Ni muchos ni pocos

Ya en la escuela nos enseñaron que algunas palabras tienen número, singular o plural. Se trata de una propiedad gramatical que presentan los sustantivos (casa/casas), los adjetivos (verde/verdes), los pronombres (quien/quienes), los determinantes (esta/estas) y los verbos (escribe/escriben). En cambio, las preposiciones, las conjunciones o los adverbios no presentan esta característica.

Cuando usamos un sustantivo o un pronombre en plural expresamos que nos estamos refiriendo a más de uno. La opción de referirse a una realidad en singular o en plural es del hablante. Tiene, por tanto, libertad de elección.

Esta libertad de elección tiene dos excepciones: los pluralia tantum y los singularia tantum. Con estos latinajos nos referimos a los nombres que casi siempre se usan en singular (singularia tantum) o a los que casi siempre se usan en plural (pluralia tantum).

¿Se han dado cuenta de que por mucha sed que sintamos siempre la mencionamos en singular? El caos, aunque sea extraordinario, siempre es singular. Los asuntos toman buen o mal cariz, pero siempre en singular. Por el contrario, parece que los víveres o los honorarios van siempre en plural, aunque sean escasos. Siempre andamos por las afueras o los alrededores. Y siempre demostramos o carecemos de entrañas o de tragaderas.

Algunos de estos pluralia tantum componen locuciones que deben mantener su forma fija: andamos a gatas, vamos de compras, o dejamos las cosas a medias. Y aunque la palabra paz casi siempre la usamos en singular, siempre tendremos que hacer las paces.

© 2015, María José Rincón.