Libro La Navidad, memorias de un naufragio
Por Tony Raful
Vamos a iniciar una travesía de infinita latitud hacia confines escriturales inimaginables, entornos clarividentes de la espada y el cielo hendido, rastreando huellas históricas donde litorales y argamasa empinaron vitriólica quejumbre de razas, vuelos rasantes sobre el alma humana, proteica magia de andullos y demonios, reinos de la codicia y los oleos sacramentados. El ser alado y su cuerpo muriente en las coordenadas geográficas de la conquista, en el asueto de la satiriasis y el hondón represivo del coloniaje. El texto, “Navidad, memorias de un naufragio” es un referente gnoseológico del costado social, humano e histórico de un tiempo perdido, apenas puntualizado en las crónicas oferentes del escriba del vasallaje. Hasta ahora es la gloria de una civilización triunfante apolillada por desigualdades espantosas. Hay ríos de sangre ululando como el viento sobre una cartografía absurda. Hay ánimas revoloteando en la conciencia primaria del narrador, procurando el entronque, la filigrana aceitunada del ensueño vencido. Este texto es una novela histórica, ficción que solaza un tramo histórico, eventos no ficticios, personajes ficticios y reales, rehaciendo el entorno del período remoto, donde los sujetos reparan proyectos, relatan el interregno, doblegan la imposición cursiva de la cartuja, y echan a andar las letras de las almas en pena que gravitan como mandatos del oficio creador del narrador.
Si hablamos de la novela histórica no podemos ignorar que quizás la primera fue Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, aún cuando el género fue catalogado mucho después en el siglo 19 con el escocés Walter Scott, el francés Víctor Hugo, los rusos Aleksandr Pushkin y León Tolstoi, el norteamericano James Fenimore Cooper, el polaco Hernyk Sienkiewicz. Sin ignorar al español Benito Pérez Galdós, con sus Episodios Nacionales, cuyas cuatros series narrativas constituyeron aportes significativos a la novela histórica española. En nuestro tiempo, Yo Claudio (1934) de Robert Graves, Sinué el egipcio (1945) del finlandés Mika Waltari, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, 1951, El Nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco, la serie, El Capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte. Tenemos que considerar una especie de sub género el tema de la novela histórica sobre dictadores latinoamericanos, como son, Yo el supremo (1974) del uruguayo Augusto Roa Bastos, El Señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias, La fiesta del chivo, del peruano Mario Vargas Llosa, El recurso el método (1974) del cubano Alejo Carpentier, en cuya obra el dictador es un personaje compuesto de diferentes dictadores históricos, El otoño del patriarca (1975) y El General en su laberinto (1989) de García Márquez, entre otras. Estas obras fueron precedidas por Amalia (1851) del escritor argentino José Mármol, una vigorosa denuncia contra el régimen del dictador Juan Manuel Rosas, que junto a Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, constituyen precursoras de la novela latinoamericana contra la figura del dictador. Citamos a Ramón Valle con su obra, Tirano Banderas (1926) de Ramón Valle Inclán, que aunque no era latinoamericano ejerció influencias en algunos textos sobre el tema. Finalmente, aun cuando omito otras importantes obras, no puedo dejar de citar, La novela de Perón de Tomas Eloy Martínez y El gran Burundú Burundá ha muerto, (1951) del colombiano Jorge Zalamea, a quien muchos atribuyen haber ejercido influencia sobre García Márquez, su novela corta es picaresca, creativa, y descriptiva del funeral de un dictador.
Qué sucede cuando un narrador hunde el escalpelo descriptivo y hondo sobre la masa tumoral de la historia. Qué le sucede al lector acucioso cuando queda entrampado por una prosa móvil, copiosa, incisiva, que se apodera del escenario histórico con fuerza deliberada, solícita en su discurrir encantador de símbolos y raíces sociales. El tema de la novela “Navidad, memorias de un naufragio”, de Marcio Veloz Maggiolo, constituye una iniciativa creadora de un novelista consagrado, que se asoma al año decisivo de 1492 cuando las naves capitanas de un decadente imperio asomaron las costas de nuestras islas y posesiones nativas. Un acontecimiento aleatorio creó las condiciones para producir dentro del orden pretoriano de la conquista, un fenómeno oscuro que los traductores y componedores de la truculencia libertina, retienen como albur sin sujetar las múltiples variables de la imaginación, los planos alternativos humanos donde la historia es una hidra de siete cabezas. Una de las tres naves, la Santa María encalló en un banco de arena naufragando la embarcación. Con sus restos, el Almirante ordenó construir un fuerte que llamó Villa Navidad, el naufragio había ocurrido en Nochebuena, retomando el camino hacia España para dar informaciones sobre la empresa navegante pero dejando en el fuerte a 39 hombres armados bajo las ordenes de Diego de Arana, quien era el alguacil de la expedición, quienes debieron aguardar su regreso. Es a partir de este suceso que esta narración se convierte en un confesionario histórico de sucesos, de fuerzas telúricas desencadenando acontecimientos, pasiones necrosadas por la violencia, deslumbramientos sexuales, negocios turbios, suplantaciones, fingimientos y evocaciones cardinales de la pobre condición humana. Para un narrador de la impronta de Veloz Maggiolo, todo el volumen y extensión de la novela se convierte en una exhaustiva disecación del período extinguido, nada escapa a su versión sostenida, a ese personaje maravilloso donde levita el narrador omnisciente, figura semoviente transmutado a la tragedia, quien sobrevivió a la matanza de los soldados españoles junto a su tío, Josef Ben Hailevi Haviri, inscrito como Luis de Torres, un personaje que propugnaba por el fusionismo, entendía que las culturas eran fusionables y que en estas fusiones estaban sus riquezas, la mezcla de lo árabe y lo judío en beneficio de una amplia visión del mundo, con discursos extremistas, desdoblado, alucinado, así como la gitana Casilda Camborio que llegaría oculta en el primer viaje y luego tendría la protección de Guacanaragix. Toda la historia lineal sufre un vuelco.
La historia la rehace el pequeño dios que rehabilita los trasfondos de la isla, es el narrador el que va llevando una narración indetenible sin capítulos formales, sin separaciones metodológicas. La revelación troncal de la novela es que uno de los sobrevivientes logra hacerse pasar por nativo de la isla, escapa al exterminio de los defensores del Fuerte de la Navidad, pero el cacique Caonabo cortó su lengua para que no pudiera contar los sucesos tal y como ocurrieron, este personaje es quien narra en primera persona todo lo ocurrido luego que logra refugiarse en un monasterio y escribe sus memorias, que son las que van trazando la constante de un asedio histórico basado en el engaño y la falsía. La trama como paliativo de sobrevivencia es el cuento inventado, de que el Capitán Diego de Arana muerto en el asalto al fuerte de la navidad había escondido un tesoro o riquezas, que tanto la ahora Condesa, mejor conocida como Jariquena, amante de Nathaniel, y éste eran testigos, pero que luego se demostraría su falsedad. Cuando Fray Antonio de los Ángeles Custodios le entrega a la Condesa, antes Jariquena, la india colaboradora quien se hubo de casar con el Conde Villavicencio, un formulario para ser usado en el juicio al hereje, Nathaniel de Torres o Mariano el Magrebí, sobre un supuesto tesoro enterrado en la isla antes del degüello del Fuerte de Navidad, la Condesa o Jariquena, que había sido el amor de la vida de Nathaniel, y quien le informa a Fray Tomás Abril, que Diego de Arana había enterrado un tesoro y dejado en el hueco en que lo guardó a un indio que fue seleccionado para hacer la fosa, Jariquena desmintió los hechos y dijo que todo había sido un proyecto mentiroso ideado por ella y Nathaniel para interesar a los Colon, con la finalidad de que, con esta noticia falsa mientras el supuesto secreto se dispersaba, salvar sus vidas.
Esta obra irradia belleza poética, por doquier el uso ejemplar del lenguaje asoma impresionante, por ejemplo cuando el Conde de Villavicencio y su esposa, la Condesa, antes Jariquena y la hermana Vitalina viajaron durante más de un mes asombrándose de las tortugas verdes que seguían el barco, del vuelo plateado de los peces voladores y del ir y venir de los delfines amigables que hendían el espacio…
La descripción de la muerte Nathaniel Josef Levi, cubierta de alquitrán, en un acto presidido por el inquisidor en la plaza pública es aterradora, en una esfera de padres nuestros y ave marías por el alma condenada. Cito, el humo de centenares de incensarios espantaba moscas inexistentes, alimañas que volaban sin rostro perceptible mientras el fuego lentamente, como respirando, exhalaba una hoguera que despedía llamarada azules y doradas como el color de los guanines… algunos hacían gestos obscenos y burlones de la concurrencia en cuanto se sentían expulsados por las llamas y sus gritos se escuchaban cabalgar en el chisporroteo como palabras ininteligibles tal y como se escucha el idioma de los infiernos… De igual manera el condenado recordó a los indios de Marien quemados por órdenes del adelantado Bartolomé Colon y a los españoles que disfrazados de ciguayos entraban en las tierras de Samaná para capturar aquellos gentiles, indios que eran seguidores del cacique Guarionex, a los que torturaron con tizones de guayacán para hacerles confesar sus herejías e imagino además a Fray Ramón Pane bautizando y convirtiendo en agua bendita la del rio llamado Verde por los invasores y cutupu por los indios. El rio serpiente le llamaba también los españoles porque dando vueltas caminaba por el llano del valle en épocas de cacería de hombres. Allí como en las tierras del Marien había visto cómo eran las piras de madera seca usadas como asiento para asar, como en una barbacoa del cuerpo y el alma. Encima de las mismas fueron asados los primeros herejes que conociera bautizados por el bueno de Pane.
En estas memorias de un naufragio hay un amplio espectro de sonoridades históricas, asoma la urdimbre de un proceso colonizador y el peso gravitante del oscurantismo religioso como norte de una desigual relación sustentada en la búsqueda del oro. Cuando Nathaniel y Jariquena se inventaron el tesoro oculto por Diego de Arana, lo hicieron como única vía para salvar sus vidas. Era la promesa de encontrar ese tesoro lo que validaba sus vidas en esa escala de valores podridos, hipócritas y retorcidos, reinantes entonces. La obra está llena de vocablos de la época, designaciones botánicas, remedios primarios, pócimas milagrosas, espíritus vivos alojados en conchas, semillas y hojas. Hay un trasiego enriquecedor del autor con el lector, sin que se produzca cansancio visual. La obra retrocede, retorna, se mueve en círculos, la memoria es demandante, recurrente, pero asciende en espiral, despeja vacios, reincorpora el movimiento de las imágenes, la beldad de los ángulos y vertientes iconográficas del paisaje, de vegetación exuberante.
Tarea superior es reescribir de nuevo la historia en planos presumidos sin perder la compostura social de su tiempo. Las versiones oficiales están truncas, un polvillo ancestral corroe sus papiros. Los personajes se fosilizan en entelequias maquilladas para las efemérides. Solo el mago de la palabra, el ingenioso moldeador de la narrativa, tiene el poder de darle seguimiento a la crónica y desmenuzar sus aristas, rotular con el poder de la palabra las infinitas aperturas del anómalo prodigio. En este nuevo texto de Marcio Veloz Maggiolo encontramos las llaves maestras del sortilegio. Todo lo rebuscado se torna superfluo. En sus líneas universales de escritor universal atrapa como cicerone los viejos susurros del viento de la historia. Todos los personajes reaparecen insuflados de tiempo útil, el escritor ha donado su voz y su pluma.
La Navidad, memorias de un naufragio, es un acontecimiento capital en la narrativa actual. Ante esta novela hermosa, escrita por nuestro escritor mayor y más representativo, de mayor formación y fortaleza cultural, Marcio Veloz Maggiolo, les pido a todos ustedes, leerla, disfrutarla como un manjar en estos días de escarceos y malandanzas. Gracias Marcio querido, ¡te debemos tanto!