Memorias de Enárboles Cuentes: entre lo maravilloso y el interiorismo

Por Emilia Pereyra

El reconocido poeta y escritor dominicano Víctor Villegas contaba en vida, con particular delectación y placentera certidumbre, insólitas aventuras que desgranaba a quien quisiera escucharlas como partes incontestables de su fructífera existencia.

En sus suculentos relatos orales sobre sus orígenes, glorias y desgracias vividas en su natal San Pedro de Macorís no lo detenía la incredulidad manifiesta en las expresiones de quienes lo escuchábamos preguntándonos si había perdido el juicio. Él miraba, sonreía y continuaba rememorando con actitud beatífica sus idas y venidas de mellizo impenitente.

Las inmoderadas historias de Enárboles Cuentes, uno de los nombres con los que el Villegas retozón se identificaba, encontró muy buen oído en la sensibilidad literaria del periodista, narrador y poeta Rafael Peralta Romero, también nacido en el Este, quien decidió escribirlas en formato novelesco.

De modo que el extravagante personaje, sobre el que Villegas hablaba con frecuencia, es parte de la literatura dominicana y se inscribe en la corriente del realismo mágico, que tuvo en el célebre Gabriel García Márquez su cultor más encumbrado, pues como sabemos lo que hacía el colombiano y lo que ha hecho en esta obra el dominicano Peralta Romero es presentar lo irreal o extraño como algo normal. Villegas y Peralta Romero tienen méritos a la par. El primero creó un mundo de ficción fabuloso que transmitía con vitalidad y entusiasmo en amenas conversaciones, y Peralta Romero fue cautivado por ese universo increíble y lo hizo novela con hilvanados argumentos, nutrida prosa y buenos recursos poéticos.  Lo dijo incluso el propio Villegas en la entrevista titulada “Mis historias le pasan a cualquiera”, publicada por Mijaíl Peralta en El Caribe, en el 2005, sobre esta producción de su colega: …»todo cuanto Peralta contó sobre mi vida en su novela da la sensación de ser fantasía, pero no lo es y lo puedes notar bien claro al analizar mi vida con detenimiento. Todo lo contado es verdad”. (Pág. 136).

¿Verdad o fantasía? Cierto o no, ya poco importa. Villegas jugaba con certidumbres e imaginaciones. Era un escritor de raza, un fabulador convencido, un seductor de la palabra, un Merlíngozoso. Pero como esos polvos han causado estos lodos,   hablamos ahora de un material de ficción, de historias que se desprenden de la realidad o del mundo desmesurado y prodigioso de la imaginación, de lo irreal e insólito y hasta de lo maravilloso. Pues ¿no es acaso maravilloso que existieran en tierra dominicana o en la mente febril de un creador los conejos gigantes, que “alguna vez poblaron las llanuras orientales”, los elefantes enanos, los monos acuáticos y los camellos mínimos, pobladores relevantes de la fauna de esta obra? ¿No es insólito que no se pueda saber dónde en verdad nació Enárboles ni cuál era realmente su nombre?

Asido a la primera persona, que usa licencias propias del narrador omnisciente, el personaje-cronista empieza la obra relatando su nacimiento o uno de ellos, mientras su madre se daba un baño en la conocida Playa del Muerto, sita en el corazón de la ciudad de Macorís de Mar. “Mi madre, dice, abrió espléndidamente los ojos, emitió un grito asustadizo y de asombro a la vez que corría hacia cualquier lado una parte de su ropa. Contagiados de pavor y confusión, mi abuela y otros parientes se acercaron a ella y ya su semblante mostraba los apuros de una acción trabajosa. “Creo que estoy pariendo, fue todo lo que dijo…” (Pág.9).

Desde el punto de vista literario, el autor rompe tradición.  El narrador-personaje transgrede barreras y se convierte con frecuencia en un relator omnisciente, quien todo lo sabe, lo intuye y lo ve, y así evade solo contar desde el ángulo limitado de la primera persona.

Enárboles describe con profusión de detalles y peca en muchas ocasiones de ser excesivamente memorioso y de saber más de la cuenta. Son torrenciales y detallados sus recuerdos. Es suculenta su voz llena de matices, y reflexivo y sentencioso su discurso. Recuerda que tras su nacimiento el doctor De Windt caviló que “el que nazca en medio de las aguas y sobreviva a ellas, deberá contar una señal de la Divinidad, para un propósito grande”, y agregó: “Y me luce que este niño está marcado por un sello superior” (Pág. 14).  No fue el único augurio sobre la proyectada grandeza del protagonista, quien habría nacido en el mar y fue lavado con agua de coco. También el famoso doctor Georg le diría mucho años después. “Te conozco desde que trajeron aquí a tu madre y a ti recién nacido y recién resucitado, porque al nacer en las aguas estuviste clínicamente muerto, por asfixia. Me pareció que naciste para algo grande como Sigfrido, el héroe de los nibelungos, una leyenda de mi país. Sigfrido también apareció entre las aguas, lo cual no es propio de hombres comunes. Tú has nacido con las señales propias de la gloria, estás signado por un mandato superior que viene de lo invisible” (Pág.89).

A propósito de las peculiares circunstancias de su nacimiento, el protagonista está marcado por el “Síndrome del Gemelo Desaparecido”, ya que al parecer El Chino, Víctor Villegas, Martín Manuel de Soto Leyba o Enárboles Cuentes, varios de nombres con los que se identifica en esta historia, tuvo un hermano mellizo que había nacido antes que él en España, y del cual nunca logró separarse emocionalmente, aunque no llegó a conocerlo. Pero lo cierto es que no queda del todo claro si llegó al mundo en las aguas de Macorís o en tierra de Castilla ni hay certezas sobre la fecha verdadera de su nacimiento ni quién es. Tampoco hay nada seguro sobre su nombre, pero da testimonio de que se siente mitad pez y mitad hombre.  Sabe que su espíritu es ardiente y su poesía marítima y fluvial y da testimonio acerca de su íntima relación con el mar y de que en una ocasión le dio una paliza a un tiburón. “De algo quiero dejar constancia y es que yo juré frente al mar de San Pedro, nunca apartarme de él. Apuñalado de nostalgia, me instalé en Santo Domingo y mi primer acto consistió en comunicarme con el mar. Toqué su piel de espuma y palpé su risa estrellada en rocas. Se laxó mi espíritu y una parte de mis tensiones cayeron como fruta picoteada” (Pág. 105). Es decir, la estrecha relación de hombre y naturaleza palpita en el interior de nuestro protagonista.

El personaje-narrador explora las turbulencias de su espíritu y  hace un relato de tinte interiorista: “Charlotte Amalie me miró de una forma que pareció trasladar hasta mí todo lo que conservaba en su interior, todo lo que guardó durante el enclaustramiento a que la conminó la voluntad paterna durante nueve meses. Sentí la transmutación, percibí que su sangre penetraba por mis venas, que los átomos de su cuerpo se sumaban a los míos, que sus pulmones trasegaban hacia los míos la porción de aire que empleaban. Me percaté de que mis neuronas se empaparon de las palabras de Charlotte Amalie, que presurosas pasaron como pájaros sorprendidos o como peces desquiciados” (Pág.89).

Muchos Enárboles o Villegas

Enarboles Cuentes encarna muchas personalidades. Por tanto,  ante el lector desfilan variados arquetipos: el intranquilo y curioso mozuelo de los primeros años, el ladronzuelo de frutos, el vendedor de sangre por necesidad, el diestro saltador en pértiga, el mujeriego desenfrenado, el mejor mecanógrafo, el mellizo nostálgico, el padre ávido por encontrar a los cuatrillizos procreados con Charlotte Amalie, el activista cultural convencido, el rebelde opositor anti trujillista, el vate comprador de versos a poetas borrachos, el profesor universitario, el   intelectual o el abogado capitalino,  deseoso de morir en la calle El Conde… Mas el protagonista no deja de ser el ingobernable que en una ocasión entró en el vientre de una ballena, luego de que le sacaran las vísceras, por lo que lo llamaron Jonás.

La inclinación poética del personaje se definió temprano, tal vez dice él en el vientre de la madre, donde surgiría su primer ¿poema prenatal?, y con el doctor De Windt y otros maestros aprendió métrica y conoció la obra de bardos como Rubén Darío, y probablemente el arte de hacer versos lo salvó de las garras asesinas de Jhonny Abbes García, el sanguinario jefe del SIM trujillista, cuando estuvo en prisión.

San Pedro, mezcla de culturas y razas

El marco epocal en que se hilan las historias del impar Ernárboles en el San Pedro de la era trujillista muestra el resultado de las inmigraciones de cocolos y de otros extranjeros que llegaron a la pujante provincia a trabajar en el corte e industrialización de la caña de azúcar y permearon el fértil terruño con nuevas manera de hablar, comportarse y creer.

El narrador contextualiza las circunstancias socio-económicas en que se desarrollaba su vida cuando hacía sus primeros trabajos allá en el barrio La Arena, donde abundaban prostíbulos y cafetines y saciaban sus apetencias aventureros llegados de todas partes, atraídos por el boom azucarero. En la zona, laborando como camarero en el restaurante El Cachorro, el díscolo muchacho aprendió a lidiar con borrachos y gente de toda especie.

Y al respecto narra: “Cuando el azúcar sonó sus alegres trompetas vinieron de todas partes los danzantes. Del otro extremo del mundo llegaron sirios, libaneses y palestinos. Llegaron sin traer más que aspiraciones y nombres de extraño sonido y grafía, iniciaron el comercio ambulante de tejidos y pronto se convirtieron en los líderes del comercio local…” (Págs. 39-40).  Consta, igualmente, el asentamiento de cocolos y alemanes, inmigrantes que cambiaron la dinámica provincial y transformaron las expresiones culturales de San Pedro de Macorís.

Las Memorias de Ernárboles Cuentes son retrato sociológico, un reflejo de la lucha política y del valor con el que una parte de la juventud confrontó a la dictadura de Trujillo y luego repelió la invasión norteamericana del 65. El cronista teje la realidad de aquellos años, los modos de vida de la gente, las nuevas costumbres que extendieron la lectura de la Biblia luterana, los cultos protestantes y la ingesta de harina de maíz con pescado, dompling,  funyi, yaniqueques y otros platos traídos por los influyentes cocolos.

La novela de Peralta Romero da testimonio del desastre ecológico que significó el desmonte de los bosques para despejar las llanuras que darían paso a los verdes y productivos cañaverales del Este. Y relata:  “Mira como es la vida y cuán insondables resultan los misterios que la envuelven, todavía muchos se asombran de que los bosques de San Pedro de Macorís, antes de que los desfloraran alegremente, los ingenios de azúcar, albergaran una dilatada población de conejos gigantes…” (Págs. 52-53).

Estas narraciones de Peralta Romero nos adentran en los cautivadores atractivos de la tierra macorisana, pues en ellas se refieren las excursiones de la revoltosa muchachada por los bosques y la loma de Los Guayos, donde nace el río Higuamo, y los paseos por la de Los Copeyes, los recorridos por el Soco, o las zambullidas en la Fuente del Oro, “maravilla de la naturaleza, donde ocurría constantemente un movimiento de agua en poco espacio y ésta se movía en remolino, un verdadero jacuzzi dado por la naturaleza”  (Pág. 64).

También el autor revela la inimaginable existencia, frente a la Playa del Muerto, en el centro de la ciudad de unos árboles extraños, que producían música, del que brotaban verdaderas melodías, como conjunto de violines y flautas.

Narración, lenguaje y reflexión

Peralta Romero narra con buen pulso, recurriendo a descripciones y diálogos, ricos en recursos poéticos. Se explaya en los bosquejos de la naturaleza, en la exploración del interior de los personajes y de sus emociones y persigue las honduras en los perfiles de los diversos Enárboles.

La poesía que subyace en muchos pasajes de la novela estiliza el texto, aderezado además por dominicanismos, refranes y otras expresiones propias de la oralidad vernácula. Por ende no es extraño que en la narración de varios episodios se encumbre la prosa hasta alcanzar belleza expresiva o aparezcan expresiones locales en boca de Ernárboles o de otro personaje. Por ejemplo: “Porque soy un hombre al que le pesan los ruedos de los pantalones” (Pág.74) o“Mejor me desgarito de aquí o me quito la vida, antes que deshonrado” (p.75)… “hijo de gato caza ratón” (Pág.116).

En relación a la galería de personajes, no sólo Ernárboles o Villegas surgieron de la realidad. También  muchos otros como patriota Gregorio Urbano Gilbert, el intelectual Contín Aybar,  el celebrado  poeta Pedro Mir, también nativo de San Pedro, el  terrible Abbes García y  el famoso doctor Carl Theodore George, filántropo de origen prusiano, que dejó huellas perennes en la región.

En la obra encontramos verdades incontrovertibles, algunas contenidas en las cavilaciones del personaje-narrador, como la siguiente: “Sin dudas, que el tiempo es un juez ceremonioso, posiblemente tardío, y tiene que ser así para que sus sentencias resulten inapelables, absolutamente inapelables” (Pág. 101). O esta otra reflexión certera: “La historia no miente, puede mentir quien la escribe, pero nadie puede torcer el rumbo de la historia, ni borrar la inexorable conexión de un hecho con otro” (Pág. 114).

Esta novela de Peralta Romero nos entrega un cosmos harto complejo y nos abre variopintas perspectivas, que de seguro habrán sorprendido y superado las expectativas de Villegas, el inspirador y protagonista de una jugosa e inventada vida, que como esta narrativa nos ha sumergido en el asombro.