«Lumbre de la mocanidad», del doctor Bruno Rosario Candelier
La palabra libro se tiene como fuente de enseñanza por antonomasia. No importa su contenido, un libro siempre tendrá algún aporte para nutrirnos intelectualmente, incluyendo ¡oh, paradoja! aquellos que nada pueden aportar para “mejorarnos”, pues se convierten, estos últimos, en referentes precisos de lo que no debe merecer nuestra atención y esfuerzo. Indudablemente que el grado de desarrollo intelectual a que ha llegado la humanidad se debe a la aparición de los libros. Por ello, hemos de celebrar siempre sus publicaciones, ya que vienen a ensanchar la ribera del conocimiento en sentido general, pero, también, nos aportan luz sobre un proceso, época o materia, en sentido particular. Y cuando el libro ha sido elaborado por un escritor con conciencia y dominio del oficio, esa luz ha de ser aprovechada para nuestro crecimiento. Tal es el caso de este volumen que presentamos hoy a la consideración de los estudiosos, investigadores o, simplemente, curiosos de la literatura dominicana y su trayectoria a través de los siglos. Porque, aunque en este gran aporte a la bibliografía nacional solo se reseñan autores que han nacido en la demarcación geográfica de la provincia Espaillat, muchos de ellos han tenido trascendencia nacional e internacional, convirtiéndose, varios de ellos, en paradigmas de las letras nacionales.
Y en ese punto es donde radica la singular importancia de esta nueva producción de Bruno Rosario Candelier, quien imbuido de un acendrado sentimiento humanista no pierde oportunidad ni tema para ofrecer su aporte al engrandecimiento del acervo cultural de esta sociedad que tanto lo necesita. Haciendo galas de su dominio sobre los géneros literarios; echando mano a su amplio portafolio de estudios sobre la intelectualidad dominicana y, auxiliándose de sus amplios conocimientos técnicos en la materia, el doctor Rosario Candelier nos agrega otro peldaño a la escalera de obras didácticas que desde 1975 comenzó a ensamblar para el provecho de quienes quieran o necesiten escalar hasta la cumbre de nuestra literatura. La historia de una nación, continente (o del mundo) no puede ser engranada sin los detalles particulares de cada región o personaje que haya tenido que ver con su desarrollo. Y normalmente, los escritores, por el bagaje cultural que llevan sobre sus hombros; por el grado de razonamiento que llegan a alcanzar, producto de su preparación intelectual, son elementos distinguidos en la elaboración de esa historia. Así que, al revisar las páginas de este libro, entraremos en contacto con más de 150 protagonistas de la vida nacional que, en el devenir del tiempo se han convertido (y seguirán convirtiéndose) en fuentes obligadas para estudiar nuestro pasado; referentes actualizados para comprender nuestro presente y elementos determinantes para proyectar nuestro futuro.
La obra está organizada en 5 secciones específicas donde se nos presentan trabajos sobre cultores mocanos en los diferentes géneros literarios, comenzando con una síntesis histórica que ocupa la primera parte. Y si algún “pecado” podría alguien encontrarle a este libro, es la pasión con que su autor, permeado por su sensibilidad telúrica, asume el estudio de lo que él denomina la Mocanidad. Es posible que, producto de ello, a algunas personas les pueda parecer extenso el abanico de nombres que abarca. No obstante, objetivamente hablando, a ninguno de los personajes mencionados se le puede quitar la cualidad que lo ha hecho merecedor de aparecer en esta detallada reseña histórica. Pero, aparte de cualquier observación que se le pueda hacer, lo que resalta, lo que verdaderamente sobresale una vez más, es la maestría de su autor en la elaboración de este tipo de trabajo. Con la válida iniciativa de rescatar y propagar la “lumbre de la Mocanidad”, el director de la Academia Dominicana de la Lengua, nos brinda la oportunidad no solo de conocer datos precisos sobre los productores literarios de su “patria chica”, sino que, a través del contenido de los estudios que estructuran el volumen, nos ofrece cátedras de ensayística en varios de sus trabajos recopilados para ensamblar este, su más reciente aporte literario. Tal es el caso del texto que aparece en la página 79, bajo el título de “Moca en la poesía de Aída Cartagena Portalatín”, a mi entender, uno de los más sobresalientes ensayos literarios que se haya escrito sobre obra literaria alguna, en nuestro idioma.
Tanto por la forma en que está estructurado, como por el sustrato que deja en el lector, este trabajo puede considerarse un modelo, en cualquier idioma y para cualquier público, como puede apreciarse en la “birla introductoria” que el autor usa como pórtico. Cito: “Creo firmemente en ese aserto por cuanto todo escritor es dominado por una obsesión que se reitera, abierta o solapadamente, en todas sus obras. En ese sentido es como se emplea la palabra tema, significando la obsesión o red de obsesiones. Así, Federico García Lorca habló duendes, productivos y Mario Vargas Llosa de “demonios” personales. Lo particularmente difícil es detectar el tema específico de cada escritor, sobre todo, cuando esa obsesión se oculta ingeniosamente en los artificios del lenguaje. Tal es el caso de Aída Cartagena Portalatín (Moca, 1918) en “producciones literarias. ¿Y quién era Swain? Su retrato aparece en Escalera para Electra (1).
Aquí se perfila un planteamiento profundo del tema a desarrollar y se plantea un abordaje al mismo que no deja dudas de la seguridad y precisión con que el tema habrá de ser tratado. Y les juro que no decepciona a esa primera impresión, la profundidad con que el autor desentraña los secretos que revelan el tema motor en toda la obra de esta sobresaliente escritora de nuestra lengua. Como se aprecia en esta síntesis genial de todo el ensayo.
Efectivamente, Aida Cartagena trenzó los recuerdos, y ese nudo rememorativo le permitió desgranarlos en sus libros. Es así como en “Sed de dolor” reitera los “viejos recuerdos”; en “Sangre sin nombre” habla de “remolinos de pasiones pretéritas”; y en “Poema de eternidad” asegura, dirigiéndose a alguien que identifico como Swain, que “te hiciste un primer puesto en el mundo de mis pensamientos y así reconstruimos los pórticos de aquel amor caído”. Habrá que esperar muchos años, concretamente, la publicación de la novela Escalera para Electra, para conocer aquel “amor caído” a que alude Aída (2). Este es, quizás, el más sólido ejemplo de la importancia de esta obra, que no solo nos ilustra sobre los dignos personajes que encontramos en sus páginas, sino que nos sirve de modelo a quienes, modestamente, pretendemos abrirnos camino en el sendero del género ensayístico.
¡Ojalá que el ejemplo del maestro Rosario Candelier sea asumido por otros intelectuales de la nación y que, en un ejercicio de investigación seria y objetividad intelectual, nos brinden un ejemplar contentivo de los personajes que han existido en cada foco literario que se haya desarrollado en el país!
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