La memoria vicaria
Por Marcio Veloz Maggiolo
(Para Bruno Rosario Candelier)
Cuando Luis Martín Gómez me hizo aquella suculenta entrevista para su programa de televisión, publicada luego en la prensa nacional, en los comentarios de algunos lectores salió a relucir lo que llamaba en aquel momento “la memoria vicaria”. Los lectores pidieron explicaciones, y ahora, con los años y de vuelta a la pantalla donde aún están “frizadas” las preguntas, contesto en el momento en que voy pensando en pasajes de un cuento basado en la interacción posible de esa memoria.
Fue Bruno Rosario Candelier quien una vez me puso al tanto de que yo usaba con frecuencia la que él llamaba “memoria vicaria”, o sea la memoria del otro, pero que pasada a tu conciencia ya no es del otro sino tuya por adscripción, porque lo que haces con ella es transformarla, usándola para forjar con ella una memoria diferente, que no es ni la real, ni la que heredaste. Pero dicho así parece fácil.
Un personaje puede surgir de tu propia experiencia y lo conoces sólo en una faceta del recuerdo. Entonces lo escoges para reconstruirlo en un texto aunque sepas muchas cosas sobre el mismo, pero no todas. Cuando has intentado meterlo en un texto literario empiezas a pensarlo de otro modo y, entonces, si tienes al lado un coetáneo, alguien que conocía el personaje en la realidad, es éste quien al darte nuevas informaciones que no has vivido, pero que han sido contemporáneas, te permite construir un ser que, basado en la realidad, es otro, porque ambas memorias, la tuya y la que recibes, terminan complementándose, y ese complemento es el que te ayuda a cincelar un personaje que ya no es el real, sino su base misma; un personaje que aun viviente, como pasa muchas veces, se reconoce él mismo en trazos, en trozos, en acciones que son parecidas a las de la realidad que viviera o viviéramos; un personaje que sufrirá la inventiva y a veces hasta la invectiva del escritor. La memoria vicaria busca, entre las opiniones ajenas, aquellas que se acomodan a la redacción y a la creatividad. Los recuerdos del otro pueden ser una búsqueda personal, pero igualmente llegan sin que el otro se lo proponga, formando parte de una memoria que estaba casi muerta y que ahora, con la del amigo o con el informante inadvertido, renace y toma forma literaria.
Todo escritor, y principalmente los novelistas, acuden con frecuencia a la memoria vicaria, la que surge en ocasiones sin proponértelo, como cuando en un ratón que busca el queso encuentras en un recuerdo ajeno manera o modo de completar el tuyo, enriqueciendo de modo tal al personaje que a veces él mismo sería incapaz de reconocerse.
La memoria vicaria funciona como una base para la reconstrucción de los personajes, pero es rescate de los mismos cuando alguien aporta experiencias que compartías y que no recordabas. Hace ya unos años un viejo y querido amigo que aparece en una de mis novelas como un líder barrial en el aspecto erótico, me regañó acremente diciéndome que nunca intentó suicidarse cuando su padre se dio cuenta de sus amores clandestinos con una joven prostituta; además me corrigió aseverando que la chica que yo mencionaba como su adorada ilusión, no se cortó las venas por él. Penetraba él en mi memoria ya consolidada y tan mía como la de él, que era ahora la auténtica, para descargarme el regaño con una sonrisa. Cuando le expliqué que había copiado su aventura a mi modo entendió que el personaje de la novela, en cuanto ya fue escrito, dejaba de ser él, y que si se identificaba, y peor, lo proclamaba, muchos pensarían que lo narrado por mí era cierto, y tendría que enfrentar una parte de su biografía totalmente imaginaria, de la cual, él, en carne y hueso, nunca participó.
Sonriendo me dijo que entonces estaba mintiendo a costa de él, y tuve que explicarle, me mentía a costa del personaje vicario, porque lo había transformado gracias a viejas conversaciones que aseguraban que él, en verdad, había participado en los hechos casi del modo en que yo los reconstruía.
Un personaje tiene, como se ve, profundas raíces vicarias: las que buscamos para entender mejor lo que vamos a crear, y las que están de viejo dentro de nosotros gracias a arcaicas informaciones que nunca decidimos poner en claro porque servían notoriamente para que la imaginación floreciera a su modo, que es al fin y al cabo uno de los atributos mayores del narrador.
(Marcio Veloz Maggiolo, “El correr de los días”, Listín Diario, Santo Domingo, 28 de noviembre de 2014).
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