El Diccionario de símbolos, de Bruno Rosario Candelier
Por Roberto Guzmán
Para mí es un placer y un honor poder conversar sobre este diccionario porque hay algo que quizás muchos de ustedes ignoran y es que soy un lector y coleccionista de diccionarios. No solo los consulto, sino que los leo de principio a fin, aunque, naturalmente, me tomo el tiempo que eso requiere.
Carl Jung afirma en su libro acerca de los símbolos de los hombres, que la historia del simbolismo muestra que cualquier cosa puede asumir un significado simbólico. Después de esa introducción el famoso sicólogo nombra algunas de las cosas y objetos, naturales o creados; así como conceptos abstractos que son símbolos. Al final del párrafo él escribe: “Todo en el cosmos es un símbolo en potencia”.
Este aserto hace que desde el principio se entienda que la confección de un diccionario de símbolos es una gran tarea. Por fortuna este diccionario de símbolos se ha circunscrito a los que aparecen en literatura; con la gran ventaja de que otorga un espacio preferencial a los escritores dominicanos. Esta clase de diccionario clamaba por su confección, pues el ser humano cuenta con la habilidad de procesar material en el nivel simbólico de una manera que parece que es innata. La cultura misma se desenvuelve alrededor del lenguaje y otras formas de símbolos.
No hay que sorprenderse si se encuentran ejemplos extraídos de publicaciones periódicas, pues como afirmó Jung, cualquier tipo de cosa puede ser un símbolo. Puede decirse que Bruno Rosario Candelier ha desenterrado símbolos insospechados que se encontraban ocultos dentro de los párrafos de literatura. Esto último es solo una parte del valor de este diccionario, aunque no la de menos importancia.
Para compilar uno o más diccionarios hay que ser un apasionado. El señor Rosario Candelier ha dado pruebas fehacientes de sentir pasión por este tipo de labor, amén de las demás tareas que ocupan su ya comprometido tiempo.
En tanto que este es un Diccionario de símbolos, está organizado de manera alfabética. Este trae las imágenes de los conceptos que pueblan la literatura. En su calidad de símbolos estos difieren del significado de las palabras que los expresan, así se evidencia que los símbolos son algo que recuerdan otra cosa a los humanos. La alegoría de que se sirven los escritores citados en este volumen hace referencia de modo oblicuo a la intención que persigue el autor de esta; sin embargo, logra calar en el ánimo del lector, tal y como lo destaca Bruno Rosario Candelier.
De manera muy personal se entiende que el orden alfabético que el diccionario impone ha salvado al autor del diccionario del doloroso trabajo de tener que jerarquizar u organizar estos símbolos de otro modo. Este es un diccionario con el énfasis puesto en la literatura dominicana. Se recuperan en este los símbolos que han esparcido los escritores dominicanos a través del tiempo; al hacerlo, el autor del diccionario los sitúa en el ámbito literario y los explica. Los símbolos así analizados tienden a adquirir carácter general; en otras palabras, tienen vocación para ser universales.
Lo que se pone de relieve por medio de este diccionario son las palabras o sintagmas que adquieren la categoría de símbolos, es decir, los que se alzan con un sentido otorgado por la imaginación a través de la sugerencia que implican. El símbolo que se considera en este diccionario es el resultado de la imaginación del escritor que espolea la memoria y la sensibilidad del lector, para dejar una impresión que establezca la relación entre el valor primero de la palabra escrita y la idea que evoca.
Los símbolos suponen un esfuerzo que puede a veces ser mínimo, pero en otras oportunidades puede requerir una intelección más educada de parte del lector. En algunas ocasiones, en la literatura ha sucedido que algunos símbolos creados como producto de las circunstancias se erigen en la representación aceptada por la mayoría de los hablantes.
El símbolo logra despertar en las mentes de quienes los reciben un concepto moral, intelectual, o de otra índole que se evoca con naturalidad en la medida en que penetra en el intelecto del lector. Del mismo modo en que el símbolo deja huellas en la memoria se incorpora al acervo cultural de la sociedad y se hace de un sitio que conquista por su poder de evocación.
La intuición a través de la cual el lector percibe el sentido del símbolo le viene como resultado de los conocimientos previos, de la cultura y del grado de sensibilidad que posee. En muchos casos solo el entendimiento de la lengua suministra los elementos para discernir el símbolo. Hay que convenir en que esa cultura que se menciona es una organización de contenidos que se descubre con la ayuda del lenguaje y las conductas significantes. Esto claro, sin olvidar lo que A. J. Greimas observa, que el lenguaje en sí es misterioso, pero que no hay misterios en el lenguaje.
En literatura, sobre todo en el género poético la habilidad para aprehender los símbolos que permean la escritura se desarrolla con la lectura, pero este diccionario hará más fácil encontrar las explicaciones de estos y aguzar la percepción sensible para aprehenderlos por los sentidos en lecturas futuras. Además, esta obra no solo trae el símbolo al cual se adhiere el sintagma, sino que al incluir otros datos colabora con la inteligencia de los escritos.
En este diccionario hay rasgos de lexicón ideológico por el contenido de conceptos y por las explicaciones que contiene. Eso se entiende si se piensa en las explicaciones que ayudan a captar las analogías que permanecen en los intersticios de los textos citados. Es bueno recordar que el símbolo obtiene su poder de representación en virtud de la motivación que los hechos o la ficción crean a su alrededor. De esta guisa el símbolo representa otra cosa como consecuencia de una correspondencia analógica captada intelectualmente por el destinatario.
Una de las tareas principales que tiene una lengua es contribuir a crear una imagen de la realidad, a ayudar a ofrecer una representación de esta realidad que coincida con lo que el escritor plantea. En este aspecto el lenguaje y el pensamiento se condicionan recíprocamente. Estos símbolos así madurados reflejan la cultura de la cual dependen, en la cual se originan. Estos símbolos tratados en este diccionario hacen más interesante el conocimiento de las cosas, pues transmiten apreciaciones y opiniones que contribuyen con la cultura e iluminan el pensamiento propio. Se logra aprehenderlos gracias a un proceso educado de percepción. Los símbolos tienden a ser expresiones sintéticas, expresivas, propias de la conciencia humana. En el caso de los símbolos, las palabras vertidas funcionan en tanto claves para dar testimonio de una percepción que puede ser generalizada. El autor lanza sus ideas para sintonizar con el pensamiento y la percepción de los demás. No se trata en estas situaciones de comunicar solo reflexiones, sino intuiciones también.
Este diccionario tiene vocación de diccionario pedagógico, pues al tiempo que introduce a quienes lo consultan a familiarizarse con los símbolos y los medios en los cuales surgieron, coadyuva a fomentar la sensibilidad que permite intuir en el futuro los símbolos ocultos en la realidad de la vida. Los símbolos no se generan a partir de hechos aislados, muy al contrario, brotan en medio de discursos, situaciones, circunstancias que incitan la intuición y abren la posibilidad para que se produzca la aceptación de estos. Esto se consigue partiendo de las posibilidades que ofrece el lenguaje. Quien escribe crea adaptándose a situaciones, componiendo bajo el esquema conceptual del lenguaje.
En general para comprender las palabras es necesario conocer también las cosas a las cuales se refieren las palabras, Del mismo modo, los símbolos no pueden separarse de los fenómenos culturales que los ven nacer, y, se entienden juntos con estos. La significación del símbolo depende de su contexto. Luego, una vez que se asienta en la cultura, pasa a adquirir valor reflejo que los hablantes aprueban y admiten integrándolo con el uso en el lenguaje. El sentido del símbolo se forma como resultado del uso que adquiere al integrarse en el léxico de los hablantes.
En algunas ocasiones los símbolos son hipérboles de términos y cosas que los autores hacen suyos, los destacan, los capitalizan y le imprimen carácter singular para distinguirlos de la noción cerrada de la cual él las desprende. Lo que hace el creador en estas situaciones es que enfoca los objetos desde otra perspectiva, observados desde otro punto de vista.
En poética, los sentimientos, las emociones, los toma el poeta en tanto motivo para exaltar un símbolo e insertar una imagen diferente del mismo referente. Se atribuye el artista el derecho de presentar el mundo con significaciones diferentes de las cognoscitivas. Para conseguir este efecto acude a las significaciones culturales.
El fenómeno del símbolo se produce cuando la percepción del lector u oyente identifica la percepción con el concepto. Puede suceder que un símbolo migre de un contexto a otro, a voluntad de la masa de los hablantes, siempre y cuando no se desvirtúe su sentido primero. Esto se explica cuando se piensa que el lenguaje expresivo transmite una visión de las cosas, así como sentimientos y actitudes. De esa suerte se llega a un mundo poblado de imágenes y no de objetos llamados por sus sentidos propios.
La imaginación poética se sirve del simbolismo como de un instrumento privilegiado de reflexión y conocimiento. Este proceder se desprende de una exigencia desesperada en que se encuentra el poeta para conciliar sus sentimientos con la consciencia. Se encamina con esta conducta hacia una transmisión exacta normada por las inferencias. El símbolo puede ser el resultado de un momento en el pensamiento del escritor en el que el vocabulario de los conceptos no le basta para expresar sus percepciones y ahí decide denominar eso creando un símbolo que trasciende hacia el futuro. Este tipo de reacción del escritor acontece cuando el lenguaje conceptual no satisface las ansias existenciales que acompañan el desgarro que se produce en las estructuras profundas de la realidad, es el producto de una intuición intelectual.
Una característica del recurso al simbolismo es que añade un nuevo valor a un objeto o a una acción, sin que por ello amenace los valores propios e inmediatos de estos conceptos, de los cuales el creador se apropia para generar la idea del símbolo. La meta final del recurso al símbolo es tomar la percepción que se siente y llevarla al lenguaje concreto por medio de la realidad referencial, sin que esta pierda su naturaleza, diluida en la función referencial. El lenguaje permite que se expongan con gran densidad las emociones y, las representaciones individuales, aun cuando estas sean de carácter personal. El símbolo es el medio más idóneo para esta concretización objetiva.
Puede suceder que si el símbolo no trascienda, si este no alcanza a esparcir de modo suficiente su campo de acción, otro autor puede retomarlo sin otorgarle a este una significación idéntica. De esta manera el acto creativo no muere cuando el intento de un escritor no prospera, pues puede haber un relevo de la mano de otro creador de símbolos e imágenes. Esto es así porque el pensamiento tiene en sí un gran poder de creación e inferencia.
El símbolo parece más bien ser la expresión inseparable de una experiencia en la que la afectividad desempeña el papel de conocimiento. Puede añadirse que en estos casos el símbolo es una expresión espontánea. El símbolo establece la comunicación cuando puede ser percibido o interpretado por quien lo lee u oye. El lenguaje desempeña en estos casos, así como en general, su papel de herramienta indispensable del conocimiento. Solo el lenguaje puede cumplir esta función y lo logra muchas veces mediante el empleo de los símbolos, sobre todo, cuando parece que las palabras con sus sentidos propios no bastan para transmitir el pensamiento asociado a las sensaciones. Al final del proceso se produce una figuración simbólica del efecto emocional.
En algunos casos el símbolo se presenta como una representación, mediante una relación más o menos artificial, de algo abstracto, de una idea abstracta, de algo difícil de definir. Para que cumpla con su función este símbolo debe ser fijo y estable, relativamente sencillo, fácil de reconocer. El símbolo jamás será completamente abstracto, y si lo es, será la encarnación de lo abstracto. Esto es algo que solo puede lograrlo la facultad generadora de imágenes del espíritu humano. El símbolo transforma el fenómeno en una idea, la idea en una imagen, de modo que la imagen permanezca, aun cuando la idea sea difícil de explicar. Por suerte en este libro del cual me ocupo hoy, el diccionarista se adentra en los misterios -si los hay- y desentraña la esencia para entregarla ya digerida, si eso se precisa.
Casi siempre la expresión simbólica es una designación abreviada de algo conocido, o aún de algo relativamente desconocido cuya designación se hace dificultosa y, la mejor manera de aprehender la idea es de tomar de ella lo que haya de más simbólico. El símbolo es una parte del mundo del humano, pues es una de las creaciones de los humanos, como ya se expresó. Es pues, la imagen de un contenido que en gran medida se percibe por medio de la intuición. Para que logre su objetivo, el símbolo debe conseguir su efecto sobre el destinatario, forzar la atención de este, así como facilitar la retención de la noción, vale decir, debe cumplir con su cometido de función conativa.
En algunas ocasiones los símbolos no se crean de manera consciente; estos aparecen espontáneamente en el proceso creativo general, especialmente durante el proceso de producción. Estos símbolos significan directamente las concepciones, no usan las cosas como referentes. En esta suerte de lenguaje la comunicación descansa en las estructuras mentales configuradas en el largo proceso de abstracción y generalización que ha tenido lugar a través de la historia de los humanos. La experiencia enseña que los símbolos no necesitan tener sentido lógico para convertirse en la representación de lo aludido. Puede ser una metáfora sin naturaleza lógica. El enlace entre el símbolo y la significación se logra más bien mediante lo emocional, no como consecuencia de una derivación lógica. Algunos recursos a los que llegan los poetas y narradores hacen pensar que el lenguaje recto en algunas circunstancias no es idóneo para expresar las emociones e intuiciones que ellos perciben. Ahora bien, no son solo los literatos quienes recurren a metáforas e hipérboles, pues los sentimientos humanos encuentran salida a través de ese tipo de canal. Esto ocurre en las situaciones en que se desea transmitir emociones, sentimientos o estados afectivos fuertes, en cuyos casos el lenguaje literal o de los hechos desnudos resulta insuficiente.
En el símbolo está implícito lo que el autor de este sugiere, pero se deja al lector la tarea de que absorba la esencia de lo simbolizado. El lector queda con la misión de suplir lo que el escritor -poeta en la mayoría de los casos- insinúa. Por la presentación y organización que Bruno Rosario Candelier le ha dado a su obra el símbolo termina integrado al lenguaje como un hecho social propio de este.
Las figuras del lenguaje poético que llegan a constituirse en símbolos son creaciones para distinguir las cosas que la realidad y el pensamiento introducen en la vida y que solo el lenguaje puede revelar. Los símbolos establecen una relación conceptual en la que se destaca la energía connotativa. Esta se manifiesta avivada por la ayuda de las asociaciones mentales. No hay que olvidar que el lenguaje es, en efecto, el órgano de transformación simbólica de la realidad. El autor del símbolo orienta la percepción hacia algunos aspectos de su experiencia, al tiempo que lo aparta de lo demás.
Estos símbolos son concretizaciones de metáforas y metonimias que de acuerdo con Roman Jakobson funcionan como matrices generadoras de figuras retóricas que conforman la función simbólica humana. Este empleo de la lengua escapa los límites de la lengua denotativa para incursionar en lo connotativo. Para ese autor la literatura simbolista se desarrolla dentro del eje metafórico. De este modo en el plano connotativo el vocablo del cual se apropia el escritor se convierte en significante. La forma en que opera este lenguaje es utilizando la palabra para abstraer cualidades que propiamente no poseen existencia real obvia.
No cabe duda de que este signo connotativo se constituye creado sobre códigos culturales e ideológicos. Lo esencial aquí es la integración de la idea a lo que se reemplaza. El redactor propone en el símbolo una nueva convención, pues mete una noción nueva para un término ya conocido. Hay que recordar que el lenguaje es un prerrequisito para el desarrollo de la cultura. Las nuevas experiencias culturales hacen necesario que se ensanchen las fuentes del lenguaje, de ahí es de donde salen esos símbolos que en muchos casos son extensiones metafóricas de términos conocidos con otros significados. Esta es una de las razones por la cual en la transmisión de la cultura el lenguaje juega un rol importante, porque define y expresa el contenido de aquella. La metáfora engendra una relación de semejanza y la metonimia una de contigüidad. La metáfora en sí demuestra con la transferencia de sentido que la palabra es una realidad acumulativa con aptitud para alcanzar nuevos sentidos, sin que ello implique la pérdida de los anteriores. Son estas figuras asociaciones que aportan otros colores a la expresión del pensamiento de acuerdo con los requerimientos de los contextos. Se debe tener pendiente que la fuente más importante de los cambios en el vocabulario se logran mediante la creación de nuevas acepciones, por analogías, que se desprenden de los aspectos contenidos en algunas palabras específicas ya conocidas. Por medios semejantes a estos opera el símbolo, no obstante que no se limita a estos procedimientos.
Sin duda, en los momentos en que el escritor crea un símbolo lo hace apoyándose en una labor de codificación que el lector tiene que decodificar para poder interpretar o entender. De todos modos la comunicación se establece por medio de una mezcla maravillosa de dos sistemas, el simbólico y el expresivo. En este tomo que se estudia aquí los símbolos no se limitan solo a la lengua artística como puede comprobarlo quien lo consulte o lea. El símbolo en muchos casos sirve para comunicar o revelar aspectos de la realidad que de otra manera pasarían inadvertidos por falta de expresión directa del lenguaje. Al convertir un objeto, cosa o algo en un concepto, lo que el autor hace es percibir y transmitir una sensación que ese algo tiene que va más allá de lo que se comprende generalmente. En algunas ocasiones estos símbolos poseen cualidades que no todos pueden captar. Muchas veces el escritor ve la realidad a través de su riqueza interior y le imprime voz a los sentimientos proponiendo símbolos que resumen las sensaciones que experimenta. En casos como estos el lenguaje es algo más que un asunto de palabras, es más que palabras, trasciende las palabras.
No obstante lo laborioso que resulta reunir los símbolos de la literatura dominicana, por ejemplo, el lexicógrafo no se ha conformado con este trabajo. Ha ido más allá, incursionando en una gran variedad de fuentes, por ejemplo, en los artículos periodísticos que se revelan como cantera de material importante de símbolos comunes incorporados al habla diaria.
Antes de terminar desearía destacar algunos símbolos a título de ejemplos. El símbolo corazón toma dos páginas de texto, con ocho acepciones. El vocablo cuchillo ocupa casi dos páginas con siete definiciones. La voz nadase extiende por sobre más de cinco páginas. El nombre Ozama cubre dos páginas. No continúo porque no deseo abusar de la paciencia de ustedes.
Este diccionario es una memoria, una recopilación, una secuencia de datos, informaciones, explicaciones, conceptos. Como en todos los diccionarios en este aparecen las definiciones de los términos que han adquirido la cualidad de ser tenidos en tanto símbolos. No se ha conformado el Dr. Rosario Candelier con las definiciones tradicionales de las palabras que se conducen como símbolos, que son pertinentes para el propósito que persigue, sino que aporta también la acepción del símbolo en cuanto tal. Para corresponder con la parte de la simbología que encierra este diccionario el autor ha tenido que adentrarse en elucubraciones teóricas profundas, pero estas están expuestas de manera sencilla.
Hay en este volumen un gran depósito, un cúmulo muy estimable de informaciones que enriquecen el acervo cultural dominicano al ser expuestos compendiados, reunidos y explicados. Bruno Rosario Candelier sintetiza el impacto de los símbolos en la literatura.
Exhorto a las personas que aún no se han dado a la lectura de este volumen a que hojeen y ojeen esta obra. Se deleitarán al recibir tanta información sobre los símbolos, compendiada y expuesta en un solo libro.