Chola, cerrarse, concesional, claudicar/vencer

Por Roberto E. Guzmán

CHOLA

El sustantivo chola tiene (o tenía) en el habla de los dominicanos una significación diferente de la que posee en otras hablas. Hace tiempo que no se oye el vocablo usado de la forma en que se usó hace largo tiempo. Se documentará aquí porque no se ha encontrado rastro de este en las obras lexicográficas consultadas.

Por medio de las entrevistas que se han realizado se ha podido determinar que el vocablo chola quizás perteneció al habla de los jóvenes dominicanos en el ambiente de las escuelas, o a jóvenes de los centros urbanos en edad escolar.

En América el adjetivo o sustantivo cholo/a se aplica al mestizo de blanco e india. Se utiliza también para mencionar al indio que ha adoptado las costumbres de la cultura occidental. El Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española consigna otros usos menos generalizados.

En algunas ocasiones ha de tenerse cautela con el uso de voces que no son frecuentes en nuestro medio, pues pueden ofender sin intención de hacerlo. En Perú usan el verbo cholear con el sentido de “discriminar al otro”. Calificar de cholo a alguien puede ser una manera de discriminar al sujeto de rasgos andinos.

La chola dominicana es nada menos que la cabeza. Así se usó en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Es probable que al mencionar por este medio este uso algunos dominicanos de sesenta y más años de edad recuerden el uso.

Quizás no haya posibilidad de confirmar el uso de chola con la ayuda del empleo en documentos, pero no debe olvidarse que antes de poder componer los diccionarios diferenciales, ha de existir el uso y no siempre es posible hacerlo con referencias a fuentes documentales. Es pertinente que se recuerde aquí que cuando se reúnen las voces para componer cualquier tipo de diccionario, no se critica que los diccionaristas recurran a utilizar otros diccionarios.

 

CERRARSE

Todas las indagaciones que se han hecho con relación al verbo que figura en el título indican que mantiene una significación en el habla de los dominicanos que no ha sido reseñada en los lexicones diferenciales para esa habla.

En las conversaciones entre hablantes de español dominicano puede oírse con alguna frecuencia que algunos interlocutores no ceden a argumentos opuestos o posiciones contrarias.

Se opina que una persona se cierra cuando deja de oír razones, cuando no cede a explicaciones. Quien se conduce de la manera descrita deja de admitir argumentaciones, cesa de razonar, no usa más la razón o la inteligencia.

En estos casos se dice a menudo que la persona “se cerró” y mantiene su criterio por encima de cualquier tipo de aclaración, exposición. Este tipo de cierre intelectual lleva a la obstinación. La persona que actúa de este modo cierra el entendimiento.

El español dominicano conoce una locución adjetiva, “más cerrado, da que un aguacate” que refuerza lo que se ha explicado antes. Esa locución consta en el Diccionario del español dominicano (2013:167), con la acepción “Referido a persona, testaruda”. Puede retenerse la testarudez como un grado de la obstinación.

Aparte de este cierre hay otro que no se ha incluido en los repertorios de español dominicano y que se emplea en la actividad beisbolera. Cuando se espera que un bateador dé un “toque” a la pelota, el “cuadro se cierra”. Esto se hace también en los casos en que hay corredor en las bases, y solo falta sacar otro jugador fuera para cerrar la entrada; se ordena a los jugadores del “cuadro” acercarse al lanzador. Parece que también se usa este “cierre” cuando se desea realizar una “doble matanza”.

Con las explicaciones anteriores se espera contribuir a documentar un uso que ha escapado a las investigaciones de los lexicógrafos.

 

CONCESIONAL

“. . .el país tendrá acceso a recursos en condiciones financieras CONCESIONALES. . .”

En los últimos tiempos se ha observado un elevado auge en la creación y adaptación de nuevas voces a la corriente tradicional de la lengua internacional.

En otras ocasiones las nuevas voces son copias mal adaptadas de palabras de lenguas extranjeras. En muchos de estos casos las voces introducidas son innecesarias. La necesidad real nace de las nuevas condiciones de vida, de nuevas prácticas en el mercado financiero y en el mundo de los negocios.

Como era de esperarse, algunas de estas nuevas voces ya eran moneda corriente en lenguas extranjeras, sobre todo en inglés que es la lengua que encabeza las operaciones financieras internacionales.

Concesional es una palabra que tiene estrecha relación con otras palabras del español tradicional, tales como concesión, concesivo y el verbo conceder. Está formada de acuerdo con los cánones de la lengua convencional.

El Diccionario integral del español de la Argentina (2008:414) trae la voz estudiada aquí con la definición siguiente: “Relativo a la concesión: el contrato concesional / el derecho concesional”. El sentido de concesión que debe retenerse en el caso específico de la cita es el de una organización financiera cuando cede algo en beneficio de otra parte, generalmente para conseguir algo en cambio.

En inglés conocen una voz que según parece es la que se encuentra en el origen de la estudiada aquí, concessional. Esta en esa lengua es el adjetivo que corresponde al sustantivo concesión del inglés, concession.

 

CLAUDICAR – VENCER

“. . .ya que el tiempo legal para ocupar esa posición ya CLAUDICÓ. . .”

Algo claudica en esta frase; es decir, algo cojea en esta frase. Claudicar y cojear son verbos equivalentes. El verbo claudicar ha refinado sus acepciones a través del tiempo. En su sentido figurado significó y aún significa en algunas situaciones, “proceder y obrar defectuosamente o desarregladamente”, así figura en la Enciclopedia del idioma de Martín Alonso (1958-I-1088).

En la lengua actual el uso ha impuesto el verbo claudicar en tanto equivalente de “ceder, transigir”, o, “abandonar una idea”, en el sentido de “dejar de cumplir deberes o mantener principios”. Una acepción que se ha mantenido a través del tiempo es la de cojear, de donde el nombre Claudia significa “coja”.

No hay espacio en el verbo claudicar que permita que se le confunda con “vencer” en cuanto a terminar plazos o llegar algo a su término de vencimiento.

El verbo vencer indica en funciones intransitivas con respecto de un término o de un plazo, cumplirse. Con respecto de un contrato, “terminar o perder su fuerza obligatoria por cumplirse la condición o el plazo en él fijados”. Ante una deuda u obligación señala que se hace exigible por haberse cumplido la condición o el plazo; esto es, acabarse el plazo.

Es oportuno aclarar que con respecto de los dos verbos del título solo se han estudiado las acepciones que son relevantes para los fines de esta sección.

Ortoescritura

Por Rafael Peralta Romero

¿BUEN DÍA O BUENOS DÍAS?

16 noviembre, 2019

El señor Cándido Martínez corresponde al tipo de lector que justifican la publicación de esta columna: por su lectura habitual, sus comentarios y por la sugerencia de temas a tratar. El apreciado romanense ha sugerido que sea tratado lo concerniente a determinadas formas de saludo, específicamente aquellas que dejan dudas en los hablantes acerca de si deben pronunciarse en singular o en plural.

Entre quienes expresan “buenos días”, “buenas tardes” o “buenas noches” aparecen los que justifican el plural porque la expresión afectiva va dirigida a varias personas, como si se estuviera repartiendo afectos y a cada uno se le diera lo suyo. Quienes prefieren estos saludos en singular –entre los que me cuento- argumentan –o argumentamos- que el día, la mañana y la tarde que se está viviendo en el momento es solo uno y por eso las fórmulas “buen día”, “buena tarde” y “buena noche” incluyen a un grupo como a una persona.

Pero en esto la teoría no es tan importante como el uso. Las publicaciones académicas son poco explícitas al respecto. El Diccionario panhispánico de dudas, editado por la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALES), señala al respecto lo siguiente:

“La fórmula de saludo que se emplea durante la mañana es, en el español general, buenos días. No obstante, en algunos países de América del Sur se utiliza también la fórmula buen día…” No se refiere a la fórmula expresiva de la tarde ni de la noche. El Panhispánico fue publicado en 2005.

 

 
JUSTO Y ENÉRGICO

22/11/2019

En más de una ocasión he escrito  que el pensamiento de Juan Pablo Duarte mantiene plena vigencia  y que si fuera tomado en cuenta para el ejercicio  del gobierno, la situación en República Dominicana fuese menos calamitosa. La doctrina política del acendrado patricio reúne directrices para enfrentar  nuestros principales problemas.

“El Gobierno debe mostrarse justo y enérgico…o no tendremos Patria y por consiguiente ni libertad ni independencia nacional.” Esa frase es  un reclamo del fundador de la República Dominicana que amerita atención.

El Gobierno debe mostrar energía para enfrentar problemas sociales, económicos o de la índole que fuesen. Pero con justicia.

La tradición política dominicana  exhibe una amplia colección de gobiernos pasados de enérgicos, pero no justos.

Nuestros gobernantes han honrado a Duarte de palabra, en fiestas patrias, sin ir más allá de lo estipulado por  el protocolo ceremonial. Su doctrina nada ha interesado, y menos si refiere cómo escarmentar a los traidores.

¡Albricias! Ha aparecido un candidato presidencial que ve en las ideas del ilustre padre de la Patria una guía adecuada para orientar una obra de gobierno y conducir al pueblo dominicano hacia el necesario sosiego y merecida felicidad. Me refiero al licenciado Luis Abinader, del Partido Revolucionario Moderno.

El candidato del PRM  y otras fuerzas aliadas ha  asegurado  que el mejor programa de gobierno para impulsar la  prosperidad de  nuestra nación,  nos lo dejó el padre fundador, Juan Pablo Duarte, y citó  la expresión: “El Gobierno debe mostrarse justo y enérgico… o no tendremos Patria y por consiguiente ni libertad ni independencia nacional”.

Abinader pronunció  un discurso profundo y claro ante un grupo de personalidades que el pasado miércoles  declararon   apoyo a su candidatura. Entre ellos los juristas José Enrique Hernández Machado, Hipólito Herrera  Pellerano, Rafael Luciano Pichardo y  Ramón Horacio González  Pérez. Basó su disertación en las palabras “justo  y enérgico”.

Dijo que en esas palabras se sostienen las ideas del gobierno que se propone  desarrollar.  “La justicia es dar a cada quien lo que es debido,  y nos hemos propuesto que así sea, porque no es justo ofrecer como dádiva a los ciudadanos lo que les pertenece por derecho”.  Ha de ser  justo un gobierno apegado a los valores éticos y morales. Para lograr una sociedad justa es imprescindible eliminar toda influencia externa sobre el Poder Judicial. Abinader ha prometido un ministerio público independiente, lo cual le ha ganado simpatía  en  quienes anhelan el adecentamiento de la administración de justicia.

Temas idiomáticos

Por María José Rincón

 

SEVILLA AMERICANA

05/11/2019

Hoy les escribo desde Sevilla, ciudad andaluza, española, americanista como pocas. De Sevilla zarparon y a ella arribaron durante siglos todos los caminos de ida y vuelta que nuestra lengua fue dibujando en el Atlántico. Hoy todos los caminos del español, esta lengua tan nuestra y tan de tanta gente, confluyen en las calles de Sevilla, entre la calle Sierpes y los Reales Alcázares, a un paso del Archivo General de Indias, a la sombra alargada y generosa de la Giralda, cerca del Arenal y del río Guadalquivir. Las palabras que cruzaron el mar y se adaptaron a las gentes y a las tierras americanas hasta hacerse suyas; y otras muchas palabras que nacieron en la orilla americana y, a veces, volvieron a esta orilla española, campean a sus anchas en Sevilla.

Esta semana el XVI Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española nos reúne a los académicos americanos y españoles alrededor de un idioma común. Las cifras de nuestra lengua son apabullantes y continúan creciendo. Los más de 580 millones de hablantes que tienen al español como lengua materna están representados hoy en Sevilla (¿dónde mejor?) por los académicos de las veintitrés academias de la lengua española repartidas por el mundo con un objetivo compartido: difundir el amor por nuestra lengua común, estudiarla y valorarla como uno de nuestros principales activos culturales y económicos.

Una semana intensa repartida entre el trabajo interno en las comisiones, en las que estamos trabajando en los diccionarios académicos, y un programa de actividades culturales que nos ayudarán a los académicos a proyectar nuestro trabajo cotidiano. Para los que sentimos pasión por las palabras no hay tarea más grata.

 

LUGARES Y NOMBRES EXTRAORDINARIOS

12/11/2019

Cuando en lengua hablamos de falsos amigos nos referimos a dos palabras diferentes de dos idiomas diferentes que se suelen confundirse por su parecido en la escritura o en la pronunciación. Los falsos amigos, frecuentes en la lengua común, aparecen también en los topónimos, esos nombres propios que designan lugares o accidentes geográficos.

Juan Ponce de León, gobernador español de la provincia de Higüey (cerca de la hermosa Boca de Yuma se conserva todavía su casa), fue el primer europeo en llegar a la isla que se llamó en español Cayo Hueso. Este topónimo combina el sustantivo de origen arahuaco cayo con el sustantivo español hueso, referido a que el lugar se usaba, al parecer, como osario. Cayo Hueso es la isla más meridional de los Cayos de la Florida. Su nombre en inglés, Key West, adoptó el indigenismo (key a partir de cayo) y a él le sumo el falso amigo West, por su similitud con el sonido del español hueso.

A veces los falsos amigos funcionan en el sentido inverso. En español se adaptan palabras de otras lenguas tomando como referencia las similitudes con el sonido o la escritura original. Los navegantes holandeses Willem y Jan Schouten, a bordo de los barcos Eendracht y Hoorn, doblaron por primera vez el cabo situado más al sur del planeta, en la zona austral de Chile. Los hermanos, originarios de la ciudad holandesa de Hoorn, lo llamaron Cabo de Hoorn del Hoorn. El topónimo original se convirtió, por mor del parecido aparente entre las palabras, en el temido Cabo de Hornos, uno de los puntos marítimos más peligrosos para la navegación.

Lugares extraordinarios con nombres extraordinarios que nos ayudan a comprender cómo lengua e historia siempre están muy relacionados.

 

PLURALES SINGULARES

19/11/2019

La lengua, como la vida, nos da sorpresas. En gramática estudiamos que el número singular en nombres y en pronombres se refiere a una unidad, mientras que el número plural se refiere a más de una entidad. Sin embargo, la lengua no siempre se corresponde con la realidad. Nosotros designa a más de una persona, entre las que se incluye el que habla; pero hay ocasiones en las que nosotros no es más que una forma particular de decir yo.

En el uso arcaizante que llamamos plural mayestático una sola persona (normalmente un papa o un rey) se designa a sí mismo con las formas gramaticales del plural: el pronombre (nos o nosotros), la flexión verbal o el posesivo (nuestro).

Los hablantes de a pie también tenemos nuestros plurales particulares. Nuestra expresión busca a veces la sutileza. Si expresamos en primera persona una opinión, una apreciación o un juicio y queremos atenuarla, recurrimos al llamado plural de modestia o de humildadNosotros opinamos que el conocimiento y buen uso de la lengua es un derecho. Cuando, como autores, hablamos de nuestra propia obra o nos referimos a nuestro propio texto, la lengua nos ofrece el plural de autor: Los lectores valoran nuestro libro De la eñe a la zeta. Aunque estas construcciones se refieren solo a una persona, a un hablante único, su forma gramatical es plural, por lo que tanto el pronombre como el verbo concuerdan en plural.

La realidad es singular, pero la lengua la expresa en plural. El antiguo plural mayestático, y los muy usados plural de modestia y plural de autor, demuestran que la lengua tiene sus propias reglas y que lengua y realidad no siempre van de la mano.

Publicaciones de la Academia. Camelia Michel: Soliloquio de los días

Por Miguelina Medina

   Al ponderar estos poemas de Camelia Michel confieso que me acerco temerosa a las palabras al darme cuenta de que no las encuentro con el sentido habitual, pero hago un esfuerzo y contrapongo al miedo el alma que muestra Cameliaen su mirada, y ante sus ojos me fluyen las palabras porque las puedo descifrar aun si no hubiera leído sus versos.

Es tan cierta la belleza que Camelia muestra en sus ojos, que solo por ellos puedo seguir esta ordenanza de escribir. Alma y dolor son sinónimos en Camelia, y también condena. En su alma significa firmeza y resolución, esperanza y creación. El alma de Camelia traspasa los sentidos del género con el que vino a la vida, y a la vez me parece que también son femeninos. Le ha tocado transcribir, a nuestra poeta, algunas voces que solo ella con su sensibilidad podía hacer audibles. Yo, mujer, he recibido en mi alma todas sus voces; más el hombre puede escaparse en ella y olvidarse de su Ser en el punto que flota con el brillo del Universo, que ha traído Camelia a su pequeño universo. Un niño, si escuchara estos poemas, podría llegar a la adultez en el momento, ipso facto, y solo cuando crezca podría entender la paradoja sueño-realidad. La conciencia alcanzada a destiempo a veces es buena, a veces mala. La conciencia lejana y profunda de la autora pudo transformarse en un crecimiento para las letras, para la sociedad, cualquiera que sea, que ella habite:

Temblorosa y extraña

hoy dormita en mi jardín prisionera

donde espera que vuelvas

donde sueño encontrarte despierto.

(“Flor temprana”)

En algún momento, Camelia nos hace olvidar la palabra y nos vamos con ella en el viento “leve”. Parece contradictorio, pero la misma palabra que nos transporta nos hace olvidarla. Yo creo que ese es el poema verdadero: algo fuera de nuestro espíritu que vence a la palabra y nos hace olvidar las palabras del verso que quedó atrás, para retomarnos luego en su vuelo, sin darnos cuenta. A veces no entendemos eso, y hacemos observaciones rígidas de lenguaje a la poesía que flota en el poema:

Hoy nacieron rosas en el jardín de antaño

que esperan tu retorno

rosas en el viento como la fuga leve

rosas en la calle

rojas de ansiedad.

(“Flor temprana”)

   En este poema, podemos ver a la verdadera poeta: fuerte, decidida, resuelta, índice de un alma que puede romper el dolor: “¡Ya no más, hasta aquí has llegado, y te sepulto!”:

Como flor impúdica en el cielo

la mañana despunta luminosa

borracha de verdor

y una alondra temerosa

canta en mi mano tu nombre.

(“Flor temprana”)

 

Así es el alma de Camelia, así la muestra en sus ojos confesos. Y esos son los ojos que quisiera que ella le diera siempre a este mundo desolado:

He viajado descalza

por tierras y maressin tiempo.

(“Flor temprana”)

  Camelia riega en todo el poemario su alma diáfana, traslúcida en sus ojos, y no intenta encubrirla ante el dolor, que acepta y redime en su interior, en su soliloquio permanente:

Libre y resueltahoy regreso a ti

como Lázaro despierto

al conjuro redentorde mil palabras (…)

como aquella melodía

que rasgó las cuerdas de un laúd dormido

en la tarde medieval. (…)

hoy he vuelto de la nada

como el primer sonido

que latió en el Universo (…)

Invictade una lucha que luché

contra fantasmas.

Me castigaron los años

que perdí en el sepulcro

sin entender la vida

sin atrapar caminos

ni horadar distancias. (…)

Pero hoy cantaron caracolas

que silbaban en la brisa

Hoy cantaron las sirenas entre peñascos y mares

que marcaban el sendero

y acortaban las distancias

que reían y lloraban

y señalaban el cielo.

(“Regreso a ti”)

 

El amor que duele y sangra lo comprende con el amor de la palabra indómita y misionera, con la cual nos aliviana el camino que ha torturado hasta la carne, pendiendo el alma nuevamente de la fe en el amor interminable:

 

(…) en tu boca de peces susurra la muerte

y se esparce el dolor de los amantes

por jardines devastados. (…)

Pero vuelves sembrando de luces y deseos la noche

despertando el aullido de los lobos anhelantes

los sollozos en los labios destrozados

el amor por siempre fugitivo.

(“Flor de luna”)

 

Recordé en este poema de Camelia  el poema “El lobo”, del poeta vegano Miguel Ángel Durán, donde dice de él: “Vive cerca de los cayos, se anida en lo insondable”. Cuando leí el título del siguiente poema, “Canción para callar el dolor”, me reconfortó haber descubierto antes el sentir de la poeta:

 

Canción que surges de la nada

para acallar mi destino

si te pusiera palabras

no sería ya lo mismo.

 

Entonces evoqué a la poeta michense, la creadora interioristaJosannyMoní, que decía consutileza sin igual: “A veces se me ocurren buenas ideas pero a la hora de plasmarlas se esfuman parcialmente o lo que logro escribir es un triste reflejo de lo que siento y pienso”.

Las almas coinciden en el tiempo, tantas veces, y es tan bueno saberlo un día, aunque sea lejos. En la presentación de este poemario, Bruno Rosario Candelier, creador del Movimiento Interiorista,  pondera la creación literaria de nuestra poeta mocana, interiorista ella, de quienafirma que tiene “sensibilidad estética y el don de la creación simbólica”. Enseña el exégeta mocano que “los poetas son amanuenses del Espíritu pues son las musas, como creía Platón, o un Soplo sutil que nos conecta al Inconsciente colectivo, como creía Jung, que elige a los poetas para canalizar a su través el torrente de imágenes procedentes de la cantera infinita”. Añade el académico dominicano que la autora, “elegida por la Energía Superior del Universo para testimoniar cuanto percibe y crea su sensibilidad espiritual y estética, sus versos reflejan el ideario estético del Interiorismo, al que se ha vinculado en virtud de su consciente dotación creadora”. Rosario Candelier, filólogo y crítico literario, explica que algunos de los poemas de la autora mocana “revelan la onda espiritual de su sensibilidad trascendente con una fina participación de sus sentidos interiores”, y que los temas que enfocan estos poemas, como el dolor, el amor, la angustia, “son los temas eternos de quien mira poéticamente la vida, como puede mirarla la poeta interiorista”. Dice que ella “sabe crear la realidad estética que le sirve de sustancia para la conformación de su visión lírica, metafísica y simbólica”.

En algún momento de la lectura escribí en mi cuaderno: “Ya no había más pensamiento para sufrir, y se quedaron los versos de Camelia hablando solos, mientras yo dormía”.

Con el siguiente poema de Soliloquio de los días, de Camelia Michel, termino mi comentario: Primero transcribiré el poema, luego me limitaré a transcribir mis marginales opiniones del poemario, los cuales revelan mis sentimientos al momento de leerlo. ¿Por qué llegas poesía de la nada? He ahí una pregunta clave y oportuna:

Ángel oscuro que llegas de la nada,

¿por qué ahora que soy sombra

me visitas

y labras surcos crueles de poesía

justo cuando duermen los amores?

Cuando mi vida se funde

en un arco iris sepia

y ya lejanos se pierden los acordes

del ángel aquel que me llevó por el mundo

con una canción en los labios.

Hoy te contemplo poesía del olvido

indecisa rasgadora en el cieno

napa cruel donde naufragan los sueños

música sin claves de armonía.

¿Por qué poesía me lastimas con tu canto

ahora que naufrago rosa rígida en el barro

ahora que el laúd perdió sus cuerdas

cuandovuelan los años?

¿Por qué llegas poesía de la nada?

Ángel oscuro que despides el aroma de los tiempos

¿cómo te atreves a tocarme con tu fuego

ahora que soy agua y desfallezco?

Ángel que te pierdes en la nada

hoy me regalas una cítara y un poema.

 Del poemario de Camelia Michel infiero los siguientes comentarios:

  1. Se ausculta a sí misma habiendo llegado de la primera cúspide de la conciencia y la fe.
  2. Ese vacío, donde la belleza estremece los sentidos, se duda y se teme a su infinitud; ahí confesó el delito y aceptó su condena nuestra poeta.
  3. Yo creo que ya para mí no hay más nada que ponderar ni preguntar, llego al máximo de mi valoración de la poeta, definitivamente.
  4. Si algún poeta no llegara hasta esta cúspide, todavía le faltaría subir hasta que destile toda su antigua sangre.

Camelia Michel, Soliloquio de los días, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2013.

Publicaciones de la Academia. Marcio Veloz Maggiolo: Memorias reversibles

Por Miguelina Medina

   La presente obra es, a mi manera de entender, una huella de su autor, una expresión de sus vivencias históricas y literarias. En ella refiere una gran parte de su vida íntegra: profesional, intelectual, literaria, espiritual. En ocasiones pinceladas de historias familiares que enternecen aún más la obra. Al contarlo lo hace de una manera fiel y transparente, mostrando su huella histórico-literaria con datos de la historia de la literatura en nuestro país y de una parte de la historia en la época de Trujillo. Ambas vivencias propias del autor, lo cual lo autoriza a ofrecerlas de la manera que lo hace, sintiendo el compromiso de hacerlo. Al contarnos sus memorias y referir a otros intelectuales que tuvieron relevancia en su accionar en todos sus ámbitos, antes mencionados,  lo comparte con respeto, con honestidad y proeza, a la altura de su amor por su patria y de sus hermanos nacidos en ella,  especialmente con quienes hicieron con él esa misma historia. También  nos enseña el autor, a otros poetas, tanto nacionales como del exterior, que también tuvieron en él alta relevancia intelectual y espiritual. A veces remembranzas, a veces memorias, a veces ocasos llenos de belleza de la palabra, por el fino conocimiento de la lengua que tiene el autor para expresar el lenguaje en todas sus vertientes.

Así leemos parte de estos testimonios del autor en “Antonio Fernández Spencer: Memorias y ocasos”, en el que nos cuenta de una manera resonante y emotiva la relevancia que tuvo este escritor para su historia personal y para la literatura de la República Dominicana: “La muerte de Antonio Fernández Spencer me aproxima al pasado, a uno de los pasados más apasionantes de mi vida literaria. Él había sido durante los años cincuenta y comienzos de los sesenta el maestro de una generación que se iniciaba en las letras. Le seguíamos a ciega en sus afectos y en sus rechazos. Por ejemplo, sus pleitos viejos y filósofos con Pedro René ContínAybar y con la llamada Generación del 48 los heredamos como quien recibe un viejo abrigo o una prenda en el testamento de un familiar antiguo. Llegaba de España en donde había ganado el Premio Adonáis de Poesía 1952 y catapultaba explosivamente, como un artillero, sus conocimientos de la vida europea. (…). Aprendimos con él a leer los ensayos estéticos de don Eugenio D’Ors y la obra de la Generación del 98, la cual discutíamos siguiendo los escritos de Ganivet, de Juan Ramón, de Unamuno y de Ortega. Su biblioteca inmensa y desconocida para muchos dominicanos se abrió para los nuevos y nos formamos siguiendo una corriente española de post-guerra en la que navegaban poetas como José Hierro, Carlos Salomón, Blas de Otero y escritores como Camilo José Cela de La familia de Pascual Duarte y La colmena. (…). Antonio tenía aprestos filosóficos, le gustaba la lógica, leía a Platón y Aristóteles. Decía que quien no conocía los clásicos de cada época no podría jamás  ser un buen intelectual. (…). Decía frases como estas: “quien no tiene influencia de los grandes, la tendrá del carbonero de la esquina”. Nos enseñó a no temer las influencias, decía que había que mejorarlas y transformarlas. Dejarse “empreñar” por lo bueno y producir algo diferente era parte del proceso creativo honesto y transformador”.

Una de las enseñanzas que recibió el autor de este destacado escritor, con respecto a  las influencias de otros literatos, es precisamente una de las que en nuestros momentos íntimos con la literatura habíamos temido, particularmente. Ahora vemos que eso era normal en todos los que sienten inquietud por la literatura, que ese tema era  ya tratado por los grandes y canalizados de una manera inteligente y práctica.

Y nuevamente descubre su sensibilidad y fidelidad histórica el autor y marca su nostalgia en las líneas de estas memorias: “La muerte de Antonio Fernández Spencer hace que se me agolpen los recuerdos de muchos momentos (…),  con sus brillos y opacidades, nos roba un trozo importante de la historia viva de nuestra literatura. El merecido Premio Nacional de Literatura que no llegó a disfrutar en moneda, corona como un ramo de laurel toda su obra ante la que me inclino hoy como me incliné cuando fue mi mejor amigo y luego combatiente implacable de mis ideas. Mi aceptación de una embajada a Bosch, el golpe de estado de 1963 y los acontecimientos de abril de 1965 fueron hechos separadores, pero jamás le falté públicamente el respeto”.

Muestra el autor ser un inmenso ser humano, que utiliza todos los recursos de que dispone para dirigir la libertad que siente su alma al momento de concebir esta obra. Siente cumplir un objetivo que ya traía en su interior: “Estimado amigo y maestro Antonio, las manos siguen estando vacías, pero la rosa en su desgaire cantada por Mieses Burgos nunca fue ya la misma” (p. 120).

Uno de los conceptos históricos de gran importancia que deja grabado, a manera de título de un estudio más profundo, es el siguiente:“Solo la vivencia completa de un proceso permite tener la verdadera dimensión de un hecho que selló para siempre el alma colectiva del pueblo dominicano”. Y despliega sus convicciones basado en los hechos conocidos por él: “Cada vez que en las calles de mi país oigo frases, que se lamentan de la ausencia de un Trujillo, se me erizan los pelos. Generalmente estas lamentaciones vienen de espíritus jóvenes a los que solo alcanzaron las anécdotas, o de la voz de un antiguo regente que habiendo alcanzado su máxima estatura social con la dictadura, encuentra que como en las Coplas de Manrique, ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’”.

Y sigue el autor en su argumentación que “los que hemos vivido gran parte del proceso de apertura política posterior a la caída de Trujillo; los que hemos sido partícipes de la vida en la dictadura y la vida dentro de un ámbito de nuevas libertades, entendemos profundamente que todo cuanto reproduce este libro —se refiere al de Bernardo Vega, “Trujillo y la vida cotidiana”— sea parte de una historia oscura y satírica de la República Dominicana”. Y añade “porque la vida cotidiana en el trujillato estuvo llena de increíbles episodios, de formas hasta ingenuas de preservar la vida y de modelos cómodos para la supervivencia, como era la del llamado de la personalidad para mantenerse ligado a todas las actividades políticas del régimen, cuya incidencia diaria hasta en el vaso de leche era inevitable”.

Estudia rasgos de la historia de la siguiente manera: “Trujillo basó el efecto psicológico de su dictadura en tres factores fundamentales; la división de la familia con el reforzamiento de la desconfianza mutua, la obligación diaria de una fe “inquebrantable” en su obra de gobierno y la represión moral y física contra todo aquel que dudara de su grandeza y de la grandeza de todo lo que él representaba, o decía representar” (Ver p. 89).

En el perfil de esta obra escribe el doctor Bruno Rosario Candelier que esta es un “estudio valorativo y testimonial” del autor, y que en la misma “se aprecia la mirada orientadora y crítica del destacado analista de nuestras letras sobre temas y autores del quehacer dominicano”. Dice que el conjunto de los artículos de esta publicación de la Academia Dominicana de la Lengua “contiene precisiones esclarecedoras mediante una interpretación engarzada al caudal de profundos conocimientos desde la perspectiva intelectual, estética y espiritual del escritor”. Destaca Rosario Candelier que, prevalido del dato literario o las referencias históricas, lingüísticas y espirituales, el autor ausculta la vertiente sociográfica o la dimensión metafísica para el oportuno comentario interpretativo, índice de la cosmovisión de un autor con claro dominio conceptual y diáfana inteligencia intuitiva”. De esta manera propicia una mejor comprensión del texto, añade; y resalta del autor “su amor a la palabra y su entrañable devoción por las letras nacionales”.

La conciencia histórica del autor y su conciencia de que la Divinidad a veces nos coloca en momentos exclusivos sin que lo notemos, queda plasmado en el siguiente relato que él comparte al hablar de Juan Boch: “Cuando Juan Bosch se fue al exilio yo era apenas un niño de un año. No fue sino hasta que se iniciara mi interés por la literatura cuando de improviso emergió su nombre florecido entre silencios políticos: los de una sociedad maniatada que había sido presa del pánico y del terror y a la cual la dictadura le borró la memoria posible, cortándole cotidianamente las informaciones que pudieran “contaminar” el edificio ideológico creado por el Benefactor de la Patria (…).  Sin embargo, un día de los años 40 escuché, siendo aún niño (casi adolescente) que un hombre llamado Juan Bosch había escrito bellos cuentos que pocos conocían y una novela (La Mañosa), que mi padre citaba a veces de memoria, porque en su silencio más hondo admiraba al escritor y al distante político” (p. 55).

Dice el autor que más allá de la política, navegó en los cuentos de Boch “como en un mar  tranquilo, en donde la tragedia de las ‘revoluciones’ y el duro mundo del primitivismo rural se unían para engendrar una atmósfera de luces y sombras que mostraban lo dominicano en su más intenso saber de soledad y de agobio” (p. 56). Comenta el autor que Juan Bosch era “un ferviente escudriñador de los temas bíblicos” y que coincidían en una temática que se manifiesta en Judas, El calumniado, y en David, biografía de un rey, que luego publicara. Yo “le había hecho llegar -desde mi banco de opositor- algunos de mis relatos bíblicos, por ejemplo ElBuen Ladrón, novela, la primera publicada en 1960 y más tarde en 1962, Judas, publicada en la colección Pensamiento Dominicano junto a la segunda edición deElBuen Ladrón”. “En complicidad conmigo mismo asistí en varias ocasiones a sus charlas, le vi desde la distancia, no podía conciliar una posición de “enemigo” con la admiración al escritor que en mis años más tempranos me enseñaron a apreciar mis propios familiares”, completa el autor. “Grabé por siempre estas palabras suyas: “Usted, poeta, merece ver el mundo. Dentro de unos días le llamaré para hacerle una oferta”.

Recuerda también el autor estas palabras del maestro, las cuales transcribe el autor  -con una ternura que nos parece escuchar-: “cuando Norma, mi mujer, estaba embarazada;  Juan con su cariño habitual le dijo:

—¿Cuántos meses tienes?

—Daré a luz en los comienzos de 1969-respondió ella.

—Pues mira, Norma, te diré algo. Ese será varón y yo seré su padrino. “Ambos pronósticos se cumplieron”, escribe emocionado el autor (p. 58).

En su compromiso con su sentido de justicia interior y patriótica escribe el autor: “Merece el cariño global de los dominicanos. Nunca olvidaremos que fue a su regreso cuando comenzamos a entender, a raíz de muerto Trujillo, lo que era el derecho a la participación, lo que significaba el cambio social, lo que la palabra, llana, mansa y afelpada, podía decir cuando el político y el maestro unían sus esfuerzos inventando el mejor de los idiomas asequibles”.

Y termina el autor con una breve carta al maestro Bosch: “Querido Juan: la vida es una, pero son los miles de momentos vividos con madurez y sentido los que la enriquecen. ¡Cuánta riqueza hay en tu corazón de padre, de abuelo y de maestro de generaciones” (El Siglo, Santo Domingo, 1989, p. 60).

Todo un despliegue de sublimidad nos conmueve el corazón en estas memorias del autor,  nos sentimos nosotros mismos que en su pluma ya están perdonadas nuestras faltas.

Veamos otros pasajes: “Virgilio Díaz Grullón, memorial con olvidos”:  “Recuerdo mi sorpresa ante los primeros cuentos de Virgilio Díaz Grullón. Sorpresa porque eran entonces los más deslumbrantes de la literatura dominicana. Me refiero a Un día cualquiera, en donde se estrenaba la literatura psicológica dominicana, con atisbos que recordaban a Franҫois Mauriac de “El avaro” (…), maestros que miraron hacia el interior del ser humano con tal de presentarlo dramáticamente desde dentro”.

Los primeros cuentos de Díaz Grullón, dice el autor, cambiaron en buena parte la visión de la narrativa corta dominicana. Poco después vendrían “influencias posteriores a la muerte del tirano Trujillo. Entraríamos en las páginas de la revista Mundo Nuevo (…), y en los movimientos culturales posteriores a la Guerra de Abril en los cuales la influencia de Julio Cortázar (…) y otros, encontraron una novedosa ruta literaria.  Pero antes estuvo Díaz Grullón, un escritor hasta entonces desconocido, a quien me acerqué en los finales y dramáticos días de la dictadura, entablando una amistad que sobrepasa los treinta años (…), una amistad en la que la admiración por la obra creciente de Virgilio me acerca a los propios valores de su espíritu rebelde, noble y silencioso”.

Y continúa su narrativa histórica comprometida en la palabra deMarcio Veloz Maggiolo: “Nos conocimos por los rumbos de la Secretaría de Estado de Educación. Andábamos, él por los cargos altos o semi-altos que Trujillo casi lo obligara ejercer para consuelo de su padre don Virgilio, y yo por los bajos cargos cuando Franklin Domínguez me dejó como herencia la Dirección de la Revista Dominicana de Educación con recomendación  “existencialista”, de Tete Robiou Martínez, sobrino de la entonces primera dama María Martínez de Trujillo. Yo venía con miedo desde Nueva York, donde en los finales de 1960  me había reunido con muchos de los exiliados y cuando decidí regresar Tete se ocupó de mi suerte. Cuando salió a la luz Un día cualquiera, el entusiasmo me llenó el corazón. Yo era de los que creían que deberíamos andar hacia una literatura menos burda, menos cargada de realismos repetitivos”.

Y de una manera muy emotiva expresa el autor deMemorias reversibles: “Ciertamente todos vemos a Virgilio como un hermano mayor, como un tío joven, como un primo hermano cargado de metáforas y sueños”. Y completa sus añoranzas y valoración espiritual de este ser humano, con esta divina frase: “Cumplir setenta años no es tan fácil, como descumplirlos. Generalmente los que amamos la vida porque sí, porque no tenemos objetivos o hemos hecho muy poco por los demás, no cumplimos años, sino que los “descumplimos”. Vamos por ahí esperando que se agote el combustible vitalmente crítico que nos donaron al nacer” (pp. 51-53).

Finalmente, ya, para cerrar este comentario con una nota a manera de respuestas a esas preguntas que nos asaltan sin que nadie las oiga, todas llenas de historias y de una espiritualidad que a veces nos hacen creer que estamos solos. Ahí transcribo parte de la conversación que tuvo el autor con esta alta pluma, fina y delicada poeta cubana, hija de dominicano, la que nos engalana la postura de nuestras propias vidas al conocerla. Dulce María Loynaz, un idioma de luces. Escribe el autor: “Su voz es suave pero revela una fortaleza en la cual es posible comprender que si los años han mermado su cuerpo anciano, su mente sigue tan viva y brillante como su poesía de 1938 y su prosa de los años 50”:

—“Mi padre me hablaba siempre de su tierra natal, y del mar murmurando entre las piedras. Él decía que escuchaba cómo las aguas hacían chocar las mismas y entonces se producía ese rumor”. Hija del general Loynaz del Castillo, natural de Puerto Plata, República Dominicana; galardonada con el Premio Cervantes “sin quizás, el más prestigioso premio literario de la lengua española”, dice el autor.

Dice el autor que la conversación con la poeta cubana tuvo lugar en la Habana, en 1993. Casada con un “isleño”, un canario, Dulce María Loynaz tiene también recuerdos de sus años mozos. Las Islas Canarias son parte de lo mejor de su vida. Las recuerda saboreando el pasado y no puede evitar a veces —pese a que se habla de su fortaleza humana— soltar unas lágrimas por las que pide excusas, narra el  autor: “Encerrada en jaula de cristales, a sus noventa y un años, decidió volver a publicar poesía, convencida por el crítico Pedro Simón, recogió el texto titulado Poemas náufragos, relatos de alta metáfora, procedentes de muy diversas épocas”.

“Yo me asombro del ámbito” —relata el autor con cierta fantasía inocente— “hay cuadros del siglo XIX, porcelanas antiguas, abanicos andaluces con sabores gitanos, un piano grande, un ejército de recuerdos marchando sobre la tapa del mismo tales como retratos, muñecas, marcos polvorientos, colmillos de elefantes, arlequines y sombras”.

Acompaña al autor la escritora chilena Ana Pichardo, en la entrevista, y cuando esta le pregunta a Dulce María por su novela Jardines, “Ahí nos enteramos de que esa pieza de la literatura cubana y americana, no fue escrita para ser publicada. Alguien logró convencerla; siempre en la vida de Dulce María Loynaz hay un alguien, un alguien distante que vive en su corazón rígidamente dispuesto a vencer angustias extrañísimas”.

—“Bueno, yo no escribí Jardines para ser publicada; alguien por fin la publicó. Ana Pichardo sonríe.

“Yo enfoco a Dulce María con mi cámara Sony de 8 milímetros. Estoy filmando sus manos que se mueven nerviosas sobre sí misma. Ella ha conversado y dicho algunas “intimidades” difíciles de lograr en un ser que vive permanentemente dentro de sí mismo”. Y sigue narrando el autor parte de su entrevista a la poeta cubana Dulce María Loynaz: “He tenido que insistir en que solo lo haría por cinco minutos, pero ya van más de cinco…”.

—“¡Ay, si el periodista me está filmando!”.

“Dulce María cae vencida por mi insistencia. No hay nada que hacer: entra en mi cámara y se queda allí, acurrucada, como una vida prisionera de la tecnología”.

—“Siga, siga, no se preocupe”.

“Y entonces se oyeron los perros. Uno de ellos —perra de corte realengo—se acerca y la poeta acaricia sus orejitas, sus patas, el hocico anciano y húmedo. El animal se apoya en las rodillas de Dulce María Loynaz, cuyo nombre comienza con letra en forma de arpa, según  dijera alguna vez en algún texto”.

Y antes de terminar, el autor libera parte de su espíritu al viento: “Me gustaría dejar parte de la carga en manos de mis lectores”. “He leído muy pocas veces prosa tan dulce y rutilante como la de su “Carta de Amor al Rey-Tut-Ank-Amón”:

“Joven  Rey Tut-Ank-Amón”:

“En la tarde de ayer he visto en el museo la columnita de marfil que tú pintaste de azul, de rosa, de amarillo”.

“Por esa frágil pieza sin aplicación y sin sentido, en nuestras vastas existencias, por esa simple columnita pintada por tus manos finas —hojas de otoño— hubiera dado yo los diez años más bellos de mi vida, también sin aplicación y sin sentido…Los diez años del amor y de la fe”.

“Junto a la columnita vi también, joven Rey Tut-Ank-Amón, vi también ayer tarde —una de esas claras tardes del Egipto tuyo—, vi también tu corazón guardado en una caja de oro”. “Por ese pequeño corazón en polvo, por ese pequeño corazón guardado en una caja de oro y esmalte, yo hubiera dado mi corazón joven y tibio; puro todavía”.

“Porque ayer tarde, Rey lleno de muerte, mi corazón latió por ti lleno de vida, y se abrazaba a tu muerte y me parecía a mí que la fundía” (pp. 17-21).

Para el admirador sensible todo lo admirado se mueve en dos vertientes, o es vertical o es horizontal, es decir, es de una manera o es de otra, no hay punto medio. Si a grandes seres humanos e intelectuales he escuchado decir “me inclino reverente”, ¿qué más puedo decir yo?, que me doy el permiso y lo digo frente a esta obra: “Me postro” ante su grandeza, don Marcio Veloz Maggiolo: la grandeza del alma del autor, la  grandeza de los conocimientos, la grandeza de sus convicciones y sus rutas sin declives; la grandeza de los demás intelectuales a los cuales les hace un reconocimiento en su corazón, expresado con letras en este testimonio de su propia historia y de su literatura en su país.

Los que no están de acuerdo con muchas de las historias narradas y de las quizás correcciones a la historia, puedan que no sientan el deleite que describo.

Nombro al maestro Juan Bosch, a quien tuve la oportunidad de expresarle personalmente que lo admiraba, y al que le escribí un cuento en secreto cuando murió, virgen sin corrección; al maestro Virgilio Díaz Grullón, con “La enemiga”, que me hizo juzgar la literatura y en su “Matum”, que me permitió conocer, alguna vez, parte de mi personalidad; y, mediante este autor públicamente pedir perdón por mi debilidad de espíritu y dar las gracias por las grandezas de ellos.

¿Enseñanzas que deja esta obra de Marcio Veloz Maggiolo?

1.-El conocimiento técnico de la lengua.

2.-La definicióndel objetivo de su escritura.

3.-El deseo  de preservar los valores tales como la fidelidad a la historia objetiva y lasubjetiva con las acotaciones de lugar.

4.-La conciencia, desplegada en toda la obra, de la belleza espiritual, de la belleza de la palabra, de la realidad humana y sus circunstancias; del amor, de la amistad, de la familia; y, desde luego, de la conciencia de la Patria.

Todo esto enseña, fortalece y engrandece el espíritu, lo cual nos hace agradecer al Dador de todo bien por todo ese espacio que nos toca en esta vida, el que podemos ver y sentir con nuestros sentidos corporales y los muchos interiores descubiertos solo en momentos de lecturas como esta y en momentos de nuestros contactos con nuestras interioridades.

Marcio Veloz Maggiolo, Memorias reversibles, Santo Domingo,  Academia Dominicana de la Lengua,  2012.

Buscar escuchabilidad

Por Segisfredo Infante

 Hace pocos días publiqué un artículo proponiendo “el sosiego” como una categoría filosófica indispensable para sortear los grandes desafíos y las celeridades vertiginosas de los sucesos históricos, a veces asfixiantes y tantas veces trágicos. No es una pura invención mía. Es más bien el resultado de observar con detenimiento que a lo largo y ancho de la “Historia” los seres humanos más o menos racionales, amén de estar inmersos en la fatiga de cada día, en el hambre, en la pugna, en la intemperie, en la excesiva comodidad y en los remolinos políticos y militares, y en medio de la jornada, o al final de la tarde, buscan una especie de placidez exterior. Por sobre todo buscan el sosiego en lo más hondo de sus almas sencillas o de sus espíritus ilustrados. Esta podría ser una subtendencia general. Con la excepción de los energúmenos y taimados, que siempre están escarbando tierra para encontrar gusanos y lanzarlos sobre los rostros de los demás.

Desde que era un adolescente he venido escuchando que tal o cual persona ha perdido “la dulzura del carácter” en medio de una discusión. Siempre me he preguntado que si tal dulzura era consubstancial al hombre o a la mujer de que se tratara. O que si por el contrario había que alcanzarla con disciplina interna. A mi juicio el buen Sócrates logró domesticar su altanería fraguada bajo la influencia inicial de los sofistas, a pura autodisciplina interior, hasta lograr alcanzar una genuina humildad domesticada acerca de sus posibilidades y de sus límites intelectuales, enmarcado en su época peculiar, con los primeros experimentos democráticos. Sin embargo, en la plaza pública (o en el ágora) de Atenas, era dificilísimo guardar la compostura, habida cuenta de los provocadores inesperados, o pedantes que fingían “saberlo todo”, que deambulaban por aquí o por allá, en busca de camorra. Me imagino que siempre estaban provocando desequilibrar el sosiego del buscador Sócrates, sin olvidar que este filósofo mayéutico generaba animadversiones, inconscientemente, a causa de su propio método filosófico incisivo, sin jamás buscar rivalidades personales. Sócrates falleció por causa de un “homicidio” popular. Y Platón y Aristóteles, en consecuencia, se alejaron del ágora escandalosa. (He publicado varios artículos y ensayos “religados” con aquella penosa circunstancia).

Con más de sesenta años de precaria existencia, cargada de incertidumbres a lo largo de casi toda mi vida, he aprendido finalmente algunas pocas cosas. Una de ellas es la necesidad de escuchar con asombro y silencio a los demás. A las personas jóvenes, maduras y viejas de distintas generaciones. Siempre y cuando deseen ser escuchadas y tal vez comprendidas. También he aprendido a leer detenidamente los escritos que me gustan, e incluso, a veces, los que me disgustan, porque una lectura precipitada trae consigo distorsiones y a veces acciones peligrosas. En tanto en cuanto que uno de los grandes problemas de nuestros tiempos vertiginosos y conflictivos es que nadie quiere escuchar a nadie. Por norma general la gente sólo se escucha a sí misma, en caso que posea capacidad reflexiva para auto-sincerarse. O solamente lee el párrafo que le conviene, a fin de menoscabar a cualquier autor. De ahí que vivamos en medio de una inmensa sociedad de sordos, egoístas, uniliniales y coléricos. Por eso el poeta Yorgos Seferis decía en Grecia que había que “aplicar el oído a la arena”, con el objeto de acercarse a la voz de los demás. Y el poeta Antonio José Rivas, en Honduras, sugería también colocar el oído al ras de la tierra. (Lástima que en este instante he olvidado la cita literal del poema aludido del exquisito Rivas).

En términos teóricos no estoy descubriendo aquí nada nuevo. De hecho hay un libro de Erich Fromm titulado “El Arte de Escuchar”, que habría que releer con apertura pero con cuidado analítico. Pero es que una cosa es leer y otra cosa simultánea es ahondar personalmente en un tema o en una experiencia íntima. Digo esto porque ocurre que casi todas las semanas me encuentro con alguien que interrumpe mi silencio para montar una discusión de afirmaciones y respuestas encerradas. Hace pocos días se me acercó un “hermano protestante” para preguntarme de entrada lo siguiente: “¿Usted cree que va a ir al cielo o al infierno?”. Yo le contesté que imaginaba que él ya tenía su propia respuesta. Mi abuela materna me enseñó que el camino hacia el cielo era demasiado angosto y difícil, con muchas trampas en el camino. Pero el caballero no estaba ni remotamente interesado en escucharme. Sólo quería provocarme, acusarme y condenarme. Otro tanto ocurre en las políticas lugareñas de nuestros patios tercermundistas.

Saber escuchar amablemente. He aquí la cuestión. Por eso frente al ruido excesivo el poeta y ensayista Cardona Chapas me recordaba hace unas semanas volver a mi viejo sueño de alejarme hacia una cabaña muy lejos de Tegucigalpa y de San Pedro Sula. Pero con mis precariedades pareciera imposible alcanzar esta ensoñación íntima. “Que me concedan un mar azul y tranquilo en el corazón de la tormenta”, expresaba Yorgos Seferis.

Tegucigalpa, MDC, 03 de noviembre del año 2019. (Publicado en el diario “La Tribuna” de Tegucigalpa, el domingo 10 de noviembre de 2019, Pág. Siete). (Nota: Varios de estos artículos se han venido reproduciendo en el diario digital “En Alta Voz”).         

 

Taberna de naúfragos, novela de José Enrique García

Por  Jorge Urrutia

Es curioso que Rubén Darío pase, en los manuales literarios y en la creencia común, por ser un poeta de la luz, del color, de la música, de la belleza. Pienso más bien que es poeta de la melancolía, poeta de la lamentación por no alcanzar lo que desearía ser, poeta del sentimiento de incomprensión y, sin duda, poeta de la soledad. Poeta al fin.

Tiene Darío momentos de luz, como esos lienzos donde los personajes se sienten sorprendentemente iluminados por el rompimiento de gloria. Sé bien que el rompimiento de gloria busca la representación de lo espiritual sobre lo terrenal, pero no debo referirme a la simbología de lo teológico, sino al estar de los personajes del cuadro. Todo y todos quedan iluminados por la aparición celeste. Mas el sol entre nubes sabemos que durará un instante y que, antes de esa demostración palpable y después de ella, no reinará en el mundo sino la sombra. ¿Cómo no temer la llegada del rompimiento que, a la postre, sólo servirá para convencernos de que la sombra es nuestro reino y la luz únicamente un deseo, reafirmado una y otra vez pero nunca accesible -al menos en esta vida, corta y también, por eso mismo, larguísima- que nos corroe y devora?

Aquí, en esta dialéctica, luego tan cernudiana, de la realidad y el deseo, me place situar la poética de Rubén Darío. Colige, virgo, rosas, escribió Ausonio. Pero por el año 1578, en su más famoso soneto a Helena de Surgères, esa Laura petrarquesca que revive, Ronsard también demostró conocer que era preciso apoderarse desde hoy mismo de las rosas de la vida, y Darío se dedicó, muy pronto, a recolectarlas. Ambos sabían bien que es necesario darse prisa, no tanto porque la rosas se mustien, que se mustian, sino porque, una vez cortadas, solo queda el arbusto, la mata aquella que Juan Ramón Jiménez, en Piedra y cielo, acababa por arrancar de raíz. Cuando se ejerce esta violencia se acaba el perfume de la rosa y percibimos el dolor (¿el olor?) de la ausencia y la fuga.

Ustedes dirán que me he equivocado de acto. Que yo tenía que hablar de don José Enrique García que acaba de publicar una novela, pero trastabillé los papeles y me traje unas páginas distintas a las que debía leer. Pero no. Con todo respeto tengo que decirles, señores académicos, que se equivocan. Cito a Darío, a Ronsard, a Juan Ramón Jiménez, pero hablo en realidad de José Enrique García y de su novela Taberna de náufragos.

A la taberna literaria acuden dos tipos de personas. Los acompañados y los solitarios. Los acompañados porque carecen de otro lugar donde reunirse: ello ofreció espacio de queja y discusión a la novela y al teatro de tema proletario.

Los solitarios porque confían en que hallarán compañía. De estos últimos, hombres y mujeres, son los personajes de la novela. Aparecen vencidos, están agotados, han perdido ilusión, saben que son pero no serán. Y se ven reflejados en un viejo cartel del barco Titanic que cuelga de una de las paredes del local. El barco se perdió, ¿y ellos? ¿Tan perdidos están? ¿Van de camino hacia lo más profundo de las aguas?

José Enrique García es poeta, como Ronsard, como Darío, como Juan Ramón. No los igualo. No los distingo. Pero todos ellos saben de la función y la fuerza de la palabra para descubrir lo más íntimo del ser humano. Para expresar también el desengaño. En un momento de la novela se citan dos versos de Darío: “Gozad de la carne, ese bien / que hoy nos hechiza”. Las rosas siempre se nos están escapando, recordamos. Los versos pertenecen al “Poema del otoño”. La estrofa termina con otros dos que el libro de García no incluye: “y después se tornará en /polvo y ceniza”. Un especialista en métrica se detendría inmediatamente en la rima con palabra vacía, bien/en, tan rara en la poesía española; pero nosotros nos fijaremos en cómo ese abandono de la preposición al final del verso deja que el siguiente sea tan sólo “polvo y ceniza”. Hay que gozar de la carne, sí, hay que cortar el rosa ya mismo, pero después, cortada o no, únicamente tendremos en las manos polvo y ceniza.

José Enrique García es autor del libro El fabulador, de 1979, uno de los más importantes de la poesía caribeña contemporánea. Libro extraordinario donde el autor se confiesa contador de historias, “tejedor de dichas y desdichas”. Al final, confiesa un duro fracaso:

Todo falso perfecto engaño
nada se puede testimoniar sino el vacío
el infinito vacío que hicimos perpetuo
en los actos que engendramos en nuestros propios músculos y palabras
y en la hora en el instante en el siglo
en procura del verdadero mundo que soñamos.
Los solitarios por ver si encuentran compañía.

Supongamos por un momento que Taberna de náufragos fuera ese deseo de testimoniar el vacío, ese “infinito vacío” que se sabe perpetuo, que bien conocen los solitarios. Entonces resultaría que esta novela que ahora nos ocupa es la demostración de la tesis del fabulador. El cartel del Titanic resulta no ser tan sólo imagen y metáfora del fracaso del individuo y del desencanto, sino cruel simbología del vaciamiento absoluto. En otro poema de El fabulador leemos:

El mar naufraga entre sus aguas,
el hombre en sus pasos, en la distancia.
hombre, mar, distancia,
naufragio de ausencia.

Incluso el mar naufraga y llega al fondo. El mar se hunde en sí mismo. Es un naufragio absoluto. “De ausencia”, dice el poeta. ¿Naufraga la ausencia, es decir, se alcanza la presencia? ¿O bien se naufraga por la ausencia absoluta? Me inclino, claro es, por esta última lectura. La vida es un vacío porque no hay nada, ni siquiera una piedra que justifique subir la montaña acompañando a Sísifo. Parece un existencialismo supremo, elevado al cubo. El hombre está solo y, sí, al final del poema, se echa al hombro sus costumbres, como si fuera el saco de las provisiones del caminante, y emprende una ruta, una travesía, que sólo conduce ¿indefectiblemente? a morir. El rompimiento de gloria era temible, dije, sí, porque no hace sino reafirmar la sombra. Si el rompomiento de gloria es el amor, éste desaparecerá cubierto por una nube. No queda ni siquiera espacio para el olvido. Como se dice en un momento de la novela, “el tiempo no hace olvido de las cosas, solo las acomoda”.

El mar donde quedó el Titanic, el que contempla el fabulador, aquel al que acude hacia el final de la novela Fernando, el personaje principal, no es la vida, sino la muerte. Ya lo sabíamos desde Jorge Manrique, nuestras vidas van a dar a la mar, que es el morir. Todo viaje que los seres humanos emprendan está condenado al naufragio.

Estamos ante una literatura de la desesperanza y de la soledad. Estos náufragos viven, malviven tal vez, algunos -especialmente las mujeres- arrastran una vida llena de daños y violaciones, incluso de abortos, también y sobre todo de olvidos, defienden un trabajo con el que deberían poder realizarse personalmente pero que acaba siendo una prostitución, como el escritor que busca escabullirse por entre los autores y personajes clásicos (Darío, Whitman, San Francisco, don Quijote, los bucaneros…) mas, solo consigue salir adelante escribiendo panegíricos de políticos o himnos para partidos y agrupaciones, que alquila sus palabras, lo más profundo y propio que posee, “para roda clase de circunstancias y eventos”. Por eso, una tarde justifica su existencia con una frase no ya sin futuro, sino sin presente: “hago lo de toda la vida, continúo copiándome”.

Para introducir la preocupación existencial en el discurso, el autor se sirve de la descripción detallada de la degradación de objetos, interiores, vestidos, rompiendo la norma de un buen gusto asumido. Si el chico de la pensión decide escapar de los “trapos llenos de mierdas, vómitos, toallas usadas de distintas formas, sucio [así, sustantivo y adjetivo], mugre, desperdicio, los malos olores de las gentes… Va en busca de un espacio propio, porque ninguno poseen los personajes: charlan en la taberna, duermen en la pensión, comen en la fonda… Conocemos al personaje principal “las manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero, estirándola, desnivelando lo que el sastre dispuso con exactitud de regla”. Otro renquea de la pierna izquierda y habla con una voz que engorda las vocales. El piso de la taberna está cubierto por una alfombra “ya gastada en la que aún se perciben rastros de un verde pálido”. El olor “cansado y sucio”, se adentra en la nariz “con lentitud y persistencia”.

No parece haber salida para este relato (¿o retrato?) de la desesperanza. Ni siquiera cabe la huida. Fernando, el protagonista, se enfrenta al mar y visita un cementerio. Mar y muerte. Queda, sin embargo, una pequeña ventana: lleva en la mano dos rosas. Deposita una sobre una tumba. Un poco al azar. Guarda la otra en el bolsillo de la chaqueta. Deja al lector la esperanza de que un día, al proteger la mano de un frío sobrevenido, la encuentre de nuevo.

Jorge Urrutia

9 de noviembre de 2019

Areíto, periódico Hoy.

Literatura.

Una mirada teológica a su narrativa sapiencial

Por Luis Quezada

 

Perfil literario de un clásico de la literatura dominicana 

  1. Poeta
  2. Cuentista
  3. Dramaturgo
  4. Ensayista
  5. Crítico literario

 

SEPTENARIO DE SUS OBRAS COMPLETAS 

Tomo I Tomo II Tomo III Tomo IV Tomo V Tomo VI Tomo VII
Poesía Poesía Obras Narrativas y Teatrales Diálogos, Aforismos, Fragmentos y Cartas fluminenses Ensayos y Crítica2 Textos críticos sobre autores dominicanos de todos los tiempos Los clásicos y los de ahora. Autores de todo el ancho mundo: 37 escritores extranjeros

 

 

 BREVE PERFIL DE LEÓN DAVID Y EL TERCER TOMO DE SUS OBRAS COMPLETAS, NARRATIVA Y TEATRO

 Todo ser humano tiene dos nombres: el que recibe y el que construye.

Juan José Jimenes Sabater: dos nombres y dos apellidos que recibió de sus padres.

León David, nombre que él ha conseguido y construido.

En una entrevista que le hiciera a don León el periodista Francisco Almonte, para la revista Areíto, del periódico Hoy, al preguntarle de dónde surge el pseudónimo de León David, nuestro autor respondió:

“Lo adopté a comienzos de la década de los setenta, en ocasión de ciertas engrifadas críticas de teatro que en esos días escribí y que la prensa dominicana cometió la inadvertencia de dar a la luz pública. Quería yo ocultarme en ese entonces tras un nombre falso, acaso por inseguridad ya que –cosa poco acostumbrada- fustigaba sin compasión en tales artículos a comediantes y dramaturgos prestigiosos; pero también elegí el pseudónimo para no cobijarme cómodamente bajo la enorme autoridad intelectual de mi padre, el Dr. Juan Isidro Jimenes Grullón… Y sucedió lo que jamás anticipé: ahora todo el mundo me conoce como León David y casi nadie sabe que hay un tal Juan José Jimenes Sabater transpirando en cada letra de ese nombre supuesto”.

León David nace en La Habana, el 27 de junio de 1945. Está prácticamente finalizando la Segunda Guerra Mundial. En Dominicana, la resistencia contra Trujillo comenzaba su fuerte espiral de enfrentamiento al dictador: Cayo Confites, en 1947, Expedición de Luperón en 1949, Expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo, 1959. En estos tres momentos de resistencia, nuestro autor contaba con 2, 4 y 14 años de edad.

León David como ser humano, nace bajo la circunstancialidad inconsciente (para usar a Ortega y Gasset) del hongo explosivo que generó el genocidio de Hiroshima y Nagasaki, a los dos meses de él haber nacido; así como la resistencia permanente del exilio dominicano, por sacudir al país del oprobio del dictador. Aunque la producción literaria de León David no se tipifica dentro de la literatura “engagement”, y mucho menos en la literatura panfletaria que tanto abundó en nuestro país en las décadas de los sesenta y setenta, su monumental producción estética la interpreto como un “constructo” desde el hontanar mismo de la existencia, para impedir que vuelvan a repetirse oprobiosas dictaduras que exijan sacrificios generacionales desde una cruda resistencia.

Su búsqueda poética del hombre nuevo, la superación del “hombre anodino”, y su crítica de bisturí, con un escarpelo finísimo a este orgulloso mundo de Occidente (Oxidente, para León David, quien se pregunta, ¿acaso el óxido es el signo de Occidente?) le ha obligado a refugiarse en Oriente, para orientarse en la verdadera sabiduría humana. En Oriente, la mente está orientada por la sabiduría. En Occidente, la mente está desorientada por el saber.  Occidente es saber. Oriente es sabiduría. Saber es conocimiento. Sabiduría no es saber-saber, sino saber vivir.

Es la sabiduría milenaria de Confucio, que hoy los educadores lo han convertido en padre de la didáctica: “Oigo y olvido; veo y recuerdo; hago y entiendo”.

León David en su narrativa que destila sapiencialidad oriental, es un monje budista de estirpe occidental.

El Tomo III de sus obras completas, que lleva por título NARRATIVA Y TEATRO, publicada en el año del bicentenario de Duarte (2013), es un verdadero monumento literario a la sabiduría oriental introyectada en la personalidad de León David.

La primera parte de su NARRATIVA está compuesta por sus sabrosas “Narraciones truculentas”, que suman un total de 25 deleitosos cuentos, muchos de ellos con una jocosidad delirante.

La segunda parte de su NARRATIVA la titula “Parábola de la verdad sencilla”, amasada por 19 cuentos enjundiosos, que tienen un protagonista-maestro: El Caminante.

León David sin darse cuenta, se va al origen del Cristianismo. En el siglo I, al Cristianismo y a los cristianos no se les identificaba con tales nombres, sino con “El Camino” y “los caminantes”, “los que siguen el camino”. León David dice que esta parte, el autor es El Caminante. El apenas es un simple transcriptor. Digámoslo con sus propias palabras: “Mi maestro, el Caminante, me dijo en una ocasión: “Si buscas la verdad lo más probable es que nunca la encuentres; si la encuentras casi seguramente pasarás de largo frente a ella sin darte cuenta que la viste; y si al pasar la descubres, entonces sucederá lo peor: esa verdad dejará de interesarte”. “Eso me dijo el Caminante” -prosigue diciendo León David-. “Este libro es él quien lo escribió. Yo me limitaré tan solo a transcribir, frase por frase, sus palabras…” (pags. 78-79).

La tercera parte de su NARRATIVA la titula “El hombre que conoció la verdad”, la cual está constituida por 36 excelentes cuentos taoístas, que seleccionar uno como muestra es un atentado a la prudencia intelectual de los restantes cuentos, que destilan igual o mayor calidad.

De manera que este Tomo III, solamente en su parte NARRATIVA, nos presenta 80 creaciones literarias de un valor inconmensurable.

La otra parte de este Tomo III es su producción dramática, género literario al que algunos comentaristas consideran que León David debiera dedicarle más tiempo, pues su producción es exquisita. En esta parte aparecen 3 obras de teatro:

  • La noche de los escombros (que es una comedia dramática en un acto)
  • El sueño de Arlequín (que es un formidable monólogo); y
  • La escandalosa y muy comentada historia de la casta Susana o las increíbles peripecias de la virtud (atelana impúdica y desvergonzada en un acto y siete cuadros, impropia para espíritus delicados, pero si muy a propósito para edificación de maridos cornudos).

Es de tal magnitud la obra literaria de León David, que me identifico plenamente con el comentario que hace de su persona y de su obra, el escritor Giovanni Di Petro, a quien me permito citar ampliamente:

…“León David le hace honor a la República Dominicana por su larga trayectoria intelectual. Las cumbres que ha alcanzado en los más diversos géneros son envidiables y nos llevan a pensar en otros escritores nacionales que también las alcanzaron. Pensamos, claro está, en figuras eminentes de las letras como Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, Pedro Mir y Franklin Mieses Burgos.

Algunas de estas figuras, como muy bien se sabe, lograron la notoriedad tanto en su país como en el extranjero. Nadie disputaría la universalidad alcanzada por Pedro Henríquez Ureña, por ejemplo, o Juan Bosch o Pedro Mir. Franklin Mieses Burgos, excelentísimo poeta, no tuvo la misma suerte, y se quedó anclado en una reputación sólida reconocida por muchos, pero aceptada cabalmente sólo por un exiguo puñado de gente.  Éste, sin duda, es el mismo caso de León David. Al igual que Mieses Burgos, no solo no ha logrado esa reputación internacional que se merece; tampoco ha logrado que sus conterráneos le acepten en su justa medida.

Entendemos que esta falta de reconocimiento y aceptación, local y foránea, de un escritor cuya obra ya alcanza por lo menos una treintena de volúmenes y cubre los más variados y exigentes géneros, es injusta y digna de remediarse. En otras circunstancias y en otros lares que no fueran estos, estamos seguros que la situación sería muy diferente. Pero, como reza el dicho, nadie es profeta en su propia patria”.

Y más plenamente me identifico con los comentarios que el autor anteriormente citado hace del Tercer Tomo dedicado a NARRATIVA Y TEATRO:

“Hombre de profundos retos espirituales, León David exhibe una faceta inusitada en las letras nacionales a través de sus cuentos. El hombre que descubrió la verdad (cuentos taoístas), las Narraciones truculentas y Parábola de la verdad sencilla que forman parte del Tomo III, Narrativa y Teatro, son un ejemplo de esto. El interés por la dimensión espiritual de la vida no es un tema que podamos considerar como de mucha importancia dentro de la literatura dominicana. Son pocos los escritores que se han inspirado en él, y quizás la única que lo haya abordado de forma asidua es Delia Weber, en su poesía y sus cuentos. León David hace de este tema un tema cardinal de su obra narrativa. En breves y contundentes composiciones repletas de preciosismo lingüístico y estilístico, él insufla vida a personajes que recitan papeles estelares en la presentación e ilustración del argumento en cuestión. Rastros de esto se encontrarán después en las colecciones de prosas meditativas, como Adentro, y en los aforismos de Huellas sobre la arena, títulos que serán integrados en futuros volúmenes de estas Obras Completas.

León David siempre ha sido también hombre de teatro. A menudo, actúa en sus propias piezas. Las que son reproducidas en el Tomo III nos demuestran el sentido del drama que posee y su extenso conocimiento del teatro tanto moderno como tradicional. La noche de los escombros es una pieza que aborda la crítica social y política, igual que El sueño de Arlequín. No faltan toques del teatro existencialista en boga en los años en que fueron escritas. La casta Susana, por su parte, regresa al espíritu de la farsa del teatro español del Siglo de Oro. Al leer estas piezas nos sentimos un tanto defraudados por el hecho de que él no le haya dedicado más tiempo al teatro. Quizás lo haga en el futuro, para revitalizar un ambiente ya en lastimosa decadencia”.

Considero a León David un clásico de la literatura dominicana, ateniéndome a Schelling que dice que un clásico es un autor que nunca se agota y nunca acaba por comprenderse. Un hombre sabio definió una obra clásica como “un libro acerca del cual todos hablan pero que nadie lo lee”. Por eso, aquella llamada urgente que una vez le escuchara decir al Padre José Luis Alemán, caló profundamente en mí: “No lean sobre los clásicos; lean los clásicos”. No lean sobre León David; lean a León David.

Un escritor, Rafael José Rodríguez Pérez, dijo de León David con mucho acierto:

« León David es un clásico vivo. Una especie de guardián del idioma. Escribe, en pleno siglo XXI, como hicieron los que pusieron a nuestro Castellano en la cima, hace sus siglos. Si eso no es una verdadera proeza, no sé qué lo será. En este tiempo de brutal pragmatismo, donde asistimos, casi mudos, a la masacre  cotidiana de las palabras en todos los sentidos y escenarios posibles, contar con esta alta ciudadela lingüística, preciosista, modélica, avasallantemente rica, defendida por torrentosos adjetivos, numerosos y armados como fieros cosacos, vocablos que parecían proscritos o enterrados, construcciones gramaticales de vetusta prosapia y acentos de alto numen; por lo menos a mí, me da cierta tranquilidad y esperanza ».

Si me pidieran definir en una frase a León David, diría que es « un arquitecto de la lengua », recordando aquella hermosa frase de Lao Tsé, cuando le preguntaron sobre el significado de la arquitectura:

Creo que las obras de un autor nunca son COMPLETAS hasta que finaliza su tránsito por la existencia. Quizás falta por verse lo mejor de la obra de León David. Pienso en tantos autores que después de los 70 u ochenta años, compusieron sus grandes obras. Un ejemplo: José Saramago escribió su obra maestra, “Ensayo sobre la ceguera”, con 73 años de edad.

Termino mis brevísimas consideraciones sobre este gigante de la literatura dominicana que es León David, aunque parezca paradójico llamarlo gigante, pues David es “lo pequeño” que es capaz de vencer “lo gigante”.

Para un teólogo como yo, León David me recuerda Apocalipsis 5,5: “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el LEON de la tribu de Judá, la raíz de DAVID, ha vencido para abrir el libro y desatar sus 7 sellos”. León David significa para un biblista Jesús, pues él es el LEON de la tribu de DAVID, o lo que es lo mismo, DAVID es el LEON de la tribu de Judá.

Pero lo más importante es el final del versículo: “ha vencido para abrir el libro y desatar sus 7 sellos”. Pienso que es lo que pretende la obra existencial, intelectual y literaria de León David: abrir el LIBRO DE LA VIDA (Rollo Mayor) y desatar (o sea, descifrar) sus 7 sellos, a través de esa sabiduría oriental que ha ido bebiendo en el pozo del taoísmo, y de la que hace gala esplendorosa en su brillante narrativa.

Termino con un compueblano mocano, José Rafael Lantigua, quien se expresa así de León David: “Si León David en vez de ser dominicano, hubiese nacido en otra geografía donde la lectura fuera, por lo menos, un pasatiempo útil, y donde el empuje editorial fuera una realidad luminosa, se libro sería (refiriéndose al Tomo III, Narrativa y Teatro), sin discutir, un auténtico best-seller. Pero, a lo mejor, los lectores dominicanos lo descubran, y lo eleven como se merece. Ojalá. Y quién sabe”.

 Mostrando perlas de su enorme tesoro literario de su narrativa

  • El tedio del Señor
  • La venganza de Dios
  • El castigo del hombre
  • Gente curiosa

Movimiento Interiorista del Ateneo Insular

Sábado 26 de octubre de 2019, Santo Cerro, La Vega.

La Habana, 27 de junio de 1945

León David: poética y estética de una pluma ejemplar

Por Leopoldo Minaya

    Grande es el msterio que impele a los hombres a tentar los hados con el acto denodado de la creación artística, y a pretender ese acto trascendente y significativo. Tiempo, esfuerzo, concentración, abstracción, emoción, exacción de energías vitales en pos de un objeto que retribuye esencialmente —a hacedor y a receptor— repleción espiritual: tarea, en principio, acometida al margen de aspiraciones materiales o consideraciones utilitarias…

Ante tal misterio, y ante las posibilidades del artífice frente a tal misterio, en 1916, Huidobro ha asegurado: “El poeta es un pequeño Dios”,[i] quizás como ratificación de lo ya expresado y sentido por Villaespesa diez años antes, en 1906, cuando se descubre “igual que un Dios, creando y destruyendo mundos”.

¿Mas cuán valedera resulta la pretendida asimilación de lo humano a lo divino cuando tanta conmoción y desvelo reclaman al poeta sus escurridizas creaciones; tanto estremecimiento de alma y de conciencia?  Pueden los dioses crear, sean estos grandes o pequeños,  con una especie de  “¡Hágase la luz!” en que deseo y obra se sometan a un practicable y único instante de consumación…, más no el poeta.  El poeta revestido de auras divinas nos parecerá aseveración asaz lisonjera, pero  incorrecta, si nos abandonamos a  la ¿trágica? especulación en  que las artes en sentido general, y el arte que llamamos “Poética” en particular, configuran más bien una forma de protesta o de autoafirmación del ser humano esencial al saberse desheredado de la condición divina, de su nobleza inmanente, de sus virtudes supremas, de sus perpetuas posibilidades…

Réprobo o remedo de divinidad, el poeta se nos revela no obstante figura de excepción entre las presencias universales, en cuanto maneja como materia prima intrincada red de pasiones, sensaciones,  pensamientos, sentimientos, emociones.  No es el poeta el forjador de líneas más o menos felices, o aquel que muestra primaria propensión hacia lo ritmado o hacia lo rimado (porque esa es la figura del aficionado), ni es el hacedor  de obras suficientes y hasta de cierto mérito, aceptadas como actos logrados por la opinión de las medianías (porque esa es la figura del versificador); el  poeta es el sostenedor del Canto.  El Canto es sabiduría cósmica. El Canto fluye por los resquicios del universo y se despeña como una inmensa catarata. El Canto es vida e instante enlazados al través de una propensión lúdica revestida de orden, belleza y armonía. Muy pocos logran comprender que el Canto es la Entidad eterna  e infinita, y que el poeta es el órgano fonador del Canto, para que alcancen a vislumbrar los hombres los misterios fundacionales; por eso todo poema se revela manifestación colectiva: la voz del poeta  encarna a la postre su propia voz y la voz de los hombres  —de todos los hombres de todas las épocas reunidos  y presentados para mejor intelección y por sutileza mental como una sola, única y abarcadora generación.

Estos primeros principios nos parecen indispensables al adentrarnos en la obra poética de un artista del relieve de León David, cultor de alturas y profundidades que ha podido desde las letras hispánicas —por vía de la decantación de proposiciones y acordes— perfeccionar su lira hasta lograr la pulsación de las aceradas cuerdas que con extrema tensión pronuncian y articulan rapsodias universales.

Trece obras poéticas constituyen la contribución del género “Poesía” a las Obras completas de León David: desde las canciones juveniles fechadas en 1964, intituladas Mudez en agonía y Coplas de espejismos y caracoles, hasta el Cántico blasfemo del año 2012. En todas trece, con el empleo alternativo de un afirmado versolibrismo, puede notarse en León David la propensión a mantener vigentes las  formas clásicas o tradicionales de la versificación en lenguas romances, apoyadas estas últimas en la uniformidad silábica, el acento rítmico, la eufonía y la afinidad prosódica. Tan extendidos se encuentran los errores de apreciación hoy día, por la excesiva divulgación de especulaciones más o menos  juiciosas o sensacionalistas que persiguen persuadir razonadamente o  impresionar más allá de la sensatez, que quienes pretendan explicar estas obras poéticas davidianas se verán en la necesidad de emplear sus iniciales argumentaciones en despejar prevalecientes desaciertos referidos a que el poeta de hoy está en la obligación imperiosa de abandonar las formas clásicas de versificación… en aras de dejar constancia de su “modernidad” y de partir desde una total libertad en la expresión.

La poética de León David no riñe en absoluto con la aspiración de libertad total; antes la confirma: el poeta debe partir desde la entera autonomía, esa libertad que le permita escoger  a su sola discreción las formas y materiales de su canto, sin que le sean impuestos por exigencias exteriores… Al optar libérrimamente por el verso libre o por el tradicional, nuestro autor no está haciendo otra cosa sino manifestando en cada caso el empleo de su libertad individual para prescribir el modo y la dirección que quiere ver estampados en sus creaciones, prerrogativa inalienable al poeta (en cuanto responsable de su propio prestigio o desdoro ante la posteridad) y que no puede  permitir que resulte conculcada por teorías inconsistentes que se apoyen —más que paradoja, abierta contradicción— en el idéntico reclamo de emancipación.

… León David ha demostrado ser poeta de excepción tanto en verso libre como en  verso tradicional; como evidencia nos remitiríamos a cualquiera de sus títulos. En los versos sueltos del poema “Juan”, del volumen Poemas del hombre anodino, “dedicado a un chiquillo oscuro de ojos de garza triste, pequeño limpiabotas de mi barrio”, y en los versos medidos del  poema “La Idea de Platón”, del libro Los nombres del olvido —donde parafrasea, interpreta, especula y a su manera amplía la teoría de la Forma  expuesta por el célebre pensador de la Grecia antigua— se hallan idénticos niveles de excelsitud estética, sustentados:  o por una sensibilidad desbordante que desnuda la belleza del espíritu de aquel que puede escalar la magnificencia de la más encumbrada y a la vez ignorada entre las virtudes humanas —que es la compasión —, o por los estremecimientos líricos de una inteligencia que se desparrama en los vórtices de la reflexión sustantiva.  Pero el verso clásico resulta (a no dudarlo) su “valido”, su “privado”.

En los prolegómenos al poemario Carmina, León David apunta: “Siempre me he sentido atraído por el verso sonoro, redondo y puro; el que cuando dice canta; el que cuando canta embelesa… Sin embeleso no hay poesía…” Frente a tamaña inclinación al canto y al embeleso, resulta fácil comprender el apego del autor de Cincuenta sonetos para amansar la muerte a las formas clásicas, donde melodía y significación en unidad indivisible aspiran a desentrañar del Canto sus sentidos y ultimidades (por cuanto el Canto, sin el poeta, sería tan solo música inmanente en las honduras universales).

En su Arte poética, poema-libro en versos alejandrinos de consonancias alternas, publicado en 2009, León David inicia diciendo:

 

Dadme el verso desnudo, musical, transparente,

en cuya carne gima el alma en cautiverio ,[ii]

para agregar en la estrofa siguiente:

Dadme el verso que plañe igual que la guitarra,

el que todo estremece de pronto como un sismo.[iii]

Ahora bien, alguno se preguntará si una vez hecha la libérrima elección del verso clásico no constituiría un abandono instantáneo de la libertad alegada el hecho de someterse el bardo de manera rayana a constricciones de orden formal en los que el fluir y el discurrir del enunciado se encuentren seriamente comprometidos.  Responderé a esta inquietud por vía de la experiencia personal. Conocimos al autor, creo estar seguro, en 1983; y nos ha distinguido con su fraterna amistad desde 1993. Durante ese tiempo hemos tenido  ocasión de conversar resueltamente sobre el arte que nos convoca: el arte del poetizar. Nos ha revelado una convicción. Ha dicho que en el verso clásico el oficiante se impone (notad que pongo aquí en negrillas la variante pronominal “se”[iv]) restricciones formales que representan a la vez desafíos que permitirán al vate desarrollar y exponer al máximo sus potencialidades; sorteando escollos, salvando obstáculos, demuestra de paso el vigor y las capacidades de su plectro…  (su opinión no la presento aquí de manera literal, sino exegética).  Hemos asentido, estuvimos de acuerdo con su sentir, y hemos agregado que tal planteamiento se aviene además con el carácter lúdico de la creación artística, en donde  igual que en un juego de niños el disfrute se hace intenso cuando a la consumación de lo pactado se agrega la compleción de las más diversas e increíbles dificultades y contratiempos.  Substituyendo convencionalmente procedimiento por contenido, de patrones lógicos imbricados,  ¿no es esto lo que auxilia al rapsoda de las Epopeyas cuando permite a Ulises retornar a la ansiada Ítaca, o cuando hace a Héctor finalmente yacer para ser arrastrado por bríos de caballos ante el pavor de Príamo? “El Canto es vida e instante enlazados al través de una propensión lúdica revestida de orden, belleza y armonía”, ya dijimos. “Writing free verse is like playing tennis with the net down”, ya dijo Robert Frost.[v]

Lo argüido con respecto al canon métrico y la gradación  en que afecta o no la libertad individual, se extiende al recurso accesorio del consonante, otro de los modos empleados abundantemente por León David en su poética ejemplar. Traída y halada —las más de las veces… de manera lastimosa— por la iteración popular, la rima no agota sin embargo la plenitud de sus posibilidades cuando un artista de muy amplia cultura como León David se asoma a sus portales con una pluma en la que, podría decirse, gira en casi toda su extensión la riqueza del lenguaje; esto, sin agregar que la rima constituye per se uno de los misterios de la lengua en  que  intuiciones y aprehensiones del hombre hallan piedra de confirmación en una subyacente Verdad de orden metafísico desprendida de la fricción del logos esencial con la despierta consciencia en la experiencia justificante de los actos al existir.

 

¿Quién se atreve reparar en metros o en ausencia de metros, en rimas o en ausencia de rimas, cuando el poeta ha llevado hasta el linde la tensión creativa y ha paseado con exuberancia y excelencia las virtudes de su numen, haciendo brotar la energía de la frase en arrebato constante de sublimidad emotiva?   Veamos los trabajos que he referido, el poema “Juan”, que leeré con alguna abreviación, y el poema “La Idea de Platón”, que leeré en toda su extensión, y démonos la oportunidad de distinguir entre poesía y poesía esencial, entre el poema y el gran poema. Leamos, primeramente a “Juan”:

 

Juan,

pequeño limpiabotas de mi barrio,

hoy te quiero cantar a ti,

aunque no sé

cómo empezar mi canto.

………………….

Nadie me dijo a mí que eras importante

y que valía la pena retratar el betún de tu mirada…

…………..

Nadie me dijo,

pequeño limpiabotas de mi barrio,

que tú valías la pena,

que tú, también, tenías derecho a una palabra.

Ellos no me enseñaron cómo

cantarte a ti.

Me dijeron que cantara la tarde,

que elevara mi canto con la brisa…

hacia el ocaso.

………….…

Pero no me enseñaron cómo cantarte a ti,

y ahora no sé qué palabra es la justa

ni cómo comenzar este poema.

 

Perdóname, Juan,

si no te sé cantar como mereces,

pues yo nunca he vivido tu agonía de la calle macilenta,

tu trapo,

tu betún,

tu cepillo marrón,

tu vieja caja.

…………

No sé cómo es que suena tu apellido,

pero tienes un nombre

y ese nombre me basta. Te llamas:

Juan invierno, Juan frío, Juan desnudo,

Juan del piso de tierra,

Juan de la calle,

Juan camisa sin mangas,

Juan sed, Juan ganas de comer,

……….

Juan quiero ir a la escuela,

Juan limpia los zapatos,

Juan llega tarde a casa,

Juan le pegan,

Juan de los diez hermanos,

Juan violaron tu madre,

Juan tú lloraste a solas muchas veces,

Juan sin consuelo,

Juan betún, Juan cepillo, Juan trapo…..,

Juan sol del mediodía en el banco del parque

y sin escuela,

Juan niño que murió durante todo el tiempo

asesinado,

todos los días, en el banco del parque,

merodeando las latas de basura

…………….

……………

Juan,

hoy te quiero componer un poema,

hoy que tú ya no existes,

hoy que nadie recuerda tu caja de zapatos,

…………

hoy que está solo el banco de la plaza

donde tú te sentabas a esperar al cliente con la mirada lejos….

…………

yo quisiera pedirte perdón por estos versos…

…..

Yo te pido perdón por un poema que no te supe hacer

y que nadie hará porque no estás aquí,

porque hay que ser poeta, pequeño Juan,

poeta como tú…

   Hagamos notar, ante todo, la desenvoltura y naturalidad con que León David maneja el verso libre, cómo hilvana las frases para dejarlas caer con elegancia y donosura hasta el patetismo final de su desgarradora significación (el impacto del poema podría conllevar al inicio de una larga cadena de razonamientos que desembocarían, tal vez, en la cavilación de si realmente somos tan humanos como decimos, y a inquirir sobre la finalidad del mundo de los hombres, donde la iniquidad nos parece a veces ser la regla y el acto de justicia la abrumadora excepción…, todo como resultado de la grande carga emotiva que de la pieza literaria se desprende, particularidad por la que empezarías a estimar su valor literario, entendido el arte como forma de comunicación a mejorado nivel). Las fuentes de inspiración de este poema pueden ser halladas en la invención popular, con ecos en suelo sudamericano en las argentinas creaciones musicalizadas “Juan Tequila” y “Juan Boliche”, en el “João” callejero de las favelas brasileñas; en el “Juan Pueblo” continental y en todos los Juanes en que la miseria, el hambre, el hombre y el ultraje social se ciñen en su paridad y compleméntense. Como acometida de retorno, el personaje infantil de León David genera mayor indignación, empatía y conmiseración por la lógica proporción en la que siendo más débil la victima nos parece más cruento el verdugo…

Pero veamos ahora el poema “La Idea de Platón”:

La Idea de Platón, esa inmutable

Primera claridad, lumbre perdida,

Del saber fuente, fuente de la vida

Que mis ojos elude, inabarcable…

Lo que mis ojos ven y lo que nombra

El labio desleal con torvo apaño

Es error, ilusión, quimera, engaño,

Especioso discurso de la sombra.

¿Quién se puede fiar de lo que crece?

El tiempo es un tahúr que todo trueca:

Hoy brote tierno, mañana rama seca,

Polvo al final que el tiempo desvanece.

Solo la Idea indómita resiste

El asalto brutal de la jornada,

El filo de esta angustia, de esta Nada

Que estruja, muerde, corta, quema, embiste…

La Idea de Platón, única estancia

Donde mora el instante detenido,

Donde la Eternidad, -sordo bramido-

Prolonga en el añoro su fragancia.

Es la Verdad que la palabra hospeda,

Es la Belleza que en la flor fulgura,

Presencia de lo eterno en la impostura

De todo lo que pasa… lo que queda.

El único pilar al que la mente

Puede asirse en su vuelo temblorosa,

La que hace que la rosa sea la Rosa

Vulnerable, fugaz y permanente.

Es la que rompe el oprobioso estigma

De esta tránsfuga carne desahuciada,

La única que siembra en la mirada

El relámpago oscuro del enigma.

 

Idea primordial, Modelo ignoto

De aquella inmemorial región arcana

En donde tañe y tañe la campana

Del apremiado ayer, del hoy remoto.

Forma esencial que canta y enmudece

Y que todo lo llena con porfía,

Que más allá del polvo y de la impía

Vorágine del tiempo, permanece.

 

…Yo pasaré, pero otro yo en la pura

Latitud transparente siempre habita;

Y cuanto más mi carne se marchita,

Más la verdad de ese otro yo perdura.

 

Solo la Idea, que amorosa escruta

Mi alma en su afán de augustos esponsorios,

Desdeña altiva los fastos ilusorios

Del oropel que la belleza enluta.

La Idea, en fin, que atado en la caverna

No acierta el hombre a contemplar de frente

Sin ser apuñalado, mansamente,

Por la nuda Verdad, casta y eterna.

 

Solo una lectura es necesaria para percatarnos de que nos hallamos frente a uno de los grandes poemas jamás escritos en la literatura occidental. La carga conceptual interpretativa que opone lo eterno a lo transitorio, lo permanente a lo mudable, lo imperecedero a lo pasajero,  lo inteligible a lo sensible, en fin, la reelaboración de la teoría de la Forma en que el arquetipo modela  los componentes del mundo físico —cambiante, irreal sin otra realidad que la desprendida de la reproducción de lo Esencial— es expresada por León David henchida de ritmo[vi] y armonía, con un estilo vívido, brioso, intenso, que redimensiona la teoría general  al aportarle una gozosa individualidad que se reconoce unida en ónticas sonoridades al fluir de lo magnificente en cuanto portador de la revelación salvífica que plantea una creíble y verosímil organización totalizante  de los arcanos, el cosmos, la luz y lo divino ante tantas incertidumbres, oscuridades, aprensiones, dubitaciones y —en ocasiones innumerables— falacias   sistematizadas.  Contrario a las leyes del magnetismo en la materia, en el mundo espiritual e intelectual los polos iguales se atraen y complementan.  Es costumbre de León David cantar el canto de los excelentes, como diálogo y comunión, como resuelta emulación,  como muestra de la excelencia que de su alma se desprende. El poeta, ha asegurado Thomas Carlyle: “No puede cantar al heroico guerrero si él no es también un guerrero heroico. Imagino que en él está el político, el pensador, el legislador, el filósofo, que pudo ser todo eso, que lo es en su fondo”.[vii]

Sin la construcción tradicional en versos endecasílabos con rima consonante y acento rítmico en sexta sílaba este poema no hubiese sido este poema, porque su belleza increíble resulta de la interacción de todos sus elementos constitutivos sobre ese fondo musical, resultado final en el que nos vemos forzados a apreciar mucho más allá del fondo y de la  forma,  y ver en él también la síntesis, la densidad y la consiguiente esencialidad como atributos generativos.  Es decir: forma como arquitectura verbal, fondo como carga conceptual o contenido, síntesis como la simbiosis particular que fondo y forma prohíjan para significar especialmente,  densidad como la macicez discursiva ante la profusión de significantes y significados…  para entregar indefectiblemente esencialidad, que es la condición trascendente del objeto de arte, entendiéndose por “trascendente” su viso de intemporalidad, y entendiéndose la intemporalidad como una consecuencia de su proximidad al grado absoluto de Perfección genesíaca.    Esto hace León David en “La Idea de Platón” y prácticamente en cada uno de los poemas que constituyen el libro de procedencia, Los nombres del olvido: arte fundacional  que queda como referencia para el devenir como roca inamovible.

Esta “esencialidad” o “trascendencia” o “viso de intemporalidad” permite a León David ser un poeta moderno. Sí; como lo habéis oído: es un poeta moderno, innovador, novedoso, no importa cuánto lo disimulen sus desfogues arcaizantes; moderno, pero no a fuer de sentir desprecio por la tradición, o por la asunción categórica de artificios y malabarismos que no pocas veces comprometen la limpidez, la propiedad y la belleza de la expresión.

León David se suma en la aspiración de todo artista contemporáneo de contar con novedad y modernidad entre los atributos de sus creaciones. No penséis que me habría contentado con la actitud simplona de alegar que su arte es novedoso por cuanto contrasta con las formas de presentación de las obras de arte de la generalidad de los trovadores coetáneos (razonamiento que no deja de tener cierto peso, pues lo “nuevo” se hace viejo por el uso desmedido y el desgaste, y lo “viejo” se hace nuevo cuando  constituye ya forma de diferenciación… );  no, no:  hagamos notar primeramente  la ambigüedad, el relativismo, la naturaleza refutable y hasta la inconsistencia de las teorizaciones cuando en materia de arte se deja de lado su razón esencial; por ejemplo:  los poetas abandonan viejos moldes en aras de la libertad, pero en aras de la libertad los pintores cubistas desdicen las reglas de la perspectiva  para refugiarse en armazones geométricos, perdiendo de paso espontaneidad y flexibilidad en el trazado, encerrándolo en rectos o curvos patrones predeterminados, vale decir, renunciado a  la (su) “libertad de expansión del movimiento”; y también:  se abandona la regla, pero el abandonar la regla, en sí mismo,  constituye una regla;  ¡y todo, otra vez, en rimbombantes manifiestos que pregonan la libertad o la modernidad o la innovación!;  ya siglos de especulaciones en torno a la obra de arte sin que se logre ver a unanimidad, con diáfana claridad y con carácter irrecusable y definitivo  que el objetivo y razón esencial del Arte es la transcendencia, y que la trascendencia no tiene que ver forzosamente con la modernidad o la novedad como son entendidas siempre que se pretenden, sino con la intemporalidad o clasisidad, término que encierra forzosamente los anteriores, porque la obra de arte trascendente (o intemporal o clásica), por lo mismo, ¡es moderna siempre, siempre nueva, siempre renovadora, siempre innovadora…!

Ante tales razonamientos, el criterio de la obligación del poeta a ser moderno con el uso de artificios y caligramas y supresiones y malabarismos, y la opinión de que “a épocas distintas, distintas poéticas” ceden y se derrumban. Eso lo demuestra en  “Juan” y  en  “La Idea de Platón”   y en “El viaje”,  y en “Los nombres del olvido”, y en “El retorno de Ulises”, y en “Heráclito ´el oscuro´”, y en el conjunto de sus grandes composiciones León David, el del trazo apolíneo, el del torrente interior, el de la riqueza conceptual, el de la trascendente emoción; León David, el que arroja la intuición y la aprehensión al fuego del enigma inexorable; León David, el más genuinamente clásico y helénico entre las bardos sobresalientes de las letras nacionales.

Encuentro literario del Ateneo Insular, Santo Cerro, La Vega, 26 de octubre de 2019.

Vicente Huidobro, El espejo de agua, Buenos Aires, 1916.

[ii] Arte poética, versos 1 y 2.

[iii] Ibídem, versos 6 y 7.

[iv] N. del A.

[v]Escribir versos libres es como jugar al tenis con la red abajo”. Robert Frost, Address at Milton Academy, Massachusetts, 1935.

[vi] Recorro algunos aspectos del ritmo del poema “La Idea de Platón” por su carácter cardinal en la importancia de la pieza, y porque constituye una demostración de la manera adjetiva en que el paso del tiempo y el cambio de época afectan, para beneficio, la estructuración formal de la trova en versos tradicionales, sin que ello motive a opinar que demanden o configuren poética distinta, considerándolos solo causantes de variedad en el elemento significante.  El ritmo vigoroso y cautivante en “La Idea de Platón” se encuentra determinado por la colocación exacta de dos acentos rítmicos principales en el verso endecasílabo: los de las sílabas sexta y décima; el primero como acento de mayor relevancia tonal  para la sustanciación de la melodía, el segundo como acento natural en la terminación de la línea poética. Lo que busco enfatizar aquí es la pertinencia de la explotación de la completa variedad de recursos fonéticos de los que disponen la lengua y el artista para conseguir un ritmo más flexible y natural. He aquí las palabras claves: flexibilidad y naturalidad, o bien podrían ser ductilidad y espontaneidad en la presentación del verso clásico de hoy, distinguiéndolo del verso cataléptico que solían emplear con profusión neoclásicos y románticos.  Valga recordar que el artista en general  se vale del artificio en todo momento en la consumación de su arte, presentándolo como si no lo empleara y como si no existiera,  justo como lo hace León David al auxiliarse de la isocronía, el patrón musical, la diéresis imaginaria, las cesura final (o la intermedia),  el desplazamiento de los acentos, el atildamiento del monosílabo, el aprovechamiento tonal de las contracciones, entre otras prácticas que solían censurarse en los poetas antiguos  o a aceptárseles con reticencia. En la vasta mayoría de los versos del poema “La Idea de Platón” el acento rítmico cardinal de sexta sílaba se encuentra cómodo en su justo lugar, por ejemplo:

La Idea de Pla/tón/, esa inmutable

Primera clari/dád/, lumbre perdida,

Del saber fuente, /fuén/te de la vida

Que mis ojos e//de, inabarcable…;

en el noveno verso, el ritmo reclama un artificio retórico para mantener la eufonía, trasladándose con el mismo el acento rítmico de la quinta sílaba a la sexta:  este recurso puede ser una diéresis imaginaria o un hiato que disuelva el diptongo para motivar el desplazamiento acentual, leyéndose el verso así en el caso de la diéresis[vi] :

¿Quién se puede /fïár/ de lo que crece?

y se leería así en caso de preferirse el  hiato[vi]:

¿Quién se puede fi-/ár/ de lo que crece?

En el verso número 11:

Hoy brote tierno, /ma/ñá/na rama seca

el discurso conserva su ritmo por una de estas cuatro soluciones que menguan la frase dodecasílaba y reparan la ametría: o por la aplicación circunstancial del efecto enunciado por T. Navarro Tomás referido a la substitución eventual del isosilabismo por el isocronismo, o por aplicación del efecto del canto, en que la elocución aumenta o disminuye la velocidad de fonación según se quiera ganar o perder espacios de tiempo o longura en la dispensación de la frase (acelérase levemente el discurso en este caso concreto), o por el aprovechamiento de la cesura final del verso anterior para embutir la primera sílaba del verso en cuestión; o por lo que pasaremos a denominar “recurso del rapto” mediante el cual un acento bien marcado en una sílaba determinada (en este caso la segunda) produce el efecto de rapto o absorción de la inmediatamente posterior (en este caso la tercera) por causa de una declinación tonal que abre un espacio imaginario entre una sílaba altamente tónica y la mediatamente siguiente.

En los versos verso 21, 47 y 48  permítese al acento rítmico recaer sobre monosílabos:

Es la verdad que // palabra hospeda   21

Desdeña altiva /lós/ fastos ilusorios   47

Del oropel que // belleza enluta.   48

 

En los versos 22, 41 y 44 en contracción:

Es la belleza /queén/ la flor fulgura   22

…Yo pasaré, pe/roó/tro yo en la pura.   41

Más la verdad deeseótro yo perdura   44

 

En los versos 29 y 45 el ritmo ordena la conversión de una palabra paroxítona en sobreesdrújula, y en el verso 50 un vocablo oxítono cambia a esdrújulo:

Es la que rompe el /ó/probioso estigma   29

Solo la idea /queá/morosa escruta   45

 

No acierta el hombre a /cón/templar de frente   50

 

En el verso 32 el ritmo reclama un hiato inicial, que destruye una sinalefa y hace que el acento rítmico se desplace de la quinta a la sexta sílaba; hiato casi natural, pronunciado sin ningún esfuerzo ni dificultad por la circunstancia de encontrarse entre una vocal fuerte (“a”) y una débil (“u”) tanto prosódica como ortográficamente acentuada:

Laúnica que /siém/bra en la mírada.

[vii] Thomas Carlyle, Tercera conferencia (El héroe como poeta), párrafo segundo, 1840.

 

Crónica del XVI Congreso de Academias de la Lengua Española

Por María José Rincón

Amanece en Madrid y las delegaciones apuran las despedidas. Pocas cosas pesan más que la maleta de un académico tras siete días de congreso. Las árganas van repletas de obras intercambiadas con colegas, de novedades editoriales y de notas con infinidad de ideas. No todos los libros son nuevos, en nuestra maleta de mano, junto con los enseres personales, viaja de vuelta a América una edición facsímil de la la Gramática de la lengua castellana, destinada al uso de los americanos, publicada por Andrés Bello en 1847, que se conserva en la extraordinaria biblioteca de la Real Academia Española.

Esta corporación, que ostenta la presidencia de la Asociación de Academias de la Lengua española, nuestra anfitriona este año. En el salón de actos, en cuyo techo se divisa el lema «Limpia, fija y da esplendor», las palabras de bienvenida de Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, ya confirman, como lo hacía presagiar al apretado programa, que tenemos muchas tareas por delante.

Tres programas simultáneos -académico, cultural y social- ponen a prueba nuestra capacidad de organización y nos hacen creer como nunca que gozamos del don de la ubicuidad. Los tres programas son importantes; los tres tienen relación con nuestra labor como académicos.

El programa social, que suele relegarse como una frivolidad, nos sirve para poner cara y voz a los académicos del mundo. Nuestra lengua y sus académicos son internacionales; estamos repartidos por todo el planeta y, aunque trabajamos en equipo gracias a las nuevas tecnologías, agradecemos las ocasiones en las que podemos estrechar nuestros lazos personales. Desde ese primer brindis en la RAE nuestros anfitriones nos han abierto las puertas de tesoros históricos y culturales de Sevilla y Córdoba y nos han hecho sentir orgullosos por nuestro trabajo en favor de nuestra lengua común. Nos hemos encontrado en la Real Maestranza de Caballería, exquisita y luminosa; en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, abierto y atractivo; en la Plaza de España sevillana, donde el académico José Luis Gómez nos emocionó a todos con la lectura del Cantar de Mío Cid, primera obra literaria conservada en español; en el Palacio de San Telmo, barroco y sevillano; en los Reales Alcázares, iluminados por la luna sevillana, misteriosos, sutiles y sugerentes; y en la Universidad de Sevilla, alojada en la emblemática Fábrica de Tabacos.

El XVI Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española se ha abierto a los hablantes. Con este fin los académicos hemos desarrollado un ambicioso programa cultural que ha servido para mostrar quiénes y cómo somos, qué hacemos y para qué sirve lo que hacemos. La delegación dominicana, formada por Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, y por dos académicos de número, José Enrique García y quien les habla, ha participado activamente. Hemos presentado la labor lexicográfica de nuestra corporación, la creación literaria de nuestros académicos y nuestras obras de divulgación del buen uso de la lengua española, entre ellas mi libro De la eñe a la zeta, que recopila la columna «Eñe», publicada semanalmente en este periódico. José Enrique García, en su condición de poeta, ha participado con la lectura de sus poemas en la sesión «El turno de la poesía», en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, junto a otros académicos poetas. Bruno Rosario Candelier ha dictado en la sala Santo Tomás del Ayuntamiento de Sevilla la ponencia «Perfil del español dominicano». Los académicos nos hemos acercado también a las aulas universitarias. En la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, mi alma mater, he impartido la conferencia «Estudio lexicográfico para el conocimiento del español dominicano». Los jóvenes alumnos, la cantera de los filólogos y los lexicógrafos del futuro, tendrán que mantener el aliento de los diccionarios que estamos haciendo hoy. Ha sido emocionante ver prenderse la chispa de la ilusión por el conocimiento en los ojos de los jóvenes. Solo esta experiencia hace que el esfuerzo merezca la pena.

Los congresos de la ASALE están pensados para la puesta en común del trabajo académico realizado, para el seguimiento del trabajo que tenemos en marcha, y, especialmente, para la propuesta de nuevos proyectos académicos. A Sevilla hemos venido a trabajar; y este es el tercer programa, el programa académico, al que solo asistimos los académicos de número y correspondientes de las veintitrés academias de la lengua. Seis sesiones plenarias dedicadas a repasar todos los proyectos panhispánicos en curso. Estamos trabajando en la segunda edición del Diccionario panhispánico de dudas, del Diccionario de americanismos o de la Nueva gramática de la lengua española. Tenemos mucho trabajo realizado y pendiente en tareas tan ilusionantes como el Nuevo diccionario histórico del español, en el que ya se han visto los frutos de la colaboración con la Academia Dominicana de la Lengua. Nos ilusiona el ambicioso y necesario proyecto Lengua Española e Inteligencia Artificial, en el que las academias colaboraremos para enseñar a las máquinas a hablar un buen español.

Hay tres proyectos académicos en los que he metido las manos en la masa en representación de la Academia Dominicana de la Lengua en mi condición de lexicógrafa. Especialmente productiva resultó la reunión técnica de los académicos responsables de la 24.ª edición del Diccionario de la lengua española, ese que cumple ya casi tres siglos y que seguimos consultando en nuestro celular; ese que queremos que honre su tradición mientras se convierte en el diccionario del español del siglo XXI. Simultáneamente estamos trabajando en el Diccionario escolar panhispánico, dirigido a estudiantes hasta los doce años, que comenzará con proyectos regionales, y en el que el área del Caribe tendrá particular protagonismo. Por si esto fuera poco, la Academia Dominicana de la Lengua se integra al grupo de academias que aportarán su propio tesoro lexicográfico a un proyecto de coordinación en línea de los tesoros lexicográficos del español de Canarias y América. Cada uno de estos proyectos combina esfuerzo, preparación y una dosis imprescindible de ilusión por lo que podemos conseguir juntos si nos lo proponemos.

Clausuramos el XVI Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española en Sevilla con la presencia de Felipe VI, rey de España, pero, sobre todo, con la presencia de Miguel de Cervantes, esencial para nuestra lengua; la edición académica de sus obras completas es el homenaje imprescindible al escritor que supo llevar el español hacia el futuro.

Con muchas e intensas horas de trabajo a nuestras espaldas, los congresistas nos despedimos de Sevilla y ponemos rumbo a Córdoba. En su mezquita catedral, donde descansan Luis de Góngora y el inca Garcilaso de la Vega, aprendemos que el tiempo, implacable, va superponiendo nuestros logros a los del pasado, y que los logros del futuro se superpondrán a los nuestros. Córdoba nos ayuda a que la despedida sea el pórtico del trabajo que tenemos por delante. Córdoba, que siempre ha sido sabia, nos recibe con la musicalidad de la guitarra flamenca de Vicente Amigo. Ya era hora de dejar descansar un poco a las palabras.