Movimientos literarios en América y la visión de la independencia

Resumen del contenido general

El siglo XIX es la etapa histórica en la que tienen lugar las luchas por la independencia de las naciones hispanoamericanas. Para la realización de esa empresa libertaria, fueron necesarias acciones heroicas que demandaron la participación de los próceres de la sociedad, así como de sus líderes, pensadores y escritores, razón por la cual la literatura fue una valiosa arma de combate intelectual que atizó las actuaciones  y los ideales separatistas en los diferentes pueblos del Continente americano.

La vocación de autonomía política a la que aspiraban los escritores hispanoamericanos del siglo XIX motorizó la primera generación de literatos que en América hicieron uso de la palabra al calor de las rebeliones que implicaba la Independencia Nacional. Políticos, intelectuales, escritores, maestros, sacerdotes y periodistas se alinearon en esa meta separatista que encendió la vocación literaria y el activismo social, político y cultural en las capas pensantes de los pueblos americanos. Al tiempo que describe facetas de la realidad natural, la realidad histórica y la realidad social, la literatura perfila el talante afectivo, interpretativo, imaginativo y cultural de los pueblos hispanoamericanos.

Fueron narradores, poetas y dramaturgos, los abanderados del ideal independentista que asumieron la vanguardia política, social y cultural en los pueblos de habla hispana en nuestra América. La narrativa indianista, la poesía patriótica y el teatro popular fueron tres vertientes claves de la creatividad literaria que dieron cauce y brillantez al proyecto nacionalista de las diversas poblaciones de la América hispana durante el siglo XIX. Concitados por el Romanticismo, el Realismo y el Modernismo, tres corrientes estéticas de inspiración francesa, las naciones americanas de habla hispana desarrollaron sus inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, mientras prohijaban el ideal de independencia política bajo la llama del sueño libertario y la utopía.

De ahí el rol atizador de la literatura, que la poesía, la narrativa, el teatro, el periodismo y la oratoria encauzaron en diferentes escenarios y tribunas, desde las aulas del magisterio universitario hasta el púlpito de los templos sagrados, haciendo de la palabra el arma intelectual en las treguas del combate y la esperanza.

Cantera expresiva de la estética romántica

El Romanticismo, el movimiento literario más importante del siglo XIX en Europa y América, comenzó en Francia con la propuesta de una creación exenta de las reglas clásicas establecidas para contar con una mayor libertad de expresión. El ideario romántico se opuso al credo clásico de larga data predominante en la cultura occidental. Víctor Hugo proclamó la estética del Romanticismo enarbolando los valores, las ideas y los principios que este movimiento impulsaba a través de la expresión libérrima de la sensibilidad. De ahí que esta estética postulase el cultivo de las emociones entrañables, dando rienda suelta a la imaginación y a la dimensión afectiva del sujeto creador mediante la expresividad de las imágenes y la elaboración emotiva del lenguaje. El Romanticismo se distingue por estos rasgos estéticos: 1. Énfasis de la sensibilidad y la imaginación como cauce de la creación. 2. Rechazo de la retórica clásica y sus modelos literarios. 3. Apertura hacia otras literaturas (nórdicas, orientales) como fuente de imitación e inspiración. 4. Asunción de la dimensión subjetiva y entrañable para encauzar sensaciones y emociones. 5. Valoración de la libertad expresiva con el concurso de temas bíblicos, medievales y populares.

El manifiesto romántico, que Víctor Hugo y otros escritores franceses lanzaron en París, enfatiza la expresión libérrima de la sensibilidad y la imaginación. Ese movimiento marcó el inicio de una revolución literaria en el siglo XIX, no solo en Francia, sino en toda la cultura occidental gracias al genio creativo de sus escritores.

En la literatura hispanoamericana, la generación literaria surgida al amparo del credo  romántico tuvo al liberalismo como trasfondo ideológico; la lucha contra los gobiernos coloniales como hecho aglutinador; la vocación independentista como la apelación motivadora; y el ideario romántico como el modelo literario. Entre sus mentores intelectuales figuraron Domingo Faustino Sarmiento en Argentina, José Enrique Rodó en Uruguay, Juan Montalvo en Ecuador, Andrés Bello en Venezuela, Miguel Antonio Caro en Colombia, Juan Pablo Duarte en República Dominicana, Eugenio María de Hostos en Puerto Rico, José Martí en Cuba y Rubén Darío en Nicaragua, entre otros.

Cuando ejercíamos la docencia en la Universidad Católica Madre y Maestra, de Santiago de los Caballeros, el profesor Rafael Acevedo Pérez me contó que durante su estancia como estudiante de sociología en Santiago de Chile, se enteró de que, en uno de los combates más difíciles de la lucha independentista contra las tropas realistas, para vencer a los españoles, había que escalar un cerro donde se refugiaban los soldados del gobierno colonial y, ante la necesidad de subir al predio militar para colocar unos explosivos, el comandante de las tropas revolucionarias arengó a los luchadores nacionalistas diciéndoles que la única manera de triunfar era llegar al refugio de los soldados realistas, pero para hacerlo, se necesitaba del valor y el arrojo de uno de sus subalternos para emprender tan arriesgada hazaña. Uno de los aguerridos luchadores se animó a realizar la temible tarea, pero antes de emprender la acción incendiaria, tomó una botella de ron, le introdujo pólvora de su fusil y, dispuesto a inmolarse por la causa libertaria, bebió varios tragos con intención suicida. Animado por la bebida, subió al cerro, colocó los explosivos y los españoles no tuvieron más opción que rendirse. Para sorpresa de los patriotas chilenos, el valiente soldado que tomó el bebedizo no murió y todos celebraron su acción heroica a favor de la causa emancipadora.

Pues bien, la lucha por la independencia en la América hispana, además de la acción guerrera de soldados y aliados, contó con el apoyo intelectual de escritores y artistas que pusieron su intelecto y su sensibilidad al servicio del propósito secesionista, como lo hicieron los literatos de las diferentes naciones americanas.

Los tres grandes movimientos literarios que tuvieron incidencia intelectual en la acción independentista de los pueblos americanos fueron el Romanticismo, el Realismo y el Modernismo: el Romanticismo provocó la disposición para la autonomía personal, social y política; el Realismo concitó la ponderación de la realidad histórica, social y cultural a favor de la propia solvencia; y el Modernismo fomentó la exaltación de la libertad mediante la vivencia de la realidad estética.

Con los narradores y poetas románticos cobró aliento la literatura hispanoamericana. Tanto en prosa como en verso, aparecen el paisaje nacional, los motivos populares, los temas aborígenes  -que usaron como medio de inspiración patriótica-, el lenguaje local, las leyendas tradicionales y el sentimiento patriótico.

Con El Periquillo Sarniento del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi, Recuerdos de provincias del argentino Domingo Faustino Sarmiento y Cecilia Valdez del cubano Cirilo Villaverde se publicaron valiosos testimonios de lo que acontecía en la realidad social y cultural de sus respectivos países y de lo que se gestaba en nuestras emergentes ciudades en la centuria que vio el despertar de los pueblos americanos. Esas y otras obras contribuyeron a fomentar las ideas liberales e independentistas, mediante una descripción sociográfica de la realidad social y cultural de sus respectivos países.

La generación romántica tuvo en María, del novelista colombiano Jorge Isaacs, y en Enriquillo, del novelista dominicano Manuel de Jesús Galván, las dos principales novelas del Romanticismo en Hispanoamérica, como consignara el crítico argentino Emilio Carilla (1). Esos autores se valieron de una historia de amor para denunciar la realidad opresiva en que vivían los pueblos americanos y encauzar las ansias de libertad de los sujetos sojuzgados en sus respectivas comarcas.

Paralelamente, en diferentes países americanos surgieron personalidades literarias que hicieron una labor intelectual con el mismo aliento libertario. Aparecieron novelas de costumbres nacionales, algunas con el trasfondo del doloroso cuadro de las luchas civiles, relatadas al modo romántico mediante el idilio sentimental de una pareja de amantes y la descripción de las costumbres patriarcales de su época, reflejo de una tradición que persistió hasta entrado el siglo XX.

Con el desarrollo de la independencia nacional hay un renacimiento intelectual en varias capitales de Hispanoamérica a consecuencia del despertar que motorizó el ideal emancipador en tierras americanas. Ese despertar en lo económico, lo político y lo cultural influyó en la animación de las actividades agrícolas y comerciales, la vocación por la vida pública de importantes escritores, la creación de escuelas y universidades, la publicación de libros y periódicos, la presentación de obras teatrales y la promoción de actividades intelectuales mediante la fundación de bibliotecas, centros culturales, teatros y tertulias literarias. Alentados por la Ilustración francesa, en la América hispánica surgieron sociedades culturales que incentivaron el amor al estudio, como fueron en nuestro país “La luz del porvenir” o “Los amantes de la luz”.

Los escritores románticos, lo mismo poetas que narradores y dramaturgos, definieron su actitud ante las tres apelaciones fundamentales que demanda la condición humana: ante sí mismos, con el desahogo de sus emociones entrañables mediante la expresión intimista del yo; ante la naturaleza, con la valoración del paisaje como expresión idílica y bucólica del contorno; y ante la realidad cultural, con el énfasis en lo nacional y lo popular como signo de identificación sociocultural. Esos tres aspectos de la expresión humana tuvieron cabal satisfacción en la creación narrativa, dramática y poética de los escritores americanos que canalizaron mediante veladas literarias o actos culturales.

La imaginación poética de los escritores románticos, como la del francés Víctor Hugo, que influyó en autores de poemas, cuentos y novelas, atizaba su sensibilidad y se hacía porosa a los datos localistas del paisaje y de la historia, a la expresión del sentimiento y a la retórica elegante del gusto refinado.

En mi libro Tendencias de la novela dominicana, subrayé dos vertientes claves del Romanticismo: la que expresa la sustancia de las pasiones, con el culto al yo, la simpatía por la soledad, la idealización del amor, la exaltación de la inspiración como fuente de creación y la canalización de los ensueños; y la que se funda en la evocación del paisaje, con el color local y costumbrista, el apego al pasado, la valoración de lo nacional y lo popular, la estimación de lo propio, la idea del progreso y la búsqueda de la expresión nativa. Y enfaticé: “La exaltación del paisaje, vinculado al sentimiento romántico de la naturaleza, fue asumido por primera vez en nuestro país por los románticos Pedro Francisco Bonó y Javier Ángulo Guridi” (2).

La identificación emocional con el tema de la patria no fue un brote casual. Hubo en el siglo XIX, en los países americanos de habla hispana, una motivación por la independencia nacional y, para sustentarla, la temática patriótica canalizó entre los escritores nativos el amor y la defensa de la patria. El tema del aborigen, que se conoció en la América hispana con el nombre de indianismo, corriente adscrita al credo romántico, caló en numerosos escritores de Hispanoamérica. Enaltecida la tendencia romántica por el francés Alfonso de Lamartine con Cristóbal Colón, novela en la que exalta la proeza del cacique Caonabo contra los invasores españoles, el Movimiento Romántico en su vertiente indianista halló en Iguaniona, de Ángulo Guridi, así como en Fantasías indígenas, de José Joaquín Pérez, y en Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, valiosos cultores de los ideales que motorizaron los temas y motivos de la raza aborigen como vía para sustentar el ideario nacionalista.

La simpatía emocional que en el arte literario inspiraba el indio, se fundaba en una identificación afectiva con los sufrimientos y pesares de los habitantes autóctonos de América, actitud que asumieron los nacionalistas, pues como dijera Max Henríquez Ureña, “(…) el indio siguió viviendo para la poesía como un símbolo del patriotismo y del amor a la tierra y a la libertad” (3).

 

Manuel de Jesús Galván (1834-1911). Representante del Romanticismo en Santo Domingo, publica la novela Enriquillo en 1879, fecha clave de la generación romántica. Se trata de la mejor novela de la corriente indianista en América, obra en la que recreó las crónicas del padre Las Casas, un defensor de la libertad de los indios.

La narrativa dominicana, como la de Hispanoamérica, se inicia bajo el influjo del credo romántico con predominio de la vertiente que acentúa lo vernáculo, como se aprecia en las novelas fundadoras de nuestra novelística. La novela que conquistó el más alto linaje literario por la calidad de su narrativa y la connotación de su contenido es Enriquillo, romántica por la exaltación del paisaje, la expresión del sentimiento de la naturaleza, la idealización del amor y la proyección melancólica de sus pasajes descriptivos. Galván emplea sutilmente la corriente indianista con un propósito especial. La Conquista de América implicó el derrumbe de una sociedad -la de los aborígenes americanos- e instaura en su lugar otra basada en el modelo europeo con sus construcciones arquitectónicas, su sistema de gobierno, su modo de producción, su religión, su milicia, su lengua, su folklore y su cultura. En la discusión sobre la validez de la Conquista, tal como la ejecutaron los españoles en América -y muy especialmente en Santo Domingo, cuna de la transculturación y de la evangelización del Nuevo Mundo- aparece el fraile dominico Bartolomé de Las Casas, cuyos textos sirvieron a Galván de referencia histórica para sustentar su ficción, postura que lo sitúa como el más áspero crítico de la crueldad con que fueron sojuzgados los aborígenes antillanos. Aunque se consiguió mitigar el abuso inherente al sistema de las encomiendas, los españoles no hicieron caso a la prédica eclesiástica, justificaron sus acciones explotadoras y se apoderaron de tierras y de indios y, con el auxilio de negros importados, implantaron un sistema de vida insoportable para los aborígenes, lo que determinó el alzamiento de Enriquillo y sus hermanos de raza en reclamo del respeto a sus derechos naturales.

El desahogo pasional que canalizó la estética romántica confirma la asimilación del movimiento europeo en Galván, como se aprecia en varios textos narrativos en los que el ardor de la pasión ostenta su aliento emotivo. En el siguiente pasaje se denuncia la ostentación en que vivían los amos coloniales, contrastante con la miseria de los aborígenes carentes de fortuna:

“Ruinas grandiosas y solemnes sorprenden con frecuencia al viajero en mitad de los bosques seculares, denunciando en sus vastas y sólidas arcadas el antiguo y olvidado acueducto, o en sus destrozados peristilos y altas paredes la suntuosa residencia del noble caballero que quería hacer reflejar en las soledades del Nuevo Mundo el esplendor de su linaje; o bien el regalado albergue del famoso capitán Conquistador que, ya cansado de correr peligrosas aventuras y de pasar trabajos hercúleos en Tierra firme, se retiraba a la isla Española en busca de reposo y a gozar pacíficamente de las riquezas a tan dura costa y, a veces a costa de grandes crímenes, acumuladas” (Enriquillo, p.262).

La creación literaria de los narradores decimonónicos entraña una combinación de las pautas estéticas del Romanticismo, el Realismo y el Modernismo; alternan temas de la naturaleza, el sentimiento patriótico y de inspiración religiosa; despliegan la vertiente imaginativa cifrada en la realidad maravillosa mediante la expresión de sueños, fantasías y utopías, como se estila en la narrativa popular; fundan en tradiciones, mitos y leyendas la narración de elementos locales y autóctonos para expresar el sentir y las creencias populares; y hacen de la ficción un cauce en el que trasvasan la realidad objetiva para dar la impresión del verismo de su narración, aun cuando tengan obvios ribetes imaginarios.

La novela de Galván narra la rebelión de Guarocuya, cacique indígena bautizado con el nombre de Enrique por los sacerdotes españoles que lo educaron. En sus páginas podemos conocer la recreación de la primera sociedad colonial que se erigió en América y, naturalmente, las manifestaciones de los rasgos culturales y el comportamiento de los criollos de la isla caribeña. El tema de las rebeliones armadas constituye una rica veta narrativa en la novelística latinoamericana, no solo por el número de novelas centradas en esas acciones hazañosas, sino también por la categoría de las novelas consagradas al tema de las revoluciones montoneras. No es fortuito el hecho de que importantes narradores hispanoamericanos hayan dedicado su atención narrativa a nuestras revoluciones armadas, tan frecuentes en nuestra historia nacional, colonial y republicana, lo que ha hecho de la milicia un fenómeno destacable en la historia de nuestros pueblos. De ahí el surgimiento de tantos caudillos militares y la expresión heroica de naciones que cuentan, desde la historia colonial, con la más antigua tradición de lucha militar en América (4).

Enriquillo no es solo el título de una novela romántica, sino el nombre de un rebelde aborigen que se alzó con los suyos en las montañas del Bahoruco, y esa rebelión, iniciada en 1519, vale decir, en los albores de la dominación española en América, mantuvo su condición invicta durante catorce años, y, aunque los aborígenes tuvieron que acogerse a la capitulación, el espíritu de rebeldía que animó el alzamiento del cacique nativo permaneció latente en el pueblo que contempló azorado su alzamiento. Enriquillo retrata la organización jerárquica de la sociedad, la existencia de gobiernos autocráticos, la prestancia social de los potentados españoles, los grupos sociales con poderes intocables, la vigencia de acciones, actitudes y normas inveteradas, entre otras manifestaciones de la vida tradicional.

Aunque Galván se propuso ilustrar en Enriquillo el acatamiento al orden, a la cultura patrimonial y a sus instituciones y autoridades establecidas, su novela orilla el aliento de independencia que animó la vida de los pueblos americanos a la luz del ideal romántico de la rebelión. Y con ello la exaltación de la pasión heroica de la rebeldía, actitud que postula otros encauzamientos cónsonos con la idea de libertad y progreso. Había que procurar un entendimiento reconciliador con las autoridades y estas deben propiciar formas de avenimiento con sus dependientes y subordinados.

Desde luego, el indianismo de Galván fue una toma de conciencia, como postulaba esa corriente literaria del siglo XIX en la América mestiza, un vehículo intelectual de activación ideológica, una vía de exaltación de las aspiraciones colectivas de nuestras naciones. Las hermosas ciudades que construían los colonos españoles significaban para los oprimidos indios la carga del trabajo forzado, explotación y opresión y, ante esa realidad indeseable, la sierra del Bahoruco se presentaba ante los ojos de los indios como la mejor opción para recuperar la paz en que vivían y reencontrarse con un mejor destino. Aunque Enriquillo concita desde el pórtico de la novela una cordial simpatía hacia los indígenas, Galván exalta el sentimiento de libertad que reclamaban los aborígenes de La Española con sus luchas en la sierra sureña de la isla. A Galván le interesaba la supervivencia de la cultura hispánica bajo el nuevo régimen. De ahí que los miembros de las órdenes clericales, especialmente los dominicos encabezados por los frailes Pedro de Córdoba, Antón de Montesinos y Bartolomé de las Casas, fueron defensores de los derechos y aspiraciones de los indios y lucharon por ellos en la consecución de esos fines. Los textos lascasianos defienden el derecho de los aborígenes y al trono de España llegaron sus memoriales y emisarios para oponerse a las atrocidades de los colonos españoles y proteger la desvalida raza indígena. El propio Enriquillo fue educado en la doctrina del ideario cristiano que predica paz y fraternidad, pero fueron tan excesivos los abusos cometidos contra él y los suyos que no tuvieron más alternativa que alzarse a la montaña para vivir conforme su inveterada usanza. Ante el poder opresivo con su secuela de crímenes, injusticias y explotación propiciados por el sistema de las encomiendas, aparece la serranía del Bahoruco como el refugio redentor donde los indios alzados crearon una sociedad libre, solidaria y fraterna.  La propuesta de paz y libertad que significaba el alzamiento de Enriquillo halló cabal cumplimiento en aquella vida fundada en el amor y la justicia, y aunque el apoyo de los sacerdotes dominicos fue significativo para la consecución de sus objetivos, los catorce años de resistencia fueron determinantes para que las fuerzas dominantes llegaran a una capitulación. En la sierra de Bahoruco:

“(…) los indios de Enrique formaban una especie de población o caserío aislado, en una graciosa llanura, llamada La Higuera, detrás de espeso bosque, y a orillas de un lindo arroyuelo. Tenían su policía especial con cabos o mayordomos que mantenían un orden perfecto, sin violencia ni malos tratamientos de ninguna especie; había un gran campo de labor, donde trabajaban en común durante algunas horas del día, en provecho del grupo y del cacique; y a cada padre de familia, reputándose como tal el adulto que era solo o no dependía de otro, tenía su área de terreno…” (5).

 

Miguel Antonio Caro (1843-1909). Intelectual y poeta colombiano, recibió una sólida educación hogareña, aunque no realizó estudios formales en la universidad. Polemista católico, gramático brillante y colaborador del lingüista Rufino José Cuervo, traductor, dirigente político, jefe del partido conservador, ejerció la primera magistratura como vicepresidente de la República y realizó un valioso trabajo a favor de la lengua y la cultura (6).

Miguel Antonio Caro dio cuenta de su amor patriótico en versos impregnados del fervor romántico. El sentimiento patriótico es el ideal que mueve la pluma del poeta colombiano que en sus años de madurez y creatividad le correspondió fundar y dirigir la Academia Colombiana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. En “Vuelta a la Patria” (7) postula la recuperación de la voz nativa y el entusiasmo por lo propio para atizar el fervor ciudadano a favor de la emancipación nacional:

Mirad al peregrino.

¡Cuán doliente y trocado!,

apoyándose en lento cayado,

¡qué solitario va por su camino!

 

 

En su primer mañana.

Alma alegre y cantora,

abandonó el hogar, como a la aurora

deja su nido la avecilla ufana.

 

Aire y luz, vida y flores,

buscó en la vasta y fría

región que la inocente fantasía

adornaba con mágicos fulgores.

 

Ve el mundo, oye el ruido

de las grandes ciudades,

y solo vanidad de vanidades

por doquier halla su espíritu afligido.

 

Materia da a su llanto

cuanto el hombre le ofrece;

ya la risa en sus labios no florece,

y olvidó la nativa voz del canto.

 

Hízose pensativo;

las nubes y las olas

sus confidentes son, y trata a solas

el sitio más repuesto y más esquivo.

 

A su pesar responde

en la noche callada

la estrella que declina fatigada

y en el materno piélago se esconde.

 

¡Vuelve, vuelve a tu centro!

Natura al infelice

clama. “Vuelve”, una voz también le dice

que habla siempre con él, amiga, dentro.

 

¡Ay triste! En lontananza

ve los pasados días.

Y en gozar otra vez sus alegrías

concentra reanimado la esperanza.

 

¡Imposible! ¡Locura!…

¿Cuándo pudo a su fuente

retroceder el mísero torrente

que probó de los mares la amargura?

 

Ya sube la colina

con mal seguro paso;

del sol poniente al resplandor escaso

el valle de la infancia se domina.

 

¡Ay! Ese valle umbrío

que la paterna casa

guarece; ese rumor con que acompasa

sus blandos tumbos el sagrado río;

 

esa aura embalsamada

que sus sienes orea,

¿a un corazón enfermo que desea

su amiga soledad no dice nada?

 

El pobre peregrino

ni oye, ni ve, ni siente;

de la patria la imagen en su mente

no existe ya, sino ideal divino.

 

Invisible la toca

y sus párpados cierra

ángel piadoso, y la ilusión destierra,

y el dulce sonreír viene a su boca.

 

¡Qué muda despedida!

¿Quién muerto le creyera?

¡Mirando está la patria verdadera!

¡Está durmiendo el sueño de la vida!

   En “A la estatua del libertador” (8), aludiendo a Simón Bolívar, que con Antonio Nariño fue factor fundamental en la independencia colombiana, canta en elocuentes versos ante la Plaza Mayor de Bogotá la proeza redentora de los luchadores americanos que hicieron realidad los impulsos secesionistas de la América hispánica. Mediante la expresividad de las imágenes y la elaboración ordenada del lenguaje, índice del credo romántico con aderezo clásico que su pluma cultivara, influjo de la lira de Quintana y Bécquer, al tiempo que incendia el ideal patriótico, canta sus efluvios sentimentales:

¡Bolívar!, no fascina

a tu escultor la musa que te adora

sobre el collado que a Junín domina,

donde estragos fulmina

tu diestra, de los incas vengadora.

 

No le turba la fama,

alada pregonera, que tu gloria

del mundo por los ámbitos derrama,

y doquier te proclama

genio de la venganza y la victoria.

 

El no supo el camino

por do el carro lanzaste de la guerra

que de Orinoco al Potosí argentino

impetuoso vino

temblar haciendo en derredor la tierra.

 

Ni sordos atambores

oyó, ni en las abiertas capitales

entrar vio tus banderas tricolores

bajo la lluvia de flores

y al estruendo de músicas marciales.

 

Ni a sus ojos te ofreces

cuando, nuevo Reinaldo, a ti te olvidas,

y el hechizante filtro hasta las heces

bebiendo, te adormeces

del Rímac en las márgenes floridas.

 

No en raptos de heroísmo,

no en vértigos de triunfos y esplendores

admiró tu grandeza. El a ti mismo

te buscó en el abismo

de recónditas luchas y dolores.

 

Te vio, sí, adolescente,

ya en el silencio de la gran ruïna

que Roma encierra, apacentar tu mente,

la soñadora frente

doblada al peso de la misión divina;

 

retando a las Españas,

de América inflamar el seno inerte

con grito que conmueve a las montañas;

solo, en playas extrañas,

o entre escombros hundido, engrandecerte;

 

y puesto el pensamiento

allí donde visión mortal no alcanza,

nuevo Colón, en pérfido elemento,

con profético aliento,

avivar en tinieblas la esperanza;

 

con mano compasiva

-no bien a la fortuna has hecho esclava-

restituir su libertad nativa

a una raza cautiva

 y a la prole infeliz que amamantaba…  

 

Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897).  Con la poesía de la dominicana Salomé Ureña cobra categoría en Santo Domingo la fuerza del sentimiento y el aliento nacionalista al servicio, no solo del desahogo emocional como postulaba el credo romántico, sino de un ideario redentor, educativo y patriótico, que daba sustento artístico al ideal independentista, motivación moral a la idea del progreso y savia estimulante al comportamiento virtuoso. Salomé Ureña no solo modificó “el sentido de nuestra poesía patriótica”, como escribiera Max Henríquez Ureña, sino que en ella el verso fue “signo de concordia y de amor entre los dominicanos” (8).

Entre las grandes creadoras líricas del siglo XIX, figura Salomé Ureña, que además de los temas intimistas, tiene motivos patrióticos con cantos a la paz (“Sombras”), al progreso (“La gloria del progreso”) y la unión (“A la patria”), escritos con tal intensidad que su ilustre hijo Pedro Henríquez Ureña aseguraba que en la dominicana predominaba “el deseo de hacer llegar su prédica (patriótica) a la conciencia de toda la nación” (9).

Paralelamente, la poeta canta los temas de la naturaleza con la valoración del paisaje criollo (“La llegada del invierno”) o la evocación de la ciudad colonial (“Ruinas”); así como los temas entrañables con la ponderación de la familia (“A mi madre”), la exaltación del amor y la ponderación de la virtud (“A Billini”), al tiempo que exalta la dimensión espiritual y trascendente (“El cantar de mis cantares”) como valores permanentes. Si hay un poema que representa la dimensión romántica de Salomé Ureña ese es “Sombras”, que ostenta la más alta cima lírica de la poeta dominicana y logra la más alta evolución del género en las letras nacionales por la perfección clásica de sus estrofas y el aliento romántico de su expresión. En ese poema se aprecia la gallardía de la pasión patriótica de un alma sensible y generosa: “Alzad del polvo inerte,/ del polvo arrebatad el alma mía,/ melancólicos genios de mi suerte./  Buscad una armonía/ triste como el afán que me tortura,/ que me cercan doquier sombras de muerte/ y rebosa en mi pecho la amargura (“Sombras”).

Para la exquisita poeta dominicana el arte era un vehículo para transformar la mentalidad de los pueblos, propósito que consiguió al validar la poesía con su ideal social y cultural. Salomé Ureña fue la primera mujer que asumió en el siglo XIX el cultivo de la poesía con el más alto rigor artístico; fue la primera mujer en expresar una clara conciencia patriótica; y fue la primera educadora en instrumentarse de la poesía para canalizar inquietudes sociales, estéticas y espirituales. En “A la Patria” escribió:

 

De nuevo el arpa ensaya

un himno a tu favor ¡oh patria mía!

  De nuevo el corazón que no desmaya

 en su inmortal porfía

 su voz eleva que el deber alienta,

 y a tus fuerzas vigor prestar intenta.

Yo sé que no importuna

 mi amarga queja tu vivir cansado:

 tu inquieta brisa remeció mi cuna,

 y el pecho alborozado

 aliento libre respiró en su esencia,

 y fue lo grande de tu amor la herencia.

 

Y en “La fe en el porvenir”, reitera su entusiasmo patriótico y motiva la gestación de los ideales que las mentes creativas, lúcidas y positivas, activan por su pueblo:

Cual gladiador valiente

que al circo peligroso se abalanza

y lidia tenazmente,

trémulo de valor y de esperanza,

y sólo cesa en la tremenda lucha

cuando aclamarse vencedor escucha

tal, de entusiasmo llena,

se lanza audaz la juventud fogosa

con pecho firme en la vital arena.

El alma generosa,

de impaciencia y ardor estremecida,

rasgar intenta del futuro el velo,

penetrar los misterios de la vida,

salvar los mundos, escalar el cielo.

Eterna soñadora

de triunfos y grandezas inmortales,

con viva luz sus horizontes dora.

Decidle que ideales

son los portentos que su mente crea,

que es vana la esperanza que la agita:

triunfante el orbe mostrará su idea

si le infunde valor la fe bendita.

 

La patria en Salomé no era solo el orden social, la realidad política, el desarrollo material de los pueblos, sino que en ese concepto va envuelto el esplendor cifrado en los palacios arquitectónicos, la expresión idílica del paisaje y el destino de la sociedad, aspectos que contrastaba con la ruina de la Ciudad Colonial que activó su lira con versos ardientes y entrañables, como se ve en “Ruinas”:

 

Memorias venerandas de otros días,

soberbios monumentos,

del pasado esplendor reliquias frías,

donde el arte vertió sus fantasías,

donde el alma expresó sus pensamientos:

 

al verso ¡ay! con rapidez que pasma

por la angustiada mente

que sueña con la gloria y se entusiasma,

discurre como alígero fantasma

la bella historia de otra edad luciente.

 

¡Oh Quisqueya! Las ciencias agrupadas

te alzaron en sus hombros

del mundo a las  atónitas miradas;

y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas

la brisa que solloza en tus escombros.

¡Patria desventurada!

¿Qué anatema cayó sobre tu frente?

Levanta ya tu indolencia extrema:

la hora sonó de redención suprema

y ¡ay!, si desmayas en la lid presente!

Pero vano temor: ya decidida

hacia el futuro avanzas;

ya del sueño despiertas a la vida,

y a la gloria te vas engrandecida

en alas de risueñas esperanzas.

   Los tres grandes valores que la poeta dominicana plasma en su poesía son la paz, la unión y el progreso. Paz, porque se vivía en permanente guerrilla; unión, por las terribles luchas fratricidas que nos enemistaban; y progreso, por la necesidad de una transformación material y espiritual que reclamaba nuestro pueblo. Esos valores y actitudes concentran  los ideales del sentimiento nacional que Salomé Ureña encarnó en su alma. Por esa razón, en uno de sus poemas, escribió: “No es el orgullo, quien levanta el cielo/ pirámide grandiosa/ y alzar pretende a lo infinito el vuelo:/ es la chispa inmortal, que poderosa la inmensidad fatiga,/ y en constante anhelar y afán interno/ hace que el hombre en su delirio siga/ algo de grande cual su fin eterno y esa es del hombre la misión sublime:/ disipar del error la sombra densa,/ y a la ignorancia que en tinieblas gime/ llevar la luz de la verdad que piensa;/ volved, no es ese el puesto/ no es ese el puesto donde el deber, la humanidad que llora,/ y el mismo Dios, a la inacción opuesto/ os manda a combatir hora tras hora./ Volad a las regiones / donde en lucha de honor el bien levanta/ glorioso sus pendones/ y a conquistar el orbe se adelanta./ El mundo pide luz, dadle ese rayo/ que amortiguáis en criminal desmayo”.

 

Cantera objetiva de la estética realista

 El Realismo fue el movimiento literario que propuso poner los pies en la tierra, una manera de significar que los escritores han de inspirarse en el acontecer del mundo. Ilustrado en la imagen atribuida al francés M. Stendhal, de que escribir al modo realista es mostrar un espejo a lo largo del camino para reflejar el acontecer de lo viviente, la estética realista se basa en la expresión de las cosas como son. De ahí que la subrayara la verosimilitud en cuya realización aportó la sensorialidad de las imágenes y la elaboración objetiva del lenguaje como fuente y cauce del quehacer escritural.

Eugenio María de Hostos (1839-1903). La obra literaria del escritor puertorriqueño Eugenio María de  Hostos ilustra la impronta intelectual y estética del gran pensador antillano, así como algunas pautas del Realismo, movimiento que inspiró el positivismo que siguieron algunos pensadores decimonónicos. Hostos ejerció un influjo educativo hondo e intenso, como pueden testimoniar varios países de nuestra América, como Chile, Venezuela, Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico. Más aún, el influjo hostosiano abarcó varias áreas del saber, como la educación, la literatura y la sociología. Sus ideas incidieron en la creación literaria, pues su concepción de la novela histórica cobró fuerza en las Antillas, durante el tiempo en que Hostos desarrolló su liderazgo cultural. El cultivo de la novela histórica, la tendencia del Romanticismo que consideraba como la menos dañina para la moral y el despliegue humanístico de los pueblos, fomentó junto al ideal independentista, la formación académica con arraigo en la realidad americana. No es una simple coincidencia que Manuel de Jesús Galván publicara su novela histórica, Enriquillo, en los días en que Hostos predicaba su moral social y su enseñanza positivista.

Pues bien, Eugenio María de Hostos escribió literatura con un propósito didáctico, como una forma de prédica social o una vía de enseñanza histórica, y de esa manera la contradicción que se operaba a nivel conceptual entre el Hostos pensador y el Hostos artista, es decir, el conflicto entre lo racional y lo irracional, se resolvía en un punto de confluencia y entendimiento: ambas disciplinas, la historia y la sociología, versus el arte y la literatura, desembocaban en el pensador antillano en una triple intención, puesto que procuraban la elevación moral, la liberación social y el desarrollo humano.

Su cuento “En barco de papel” se puede enmarcar dentro de una literatura dirigida y como tal tiene un trasfondo político, y si esta apreciación es cierta, indica que el cuento fue escrito con un propósito didáctico, muy afín a la vocación docente que animó la vida del educador puertorriqueño. En el citado cuento el autor da la impresión de que no le interesa la literatura y de hecho obvia la lectura del artículo literario que contenía el trozo de periódico con el cual construye un barco de papel, tema y trama del cuento; es decir, hace literatura con el material literario que rechaza y, al mismo tiempo, reafirma su posición conceptual a favor del desarrollo intelectual y estético.

Tanto en su obra sociológica como literaria, Hostos tiene una posición educativa y política, la que predicó y difundió durante su vida, que dio a conocer a través de los medios que tuvieron a su alcance. El pedagogo boricua entendía que construir el camino de la liberación se hacía exactamente de la misma manera como se construye lo nuevo: como una utopía, como lo que quería simbolizar, como lo que ilustra su cuento «En barco de papel». Según esa orientación, hay que crear primero la conciencia de la liberación, antes de emprender la ruta liberadora, y Hostos, igual que sus discípulos, así lo entendieron y así lo practicaron. En una visión de totalidad, «En barco de papel» enlaza a padres e hijos y, de un modo simbólico, a los pueblos latinoamericanos en la vocación independentista para la cual habían de unirse en el presente y en el futuro, idea y acción que Hostos, con clara anticipación y lúcida visión histórica, vio y previó ilustrándola, de un modo parabólico, en el cuento que destina a sus hijos.

«En  barco de papel» es el cuento que Eugenio María de Hostos escribiera en Chile en 1897 y que ilustra, a través de la aventura que reconstruye y narra, el rol de la imaginación. Al lenguaje literario se suma el lenguaje gráfico de la xilografía que traza con ejemplar maestría la grabadora argentina Graciela Azcárate, gracias al entusiasmo que compartió, con la puertorriqueña Ruth Vasallo, al reimprimir esta obra del gran Maestro antillano. Graciela Azcárate sabe que el grabado es algo más que una pulcra estampa y en sus manos de exquisita artista la madera, la gubia, la tinta y el papel hablan: lo que contiene el texto de Hostos se traduce en sus imágenes visuales en emoción y sugerencia. La xilografista habla en imágenes y con su interpretación gráfica traza la onda sensorial en una expresión que refleja lo que la angustia y obsede. Sus grabados, con su riqueza plástica, responden a una ideología, parten de una realidad y traducen el mundo interior de sus percepciones e intuiciones.

El cuento comienza con el deseo de la niña de que su padre le haga un barco de papel y para lograr su propósito seduce a su padre con un beso. La trama del cuento se relaciona con el artículo literario que una de sus hijas le había dejado en la mesa de lectura y que sirvió de material para la confección del barco. De esa manera el artículo literario cumple otro cometido, el de fraguar el mundo imaginario de la criatura cuyo padre recrea con fruición. La niña logra que el adulto juegue con ella como un niño, y lo consigue mediante una seducción. En medio del relato, el narrador recuerda que la mujer seduce al hombre, como él lo fue mediante el beso de la niña para acceder a su reclamo, y en la escritura el lenguaje de la narración transmuta el contenido del artículo que se hace realidad volviéndose otra realidad el juego de la ficción.

El lenguaje de la narración se entrecruza con el metalenguaje de la escritura, con lo cual Hostos se adelanta a lo que pautaría la ciencia del lenguaje muchos años después. El relato de Hostos no es un simple juego. Al tiempo que relata una aventura, reconstruye la aventura del relato con un trasfondo significativo que vamos a comentar. La construcción del barco alude, simbólicamente, a la construcción de una sociedad, y cómo esa construcción está impulsada por el amor, aludido en el beso de la niña: «Al entrar en mi casa, a descansar de la brega cotidiana, oí con negligente oído que me recomendaban la lectura de un artículo literario, «muy bien escrito», que expresamente se me había dejado sobre mi mesa de lectura. A ella acababa de sentarme, cuando la víctima menor de mis extremos paternales abrió la puerta de mi toma-café, se me sentó en la falda, me sobornó con un beso, y me pidió un barco de papel«.

Y confeccionó el barco de papel y se lanzaron a la aventura marinera y proyectaron sueños y advinieron contratiempos. Pensamos que las adversidades surgen y se oponen a que el barco emprenda su ruta, es decir, a que cuaje como proyecto, a que cristalice la causa que lleva a hombres y mujeres a luchar por aquello que motiva su accionar y su ideal: «Y ¡qué barco! Cuando lo echamos al mar en la aljofaina llena de agua, promovíamos con los dedos un oleaje, era de ver cómo la leve embarcación cabeceaba, forzaba, se iba de bolina; y ya con el viento en popa que salía de nuestros alientos, ya con furioso mar de proa, que producíamos agitando la aljofaina, se balanceaba gallardamente, o se estremecía de proa o popa, a amenazaba írsenos a pique«.

Superados los tropiezos iniciales, continúa la ruta, se lanzan a la conquista del mar, a la realización del sueño, a la aventura del ideal. No olvidemos que Hostos tenía como educador un ideal liberador. El barco, como símbolo de la aventura liberadora, tiene un sentido colectivo porque no le ofrece la liberación a unos pocos, sino a todos; ni es suficiente el aporte de uno solo, sino de todos, porque muchas son las contrariedades: «No bastándonos nosotros mismos para ser a la vez tantas cosas, vientos de todos los cuadrantes, trepidaciones, oscilaciones, remos, velas, capitán, timonel, tripulación, fuimos al airecillo del balcón, que a ella se le ocurrió abrir de par en par, y pusimos allí nuestra goleta, con su mar y todo«.

El connubio entre la realidad y la imaginación que ilustra Hostos a través del cuento «En barco de papel» revela que, si hay voluntad y amor, las cosas se avienen a nuestro sueño: «Un punto fijo que se mira es un imán, que se pone en atención, al sentimiento y al deseo. De tal modo pendíamos del punto, que estábamos efectivamente presenciando el alejamiento de la nave«. Y entonces la imaginación se echa a andar y los sujetos del relato están inmersos en la vivencia de su aventura, que aún era proyecto. Porque ellos deseaban partir y sin partida no hay aventura, ni sueño, ni utopía: «Y entonces nosotros nos pusimos a distancia para ver desde lejos nuestra embarcación, realizando, así, el concierto de la realidad y la idealidad (que ¡las pobres! viven desconcertadas en el mundo…), siendo realidad el barco visto, siendo idealidad las tiernas despedidas que dirigíamos a los imaginarios tripulantes«.

El sol de las Antillas aparece en este cuento como el agente incendiario propio de su fuerza tropical y, en la interpretación visual, es un sol atormentado, como una forma de anticipar el descalabro de la ruta que concita las travesuras de los niños: «Ya, sin saberlo, para el momento de las despedidas éramos muchos: primero que todos, el inseparable compañero de diabluras; enlazadas detrás, en su continuo abrazo la madre dilecta y la hija predilecta; más atrás, empujando para ponerse por delante, los dos más endiablados botafuegos que el sol de las Antillas ha ingerido en corazones y cabezas de muchacho«.

Cada miembro de la familia, como componente de la tripulación imaginaria representa en la ficción a cada uno de los países americanos que han logrado su independencia. El cuento se escribe a finales del siglo XIX, y entonces Hostos, como buen puertorriqueño piensa en su patria, y recuerda: «Faltaba sólo uno: es uno que ya está camino del porvenir, que es un camino muy áspero, muy cuesta arriba, muy sin horizonte, muy sin luz, sobre todo, en la América del Sur. Y suspiramos«.

«Y allá iba la nave», comenta el narrador, para indicar que emprendían la ruta anhelada. Y aparece la gaviota que, como guía emocional, simboliza la ruta, el vuelo, el recorrido que emprende la nave en pos del ideal: «– Y ¿para dónde irá?… -hubo una voz-.  -Y ¿cómo se llamará? -hubo otra voz-.  -Yo quiero que se llame lo que parece. -¿Qué parece? -Una gaviota«.

En medio del relato, la grabadora de la ilustración hace una pausa, nos hace detenernos en la lectura del texto para presentarnos otra lectura, la lectura gráfica de sus impresionantes grabados que complementan el sentido del texto. Nos presenta a la familia como la tripulación de la nave en su ruta hacia el porvenir. La familia significa la comunidad, representa el pueblo, encarna a la nación. Y el padre, como capitán del barco, simboliza el timón de la familia y de la embarcación. En la ficción que viven apasionadamente unos y otros, el padre ayuda a materializar el sueño de sus hijos, a darle forma al proyecto informe de la imaginación. El padre parece retornar al estado puro de la infancia en que se vive en armonía con la naturaleza y, en medio de aquella aventura imaginaria, se siente tentado por lo que antes era un simple juego: vive, como los niños, el viaje imaginario que ayudó a reconstruir y lo vive como una verdad, es decir, como una realidad que le apartó de su «brega cotidiana» y lo introdujo al mundo de la ficción: «La verdad es que, así a la lejanía, y desde la oscura penumbra, cielo cerrado, atmósfera de hielo, soledad de desierto, desde donde la contemplábamos, la radiante nave, bañada a fondo por el sol, sostenida en un mar libre, caminando hacia la luz, era una tentación«.

Llama la atención la hermosa frase que el narrador lanza al desgaire al decir que “caminando hacia la luz, era una tentación”. Esa tentación está conectada a la más profunda apelación del ser humano, que experimenta en primer lugar cuando entra en comunión con lo natural, con los efluvios cósmicos que nos envuelven y nos incitan a vivir en armonía con lo viviente, caminando hacia la luz, como una hermosa tentación.

El hombre, efectivamente, fue ganado por los niños y vivió como ellos la alegría de la aventura, el sueño de la imaginación. Pero no deja de ser adulto y, como adulto que conoce la realidad de las cosas, advierte los peligros de la embarcación. Se aprecia en las frases apuntadas, en los signos que con valor simbólico aluden a las dificultades («oscura penumbra«, «cielo cerrado«, «atmósfera de hielo«, «soledad de desierto«) y obviamente a los sacrificios que toda empresa liberadora conlleva, pero superados los obstáculos, adviene la alegría, llega la compensación con la realización del ideal.

La ficción suele recrear la realidad, que a veces tiene la mala costumbre de estropear el proyecto de la imaginación. Acontece, en medio del relato, un regreso a la realidad: un hecho físico obstaculiza el trayecto imaginario y echa a pique el proyecto colectivo. El viaje se entorpece y hay que detener la embarcación. La interrupción es producto de una asociación de la realidad real con la realidad imaginaria que vivían los personajes de la ficción. Hay una frustración y un empalme. El narrador combina el plano real y el evocado en una técnica narrativa que asombra al ser empleada por Hostos muchos años antes de que lo hicieran los grandes narradores hispanoamericanos de la modernidad: «Ya estábamos en dirección a bordo, cuando un portazo dio al traste con el mar, con el barco y el propósito de embarque. Una vez, caminando por una de esas costas, desde lejos habíamos visto como un esqueleto negro abandonado a la orilla de la playa. Al acercarnos, ¡qué triste!, todos nos compungimos, era el esqueleto de un barco, era el testimonio de un naufragio. La aflicción al imaginar la agonía de los náufragos, no fue más intima que la sentida ahora al ver el naufragio del barco de papel«.

Los actores del relato viven el drama de la derrota, pero hay una voluntad de quilla, un aliento sostenido que los impulsa a retomar la acción. Aunque el portazo interrumpe el juego imaginario, mediante la evocación se rememoran otros sucesos que lejos de impedir la consumación del proyecto emprendido, y del juego mismo, estimula su prosecución con nuevas evocaciones y acometidas relacionadas con el proyecto de la aventura imaginaria que vivían los protagonistas de la ficción. El narrador evoca pasajes de su vida en el París de sus días de estudiante que asocia a las travesuras infantiles que él mismo ayudó a recrear. La confabulación del cuento es el producto de una complicidad entre la imaginación y la realidad que el narrador articula como un juego y lo vive lúdicamente, sin dejar de proponer un mensaje con un trasfondo significativo, vale decir, sugerente y simbólico: «-Qué hemos de hacer! Continuar el viaje -dije yo con honrada convicción, y defendiendo el derecho que mi cómplice tenía a proseguir el juego. -Pero si ya no hay goleta…  -Pero aquí hay papel…«.

El narrador reflexiona y en reflexión motivada por el niño que lo indujo a la aventura imaginaria, justamente el niño aparece, no como en la concepción tradicional como sujeto de entretenimientos lúdicos, sino como punto de la verdad, como símbolo de la certeza de un propósito, de la convicción de un ideal. El narrador se convence de sus ideales mediante la verdad que expresa la imaginación del niño: «Decía, que contra el sublime desorientado no hay como el único orientado de este mundo, el niño, que siempre sabe lo que quiere hacer, y que, entonces, queriendo nuevo barco, me miraba con chispas en los ojos…«.

Cuando una de las protagonistas de esa hazaña imaginaria ve repetir la aventura a costa del resto del pedazo de papel del artículo literario que su padre debió leer por su recomendación, el narrador saca la conclusión que quiere dejar en el ánimo de los lectores: «Y cuando roto el papel, y hecho otro barco, y vaciado otro mar en la aljofaina, volvíamos con la imaginación a navegar, y la amiga de la autora del artículo descuartizado, me preguntaba: -¿Y qué le vamos a decir? -Dile -le dije- que así como no hay vuelta a la patria como la que se hace en un buque imaginario, en barco de papel, en sueño de despiertos, con las velas del deseo, con el vapor de la imaginación, con las valvulaciones del corazón, por el mar de la esperanza, bajo el cielo de la caridad, bajo el ala de la inocencia, así no hay artículo literario ni composición poética ni obra de arte que no valga más en la región de lo impalpable, que en la mísera región de lo palpado«.

Volvamos al punto de partida, que es la construcción de un barco de papel. Los sueños y los ideales de los niños precisan de la colaboración del padre, del tutor o del maestro. América latina es un Continente joven, y como tal, está lleno de sueños, anhelos y utopía, y son muchos los contratiempos y adversidades que dificultan su realización, y como la de los infantes del cuento que precisaban de una confluencia de voluntades para la realización de su meta, así la necesitan todos nuestros pueblos para ver la suya cristalizada. Lo que Eugenio María de Hostos propone a través de «En barco de papel» confluye con los ideales y las aspiraciones de nuestra América morena. La tripulación imaginaria de «En barco de papel» es América, que está embarcada en la ruta de su realización, y en ese propósito caben todos los sueños, todas nuestras angustias, todas nuestras esperanzas. Mientras haya esperanza habrá ideal, habrá ficción y habrá utopía bajo el manto del amor, bajo la sombra de la inocencia que encarna la verdad, bajo el aletazo inspirador de la imaginación. Lo enigmático y misterioso que es la América hispana y lo atrayente de nuestro futuro y de nuestro proyecto probablemente esté representado en la figura mítica de la sirena que nos propone el grabado que la autora proyecta para nuestra contemplación.

El cuento termina con la escena que da cuenta de que el artículo literario no se leyó, pero sirvió de pretexto para la elaboración de un barco de papel. Si el artículo literario no se leyó, como se esperaba, sirvió para construir con el papel la base del mundo imaginario que reconstruye la narración y para que todos viviesen, en el reino de la ficción, las vivencias que experimentaron en ese ámbito de la fabulación que sin dudas fue más efectivo que el que pudo haber sido en la región de lo palpado, con lo cual Hostos alienta el vuelo de lo imaginario como compensación y desagravio, como contra-réplica a la nefasta condición de lo real.

A un siglo de la creación de «En barco de papel», el texto hostosiano sigue teniendo vigencia y validez porque la obra de arte, cuando posee la calidad que la enaltece, y este cuento del Maestro antillano la refleja a carta cabal, tiene una proyección universal que trasciende tiempo y espacio, y su mensaje, lo mismo el figurativo de la gaviota que simboliza el vuelo de la imaginación y el sueño de la liberación, como el del mismo barco con todas sus connotaciones simbólicas, enseña algo a los pueblos de América que siguen embarcados en pos de la superación del atraso, la miseria y la ignorancia.

Enrique González Martínez (1871-1952). El poeta mexicano Enrique González Martínez  es el autor de la poesía que encarna la voz más alta de la conciencia espiritual de América. Con actitud serena y recatada, el ilustre poeta mexicano ausculta el sentido de las emociones profundas y las grávidas reflexiones que la contemplación de lo real le inspira mediante la ponderación de los valores interiores plasmados en la creación poética. El poeta nació en la ciudad mexicana de Guadalajara. Graduado de médico, se radicó en Ciudad de México, donde fue profesor y funcionario político. Fue embajador en España. Inicialmente poeta modernista, orilló luego la estética realista y creó su propia ruta espiritual en busca de una poesía de meditación trascendente (10).

Probablemente México sea, entre las naciones hispanoamericanas, el país que sazonó con mayor devoción y empeño el ideal de independencia política, a pesar de que es la nación americana donde perviven, con sus hermosos aderezos ancestrales, las más castizas tradiciones culturales afines al genio hispánico.

Atento a la sustancia de lo real, el poeta mexicano González Martínez supo intuir el susurro de criaturas, fenómenos y cosas, al tiempo que su sensibilidad trascendente le permitía orillar facetas espirituales. Tanto como la independencia política, al poeta mexicano le concita la independencia interior para lograr el ascenso del espíritu, meta de sus altas cavilaciones intelectuales y estéticas. Además de su dimensión sensible, el poeta de Guadalajara entendía que todo refleja un eco, una huella o una luz cuya percepción requiere la afinación de los sentidos interiores y la apertura de la sensibilidad profunda, como se aprecia en su poema “Irás sobre la vida de las cosas”.

Con un significado traslaticio y simbólico, este eminente poeta mexicano, prevalido de las estéticas del Realismo, el Simbolismo y el Misticismo, al ver un árbol, infería el sentido de lo viviente o formulaba una reflexión vinculándola al hombre y su destino. En “El romero alucinado”, al tiempo que describe la presencia de ese singular arbusto, revela lo que su intuición perfila a la luz de su apariencia, una manera objetiva de aludir a la vida vegetativa de quienes existen sin otear el alto horizonte de fenómenos y cosas:

 

Romero de la aurora,

romero:

di si miras el alba o el sendero.

Vas de espaldas al oriente,

y tu sombra se alarga indefinidamente…

¿Por qué vuelves los ojos

a los celajes rojos

y no miras la faja del camino?

Hay en tu frente el ala de un destino,

y delante

se prolonga la cinta alucinante

del camino.

Romero de la tarde,

romero:

di si miras la tarde o el sendero.

Suena en la lejanía

una conturbadora melodía,

y a la luz del ocaso

más de algún peregrino tuerce el paso

y de la buena ruta se desvía,

absorto en el cobarde

y fatal sortilegio de la tarde.

Romero de la noche,

romero:

di si miras la tarde o el sendero.

La embaucadora luna

ensueño y luz aduna.

Más de algún peregrino,

esclavo de su luz, perdió el camino,

y extraviado y demente

vaga de noche indefinidamente…

Romero de la noche,

romero:

di si miras la tarde o el sendero.

 

El rumbo realista le permitió al poeta mexicano superar la estética modernista que inicialmente abrazara, cuya visión metafísica le hizo entrever la ladera interior de lo existente mediante la mirada profunda en busca del sentido. En “Tuércele el cuello al cisne”, imagen claramente opuesta a la estética modernista, el poeta de Guadalajara reitera la consigna de poner los ojos en la tierra y cantar lo que en la vida sucede:

 

Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje,

que da su nota blanca al azul de la fuente;

él pasea su gracia no más, pero no siente

el alma de las cosas ni la voz del paisaje.

 

Huye de toda forma y de todo lenguaje

que no vayan acordes con el ritmo latente

de la vida profunda… y adora intensamente

la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.

 

 

Mira al sapiente búho cómo tiende las alas

desde el Olimpo, deja el regazo de Palas

y posa en aquel árbol el vuelo taciturno…

 

Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta

pupila, que se clava en la sombra, interpreta

el misterioso libro del silencio nocturno.

 

En “A un artista” (11), el poeta mexicano encandila el ideal de libertad que parece una aspiración natural y, con la libertad, el sueño de medrar mediante la realización de las inclinaciones que enaltecen la más excelsa condición humana:

 

¡No desmayes! ¡No tiembles!… La idea

desprovista de forma gallarda

que en el fondo del pecho se agita

como pájaro preso en la jaula,

no por siempre en oscuras prisiones

hundirá sus estériles ansias…

¡Cuando suene la hora, al espacio

tenderá, como el cóndor, las alas!

 

¿Quién no guarda un azul mariposa

en el germen de humilde crisálida?

¿Quién no lleva en el pecho una chispa

que ha soñado con ser una llama?

A las voces del genio, la forma

es segura en venir, aunque tarda.

¡Y la chispa tendrá sus fulgores;

y la azul mariposa; sus galas!

 

¡No desmayes! Del hierro –la idea-

el cerebro, que es yunque y es fragua,

forjará los brillantes broqueles,

y la aguda y flamígera espada.

A su fuego vivífico, todo

se reviste de luces que irradian,

y el informe carbón cristaliza

en diamante de fúlgidas aguas.

 

   Aunque al destacado poeta mexicano le animaban las altas apelaciones del espíritu, no fue indiferente a la realidad social de su país, ni a las condiciones materiales, históricas y culturales de nuestra América, razón por la cual se convirtió en la voz más alta de la conciencia humana. En “Renovación” (12) enfatiza el ideal de superación interior y el sueño colectivo que emancipa sueños y conciencia, por lo cual recomendaba sacudirse de cuanto obstaculiza el genuino fluir de lo viviente:

Y le digo a la vida: no vaciles; golpea,

hunde el cortante filo de tu cincel, transforma

y renueva mi alma, tú que sabes dar forma

al bronce de un impulso y al mármol de una idea.

 

Y sacude mi espíritu si sientes que flaquea,

y dale rumbo fijo cuando pierda su norma,

y pule asperidades, y abrillanta y reforma

sin descansar un solo instante en la tarea.

 

Quiero ser un destello consciente de ti misma,

purificar mi esencia, profundizar el cisma

entre el nuevo horizonte y el horizonte viejo,

 

y salir de tus manos como un vaso de oro

que a cada golpe vibre con un clamor sonoro

y a cada sol devuelva otro sol en reflejo.

 

El vate mexicano estima que aunque las masas inconscientes sean sordas y ciegas, hay que atizar lo que el espíritu humano espera de los hombres y los pueblos en su peregrinaje por la tierra. Por eso pide, en “Alas” (13), que sea propicio el ímpetu de vuelo para asegurar la ruta que marca nuestra liberación, al tiempo que superamos los obstáculos que frenan la genuina autonomía de la carne y el espíritu, la más alta aspiración de la conciencia humana:

Alas, todos pedimos alas; pero ninguno

sabe arrojar el lastre en el tiempo oportuno…

A todos nos aqueja un ímpetu de vuelo,

una atracción de espacio, una obsesión de cielo;

tendemos nuestras manos codiciosas de lumbre

a la divina llama de la olímpica cumbre;

mas al hacer impulsos de volar, nos aferra

el misterioso lazo que nos ata a la tierra…

Un amor, un recuerdo, un dolor es bastante

para apagar las ansias de la pasión errante… 

¡Oh, la cruz afrentosa, los efectos humanos!…

¿Cuándo desclavaremos nuestros pies, nuestras manos?

¿Cuándo sacudiremos la pesadumbre infecta?

¿Cuándo revestiremos la desnudez perfecta

de nuestro propio espíritu? ¿Cuándo daremos con

la ruta que nos marque nuestra liberación?…

¡Y pensar que no es fuerza desandar el camino!…

Que sea cada cosa el escalón divino

que nos preste su apoyo para dar aquel salto

de todo lo que es hondo a todo lo que es alto;

solo que es necesario esquivar, lo primero,

todo lo que es instable lo que es perecedero,

para tomar lo eterno, lo que no se consume,

el alma de la piedra y el alma del perfume,

hasta lograr, por último, que vaya confundida

con nuestras propias almas el alma de la vida…

Alas, todos pedimos alas; pero ninguno

sabe arrojar el lastre en el tiempo oportuno…

¡Oh, la cruz afrentosa, los afectos humanos!

¿Cuándo desclavaremos nuestros pies, nuestras manos?

   La lírica de este agraciado poeta del silencio, como le llamó Fredo Arias de la Canal, que profundizó en los arcanos de la vida “para sublimarse como un grande entre los genios que han intuido el conocimiento de los estratos de la mente humana” (14), está impregnada del sentimiento místico de los iluminados, como efectivamente es su actitud de compenetración con lo viviente en el grado de coparticipación con la cosa, como lo experimentaba González Martínez. En efecto, como poeta de lo viviente, se abraza a la realidad como la sustancia que nutre su creación y asume la poesía como su aliada sutil en su tránsito terrestre. El poeta se sitúa ante la realidad que contemplan sus ojos azorados y reflexiona sobre el sentido de lo viviente. En “Plegaria de la roca estéril” (15), con su habitual hondura reflexiva, se postra en actitud de acatamiento ante el designio del Creador del Mundo:

Señor, yo soy apenas una roca desnuda

que azota el viento y quema el sol;

la nube, cuando pasa, de lejos me saluda

y tiende el ala a otra región.

 

Soy en la cumbre signo de un esperar eterno,

vuelvo los ojos al zafir

y entre lluvias de agosto y ráfagas de invierno

no hay primavera para mí.

 

Ignoro los follajes; yo nunca de la fuente

tuve la límpida canción,

ni musgos fraternales que brindar a la frente

del fatigado viajador.

 

Yo soy un espectro que se alzara insepulto,

ángel proscrito de un edén;

en el fondo del alma llevo un afán oculto,

en las entrañas, vieja sed.

 

Tengo mi planta inmóvil hundida en la montaña

y una esperanza en el azur,

y me ignoran los hombres, y nadie me acompaña

en estas cárceles de luz.

 

Señor, ya que no tengo ni musgo florecido

ni arroyuelo bullidor,

haz que en mis abras forjen las águilas su nido

y hagan su tálamo de amor.

 

Mas si ha de ser forzoso que me aparte del mundo

y del concierto universal,

hazme símbolo eterno, inmutable y profundo

de la más alta soledad.

 

Cantera idealizada de la estética modernista

El Modernismo tiene en las letras americanas varios poetas representativos entre los cuales se destaca Rubén Darío como la figura principal. El poemario Ismaelillo (1882), del cubano José Martí, texto precursor de la estética modernista, pre-configura algunos de los postulados inspirados en el Simbolismo francés, que Rubén Darío introdujera en las letras americanas y españolas, entre cuyos cultores sobresalen Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, José Asunción Silva, Fabio Fiallo, Leopoldo Lugones y José Santos Chocano. El lenguaje florido y la idealización de las vivencias entrañables fueron el cauce de las humanizadas imágenes con la estética de lo viviente que el Modernismo introdujo en las letras españolas.

Rubén Darío (1867-1916).  El poeta nicaragüense Rubén Darío fue el gran renovador del lenguaje poético en la lírica española. Pedro Henríquez Ureña consignó que “ninguno, desde la época de Góngora y Quevedo, ejerció influencia comparable, en poder renovador, a la de Darío” (16).

El Movimiento Modernista, que en cuentos y poemas formalizó la humanización de las imágenes y la elaboración estética del lenguaje, tiene en Rubén Darío al capitán de la tendencia literaria que remozó la lengua de Castilla, logro reconocido por los poetas y críticos literarios de uno y otro lado del Atlántico. El poder renovador de la estética modernista, ilustrado en la lírica de Rubén Darío, mantuvo su aliento castizo por la lengua española y su culto por lo francés, al tiempo que cantó y defendió los ideales nacionalistas de los pueblos de la América hispánica.

Al impulso renovador de la vocación patriótica, los modernistas cultivaron, con el ejemplo del vate nicaragüense, el ideal de una literatura trascendente. En el alma humana se anida un “barquero interior”, decía el poeta de Metapa, pero cuando despierta, sabe hacia dónde se dirige, ya que su reactivación se vuelve presencia luminosa que desentraña misterios y enigmas, pues se trata, de acuerdo con la feliz expresión de Rubén Darío, de un «fuego interior» que despliega las potencias del ser y disipa las dudas de ese «no saber a dónde vamos/ni de dónde venimos”, según consigna en «Lo fatal». En “El reino interior” (17) el lírico nicaragüense, al aludir simbólicamente a “la ventana oscura” para significar la realidad de la opresión y el escarnio, también sugiere la dimensión trascendente del misterio y la esperanza redentora:

Mi alma frágil se asoma a la ventana oscura

de la torre terrible en que ha treinta años sueña.

La gentil primavera, primavera le augura.

Y exclama: “¡Oh fragante día! ¡Oh sublime día!

Se diría que el mundo está en flor; se diría

que el corazón sagrado de la tierra se mueve

con un ritmo de dicha: luz brota, gracia llueve.

¡Yo soy la prisionera que sonríe y que canta!

Y las manos liliales agitan, como infanta

real en los balcones del palacio paterno.

 

En otra parte escribí que Rubén Darío se abrazó a varias culturas y en ellas bebió la savia nutricia que fecunda el espíritu, lo mismo de Occidente que del lejano Oriente, y conoció la literatura universal y a su través a sabios y poetas, a místicos y pensadores… hasta lograr el gran aliento que articula el trasfondo significativo de Cantos de vida y esperanza. La nostalgia de lo Eterno llevó al genio lírico nicaragüense a diversas fuentes vicarias, mientras canalizaba sus inquietudes en borracheras y parrandas nocherniegas, sin advertir el manantial secreto de la arcana y recóndita apelación trascendente; pero cuando descubrió las profundas motivaciones de sus inquietudes metafísicas, comprendió la razón de tantas divagaciones estériles, el desperdicio de tantos sondeos superficiales y la explicación de tantas búsquedas insatisfechas. En la raíz de ese desconcierto está el temor a lo desconocido, que alteraba la paz del poeta americano que, al influjo de una poderosa fuerza creadora, la presencia del eros platónico le dio el aliento para conocer y medrar en el espíritu, cuando probó la genuina esencia de lo viviente, poderosa inclinación de la sensibilidad que terminó por dar cumplimiento a esa extraña curiosidad por la belleza y el sentido (18). Nuestro poeta consignó en “La torre de marfil” (19):

La torre de marfil tentó mi anhelo;

quise encerrarme dentro de mí mismo,

y tuve hambre de espacio y sed de cielo

desde las sombras de mi propio abismo.

 

Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia

el Bien supo elegir la mejor parte;

y si hubo áspera hiel en mi existencia,

melificó toda acritud el Arte.

 

Mi intelecto libré de pensar bajo,

bañó el agua castalia el alma mía,

peregrinó mi corazón y trajo

de la sagrada selva la armonía.

 

¡Oh la selva sagrada! ¡Oh la profunda

emanación del corazón divino

de la sagrada selva! ¡Oh la fecunda

fuente cuya virtud vence al destino!

 

Vida, luz y verdad, tal triple llama

produce la interior llama infinita;

el Arte puro, como Cristo, exclama:

Ego sum lux et veritas et vita!

 

Y la vida es misterio, la luz ciega

y la verdad inaccesible sombra;

la adusta perfección jamás se entrega

y el secreto ideal muerde en la sombra.

 

Pasó una piedra que lanzó una honda;

pasó una flecha que aguzó un violento.

La piedra de la honda fue a la onda,

y la flecha del odio fuese al viento.

   En “A Roosevelt”, el poeta modernista destila su ideal nacionalista sin dejar de reconocer la valía de las grandes naciones, como España, Francia y Estados Unidos de América, advierte que la América española tiene su propia ruta y otro ideal (20):

Es con voz de la Biblia o verso de Walt Whitman,

que habría que llegar hasta ti, cazador.

Primitivo y moderno, sencillo y complicado,

con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.

Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;

eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.

Y domando caballos o asesinando tigres,

eres un Alejandro-Nabucodonosor.

(Eres un profesor de Energía, como dicen los locos de hoy).

crees que la vida es incendio, que el progreso es erupción,

que en donde pones la bala el porvenir pones. No.

Los Estados Unidos son potentes y grandes.

Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor

que pasa por las vértebras enormes de los Andes.

Si clamáis se oye como el rugir del león.

Ya Hugo a Grant le dijo: las estrellas son vuestras

(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol

y la estrella chilena se levanta…) Sois ricos.

Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón,

y alumbrando el camino de la fácil conquista,

la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

Mas la América nuestra, que tenía poetas

desde los viejos tiempos de Netzanhualcoyotl,

que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,

que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;

que consultó los astros, que conoció la Atlántida

cuyo nombre nos llega resonante en Platón,

que desde los remotos momentos de su vida

vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,

la América del grande Moctezuma, del Inca,

la América fragante de Cristóbal Colón,

la América católica, la América española,

la América en que dijo el grande Guatemoc:

“Yo no estoy en un lecho de rosas”; esa América

que tiembla de huracanes y que vive de Amor,

hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.

Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.

Tened cuidado. ¡Vive la América española!

Hay mil cachorros sueltos del León español

Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,

el riflero terrible y el fuerte cazador,

para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

 

El aliento independentista se ratifica en “Caracol” (21), en el que el poeta nicaragüense, hace gala de la estética que le dio fama y reconocimiento:

En la playa he encontrado un caracol de oro

macizo y recamado de las perlas más finas.

Europa le ha tocado con sus manos divinas

cuando cruzó las hondas sobre el celeste toro.

 

He llevado a mis labios el caracol sonoro

y he suscitado el eco de las dianas marinas,

le acerqué a mis oídos y las azules minas

me han contado en voz baja su secreto tesoro.

 

Así la sal me llega de los vientos amargos

que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos

cuando amaron los astros el sueño de Jasón;

 

y oigo un rumor de olas y un incógnito acento

y un profundo oleaje y un misterioso viento…

(el caracol la forma tiene de un corazón).

   Como poeta de amplio registro temático y estilístico, Rubén Darío cantó todos los temas y motivos, desde lo sensual y erótico hasta lo social y lo metafísico. Revitalizó la métrica castellana, actualizando antiguos metros, articulándolos a la cultura grecolatina y a referencias exóticas; enfocó variados motivos sociales, estéticos y cósmicos, armonizándolos al espíritu de nuestra lengua, que amoldó al aliento latinoamericanista y a la visión modernista y trascendente de sus cantos con acento preciosista y musical.

 

   Leopoldo Lugones (1874-1938). Poeta argentino representativo del Modernismo. Nació en Santa María del Río Seco, una población de la provincia de Córdoba. Cultivó el periodismo y la creación poética. Su obra poética llamó la atención no solo en Buenos Aires, sino en todo el mundo hispánico. Rubén Darío reconoció su talento. Empleado de Correos y Telégrafos, fue inspector de Enseñanza Secundaria y dirigió la Biblioteca de Maestros. Sus ideas políticas tuvieron distintos matices -anarquista, socialista, nacionalista y conservador-. En su momento entendió que había llegado “la hora de la espada”, declarándose partidario de un régimen fuerte. Fundó la Sociedad Argentina de Letras y participó activamente en la vida cultural de Buenos Aires (22).

El inmenso poeta argentino que concitó la admiración de Jorge Luis Borges escribió versos memorables en los que despunta su fina intuición lírica y su estremecida sensibilidad estética, propias de quien sabe experimentar el estremecimiento de los sentidos, como lo refleja el agraciado soneto titulado “Alma venturosa” (23):

Al promediar la tarde de aquel día,

Cuando iba mi habitual adiós a darte,

Fue una vaga congoja de dejarte

Lo que me hizo saber que te quería.

 

Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía…

Con tu rubor me iluminó el hablarte,

Y al separarnos te pusiste aparte

Del grupo, amedrentada todavía.

 

Fue silencio y temblor nuestra sorpresa;

Mas ya la plenitud de la promesa

Nos infundía un júbilo tan blando,

 

Que nuestros labios suspiraron quedos…

Y tu alma estremecíase en tus dedos

Como si se estuviera deshojando.

 

De nuestro poeta escribió Pedro Miguel Obligado: “Y Lugones es precisamente, como Darío, un gran poeta exquisito. Aunque los temas de sus composiciones sean paisajes de la Naturaleza, aunque describa las faenas agrícolas, aunque recuerde los acontecimientos de la epopeya patria, lo hace siempre con el primor del artífice, cuidando los enlaces de las palabras y de las sílabas, y buscando comparaciones y metáforas nuevas, que den a sus versos la delicadeza cabal de las creaciones artísticas” (24). En versos henchidos del credo modernista, el poeta argentino cantó al ideal patriótico con el fervor que despertaba el sentimiento de patria en su fecunda lira (25):


La libertad que alumbra, la ciencia que redime.

¡A destronarle, picas! ¡Guerra a Dios! ¡Muerte al mito!

–Mas ¿con qué vais, entonces, a llenar lo infinito?

¡No! La fe es la suprema reveladora. El mundo

Es un milagro eterno de fe. Lo que es fecundo,

O luminoso, o bello –amor, estrella, rosa-

Certifica el imperio de una ley misteriosa

Que combina la trama de los destinos, y hace

Converger los esfuerzos de todo lo que nace

Sobre un eterno foco que ejecuta y que piensa

Tal como el haz de músculos de una derecha inmensa.

La fe es una montaña llena de precipicios.

En sus cavernas moran las larvas de los vicios;

Lo negro es lo monstruoso. Su cuesta es agria y dura,

La cima es el esfuerzo visible del abismo

Que lucha en las tinieblas por salir de sí mismo.

El alma tiene una: Dios. Si el alma descuella

Sobre su propio vuelo, se reconoce en ella.

Pueblo, sé poderoso, sé grande, sé fecundo;

Ábrete nuevos cauces en este Nuevo Mundo;

Respira en las montañas saludables alientos;

Destuerce los cerrojos del antro de los vientos;

Recoge las primicias de los frutos opimos;

Cíñete la corona de espigas y racimos;

Desarma la muñeca y el calcañar del fuerte

Cuyos sobacos huelen a bravío y a muerte;

Funda en las nuevas aras los dogmas fraternales

Noblemente rodeados de nimbos siderales;

Borra de tus encías la hiel de todo insulto;

Y haz que las hostias sean, en tu moderno culto,

No de carne sangrienta, sino de dulce trigo.

El Tío Sam es fuerte. Arraigada en su ombligo

Tiene la cepa de Hércules. En su vasta cabeza

Hay no sé qué proyectos de una informe grandeza:

Aprende el recio canto que esfuerzan sus martillos;

Muerde con sus tenazas la cuña de tus grillos;

Pon en las férreas ancas de sus locomotoras

Una gigante carga de nubes y de auroras;

Desflora con su hierro las cumbres familiares;

Y alzándote desde esos gigantescos altares,

Proclama a Dios, enfrente de las excelsas lumbres

Del Sol. Los arrabales del cielo con las cumbres.

Castiga, si hay infamia que castigar; nivela

Los antros, no las cimas; alza tu blanca vela

Sobre el egregio mástil de la fe; tiende al viento

Como un plumaje de oro todo tu pensamiento.

Y abre a la aurora su alma como un bosque armonioso.

El astro de tu suerte flota en lo misterioso;

Algo como una sorda germinación que abraza

Con sus potentes vástagos la carne de la raza,

Algo que sobre el monte de sus espaldas pesa

Cual la triunfante garra de un cóndor que hace presa,

Pretende libertarte de tu peñón sombrío;

Salvadora borrasca que sacude al navío,

Oscuras expansiones del oculto renuevo,

Alas que se presienten en la eclosión del huevo…

Tú eres el arca errante del abismo. Tu frente

Es el lecho de sombra del ideal naciente.

Los siglos te desean, pero tu alma está oscura

Todavía; la llama divina que fulgura

Sobre el total esfuerzo de las razas, no brilla

En tu cabeza. El árbol duerme aún en la semilla,

Mas la semilla en lo hondo del porvenir vegeta.

De ella surgirá este átomo, este sol: ¡Un poeta!

 

 José Santos Chocano (1875-1934). El poeta peruano José Santos Chocano combinó la estética romántica con la modernista, como lo hicieron otros vates importantes de nuestra América. Nació en Lima y murió en Santiago de Chile. Desde los dieciocho años, cuando estuvo por primera vez en la cárcel por motivos políticos y escribió el libro Iras santas, vivió una vida de grandes alteraciones, “tan pronto en posiciones oficiales brillantes como preso o perseguido, a veces por delitos comunes”. En sus primeros años desempeñó comisiones diplomáticas en los países del Pacífico, que culminaron con su viaje a España, donde asumió con resonancia su papel de poeta de la raza (1905-1908). Volvió a Centroamérica y a México, y participó en la revolución, con Francisco I. Madero al principio, con el general Carranza luego, y después con Pancho Villa (1911-1915); consejero del Presidente Estrada Cabrera en Guatemala, fue condenado a muerte a su caída y salvó milagrosamente la vida. Vuelto a su existencia de poeta ambulante, conoció otro período de popularidad en su patria, donde lo coronaron en acto público en 1922; dos años después, la violencia de sus opiniones le acarrea un suceso desgraciado que costó la vida a un periodista rival, y otra vez salió al destierro luego de un par de años de cárcel. En Chile pasó los años restantes de su vida, y allí murió (26).  El poema “Bajando la cuesta” (27) alienta su vocación patriótica en defensa de su tierra, con aire de Bécquer y aliento de Darío:

Cae la tarde. Yo, sobre el lomo de mi caballo,

suelto las riendas;

y con fatiga.

Y mi caballo va lentamente

sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra;

una resbala y otra vacila;

pero él retiembla…,

y avanza, avanza, siempre hacia abajo,

con el plumero de largas crines desparramado sobre la testa.

 

Allá en el fondo

bulle una aldea:

nocturno albergue

se esconde en ella;

y en el silencio con que la tarde

en el profundo valle bosteza

una campana con lento doble, con lento doble,

como el chasquido de dos cristales límpida suena.

 

La tarde tiene no sé qué raras

conversaciones con mis tristezas.

Por un misterio, las cosas crecen

dentro de mi alma cuando penetran.

La fantasía mueve mis nervios.

Mi poesía vive de afuera.

Y yo no sufro por mí; yo sufro

por lo que sufre la consternada Naturaleza.

 

Hago, así, un gesto desapacible,

cual si el recuerdo de un desencanto me acometiera

porque en la calma de ese silencio,

que solo turba campana lenta,

oigo de súbito en un recodo de la montaña

brincar la nota desesperante de una carreta.

Entonces vienen a mis oídos

los cascabeles de las acémilas

y las palabras de los arrieros,

que se prolongan por los recodos como un alerta…

Y mi caballo va lentamente,

sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra…

La aldea prende todas sus luces;

y ya está cerca.

El cielo prende todos sus astros;

y como nunca, lejano queda.

De pronto suben a mis oídos,

desde la aldea, ecos alegres,

voces que cantan y que conversan;

 y hay un tumulto de risas frescas,

que son las risas de muchos niños

que por las calles saltan y juegan;

y por en medio de la sonora gárrula mezcla,

oigo el ladrido de un perro a veces,

que se desdobla como una larga cinta de seda…

Y entonces pienso que en estas horas son como nunca

triste el camino, mustio el caballo, larga la cuesta.

Y mi caballo va lentamente,

sobreponiendo sus firmes cascos de piedra en piedra

 

En “Ahí no más” (28), con ironía y todo, alude al modo campesino de indicar la distancia, para criticar, tal vez, la actitud indiferente con que muchos ciudadanos asumieron la lucha por la independencia de su tierra:

Indio que a pie vienes de lejos

(y tan de lejos que quizá

te envejeciste en el camino,

y aún no concluyes de llegar…):

detén un punto el fácil trote

bajo la carga de tu afán,

que te hace ver siempre la tierra

(en que reinabas siglos ha);

y dime, en gracia a la fatiga,

¿y dónde queda la ciudad?

Señala el indio una ágil cumbre,

que a mi esperanza cerca está,

y me responde sonriendo:

-Ahí, no más…

 

Espoleado echo al galope

mi corcel; y una eternidad

se me desdobla en el camino…

Llego a la cuesta: un pedregal

en que monótonos los cascos

del corcel ponen sus chischás…

Gano la cumbre; y por fin, ¿qué hallo?

Aridez, frío y soledad…

Ante esta cumbre hay otra cumbre,

y después de esa, ¿otra no habrá?

-Indio, que vives en las rocas

de las alturas, y que estás

lejos del valle y las falacias

que la molicie urde sensual:

¿quieres decirle a mi fatiga

en dónde queda la ciudad?

 

El indio asómase a la puerta

de su palacio señorial,

hecho de pajas que el sol dora

y que desfleca el huracán,

y me responde sonriendo:

-Antes un río hay que pasar…

-¿Y queda lejos ese río?…

-Ahí, no mas…

 

Trepo una cumbre, y otra cumbre,

y otra… Amplio valle duerme en paz;

y sobre el verde fondo, un río

dibuja su ese de cristal.

-Este es el río; pero ¿en dónde,

en dónde queda la ciudad?

Indio que sube de aquel valle

oye mi queja, y al pasar

deja caer estas palabras:

-Ahí, no más…

 

¡Oh raza fuerte en la tristeza,

perseverante en el afán,

que no conoces la fatiga

ni la extorsión del “más allá”!

-Ahí, no más…-, encuentras siempre

cuanto deseas encontrar;

y así se siente en lo profundo

de ese desprecio con que das

sabia ironía a las distancias,

una emoción de eternidad…

 

Yo aprendo en ti-lo que me es fácil,

pues tengo el título ancestral-

a hacer de toda lejanía

un horizonte familiar;

y en adelante, cuando busque

un remotísimo ideal,

cuando persiga un loco ensueño,

cuando prepare un vuelo audaz,

si adónde voy se me pregunta,

ya sé que debo contestar

sin mediar tiempos ni distancias:

-Ahí, no más

 

 Y en “Blason” (29) el poeta reitera sus procedimientos poéticos y su actitud pro patria, sintiéndose el cantor de América:

Soy el cantor de América autóctono y salvaje:

mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.

Mi verso no se mece colgado de un ramaje

con un vaivén pausado de hamaca tropical…

 

cuando me siento inca, le rindo vasallaje

al Sol, que me da el cetro de su poder real;

cuando me siento hispano y evoco el coloniaje,

parecen mis estrofas trompetas de cristal.

 

Mi fantasía viene de un abolengo moro;

los Andes son de plata, pero el León de oro,

y las dos castas fundo con épico fragor.

 

La sangre es española e incaico es el latido;

y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido

un blanco aventurero o un indio emperador.

 

   La misma vocación se aprecia en “Ollanta”, nombre del aborigen que le sirve de inspiración para insuflar su aliento nacionalista:

Contra el imperio un día su espíritu levanta;

afila en los peñascos su espada y su rencor;

el nudo de un sollozo retuerce en la garganta,

y jura, en un gran charco de sangre, hundir su amor.

 

Huye de risco en risco con trepadora planta;

impone en una cumbre su nido de cóndor;

y entre una fortaleza diez años lucha Ollanta,

que son para su ñusta diez siglos de dolor…

 

amó a la sacra hija del inca en el misterio;

cuando el señor lo supo se estremeció el imperio,

cayó la ñusta en tierra e irguióse el paladín.

 

Después vino otro inca, que le llamó su hermano;

¡y tras de tanta sangre, no derramada en vano,

solo quedó la nieve teñida de carmín!

 

Aporte de los movimientos literarios

Gracias al ideario estético del Romanticismo, los intelectuales, escritores y poetas de los pueblos hispanoamericanos comprendieron la necesidad de canalizar su vocación secesionista, proceso que comenzó con la liberación de las emociones entrañables y el desahogo de los sentimientos para mostrar el yo íntimo, tal como es en el fuero individual, que la literatura canalizó en una expresión espontánea y libérrima, acción que motivó en los países americanos la emancipación política de la metrópoli colonial.

Gracias al ideario estético del Realismo, los pensadores y escritores de las naciones hispanoamericanas asumieron la expresión de la realidad, libre de los aderezos de las emociones y la idealidad de la ensoñación, para mostrar el mundo tal como es, que la literatura realista comparó con un espejo que se pasea a lo largo del camino para reflejar lo que las cosas son, modo de creación que fertilizó el ambiente intelectual para ratificar el proceso de independencia de los pueblos latinoamericanos.

Gracias al ideario estético del Modernismo, los narradores, dramaturgos y poetas de Hispanoamérica optaron por ver y expresar la dimensión estética de lo viviente como manifestación contrapuesta de la vertiente nefasta de lo real, que la independencia política, hecha realidad en las tierras americanas, apreció como una conquista del espíritu con la realización de las aspiraciones de la libertad, el sueño y la utopía.

El empuje del Romanticismo, una fórmula literaria “encerrada en la palabra libertad” (30), abrió el cauce de las luchas libertarias y las lides literarias, a las que se sumaron el Realismo y el Modernismo en las letras americanas.

El aporte de los movimientos literarios conocidos como Romanticismo, Realismo y Modernismo, consignados en el presente estudio, influyó en la cristalización de la independencia de los pueblos americanos, contribuyó al desarrollo de la conciencia y la sensibilidad estética y prohijó la activación de las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, haciendo realidad los sueños libertarios y dando cauce y esplendor al caudal fecundo y luminoso de las utopías de la imaginación.

 Bruno Rosario Candelier

IX Coloquio de Literatura Hispanoamericana

París, Université de Cergy-Pontoise, 17 de abril de 2013.

 

Notas:

  1. Emilio Carilla, El Romanticismo en la América hispánica, Madrid, Gredos, 1967, p. 61.
  2. Cfr. Bruno Rosario Candelier, Tendencias de la novela dominicana, Santiago de los Caballeros, Rep. Dom.,  UCMM, 1988, pp. 129ss.
  3. Max Henríquez Ureña, Panorama histórico de la literatura dominicana, Santo Domingo, Librería Dominicana, 1956, p. 279.
  4. Cfr. Euclides Gutiérrez Félix, Perfil militar dominicano de Máximo Gómez, Santo Domingo, Alfa y Omega, 1986, p. 5.
  5. Manuel de Jesús Galván, Enriquillo, Santo Domingo, Librería Dominicana, 1958, 3ª. Ed., p.352.
  6. Miguel Antonio Caro dio a conocer su obra poética en Poesías y en Horas de amor. Tradujo a Virgilio. En Obras completas, edición bajo la dirección de Víctor E. Caro y Antonio Gómez Restrepo, Bogotá, 1918-1928, aparecen 5 volúmenes de sus creaciones y estudios. En 1867 publicó Gramática de la lengua latina, con Rufino José Cuervo, en la capital colombiana. Recibió los doctorados honoris causa en Letras y Jurisprudencia por las universidades de Chile y México. Fue fundador y director de la Academia Colombiana de la Lengua. Fue también crítico literario y dirigió el periódico El tradicionalista. Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo fueron los inspiradores del Instituto Caro y Cuervo, que en Bogotá han auspiciado los estudios lingüísticos y filológicos.  Cfr. Eduardo Cárdenas, 20.000 biografías breves, Miami, México, Imprenta Nuevo Mundo, 1963, p. 171.
  7. En Julio Caillet Bois, Antología de la poesía hispanoamericana, Madrid, Aguilar, 1965, 2ª. Ed., pp. 613-614.
  8. Max Henríquez Ureña, Panorama histórico de la literatura dominicana, Santo Domingo, Librería Dominicana, 1965, 2da. ed., T. I., p. 190.
  9. Pedro Henríquez Ureña, en Salomé Ureña, Poesías escogidas, Santo Domingo, Librería Dominicana, 1960, p. 8.
  10. Enrique González Martínez escribió varios libros de poesía: Preludios, 1903; Lirismos,1907; Silentes, 1909; Los senderos ocultos, 1911; La muerte del cisne, 1915; Jardines de Francia, traducciones de poetas franceses con prólogo de Pedro Henríquez Ureña, 1915; La hora inútil, 1916; El libro de la fuerza, de la bondad y del ensueño, 1917; Parábolas y otros poemas, 1918; Las palabras del viento, 1921; El romero alucinado, 1923; Poemas de ayer y de hoy, 1927; Poesía, (1909-1929), Madrid, 1929; Ausencia y canto, 1937; El diluvio de fuego, 1938; Poesía (1898-1938), 1940; Poemas (1939-1940), 1940; Bajo el signo mortal, 1942; Vilano al viento, 1948; Segundo despertar, 1945; Poesías completas, 1944; Babel, 1949 y Narciso y otros poemas, 1952. Antología poética, 1943. Cfr. Julio Caillet Bois, Antología de la poesía hispanoamericana, Madrid, Aguilar, 1965, 2ª. Ed., pp. 1017-1018.
  11. En Fredo Arias de la Canal, Antología de la poesía oral traumática y cósmica de Enrique González Martínez, México, Frente de Afirmación Hispanista, 2006, p. 21.
  12. Fredo Arias de la Canal, Antología de la poesía oral traumática y cósmica de Enrique González Martínez, p. 29.
  13. Fredo Arias de la Canal, Ibídem, p. 86.
  14. Fredo Arias de la Canal, Ibídem, p. XXII.
  15. En Fredo Arias de la Canal, Ibídem, pp. 47-48.
  16. Pedro Henríquez Ureña, “Las novedades de New York”, 17 de febrero de 1916, en Julio Jaime Julia, Rubén Darío y Santo Domingo, Santiago, Publicación de UTESA, 1986, pp.163-4.
  17. En Julio Caillet Bois, Antología de la poesía hispanoamericana, citada, p. 785.
  18. Cfr. Bruno Rosario Candelier, La creación cosmopoética: el sentido cósmico y el sentido estético en la creación poética, Santo Domingo, Publicación de la Academia Dominicana de la Lengua, 2005, p. 251.
  19. En Julio Caillet Bois, Antología de la poesía hispanoamericana, p. 792.
  20. Entre sus publicaciones destacan Los mundos, Córdoba, Argentina, 1893; Las montañas del oro, Buenos Aires, 1897; reimpreso en Montevideo, 1919, con juicio de Rubén Darío; Los crepúsculos del jardín, 1905; Lunario sentimental, 1909; Odas seculares, 1910; El libro fiel, París, 1912 reimpreso con prólogo de Ventura García Calderón; El libro de los paisajes, 1917; Las horas doradas, 1922; Romancero, 1924; Poemas solariegos, 1928; Romances del Río Seco, 1938. Antología poética, selección y prólogo de Carlos Obligado, Buenos Aires, México, 1941; Obras poéticas completas, Madrid, Aguilar, 1948, con prólogo de Pedro Miguel Obligado. El imperio jesuítico. 1904; Historia de Sarmiento, 1911. Ensayos sobre educación y política: La reforma educacional, 1903; Las limaduras de Hephaestos. Piedras liminares, 1910; Prometeo, 1910; Didáctica, 1910; Filosofícula, 1924; Mi beligerancia, 1917; La torre de Casandra, 1919; Acción, 1925; La organización de la paz, 1925; La patria fuerte, 1930; Política revolucionaria, 1931; El estado equitativo, 1932; La grande Argentina, 1930. La guerra gaucha, 1905; Las fuerzas extrañas, 1906; Cuentos fatales, 1924, El ángel de la sombra, 1926. Miscelánea crítica: El ejército de la Ilíada, 1915; Elogio de Ameghino, 1915; El payador, 1916; Las industrias de Atenas, 1919. Estudios helénicos, 1923-1924 y Nuevos estudios helénicos, 1928. Cfr. Julio Caillet Bois, Antología de la poesía hispanoamericana, p. 769.
  21. En Lecturas Clásicas, Río Piedras, Universidad de Puerto Rico/Editorial Edil, 1970, p. 237.
  22. Leopoldo Lugones, Obras poéticas completas, Madrid, Aguilar, 1959, p. 691.
  23. Leopoldo Lugones, Obras poéticas completas, citado, p. 19.
  24. En Leopoldo Lugones, Ibídem, pp. 56-58.
  25. Bibliografía de José Santos Chocano. Selva virgen, Lima, 1893; Iras santas, Lima, 1895; En la aldea, San Pedro de los Chorrillos, 1895; Azahares, Lima, 1896; El derrumbe, 1899; La epopeya del Morro, 1899; El canto del siglo, 1901; El fin de Satán y otros poemas, Guatemala, 1901; Poesías completas; Los cantos del Pacífico, París-México, 1904 (antología); Alma América, Poemas indo-españoles, con prólogo de Miguel de Unamuno, Madrid, 1906; París, 1908, 1924; Fiat lux, prólogo de Andrés González Blanco, Madrid, 1908; París, 1908 (contiene poemas anteriores y otros nuevos); Poemas escogidos, México, 1912; Ayacucho y los Andes, canto IV de El hombre sol, Lima, 1925; Poemas chilenos del poeta peruano J. S. Ch., Santiago,1930; Primicias de Oro de Indias, I, Santiago, 1934; Poesías escogidas, con prólogo de Ventura García Calderón, Biblioteca de Cultura Peruana, t. 12, París, 1938; El poema del amor doliente, Santiago, ¡1937; Oro de Indias, Santiago, 1939-1941, 4 vols.; Selecciones poéticas; Bogotá, 1941; Sus mejores versos, Bogotá, 1944; Páginas de oro de J. S. Ch., Lima, 1944; Poesías, con prólogo de Luis Fabio Xammar, Bueno Aires, 1945, Colección panamericana Jackson; Antología poética, selección y prólogo del P. Alfonso Escudero, Buenos Aires-México, 1947; Obras completas, compiladas, anotadas y prologadas por Luis Alberto Sánchez, Aguilar, Madrid-México-Buenos Aires, 1954. Cf. Caillet Bois, citado, p. 878.
  26. Antología de la Poesía Hispanoamericana, p. 879-880.
  27. Antología de la Poesía Hispanoamericana, p. 881.
  28. Antología de la Poesía Hispanoamericana, p. 884.
  29. Antología de la Poesía Hispanoamericana, p. 885.
  30. Cfr. Eduardo Ospina, El Romanticismo, San José de Costa Rica, Promesa, 2010, p. 58.- El Romanticismo tiene el mérito “de ser el gran catalizador de esa ruptura que pone la conciencia individual y la imaginación acendrada en un primer plano de esos debates que, en política, se plantean la condición de la libertad humana y ponen los pilares de las grandes reformas sociales del siglo XIX”, como consigna Jorge Chen Sham en la introducción de esta obra (p. 21).

 

 

 

 

 

 

 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *