Mitología y simbolismos en el lenguaje de El infiel
Por Emilia Pereyra
El infiel, la segunda narración publicada por la escritora Ofelia Berrido, sobre el controversial tema de la traición que pervive en todos los estratos sociales y en todas las épocas, se inscribe en el campo de la novela psicológica que exige una peculiar habilidad para explorar las interioridades de los personajes.
En ese caso, la autora navega en las honduras de varios arquetipos y no solo retrata la psicología de los protagonistas. Igualmente, se percibe su interés en aprehender y revelar las substancias de los espacios etéreos, lo que poco narradores se aventuran a hacer, ya que a pesar de que somos cuerpo, mente y espíritu, solo los creadores de elevada sensibilidad y conexión con la espiritualidad se atreven a explorar el alma, lo cual dota a sus obras de mayor profundidad relacionada con el campo de lo sutil.
En ese caso, la narradora, ensayista y poeta ha bebido en las fuentes del Numen, que según ha explicado el maestro Bruno Rosario Candelier, en Metafísica de la conciencia, es la cantera de la sabiduría espiritual del Universo a la que pueden acceder poetas, contemplativos y místicos.
La historia de Berrido versa sobre un triángulo amoroso y aborda no solo el adulterio con sus devastadoras consecuencias, sino el efecto pernicioso de la mentira, de la traición al otro y a uno mismo, y los daños que causan la deshonestidad y la ambición desmedidas.
¿Es una novela moralista? No. Es una obra sobre el drama del ser, de sus debilidades y acerca de la ruptura interior y las laceraciones del espíritu. Es una narración sobre lo terrenal y lo espiritual. La autora no adoctrina ni aconseja. Muestra, revela y desnuda las consecuencias causadas por la deshonestidad y a través de su prosa podemos observar el fluir de los sentimientos y las turbulencias de las emociones.
A pesar de que los une un amor prohibido, que ellos consideran puro, Arturo Amador y Francesca Lomonte no son amantes ordinarios y sublimizan su pasión. Habitan en su propio parnaso, danzando ante el fulgor de las estrellas. Se ven como “almas inmortales conociendo los deleites del paraíso, muestra de amor eterno, puro y único. Amor Universal que se muestra al mundo en ese instante de plenitud y gozo: pulsación del Todo”. (p.40).
El lenguaje, predominantemente estándar, está enriquecido con simbolismos e imágenes literarias y se manifiesta en una prosa bien cuidada, que caracteriza la novela. En consecuencia, el buen escribir se halla al servicio de una continua exploración interior que la autora inicia desde los primeros párrafos hasta finalizar el relato de la tragedia de Arturo, Francesca y Norma, la esposa traicionada.
Los personajes principales son educados y reflexivos y pertenecen a la clase media alta. Por ende, no encontramos locuciones propias de los sectores populares de la República Dominicana, ámbito geográfico de la narración, pero sí leemos algunos dominicanismos, que anclan con la cultura vernácula, como son las palabras yipeta y amargue, o expresiones como “botar el golpe”.
Berrido explora el inconsciente, la mente y el alma, estadios relacionados a la dimensión espiritual del ser, a la que todos tenemos acceso, porque forma parte de nosotros, pero que muchos cultores de la narrativa eluden y se concentran solo en las impresiones activadas por los sentidos, por temor o desconocimiento acerca de las vastas posibilidades creativas que nos da la inmersión en los cosmos analizados por Freud, Jung, Lacan y otros estudiosos y en los objetos de estudio de varias filosofías, como el hinduismo y el taoísmo.
Los personajes de El infiel viven angustiados. Posen gran densidad psicológica, y la voz narradora tiene plena consciencia de que una de sus tareas es remover los sustratos para penetrar en el inconsciente e indagar en la naturaleza espiritual.
Los protagonistas giran en torno a conflictos que los superan. Por ejemplo, Arturo, un hombre débil de carácter, tiene mucha capacidad introspectiva y tiende evaluar y a cuestionar sentimientos, emociones y posturas. Por su lado, la deseada Francesca se desgarra debido a sus propias dudas, a la irregular y confusa situación en la que la sumerge su apasionada relación con un hombre casado, que no acaba de dejar a la esposa, una mujer que pese a saberse engañada prefiere padecer y batallar antes que renunciar a su estatus.
La poderosa voz narradora predominante, omnisciente en tercera persona, describe con minuciosidad las sensaciones e imágenes que despiertan los sentidos. Al referirse a Arturo, cuando se halla ante el cadáver de la amada, relata: “Se sentía mareado, desfallecía en aquel lugar de olores fuertes: el formol de la muerte, el olor rancio a cadáver conservado por los hombres de ciencia. Ese olor sinónimo de consistencia dura, pero resbaladiza, sensación de hule y de cuero curtido; olor inolvidable a la muerte conservada”. (p.34).
Otra muestra de la manifestación sensorial la encontramos en una escena sobre Podermesky, personaje secundario caracterizado por su peculiar pedantería, que gana relevancia en el último tramo de la novela. Al respecto la voz narradora describe: “Paladeaba su dulzor leve y los fuertes sabores a nueces y especias dulces, cada bocanada viajaba por los pasajes ocultos de las papilas de su boca y lo incitaba a rememorar las tierras fértiles del Cibao y Villa González…” (p.45).
Simbolismo y drama
La autora escribe: “El niño envuelto en el velo de Isis nadó entre las aguas del Mar Rojo, y pasando a través de una caverna estrecha dejaba la seguridad del vientre, casa, alimentación y amor por lo desconocido. Surgió de la oscuridad acogedora de los tiempos a una luz cegadora que alumbraba un mundo misterioso y hostil. Aquel día, el llanto desesperado de aquella alma encarnada marcó la separación de su madre y su expulsión del paraíso. ¿Qué sería de él ahora? El recién nacido no sabía a qué se enfrentaría y, a medida que pasaban las horas, sentía un miedo y una angustia que se eternizarían”. (p.27).
Superponiendo sutiles capas simbólicas, en relación a la revelación de la luz, se nos narra el nacimiento de Arturo, cuando se produce la primera separación de un ser entrañable que experimenta en su vida.
El simbolismo, el mito y el lenguaje del inconsciente se unen para revelarnos al estado evocativo del amante, afectado por el inesperada muerte: “Soñaba con la amada, con el sonido de su voz embriagadora y eterna, única e insustituible; soñaba con el círculo perfecto, sin principio ni fin; con el gran amor que libera esta vida de luchas y sufrimientos, donde se encontraba atado por una malla tan fuerte que no la podía romper tan fina que no la podía ver…” (p.35).
El infiel es una obra poblada además por míticos dioses del Olimpo, en la que se alude a deidades como Eros (omnipotencia griega, surgida del caos, representativa del amor y del sexo) y Neptuno (señor romano de las nubes y de la lluvia), cuyas cualidades se les transmutan a elementos de la naturaleza como el viento y el mar, con el que relaciona a Francesca, la hermosa trigueña nacida en la “exuberante península de Samaná cerca de la soleada bahía de cristalino mar” (p.37).
Precisamente la fuerza de Eros, reflejada en las turbulencias del amor contrariado entre los amantes, se desborda continuamente en el relato dividido en siete capítulos y escrito en 202 páginas. Por tanto, se describe la consumación de esa pasión. “Le gustaba amarla; su amor lo embriagaba y más allá de eso nada existía. Francesca, sensible y expresiva, acariciaba suavemente las más recónditas veredas del cuerpo de Arturo, que yacía inmóvil, envuelto en el júbilo supremo que solo ofrece el amor. Regocijo puro, inocente y vital. Contacto y roce, fuente de humedad germinal”. (p.39).
La pujanza de Neptuno, el mismo Poseidón de la mitología romana, sacude la interioridad de los personajes y los mantiene en constante turbulencia. Por eso no prevalecen la paz ni la armonía entre los amantes aunque los escalda el amor elevado, lo cual se expresa en fulgurantes imágenes con las que la autora transmite el ardor de los sentimientos en juego.
El simbolismo, también se manifiesta en el relato sobre el momento en que Arturo le entrega a Francesa una alhaja: “Magnífico anillo incrustado sobre una elevación cuadrada de terciopelo azul: cuadratura perfecta. El cuadro dentro del círculo: la ‘seidad’ ilimitada. Era un aro de cadenas, un circulo sin principio ni fin, una alianza, una promesa; símbolo de la inmortalidad, de la armonía universal; manifestación de la divinidad. Amor. Ella, feliz, lo miró con ternura y tras un fuerte y prolongado abrazo planearon sus vidas juntos” (págs. 59-60).
La palabra sentenciosa
La fuerza de ley de la palabra se resalta en esta novela cuando el padre de Arturo lo hace asegurarle, mirándolo a los ojos, que nunca dejará de cumplir las promesas que haga a lo largo de su vida, arguyendo: “La palabra es sagrada, es lo único que nos diferencia de los animales” (p.29).
Posteriormente, Francesca le reprocha a su amante que use las palabras como instrumento de seducción sin medir consecuencias, y le recalca: “La palabra es algo serio… atesora una enorme fuerza que solo se manifiesta cuando alguien la pronuncia: es creadora de formas, de orden y de mundos; da vida y da muerte y yo ya apenas puedo respirar, me ahogo, me estás matando…” (p.154).
A pesar de que la novela, de claro perfil interiorista, gira en torno a un argumento estremecedor y tiene personajes bien esculpidos, inicio dramático, final insospechado y posee descripciones coloridas, continuamente estimula la abstracción, el pensamiento y la exploración interior, lo que probablemente desconcierte a ciertos lectores, más acostumbrados al estremecimiento causado por la carne que a la búsqueda de las sutilezas del espíritu.
Con la escritura de la novela El infiel, la narradora Ofelia Berrido ha ahondado en las emociones y explorado la amplia espiritualidad de la que forman parte sus personajes, prototipos del todo, y lo ha hecho con el lenguaje del simbolismo y de los sentidos, brindándonos un viaje narrativo singular, propio de su talante introspectivo y dador.
Notas:
11. Bruno Rosario Candelier, Metafísica de la conciencia Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2016.