El lenguaje en Los tres entierros de Dino Bidal, de R. Peralta Romero

Por Miguel Solano

En la segunda novela de Rafael Peralta Romero, Los tres entierros de Dino Bidal, el tema es el importante, es el que llama. ¿Por qué? Porque de las cinco novelas escritas por este autor, “esta fue un tema que le regalaron”, no el resultado de una vivencia, que pariera intuición. Hay conexión con la madre tierra y el padre cielo. El hecho de que el tema haya sido un regalo obligó a Rafael a buscar artificios para lograr que “lo que dicen los personajes apoyen el tema, aunque, por supuesto, ellos no lo saben”, nunca.

Rafael Peralta Romero, quien junto a Manuel Salvador Gautier, Ángela Hernández, Ofelia Berrido, Emilia Pereyra y yo, compone el grupo de narradores de la Academia Dominicana de la Lengua conocido como Mester de Narradores, tiene publicadas doce obras, entre ellas cinco novelas. “Los tres entierros de Dino Bidal”, la segunda, lleva siete ediciones y cuenta, con ciento diez páginas, catorce capítulos, un bellísimo prólogo de Manuel Mora Serrano y un comentario que apareció en el periódico El Nacional del 25 de marzo de 2001, escrito por el ex presidente Salvador Jorge Blanco. La primera edición fue en marzo de 2000 dos mil y la séptima en agosto de 2013, esta ultima de Editorial Gente.

En “Los Tres entierros de Dino Bidal”, el misterio, al estilo dominicano, donde todo el mundo lo sabe todo, parece ser el tema, pero no lo es. Que yo sepa, en nuestra literatura, otras obras han tratado ese tipo de misterio. Por ejemplo, Ramón Lacay Polanco en “El extraño caso de Carmelia Torres”; Emilia Pereyra, en “El Crimen Verde”; Anthony Ríos en “Primavera Roja” y Manuel Salvador Gautier en “El misterio de la corbata verde”.

“Tema”, qué será mi tema, según el DRAE, viene del “lat. thema, y este del gr. θέμα théma”, tiene 11 posibles interpretaciones y en las primeras tres sostiene: “.1. m. Proposición o texto que se toma por asunto o materia de un discurso.2. m. Asunto o materia de un discurso.3. m. Asunto general que en su argumento desarrolla una obra literaria”, este tercero es el que me interesa encontrar en “Los tres entierros de Dino Bidal”.

La vida, normalmente, avanza sin estructura ni resonancia, pero en las novelas los lectores esperan suficientes elementos relacionados con el tema, que faciliten pues nos facilita tener una imagen más clara si  leemos una novela con un núcleo. ¿Hace Rafael Peralta Romero una historia dónde casi todo se relaciona con el tema? ¿La decisión que tomó sobre el tema ayudó mucho a darle sentido a la novela?

Existe la advertencia de que “el escritor que comienza a escribir con el tema en mente casi de manera invariable acaba con un relato didáctico y poco memorable”, un verdadero peligro cuando se trata de  Rafael Peralta Romero, pues como periodista de toda la vida, para quien informar didácticamente en él es un vicio y puede crearse la confusión de llegar a creer que tema y mensaje son las mismas cosas porque a veces un tema es un mensaje. En mi novela “Las lágrimas de mi papá”, el tema de que “los hijos eligen a los padres”, quizás entre en esa categoría.

Rafael logró fugarse del vicio didáctico porque al tratar el tema lo hizo siguiendo las líneas del movimiento espiritual, esas líneas invisibles que dibujan el carácter y la acción de los personajes. Los personajes en sus tramas son una ilustración viva del tema, y la trama y el tema se unen en su momento glorioso, durante los acontecimientos del segundo entierro.

Ahora, cuando el lector termina de leer la  obra, cualquier obra, lo que debe decir es “yo no puedo dejar de pensar en esa historia”. Si es así, el escritor ha logrado lo que obliga al autor a cultivar un tema que se desarrolla a través del movimiento de las líneas espirituales como una idea unificadora de la historia, que lleva .Y la forma que adopta la trama, los personajes, la ambientación, el estilo, los diálogos, la voz y todo lo demás tiene que darle coherencia perfecta a esas líneas que sigue el tema y la trama. Y como contenedor de la historia, el tema está llamado a poner todos los elementos en su lugar.

De nuestro maestro Don Bruno Rosario Candelier aprendí que “las palabras no crean voces por sí mismas; lo que realmente da fluidez a un escrito es el modo en que las palabras se juntan y componen oraciones”. En “Los tres entierros de Dino Bidal”, Rafael es un narrador omnisciente, es decir, con conocimientos de todas las cosas reales y posibles y, la manera en cómo coloca las palabras en sus oraciones, le permitió hacer un dibujo auténtico del carácter de sus personajes. La longitud que le da y su  y la estructura que le da, sirven de sabor, de olor, de condimento como fuente para endulzar  el tema, es como si se tratara de un manjar en el que cada detalle está cuidado con esmero. la ciñera con sus brazos y protegiera.

“Nos instalamos en Guaco cuando aquí solo habitaban los cangrejos”, dice el narrador para definir el drama de la mudanza. Al leer esas palabras sentimos la sensación de que Dino Bidal era un hombre capaz de cualquier cosa, de enfrentarse a lo que fuera o viniera, y empezamos a simpatizar con él, a querer que siga en este mundo, que no se muera.

“El Magistrado Lavandier rodó una mano por su rostro, con alguna presión, como queriendo desprenderse la modorra, que se le adhería como cosa tangible”, expresa para definir una siesta letargo difícil que se le venía encima. “Estuvo en Guaco indagando la desaparición de Dino Bidal y en su mente, no adiestrada en problemas complejos, se anidó un temor que le engurruñaba la hombría, …Lo estremecía, lo hamaqueaba”, así define los sentimientos y el carácter del juez Evangelista Hernández.

Cuando la novela empieza ya Dino Bidal está enterrado frente al cuartel de la guardia trujillista. Murió antes de que la novela empezara, pero Rafael juega con el tiempo y en ese momento no dice nada acerca del primer entierro. Comienza contando una historia que lo lleva hasta su núcleo y en el núcleo de toda historia es donde se encuentra el tema. Rafael empezó a escribir sobre los entierros y llegó al segundo y al tercero basándose en las acciones de los personajes.

Pero los tres entierros no son el tema de la novela, son los acontecimientos que nos llevan al tema. Cuando se escribe una novela, con un mismo acontecimiento que se repite, hay que hacer concebir todo un amarre para que el primer acontecimiento suceso, llamado a repetirse, no perjudique el interés del lector y éste termine abandonándola en cualquier rincón, la lectura porque ese acontecimiento que se repite debe definir bien el tema y darle a la historia un cierto enfoque.

Los entierros son los que gobiernan las escenas, los que las motivan a quien la motiva y quienes hacen que tengan lugar. Ocurren en “una aldea playera que se llama Guaco, allá en Los Uveros”, nombres con los cuales se sustituye al actual Miches.

En la novela, para desarrollar el tema, los deseos de las fuerzas encontradas son siempre la clave. ¿Qué quieren? ¿Qué fuerzas antagónicas se interponen entre los deseos?

El tema lo encontramos cuando Leticia Bidal, la hija del asesinado Dino Bidal, visita al Magistrado Lavandier, Procurador Fiscal de la ciudad de Santa Cruz de El Seibo. Lavandier, en esos momentos es un hombre “dicharachero y de sobrado buen humor”. Leticia Bidal, “no es un disparate de mujer, Leticia Bidal es un tolete de mujer”. En ese encuentro nace el enfrentamiento armónico entre dos caracteres. Luego de explicarle sus sospechas y demandarle que investigue, Leticia Bidal, le dice:

“—No quiero que usted se ofenda ni piense que no estamos confiando en usted, pero de la capital vendrán autoridades a averiguar este asunto, así que si usted quiere no haga nada y olvídese de lo que le dije” (pág. 48).

El lenguaje cumple las tres funciones:

1- Desafía:,“…así que si usted quiere no haga nada y olvídese de lo que le dije”.

2- Deja ver que tiene conexión con alguna  importante rama de la dictadura:,“…pero de la capital vendrán autoridades a averiguar este asunto”.

3- Le reconoce su autoridad y capacidad para hacer:, “No quiero que usted se ofenda ni piense que no estamos confiando en usted”.

Allí también brota una experiencia emocional, aunque breve, que alcanza un punto máximo y se agota con rapidez. Leticia Bidal lo sintió, aunque Lavandier no existía en ningún rinconcito de su corazón, pero y ella estaba obligada a jugar con aquella experiencia emocional, con el su cariño, o por lo menos, así lo entendió.

En ese instante el Magistrado Lavandier quedó bajo el dominio emocional de Leticia Bidal y se comprometió a hacer justicia. Pero, surge el dilema de ¿cómo enfrentarse a la guardia trujillista?, sobre todo cuando ya está señalada, con todas las evidencias, como una banda criminal.   Tenía que hacer justicia sin que se sospechara de su lealtad al Tirano, sin que alguien pudiera sospechar que el Magistrado estaba siendo desleal a la dictadura que sirve: ahí surge el tema de la novela.

¿Cómo hacer justicia en un régimen despótico? Ese es el tema de la novela.  Y ese discurso, que no está dicho ni aparece explicado, sino que es llevado a través de la novela por las acciones de sus personajes, es lo que provoca que el lector siga la ruta de los tres entierros.

Cuando piensa sobre el dilema, el Magistrado Lavandier encuentra la fórmula, se gana la buena voluntad “haciéndole saber al Tirano que la institución que él formó con tanto sacrificio, está siendo amenazada por su propia gente”, juicio, que, aunque sea falso, los tiranos siempre le dan credibilidad.

“Al mismo Generalísimo, el hombre que todo podía hacer o deshacer, dueño del poder y la gloria, le dirigió una carta cuyo texto era el siguiente: Ilustre Jefe: Tengo el informe de que el señor Dino Bidal ha desaparecido en Guaco, municipio de Los Uveros. Los primeros indicios de las investigaciones que hemos iniciado, conducen a pensar que Dino Bidal ha sido víctima de una maquinación urdida por los militares de puesto en esa localidad. Yo le ruego, honorable General, que usted ordene el apoderamiento de la justicia ordinaria, para que se proceda a establecer responsabilidades en este caso y para que el nombre del ejército creado y disciplinado por usted sea limpiado de la mancha que estos señores han tratado de echarle” (pág. 71-72).

Como vemos, ya no se trataba de hacerle justicia a Dino Bidal, sino que la labor pasó a ser superior, había que aclarar este caso “… para que el nombre del ejército, creado y disciplinado por usted, sea limpiado de la mancha que estos señores han tratado de echarle”.

Con esa decisión, que se convierte en el tema de la novela, el Magistrado Lavandier, encontró la fórmula para hacer justicia dentro del régimen tiránico. Cualquier tirano, atrapado en esa fórmula, respondería positivamente: ¡Trujillo lo hizo! Lavandier fue exitoso porque escribió frases que no solo indicaban una acción, sino también que expresaban sus sentimientos.

“Al día siguiente, para que el Magistrado Lavandier confirmara que la grandeza del Generalísimo no estaba ni podía estar en duda, recibió un telegrama que le informaba de que el cabo Eugenio Martínez y los cuatro rasos que componían la dotación de Guaco habían sido dados de baja”, “Para que sean puestos a disposición de la justicia en sus manos”.

Ahora bien, ahí tenemos el tema, se le ha dado el visto bueno para que haga justicia y limpie el buen nombre de la guardia trujillista, que en eso consistirá la justicia. Pero la verdad es que el tema solo puede desarrollarse en un acontecimiento que se repite: los tres entierros.

El primer entierro es el incidente incitador, pero de este no se sabe nada sino hasta el último capítulo. Esa fórmula permite que el segundo entierro juegue un papel empático con el tema, pues enlaza el primero y prepara el tercero.  Durante los acontecimientos del segundo entierro es que el Magistrado Lavandier hace justicia limpiando el buen nombre de la guardia trujillista.

El Magistrado Lavandier aparece en el cuarto capítulo y se convierte en el protagonista visible de la novela, y Leticia Bidal, quien “semejaba una palmera en medio de árboles gibosos y de poca fronda”, aparece en el primer capítulo y se constituye en la protagonista oculta del tema.

Al escritor de ficción que define un dilema correctamente le va mejor que aquel que resuelve un problema. Y si sabe cuál es el tema dominante de su novela podrá escribir una mejor historia. Rafael trabajó como tema dominante de su novela  “cómo hacer justicia en un régimen tiránico”, como tema dominante de su novela y ese elemento lo contiene todo y el tema no instruyó a nadie, solo conectó con algún nivel profundo de las emociones y la conciencia de los lectores.

Pero yo soy un poeta adicto al amor. Para mí, la total concentración de la gran belleza de la novela la contiene el capítulo doce, intitulado “Después del juicio”. Allí se cuenta el desenlace de cuando por primera vez Leticia Bidal sintió que Lavandier no existía en su corazón, pero que ella estaba obligada a jugar un poco con su cariño, a proyectar que lo envolvía en los irresistibles olores y encantos femeninos. Esa perspicacia le permitió a la protagonista oculta sentirse en dominio e imponer el dilema en el tema, Allí se celebra y brotan las emociones de manera indirecta., Pero claro, ella mantiene absoluto control de sus pensamientos y de sus sentimientos no confesados: ¡domina lo que no se dice, se refugian en sus miradas! Y si alguna vez Rafael fue sabio en amores, ahí lo demostró.