Mi propia biblia

Aunque todavía esperamos la visita de los Reyes Magos de Oriente, y algunos incluso la de la Vieja Belén, es hora de que dejemos las festividades atrás y nos pongamos manos a la obra con nuestros propósitos para este 2016.

¿Que ninguno de ustedes incluyó entre sus objetivos para este año el mejorar su ortografía, su vocabulario o su expresión oral y escrita? Me lo imaginaba. No se preocupen, la lista de propósitos sigue abierto y, si no, para eso está «Eñe» aquí.

Arranquemos con las mayúsculas para solventar la duda de un lector. Los nombres con los que nos referimos a los libros considerados sagrados por algunas religiones deben escribirse con mayúscula inicial; así el Corán, el Talmud, la Biblia o cualquiera de sus libros, como el Génesis o el Levítico, incluso su denominación de Sagrada(s) Escritura(s).

La palabra biblia en su acepción de texto sagrado de los cristianos debe llevar mayúscula inicial, pero esa misma palabra se escribe en minúscula cuando la usamos con cualquiera de sus otras acepciones. Por ejemplo, si nos referimos a una obra que cierto grupo considera como imprescindible o modélica: Ese manual es la biblia de los contables; o, con inspiración popular, para referirnos a la sabiduría de alguien: Esa niña es una biblia.

Después de casi seis años creo que me van  conociendo; no les sorprendo si me confieso devota de Miguel de Cervantes o elijo el Quijote, este también en mayúsculas, como mi biblia personal. Eso no me impide, es más, me obliga, como miembro de la cofradía cervantina, a demostrar respeto por la ortografía.

© 2016, María José Rincon.