Fuero y caudal | Bruno Rosario Candelier: Perfil del español dominicano
Por María José Rincón
Cuando somos hablantes de español tomamos conciencia muy pronto de que nuestra lengua es muy extensa. Nuestra lengua acumula siglos de historia; es extensa en el tiempo. Nuestra lengua señorea en territorios extendidos en varios continentes; es extensa en el espacio. Nuestra lengua es la lengua materna de casi seiscientos millones de personas; es extensa en hablantes. Estas tres dimensiones de su extensión tienen como consecuencia inmediata, inevitable, y feliz, su extraordinaria diversidad. Una diversidad que los hablantes de español sabemos atesorar y defender, en un difícil equilibrio, que estamos logrando con éxito admirable, entre diferencia y unidad.
La obra de Bruno Rosario Candelier está permeada esencialmente de amor por la palabra, de amor por la lengua, de amor por la lengua española. Cualquiera que ame nuestra lengua, aun más si es un filólogo como Rosario Candelier, se ha preguntado alguna vez qué caracteriza su forma de hablar, qué peculiaridad la distingue particularmente; ha tomado conciencia, en definitiva, de su propia variedad de la lengua española y se ha afanado por conocerla. Y el libro que hoy presentamos es la consecuencia de esa toma de conciencia y de ese afán de conocimiento.
En Perfil del español dominicano Bruno Rosario Candelier aborda la variedad dominicana de la lengua española desde cuatro perspectivas distintas. Un repaso somero a estos cuatro acercamientos me va a servir para presentarles la obra.
La primera parte recoge sus propias reflexiones sobre la variedad dominicana de la lengua española agrupadas en torno al título «Perfiles idiomáticos». La creación léxica y semántica del español dominicano es la gran protagonista: el caudal léxico patrimonial, mantenido, enriquecido y, en algunas ocasiones, conservado contra viento y marea de los años y de los cambios sociales y culturales; el nuevo caudal léxico aportado por las lenguas indígenas prehispánicas, el que se mantiene vigente y también el que está condenado a desaparecer por el abandono del mundo rural, por la pérdida de nuestra biodiversidad y por el cambio en nuestras costumbres; el caudal léxico de origen extranjero, habitual, inevitable, que nos habla de historia y de contactos, deseados o impuestos; y, por último, el caudal léxico y semántico que el dominicano ha ido creando a lo largo de los siglos con las herramientas que le proporciona la lengua española para hacerlo con pleno derecho.
Gracias a una segunda perspectiva, Bruno Rosario Candelier nos acompaña en un repaso por los «Estudios lingüísticos» que los autores más diversos han producido acerca de distintos aspectos del español dominicano. No es muy amplia la bibliografía que se le ha dedicado a nuestra variedad dialectal, pero Rosario Candelier nos invita a conocerla. No podían faltar Pedro Henríquez Ureña, el gran filólogo dominicano, por mencionar a alguno de los pioneros, ni Orlando Alba, por mencionar a alguno de los contemporáneos. La nómina es extensa y variada en calidad y tipología. Y a pesar de lo que pueda parecer, todavía el trabajo no está más que apuntado. El estudio del español dominicano, una de las variedades históricas más importantes de nuestra lengua –no olvidemos que fue la primera manifestación de la lengua española en América–, es una asignatura pendiente. Decía Manuel Alvar, uno de los grandes que prestó atención científica a nuestra forma de hablar, refiriéndose a lo que falta por investigar en la lengua de la República Dominicana: «También la República Dominicana tiene un tajo -grande- abierto y pocos operarios».
La tercera perspectiva se detiene en los «Códigos lexicográficos», obras de distinta envergadura que han abordado el léxico dominicano en forma de diccionario. No puedo dejar de referirme, por cercanía intelectual y afectiva, a los capítulos dedicados al Diccionario del español dominicano, publicado por la Academia Dominicana de la Lengua con el apoyo inestimable de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua. De él dice Rosario Candelier: «Concebido, confeccionado y editado por la Academia Dominicana de la Lengua, […] es el texto más completo, riguroso y actualizado que recoge el léxico diferencial de los dominicanos con la metodología científica de la lexicografía». No me cabe la menor duda de que su concepción, su auspicio, su proyección y, finalmente, su publicación es uno de los mayores logros académicos de la dirección de Bruno Rosario Candelier.
Los «Estudios literarios» nos acompañan a través de una cuarta perspectiva de análisis de la variedad dominicana del español. Para Bruno Rosario la literatura es la «manifestación del potencial creador […] de la palabra». La creación literaria es por tanto, en opinión de Rosario Candelier, la consecuencia inevitable de la condición del ser humano: la manifestación de su potencia intuitiva y creadora hecha realidad mediante el lenguaje. Valgan los ejemplos del repaso del uso de la palabra en la poesía de Leonor de Ovando o Domingo Moreno Jimenes.
En su artículo «La lengua en el desarrollo de la personalidad» (2008) Bruno Rosario Candelier subraya la afirmación del académico Juan Rof Carballo sobre el papel destacado de la lengua y el afecto en la gestación de la personalidad. A estos dos factores esenciales Rosario Candelier agrega el influjo de la tierra y la cultura. Afecto, tierra y cultura le han dado al español dominicano su perfil peculiar. Con él, con nuestra hermosa lengua materna, cargada de denotaciones y connotaciones, entendemos, expresamos y comunicamos nuestro universo.
Como bien concluye Rosario Candelier, nuestra lengua es fuero y cauce de nuestra intuición, de nuestro pensamiento, de nuestra creación como seres humanos. Como lexicógrafa que soy, se me van las manos al diccionario y consulto estas dos hermosas palabras: fuero y cauce. El fuero de la lengua es poder, es jurisdicción, es libertad; su cauce es el lecho del río inmenso de nuestra lengua, que nació hace tantos siglos, en un apartado valle castellano, y que sigue corriendo a raudales por la orilla dominicana.
María José Rincón, Santo Domingo, 17 de mayo de 2020.
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