El Logos en la gestación de la creación

Por Bruno Rosario Candelier

 A Rocío Santos, estela primorosa de lo divino.

Este tema es importante para los que se han consagrado al estudio de la lengua y al cultivo de las letras. Los que hemos estudiado lingüística, filología o literatura, y ustedes, que son estudiantes y profesores de esta área del saber humanístico, hacen bien en participar en esta actividad, porque estimo que saldrán de aquí motivados para compenetrarse con el mundo de la palabra, con lo que implica la formación intelectual y estética, y, sobre todo, con la búsqueda y la orientación que ustedes habrán de llevar a cabo para lograr y sembrar una disciplina académica en sus educandos.

Les voy a invitar a que conmigo hagamos un viaje retrospectivo hacia el período floreciente de la antigua Grecia cuando comenzaron los estudios filológicos y donde tuvo lugar por primera vez el enfoque de la conciencia, el cultivo de la palabra, la valoración de la creación humanística y el aporte creador a través de la literatura. Tendríamos que ubicarnos en el siglo V antes de Cristo, época de la antigua Grecia cuando florecieron los pensadores presocráticos. En esa etapa de la historia del pensamiento, que es la base de la cultura de Occidente, surgieron notables pensadores que se dedicaron a pensar el mundo y desde la palabra asumieron la realidad natural y la vocación intelectual, estética y espiritual para desarrollar la filosofía, las artes, la ciencia, la filología y la mística, y uno de sus principales pensadores, Heráclito de Éfeso, cuyo pensamiento es clave para el estudio de la filología, ante la pregunta de uno de sus discípulos sobre lo peculiar del ser humano o lo que distingue la naturaleza humana, respondió con una formulación nueva, con una nueva tesis y una nueva palabra que fue fundamental para la creación y la valoración de la lengua. Dijo que el hombre, al ser producto de la Divinidad, recibió una energía divina mediante un fuego sagrado, y ese aliento trascendente lo bautizó con un nombre muy particular, con la palabra Logos. Explicó que los seres humanos estamos dotados del Logos, cuya dotación nos distingue de las bestias y las plantas, y en virtud de esa dotación divina tenemos la capacidad para reflexionar, intuir y crear. En función del Logos los humanos tenemos un lugar especial en el mundo porque esa dotación de la conciencia es la más alta distinción del espíritu humano, que ha permitido que el hombre se desarrolle y perfeccione. Esos pensadores presocráticos con Heráclito a la cabeza hacían esas reflexiones con las personas que acudían en busca de orientación. Heráclito era un iluminado y como iluminado tuvo la capacidad para orientar a los estudiosos o interesados en el cultivo de la inteligencia y la sensibilidad.

Fíjense que dije “estudiosos” y no “estudiantes”, porque para ese entonces no existían institutos ni universidades. Los jóvenes con inquietudes intelectuales, artísticas o científicas, buscaban a quienes tenían conocimientos y sabiduría, y se arrimaban a ellos en procura de su formación, y un intelectual como Heráclito, a quien acudían los jóvenes inquietos, lo hacían justamente por la sabiduría de Heráclito, que desplegó a partir de la intuición del concepto del Logos en el espíritu humano, y motivado por esa inquietud, organizó cuatro grupos diferentes en atención a las condiciones intelectuales, humanísticas, estéticas y espirituales de esos estudiosos.

Por un lado, integró a los que tenían inquietud por el conocimiento de la palabra, quienes desde el Logos se dedicaban al estudio de la lengua. Aquellos jóvenes que tenían vocación lingüística, que tenían interés por conocer el vocabulario de su idioma, por dominar la expresión mediante un conocimiento ortográfico y gramatical de la escritura, los agrupó en esta área del saber, formando el grupo que constituyó la primera escuela de filología en la Antigüedad. Filología está formada por filo y Logos. Filo significa ‘amor’, ‘fervor’ o ‘devoción’ por alguna disciplina intelectual; y logía viene de Logos, palabra que da cuenta de la imagen y el concepto, porque Logos significa expresión, lenguaje, palabra, concepto, imagen, que son los atributos del poder operativo del Logos.

La primera atención que esos pensadores ponían era a la lengua como tal, valorando el estudio del instrumental de creación que es la palabra, y enfatizaban con alto rigor el conocimiento del lenguaje, de tal manera que un creador no podía acceder al ámbito de la creación si antes no había demostrado su capacidad idiomática para dedicarse a la literatura. Esa área tenían que estudiarla con rigurosa disciplina, con plena conciencia de lo que implicaba la formación intelectual.

En la antigua Grecia el estudio del griego antiguo fue una parte de ese conocimiento de la palabra, y una demostración de lo que tenían que hacer los lingüistas, literatos, escritores, filólogos e intelectuales se centraba en el estudio del lenguaje, porque se sentían obligados a tener el conocimiento de la palabra en todas las manifestaciones de la expresión justamente para poder crear una obra de calidad.

Una segunda vertiente a la que Heráclito y los antiguos pensadores ponían su atención era a la realidad del Universo, el tema del Cosmos, a la dimensión natural de lo viviente. Estos antiguos pensadores tenían una visión global del mundo. Werner Jaeger, el filólogo alemán autor de Paideia, obra fundamental para dedicarse al estudio de la lingüística, la filología y la literatura griega, sostiene que los antiguos griegos fueron los primeros en articular una visión del mundo y un concepto de la naturaleza a partir de una cosmovisión y un concepto de la realidad cósmica que cifraba la comprensión de lo viviente. A esos conocimientos de la naturaleza del Universo, de la estructura de lo natural, de la composición y el funcionamiento de lo viviente, le pusieron atención justamente por ese horizonte global que orientaba la cultura y la formación intelectual, y los estudiosos de la lengua y la literatura tenían que tener conocimiento de cosmología, de astrología y biología, es decir, un conocimiento sobre la naturaleza de las cosas. Por un principio básico fundamental nosotros estamos insertos en la naturaleza de lo viviente y formamos parte del Universo. De hecho, Heráclito tenía el concepto de que “todo viene del todo y todo vuelve al todo”, y por ese vínculo con la totalidad de lo existente estamos en conexión, articulados con seres humanos, plantas, animales y cosas, en cuya virtud es necesario tener un conocimiento del mundo, una idea del Cosmos y conocer y respetar las leyes que pautan el ordenamiento de lo existente, porque en función de ese respeto vamos a entendernos y a saber lo que somos, pensamos, sentimos y hacemos. Esa conexión de hombre con la realidad circundante fue determinante para la visión de insertarnos en la naturaleza con un conocimiento del mundo y su destino, con la función que estamos llamados a desempeñar como criaturas singulares de la Creación.

Una tercera vertiente y, paralelamente un tercer grupo que orientaba Heráclito, era el de los contemplativos. Dije que Heráclito de Éfeso era un iluminado, y los iluminados son las personas que logran una alta sabiduría como fruto del desarrollo de su intuición, su capacidad de observación, su mirada amorosa y su profunda espiritualidad. A los estudiosos de la filología en aquella época sus orientadores les exigían el uso de su inteligencia y su sensibilidad para el acto de la contemplación. Les enseñaban a contemplar el mundo, a observar la realidad y a compenetrarse con la energía de la naturaleza.

La palabra “teoría” la inventaron esos antiguos griegos porque en griego el concepto “teoría”, procedente de theorein, entrañaba la capacidad de nuestra conciencia para contemplar el mundo, y de esa contemplación se infería la capacidad para deducir las leyes del Universo, la normativa de la creación, tras observar el comportamiento de lo viviente. Y dirán ustedes, ¿y qué relación tiene ese ejercicio con la lengua y la literatura? Esos sabios antiguos, que tenían una comprensión amplia del saber, entendían que quien se dedicaba a pensar y a crear, tenía que tener una compenetración espiritual con la energía del Universo en función de que nosotros somos energía, de que todo es energía, de que la palabra es energía y de que el Universo es energía, y en función de esa realidad, lo que hablamos y escribimos comunica una energía creadora que Aristóteles llegó a sostener que era un rasgo fundamental de la conciencia, justamente como expresión del don originario que nos fue otorgado, que es el Logos. Esa convicción de que los hombres, integrantes de la naturaleza, teníamos que insertarnos en el ordenamiento de lo viviente y sentir como la naturaleza, es parte de la función operativa del proceso sensorial, intelectual y espiritual que se llama contemplación, que en nuestra cultura no practicamos. En la cultura de Occidente la mantienen, aisladamente, algunos individuos que cultivan la contemplación en virtud de la orientación espiritual que han asumido, pero en general en nuestra cultura no se nos enseña a contemplar, porque no hemos recibido esa orientación para entender el sentido de ese proceso de la inteligencia y la sensibilidad que contribuye al desarrollo de nuestros poderes intelectuales, morales, estéticos y espirituales.  Pues bien, esos antiguos pensadores griegos, estudiosos de la palabra, entendían que había que articular al hombre a todo lo existente, desde el proceso y la vivencia de la contemplación.

Una cuarta vertiente que enfatizaban los antiguos pensadores griegos es el cultivo de la estética. La estética, que estudia las manifestaciones de la sensorialidad, implica la atención no solo a la vertiente sensorial de la belleza física, sino a todas las expresiones vinculadas con los sentidos corporales. A esos jóvenes que estudiaban la palabra, que debían poner atención al funcionamiento del Universo y que hacían uso de la contemplación, también se les invitaba a que ejecutasen el poder de creación. Como consecuencia del poder primario del Logos, tenían que ejercitar el don de la creatividad, es decir, hacer uso de la palabra con un propósito creador, y la primera actividad creadora a la que ponían atención era a la poesía, porque entendían que la poesía era la más alta dotación estética de la inteligencia humana, de tal manera que Platón tenía la idea de que los poetas eran interlocutores entre los dioses y los hombres y, en tal virtud, recibían un don sagrado directamente de la Divinidad. De ahí que en la antigua Grecia a los poetas se les veneraba como seres sagrados, porque entendían que esos creadores tenían un don singular: el don de la creación poética, y eran muy exigentes en el acto de creación, pues además de demostrar que tenían conocimientos de la palabra y que podían emplearla con corrección, propiedad y elegancia, tenían que estudiar la métrica. La antigua métrica, esa normativa de la literatura griega, era sumamente complicada.

Los metros de la versificación consignaba la medida silábica y acentual en que debían emplearse los versos en la composición poética, y esas medidas, que eran precisas y ortodoxas, tenían unas exigencias en función del sonido de las palabras y de la combinación eufónica del lenguaje, porque uno de los atributos de los poetas siempre ha sido hacer uso de la palabra con un fin estético, para lo cual es necesario articular las voces con armonía, con el elegancia de la expresión sonora y elocuente para producir la sensación de fluidez, de una relación armoniosa entre las palabras desde el sonido de cada vocablo en armonía con su sentido, y esas exigencias poéticas o esas exigencias normativas, dieron su fruto. Famosos escritores como, Píndaro, Tirteo, Safo, no fueron productos del azar, sino de esas disciplinas a las que tenían que someterse los poetas para dedicarse al cultivo de la versificación. Una obra como la de Homero, que fue el padre de la literatura griega, fue producto de esa disciplina espiritual, de ese rigor académico, que entonces se exigía mucho más que ahora. Digo mucho más que ahora, porque en nuestro país el Ministerio de Educación anualmente da el título de Bachiller a verdaderos iletrados, y de las Universidades salen licenciados y graduados con el título de Maestría sin tener la formación intelectual debida, lo que indica que se perdió el rigor disciplinaro que había en la antigua Grecia. Ojalá pudiésemos recuperar esas inveteradas exigencias.

Cuando me inicié como profesor en la PUCMM de Santiago, en los primeros años descontábamos a nuestros estudiantes cinco puntos por cada falta ortográfica, pero luego tuvimos que bajarlo a dos puntos por la presión de los estudiantes: no superaban la prueba de esas exigencias normativas. Yo no sé cuánto se descuenta ahora. Lo que quiero decir con esto es que si hubiese profesores que exigieran con rigor el conocimiento ortográfico y gramatical de nuestra lengua, habría profesionales con conocimiento de la palabra, conocimiento que no tienen, porque no se les exige a los actuales estudiantes, ni en la escuela ni en la universidad, y los profesores no lo exigen porque ellos no tienen ese conocimiento del lenguaje.

Ojalá ustedes tomen conciencia de lo que les estoy diciendo y entiendan que la carrera que han elegido para formarse en una disciplina universitaria entraña una formación intelectual, lingüística y literaria, porque vamos a trabajar con la palabra, a transmitir una vocación por la palabra y a fomentar la comprensión y la creación del lenguaje. ¿Cómo un maestro que no lee va a transmitir a sus estudiantes amor a la lectura? El maestro da lo que tiene, y no puede dar lo que no tiene. Por eso en la Antigüedad eran altamente exigentes los profesores y los orientadores y los que se dedicaban a la vida intelectual, porque acudían a ella por vocación, sentían una verdadera inquietud espiritual para el desarrollo de la conciencia y amaban la palabra, que es lo que significa “filología”: un amor a la palabra, y el filólogo es alguien que cultiva la palabra para dar cuenta de sus vivencias y sus intuiciones. Los genuinos creadores son aquellos que escriben a partir de sus intuiciones y vivencias, a las que hay que darles forma y sentido mediante la normativa de la lengua y los recursos de la literatura.

Hay que estudiar la lengua y la literatura y tener conciencia de ese conocimiento. Mediante el desarrollo de la conciencia podríamos plasmar las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, correlativas al genio de la lengua, la autoconciencia, la conciencia literaria y la conciencia de la creación, no solo para conocer y dominar la lengua y la expresión estética del lenguaje, que es la literatura, sino para promoverla, incentivarla y potenciarla.

Los que estudian lingüística o literatura están llamados a fomentar la creación de la palabra con todo lo que ella implica para el desarrollo del pensamiento y la sensibilidad, pero para eso hemos de formarnos mediante el conocimiento de la palabra y el poder de la creación. Por eso Heráclito decía que era una energía divina la que hemos recibido con la dotación del Logos. El Logos de la conciencia, el Logos que forja la conciencia, que hace posible la creación y el poder de la creación, está al alcance de todos.

Vamos a tomar conciencia de esta realidad para saber cuál es nuestra misión y cuál es el alcance y el sentido de la filología.

Bruno Rosario Candelier