Las lágrimas de mi papá, de Miguel Solano
Por Rafael Peralta Romero
En Las lágrimas de mi papá, Miguel Solano construye sus historias como si fuera un niño contando sus aventuras e intrepideces, pero incluyendo y magnificando las acciones que en su presencia realizan los adultos. Los niños suelen ser unos delatores perfectos porque ellos no calculan las consecuencias que entraña la información de determinados hechos.
El niño como narrador de cuentos y novelas para adultos no es de empleo frecuente, pero se trata de un recurso que imprime sencillez y gracia a los sucesos que ocurren ante el narrador infantil, quien nada tiene que ocultar, porque ve con naturalidad y ajeno de juicios las acciones de los adultos, aunque el lector sepa que se trata de hechos afrentosos: crimen, infidelidad conyugal, robo.
En este libro de Solano es un niño quien narra, pero un niño que el autor hace grande cuando quiere ponerlo a relatar hechos complejos que se suceden en el poblado San Miguel, lugar real que parece de ficción, pues constituye una inmensa cantera de anécdotas y sucesos extravagantes que el autor cuenta con asombrosa naturalidad.
Me parece que es la naturalidad la condición predominante en este libro, formado por diez relatos o capítulos imbricados por un entronque común, en los que predomina el protagonismo de Félix Solano, llamado también Don Solano, a través de sobresalientes historias referidas por uno de sus hijos, Miguel.
Las lágrimas de mi papá es un libro justamente descriptivo y emocionante. Debo precisar que la descripción a que me refiero, poco tiene que ver con la pintura verbal del espacio físico en el que se desarrolla la obra, se trata más bien de la presentación de sentimientos y actitudes de los personajes, con profunda incursión en su sicología y acertada caracterización de los mismos.
Esta breve novela de Solano, cuya primera edición apareció en noviembre de 2005, es un libro de aparente simpleza, por la llaneza de su prosa y por la cotidianidad de los hechos que rodean a la familia Solano. Digno de observación es, por ejemplo, lo que apunta el narrador en torno a los esposos Solano después que el padre descalificara a un pretendiente de su hija Nuris Raquel, por viejo y ladrón. Veamos:
“Cuando estuvo en el ejército, papá había estudiado a Napoleón. Aprendió del genio militar francés que la única guerra que se gana huyendo es la que se libra contra una mujer. Mamá, por circunstancias de la vida, se llamaba Josefina; se paró del asiento, se puso su sombrero… y se marchó, sin decir hacia dónde”. Pág. 58.
Don Solano es un tipo de patriarca en la comunidad de San Miguel, en Hato Mayor del Rey. Entre cañaverales, tráfico de haitianos, trabajadores del ingenio, enredos amorosos y extrañas creencias, mantiene su negocio como centro en torno al cual giran todos y funge, sin que nadie lo haya designado, como un impartidor de justicia, un guía ilustre o el padre de todos en San Miguel.
Es una “novela vivencial”, como ha expresado el escritor y académico Ramón Emilio Reyes, en el comentario de contraportada de la tercera edición, correspondiente a editorial Santuario. Y tal vez –creo yo- se pase de vivencial, pues Solano involucra en la obra a toda su familia, con nombres y apellidos y fotografías de sus padres y abuelos.
Desde su título, se anuncia la nostalgia que se esparce por el libro. Pero no sólo el padre llora:
“Me monté en el vehículo y éste empezó a correr, tras él, dejando una hilera de universos, iban las lágrimas de mi papá”. Pág. 21.
La hija mayor también derramará lágrimas:
“Nuris Raquel estalló en lágrimas diciendo que ella jamás se casaría con semejante mequetrefe. Petronila e Iris Altagracia, viendo que ellas podrían verse en parecida situación, lanzaron gritos en su respaldo”. Pág. 59.
La madre también ha de llorar. “Las lágrimas de las madres tienen el poder de paralizar las olas del mar, paran la circulación sanguínea, paran los buenos o malos deseos y golpean a uno en su interior como si lo sacaran de su universo…” Pág. 63.
La novela Las lágrimas de mi papá incluye desgarramientos, muertes, mitos, dolor y la desgracia ocasionada por la torpeza del padre, el patriarca Don Solano, al desmedrar el patrimonio familiar. Pero al final, para que no muera la esperanza, se imponen el perdón, el amor y de nuevo brotan las lágrimas:
“Papá nunca había escuchado semejante confesión y empezó a llorar. Ya yo no era el niño de doce años que había visto aquel espectáculo en el que el cielo y la tierra se me desplomaron”.
© 2017, Rafael Peralta Romero.