*VANGUARDIZAR – *TEXTURAR – PIN(S) – SENDERISMO – CHARANGA

“(esa auténtica revolución cívica, sin precedentes en la era de las chatarras revolucionarias, VANGUARDIZADA por una tecnocracia liberal ilustrada, encaminada a perfeccionar. . .”

Cuando se emplea en el texto la palabra “vanguardizada”, se utiliza un verbo de modo implícito; verbo que no ha recibido sanción en el seno de la lengua española. Ni el uso constante en la lengua, ni la autoridad de los escritores reconocidos han prestado su apoyo a este verbo.

No cabe duda de que quien escribió el texto copiado al principio de esta sección lo hizo apoyándose en la palabra vanguardia. Lo que se trata aquí no es de atajar el avance de la lengua viva. Antes de emitir un juicio condenatorio acerca de la utilización es pertinente revisar algunos conceptos.

Corresponde comenzar el análisis por el vocablo vanguardia. Ésta es la avanzada de la guardia. Es el primer cuerpo de un grupo o movimiento ideológico, político, literario, artístico, etc. En el campo de la construcción se usa el término para designar con él el punto de arrancada de las obras en los ríos cuando se construye un puente o una presa.

Las locuciones adverbiales “a la vanguardia; en vanguardia” se usan para indicar la primera posición, el punto más avanzado o adelantado con relación a los demás.

Si se tiene en cuenta lo escrito más arriba (en los dos últimos párrafos) se entenderá con facilidad que al crear el verbo *vanguardizar, la persona que así lo hace inviste con la calidad de cabeza a quien hace desempeñar  esa función.

Apoyándose en el vocablo cabeza, se cuenta en español con el verbo “encabezar” que actúa de la forma en que se pretende hacer con el verbo estudiado. Otro verbo que existe en español para indicar lo mismo del verbo anterior es “acaudillar”.

Lo pertinente en el caso de la invención del verbo reside en que en lugar de una persona, como sucede con el caudillo del verbo acaudillar, se trata de un grupo de personas, como la definición del diccionario para la vanguardia, cuando se usa aplicada a personas. Desde este punto de vista, es adecuado.

Lo que se ha señalado con respecto del verbo acaudillar sucede con el verbo encabezar, pues generalmente la cabeza es solo una, por extensión de la del cuerpo humano.

En un caso como este lo que queda por hacer en un caso como este es esperar para ver si las plumas consagradas de la lengua lo usan, o si el pueblo lo consagra por medio del uso.

*TEXTURAR

“Otro joven pintor, el colombiano P. J., de 38 años, ofrecía cuadros táctiles TEXTURADOS, inspirados por un amigo ciego.”

Sin lugar a dudas, la palabra destacada en el seno de la cita desempeña funciones de adjetivo. Se trata de la “textura” de algo.

En propiedad, la textura es la “disposición y orden de los hilos en una tela”. La textura es también la operación de tejer. Por último, es la “estructura, disposición de las partes de un cuerpo, de una obra, etc.”

No es difícil entender la desazón que sobrecoge con frecuencia a los redactores de reseñas sobre arte. Hay que tener en cuenta que en la mayoría de los casos se compenetran con las obras, las sienten, las viven. Esa sensación de participación los inspira a expresarse de modo artístico, y de ese modo se corre el gran riesgo de apartarse de las reglas y usos de la lengua.

Poder mantener parejos la expresividad, la espontaneidad del placer estético espoleado por la contemplación de las obras de arte que van a comentar, empuja de manera peligrosa en el sentido de la redacción afectiva.

Es probable que la cita que se reproduce aquí sea un ejemplo de lo que se ha descrito en los dos párrafos precedentes. Transmitir al lector la emoción que experimenta, y referirse a la textura de esa obra como una acción en proceso, son dos cosas que impelen a recurrir a un verbo que viene a la cabeza, *texturar. Muchos artistas –de la pluma y del pincel- piensan que si el verbo no consta todavía en los diccionarios ya es hora de que se le incluya.

La tarea de lograr que convivan en paz la corrección de la lengua y el poder de creatividad de los artistas es una tarea ardua. Si a la creatividad se la somete a la tensión de las riendas de la gramática, es probable que se estropee la belleza. Si por otra parte se concede demasiada laxitud, es posible que vaya en detrimento de la comprensión del mensaje. Mantener el equilibrio es un acto de malabarismo.

Con toda certeza –se desprende del texto- la textura a la que se refiere la reseña no es la de la estructura de la obra de arte, la disposición de las partes, la composición o el diseño. Aquí se está en presencia del efecto táctil que puede producir la obra de arte; no solo lo que el ojo humano es capaz de percibir. A esa textura es a la que se refiere el redactor.

Una vez más hay que hilar muy fino. Aunque las simpatías se inclinen hacia la creación del verbo, no es menos cierto que hasta la emoción estética tiene sus límites. Sin someter la redacción a una camisa de fuerza, se impone que se respete la lengua en pro de la comprensión del mensaje.

La solución es usar el verbo “texturizar” extendiendo de un estirón su estrecho significado para que la redacción termine de esta suerte, “. . .cuadros táctiles texturizados, inspirados por un amigo ciego. . .” Se escribió acerca del estirón, porque en verdad el campo de acción del verbo texturizar lo limita a, “tratar los hilos de fibras sintéticas para dar las buenas propiedades textiles”.

PIN(S) 

“En plantas de su propiedad, la compañía diseña y produce en Estados Unidos PINS exclusivos y aretes, así como cadenas de oro y plata.”

Hay que andar muy escaso de conocimientos o de tiempo para escribir la palabra del título. A veces no hay disyuntiva, la escasez se produce en los dos frentes.

No hay secreto en esto del vocablo de la lengua inglesa. Un pin no es más que un alfiler. Cuando ese alfiler tiene más categoría, entonces es un prendedor.

El alfiler puede revestir muchas formas. Puede ser sencillo o elaborado. De acuerdo con el diseño, el material y el tiempo empleado en su elaboración, el alfiler  puede variar de precio.

Algunos de estos aditamentos de adorno personal, que se llevan como accesorio, sirven para manifestar preferencias de gusto. Algunos de ellos expresan opiniones políticas, exteriorizan un credo u opinión. Los hay que llevan grabados banderas, escudos o símbolos de profesiones.

Para cualquier tipo de alfileres o prendedores el nombre es el mismo, son eso, simples alfileres o prendedores, no otra cosa. Hace muy mal quien copia el nombre del inglés como si no contáramos en español con un término apropiado y acreditado en el seno de la lengua.

SENDERISMO 
“. . .una excepcional geografía ideal para la práctica del SENDERISMO, la caza, el montañismo, pasatiempos de aventura. . .“

El vocablo del título debe su lugar en esta sección a que es nuevo en el diccionario de la lengua. En el Diccionario Mayor de 1992 todavía no había alcanzado a ocupar un lugar en el diccionario de la autoridad dirimente de la lengua española.

En la edición de 2001 figura el término senderismo que se define así, “actividad deportiva que consiste en recorrer senderos campestres”. A su vez la palabra “senderista” encuentra espacio con la definición siguiente, “persona que practica el senderismo”.

Lo que ha hecho la autoridad máxima de la lengua es reconocerle importancia al deporte de las caminatas en montañas o en el campo llano que se hace al recorrer senderos preestablecidos para estos fines o siguiendo senderos poco conocidos o transitados.

Aunque la definición del deporte no lo especifica, éste consiste en recorrer “a pie” los senderos de los campos. La aclaración es pertinente porque el verbo recorrer, en el mismo diccionario de la definición, al ofrecer el significado del verbo no escribe que ese verbo se efectúa solo a pie o caminando.

No es menos cierto que difícilmente se podría recorrer un sendero en tren. No se puede olvidar que hay quien considera que la carrera de auto es un deporte. Sin ánimo de contradecir a las autoridades, se puede expresar que en la definición del deporte se debería incluir el modo de recorrer el trayecto en el senderismo, porque forma parte esencial del deporte en sí.

CHARANGA 

“Antes ha dicho que fue allí donde empezó a desarrollar sus conocimientos de improvisación como flautista de orquestas de CHARANGA en clubes de Manhattan.”

La palabra del título es muy interesante. Vale la pena que se invierta tiempo y espacio para revisar el trayecto de ésta en el seno de la lengua.

Todavía en el año 1992, la Academia consignaba en su diccionario que “charanga” era una voz onomatopéyica para designar una “música militar de las unidades ligeras que consta de instrumentos de viento y, por extensión, de cualquier otra música de igual composición aunque no sea militar”.

La edición de 2001 del diccionario mayor de la lengua asienta esto,”banda de música formada de instrumentos de viento y percusión”. La segunda acepción es, “banda de música de carácter jocoso”.

Se nota enseguida que desapareció el carácter militar de la banda y que se le añadió la percusión a la definición. Se anexó una segunda acepción, en la que se acepta que también puede ser una banda de música de carácter jocoso.

Como sucede en muchos otros casos de la lengua, las autoridades mayores de Madrid han tenido que ceder al uso imperante en América. Otro factor que influyó en los cambios fue la menor frecuencia –por no escribir desuso- del empleo del vocablo con su significación primera.

En nuestra América Morena el término examinado tiene otros caracteres que no se pueden olvidar. En Cuba –por ejemplo- la charanga es un conjunto musical integrado por una orquesta de tres violines, piano, flauta, contrabajo, timbal, tumbadora, güira y tres cantantes. Salta a la vista que esta banda es diferente de la que conoce el consejo madrileño de la lengua española.

Una “charanga” en Costa Rica, México, Perú y Puerto Rico, es un “baile familiar”. En República Dominicana fue –y quizá es- una “bulla persistente y monótona”. En Paraguay y Argentina era o es la “banda de la caballería del ejército”. Destaca que en estos dos últimos países la idea se asemeja a la primera definición del diccionario académico.

En España desde hace largo tiempo se entendía que la charanga era murga, orquesta ratonera. Se usaba para llamar así a la compañía de músicos malos, la que tocaba en Pascuas a la puerta de las casas acomodadas, con la esperanza de recibir algún obsequio.

En Guatemala se conoce la charanga o “charranga” que es una especia de guitarra. Con la segunda ortografía la empleó Miguel Ángel Asturias en su libro El señor presidente. El término puede tener matiz despectivo en ese país. Generalmente allí se llama “charranguero” a quien toca mal la guitarra.

La historia de la palabra no termina ahí, porque en Bolivia y Chile se le conoce como nombre del género masculino “charango” para una pequeña guitarra hecha de caparazón de armadillo. Este uso está documentado en la literatura boliviana, lo usa A. Céspedes en su libro Sangre de mestizos. Esta guitarrita no tiene que ser de caparazón de armadillo por necesidad para que reciba ese nombre. En el siglo pasado también, en el Perú se designó con el término masculino una especie de bandurria pequeña, de cinco cuerdas y sonidos muy agudos que usaban los indios.

Para volver al punto de partida. Ya en la década del cuarenta del siglo pasado se usaba en América el vocablo “charanga” para la música popular, sencilla o muy vulgar, tocada por una orquesta ratonera. Desde esos años también fue conocida así la “fiestecilla entre gentes pobres o con música vulgar”. Por extensión el “charanguero” fue en Puerto Rico y en Méjico el “músico de mala muerte”; se llamaba así al “aficionado a las fiestecillas caseras”.

Después del examen precedente se sabe que la charanga no es solo una y que el entorno le dará su carácter a la palabra.

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