Diccionario de símbolos y el Diccionario de mística. Seguiremos impulsando el conocimiento del legado hispánico de nuestra lengua para hacer crecer esa herencia idiomática y potenciar en nuestros hablantes y escritores la conciencia de lengua para que sigamos creciendo idiomáticamente, enriqueciendo el caudal de nuestro léxico y la belleza de nuestro lenguaje para aumentar el aporte de nuestros hablantes al desarrollo de nuestra lengua mediante el lenguaje del buen decir.
Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, 26 de septiembre de 2017.
Notas:
1. Manuel A. Patín Maceo, “Dominicanismos”, en Boletínno. 2, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 1940, 31.
2. La Sociedad Dominicana de Bibliófilos publicó en 1947 una segunda edición de Dominicanismos, de Manuel Patín Maceo. Y en una nueva edición de 1989 la dio a conocer añadiendo Americanismos en el lenguaje dominicano.
3. Ramón Emilio Jiménez, “Discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua”, en Boletínno. 2, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 1940, p. 69.
4. P. R. Thompson, “Ni Patín ni el barrio han muerto”, en Boletínno. 4, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, octubre-diciembre de 1968, p. 15.