El proceso de interiorización de la creación literaria

 

“…tu luminosa aurora que en negro

 rompe, y como sol dentro de mí

 me anuncia otra verdad.

 Que tú, profunda, ignoras.

 Desde tu ser

 mi claridad me llega toda de ti…”

   (Vicente Aleixandre, “Cueva de noche”)

   “La experiencia poética puede caracterizar como un acto abierto constantemente a la trascendencia, desde el momento en el que el poeta se propone una aventura, una travesía por la alteridad y la subjetividad para hacer perceptible el universo sensible” (Jorge Chen Sham).

 Resumen del contenido o abstract

El acto de la creación conlleva un proceso de interiorización ¿Por qué se necesita llevar a cabo este proceso? Porque el autor de una obra, para plasmar una creación, entra en comunión con la sustancia de una realidad. Para entrar en comunión con las manifestaciones de la realidad, desde la perspectiva de la creación no debe hacerse desde fuera, sino desde adentro, en estrecho contacto con su esencia peculiar, para lo cual hay que instalarse en el interior de la cosa. Para hacer una literatura interiorista hay que tener la capacidad para establecer una comunión con lo viviente, proceso que requiere un grado de coparticipación del autor con la sustancia que le inspira. El autor tiene que tener la capacidad para auscultarse a sí mismo y auscultar las cosas. El creador de una obra literaria ha de abrir sus sentidos hacia los efluvios de la creación, condición indispensable para establecer un vínculo con la esencia de lo viviente. Con ese fin, busca el sentido profundo de fenómenos y cosas, y ese sentido profundo conlleva un proceso de interiorización en la realidad. La creación tiene el propósito de provocar una emoción estética y una fruición espiritual. Esa meta no se logra si el autor no escribe desde el interior de la cosa, única manera de captar su esencia y su sentido.

Visión interiorizada de la creación

En la energía de la lengua radica la creatividad; en la energía de la conciencia radica la espiritualidad; y en la energía de la realidad radica la sustancia que activa la conciencia y concita la creatividad, de manera que hay una correlación entre la conciencia, la lengua y la realidad. Todo eso entra en juego en el acto de la creación. Desde luego, me estoy refiriendo a una obra inspirada, a una obra literaria que es efecto de una vivencia personal, que responde a una apelación profunda, apelación que despierta la intuición de la inteligencia y la percepción de la sensibilidad y, entonces, eso hace posible atrapar la dimensión honda y trascendente de las cosas y crear verdades metafísicas con belleza sublime para ahondar en el sentido.

La poesía es la más alta manifestación creativa del espíritu y la más alta creación de la palabra, ya que permite desarrollar una conciencia especial de las cosas, de tal manera que se puede ver a la poesía como un medio de conocimiento o una vía de contacto con la realidad, porque la creación poética aborda la realidad en todas sus expresiones. El sujeto poético o el sujeto creador, como autor de la obra poética, se pone en contacto con la realidad desde su sensibilidad. Los poetas han desarrollado una sensibilidad especial, tienen una sensibilidad arrebatada y por esa sensibilidad entran en comunión con el alma de lo viviente y el sentido de las cosas; y, en tal virtud, pueden dar una mirada profunda, percibir las vertientes de las cosas que los demás no perciben, porque tienen, además, una inteligencia sutil y, en virtud de esa inteligencia, pueden penetrar en el trasfondo de las cosas y captar la dimensión esencial de lo existente o la dimensión especial de las cosas desde su interioridad singular, porque todo tiene una interioridad y todo tiene un sentido y un valor. La mirada poética es una mirada interiorizada ya que penetra en el nivel interno y profundo de las cosas.

Los poetas procuran la belleza de las cosas, pero los genuinos poetas no se conforman con expresar solo la belleza sensible, sino que quieren algo más que la simple belleza, quieren expresar otra dimensión; algunos procuran expresar la dimensión metafísica, filosófica, sicológica, antropológica y mística, con una mirada poética, porque la poesía abarca todo lo existente, comprende toda la realidad y la realidad se les presenta en todas sus formas, en todas sus vertientes y niveles, porque no solamente van a captar o a expresar lo que sensorialmente perciben de las cosas a través de los colores, sabores, olores, sonidos y texturas de las cosas, sino que van a buscar otra cosa, van a buscar esa otra dimensión de la realidad, que no se percibe con los sentidos corporales, sino esa otra dimensión que se percibe con los sentidos interiores.

En el poema “Casida de la rosa” (1), el lírico español Federico García Lorca dio forma a la imagen de la rosa en busca de otra cosa, una manera sugerente que la flor concitaba en el interior del creador, proyección de una alusión simbólica:

La rosa

no buscaba la aurora:

casi eterna en su ramo,

buscaba otra cosa.

La rosa

no buscaba ni ciencia ni sombra:

confín de carne y hueso,

buscaba otra cosa.

La rosa

no buscaba la rosa.

Inmóvil por el cielo

buscaba otra cosa.

 

La esencia de la poesía da cuenta de la faceta trascendente de la realidad, que captan los sentidos interiores, que van más allá de los datos sensoriales de las cosas. Los sentidos interiores, que son los sentidos metafísicos, permiten ahondar en la intimidad de las cosas y en la dimensión profunda que tiene todo lo existente; ese calado lo logran los poetas porque hacen uso de un poder que tenemos los seres humanos, pero no todos sabemos usar adecuadamente ese poder, propio de los sentidos interiores, como el poder de la intuición, la imaginación y la memoria. Mediante la intuición podemos adentrarnos en el alma de las cosas, en el espíritu de lo viviente, en la dimensión esencial y espiritual de lo existente, y eso lo ha plasmado la gran poesía de todos los tiempos, que es la poesía metafísica, ya que ahonda en la dimensión profunda de la realidad, de manera que poeta es quien sabe ahondar, con belleza y sentido, en la dimensión interior de lo viviente. En ese sentido esencial del concepto de poesía, cualquier persona que asuma la palabra para versificar con ella, si no han desarrollado los niveles profundos de la inteligencia y la sensibilidad, no puede dar con la dimensión esencial de lo existente al que llegan los poetas que han desarrollado el potencial perceptible de su sensibilidad profunda.

El Interiorismo, la doctrina estética que promueve el Ateneo Insular, enseña que hay que hacer una creación que, al tiempo que dé cuenta de la realidad sensorial, dé también cuenta de la realidad suprasensible, que es la realidad trascendente, mediante una comprensión de la vertiente profunda de las cosas, justamente para crear una poesía interiorizada y mística, para hacer de la palabra poética el puente que establezca una comunión entre el sujeto creador y la realidad esencial de las cosas. Para realizar una creación que establezca una comunicación desde la palabra con la esfera profunda de lo viviente, con la realidad cósmica y la realidad trascendente, hay que dar una mirada interiorizada. No se trata de escribir simples versos a través de los cuales canalizar una emoción o un sentimiento; no se trata de escribir versos a través de los cuales canalizar la percepción de la belleza sensorial; hay que procurar el sentido hondo y profundo, con una vocación trascendente, para valorar lo que Platón llamaba “el mundo ideal”, de manera que podamos compenetrarnos con la vertiente metafísica de lo existente mediante una mirada profunda de las cosas; y, sobre todo, hacer una creación a través de la cual podamos elevar la conciencia desde la vivencia estética de lo real, que es una manera de conseguir el cultivo del espíritu pasando por la conciencia de las cosas.

La alta poesía contribuye al desarrollo de la conciencia espiritual, de la conciencia metafísica, que es la conciencia de la trascendencia y la conciencia cósmica. Estamos insertos en un ámbito del Universo, pues somos uno con el Universo y hay una relación entrañable entre cada ser humano y la totalidad del Universo, de tal manera que no solo somos seres individuales, sino que somos seres insertos en la totalidad de lo existente, ya que formamos parte de una unidad cósmica; por eso, todo se relaciona con todo; todo tiene una relación profunda con todo y, en tal virtud, podemos establecer una relación entrañable con la totalidad de lo viviente desde nuestra sensibilidad. Ese poder de la sensibilidad contribuye a valorar la condición humana y el alcance de la creación que realizan los poetas, por cuanto desde su sensibilidad establecen un vínculo con lo existente. Mediante ese vínculo, el poeta puede iluminar la percepción de lo real para hacer de su obra un producto significativo, de tal manera que cuando leemos o escuchamos una poesía o una creación literaria, si nos parece interesante y significativa, el lector piensa que eso lo hubiera escrito si supiera escribir. Decía el poeta español José María Pemán que esa es la reacción del lector cuando lee una buena poesía, ya que se siente identificado con ella y, si tuviese la capacidad para escribir, escribiría una obra semejante, justamente porque es el reflejo de lo que la inteligencia profunda y la sensibilidad arrebatada pueden testimoniar con la palabra.

Para desarrollar la sensibilidad estética, cósmica y mística hemos de canalizar la vocación contemplativa, valorar el silencio, cultivar la soledad, procurar el sosiego interno y privilegiar la vida interior de la conciencia para que fluyan los efluvios de la Creación de manera que podamos lograr el proceso de interiorización en la realidad y el sentido de las cosas, condición inexorable para tener una vivencia con la realidad, una compenetración desde nuestra dimensión entrañable, paso indispensable para captar la voz interior y la voz universal, para lo cual es necesario sentir en el espíritu.

La mística es una actividad de la sensibilidad y la conciencia. El desarrollo de la conciencia mística y de la conciencia creadora es consecuencia de una interiorización, por lo cual el Interiorismo postula la lírica  mística como opción preferente para el desarrollo de una estética con dimensión espiritual. La creación de la poesía y la vivencia mística suponen esa capacidad de interiorización y el desarrollo de la sensibilidad espiritual, que es el más alto estadio de la sensibilidad trascendente. Ese estadio de la conciencia es indispensable para lograr una literatura que se pueda definir o identificar como expresión mística. Para que el poeta o el narrador puedan hacer efectiva la creación literaria, es decir, hacer lo que suelen hacer los creadores, tienen que lograr una compenetración con la realidad, con la sustancia de su creación y con su propia vivencia, porque se trata de una singular experiencia del sujeto creador: una vivencia de la conciencia y una vivencia con la materia que aporta la sustancia de la creación. El proceso de la creación, por consiguiente, no es un acto simple, superficial y externo al creador, sino que demanda la coparticipación de todo el ser en los planos de lo sensorial, intelectual, afectivo, imaginario y espiritual. Todo eso se conjuga para poner en práctica la potencia de la inteligencia y la sensibilidad.

Hay varias maneras de expresarse, así como hay también diferentes estilos, razón por la cual un autor puede acudir tanto a la poesía como a la ficción para canalizar una reflexión conceptual que dé cuenta del sentido de un hecho o un asunto. Además de las vivencias de las cosas, el creador puede valerse de la inspiración, que es una fuerza exterior al sujeto que la experimenta, ya que recibe un soplo proveniente de una fuerza superior. Hay factores creativos que propician el proceso de la interiorización.

El concepto de interiorización supone la coparticipación de la inteligencia y la sensibilidad en el interior de una realidad, ya que tiene que producirse ese trasvase de la sensibilidad hacia el interior de una realidad, de una vivencia o de una sustancia, de algo diferente al sujeto creador, aunque también el creador puede internarse en su propia conciencia para vivir los procesos que él experimenta en su interioridad. Todo tiene una interioridad. Podemos auscultar nuestra propia interioridad y podemos auscultar la interioridad de las cosas; son dos vertientes diferentes, la propia y la ajena, pero en ambas vertientes se requiere la coparticipación de la vocación creadora, de la apelación amorosa del sujeto creador y también se requiere una coparticipación de la dimensión espiritual del sujeto creador ya que va a requerir del silencio, la soledad y la contemplación, porque la creación no se hace en medio del bullicio, ni en medio de un jolgorio, ni con una mente repartida en otras cosas. Hay que lograr una concentración, que es una disciplina de la mente para propiciar el acto de la creación en la soledad del silencio y la contemplación. Cuando hablamos de la creación tenemos que hablar de un método para lograr la interiorización, indispensable para crear.

La interiorización no se logra sin una disciplina de la conciencia: se necesita esa disciplina de la conciencia para lograr la interiorización. El hecho mismo de la interiorización requiere la coparticipación de la inteligencia, la intuición y la sensibilidad, porque entraña una disciplina mental. La creación literaria entraña la creación de una imagen, un concepto, un tono y una técnica de creación. Cuando inventamos una imagen hemos de aplicar una técnica de composición que la haga visible. Así se da cuenta del estado intelectual, imaginativo, emocional y espiritual del creador y requiere una vivencia desde la cosa, bajo la cosa y con el interior de la cosa o el interior de la sustancia, pues esa vivencia es lo que hace que el creador de una obra literaria experimente intuiciones y emociones intelectuales, espirituales y estéticas de manera profunda, intensa y totalizadora.

 Proceso interiorizado de la creación

 El acto de la creación no es un ejercicio superficial y rutinario: requiere la participación de la inteligencia y la sensibilidad del  sujeto creador para lograr una buena obra literaria (poética, narrativa, teatral, ensayística, crítica) o artística (pictórica, musical, escultórica, arquitectónica). Para lograr una creación es necesario que el sujeto creador ejecute un proceso de interiorización. Ya dijo Henry Bergson que el sujeto creador, para efectuar la creación, tiene que instalarse en el interior de la cosa. Ese intelectual francés, en su Introducción a la metafísica, explica lo que es la filosofía y la comprensión de la realidad. En ese texto sostiene que la obra de creación es fruto de la intuición, la que requiere “instalarnos en el interior de la cosa para coincidir con lo que tiene de único y por consiguiente de inexpresable” (2). Por tanto, el creador tiene que insertarse en el interior del objeto para lograr una convivencia con la realidad, una compenetración con su esencia y su sentido. Ese proceso requiere la aplicación de cinco pasos indispensables para lograr la creación:

   1. INSTALACIÓN DEL SUJETO EN EL INTERIOR DEL ESTADO CONTEMPLATIVO. El creador debe integrarse a un proceso contemplativo durante el acto creador, es decir, participar del estado contemplativo o instalarse en el interior del estado contemplativo para sentir y expresar lo que concita la intuición de la inteligencia y la percepción de la sensibilidad, única vía para penetrar en el interior de la cosa.

   2. COMPENETRACIÓN DEL SUJETO CON LA SUSTANCIA DE LO CONTEMPLADO. En ese proceso el sujeto creador se interna en el interior de la cosa en procura de una identificación intelectual, afectiva, imaginativa y espiritual con lo contemplado.

   3. CAPTACIÓN Y RECREACIÓN DE VIVENCIAS, SENSACIONES E INTUICIONES. Mediante un proceso contemplativo el sujeto creador se abstrae del mundo circundante y se concentra en su vivencia para lograr la compenetración con lo viviente. El creador debe compenetrarse con la realidad que le inspira para lograr una compenetración plena y profunda con la realidad única vía para sentirla, captarla y expresarla.

   4. CONCIENCIA DEL ESTADO DE VIVENCIA, COPARTICIPACIÓN Y CREACIÓN. En la interiorización fluye la vivencia de lo contemplado mediante el proceso de coparticipación e identificación emocional, imaginativa y espiritual con la certeza de lo contemplado, sabiendo lo que está experimentando lo contemplado, pues el creador ha de sentir la cosa sintiendo en el espíritu la sustancia o la esencia de lo contemplado.

   5. VIVENCIA INTUIDA DEL PROCESO INTERIOR DE LA CONCIENCIA. Mediante el ejercicio de la contemplación y la vivencia de lo contemplado el sujeto creador puede expresar en el lenguaje de la intuición la dimensión de esa experiencia con calidad estética y sentido trascendente. La vivencia y la formalización de la contemplación estética es consecuencia de un proceso interior que experimenta el sujeto creador en su sensibilidad y su conciencia. Cuando el sujeto creador tiene esa vivencia con la sustancia de la realidad que le sirve de inspiración puede desarrollar la energía interior de la conciencia y el impulso creativo de la sensibilidad.

El texto VI del poemario Esperaba la tarde (3), de Gustavo González Villanueva, expresa la descripción de la tarde cuando el sujeto poético desplaza a la naturaleza lo que inunda la sensibilidad del contemplador, una manera de mostrar el desplazamiento de lo que interiormente siente la persona hacia el acontecer de lo viviente:

La tarde esperaba la voz, la del novio,

llamándola queda, como en un susurro:

no se entere el viento, no se entere el fuego,

tan solo se entere quien debe enterarse.

La tarde esperaba desde hacía siglos la voz,

que llegara, que le diera aliento y que le dijera:

Terminó tu espera. Ya en el horizonte

no escrutes más signos ni cuentes los días…

La tarde invadida de inmensa alegría,

su espera invadida de lleno inmedible,

ni tiempo, ni espacio, ni ayer, ni futuro,

¡la tarde, qué inmensa, qué inmensa la tarde,

en tanto que espera!

El acto creador, por tanto, es un ejercicio de la sensibilidad y la conciencia en el que se requiere la coparticipación de la potencia creativa del sujeto creador. En ese sentido hay formas, vías o modos de interiorización en la realidad, porque el creador en primer lugar ha de capturar el sentido de lo real, estar consciente de que está llamado a capturar el sentido de lo real y eso significa que cuando se instala en el interior de la cosa, lo hace para captar su esencia y su sentido. Por eso decía el poeta inglés William Blake que el genuino creador es aquel que logra “ver un mundo en un grano de arena”. En cualquier manifestación de la realidad donde la mayoría de la gente no ve nada, el poeta ve “un mundo”. Ve un horizonte de símbolos, un mundo de efluvios, un conjunto de señales con sentido. Por esa razón los creadores tienen vivencias profundas. El que no es creador no entiende ese tipo de vivencia que experimentan los creadores. Con ese fin, los poetas tienen que internarse en un mundo interior, en un “mundo ideal” para compenetrarse con su esencia, para tener esa vivencia interior, para nutrirse espiritual y estéticamente. Ese proceso tiene que darse con intensidad, porque es la única manera que garantiza el hecho de poder crear algo significativo y trascendente para otro, porque podemos tener vivencias singulares sin la capacidad para hacerlas sentir a los demás como las sentimos interiormente.  Todos tenemos vivencias interiores profundas, pero no todos podemos darles forma estética a esas vivencias de tal manera que sean válidas para otras personas, con parecida intensidad como la vivió el sujeto creador, lo que implica la capacidad para capturar  el alma y la voz de las cosas. Todo tiene un aliento y una voz. El Cosmos tiene una voz y los creadores captan esa voz.

Algunos creadores sienten que reciben de lo Alto, tanto la voz como las palabras que la expresan, como reconociera el propio san Juan de la Cruz. Viene bien recordar el planteamiento de Víctor García de la Concha sobre los símbolos en su libro sobre el místico abulense: “Una monja que, por los mismos años, oía embelesada a Juan de la Cruz recitar sus versos, le preguntó, ingenua, si aquellas palabras se las daba Dios. El frailecico le contestó que unas veces se las daba Dios y otras las buscaba él: en la poesía tradicional, en los ecos de los clásicos antiguos y en las voces de los nuevos, en la Biblia. Pero lo más importante es que él buscaba de un modo formalmente diverso del de su compañera aunque sustancialmente idéntico: trastornando la retórica. Era una necesidad. En un dibujo del monte de perfección -el del Carmelo al que hay que subir- Juan de la Cruz había trazado en la base varias sendas que, a medida que ascienden, se van reduciendo. Hay un punto en el que se avisa: “Ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley”. Pues así, en la escritura: valen, en la base, símiles, alegorías. Pero llega un momento en que no hay camino; a partir de ahí, negado a todo, trastornando la retórica, Juan de la Cruz explora el camino del símbolo, algo nuevo en la lírica española y europea. Es una escritura rigurosamente fundacional” (4).

En segundo lugar, para crear realizamos lo que acontece en una vivencia interior. Los creadores pueden canalizar el impacto emocional y espiritual que la realidad imprime en su sensibilidad y su conciencia. Las cosas influyen en nosotros; la realidad circundante nos envuelve con sus efluvios y deja una huella en nuestro interior. Entonces, expresar esa huella es parte del mecanismo y el proceso de creación para dar con el sentido de lo que experimentamos. Podemos expresar nuestra propia voz interior o la voz de las cosas. Las cosas tienen una voz, una voz interior; nosotros tenemos una voz interior, que es la voz personal, y esa voz personal es genuina en la medida en que lo que escribimos sea fruto de esas vivencias experimentadas por nosotros mismos, no vivencias experimentadas por otros. Cuando un autor imita o recrea vivencias ajenas no lograr una creación genuina, porque no se puede hacer una creación original a partir de la lectura de otro texto, ya que así no es una creación genuina. La creación es genuina cuando es fruto de una vivencia personal. La clave de una buena creación es fundar la creación en nuestras intuiciones y vivencias.

En tercer lugar, hay que enfocar la emoción estética y espiritual que producen en nosotros los efluvios naturales y sobrenaturales cuando nuestra sensibilidad entra en contacto con las cosas. Experimentada esa vivencia, compenetrada nuestra sensibilidad con la sustancia de una cosa, podríamos dar con la intuición de verdades hondas, que son verdades metafísicas o verdades poéticas que expresan belleza trascendente. Eso es posible si logramos fundar nuestra creación en genuinas vivencias interiores y, sobre todo, si sabemos acoplar la sustancia de la materia a la forma de la belleza con sentido.

La ensayista y crítica literaria dominicana Flérida de Nolasco publicó un estudio sobre la poesía de su compatriota Héctor Incháustegui Cabral (5), donde subraya la importancia de escribir una creación fundada en “la forma bella que adquiera, por la magia del artífice, el pensamiento hermosamente concebido”. Eso quiere decir que hay que plasmar la belleza con sentido. No es simplemente la expresión de la emoción y la belleza, sino que esa emoción y esa belleza han de tener, inherente a la expresión, el sentido que aporta el pensamiento profundo. Lo importante de esto es entender la actitud que asume el creador cuando se enfrenta a la realidad, porque el sujeto creador podría describir la realidad como es o como la percibe o asumir la realidad y dar una interpretación de la realidad. El autor podría calar la dimensión profunda de la realidad con la participación de la inteligencia sutil, que permite captar la dimensión trascendente de las cosas. En su obra ha de procurar la belleza de la forma o la belleza del pensamiento, que es el acoplamiento de una imagen y un concepto consustanciado en la materia que la acoge.

Ese planteamiento es importante porque la poesía metafísica o la lírica mística penetran esos niveles hondos de la realidad, cuando van más allá de la apariencia sensible, que es lo que el creador debe capturar. Las grandes obras literarias han sido obras metafísicas que calan ese sentido profundo de las cosas. Por eso decía Antoine de Saint-Exupéry en El Principito que lo más importante no se ve, porque lo más importante subyace  en la esencia, que no se ve, pero se siente y se capta. Esa dimensión entrañable de las cosas lo capta la inteligencia metafísica. El concepto “metafísica” no alude a abstracciones o generalizaciones. La gran literatura no trabaja con abstracciones, ni con fantasías, ni con especulaciones, ni con suposiciones, sino con realidades sensibles o realidades suprasensibles, pero siempre con realidades profundas que son las realidades metafísicas.

La metafísica no es una abstracción, no es una expresión aérea y ausente. La metafísica es la parte interior de la realidad, la dimensión metafísica es aquella vertiente de la realidad que no se ve, pero hay muchas cosas que no vemos, como el alma o como las emociones, pero las sentimos.  No podemos decir “esta es mi alma”, como puedo decir este es mi dedo o esta es mi nariz. Hay muchas señales metafísicas que no se ven, como el tiempo, que no se ve y efectivamente existe.

 Interiorización e interacción creadora

 Como estamos hablando de la metafísica, ¿se puede considerar esa vertiente como la dimensión profunda de las cosas? Sí, es una manifestación interior de la realidad, razón por la cual la metafísica es la búsqueda del sentido, lo que sensorialmente no se capta.

¿En qué se diferencia la verdad poética de la verdad filosófica? La verdad poética es diferente de la verdad científica y de la verdad filosófica. Son verdades diferentes. La verdad poética es diferente a la verdad filosófica y de la verdad científica, porque la verdad poética se funda en una creación inspirada en la percepción de intuiciones y vivencias. Ahora bien, en la obra literaria hay que diferenciar la forma y la materia.  La forma es la manera como se plasma el contenido y la materia es la sustancia que sirve de medio para plasmar una intuición o canalizar cualquier otra idea de la realidad.  En el acoplamiento de la materia y de la forma, el objeto es tan solo un pretexto que se ofrece al poeta para crear la forma, pues la verdad de la poesía no es la expuesta verdad de la vida, decía Flérida de Nolasco en el artículo citado. Una cosa es la realidad y otra cosa es el enunciado del poeta que habla de una realidad, a menudo, imaginada o ficticia.

 El Interiorismo es una estética concebida para ahondar en la vertiente interna y esencial de las cosas, por lo cual implica: 1. Atrapar el sentido que los fenómenos y las cosas tienen. 2. Captar la esencia que subyace en la sustancia de las cosas. 3. Expresar la llama o el alma que late en lo viviente. 4. Verter la huella que el acontecer de lo viviente o el acontecer del mundo imprime en la conciencia.

Hay una fuerza, un aliento que tienen las cosas, y podemos sintonizar ese aliento o esa llama, si establecemos una comunión con las cosas. El alma del creador puede ponerse en comunión con el alma de las cosas. Cuando eso se logra se despierta en el sujeto contemplativo, que experimenta esa vivencia, la chispa de la creación. Eso es un aspecto fundamental para entender el proceso de la creación.  El creador ha de tener conciencia del mecanismo de la creación. Crear es formalizar la huella que el acontecer de lo viviente o el fluir del mundo imprime en la conciencia. Experimentamos el influjo de las cosas. Nuestra sensibilidad es como una esponja que absorbe todo. Hay cosas que influyen de una manera particular, según la sensibilidad de la persona. Una cosa influye más que otra, según la sensibilidad del sujeto receptivo. Hay cosas que nos dejan indiferentes y a otros los conmueve. Eso obedece al talante de nuestra sensibilidad, porque las diferentes sensibilidades no reaccionan exactamente igual. La diferencia obedece a factores genéticos, hereditarios, educativos, ambientales, culturales, sociales. Todo influye en nosotros, todo influye en la conformación de nuestra sensibilidad. La totalidad del Universo influye en nosotros y ya la física cuántica ha demostrado que nada es aislado en el mundo: hay una correlación de todo con todo.

En los tiempos antiguos los filósofos y contemplativos enseñaban estas cosas que ahora lo enseñan los científicos. Lo que los teólogos, místicos y poetas intuyeron en el pasado, ahora la ciencia de la física cuántica lo confirma. Formamos una unidad con la totalidad del mundo; hay una interrelación en todo lo existente y aunque todo no se ve, hay redes invisibles que conectan todo, de tal manera que no existe el vacío, ni la nada. En el Universo todo está lleno y conectado a través de redes invisibles. Entre ustedes y yo da la impresión de que no hay nada, pero hay algo, hay hilos conectores invisibles.

Entre nosotros y otros pueblos, países, planetas hay también hilos invisibles que nos unen, una red que relaciona todas las cosas. Por eso Leonardo da Vinci dijo: “Todo viene de todo, todo se transforma en todo y todo termina en todo”.

La inteligencia y la sensibilidad tienen la capacidad para percibir y revelar las manifestaciones de la realidad, sus emanaciones, los fluidos que vienen de las cosas y del  Cosmos. Los poetas tienen una sensibilidad altamente desarrollada para captar esas señales y esos fluidos; por eso pueden ser creadores, porque pueden testimoniar la dimensión interior de lo que perciben. El objetivo, por tanto, es descubrir lo que las cosas son, descubrir la energía interior de la creación: todo es energía, nosotros somos energía, la palabra es energía, la creación entera es energía. Estamos llamados a canalizar creadoramente esa energía que subyace en nosotros y ese es el sentido de la creación, el propósito de la creación; por eso es altamente responsable nuestra creación.

Para crear hemos de realizar un proceso de interiorización cuando nos disponemos a testimoniar nuestra percepción o nuestra intuición de las cosas, lo que requiere la coparticipación de todo nuestro ser incluyendo nuestra capacidad de amor, potencia de la interioridad que permite interiorizar en las cosas y captar su dimensión interna, la única vía para captar el sentido que las cosas tienen, para canalizar el sentido profundo de la creación. Por eso se requiere experiencias y vivencias. El creador tiene que vivir un proceso de  transfiguración. El acto de la creación es una vivencia singular: la creación es un parto del espíritu, que en la obra literaria se canaliza mediante la palabra.

Lo que estoy enfocando es una experiencia muy profunda y se puede lograr hasta con la descripción de una flor, una persona o un paisaje. Esa consustanciación se puede lograr con cualquier realidad. La creación profunda genuina postula ese tipo de vivencia, porque si se logra esta compenetración espiritual con la sustancia de la realidad, entonces es posible lograr una creación empática, una creación que trascienda, que pueda edificar e iluminar la conciencia. La alta creación es edificante e iluminadora; por eso cuando hablo de creación aludo a un fenómeno que no solamente provoca una emoción estética, sino una emoción espiritual, que es la fruición. El sentido último de la creación, lo mismo de la creación poética que de la creación narrativa o de cualquier creación artística, es llegar a la fuente del sentido con la verdad profunda. En la medida en que vamos profundizando o interiorizando lo vivido, entendemos mejor el impacto que la realidad produce en la conciencia.

Un ejemplo de Poemario suplicante (6), del poeta dominicano Aníbal J. Rosario, muestra la disposición de la conciencia cuando la persona lírica anhela otear en lo profundo del misterio o en la esencia de la realidad que desconcierta:

Dios se me desplaza en trascendencia

resbaladizo como la buena fresca agua

de llovizna repentina.

No puedo asir las aguas con mis manos

y quedo esclarecido en la mitad de una verdad,

oscurecido en la sombra de la voz que nunca oigo.

Una sugerencia me llega por limosna.

 Lloro entonces, creyente, llevado de la mano

por una fuerza que me hala, me muda, me transporta,

y ante una mujer me hace sentir hijo de los dioses.

A la mujer naturaleza

instrumento de luz magnificencia atisbo una sonrisa

y veo a Dios que me mira. Veo a Dios que me siente.

Veo a Dios y creo que me cree.

Pero no me invita Dios a trascendencia.

La obra de calidad tiene una dimensión profunda, no es una simple expresión de un capricho, sino de un trabajo intelectual, espiritual, estético. Desde luego, si el creador tiene erudición y formación intelectual, mucho mejor. Una persona que haya leído mucho está dotada de conocimientos que le permitirán dar mayor hondura y mayor brillantez a la creación, porque tendrá un horizonte intelectual más amplio y sugerente.

Un creador con la capacidad metafísica para abundar en el ser de las cosas podrá lograr una obra reveladora de aquello que supera la superficialidad. Una persona con una sensibilidad altamente desarrollada, una sensibilidad empática, abierta y caudalosa, naturalmente va a lograr conmover mucho más fácilmente a los demás, porque va a detectar los niveles profundos de la sensibilidad. Una persona con la disposición de su sensibilidad y su inteligencia para vivir y disfrutar la belleza de la Creación va a transmitir en su creación la belleza sutil y el sentido trascendente. En “Una voz mojada por la lluvia” (7), Sally Rodríguez escucha el latido de lo viviente desde la voz del agua, elemento con que se consustancia su sensibilidad empática y fecunda:

 

Luz y cristales se deshacían sobre mí

y oí tu voz

mojada por la lluvia

El fresco recuerdo

surgió desde la tierra

en la primera mañana de mi cuerpo

Las auroras brotaban de mis brazos

y mi cuerpo y tu voz

se confundieron en la lluvia.

La belleza y el sentido siempre han de estar presentes en toda obra literaria y si el autor tiene desarrollada la inteligencia sutil puede penetrar en esa dimensión profunda. Alguien que ha desarrollado su sensibilidad transcendente puede penetrar en esa capa profunda de las cosas y puede sintonizar incluso la voz de la Creación, la voz del Numen, la dimensión espiritual del Cosmos, esa energía profunda que viene de la memoria cósmica, de la sabiduría del Universo. Hay personas con la capacidad para sintonizar la sabiduría del Universo y ser portadores, canales o intermediarios de mensajes provenientes de la cantera del infinito. Hay personas con una sensibilidad  dispuesta para ese tipo de revelaciones, que es la revelación trascendente.

No todos tenemos una sensibilidad que dé cuenta de la revelación trascendente, pero existen personas que están dotadas de ese canal, de ese circuito interior muy singular que les permite conectarse con niveles profundos del Universo y transmitir verdades que vienen del torrente del más allá. Dichosos los que pueden lograr esa sintonía con las capas profundas del Universo, pero esto no depende de una receta, ni de la voluntad para conseguirlo, si no se ha desarrollado la sensibilidad trascendente.

El encanto poético se produce en virtud de una chispa, llama o luz que enciende la inspiración y genera una frase profunda con la belleza que cautiva. Hay una belleza que cautiva y un sentido profundo que estremece.

El creador genuino nace con el don y el talento para saber expresar la belleza y el sentido. Al recibir el don de la vida, recibimos los talentos que enaltecen la existencia humana, como el don de la lengua y el de la creatividad, que lo recibe todo el mundo; sin embargo, no todo el mundo desarrolla la creatividad, porque los talentos que se reciben hay que cultivarlos. Ningún talento viene desarrollado. Aunque dones y talentos tienen cierta sinonimia, puesto que se trata de poderes recibidos del Dador de toda vida, también se diferencian semánticamente. El don es una gracia divina cuya operatividad actúa con el impulso de lo Alto; en cambio, el talento, aunque también viene de Dios, obedece al cultivo que le dedicamos, pues sin el trabajo personal no se desarrollan nuestras inclinaciones intelectuales, estéticas y espirituales. De manera que mientras el don es pasivo, el talento es activo por la coparticipación de nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad. Desde luego, hay que saber proceder en la vida para tener vida, porque si uno come lo que no debe, se destruye. Hay muchas cosas que hay que hacer para conservar la vida y defenderla. Entonces, eso mismo pasa con la palabra. La palabra hay que cultivarla, aun cuando recibimos el don de la lengua, pero ese don hay que potenciarlo; recibimos el don de la creatividad, pero ese don no se desarrolla solo, hay que propiciar los factores que influyen en su formalización.

Tenemos inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales que forman parte de la condición humana. Estas inclinaciones no las tienen los animales. Los animales no crean porque no disponen del logos que propicia el pensamiento y la reflexión; solo los seres humanos creamos. Los animales repiten un patrón genético que se les dio al nacer, pero no hay creación en ellos. La creación es propia del ser humano.

Nosotros también recibimos determinadas apelaciones. Una apelación es una llamada que uno experimenta y que nos permite decir: “Yo quiero ser tal cosa en la vida, me gustaría desarrollar en determinada área del saber”. Por suerte no todo el mundo recibe la misma apelación; por eso hay tantas profesiones en el mundo, tantos oficios, tantas actividades, porque no todos recibimos la misma apelación. Cada ser humano recibe determinadas apelaciones para realizar determinadas metas y creaciones.

La apelación  es como una voz, un llamado que te dice qué tienes que hacer para realizarte en la vida. Esas apelaciones nos sugieren lo que debemos hacer en la vida.

Hay a quienes les gusta la música y viven por ella, hacen lo que sea por desarrollar ese talento. También hay quienes son llamados para desarrollar la ciencia y se consagran a tiempo completo al cultivo de una ciencia con toda su pasión. Pues asimismo pasa con la literatura y con las artes. Siempre tenemos que tener presente que ninguna vocación viene sin lo indispensable para desarrollarla. Desde el momento en que experimentamos una vocación se dan las condiciones para desarrollarla. Para crear se necesita disciplina, para la vocación creadora el conocimiento de la literatura en una vía inexorable. Ningún escritor se desarrolla como escritor si no lee y así cada vocación tiene determinadas exigencias. Ese cultivo intelectual en impostergable. Es inconcebible la existencia de un escritor que no le ponga atención al cultivo de la palabra, porque la palabra es el vehículo con el cual vamos a instrumentar la creación. Por tanto, hay que valorar la palabra y cultivarla. El sentido es descubrirte a ti mismo, descubrir lo que las cosas son, descubrir la energía interior de la conciencia y la energía profunda de la Creación, que es lo mismo que decir, la voz secreta de la Divinidad.

El Interiorismo procura atrapar el sentido que los fenómenos y cosas tienen; captar la esencia que subyace en la sustancia; expresar la llama que late en lo viviente; verter la huella que el acontecer del mundo imprime en la conciencia y percibir y revelar los efluvios provenientes del Cosmos.

Hay cuatro modos de interiorización metafísica

  1. Canalizar el impacto que lo real produce en la conciencia, que es lo mismo que decir, expresar la voz interior o la voz personal.
  2. Capturar el sentido de lo real que atrapamos al instalarnos en el interior de la cosa para percibir su valor y su esencia.
  3. Enfocar la emoción estética y espiritual que producen los efluvios naturales y sobrenaturales en la conciencia del sujeto contemplativo para apreciar la fruición de esa vivencia.
  4. Revelar las verdades trascendentes provenientes de la sabiduría universal de la memoria cósmica. Equivale a la expresión de la voz universal.

El proceso de interiorización entraña una compenetración cordial con cosas y elementos. Mediante la percepción correcta de las cosas se descubre el sentido de cuanto acontece en la vida. El sentido profundo de la creación conlleva un proceso de transfiguración de la persona mediante la vivencia de la emoción estética y la fruición espiritual. El sentido último de la creación literaria es llegar a la fuente del sentido, con su belleza sutil y su verdad profunda.

La interiorización es el proceso clave para un artista. La interiorización es un proceso que debe formalizar todo creador, en cualquier área. Hemos creado el Movimiento Interiorista para sembrar la conciencia en los creadores de manera que sientan la necesidad de conocer el proceso de interiorización, porque muchos creadores no saben que tienen que experimentar este proceso. El Interiorismo aporta la conciencia de que ese conocimiento es necesario, además de las técnicas específicas para la creación.

Es importante crear conciencia para realizar con eficacia el acto creador, porque el creador consciente va a hacer mejor obra que el creador inconsciente. Un analfabeto puede experimentar todo lo que experimenta  un escritor culto, pero no tiene la capacidad para plasmar una obra con hondura, si es analfabeto.

La contemplación es un procedimiento para compenetrarse con la sustancia de una realidad, para compenetrarse sensorial o espiritualmente con un objeto del mundo circundante. En esa compenetración emocional y espiritual con una realidad puede instalarse en la sustancia de la cosa, que es su interior.

No podemos adentrarnos físicamente en una flor, pero sí metafísicamente podemos compartir con la sustancia de cualquier realidad y eso implica un proceso interior, una compenetración con la realidad. Ese proceso es indispensable para toda creación y nos ayuda a tener una mejor comprensión de la realidad, del potencial que subyace en nosotros y de la posibilidad de lograr una compenetración sensorial, intelectual, imaginativa y espiritual con la realidad. Así podrá surgir una obra que nos trascienda.

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 1º. de noviembre de 2012.

Notas:

  1. Federico García Lorca, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1954, p. 498.
  2. Henry Bergson, Introducción a la metafísica, Buenos Aires, Ediciones Leviatán, 1956, pp. 14 y16.
  3. Gustavo González Villanueva, Esperaba la tarde, inédito. Poemario remitido al autor de este estudio por la poeta colombiana Helena Ospina Garcés, directora de los Encuentros de Literatura Mesoamericana en San José de Costa Rica.
  4. Víctor García de la Concha, Al aire de su vuelo, Barcelona, Círculo de lectores, 2004, p. 14.
  5. Flérida de Nolasco, “Héctor Incháustegui Cabral”, en Suplemento Cultural de El Caribe. Santo Domingo,  edición del 7 de agosto de 1976, p. 4.
  6. Texto inédito, remitido por el poeta al autor de este estudio en octubre de 2012.
  7. Sally Rodríguez, Animal sagrado, Santiago, edición de la autora, 2010, p. 14.

 

 

 

 

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