La Academia Dominicana de la Lengua: centro de estudios del español dominicano

Por María José Rincón

Miembro de número de la ADL

 

En la Academia Dominicana de la Lengua, fundada en Santo Domingo, República Dominicana,  el 12 de octubre de 1927, conmemoramos este año el nonagésimo aniversario de su fundación, y continuaremos haciendo lo que sabemos hacer: fomentar el estudio y el buen uso de la lengua española.

Manuel Patín Maceo, miembro fundador de nuestra Academia, publicó uno de los primeros diccionarios dedicados al registro de nuestro vocabulario. No es otro el empeño de los académicos. Acercarnos a la vida de las palabras con avidez y respeto. La lengua en la que se expresan los dominicanos comienza en el proceso de criollización la aportación de nuestros hablantes al caudal inagotable y compartido del español general.

La conciencia de la internacionalidad de nuestra lengua se forjó desde que, en la cubierta de embarcaciones que hoy nos parecerían cáscaras de nuez, atravesó el Atlántico para alejarse de los valles castellanos que la vieron nacer y extenderse humana y territorialmente por la ancha y larga América, hasta convertirse en la lengua que hoy consideramos materna más de cuatrocientos setenta millones de hablantes y que estudian, como segunda lengua, más de veintiún millones.

La ADL fomenta el cultivo del buen hablar que asegura, como ninguna otra cosa, la cohesión y la vitalidad del español. Un objetivo que ya reconoció el poeta y académico Dámaso Alonso en su «Unidad y defensa del idioma»: «… nuestra lucha tiene que ser para impedir la fragmentación de la lengua común». La investigación filológica y la divulgación lingüística y literaria son los aperos que nos asisten en la labor, en la que se hace imprescindible el esfuerzo y la colaboración de muchos.

La labor académica panhispánica ha rendido sus frutos. Sus obras se han convertido en libros de cabecera de los buenos hablantes y aspiramos a que sirvan de inspiración y ayuda a los que quieren llegar a serlo. Si repasamos solo la producción de estos últimos años no dejaremos de enorgullecernos. Acompáñenme, si no, en este repaso por las tres obras fundamentales en el estudio de una lengua: ortografía, gramática y diccionario.

La Ortografía de la lengua española de 2010 nos recuerda que nuestra lengua es un producto cultural e histórico que va tomando forma a lo largo de siglos y con el uso continuado de cientos de millones de personas. Los hablantes somos los responsables de irle aportando su carácter, sin olvidar que no hemos sido nosotros los primeros que hablamos en español y que no vamos a ser los últimos. Todas las variantes fonéticas, incluidas las dominicanas, quedan recogidas por un conjunto de sistemas convencionales de representación gráfica, que es lo que en la actualidad entendemos por disciplina ortográfica. Las pequeñas variantes ortográficas presentes en los hablantes dominicanos cultos se registran en esta obra académica gracias a los aportes de los académicos especializados en esta área del conocimiento lingüístico.

En 2010 ve la luz la Nueva gramática de la lengua española. Su texto fue aprobado por todas las academias, entre ellas la dominicana, en 2007. Sus páginas nos acercan al «maravilloso artificio de la lengua» en su verdadera diversidad y en boca de hablantes de todas las zonas donde se habla español. El enfoque panhispánico ha logrado lo que muchos anhelábamos: el Diccionario de americanismos. Su punto de referencia lo constituye el léxico compartido por todos los que hablamos en español, y que representa más del ochenta por ciento de nuestro vocabulario. Lo que identifica y le da personalidad a este diccionario es que recoge el léxico propio del español de América, que supone la población y la extensión territorial mayoritaria de los hablantes de español como lengua materna, desde Tierra del Fuego en el sur del continente, pasando por nuestra isla caribeña, al gigante estadounidense, hoy por hoy el segundo país hispanohablante del mundo.

Las aportaciones lexicográficas de primera mano de la comisión académica dominicana sobre el uso y la difusión de cada vocablo entre los hablantes dominicanos acortó la brecha de conocimiento del caudal léxico de la variedad del español que hablamos en esta isla.

Un buen ejemplo de colaboración interacadémica es el Diccionario de la lengua española, nuestro diccionario académico. Entre las faenas que se les encomiendan a las Academias está la de proponer la incorporación al DLE de una selección de palabras vigentes en los países hispanohablantes. Nuestra tarea consiste, por tanto, en certificar los usos dominicanos para que, en concurrencia con los de otros países hispanohablantes, puedan ser considerados para su inclusión en el lemario del diccionario oficial. Cada Academia recibe como material de trabajo las listas de los americanismos (todos los lemas y sus acepciones) correspondientes a su país. Para avalar cada uso deben aportarse textos en los que se utilice la voz, ejemplos claros, breves y sin errores ortográficos o gramaticales. A estas alturas ya habrán notado que uno de los rasgos fundamentales de los lexicógrafos es la de ser extremadamente quisquillosos; en dominicano diríamos periquitosos. Toda la documentación recopilada por nuestra Academia se envía al Instituto de Lexicografía Hispánica, encargado de analizar los resultados, cotejarlos con los obtenidos por otras academias sobre sus respectivas variedades dialectales y de incorporar al diccionario los lemas y acepciones resultantes de este proceso de selección.

Esta tarea, junto con otras tantas, tan delicadas y tan trascendentes como esta, resultan en una nueva edición del diccionario, que debe adaptarse a la lengua que registra, una lengua que nunca para de cambiar. La labor que ha venido desarrollando la Academia Dominicana de la Lengua se aprecia si comparamos las cifras de dominicanismos registrados en las últimas ediciones del diccionario académico.

Nuestra labor de estudio del español dominicano no se limita a hacerlo presente en las obras panhispánicas. Fruto de nuestro interés por la investigación y la valoración de la variedad dominicana del español nos hemos dedicado al registro de nuestro léxico, que culminó en la publicación, en 2013, del Diccionario del español dominicano, una obra que refleja en toda su vigencia y su riqueza nuestra realidad léxica.

El trabajo académico exige formación, dedicación y entusiasmo, además de una conciencia activa y un conocimiento profundo de la lengua propia. El contacto diario con el español de la calle, de los medios de comunicación, de las aulas, provoca a menudo la sensación de que nada de lo que podamos aportar logrará que las cosas mejoren. El Diccionario del español dominicano ha supuesto para los que hemos participado en él el antídoto perfecto. Su publicación ha despertado un interés y una expectación que nos siguen sirviendo de acicate.  Muchos son los defensores y muchos, y más ruidosos a veces, los críticos. Los académicos, inevitablemente, siempre vamos a la zaga de la vitalidad de la lengua. Cuando una obra de estudio se publica, cuando un diccionario se cierra, ya otro está dando sus primeros pasos. Solo nos queda invitar a los hablantes dominicanos a que usen la Academia Dominicana de la Lengua, la Academia de su lengua, su Academia.