Chiquito pero matón

Los lectores de esta “Eñe” semanal ejercen como tales y nos proponen sus dudas. Esta vez ha sido la tilde diacrítica. Cierto es que las nuevas normas ortográficas académicas han suprimido algunas de las clásicas, pero la tijera no ha llegado a la que distingue más de mas.

La conjunción adversativa mas podemos considerarla como un sinónimo de pero. En nuestros tiempos ha quedado circunscrita al lenguaje escrito más formal y con un barniz de antaño. No debe llevar tilde por tratarse de un monosílabo átono.

Es esta condición de palabra átona, sin acento, lo que la diferencia en el habla del adverbio, el adjetivo, el pronombre y el sustantivo más, que, como monosílabo tónico, debe llevar tilde en la lengua escrita. No puede ser más sencillo (adverbio). Cada vez más hablantes se preocupan por la ortografía (adjetivo).

Más, sustantivo masculino con el significado de ‘signo de la suma’, también es tónico y, por lo tanto, lleva tilde diacrítica: Debes escribir el más para indicar que esa operación es una suma.

Ya habrán notado que los más/mas son chiquitos pero matones. Curiosamente existe un uso de más que distingue el español del área del Caribe, Andalucía y Canarias. En nuestra habla coloquial anteponemos el más; así Nunca más nos equivocaremos y Nadie más dejará de poner la tilde cuando sea necesaria se transforman en Más nunca nos equivocaremos y Más nadie dejará de poner la tilde diacrítica.

Hasta las palabras de apariencia más sencilla tienen su uso correcto. Si entendemos cómo funcionan y les prestamos más atención no tienen que darnos guerra nunca más, o más nunca.

© 2015 María José Rincón

Bajo una yagua

Ya saben que dicen por ahí que, de cualquier yagua vieja, sale tremendo alacrán. Con los errores en el uso de las palabras pasa algo similar. La ortografía suele ser la más evidente fuente de sorpresas pero también las encontramos en el empleo inapropiado de las palabras El calco de los significados de palabras extranjeras nos hace resbalar con frecuencia.

En la prensa he encontrado estos dos titulares: “La alergia a los alimentos: una condición poco conocida y muy peligrosa”; “El sida, de enfermedad catastrófica o condición crónica”. Si nos acercamos a las acepciones del sustantivo condición en nuestros diccionarios no encontraremos ninguna que pueda aplicarse en este contexto; y es que el uso de este sustantivo, en apariencia sencillo, oculta alguna que otra trampa que debemos evitar. Cuando lo utilizamos con el significado de ‘trastorno, enfermedad’, como en los ejemplos anteriores, cometemos el error de adoptar el significado del inglés condition para una palabra española que no tiene ese significado.

En los parqueos de una frecuentada plaza comercial capitaleña, sin embargo, lo encontramos usado correctamente en una hermosa señal que nos pide respeto por las plazas reservadas para las embarazadas: “Si no tienes su condición, por favor no ocupes su lugar”. En este caso el sustantivo expresa el sentido de ‘estado o situación especial en que se halla alguien’, porque no creo que los autores del mensaje confundan, como a veces ocurre, el embarazo con una enfermedad (¿o sí?, en cuyo caso la elección del término sería incorrecta).

En nuestra condición de ciudadanos y hablantes responsables respetemos a los demás y respetemos nuestra lengua, tan maltratada a veces por quienes deberíamos defenderla con más pasión.

© 2015 María José Rincón González

 

 

Sospechas fundadas

Mi amigo Daniel tiene una imaginación desbordante. Cuando conversas con él puedes verla brillar en sus ojos. Hace unos días recibió uno de esos mensajes de correo tramposos que pretenden acceder a tus datos personales sin tu consentimiento. Me comentaba Daniel que el mensaje le resultó sospechoso por dos razones. La primera sospecha la causó que el mensaje tenía faltas de ortografía; la segunda, que su mamá ya le había advertido que este tipo de mensajes circulaba por la red. Y es que mi amigo Daniel tiene once años y, con sus dos sospechas, me demostró que, además de una extraordinaria imaginación, tiene también perspicacia.

Nuestra forma de hablar y de escribir da pistas sobre quiénes y cómo somos. Delata nuestro nivel de formación académica, nuestra forma de hacer las cosas, de trabajar y de relacionarnos. Con una expresión incorrecta e inadecuada provocamos una pobre imagen de nosotros mismos y de nuestras capacidades.

Si extrapolamos esta imagen a la que produce una deficiente  comunicación empresarial, oral o escrita, podemos hacernos una idea de qué efecto podemos causar en nuestros clientes o nuestros socios. Recuerden que en nuestras interacciones profesionales la lengua escrita adquiere cada día mayor protagonismo. La imagen de nuestra empresa se abre al mundo desde una página electrónica y para nuestra comunicación son indispensables los correos electrónicos, los tuits, los wasaps… Recuerden también que, si tenemos suerte, nuestros clientes y usuarios se parecerán cada día más a mi amigo Daniel.

¿Pueden pasar nuestros escritos personales y profesionales por la criba de un lector preparado y con capacidad crítica? Se nos llena la boca hablando de servicio al cliente. Más y mejores clientes exigen mejor ortografía.

© 2015 María José Rincón González

 

Sobrenombre merecido

Por motivos personales y culturales soy más futbolera que beisbolera (por cierto, un adjetivo este de nueva incorporación al Dicciionario de la lengua española más reciente). Sin embargo, reconozco que la estructura y la complejidad del beisbol han logrado seducirme.

Como en casi toda seducción, en la deportiva tiene que existir un seductor, una figura que nos llame la atención y nos despierte interés por algo que desconocemos. Mi seductor deportivo, en lo que a beisbol se refiere, es Pedro Martínez, de quien tanto hemos leído en estos días, y por tan buenas razones. Aunque nací en Sevilla llevo muchos años viviendo en Manoguayabo por lo que me gusta considerarme, con su permiso, su paisana de adopción.

Hemos visto ensalzado al deportista y al hombre con el sobrenombre de «el Grande», con resonancias reales. Para que nuestra ortografía no desmerezca el objeto de nuestros escritos debemos respetar la inicial minúscula del artículo que antecede a los sobrenombres: Pedro el Grande, Alfonso X el Sabio, Isabel la Católica, David Ortiz, el Big Papi, el Greco. No se quejará Pedro de la compañía.

Nuestro extraordinario lanzador ha sido elegido para formar parte del Salón de la Fama. Cuidado, ha sido elegido, que no *electo. El único participio del verbo elegir es elegido y, por lo tanto, es la única forma que debe utilizarse para formar los tiempos compuestos. El adjetivo electo no debe usarse con esa función. Este adjetivo se aplica a quienes han sido elegidos para una dignidad y aún no han tomado posesión: la alcaldesa electa prepara su discurso.

Pedro Martínez está entre los mejores pícheres (pícheres, sí) del mundo; o, si lo prefieren con el término patrimonial, entre los mejores lanzadores del beisbol. Los manoguayaberos, y todos los dominicanos, podemos sentirnos orgullosos.

© 2015 María José Rincón González

 

 

 

 

Sobrenombre merecido

Por motivos personales y culturales soy más futbolera que beisbolera (por cierto, un adjetivo este de nueva incorporación al Diccionario de la lengua española más reciente). Sin embargo, reconozco que la estructura y la complejidad del beisbol han logrado seducirme.

Como en casi toda seducción, en la deportiva tiene que existir un seductor, una figura que nos llame la atención y nos despierte interés por algo que desconocemos. Mi seductor deportivo, en lo que a beisbol se refiere, es Pedro Martínez, de quien tanto hemos leído en estos días, y por tan buenas razones. Aunque nací en Sevilla llevo muchos años viviendo en Manoguayabo por lo que me gusta considerarme, con su permiso, su paisana de adopción.

Hemos visto ensalzado al deportista y al hombre con el sobrenombre de «el Grande», con resonancias reales. Para que nuestra ortografía no desmerezca el objeto de nuestros escritos debemos respetar la inicial minúscula del artículo que antecede a los sobrenombres: Pedro el Grande, Alfonso X el Sabio, Isabel la Católica, David Ortiz, el Big Papi, el Greco. No se quejará Pedro de la compañía.

Nuestro extraordinario lanzador ha sido elegido para formar parte del Salón de la Fama. Cuidado, ha sido elegido, que no *electo. El único participio del verbo elegir es elegido y, por lo tanto, es la única forma que debe utilizarse para formar los tiempos compuestos. El adjetivo electo no debe usarse con esa función. Este adjetivo se aplica a quienes han sido elegidos para una dignidad y aún no han tomado posesión: la alcaldesa electa prepara su discurso.

Pedro Martínez está entre los mejores pícheres (pícheres, sí) del mundo; o, si lo prefieren con el término patrimonial, entre los mejores lanzadores del beisbol. Los manoguayaberos, y todos los dominicanos, podemos sentirnos orgullosos.

© 2015 María José Rincón González

 

 

 

 

Estar al día

Un lector preocupado por la ortografía me hizo llegar un artículo publicado a finales de 2014 en el que se calificaba a la República Dominicana como el país del “¡dele un chance!”. La sorpresa estaba en que en el mismo texto encontrábamos también la forma *¡déle un chance!”. Tiene una explicación sencilla.

Cuando en una lengua cambian las normas ortográficas siempre asistimos a un periodo de vacilación en el que los hablantes van conociendo las modificaciones y se adaptan a usarlas en sus escritos.

Las normas ortográficas académicas anteriores a 1999 establecían que las formas verbales que tenían tilde la mantenían cuando a ellas se unía un pronombre. Si la forma verbal (Dé un repaso a la nueva ortografía) se unía a un pronombre (*Déle un buen repaso) mantenía su tilde, aunque las normas generales no la exigieran en esta última forma (en este caso palabra llana terminada en vocal).

La Ortografía académica de 1999 ya estableció que la tilde solo debía mantenerse si la forma verbal resultante de la adición del pronombre enclítico cumplía las reglas generales de acentuación en español: Dele otro repaso a la ortografía; déselo siempre que tenga dudas. Una norma no tan nueva pero que muchos hablantes, al parecer, desconocen.

Este cambio normativo podría explicar la vacilación que nos ha señalado nuestro lector. Desde luego, pudo haberse resuelto con una consulta rápida a la Ortografía académica o al Diccionario panhispánico de dudas. Son herramientas accesibles que debemos tener a mano: consulten sus páginas, lean sus artículos; consúltenlas, léanlos.

© 2015 María José Rincón González

A pares

El seseo, compartido por hispanohablantes americanos, canarios y andaluces, tiene el inconveniente de provocar problemas ortográficos que, como buenos hablantes, debemos evitar. En gran parte de España se distinguen dos fonemas, /s/ y /z/; el fonema /s/ se representa en la escritura con la letra ese y el fonema /z/ puede representarse con la ce o la zeta, según los casos. En el español de América, Canarias y parte de Andalucía, estos dos fonemas se reducen a uno solo, articulado como /s/.

A modo de ejemplo quiero que nos fijemos en algunas parejas que los que seseamos pronunciamos de forma idéntica pero que se distinguen en la escritura por una sola letra.

El nombre de las cotidianas tazas procede del árabe hispánico tássa. Nos sirven el café o el té pero también recogen el agua que mana de una fuente. Las tasas suelen sonarnos un poco peor, por aquello de que son tributos. Mientras no nos impongan una tasa a nuestra taza de café…

Eso sería la gota que colma el vaso y rebosa. Ojo, no reboza. Un líquido que se derrama por encima de los bordes de un recipiente se rebosa. En cambio, para rebozar algo, y eso lo saben bien los aficionados a la cocina, hay que bañarlo en huevo y pan molido, como las croquetas, o en miel, como algunos deliciosos hojaldres.

En español hay infinidad de pares como estos, en los que una letra hace la diferencia. Para los que no las diferenciamos en la pronunciación el reto está en saber diferenciarlas en la escritura. En hacerlo bien o mal puede estar la distancia entre la cima (‘punto más alto de un monte o de un árbol) y la sima (‘cavidad grande y muy profunda en la tierra’). Tómense una taza de café a mi salud y practiquen con los pares más frecuentes.

© 2015 María José Rincón González

 

Sobrenombre merecido

Por motivos personales y culturales soy más futbolera que beisbolera (por cierto, un adjetivo este de nueva incorporación al Dicicionario de la lengua española más reciente. Sin embargo, reconozco que la estructura y la complejidad del beisbol han logrado seducirme.

Como en casi toda seducción, en la deportiva tiene que existir un seductor, una figura que nos llame la atención y nos despierte interés por algo que desconocemos. Mi seductor deportivo, en lo que a beisbol se refiere, es Pedro Martínez, de quien tanto hemos leído en estos días, y por tan buenas razones. Aunque nací en Sevilla llevo muchos años viviendo en Manoguayabo por lo que me gusta considerarme, con su permiso, su paisana de adopción.

Hemos visto ensalzado al deportista y al hombre con el sobrenombre de «el Grande», con resonancias reales. Para que nuestra ortografía no desmerezca el objeto de nuestros escritos debemos respetar la inicial minúscula del artículo que antecede a los sobrenombres: Pedro el Grande, Alfonso X el Sabio, Isabel la Católica, David Ortiz, el Big Papi, el Greco. No se quejará Pedro de la compañía.

Nuestro extraordinario lanzador ha sido elegido para formar parte del Salón de la Fama. Cuidado, ha sido elegido, que no *electo. El único participio del verbo elegir es elegido y, por lo tanto, es la única forma que debe utilizarse para formar los tiempos compuestos. El adjetivo electo no debe usarse con esa función. Este adjetivo se aplica a quienes han sido elegidos para una dignidad y aún no han tomado posesión: la alcaldesa electa prepara su discurso.

Pedro Martínez está entre los mejores pícheres (pícheres, sí) del mundo; o, si lo prefieren con el término patrimonial, entre los mejores lanzadores del beisbol. Los manoguayaberos, y todos los dominicanos, podemos sentirnos orgullosos.

© 2015 María José Rincón González

 

 

 

Latinajos

Usar palabras raras no es signo de buen hablar o escribir, por mucho que algunos se empeñen. No se habla o se escribe mejor según la longitud de las voces o su supuesta extrañeza. La bondad de las palabras está en una elección apropiada. Decía Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua allá por 1535: “Escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible”.

Del latín conservamos tal cual expresiones que han sido siempre parte de la lengua culta. Hay quien gusta de incrustarlas por doquier, como si le aportaran a lo que dicen un discutible regusto a cultura. Algunos latinismos se han popularizado en nuestra expresión diaria. Tanto a los parejeros como a los buenos hablantes siempre nos viene bien saber cómo se escriben correctamente y qué significan.

Puesto que se trata de expresiones de otra lengua deben escribirse en cursiva o entrecomilladas y sin tildes. Cuando escribimos debemos revisar su ortografía a priori (‘con anterioridad’) o a posteriori (‘con posterioridad’). No nos sirve citarlas grosso modo, ‘aproximadamente, a grandes rasgos’. La consulta de un buen diccionario es una condición sine qua non (‘imprescindible’) para aprender a conocerlas y debe hacerse motu proprio (‘por propia iniciativa’). Sin un uso apropiado, y comedido, de los latinismos nuestros textos serán considerados, como poco, sui generis (‘peculiares’) y tildados de incorrectos ipso facto (‘en el acto’).

A todos nos vendría de perlas un alter ego (‘persona de confianza que hace las veces de otra’) que nos señale algún que otro lapsus linguae (‘error de lengua’) o lapsus calami (‘error de escritura’). Los errores en las expresiones latinas no son peccata minuta (‘faltas pequeñas’). Más de uno de estos latinajos, como se los llama despectivamente, puede provocar que nuestras palabras o nuestros escritos sean recibidos con un vade retro.

© 2015 María José Rincón González

Taller de lectura de los clásicos

 

La Academia Dominicana de la Lengua les propone en 2015 un Taller de lectura de los clásicos de la lengua española. Decía Italo Calvino que «Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir “Estoy releyendo…” y nunca “Estoy leyendo…”».

Tengo la suerte de que mi primer contacto con las obras fundamentales escritas en nuestra lengua se diera en mi infancia. A fuerza de oír hablar de ellas como parte una tarea escolar empecé a leerlas con una leve sensación de aburrimiento. La escuela está obligada a acercarnos a los clásicos con la esperanza de que en alguna lectura salte la chispa del enamoramiento: «No se leen los clásicos por deber o por respeto, sino solo por amor».

Con el tiempo la relectura de los clásicos empieza a parecernos imprescindible porque, citando a Calvino, «un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir».

El español es una lengua de rica tradición literaria. Es mucha la tarea, pero la recompensa es incomparable. El taller de lectura de los clásicos de la Academia quiere proporcionar a los lectores herramientas prácticas que los ayuden a disfrutar su lectura. Hemos elegido una obra emblemática para cada taller, desde el Cantar de Mío Cid a las Coplas de Manrique, desde el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita a la picante Celestina.

Si ya los han leído, anímense y reencuéntrense con nuestra mejor literatura. Si es su primera vez, tengan presente el consejo de Italo Calvino: «Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos».