La intuición lingüística

Por Bruno Rosario Candelier 

A Guillermo Pérez Castillo,

cultor del ordenamiento gramatical.

Presentación de El genio de la lengua

Las palabras de presentación pronunciadas por Rafael Peralta Romero fueron precisas, didácticas y edificantes porque él sabe captar el sentido y el propósito de este libro de ensayos lingüísticos.

En el título El genio de la lengua (1), la palabra “genio” no alude al concepto que habitualmente entendemos cuando escuchamos “fulano es un genio en ciencia cuántica” o “zutano tiene mal genio”. El sentido que le doy al vocablo “genio” en este título aplicado a nuestra lengua equivale a ‘espíritu’, ‘aliento’ o ‘patrón’: “El genio de la lengua”. Todas las lenguas tienen un genio, es decir, un espíritu, un aliento, un patrón o unas características que perfilan su naturaleza como idioma. El nuestro, el idioma español, tiene un genio muy particular derivado de fuente primordial. Nuestra lengua es una derivación de la lengua latina y en tal virtud conserva gran parte del genio peculiar del latín, porque el 70% de nuestro vocabulario procede del latín. De todas maneras, las voces latinas adquirieron entre los castellanos no solo una nueva pronunciación, sino también una nueva matización semántica en su significación, y esos aspectos marcan el genio específico del español, es decir, el espíritu particular o el patrón idiomático que lo distingue del inglés, el alemán, el turco o el ruso; inclusive tiene un matiz diferenciador de otras lenguas neolatinas, es decir, de los idiomas que proceden del latín, que además del español, son el italiano, el francés, el portugués, el rumano y otros.

Nosotros, como hablantes del español, hemos asumido el genio de nuestra lengua con su realización lingüística. Desde el momento en que aprendemos un idioma, asimilamos su espíritu, su genio, su patrón idiomático. Hay un patrón lingüístico que conocemos justamente a medida que nos vamos adiestrando en su conocimiento mediante el uso del vocabulario, la aplicación de la pauta sintáctica de unir una palabra con otra para formar una oración, la pronunciación de las palabras con un acento fonético peculiar o la redacción de la escritura según la norma ortográfica de nuestra lengua.

Cuando el niño va creciendo en una comunidad o en un ambiente determinado, va asimilando el genio de la lengua, lo que indica que no hay que estudiarlo para captar el genio idiomático de nuestro lenguaje, ya que el espíritu de un idioma se asimila de manera automática mediante una inferencia que hace nuestro cerebro al captar los sonidos de las palabras, al entender el significado de las voces, al aplicar la combinación de las palabras para darle sentido al mensaje. Lo que hay que estudiar es el sentido de las palabras y la normativa de la escritura correcta para tener un dominio de la lengua. Los usuarios de la lengua de una región, un país o una comunidad asimilan la estructura de la lengua, pero cada uno de los hablantes se ve en la necesidad de estudiar lo que ha asimilado socialmente a través de sus mayores y eso es lo que hacemos en la escuela y en la universidad o cuando estudiamos una obra gramatical o consultamos el diccionario de nuestra lengua. Desde que ingresamos a la escuela nos enseñan las reglas del español, es decir, la pauta normativa para mejorar el conocimiento de nuestra lengua. Desde luego, un hablante no tiene que saber, por ejemplo, la diferencia entre un adjetivo y un sustantivo. Importa que el hablante sepa usar el adjetivo adecuadamente y emplee con propiedad el sustantivo y los verbos, aunque no sepa definir las características del adjetivo, el sustantivo o el verbo. En eso falla nuestro sistema de enseñanza porque se insiste más en el aspecto teórico que en el aspecto práctico del uso, en vez de enfatizar la práctica del lenguaje mediante ejercicios de pronunciación, tareas de redacción, desarrollo de composición o interpretación de textos o práctica de conversación para el desarrollo de la creatividad mediante la palabra. La dimensión teórica debe conocerla especialmente quien enseña y eso justifica la existencia del estudio de la lengua española en todos los niveles y, sobre todo, en el nivel especializado de la licenciatura, la maestría o el doctorado, pero lo que quiero subrayar es el hecho de que nosotros, como hablantes de la lengua española, estamos en la obligación de lograr el más alto conocimiento que nos sea posible mediante la lectura, el estudio de la gramática y la ortografía, el conocimiento del vocabulario o la creación de textos para convertirnos en hablantes ejemplares.

Los hablantes ejemplares son los hablantes cultos y casi siempre los hablantes cultos aparecen en el ámbito de la literatura entre poetas, narradores, dramaturgos, ensayistas, críticos literarios y en intelectuales que no son escritores, pero son hablantes cultos, porque han estudiado la lengua y algunos saberes en virtud de una conciencia intelectual, como “la conciencia de la lengua”, que es un aspecto muy importante que hay que enfatizar, porque cuando desarrollamos la conciencia de nuestra lengua nos interesamos por conocer mejor la naturaleza de nuestro idioma. Por eso suelo citar un pensamiento de Pedro Salinas sobre la importancia del estudio de nuestro idioma: “Está el hombre junto a su lengua como en la margen del agua de un estanque que tiene en el fondo joyas y pedrerías, misterioso tesoro celado. Las mirada no suele pasar del haz del agua donde se reflejan las apariencias de la vida, con belleza suficiente; pero el que hunda la mano más allá, más adentro, nunca la sacará sin premio” (2).

Alude el escritor español al hecho de adquirir un conocimiento de nuestra lengua con un particular interés y una vocación por el conocimiento de la palabra, por la valoración de la expresión, por el dominio de la escritura, conocimiento que podemos adquirir según el tiempo que le dediquemos al estudio de la lengua, porque hay que dedicarle tiempo y cultivo. Por ejemplo, si escucho a alguien que usa la palabra “medrar” y desconozco lo que significa esa palabra, no podría entender el contenido del mensaje. En ese caso se recomienda consultar el diccionario. Alguien de un modo impreciso podría decir que el sentido de ese vocablo se le parece a miedo. Y no es así. Lo que hay que hacer es buscarla en el diccionario. Cuando uno desconoce una palabra, buscar su significado en el diccionario es la mejor forma de conocer su significado preciso, porque de un modo automático conocemos cientos de palabras, pero hay muchas voces del español que ignoramos, y a veces hemos aprendido palabras de un modo impreciso, con un concepto divorciado del significado que esa palabra tiene, que es una forma de replicar un aprendizaje inapropiado.

Entre varios aspectos a ponderar en este libro está el concepto de energía, ya que en la palabra va implicado una forma de energía, una poderosa energía creadora. En verdad, todo es energía. Nuestra creación entraña una energía. La palabra encarna una energía, una energía divina ya que es una dotación proveniente de la Divinidad con el dispositivo neurológico que activa nuestra conciencia, concepto que originalmente lo intuyó Heráclito de Éfeso cuando inventó la palabra Logos para referirse a nuestra capacidad intelectual para reflexionar, intuir, crear y hablar. Por eso sostengo que la palabra implica la energía interior de la conciencia.

Cuando Heráclito cifró en el Logos la potencia de la inteligencia humana entendió que se trataba de una “energía divina”, ya que ese poder de la mente genera una singular energía que nos diferencia de los animales y las plantas, pues no poseen el Logos que nos identifica y, por tanto, no pueden reflexionar, intuir, hablar y crear. Nosotros poseemos Logos y en virtud de esa dotación de la conciencia tenemos varias capacidades, como el poder de reflexión, de intuición, de expresión y de creación.

Nosotros somos una poderosa energía que formamos parte de la energía cósmica. Cuando nuestra energía entra en contacto con la energía del Universo, el ser humano experimenta una particular sensación y una singular experiencia de la conciencia, porque comienza a sentir algo especial en su vinculación con el mundo, en su comunión con el alma de lo viviente, y eso lo manifiesta a través de la palabra como suelen hacerlo los creadores de poesía y de ficción.

Lo que  manifiesta la palabra, que es una consecuencia del “genio de la lengua”, es justamente la expresión de la creatividad que se desarrolla en nosotros en virtud de la palabra, por la palabra y con la palabra, y eso es lo hermoso de nuestra condición humana, dotación que está a nuestro alcance con la opción de potenciar esa singular condición de nuestra existencia como seres humanos con poder de intelección, valoración y creación.

Hay muchos aspectos implicados en El genio de la lengua, porque en este libro hay varios estudios vinculados con las tres grandes vertientes de la lengua, como la dimensión léxica, ortográfica y sintáctica de la palabra. Hay varios planteamientos concurrentes porque todo escritor sabe que el instrumento de su creación es la lengua cuya posesión entraña una compenetración sensorial, intelectual, emocional, imaginativa y espiritual con la sustancia de un decir que procede de nuestro ser profundo, no solo por su conexión con el ser de las cosas, sino con la misma palabra que es nuestro mejor vinculo para conectarnos con los hombres y las cosas, y comunicarnos con la fuente primordial de la palabra, que es la Energía espiritual del mundo que encarna la Divinidad.

Hemos recibido de la Divinidad, a través de unos circuitos especiales en determinadas células de nuestro cerebro, la capacidad para tener Logos. Observen ustedes que nuestros convivientes en el Cosmos son los animales y las plantas; pero los animales y las plantas carecen de Logos, porque la energía de la conciencia se manifiesta en la capacidad intuitiva de reflexión y creación, que animales y plantas no tienen porque no pueden formalizar intuiciones ni conceptos ya que no tienen Logos. Ciertamente ellos tienen capacidad de comunicación, porque tienen un lenguaje. El lenguaje de los animales y las plantas es diferente al de nosotros; pero no tienen lengua, y la lengua se funda en el Logos, que genera la potencia espiritual de la conciencia.

Pues bien, vamos a tener un conversatorio con quienes quieran hacer alguna pregunta o formular algún comentario sobre lo que Rafael Peralta Romero y este servidor hemos dicho en esta sesión.

El aliento inspirador de la palabra

    –Jesús Losada: Quiero agradecer, como profesor de estos alumnos, la presencia del doctor Bruno Rosario Candelier. Retomando su discurso, que me parece magnífico, hay un texto salomónico del siglo VII, que a la pregunta de qué es la palabra, responde: “Aliento, espíritu”. Y cuando le preguntan cómo podría retener ese aliento, dice: “Mediante la palabra”.

El Logos es un tema muy importante. Esa energía divina, como ha dicho don Bruno, se transforma en palabra, en aliento, en espíritu. También existe el concepto de comunión. La comunión en la misa tiene el sentido de comunicar. Yo creo que ese es el mensaje que nos conmueve, que enviamos una obra de creación al mundo y entra en acto de comunión con el otro. Eso verdaderamente es un mensaje alentador el que nos transmite don Bruno Rosario Candelier (3).

BRC: Es un concepto sugerente, que se relaciona con lo que planteaban los antiguos pensadores presocráticos.

   Jesús Lozada: Ciertamente. Sería interesante enfatizar el concepto de “aliento”, que el doctor Rosario Candelier refirió. El rey Salomón, que tenía fama de sabio y de profeta (en árabe se dice Suleyman, ‘hombre de gran sabiduría y poder’, dueño de un harén de hermosas mujeres en el que tenía de concubina a la hija del Faraón), le preguntó a los Afrit (los espíritus de fuego, genios y demonios de la mitología del desierto): -¿Qué es la palabra? Y el Afrit contestó: Fa- qala: Rihun la tahqa (“Un soplo pasajero, el aliento que se va”). -¿Y cómo podría retenerlo? A lo que contestó: Qala-al-Kitabatu (“mediante la escritura”).

BRC: Efectivamente, ese “soplo espiritual” (SpiritusRihum o Ruah para latinos, árabes y hebreos, respectivamente, equivale a la Musa de los antiguos griegos, al Soplo de la cultura hebrea y al Inconsciente colectivo de la psicología moderna), ya que es el aliento inspirador que desde siempre ha soplado en la mente de poetas, místicos y contemplativos. Y es la potencia que activa la energía interior de la conciencia y atiza el poder de la intuición, que comienza con la intuición del lenguaje para hacer posible nuestra creación.

   Procuremos ese aliento interior de fenómenos y cosas, el aliento inspirador de los efluvios de la Creación y, sobre todo, el aliento espiritual de lo divino mismo para hacer de la palabra el cauce expresivo de la voz personal y el cauce creativo de la voz universal que edifica, embellece y eleva la conciencia.

Jesús Losada: Quiero felicitar al doctor Bruno Rosario Candelier por venir a esta universidad a presentar su libro, a motivar a mis estudiantes de letras sobre la importancia de nuestra lengua y a comunicarnos su visión espiritual de la palabra.

BRC: Gracias, profesor Losada. El texto que usted cita es iluminador. Es un aspecto muy importante porque alude a esa condición espiritual de la palabra y, desde luego, enfatiza el concepto que tenemos sobre el sentido de la palabra, y eso es lo hermoso de la dotación espiritual del Logos. De hecho, los poetas suelen ser las personas con la capacidad para sintonizar el aliento inspirador que viene de lo Alto, que es la sabiduría espiritual del Numen, y entraña las revelaciones del Cosmos y, desde luego, permiten testimoniar el mensaje sutil y trascendente que la inteligencia percibe en virtud de una condición especial que tienen los poetas metafísicos, los místicos y los iluminados, porque en su condición de amanuenses del espíritu, es decir, de intermediarios o interlocutores del pensamiento trascendente, tienen un órgano especial en su cerebro para percibir las manifestaciones suprasensibles de la realidad para canalizar destellos, señales, estelas, voces y emanaciones trascendentes. Imagino el Universo como una fuente de la cual proceden permanentemente emanaciones mediante imágenes, símbolos o irradiaciones metafísicas que captan las antenas de la conciencia, pero la mayoría de los seres humanos no han desarrollado esa capacidad perceptiva para captar esas irradiaciones o destellos espirituales, como lo han desarrollado los poetas, sobre todo, los poetas metafísicos y los místicos, que hacen de la palabra el instrumento de comunicación con la energía divina y con la potencia del Cosmos, pero esto es algo que tiene que ver con una dimensión metafísica de la palabra, que es una faceta sugerente y clave para entender cabalmente el arte del lenguaje.

Prof. José Alejando Rodríguez: Quiero felicitar a don Bruno por su grandiosa obra, que es un gran aporte para todos los que estamos en este ámbito de la comunicación y la enseñanza. Usted hablaba del genio de la lengua y dijo que representa la sabiduría, y me viene a la mente un niño. Los que tenemos niños pequeños, yo tengo una niña que siempre me está preguntando. Entiendo que hay una necesidad que se traduce no solo en lectura y escritura, sino en conocimiento, en conocer, y pienso que todos tenemos ese genio por naturaleza que surge cuando cuestionamos, incluso a nosotros mismos y la forma normal es a través de la palabra. Espero que usted nos pueda aleccionar sobre esta actitud.

BRC: Cuando un niño es curioso y hace preguntas eso es buena señal, pues revela que tiene inquietud por saber. De nuestra parte estamos en la obligación de darle respuestas a sus inquietudes y no ignorarlo, como suele pasar, porque cuando el niño canaliza alguna inquietud a partir de una curiosidad es porque no sabe, porque si supiera no preguntara. Entonces esa es una magnífica ocasión para darle una respuesta a su pregunta y transmitirle el conocimiento que tenemos y motivarlo para que siga indagando. De hecho, quien es curioso suele ser un observador inteligente de la realidad, una persona que le pone atención a todo. Todos tenemos inteligencia, pero solo la desarrolla quien pone atención. Las personas inteligentes son las que ponen atención, porque a menudo uno mira o escucha y no pone atención. Se puede asistir a una conferencia y no poner atención al disertante, o asistir a una clase y mientras el profesor está explicando poner la mente en otra cosa o distraerse; incluso hasta en la lectura podemos distraernos porque una palabra la asociamos con otra o con alguna cosa, lo que dispara la imaginación y entonces eso hace que nos distraigamos. La atención es clave para el conocimiento y es una manera de reflejar la curiosidad y la necesidad de conocer. Cuando desde niño aparece la atención por algo, eso es una buena señal porque indica que ese infante va a desarrollar su inteligencia.

Los pensadores y poetas son personas que han tenido la fortuna de desarrollar el poder de su intelecto y la capacidad de creación en la dimensión conceptual y estética del lenguaje.

Miguel Solano: ¿Qué aporta más a la conciencia de la lengua, el estudio de la normativa o el uso de los hablantes ejemplares?

BRC: Ambos aportan. Ahora bien, ¿quién aporta más? Yo pienso que depende que cada persona, porque a mí me parece que el factor que más ayuda a lograr el conocimiento de la lengua es la curiosidad que se despierta en quien quiere conocer una palabra. Cuando se desarrolla la curiosidad nos interesarnos por conocer lo desconocido o las palabras cuyo significado desconocemos. Las palabras constituyen la vía más adecuada para profundizar en el conocimiento de la lengua y de la realidad porque nos abren el horizonte del mundo y expanden el horizonte cultural. De hecho, las palabras nos permiten tener un conocimiento del mundo, un conocimiento de la realidad y un mejor conocimiento del lenguaje. Canalizar ese conocimiento da a entender lo que sabemos y procuramos comunicar. En la medida en que poseamos un mayor vocabulario, nuestro horizonte cultural va a ser mayor. Yo creo que lo más influyente depende de cada sujeto, porque en función de la sensibilidad y la conciencia nos conectamos con las cosas. Cada uno de ustedes tiene una sensibilidad y una conciencia y en función de esa sensibilidad y esa conciencia se desarrollan las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales. Cada ser humano tiene una forma particular de reaccionar ante las cosas; por eso, además de nuestra sensibilidad, cada uno tiene también algo derivado de esa sensibilidad que es la manera particular del sentir y de reaccionar ante las cosas. ¿Saben cómo se llama en la lengua española esa manera particular, personal e individual de ser, esa manera peculiar de sentir ante las cosas? Se llama “talante”. Cada uno de ustedes tiene una sensibilidad y un talante, es decir, una capacidad de sentir y una manera de sentir o de reaccionar ante fenómenos y cosas, y asumir el mundo en función del talante personal es importante para saber cómo es nuestra sensibilidad, es decir, por qué y cómo reaccionamos ante las cosas, ante la realidad sensorial o ante las manifestaciones suprasensibles del mundo. Hay gente que fácilmente entiende el sentido de las cosas a través de los colores o del sonido o los olores. La manera de reaccionar ante las cosas, la forma de sentir, influye en el conocimiento del mundo, en el conocimiento de la lengua y en la valoración de las cosas.

Alexandra Borbón: Yo soy profesora del área de ciencia y quiero darle las gracias, profesor Bruno Rosario Candelier, por su valioso aporte y expresarle mi reconocimiento, a mucho orgullo lo digo, ya que usted fue mi profesor de español en la PUCMM de Santiago.

BRC: Gracias a ti, Alexandra. Tú optaste por el área de la ciencia, pero lo mismo para el arte como para la ciencia se necesita desarrollar el más grande poder que tiene el hombre en su conciencia. Tanto los científicos y pensadores, como los artistas, poetas, narradores, dramaturgos, músicos, pintores, contemplativos y místicos necesitan el don de la sensibilidad y el talento de la inteligencia para sentir y entender la realidad de las cosas, que es la intuición de la conciencia. El mayor poder que tiene el ser humano, que no lo tienen los animales ni las plantas, se llama “intuición”, por la que podemos entender lo que las cosas son y significan. Todo lo que el ser humano hace es producto de su intuición. Esa dotación de la inteligencia es la capacidad de la conciencia para entender lo que la apariencia de las cosas refleja. Nosotros captamos con los ojos, los oídos, el olfato, el tacto y el gusto la faceta sensible de las cosas. Pero lo más importante de las cosas no se ve, ya que lo más importante es la esencia, como dijera Antoine de Saint-Exupery en El principito. Lo más importante subyace en la profundidad de las cosas y a ese nivel interior, esencial, metafísico y místico de la realidad, solo llega la intuición, el más alto poder de la inteligencia sutil. Sin la intuición no hay creación, ni palabra, ni conocimiento. Sin la intuición no sabemos lo que somos, pues la intuición confirma nuestra grandeza, que es de índole espiritual y que se manifiesta en la palabra y en la creación que hacemos mediante el concurso creador de la inteligencia profunda.

Voy a cerrar con “Sendero de olvido”, de Carmen Pérez Valerio:

 Oh barro que me acoges,

qué extraño vínculo nos une.

A veces me siento profunda en ti,

y otras, lanzada al vacío de tu soledad.

Oh manantial que late en mi sangre,

no sé si me recorres

o si deambulo por sendero de olvido.

Todo nace en ti y todo muere en este latir constante,

en esta quietud inquieta de la tarde,

en la incertidumbre de un amanecer

que no sabemos si llegará.

Oh extraño juego de la memoria que muere

 cada día, que crece desde mis entrañas

y desciende por tu cabellera verde

tras la huella de pasos borrados.

En algún lugar me habitas y te habito,

dispersa, diluida, descendiendo por tus abismos

o navegando el azul entre dos cuencas de llanto.

 

Bruno Rosario Candelier
Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra

Santo Domingo, Rep. Dom., 29 de octubre de 2016.

 Notas:

1. Bruno Rosario Candelier, El genio de la lengua, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2016.
2. Pedro Salinas, La responsabilidad del escritor, Barcelona, Seix Barral, 1963, p. 69.
3. La presentación de El genio de la lenguatuvo lugar en el Recinto Santo Tomás de Aquino, de la PUCMM en la capital dominicana, con la participación de profesores y estudiantes de letras de esa prestigiosa institución universitaria.