Virtud lingüística

Vamos a despedir el año rodeados de dimes y diretes sobre injerencias. Algunos dimes cardenalicios se descalifican por sí solos gracias a su tono inapropiado y a la mentalidad retrógrada que manifiestan. Huelgan los comentarios, tanto de fondo como de forma.

Otros dimes pueden al menos dejarnos una enseñanza lingüística. Saben que, a veces, ojeamos u hojeamos la prensa con más prisa de la que deberíamos. Un atinado comentario de mi amigo Alejandro Castelli, buen hablante y muy buen corrector, me hizo ver la incongruencia más que evidente que revela la frase «Contra la injerencia extranjera, la virtud doméstica».

Estoy de acuerdo con el fondo; lo que nos deja patidifusos a Alejandro y a mí es la selección del adjetivo doméstico. Me explico. Búsquenlo en el DRAE, por ejemplo. No encontraran entre sus acepciones ninguna que pueda aplicársele a esta frase. Doméstico en nuestra lengua significa ‘perteneciente o relativo a la cosa u hogar’. Emplearlo en un contexto como el que nos ocupa implica un sentido aproximado a ‘nacional’.

Es el mismo error que cometemos cuando hablamos de *vuelos domésticos o *empresas domésticas, en vez de decir, como sería lo correcto, vuelos nacionales o compañías nacionales; o cuando nos referimos a *problemas domésticos en lugar de a problemas internos.

Lo incongruente entonces es que hablemos de injerencia extranjera precisamente acudiendo a un calco semántico del inglés. La injerencia lingüística es en este caso flagrante y más dolorosa porque ha llegado al corazón mismo de lo que somos, a nuestra lengua. Gracias, Alejandro, por ser buen hablante y por ponernos delante de los ojos la virtud interna de nuestra lengua frente la injerencia de los falsos amigos.

© 2015, María José Rincón.