«El inmortal», de Jorge Luis Borges

Por Ofelia Berrido

Para introducir este trabajo ningún inicio podría ser superior que el  soneto Para una versión del  I King  (I Ching o libro de las mutaciones en la edición de Richard Wilhelm) escrito por Jorge Luis Borges. El mismo aparece en esta versión como prefacio, junto a los prólogos de Gustav Jung y de Helmut Wilhelm. Su poema es una clave que permite abrir las puertas de su comprensión.  He marcado en él aquellas frases que tocan directamente el corazón del cuento El inmortal para que al leerlo las recuerden e interrelacionen.

El porvenir es tan irrevocable / Como el rígido ayer. No hay una cosa

Que no sea una letra silenciosa /De la eterna escritura indescifrable

Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja /De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida/Es la senda futura y recorrida./El rigor ha tejido la madeja./No te arredres. La ergástula es oscura/La firme trama es de incesante hierro/Pero en algún recodo de tu encierro/Puede haber una luz, una hendidura. /El camino es fatal como la flecha. / Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Todo aquel que se acerque al libro de cuentos el Aleph de Borges y recorra las páginas del primer cuento, bajo el título del  “El inmortal”, encontrará  el sustrato de este poema en su contenido y entenderá mejor sus sinuosas  profundidades.

Borges ha sido un buscador toda su existencia.  Su indagación se dirige  tanto dentro como fuera del ser.  Y así, transita por el mundo de las letras,  leyendo, estudiando, interpretando  y  descifrando  cada palabra, cada sonido y silencio. Lee los grandes de todas las épocas y se comunica intelectual y almáticamente con sus autores.  Y así, como juego lúdico premeditado,  invita a los lectores a averiguar con quién ha realizado alianzas secretas. Y es que…  Borges agradece a todo escritor que lo toca: recordándolo, abonando sus tierras con su intertextualidad, manteniéndolos vivos a través de su propia existencia; cooperando con la inmortalidad de cada uno de ellos. El porteño explora esas obras, mientras penetra el sí mismo de su propia interioridad: conoce y se conoce. Busca andar por los mundos de otros para conocer los suyos, cierra y abre puertas.  Y se va haciendo inmenso desde su  intelecto genial y desde su mundo esotérico y su búsqueda sincera  y  firme.

Desde el Aleph,  primera letra del alfabeto divino,  Borges encuentra la posibilidad no solo de pensar o querer… sino de actuar. Se vuelve hacia el  mundo de la corona cabalística: arquetipo de la inspiración, de la chispa que llega sin mediador y se manifiesta a nuestro espíritu como un fulgor. Es el Yo puro, el espíritu supra-individual y universal identificado con el alma, con el Éter, la quintaesencia de nuestra manifestación trascendente. Y al árbol con su raíz en el cielo; árbol cósmico del espíritu: una hermosa e instructiva imagen del misticismo perenne.  Desde el Aleph que el Verbo manifestó  cuando dijo “Yo tendré mi unidad” y “nadie podrá encontrar la unidad de nada si no es en la letra Aleph” (El Zohar, p.p. 53, 54); desde esa letra base de todos los cálculos y de todos los actos producidos en el mundo Borges escribe

su obra.

Oriente atrae enormemente al escritor y dedica años al estudio de la cábala; asimismo, conoce y estudia la filosofía desde los pitagóricos y su matemática hasta el estudio del infinito; la creación del hombre de barro, y las historias del golem lo seducen. Jorge Luis Borges es un hombre sensible al mundo y las esferas, a las leyes que rigen el  todo y la nada y al efecto de ellas sobre la humanidad. Un alma en evolución que se dejo dominar por un intelecto, demasiado superior.

Borges crea con frecuencia sobre  la temática  del yo.  Se deleita con el yo único y múltiple a la vez; yo del presente, pasado y del misterioso futuro; ese yo que cree ser, pero que a la vez se  reconoce en el otro; el yo eterno e inmortal, el yo de todos y de ninguno. Estudio el budismo hasta las últimas consecuencias.  De ahí que para el escritor no hay un yo individual porque todo está vacío, nada tiene existencia propia. Somos uno y todos a la vez. Borges conoce y usa magistralmente estos conceptos, a pesar de que en el budismo los conceptos también son pura imaginación. Conoce, igualmente, el concepto de eones,  tiempo infinito e inmortalidad.

Borges en “El Inmortal” toma el personaje del anticuario y le da múltiples vidas dándole continuidad infinita a la persona humana en un mundo más allá de la vida presente. Denuncia a través de sus personajes la inmortalidad como castigo, vida con múltiples vidas y roles, pero sin grandes satisfacciones al perder la memoria frente al paso de cada suceso. Lo que convierte cada olvido en una muerte dentro de un mundo de inmortalidad. En este magnífico cuento, la incapacidad de recordar convierte en nada a la inmortalidad.  Al contrario de lo que plantea la misma cábala, del privilegio de que goza el espíritu al ser eterno, dado que su característica esencial es la de poseer individualidad inconfundible y a la vez de transformarse o pasar a otros estados distintos, evoluciona en el infinito sin que se destruya su unidad.

Borges imagina y crea laberintos intrincados para desembarazarse de los que crea su mente sobre-intelectualizada y metafísica y a la vez sugiere a sus lectores dobleces, rutas directas y alternas hacia el centro, hacia el vacio donde todo se clarifica porque es ahí, justo en el centro, donde se logra el acceso a la inmortalidad verdadera  y  la realidad absoluta.

Por otro lado, la intertextualidad de Borges es solo el cerebro colectivo de una complejidad que busca simplificarse. Cuando los grandes genios de la literatura se expresan a través de sus obras, no esconde sus parentescos sicológicos y metafísicos sino que los expresa abiertamente porque los envuelve en formas nuevas, y discursos convincentes,  metamorfosis desde donde emergen como mariposas brillantes y multicolores historias inéditas y flamantes con materiales que a veces recicla como gran artesano de la  más sublime de las creaciones: mundos imaginarios, ficciones montadas sobre ensueños y pesadillas  que logran liberar al ser humano porque lo enfrentan a sus miedos y le dan esperanzas y nuevas ilusiones.

El inmortal  nos presenta desde su inicio unos personajes que se entrelazan, que buscan entenderse y completarse en el otro. Un mundo en el que es difícil de separar la realidad  del sueño y donde la pesadilla se convierte en símbolos de la penumbra, tierras negras donde habitan  monstruos, fantasmas, mundos invertidos y desfigurados y miedos ancestrales que habitan en la mente.  Miedos reales e imaginarios.  Miedos por no saber quién es el yo o quién es el otro. Miedos a lo desconocido de la vida y de la muerte. Miedo al cansancio de  la inmortalidad.

El anticuario Joseph Cartaphilus ofrece la colección de la Ilíada en la traducción de Pope a una princesa  que la acepta.  Un tercer personaje llamado Marco Flaminio Rufo narra el resto de la historia, en primera persona, sobre el cómo se encuentra con un jinete herido, pero pleno de la fuerza y vitalidad del animal que monta. El cabalgador busca el rio de la inmortalidad. Busca sobrevivir eternamente, justo cuando sabe que muere.

Marco Flaminio Rufo queda impactado y decide seguir los pasos y la ruta que aquel hombre ya fallecido. En Roma, cuenta que acerca de la inmortalidad “…conversó con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes”.

Persistente en su fin y con la sed intensa que solo provoca el desierto bebe del agua de un rio arenoso, que resulta ser el rio que libera a los hombres de la muerte: rio de la inmortalidad.   Marco Rufo, ya inmortal, logra darse cuenta que los  trogloditas eran los inmortales.  Y así sigue la narración hablando de lo baladí de ser inmortal, pues todas las criaturas lo son por desconocer el momento de su muerte.  Ve la inmortalidad como una condena por tratarse de una vida tras otra sin fin alguno: una verdadera condena, vidas sin recuerdos, vidas para el olvido, vidas sin sentido ni gloria.

Al final reconocemos que el personaje terroso que le lleva las obras a las princesa, el llamado Joseph Cartaphilus  es Marco Flaminio Rufo Argos, el mismo Borges y Homero.  Estos últimos prohombres: ambos ciegos, ambos visionarios, ambos seres heroicos y antihéroes nacidos en Buenos Aires y Esmirna. Se cierra el círculo con Homero quien  presenta su historia al inicio y quien en el desenlace termina entendiendo que él es él y todos los hombres; tanto como la ciudad de Ios es todas las ciudades: “ Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir.” (Borges, 2011)

Y todo termina y dice Borges… Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.

El escritor a través de Flaminio Rufo se adentra al mundo de la inmortalidad al beber de las aguas de esa vida para entenderla y seguir viviendo satisfecho de no ser un inmortal.   Borges vive el  mundo de eternidad manifiesto en su obra y en todo lo que conoce.  Mago trasmutador de verdades en mentiras y de mentiras en verdades eternas.

El autor juega con los conceptos realidad y sueño porque conoce el budismo a profundidad y sabe que la existencia es “maya” que todo es perspectiva y visión de los sentidos engañosos. ¿Cuál de los dos estados es real? ¿Existe  acaso la realidad?

La obra es una metáfora del infinito y la eternidad donde el infinito alcanzó la nada y se materializo el vacio. Materialización convertida en el punto brillante donde el protagonista ve desde las cavernas el cielo azul, un punto brillante, el origen de la luz que es el Misterio Supremo y cuya esencia es inconcebible.

¿Quién es el inmortal sino el mismo Borges? Cegado para despertar sus más sutiles sentidos. Borges se desdobla en uno y todos; se convierte en el Homero de Esmirna y de Argos; en el Homero “no me horón” o sea el que no ve, prisionero de   guerra e hijo de rehenes cuyo único trabajo era recordar…; hombre de muchos nombres y muchas vidas.  Homero el vaticinado como inmortal sirena por la Pitonisa y por la tradición según Pausanías: “Inmortal por siempre y no conocerá la vejez”.  Homero, real o imaginario, autor de “La guerra de las ranas y los ratones”  y Borges son uno en este cuento metafísico. Donde desde el caos de lo inverso y borroso surge la verdad: porque el mundo como está es perfecto y el ser humano lucha por cada bocanada de aire aún a sabiendas que puede ser la última.

Borges: agua, fuego, aire, tierra… se ha convertido en inmortal,  a pesar de que no deseaba habitar esos mundos. Pronto formara parte de nuestros sueños y pesadillas para recordarnos que en nuestra mortalidad perfecta todas las almas son parte de un solo y único misterio.

Bibliografía

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