De alcalde, amén, de marras, no hay tutía, maricón, merengue y de la carabina de Ambrosio
El Diccionario de la Real Academia Española define la etimología como la especialidad lingüística que estudia el origen de las palabras, la razón de su existencia, de su significación y de su forma. En una lengua con más de mil años de historia como la española, el hablante común desconoce generalmente el origen de la mayoría de los vocablos y frases que utiliza. La etimología viene a satisfacer la curiosidad natural de toda persona sobre el léxico de su idioma, produciéndole a la vez el deleite de descubrir muchas veces raíces insospechadas.A continuación explicamos los curiosos orígenes de varias palabras y frases de nuestro idioma, tomados en gran parte de la espléndida obra de Pancrasio Celdrán Gomaris titulada Hablar con corrección: normas, dudas y curiosidades de la lengua española (Temas de Hoy, Madrid, 2006).
Alcalde. Tiene su origen en el vocablo árabe hispánico alqádi y este a su vez en el árabe clásico qadi, que significa juez. Hasta el siglo XII fue sinónimo de la voz latina juez. Durante la Edad Media se empezó a especializar el término para denominar a determinados funcionarios municipales con atribuciones mayormente judiciales, aunque también estaban investidos de atribuciones ejecutivas. Con el tiempo las funciones ejecutivas desplazaron las judiciales y el alcalde de convirtió en el ejecutivo municipal que es en España y en toda Hispanoamérica, con excepción de la República Dominicana. En la época de nuestra colonia, los alcaldes eran jueces municipales y a la vez regidores principales de los cabildos. A partir de la Independencia, los alcaldes –denominados unas veces alcades constitucionales y otras veces alcaldes comunales– fueron los jueces de menor jerarquía en la organización judicial y presidían las Alcaldías. También se les llamaba habitualmente jueces alcaldes. La ley 1337 del 26 de enero de 1947 los convirtió en jueces de paz y a las Alcadías en Juzgados de Paz. El proyecto de Constitución que está por aprobarse nos pone en sintonía con el resto del mundo hispano al establecer que los ayuntamientos serán encabezados por alcaldes, sustituyendo a los síndicos actuales.
Amén. Del latín tardío amen, que lo obtuvo del griego y este del hebreo amen, que significa verdaderamente, con posibles raíces en el nombre de Amón, uno de los dioses más importantes de Egipto, donde los hebreos sufrieron largo cautiverio. Por tanto, es anterior al cristianismo.
De marras. Del árabe hispánico márra, y este del árabe clásico marrah, que significa una vez. Actualmente la locución de marras significa en castellano persona, situación o cosa que es conocida sobradamente o de la cual ya se ha hablado. Pancracio Celdrán Gomáriz agrega: “Es término antiguo en castellano, ya empleado por Gonzalo de Berceo en su Vida de San Millán, de principios de siglo XIII. Cervantes lo emplea como adverbio vulgar, lo que reafirma Sebastián de Covarrubia en su Tesoro de la lengua (1611) diciendo que ‘es vocablo de aldea’”. Es frase empleada a menudo por nuestros abogados.
No hay tutía. Es tutía y no tu tía como se cree comúnmente. Tutía nos llega del árabe hispánico attutiyya, y este del árabe clásico tutiya, y este a su vez del sánscrito tuttha. No tiene nada que ver con la buena mujer que es hermana del padre o la madre. Tutiya es simplemente sulfato de cobre, sustancia que se utilizaba antiguamente como remedio para los ojos. En tiempos de Cervantes, se empleaba el término como sinónimo de remedio o medicina; de ahí que no hay tutía equivale a decir no hay remedio, no hay solución, no hay esperanza.
Maricón. Palabra de etimología fácil pero poco conocida. Deriva de marica, diminutivo de María –en la República Dominicana diríamos Mariíta–, nombre por antonomasia de mujer. Explica Pancracio Celdrán Gomaris: “Marica era entonces el hombre afeminado, y maricón, aquel que lo era en grado sumo; eran voces descriptivas, ya que para el insulto hubo otras de tan grueso calibre como puto, sodomita, bujarrón, bardaje, según se tratara de sujeto activo o pasivo”.
Merengue. El nombre de nuestro baile nacional tiene su origen en la palabra francesa meringue, la cual a su vez proviene de Mehringen, lugar en el actual estado de Sajonia-Anhalt, Alemania, donde por primera vez se confeccionó el dulce a base de clara de huevo y azúcar que nosotros los dominicanos llamamos suspiro y los españoles y otros hispanohablantes denominan merengue. De Alemania la receta y el nombre pasaron a Francia en 1749, de Francia a Haití a finales del siglo XVIII y de Haití a nuestro país. Se dice que se le puso el nombre de merengue al baile porque su ritmo tradicional sigue el del batido de la clara en la elaboración del dulce: una fase inicial lenta –el paseo–, una fase intermedia– el cuerpo–, y la fase final del jaleo, muy movida.
La Carabina de Ambrosio. Hay dos teorías sobre el origen de la frase. La más socorrida asegura que Ambrosio fue un personaje histórico de fines del siglo XVIII, oriundo de Sevilla, España, quien abatido por la pobreza se fue al monte a probar la vida como asaltante de caminos. Fracasó en el bandidaje porque solía olvidarse de cargar la carabina con pólvora cuando intentaba atracar a los viajantes. De regreso a su pueblo, todo el mundo se mofaba de él, naciendo el dicho. Otra teoría sostiene que la frase tuvo su origen en la carabina inventada por el militar y político estadounidense Ambrosio Burnside, fabricada de 1857 a 1865, que era notablemente propensa a encasquillarse. Cuando se dice que algo o alguien es como la carabina de Ambrosio, o lo mismo que la carabina de Ambrosio, se quiere manifestar que no sirve para nada. Para expresar un grado extremo de inutilidad, se le agrega la coletilla “colgada de un clavo”.
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