¡Oh, Dios!, de Emilia Pereyra, un libro breve de argumento largo
Por Rafael Peralta Romero
Un muchacho llamado Gary Sánchez ha ganado páginas completas en la prensa dominicana y presumo que también en la estadounidense, porque ha conseguido el mérito de ser el jugador que, al inicio de su carrera, más rápidamente ha logrado disparar 11 cuadrangulares en la historia de Grandes Ligas.
Emilia Pereyra escribe novelas, una labor verdaderamente exigente, y muy desigual a la de darle un garrotazo a una bolita y echarse a huir. Con la que hoy pone en circulación alcanza la envidiable marca de seis títulos publicados en este género. Son pocos los escritores dominicanos que han alcanzado esta meta, que hablando en términos beisbolísticos podría equivaler a conectar quinientos jonrones.
Pero hay algo más. No sé si a algún periódico le interese un dato fenomenal que le tengo: Emilia Pereyra es por ahora la primera mujer dominicana en alcanzar la proeza de publicar seis novelas. Quizá le otorguen despliegues informativos como el que ha merecido por sus once jonrones el joven cácher de los Yankees, el dominicano Gary Sánchez.
En una novela hay que tomar en cuenta las maneras en las que el autor emplea el lenguaje, la dimensión simbólica de los hechos que crea o recrea para construir su obra y las imágenes de que se vale para imprimir a la narración gracia y donaire.
¡Oh, Dios!, la nueva obra de Emilia Pereyra, es una novela que rompe con la forma habitual de la novelística, puesto que asume la estructura de versiones. ¿Qué es esto? Una forma de componer novelas con escasísima tradición en República Dominicana.
La que hoy presentamos está compuesta de 39 historias sin aparente conexión argumental, pues cada personaje sale de escena al final de la versión en que interviene. Gráficamente, las versiones parecen capítulos, pero no lo son, pues las versiones, versiones son.
Estamos hablando de un tipo de novela que puede inducir a la crítica displicente a excluirla de ese género. Alguien, quizá más docto que nosotros, podrá reclamar la continuidad de los personajes como condición para que una obra narrativa sea considerada novela. Pero quien lea este libro desde el principio hasta el final encontrará que es cabalmente una novela.
De algunas grandes novelas se ha dicho que no son tales. Permítanme contarles algo que refiere el escritor mexicano Gonzalo Celorio en su libro de ensayos “Cánones subversivos”. Él cita a Julio Cortázar comentando la novela “Paradiso”, de José Lezama Lima. He aquí el comentario de Cortázar:
“Paradiso podría no ser una novela, tanto por la falta de una trama que dé cohesión narrativa a la vertiginosa multiplicidad de su contenido, como por otras razones. Hacia el final, por ejemplo, Lezama, intercala un extenso relato que llena todo el capítulo XII y que no tiene nada que ver con el cuerpo de la novela, aunque su atmósfera y potencias sean las mismas”.
Entonces interviene Celorio, el autor del ensayo, y apunta lo siguiente:
“Este comentario que Cortázar hace de Paradiso podría aplicarse, mutatis mutandis, a Rayuela, publicada tres años antes, pues tampoco en ella la trama se impone sobre la heterogeneidad de los capítulos que la componen y son múltiples los textos exógenos, algunos calificados de prescindibles por su propio autor, que se adhirieron como lapas al cuerpo general de la novela”. (Celorio pág. 54).
Pero mucho cuidado con ¡Oh, Dios!, la de Emilia Pereyra. Se trata de una novela de trama múltiple, como la vida, sin que por ello deje de responder, y parece que me contradigo, al modelo ortodoxo de novelar: la presencia de dos tendencias opuestas que luchan tras el mismo objetivo movidas por intereses diferentes.
En esta obra sobresalen hasta el final los dos personajes principales: el bueno y el malo. Dios y el diablo son esos personajes que prevalecen, que discuten, que garatean, que recelan entre sí, uno que regaña y otro que se burla desde la primera página hasta la última.
Emilia escribe Diablo con mayúscula quizá para equilibrar la contraposición con Dios. Es bien sabido que la atmósfera ideológica que envuelve a la sociedad humana está formada por capas diversas y esas capas han conformado las confrontaciones entre el bien y el mal. Supongo que nadie duda que Dios simboliza el bien y Satanás representa el mal.
La autora, sin cometer un deicidio, ha tomado a Dios por su parte más sensible, lo zarandea un poco y lo muestra en sus debilidades. No es que Pereyra se haya vuelto iconoclasta, pero tal vez lo parezca. No es que ella sea irreverente, pero en ocasiones pone a Dios pequeño, aunque fuera para luego retornarle palmariamente su condición de todopoderoso.
En esta novela, la realidad objetiva y la realidad imaginaria se corresponden fielmente. En las 39 historias intervienen personajes reales, unos tan de ahora como Gabriel García Márquez, Barack Obama y Silvio Berlusconi y tan antiguos como Shakespeare, Cervantes o San Agustín, pero ninguna versión es copia fiel de la realidad, sino la creación de nuevas realidades que por ficticias no dejan de ser referentes del marco social, político o moral en que vive la autora.
Emilia contextualiza nuestra historia con las de otras regiones del mundo demostrando una marcada vocación de universalidad para la obra. Lo insólito, lo fantástico, lo maravilloso, reflejan a su modo la realidad, por lo que a partir de estos hechos la novelista refleja el cosmos como lo desea o necesita para llevar a cabo su obra.
Aunque recurre a personas reales, y sus hechos están dotados de gran verosimilitud, Emilia Pereyra edifica una novela rica de imaginación en la que da la vuelta al mundo difundiendo un clamor de justicia, denunciando comportamientos impropios de líderes políticos, religiosos o de opinión. En cada caso se cuenta la presencia de Dios, quien mayormente llega tarde o a paso lento, cuando los débiles han sido pisoteados por los poderosos. En cada caso también se registra la presencia de Satanás que alienta la perversidad y la tragedia y los vicios en que incurre la humanidad.
Dios resulta humanizado y manipulado; Emilia descubre sus debilidades y tanto lo celebra como lo soslaya, lo sube como lo baja, lo disfruta como lo sufre. ¿Por qué lo sufre? Porque a la autora le duele la injusticia, el abuso, la criminalidad y la pesarosa forma de vivir de muchos seres humanos que no merecen las desgracias que le han tocado.
Respondiendo una pregunta a través de una red social, la autora definió su obra con estas palabras:
“Para quienes han preguntado… La novela ¡Oh, Dios! es una narración contemporánea, audaz y transgresora, en la que al mítico Creador se le resquebraja la visión de la existencia y afronta conflictos y personajes de la realidad y de la ficción en sus recorridos por diversas regiones de la Tierra”.
Por ejemplo, Dios hace un descenso en Villa Certosa, el paraíso terrenal donde ejerce sus perversidades el licencioso señor Silvio Berlusconi. Dios ha querido comprobar hasta dónde llega el desenfreno en la lujosa propiedad del político italiano en la isla de Cerdeña donde ha celebrado algunas de sus controvertidas y fotografiadas fiestas privadas acompañado de rameras de todos los precios y categorías.
El Todopoderoso se ocupa de reprender a aquel símbolo de la disipación y la villanía y le habla de este modo: “¡Italia y el mundo entero conocerán tu desvergüenza! ¡Te arrepentirás, Berlusconi!” (P. 17). También muestra el Creador motivos de enojos en China, donde comprueba la fecunda tendencia a la falsificación de marcas comerciales, sin importar la calidad de los productos de consumo masivo. Se enfada Dios también en Roma por la ofensiva grandiosidad de los templos, el despliegue de recursos y “la ominosa presencia de la maldad en las resplandecientes potestades papales…”
Satanás aparece como antagonista en cada historia, ríe cuando matan a Marlie. Marlie es una muchacha buena, en Haití, vejada y atropellada por maleantes queda en el abandono. Dios se lamenta de no haber intervenido, pero toca a la muchacha y esta se recupera de las heridas, aunque no entiende cómo pudo sanar ( P.24).
Dios llora y Satanás ríe en varias de las historias que nos ofrece Emilia Pereyra en esta muy original novela. Sus avatares ante los desvaríos del mundo y los constantes asomos burlescos de Satanás motivan a Dios a tomar la decisión de buscarse una compañera. Ocurre una tarde que se paseaba sobre Venecia. De este modo lo cuenta:
“Al anochecer, el Señor dirige una amorosa mirada a su pareja perfecta. Sin mover los labios, le pide: ` Espérame en el Paraíso`. Aun lo atan a la Tierra ciclópeos desafíos. Ella asiente, ya que corresponde la misión divina, lo besa en el rostro y se eleva despacio. Sosegado, Él la ve difuminarse entre las primeras sombras de ese día de felicidad inconmensurable, en que el Diablo se ha mantenido ladinamente agazapado” (p.36).
La versión de que Dios se busca una pareja, bellamente titulada “Amor en la Ciudad del Agua”, no solo representa un divertimento, una paradita refrescante en la ruta pedregosa de historias desconcertantes y que constituyen una crónica general de las imperfecciones humanas, sino que la creación de Diosa, que así se llama la consorte de Dios, responde a la convicción de una mujer, plena mujer, sobre el edificante rol femenino en la vida de los varones.
Dios, que al parecer es varón, vio que esto era bueno para sobrellevar los estreses que le provocan la corrupción de los seres humanos y las persistentes burlas de Satanás. La dependencia emocional de los hombres los hace requerir muchas veces de la mujer un reconstituyente para su vida que les aporte bríos para enfrentar situaciones adversas.
Emilia Pereyra, erguida en la plenitud creadora, encontró en Dios la necesidad de ese estimulante, y dijo para sí: “No es bueno que Dios esté solo”. Y dotó a Dios de una compañera, a imagen y semejanza de la mujer la creó. Y vio la escritora que esto era bueno.
Emilia Pereyra ha mostrado su poder creativo, siguiendo, cual reportera cósmica, los pasos de Dios en sus variados encuentros con personalidades buenas y malas, de todo el mundo. Así narra los encuentros del creador del mundo con Mandela, Teresa de Calcuta o Mao Zedong, como muestra a Dios preocupado por la contaminación del ambiente, revela su impotencia frente a la falta de gobernabilidad del mundo mientras el Diablo alega que gobierna arriba y abajo.
En Dubái Dios queda estremecido con el desorden, el consumo de drogas y culto al cuerpo, tampoco se queda callado frente a las atrocidades financieras del estafador Bernard Madoff. En Las Vegas su molestia llega a extremos, ante tanto vicio, pecado, fasto. Dios cambia el orden de las máquinas de juego. Todos ganan: “Los mecanismos del fraude son revertidos”.
Dios se sobresalta, mira, escucha, reconoce, necesita pensar… Se encoleriza en Bilbao por las acciones terroristas de Eta. Cuando se traslada, es mayor el sufrimiento. El creador del mundo derrama lágrimas en Gaza y sufre el desaliento de los jóvenes japoneses, mient ras Satanás lo pone en apuro cuando le dice: “Has perdido poderes y tienes graves olvidos”.
Ante las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, Dios cae en cuenta de su descuido. Pero no concibe ni disculpa la falsía de sus hijos y tras la reprimenda a un obispo mexicano que encubre a un cura pederasta, Dios se aparece y hace temblar la tierra. El Padre se desconsuela y Diosa lo calma. Escribe la autora:
“Allí lo encuentra Diosa. Se acomoda a su lado y lo arrulla con ternura.
– He venido rápidamente. Tu pena ha llegado al cielo. ¿Qué pasa, adorado Señor?
-¡Un desconsuelo infinito!
-¡Oh, amado! ¡Tienes excesivos tormentos! ¡Debes aliviar tu espíritu!
Diosa lo recuesta en su regazo y lo reconforta” (P. 154).
Son treinta y nueve versiones, ya lo he dicho, ricas en sabiduría. Ni siquiera referiré el reconfortante momento vivido por Dios en la aldea natal de Nelson Mandela o su deleite de hablar con la madre Teresa o el punzante gozo de la novelista cuando describe a un crítico literario amargado y vulgar que se propone hacer mierda la obra de una escritora a quien llama “negra de cuarta”. Satanás se ha metido en el alma del crítico gordinflón, apunta Emilia.
En este libro, el diablo es usado para echar en cara las impotencias de Dios. Bastaría con ver el diálogo del demonio con san Agustín (p. 155-161). Es una pieza digna de antologizar, por su alto valor simbólico y profundo contenido teológico. El diablo se queja del predominio de la maldad para culpar a Dios, y enrostra a san Agustín que Dios ha dejado a los seres humanos a su triste suerte.
Segmento del diálogo. Habla Agustín:
“-¡Te equivocas, Satanás! Él es compasivo y ama a su descendencia. Su piedad es infinita. Su sabiduría y bondad son extraordinarias.
-¡Sandeces! Borraré a los ingenuos y frustrados. Quedarán los que sigan mis directrices.
-¡No podrás lograrlo! La humanidad reconoce al Todopoderoso, porque es el Creador, fomenta la misericordia y premia la honradez.
-¡El Dios de los pobres, el Dios de los afligidos! ¡Basta! ¡Son falsedades, curita de Hipona! Dios ha dejado al ser humano a su triste suerte. Yo me he ocupado de hacerlo poderoso. Le he dado inimaginables riquezas, triunfos resonantes y placeres increíbles. ¡Hachís, cocaína, alcohol, velocidad, bomba nuclear! ¡La mentira! ¡Placeres y dinero, mucho dinero!” (158).
Ustedes se preguntarán, con toda justificación, ¿cómo termina una novela fundamentada en la estructura de versiones, quién sobrevive, quién muere, quién se impone? La última versión, titulada “Cúspide del espanto”, responde estas interrogantes. Les voy a ofrecer un pequeño avance:
“Siete millones de años después, donde reina la oscuridad emerge algo semejante a una suave luz. Luego de un tiempo indefinido germina una pequeña y blanca flor cuyos pétalos de etérea belleza y sutil aroma crecen con perezosa lentitud”.
Conclusión
Emilia Pereyra ha escrito un libro de temática universal, sin que por ello haya prescindido de su vínculo entrañable, como diría Bruno Rosario, con la cultura dominicana, con nuestras particularidades lingüísticas o con aspectos argumentales que son auténtica referencia de nuestra vida política y social, como son por ejemplo, el relato del encuentro de Dios con Balaguer, con apariencia de ángel apaleado, en las profundidades del infierno o cuando refiere ocurrencias en Punta Cana, un destino tan universal como el averno.
Por lo que he dicho quizá crean ustedes que hablo de un libro embrollado, como la Divina Comedia, de Dante Alighieri, pero no es así, sino que ¡Oh, Dios! es de factura liviana y apto para una lectura cómoda y gustosa.
El estilo es llano, sin que olvide la autora el nivel de lengua exigido por la creación literaria. Su composición incluye un empleo discreto y nada forzado de figuras literarias, sin embargo cada relato de los que he llamado versiones es una metáfora grande, porque las palabras se han empleado para referir unos sucesos que representan una realidad objetiva contada a partir de una realidad ficticia.
Pereyra no se vale de lujos léxicos ni artificios estilísticos. Aunque escritores hay que se empeñan en elaborar su obra con materiales resonantes como hojalatería, Emilia Pereyra ha optado por una prosa de plata, que es una sustancia consistente, duradera y de brillo discreto.
¡Oh, Dios! es un libro breve de argumento largo, en el que la autora esparce su visión moral, política y religiosa respecto de la marcha del mundo, pero es ante todo y sobre todo una obra literaria.
Como las presentaciones de libro suelen terminar con la expresión “en hora buena”, me falta congratular a Emilia Pereyra por la publicación de esta interesante novela, a la que deseo el éxito y la aceptación que merece una obra bien concebida, bien desarrollada y bien expresada. Emilia, enhorabuena.
BIBLIOGRAFÍA
Gonzalo Celorio, Cánones subversivos, Tusquets Editores, México, 2009, pp. 53-54.