La lírica sagrada de Luce López-Baralt
Iluminación mística y experiencia teopática
Por Bruno Rosario Candelier
“Quien gusta el vino que yo bebí
aunque no tenga palabras se debe al canto”.
(Luce López-Baralt)
A
Leopoldo Minaya,
que sabe del néctar sagrado del Nous.
La onda divina de la lírica mística
De la estirpe de las creadoras iluminadas y de las grandes mujeres de la espiritualidad sagrada, la ilustre escritora puertorriqueña Luce López-Baralt nos ilumina con una creación poética de su inteligencia sutil y su sensibilidad estremecida bajo la fragua de una experiencia transfigurada con el aliento de la emoción estética y la fruición espiritual, como se manifiesta en Luz sobre luz, expresión de una experiencia extática, al tiempo que perfila la fuente de su vocación teopoética, canalizando en el arte de la lírica mística sus intuiciones y vivencias desde la peculiar conexión de su interioridad con la Energía Espiritual del Numen y la Llama sagrada del Nous.
Inspiradora de la Escuela Mística de Puerto Rico mediante una enseñanza intelectual, estética y espiritual con alta prosapia divina, la escritora boricua suma a su fecunda bibliografía una luminosa obra poética, como lo revela esta obra inspirada en el ágape sagrado. La vinculación del talante místico de Luce López-Baralt, índice y cauce de una alta vocación contemplativa, explica la creación de una lírica consustanciada en la llama de lo sagrado (1). Su creación poética se funda en su vínculo entrañable con la Energía sutil de lo viviente, como lo han experimentado iluminados, místicos y santos que han disfrutado la gracia de la experiencia extática y que los teopoetas han asumido como sustancia de su creación poética.
La mística entraña la vivencia amorosa de lo divino y, en tal virtud, proviene de una sensibilidad afín a la espiritualidad sagrada. Sentir la presencia divina implica vivir la dimensión interna y esencial de las cosas como emanación de Dios. La experiencia mística conlleva una unión con lo divino y concita un efecto transformante por el amor que se despierta en el contemplativo. De ahí que nuestra poeta testimonia, mediante una imagen arquetípica, la impronta del éxtasis místico en el fuero de su corazón:
Como la flor de loto
que surge victoriosa de la ciénaga
ascendí sobre mí misma
y todos mis pétalos de cristal
florecieron en Ti.
Si la experiencia extática se manifiesta con el centro de la emoción lírica y estética adviene la creación teopoética, que fragua el sentimiento de lo divino y, en virtud de su efecto transformante, suele generar la onda trascendente de la creatividad. En “Con fray Luis de León”, la poeta mística canta el júbilo de la emoción arrobadora:
La inmensa cítara de la noche
pulsa su música callada
con tenue hilo de estrella
Tu amor me dejó
loca de melodía.
Luce López-Baralt sabe lo que es la experiencia mística con el arrebato de los sentidos. Haber experimentado el singular estadio del arrobamiento propicia una alta comprensión de los fenómenos de conciencia y de la espiritualidad mística. Se trata de una peculiar vivencia fulgurante en que se siente la presencia de una fuerza superior a la propia en el interior de la conciencia y en toda la sensibilidad, con una sensación de sosiego, luz y armonía que llena el propio ser en su dimensión física, psíquica y espiritual, con el deseo de dejarse llevar para integrarse al seno de la Divinidad. Esa experiencia arrobadora no depende de la voluntad ni de la conciencia, sino que acontece cuando el Soplo de lo Alto lo decide. La Biblia consignó que el Espíritu Santo sopla donde quiere. Ese estadio de la experiencia mística se refleja en estos versos:
Qué bien sé yo
de ese vuelo imposible
hacia el orbe rutilante
de la Nada:
incendio de Luz viva,
relámpago umbrío,
danza infinita de los astros,
danza infinitesimal de los átomos
implacable, impasible, imposible, indecible.
La connotación espiritual de los poemas de López-Baralt tiene la onda sagrada y sublime de una peculiar atmósfera vivencial, indicativa de la autenticidad de su experiencia con lo trascendente y reveladora de la hermosura de su vivencia espiritual profunda. Cuando la creación se funda en genuinas vivencias, como manifiestan los poemas de esta ilustre interiorista, inspira no solo el aliento poético de la fragua creadora, sino una cordial empatía con el halo de lo divino, signo del entusiasmo procedente del ámbito superior del Nous.
Auscultar esas peculiares vivencias espirituales en el claustro de la intimidad para sentir el susurro de lo Alto desde el abismo de la propia conciencia es ahondar en el fuero del silencio creativo que encierra la soledad sonora en compañía de la Presencia divina. El fulgor intuitivo de la sensibilidad caudalosa y empática, como la de Luce, con el arsenal de emociones y vivencias trascendentes, matizan el singular estadio de la conciencia profunda. Quien ha experimentado las altas delicias del espíritu en la onda mística de la trascendencia puede apreciar el impacto proveniente de los altos predios de la espiritualidad sagrada y tiene una extraordinaria experiencia con la luz interior para gustar, sublimar y recrear lo que concita el hondón de la sensibilidad. Excepto la experiencia extática, no hay nada que el lenguaje no pueda expresar; y, sin embargo, lo intenta (2).
Tres dones favorecen a esta exquisita creadora de las letras:
- El don de la intuición trascendente, con la dotación de una inteligencia sutil y una luminosa sensibilidad para sentir en el espíritu.
- El don del aliento poético, con la dotación lírica y simbólica para la creación de la emoción estética y la fruición espiritual.
- El don de la gracia mística, con la luz de la sabiduría sagrada y el hechizo de la inspiración divina.
A esos singulares dones de Luce López-Baralt hay que sumar la sólida FORMACIÓN FILOLÓGICA de la poeta, base intelectual y estética que nuestra poeta posee en alto grado para certificar, con el lenguaje de la poesía y la erudición de su cultura literaria, lo que experimenta y escribe con clara conciencia poética y mística, aunque se trate de una vivencia iluminada y trascendente: “Salí de Tu mar en calma/ y heme aquí/ convertida en un río de asombro”.
Además del valor estético, simbólico y espiritual que estos poemas expresan, sus composiciones tienen un carácter vivencial por la conexión de la poeta con la sabiduría mística del Nous y la erudición académica de su formación intelectual. Fruto de la disciplina de la autora, estos poemas acogen el eco fecundo de grandes creaciones místicas de las letras universales, desde Halal-Udin Rumi a Ernesto Cardenal, pasando por Ángelus Silesius, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, Nikos Kazantzakis, Pedro Salinas, Jorge Luis Borges, Karol Wojtyla y Clara Janés, entre otros grandes de la lírica teopoética. Los siguientes versos retoman parte del arsenal literario que registra la historia literaria de la vivencia suprema del espíritu:
Aunque es de noche
qué hermoso encenderme
en la Luz negra,
en el Mediodía oscuro,
en el Rayo de tiniebla,
aunque es de noche
La ilustre filóloga puertorriqueña suele practicar la ascesis interior en procura de una honda vinculación con lo divino mediante el silencio, la contemplación y la oración para entrar en comunión con la Energía Luminosa del Universo. Enajenada en la recámara de su interioridad, la emisora de estos amorosos versos percibe efluvios provenientes de la cantera infinita y, aunque trate de ignorarlos, no puede evadirlos por la impronta fraguada en su sensibilidad profunda, como lo testimonia esta obra de espiritualidad sagrada y amor divino que tiene la huella de las vivencias superiores de la conciencia bajo la onda del Misterio que anonada y la Belleza que enajena. La poeta lo vive con pasión y lo expresa sin rodeos:
Cuando me anegué gozosa
en el abismo insondable de sus fosos de luz
celebré al fin la alquimia misericordiosa
de cuando el dos finalmente es Uno:
las extrañas nupcias
de cuando el dos ya no es más.
Tiene Luce López-Baralt la sensibilidad mística para experimentar la comprensión estética y espiritual de la trascendencia, la conexión con la sabiduría espiritual del Numen y la experiencia teopática del Nous mediante una profunda compenetración de sus sentidos con el sentido de lo sagrado. Para vivir esas experiencias espirituales hizo de su residencia un santuario que le sirve de fortaleza interior y de antena de recepción de los efluvios sobrenaturales.
Canal de sabiduría mística, la creadora de estos amartelados versos viene del mundo intelectual en el que ha cosechado altos honores por la densidad de su pensamiento y la hondura de sus intuiciones. A sus vivencias interiores se suma la onda espiritual de una llama mística, que su talante sensitivo y su horizonte cultural afinan, perfilan y encauzan con la dulzura del alma enamorada y la singularidad de los fenómenos de conciencia que el rapto extático y el conocimiento teológico le inspiran. En Luz sobre luz, desde la alta recámara de su vivencia sagrada, la poeta experimenta, reflexiona y tartamudea con la perplejidad de la conciencia sacudida por el aletazo del Misterio. Inspirada en la tradición poética sufí para articular su propia vivencia espiritual, retoma la imagen poética del vino para subrayar la embriaguez mística del zumo espiritual, como entendía Ibn al-Farid en “El elogio del vino”. El gran lírico de la cultura islámica alude al vino “creado antes de la creación de la viña”, que la poeta boricua escancia para ofrendar su trofeo espiritual en el banquete de los elegidos, donde ella es uno de los consagrados comensales. Por eso nuestra poeta escribe emocionada, “Con Ibn al-Farid”, al regresar de la vivencia mística de la experiencia teopática:
Bebí un licor imposible;
con él me embriagué
cuando aún no estaba
creada la viña.
Bajo la extasiada alteración de la conciencia, el alma de la persona lírica vive la singular experiencia de lo sagrado, experimenta la ‘confusión’ de las sensaciones, se desordenan sus sentidos físicos para la percepción lógica, se extrapolan sus emociones y se desarticulan sus vocablos en repeticiones, mantras, lenguas extrañas cuando se lanza a testimoniar esa vivencia del espíritu a la luz de la llama que desmaya los sentidos espirituales. En su cántico sagrado, esta singular poeta elegida de la Gracia y agraciada con la belleza inmortal, canaliza lo que ha experimentado durante la más alta experiencia extática y, al regresar de esa vivencia sublime, la evoca y la transforma en sustancia de su creación teopoética. Asciende a un no-horizonte en un no-tiempo donde todo es uno. Su ser se sumerge en un abismo de luz, estallan las emociones, se desconcierta su inteligencia y siente que se incendian los átomos de su sensibilidad profunda, al tiempo que evoca las palabras del Cántico espiritual del inmortal abulense. En esa experiencia visionaria la autora se confunde con las cosas y canta emocionada, herida de amor y del rocío divino. En un atolondramiento sensorial, la voz lírica habla en lenguas, evoca citas, y vive la fruición de lo trascendente bajo el estremecimiento de fulgores: “Los copos blancos/urdían extrañas mandalas, /la aurora boreal parpadeaba su cielo inventado, /los témpanos azules evocaban el tormento dantesco del frío: / ¡Qué consuelo descubrir / el canto de los ruiseñores bajo la nieve!”).
La persona lírica de estos reveladores versos se remonta al pre-tiempo para escuchar la voz del Amado cósmico. Tanto en el contemplativo egipcio, como en la poeta puertorriqueña, se hace mención de un cielo ideal y de la voz que canta el éxtasis arrobador, con la convicción de que somos uno en el Todo. De esas composiciones líricas algo nos llega al hondón de la sensibilidad, probablemente el tono, la intensidad de la experiencia, la densidad de las palabras que dan cuenta de tan entrañables vivencias, o quizás las imágenes que parecen provenir del lenguaje del yo profundo, del fondo del inconsciente, de la intuición de la conciencia, o del paleocórtex del cerebro, o del Numen de la memoria cósmica con los símbolos que llegan al alma, cima del éxtasis que la convida al canto: “Dentro de este mísero cuerpo de arcilla/giran todas las esferas del universo”.
El signo de la revelación sagrada
Los versos de este grandioso poemario son producto de la intuición mística de la autora y de la revelación sagrada del Nous de lo Alto. El fenómeno de la revelación desconcierta a los contemplativos ya que se trata de una singular experiencia que altera y sobrepasa la condición natural de la conciencia. Dios habla a través de profetas, iluminados, místicos, santos y teopoetas. La Creación del mundo es la forma primordial de la revelación, el testimonio evidente del Logos divino, pero hay una voz de lo Alto que algunos privilegiados escuchan, especialmente santos, místicos y teopoetas, a cuyo través habla la Divinidad, mediante la voz del Nous. Lo que la revelación entraña es algo que el hombre no siempre puede entender, si no le fue revelada. Por eso el poeta contemplativo de Ávila, cuando la madre Magdalena del Espíritu Santo le preguntó, admirada por el portento de sus palabras, de dónde sacaba sus palabras tan maravillosas, el santo carmelita le contestó: “-Hija, unas veces me las da Dios y otras las buscaba yo” (3). El místico poeta de Castilla aludía, obviamente, a la revelación, don y gracia que mereció el iluminado poeta del Carmelo.
Desde luego, no hay que confundir la voz interior de la conciencia, que es intuitiva y personal, con la voz universal, que es impersonal, trascendente y revelada. La voz interior puede ser del sujeto creador o de las cosas; en cambio, la voz universal es supra-personal, ya que se funda en los efluvios de la sabiduría espiritual o en la estricta revelación, que es dación de la gracia. Como he dicho en otra parte, la revelación le es dictada a un interlocutor mediante el cordón umbilical de la conciencia que lo conecta con la trascendencia. La voz del “inconsciente colectivo”, del que hablaba Carl Jung, es diferente de la voz de la revelación. La voz del inconsciente colectivo procede de la sabiduría espiritual memoria cósmica que registra el Numen; la voz de la revelación viene de la sabiduría sagrada de la prosapia divina, que registra el Nous o la fuente misma de la Divinidad. Por supuesto, la voz universal entraña una relación con el Misterio, con la voz del Cosmos o con la sabiduría numénica, por lo cual difiere del conocimiento del Nous, de naturaleza sagrada y divina, así como de la inteligencia intuitiva, que es cosecha personal.
Concibo tres estadios de percepción del conocimiento trascendente: 1. La intuición poética que capta la dimensión interna y esencial de lo existente. 2. La irradiación trascendente, que atrapa mensajes de la sabiduría espiritual de la memoria cósmica. 3. La revelación mística, que recibe una inspiración de lo divino, generalmente inefable, a través del estado alterado de conciencia, como lo han experimentado contemplativos, iluminados, santos, místicos y profetas.
Esos tres estadios superan el conocimiento ordinario e, incluso, el conocimiento científico y el filosófico, ya que trascienden los datos de la experiencia sensible. Hay diversas vías que ayudan a adentrarse en esos estadios del conocimiento profundo, como el silencio, la oración y la contemplación, que Luce López-Baralt conoce y vive. Los místicos suelen ser amanuenses de fuerzas superiores a su condición humana y, por eso, como intermediarios no son ‘responsables’ del contenido que les ha sido dictado mediante voces, visiones, sueños o revelaciones trascendentes. En ese aspecto, la palabra tiene también su dimensión mistérica.
En el paleocórtex del cerebro hay unas antenas neurológicas que captan esos mensajes suprasensibles de índole espiritual, cósmica o mística, pero los interlocutores no son sino agentes intermediarios de esa energía cósmica o divina que la palabra atrapa y formaliza. En la esfera de lo sobrenatural intervienen, en unos casos, la sabiduría espiritual del Numen, que encierra la memoria cósmica y, en otros casos, la sabiduría sagrada del Nous, mediante la gracia divina, en la que fluye la voz del Espíritu Santo, como la escucharan Pablo de Tarso, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y otros iluminados. Existen, por tanto, el conocimiento personal, fundado en la intuición, que descubre verdades profundas, como verdades de vida; el conocimiento espiritual, fundado en la percepciones trascendentes, que atrapa señales del inconsciente colectivo o de la memoria cósmica del Numen; y el conocimiento revelado, fundado en la revelación, que recibe verdades sagradas de la sabiduría divina, proveniente del Nous, como han evidenciado obras de poesía, teología y mística. Las imágenes de la creación poética guardan una estrecha relación con el caudal de esas vivencias trascendentes que experimentan las mentes privilegiadas con la sabiduría divina, como es el caso de nuestra agraciada poeta boricua.
A través de la lírica mística se produce una fusión de la imagen y el concepto con las vivencias interiores en el ámbito de la realidad estética, simbólica y mística. Su recóndita belleza cautiva con el fulgor de la luz y el aroma interior que enciende su aliento estremecido. La gracia mística tiene una manera lírica y simbólica de asomarse al hechizo sutil. Al auscultar la onda trascendente, los poetas comulgan con el alma del Universo en virtud de un fenómeno de conciencia que genera la vivencia del amor indecible bajo la coparticipación del ágape sagrado. De ahí la entrañable empatía con la esencia universal, fragua y cauce de la gracia que arroba, la llama que atiza y el soplo que enajena. Las conceptualizaciones precedentes se manifiestan en la lírica de Luce López-Baralt, cuya creación entraña una expresión sutil, réplica de la enajenación de fulgores celestes, como expresa con emoción la grandiosa poeta de nuestra América:
¡Soy la luna llena que asciende!
Detengo la confluencia de los mares,
incendio todos los perfumes,
traspongo el Loto del Término,
descubro más allá de la aurora
el destello de las esmeraldas
y llego a la tierra verde el Misterio.
Luce López-Baralt sabe auscultar el interior de sus vivencias, con la intención que buscan los místicos: atrapar la estela de luz que ilumina el mundo y contribuye al desarrollo de la conciencia y al ascenso del espíritu. Justamente en eso radica la belleza mística, que pone de relieve el fulgor de lo viviente, signo de lo divino en el mundo. No es necesario elucubrar teorizaciones teológicas ni pergeñar extrañas metáforas para aludir a lo sagrado, sino sentir lo que la luz sugiere desde la intimidad del fenómeno místico. De ahí la clave de la comunión entrañable con la sustancia de la vivencia espiritual y el aura de la cópula del alma del contemplativo con el alma de lo viviente, como lo hace López-Baralt. Ella lo dice sin rodeos: “La fuente era un cielo nocturno”. En admirables cavilaciones líricas nuestra grandiosa poeta revela su cópula sagrada:
Acerqué a mis labios
un elixir de rubíes
encendido un fuego,
fermentado sin uvas
y vendimiado sin tiempo.
¿Cómo olvidar la copa que bebí
más allá de los labios?
Quien otea buscando lo que anhela, lo encuentra cuando se halla a sí mismo. “Conócete a ti mismo”, dijo una vez Sócrates en la Atenas de la antigua Grecia. Una manera de señalar que en nuestro interior profundo subyace nuestra singular esencia (In interior meo hábitat veritas, dijo el pensador de Hipona) porque estamos conectados a la fuente misma de la Divinidad desde nuestra condición humana. Por eso, quien se pierde en lo externo, se extraña de sí mismo. De ahí que el místico busca la soledad, el silencio y la contemplación para entrar en comunión con la esencia pura y prístina de lo viviente y descubrir su verdad profunda, la verdad que encierra esencia y sentido. En todos los ámbitos del mundo fluyen los efluvios divinos. Qué más da saber que en cualquier rincón del mundo hay una huella visible del Eterno.
A pesar del misterio inasible de lo divino, en todo está la clave que nos conecta al Todo subyacente en lo tangible, lo mismo el fulgor de una noche estrellada, el oro rutilante del crepúsculo celeste o el aroma sutil de nardos y azucenas en unos pechos floridos. Al respirar el silencio, la luz acampa en nuestra interior y el alma presiente lo intuido. El destino del que busca no tiene otro sendero que el sentido.
Estos poemas constituyen una hermosa expresión de la vivencia espiritual y estética de Luce López-Baralt (4). En sus composiciones fluye la esencia del Universo, el aliento numénico del Cosmos y la huella de la sabiduría sagrada del Nous. Nuestra admirada poeta se ha compenetrado, desde el hondón de su sensibilidad, con la esencia espiritual de lo viviente bajo la raíz espiritual que conecta su ser con la Energía del Universo. Su creación revela talento intuitivo, gracia estética y hondura mística, evidencia de los luminosos dones con que Dios la distinguió. Así lo siente la propia Luce cuando concibe las cautivantes imágenes indicadoras de su conciencia mística:
Al hacerme tuya
me inscribiste en tu delicada geometría de luz,
cincelaste estrellas con diamantes,
alternaste las perlas con la espuma,
el nácar con el rocío,
la escarcha con los jazmines
hasta que resplandecí
como el sol
refractado en los mil cristales
de un mar en calma,
o como la luna
cuando arranca luceros
a un campo nevado.
Heme aquí:
tu gozosa taracea de luz:
Tu espejo.
La mirada mística de una poeta
López-Baralt ausculta el aura del silencio para sentir el aura de lo divino. Se trata de una perspectiva que procura ver, no lo que las cosas reflejan y los efluvios sugieren, sino lo que subyace en sus entrañas. Mirada profunda que requiere no solo inteligencia sutil y sensibilidad empática, sino una sabiduría sagrada con la capacidad para perfilar el valor trascendente del sentido a la luz de lo divino.
Corresponde a las criaturas y a las cosas concitar la atracción para su contemplación, y corresponde al contemplador, como visionario de lo contemplado, calibrar el sentido que las cosas entrañan y la intuición perfila. La contemplación mística, que procura sentir en el espíritu la esencia de lo divino, ahonda el perfil estético al ponderar, en la belleza de las cosas, la vertiente divina subyacente en la materia. Dimensión espiritual y estética que trasciende lo contemplado, y también perspectiva que vislumbra el Misterio con la mirada interior.
Una mirada interior es, en esencia, una mirada mística, que siempre es una mirada de amor. Entender significa, según los antiguos latinos, intus legere, es decir, ´leer dentro´ de las cosas, clave de la intuición que ausculta su interior para descubrir su esencia. De ahí la propuesta de adentrarse en el interior de fenómenos y cosas para apreciar las señales que alumbran el sentido. Se trata de percibir la luz que despliega el nosce te ipsum socrático. Descubrir el velo que oculta la apariencia sensible. Por eso los místicos saben ‘mirar’ porque saben amar. López-Baralt conoce el fulgor que deslumbra y el aliento que extasía y, en tal virtud, tiene el don para saber que todo es bueno y hermoso, como dice el texto bíblico. Parodiando a su modo místico el arrebato de Pablo de Tarso, la poeta puertorriqueña escribe:
Logré escuchar las estrellas sonoras
de paraísos perdidos
cuando me arrebataste al sonido de los colores.
La Creación del mundo es una señal de la kénosis divina, hecha forma sensible con su hermosura recóndita. En la vivencia de la contemplación se fragua el sentido de fenómenos y cosas. El mundo que vemos es una minúscula porción de lo existente que puede atrapar la mirada. Más hondo y ancho es el mundo del Contemplado, que el alma internaliza tras la vivencia sagrada del misterio divino.
La creación de esta grandiosa poeta puertorriqueña es una expresión de la vivencia del sentido, que la luz de su intuición atrapa. Crear el sentido estético y simbólico es propio de la poesía. Al encanto de la belleza sigue el sentido de lo divino. Cuando algo nos atrae y embelesa, provoca un escozor en la sensibilidad con el asombro que cautiva y el entusiasmo que eleva, como le acontece a Luce López-Baralt ante la apelación de la Belleza y el requiebro del Misterio. Los poetas místicos, como lo hace la poeta boricua, acuden a la lírica para canalizar, mediante la fragua de sus intuiciones y vivencias, la hondura de su fruición a la luz de lo que embriaga y cautiva.
Uno de los atributos estéticos de la lírica de López-Baralt es la de generar nuevos vocablos para combinar sentidos diferentes en su creación poética, lo que le ha permitido recrear lo hermoso que subyace en su interior: revivir la llama de una experiencia mística; encender el encanto de su aura luminosa; acunar el aliento del manadero infinito; atizar el sentido de lo sagrado y, desde luego, encauzar una corriente de sabiduría y amor que enlaza el alma de la poeta con el alma del mundo en un orgasmo de erotismo espiritual:
Te abracé rotundamente
sin brazos;
el beso fue tan hondo
que me volví beso:
te amé con Tu propio amor.
La poeta luce conmocionada ante el impacto apelativo de la voz universal. Acude al Protoidioma de la poesía; apela a la “sabiduría universal” de la memoria cósmica ante el aliento espiritual del Numen; enfoca los efluvios de la trascendencia, que se manifiestan en ecos, susurros, imágenes, voces, dictados o la música interior que su alma percibe; aborda la contemplación de lo profundo desde el arrebato de la conciencia y ausculta su propio estado interior mediante la coparticipación de la persona contemplativa en la sustancia de la contemplación para dar paso, desde el “cordón umbilical” de la sensibilidad profunda, a la verdad suprema de la conciencia cósmica, que plasma en la forma sugerente de la expresión establecida y la experimental. Por eso escribe, anonadada y delirante la poeta:
volaba
que
creía
hasta que comprendí
que
me
abismaba
En esta lírica teopoética la creadora procura recuperar el sentido. Quien ha desarrollado la vida interior de la conciencia y ha escuchado la voz interior de las cosas o de los efluvios del Cosmos, vive inmensamente acompañado. Más que lo que pergeñan sus vocablos y lo que sugieren sus vivencias, que nunca se pierden, también dan cuenta de cómo la poeta se adentra en las cosas y ausculta voces, imágenes y sentidos que la realidad atesora en su dintorno. El encanto de las cosas reside en la connotación que adquieren a la luz de quien sabe interpretar lo que su costado atesora. El misterio de la Creación no radica solo en el secreto que oculta, sino en el aliento que vela. Recuperar el sentido es develar ese misterio, rol que la poesía, la religión, la teología, la espiritualidad y la mística atesoran para el que siente y entiende lo profundo. Por eso proclama nuestra poeta:
De súbito
quedé libre del numeral tormento,
cesó la herejía de la separación
y se extinguieron los pronombres:
ya nunca más podré enunciar el Tú.
Los elegidos para experimentar en los fueros de la conciencia las vivencias de las ondas sagradas del Nous, como las que ha vivido Luce López-Baralt, han tenido acceso en esos singulares momentos de iluminación trascendente a un costado del fulgor divino, signo inequívoco de una pureza seráfica. A ese singular estadio de las vivencias contemplativas la denomino “experiencia fulgurante” del misterio. Para suerte de los poetas, privilegiados que orillan la antesala del secreto para atisbar, en sede literaria, la clave del sentido y el fulgor de lo divino, los que sintonizamos el arte de la creación a la luz de la filología también podemos sentir, por mediación de la vivencia vicaria, algo de lo que fragua el hondón de la sensibilidad de la poeta boricua, que sus entrañables versos consignan en sus imágenes y símbolos. Cuando llega la onda de lo divino algo fluye en la conciencia para usufructo de la emoción estética y disfrute de la fruición espiritual, como canta nuestra poeta, arrobada ante la vivencia del amor infinito:
Lo que supe
es más sencillo estar al margen del tiempo
que estar inmerso en el tiempo
más sencillo no respirar
que respirar
más sencillo saberlo todo
que no saber
más sencillo ser el Amor
que simplemente amar.
Los místicos perciben el fluir de lo viviente en su dimensión sensible y suprasensible. Ven lo que se materializa de la emanación de lo sagrado. Por eso no añoran el pasado, ni tienen nostalgia por lo que ya no es, porque su anhelo mayor es vivir la unión con lo divino. Más adentro de sí intuyen lo que sobrecoge su sensibilidad y activa su conciencia. El anhelo de sentir un aroma de la Presencia sagrada atiza la vivencia y la contemplación de lo viviente: “Hay quien queda cegado / por las tinieblas / yo quedé cegada por la Luz”, exclama excitada la poeta. Esa experiencia de la sensibilidad trascendente hace que las cosas hablen con sus efluvios sobrenaturales.
Ilegibles para muchos, las cosas susurran y delatan lo que entrañan en su dintorno, que los dotados de una singular luz saben desentrañar con sus imágenes, símbolos y mitos. En esa sintonía coinciden poetas, místicos y santos. Cuando esa triple condición confluye en una misma persona, la emoción es múltiple y el efecto también. Por eso la poeta boricua escribe al modo reflexivo de Jorge Luis Borges y al modo místico de Ángel Darío Carrero:
Me sumerjo en un mar blanco sin orillas
vuelan las clepsidras y los relojes,
las horas inútiles colapsan
(eran una ficción sin sentido
que agradezco olvidar)
estoy curada del rigor de las horas:
el río de Heráclito se apaga.
Anegada en el mar blanco sin orillas
accedo a una extraña certeza:
la eternidad es sencilla.
Ante las vivencias que deslumbran los sentidos y desarticulan la conciencia, la persona lírica puede apreciar tres perspectivas complementarias: el despliegue sensorial de lo viviente, que propicia el goce de los sentidos; el impacto de la luz en la sombra, que provoca la iluminación en el hondón de la conciencia; el hallazgo de la intuición ante la contemplación de una realidad que concita la energía creadora, sea de la realidad o de la propia conciencia. Lo que parece un rejuego de palabras es, de hecho, un requiebro del intelecto ante el deslumbramiento de los sentidos o el estremecimiento de fulgores, como dice Luce en “Domine non sum digna” (“Señor, no soy digna”):
La luz de la luna penetra sigilosa en el estanque
y se cuida de no dejar su huella sobre el agua:
Tú no te cuidaste.
La onda de la prosapia sagrada
Cuando se asume el mundo como es, ni pesa el aire, ni corcovea la lluvia, ni brotan suspiros consentidos de melancolía ni los sobresaltos de la añoranza o la nostalgia. En cada fluir de lo viviente late el fulgor que transfigura y el sentido que enamora. Lo que nos asombra afuera, late con su esplendor dentro. La mirada mística, que es una mirada interiorizada y tierna, encuentra sentido en todo, belleza en todo, sacralidad en todo, y todo se siente, se valora y se vive por el Todo. En cada criatura late un vestigio del Paraíso, y en cada rincón del Universo rutila la llama de Dios. Cuando se mira místicamente el mundo, como lo mira Luce López-Baralt, la vida no es solo hermosa y cautivadora, sino que desde cualquier mirador los pedazos de las cosas se congregan, y la tajada de la luz se reintegra al haz lumínico que reverbera. Aunque algún travieso trozo de sombra se disperse por temor al impacto de la lumbre, siempre fluye el tizón que enciende y enamora. Por eso Juan de Yépez hablaba de la “soledad sonora”, y Luce López-Baralt habla de la “música que calla”:
Las palabras
a las orillas de aquel lago de plata
perdían su fijeza de ícono
y con ímpetu gozoso
se desplegaban en todas las direcciones:
dejaron pues de ser palabras,
por lo que ahora callo.
La Presencia infinita se manifiesta con claridad meridiana en el alma que atesora sabiduría, luz y ternura. Así lo sienten los místicos, que interiorizan el resplandor de lo viviente y la hermosura de las cosas. En cada amanecer fluye remozada la vida y, en los atardeceres radiantes, serpentean en matices multicolores los susurros de la luz, que salpican con sus cristales de plata el haz de ríos, mares y océanos. La poesía mística, como la de López-Baralt, entraña el cauce de la transfiguración compartida con la fragua del misterio.
La energía interior de la conciencia, que el Logos formaliza en la palabra, entra en sintonía con la energía interior de la cosa, que encarna la llama divina en lo viviente. Entre la Energía superior del Cosmos y la energía interior de la cosa hay relaciones entrañables que imantan la sensibilidad y la conciencia, que la creación poética asume, bajo el éxtasis de los sentidos para fraguar en el concierto del espíritu la llama que enciende el corazón enamorado, como lo experimenta la agraciada lírica puertorriqueña en “Con Jorge Luis Borges”:
El tintóreo Hákim de Merv
autor de La aniquilación de la rosa
cometió una abominable herejía:
intentó anegar en tinta
el éxtasis, el vuelo y la epifanía.
Para escribir lírica mística hay que sentir que vivimos en un Paraíso y que somos la encarnación de una gracia divina. Como los niños, los poetas, los iluminados, los enamorados y los místicos, Luce López-Baralt participa del “dolorido sentir” de Garcilaso de la Vega y del “gozoso sentir” de los contemplativos. De ahí su visión luminosa, entusiasta y jubilosa de lo viviente. De ahí su valoración de lo real como eco de lo sagrado. De ahí la virtualidad enajenante de su lírica, índice de la profunda vivencia espiritual que entraña su conciencia de lo trascendente como conciencia del sentido. En su Logos personal hay la revelación de una fuerza ancestral, arquetípica y simbólica, que va desde la palabra humana hasta la voz de la Divinidad:
¿Cómo decirlo?
Era un orbe de luz,
pero infinito
(entonces no era un orbe)
era un mar sin orillas,
pero nacía en mi interior
(entonces no era un mar)
era yo misma
pero trastocada en Tu hermosura
(Entonces no era yo)
Dime, ¿cómo decirlo?
La poeta boricua canta, conmovida, lo que sacude su sensibilidad y lo que ilumina su conciencia con el gozo íntimo de vivir “un mar de dulzura” y, aunque dice que se ha quedado sin palabras, como suelen dejar al visionario sus impactantes visiones sobrenaturales, prefiere la singular afasia para seguir viendo su Luz. La ilustre poeta caribeña combina imágenes de otros iluminados del decir hermoso, lo mismo de la lírica oriental que de la lírica boricua (“Simurg de los persas /quetzal de la nada”), para sorprender diciendo que el más alto vuelo es el que “se emprende hacia uno mismo”. Se vale la poeta de retruécanos, antítesis y paradojas, recursos de la lírica mística, para ‘explicar’ el singular fluir de sus vivencias y, en una erudita evocación de los dislates de los místicos, la persona lírica de este cautivante poemario trata de ‘entender’ y ‘explicar’ la inspiración que le llega. ‘Confundida’ con el Amado, la poeta se siente una con los elementos y las cosas en una cópula de amor sagrado que la mística entraña y reserva a los iluminados, santos y elegidos. Al regresar de la vivencia del ágape sagrado, la poeta boricua canta jubilosa:
Yo he sido huésped de esos clarísimos alcázares:
he hollado sus pavimentos de cristal.
Supe bien del centelleo
de sus cúpulas de plata,
de la iridiscencia infinita
de sus almenas de fuego.
Para describir la vivencia de esa cópula embriagante acude a la imagen de otros poetas que sintieron la llama de la dolencia divina:
Águila sideral,
simurg de los persas,
quetzal de la nada.
Volé con todas las aves de brillante pluma
el más alto de los vuelos: hacia mí misma.
Esa locura de amor domina el hondón de la sensibilidad de la iluminada poeta puertorriqueña ya que su fruición es honda, inmensa y sublime, y, aunque dice no entender, más que balbuceo, más que un susurro emotivo, más que onda intuida, su decir es una revelación trascendente, con la magia del simbolismo que perfilan sus palabras, como se aprecia en “En torno a la Azora XXIV, 35”:
El nicho de las luces
guarda un candil encendido
en un recipiente de cristal
que contiene una luminaria
si lo miras
te transformas en estrella.
Uno de los textos más sorprendentes de este poemario místico de la escritora antillana es el titulado “Nuestro lecho florido”, en el que la pareja de amantes, en su cópula divina, vive la más alta delicia de los sentidos en un jardín de jazmines y, al evocar la “noche oscura” del inmenso lírico abulense, recuerda que experimentó su cuota de eternidad en un lecho encendido de fulgores superiores:
Nuestro lecho florido
Shiva y Shakti hacen el amor
en un jardín de jazmines,
la Sulamita se une a su amado
a par de los lirios,
la amada nocturna olvida su cuidado
entre las azucenas.
Tú y yo nos amamos
sobre un lecho florido de estrellas.
Con Annemarie Schimmel, cuya poesía la escritora puertorriqueña tradujo al español, en su calidad de arabista descubrió que “había ruiseñores cantando bajo la nieve”, experiencia sutil en la que coparticipan místicos y poetas cuando ponen en sintonía su sensibilidad con el alma del mundo. Hay que haber transitado varios caminos en los predios del Humanismo y en las antesalas de la Trascendencia para comprender lo que han vivido los iluminados y los místicos de la alta vivencia del espíritu en comunión con lo divino, como lo experimentaran Platón de Atenas, san Francisco de Asís, Halal-udin Rumi, Dante Alighieri, Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz, Rabindranath Tagore, Jorge Luis Borges, Francisco Matos Paoli, Karol Wojtyla, Ángel Darío Carrero, Clara Janés y ahora Luce López-Baralt, con la exquisita expresión del más bello decir que hace de la palabra el cauce de fecundas vivencias espirituales y, de la mística, la más alta sabiduría, como lo expresa en sus ardientes versos:
Un océano de Misterio
se esconde en el aliento
que precede a la palabra:
sé que no debo
revelarlo.
En virtud de la alteración de la conciencia, que experimentan santos, contemplativos, místicos, profetas y teopoetas, los elegidos del Espíritu tienen singulares vivencias interiores y algunos han tenido particulares extrapolaciones de su mente en conexión con el fluir de lo viviente en una intensa y luminosa experiencia arrobadora, como son la experiencia cardinal y la experiencia teopática. Luce López-Baralt ha conocido esos estadios en sus vivencias interiores, y algunos de sus poemas así lo evidencian, según lo manifiesta su creación poética:
Plantamos un huerto en las esferas:
de los surcos encendidos brotaron
el sol y la luna y juntos hicimos
una vendimia de estrellas.
Esa sensación infinita, en el caso de los poetas místicos, tanto como vivencia estética, que lo es, también tiene mucho de vivencia sagrada, en ese “mundo ideal” del que relataba Platón, o ese Tercer Paraíso del que decía Pablo de Tarso, o en ese estado extrapolado de la mente, al que alude la psicología, aunque desde la perspectiva de la mística, es la Luz la que alumbra, enajena y santifica:
La fuente era un cielo nocturno
de agua quemada
tiré mis ojos sobre las aguas
vi Tus ojos
y quedó una sola mirada encendida
flotando sobre las ondas.
Cuando nuestra poeta dice que se une al llanto de Filomena, que entristeció a Virgilio, al tiempo que alude a la literatura clásica, que conoce a fondo, expresa también la tentación que acecha al místico de rehuir la creación (“Solo el silencio podría custodiar el misterio”, escribió nuestra poeta en uno de sus textos) y rumiar lo que vive al interior de sus sentidos. Para suerte de nuestras letras y para enaltecimiento de la lírica mística, la agraciada cantora boricua ha testimoniado las grandes vivencias de su espíritu y lo ha hecho de la manera más sublime que el buen decir reserva a los elegidos mediante la más hermosa forma a la que acceden los mortales con la dotación sagrada del Logos y el aliento inspirador de la lírica, como lo ha testimoniado esta exquisita creadora al subrayar el fluir del Verbo:
En un instante habitado por albas y espejos
al fin supe quién era.
Por eso Luce López-Baralt concluye este hermoso y cautivante poemario, Luz sobre Luz, con el sentimiento que alienta el corazón de iluminados, místicos, santos, profetas y teopoetas:
Un pájaro canta lo que va a venir: Tu regreso.
La autora de Luz sobre luz revela la ternura de su alma, la sabiduría de su espíritu y la autenticidad de sus vivencias a la luz de lo divino. Y descubre el fuero amoroso de sus vivencias y la sabiduría sagrada del Nous, con la verdad mística profunda, la que enajena y transfigura, fulgor que embelesa bajo el encanto cautivador de la Llama sutil.
Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, R. Dom., 15 de octubre de 2020.
Notas:
- Luce López-Baralt nació en San Juan de Puerto Rico el 21 de agosto de 1944. Obtuvo una Maestría en Literatura Hispánica por la Universidad de New York y un Doctorado en Lengua y Literatura Románicas por Harvard University. Profesora de la Universidad de Puerto Rico, políglota, traductora, ensayista, crítica literaria y poeta. Ha sido profesora visitante de importantes universidades europeas, asiáticas y americanas, y es una eminente arabista y especialista en la obra de san Juan de la Cruz y la literatura mística sufí, cristiana y española. Miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, es miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Dominicana de la Lengua. También forma parte de Asociación Internacional de Hispanistas, Ateneo Puertorriqueño, Asociación Internacional de Cervantistas, American Oriental Society, Instituto de Literatura Iberoamericana y del Movimiento Interiorista. Colabora en varias publicaciones internacionales. Suyos son los siguientes libros: Huellas del Islam en la literatura española (Madrid, Hisperión, 1985), San Juan de la Cruz y el Islam (Madrid, Hisperión, 1990), Obras completas de san Juan de la Cruz (en colaboración con Eulogio Pacho, Madrid, Alianza Editorial, 1991), Un kama utra español (Madrid, Siruela, 1992), Erotismo en las letras hispánicas (México, Colegio de México, 1995), El sol a medianoche: La experiencia mística, tradición y actualidad (Madrid, Trotta, 1996), Asedios a lo indecible: San Juan de la Cruz canta al éxtasis transformante (Madrid, Trota, 1998), Las moradas de los corazones (Madrid, Trotta, 1999), José Hierro y el lenguaje de lo imposible (Madrid, Cátedra, 2002), Poemas de la vía mística (Madrid, Mandala, 2002), El cántico místico de Ernesto Cardenal (Madrid, Trota, 2012), Repensando la experiencia mística (Madrid, Trotta, 2014) y decenas de estudios en revistas y publicaciones internacionales.
- Para escribir poesía mística el sujeto creador tiene que haber experimentado el éxtasis transformante. La poesía mística expresa el sentimiento de lo divino, sentido y vivido bajo la inspiración de lo sagrado. Desde luego, la mística entraña el sentimiento de lo divino, y la vivencia mística implica un vínculo sagrado, sentido y vivido con sabiduría y amor, como han testimoniado los místicos de diferentes confesiones religiosas.
- San Juan de la Cruz, Vida y obras de san Juan de la Cruz, Madrid, BAC, 1960, 4ta. Edición, p. 186.
- Correo de Bruno Rosario Candelier a Luce López-Baralt, fechado el 1º. De diciembre de 2012: “Con inmenso gozo te remito el estudio que escribí sobre tu hermoso poemario, una manera de corresponder al honor que me hiciste al darme a conocer, aún inédito, la creación estética y mística de tus vivencias luminosas. Tu lírica enriquece la poesía mística del Interiorismo y, desde luego, la creación teopoética de las letras americanas y universales. Recibe, con mi enhorabuena, mi abrazo emocionado con hondo afecto y devoción entrañable”.
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