Discurso Premio Nacional de Literatura

Por  Federico Henríquez Gratereaux

Antes que ninguna otra cosa, debo dar las gracias a los miembros del jurado que decidió concederme este año el Premio Nacional de Literatura;  y especialmente, a la Fundación Corripio y al Ministerio de Cultura que lo otorgan, institucionalmente, desde hace 27 años.  Debido a la generosidad de esas personas e instituciones me encuentro aquí, en este podio, dirigiéndoles la palabra a todos ustedes. A mis queridos nietos suelo decirles: soy un viejo extremadamente viejo, pues nací en los comienzos de la Era de Trujillo. Fue esa una época dura para mucha gente, especialmente para aquellos que deseaban expresarse artísticamente o intentaban entender el desarrollo de nuestra sociedad. Mi primer libro estuvo dedicado a estudiar «mi sociedad», la sociedad dominicana: “Notas para una teoría de la sociedad dominicana» se publicó con el título de: «Un ciclón en una botella». Lo cual quiere decir, unos problemas demasiado grandes para meterlos dentro de las páginas de un breve libro. Me preguntaba: ¿por qué hemos tenido a Santana, Báez, Lilís y Trujillo?  ¿Qué rasgos caracterizan a los dominicanos?

Aunque fue el primero en ser escrito, apareció después de «La feria de las ideas».   En este segundo libro, el tema central fue el pensamiento y la poesía en lengua española. Me interesaban los pensadores españoles que no escribieron sus obras en latín, como Unamuno, Ortega, Julián Marías. Yo pretendía llegar a ser escritor en lengua española. Para eso necesitaba conocer los filósofos, novelistas y poetas más importantes de nuestro idioma.  Primero, la sociedad en  que  nací;  segundo, la lengua  que  hablo y en la que fui educado.

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   Luego de esos dos pasos de mi trabajo de escritor, tuve la suerte de conocer diversos países de América del Sur; países en proceso de organización política e institucional, en algunos aspectos parecidos a la República Dominicana.  Entonces escribí «Empollar huevos históricos«, libro que contiene: «Ensayar un ensayo sobre el ensayo,  -mi visión personal del ensayo-, y otro ensayo, que presta su nombre al libro entero.

Años más tarde, visité varias naciones de Europa del Este que fueron «sacudidas» socialmente por la Guerra Fría que siguió al término de la Segunda Guerra Mundial.  Viendo los odios que surgían entre  mis amigos, por motivos ideológicos, y los atropellos políticos que caracterizaron aquellos tiempos, concebí la idea de escribir un libro que abarcara el mundo completo, no ya mi país, el ámbito de mi propia lengua o el de los países en desarrollo. Así se fue fraguando en mi cabeza «Ubres de novelastra», un experimento narrativo, hibridación de novela con ensayo e historia. Ese escrito, cuyo tema es la Guerra Fría, fue puesto en circulación en 2008, en el auditorio de la Fundación Corripio. Aspiraba a ser una «madrastra» de la novela tradicional con nuevas capacidades de amamantar artística y emocionalmente.

Estas cuatro fases son como hitos o estratos de mi producción literaria. No mencionaré otros libros para no extender demasiado esta ceremonia, salvo «Disparatario«, un volumen compuesto, principalmente, por colaboraciones en los suplementos de periódicos extranjeros.

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Las colaboraciones periodísticas, semanales o diarias, son vistas  por los lectores  como simples «añadidos» automáticos de los periódicos. En verdad, constituyen una esclavitud laboral, sin la cual, lamentablemente, no puede haber buen periodismo, ni literatura de calidad. El entrenamiento profesional del escritor es el hábito de escribir continuamente.

Si algo he de decir a los jóvenes que aspiran a recorrer «el camino de la literatura», es que se trata de una «carrera inestable» erizada de dificultades; más bien una carrera de obstáculos. El escritor debe saber que su ámbito natural permanente será la soledad; y aceptar vivir rodeado de indiferencia ante una «actividad» que no es popular, que interesa a un grupo reducido de personas consideradas excéntricas. Esa indiferencia puede, en ocasiones, volverse un agresivo desdén, pues muchos de los temas eternos de la literatura son problemas controversiales o irritantes.  He llegado a ser el académico más antiguo de la Academia Dominicana de la Lengua; fui escogido en 1980. Las muertes del doctor Joaquín Balaguer y del doctor Mariano Lebrón me llevaron a esa ingrata posición; soy el más antiguo, pero no el más viejo. Sin embargo, mi animosa «vejentud», me permite mencionar estos desagradables asuntos a los aspirantes a escritores.  Yo he tenido suerte al recibir este premio y la medalla al mérito cultural del Ateneo Amantes de la Luz, de Santiago.  Ser escritor   no   es una elección entre   varias opciones sino una dolorosa compulsión vocacional. Felizmente, el trabajo del escritor contiene una «poesía implícita» que  compensa todos los escollos.

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     Aprovecho la ocasión para referirme a mi actual columna periodística en el diario «Hoy», de lunes a sábado. En los últimos cinco años he «consumido» en «A pleno pulmón»  bastante más de tres mil páginas de escritura. El periodismo es una forma lícita de ganarse la vida que han tenido muchos escritores. En este caso, puedo decir que «A pleno pulmón» ha sido, primariamente, un servicio público de carácter intelectual o cultural, como lo es mi programa de TV «Sobre el tapete«, con treinta años en el aire.  Concluyo, igual que San Jerónimo, afirmando: «de las amargas semillas de la literatura he cosechado dulces frutos«. Y si Dios me concede buena salud, espero seguir produciendo  libros, folletos, artículos, programas de TV.

Nada de esto hubiese podido hacer, por tantos años, sin el concurso permanente de mi familia, de mi mujer, hijos y nietos, de cuyo respaldo emocional, doméstico y práctico, he beneficiado siempre.

Muchas gracias.

Federico Henríquez Gratereaux

Semblanza de Federico Henríquez Gratereaux

Por María José Rincón

El hombre auténtico está compuesto por un haz de vidas complementarias, nos recordaba Pedro Laín Entralgo. El hombre de una pieza, que tanto alaba nuestra expresión popular, no existe, entonces; Federico Henríquez Gratereaux no es, en este sentido, un hombre de una  pieza, y hacer la semblanza de su vida  nos obliga a remontar el curso del río dispuestos a navegar sus corrientes vitales diversas hasta, quién lo diría mirándolo y conversando con él,  hasta 1937,  en ese «lugar de las Antillas, cuyo nombre recuerda perfectamente, pues se trata de la ciudad más vieja de América».

Aunque si le hacemos caso, el hombre común, si es que logramos englobar a don Federico en esa categoría, dispone de una sola vida y de esta parcialmente: «una parte importante de nuestras vidas se nos escurre por la infancia (…).  Después asistimos a la escuela donde nos imponen las letras y los números.  Llegados a la mayoría de edad empieza a despuntar el carácter propio; aparece el feto de nuestra vocación (…). Enseguida experimentamos el choque con el contorno (…). Es el comienzo de la vida real, la vida personal de cada uno.  A partir de ahí arranca nuestra auténtica vida». Quizás para él es el momento en que decide contradecir a su madre, quien le aconsejaba fervientemente que se dedicara a la contabilidad en lugar de a las letras.

Para seguir los pasos de las vividuras de nuestro premio nacional de literatura habremos de hacerlo, como él nos enseña día a día en sus artículos, desde la respiración: a pleno pulmón, o quizás, tratándose de seguir la obra vital  y literaria de don Federico, echando el bofe.

Su haz de trayectorias vitales está atado por el mimbre sutil y a la vez persistente de la palabra: el lector, el conversador, el periodista, el académico, el escritor. Y un eco de sus palabras se imbrica pertinaz entre las mías mientras voy trazando estas líneas.

El Federico Henríquez lector impenitente ha ido ensartando su figura humanística y su sobresaliente bagaje cultural; y ha ido poblando al conversador nato con su admirable verbo erudito, ese que es capaz de citar de memoria y, aparentemente sin esfuerzo, autores y obras, versos y anécdotas; una  capacidad que nos admira en cada conversación, inconcebible para los que nos hemos formado en una escuela que desprecia la memoria. Escribió una vez Mora Serrano que Federico Henríquez Gratereaux es uno de los conversadores más extraordinarios que jamás tuvo este país de grandes conversadores. Para él las conversaciones amables «favorecen la digestión, el ritmo cardíaco y quién sabe si también regulan el metabolismo».

La ética vital de don Federico le exige llegar a ser el que es en potencia, el que reclama su vocación más íntima. No hacerlo se convierte para él en una inmoralidad.  Su incómoda vocación personal y sus circunstancias vitales van tejiendo a su alrededor su tapiz vital:  «ser escritor en un país pobre y con muchos analfabetos no es tarea fácil; no hay dinero para comprar libros, ni educación para apreciarlos. Para lograrlo debes ser, simultáneamente: editor, periodista, productor de televisión, impresor. Escribo libros de ensayos, folletos de sociografía, artículos periodísticos y otros textos inclasificables; no los escribo para ganar premios (aunque sus escritos son los responsables de que estemos hoy aquí entregándole el Nacional de Literatura); no los escribo para ganar premios, los redacto por una incoercible necesidad de expresión».

El periodismo es para él una rendija para el drenaje de sus humores y un ungüento expresivo para mitigar los dolores por su país. Con su ejercicio de palabras contadas, afirma, ha evitado al psiquiatra, ha ejercitado la inteligencia y ha desafiado su capacidad verbal para la comunicación apropiada. Cuando las columnas periodísticas le permiten hablar de poesía o de filosofía, miel sobre hojuelas, le sirven como soportes para su integridad personal: sostienen su gran pasión por la lengua como expresión del pensamiento; el valor terapeútico de la escritura que, a menudo, nos pasa desapercibido a los que la practicamos.

Pero escribir es también un vicio, una manía, un oficio perentorio, que no deja vivir al escritor que lo es «de raíz». El escritor periodista, y don Federico lo es (fue director general de El Siglo desde 1997 hasta su cierre en 2002, productor del programa de televisión Sobre el tapete, y columnista de diario en Hoy) mira a la realidad de forma abarcadora; «quiere ver  lo que le rodea en el presente, penetrar el pasado y pronosticar el porvenir». Considera que, como escritor, está obligado a abrir bien los ojos; abrir bien los ojos para ver Un ciclón en una botella (1996), su contribución a la elaboración de la imagen sociográfica de la República Dominicana, a cuya historia se acerca, en calidad de naúfrago, a través de una «maraña de pasiones y de enigmas» solo pertrechado por la tabla de salvación de sus obras ensayísticas, género que domina con maestría y que le valió el Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña; un puñado de ensayos que nos enseñan lo que somos y cómo lo somos: Peña Battle y la dominicanidad;  Un antillano en Israel ;  Negros de mentira y blancos de verdad; Cuando un gran estadista envejece; La globalización avanza hacia el pasado;  La guerra civil en el corazón; Disparatario;  Pecho y espalda; y abre bien los ojos para asistir a la La feria de las ideas donde analiza  la literatura y el pensamiento expresados en nuestra lengua materna.  Pero el escritor también está obligado a entornar los ojos y a lanzarle una penetrante «mirada oblicua al mundo». Su «recia vocación intelectual», como la describe Rosario Candelier, le impide «saltar fuera de su sombra»; porque la responsabilidad del escritor, cercana a la del filósofo, es el conocimiento a través de un modo especial de vincularse con la realidad, compleja y enigmáticamente, a través de las palabras, «a modo de calador intuitivo que clavan en el gran saco del mundo».

Unas palabras que don Federico ha visto degradarse, tergiversarse, contaminarse por el uso de farsantes de toda calaña. Por el contrario admira la capacidad de escritores y filósofos para inventar nuevas palabras, «nuevas palabras para que nos ayuden a sentir o a pensar con más intensidad y alcance intelectual. Muchas palabras viejas y gastadas ellos las remozan y echan a rodar de nuevo dentro del pueblo que las acuñó; que las reconoce enseguida y las acepta con el valor agregado que artistas y pensadores les imprimen». En su condición de novelista remozó el sustantivo novela añadiéndole el sufijo despectivo para transformarla en Ubres de novelastra (2008), y dilucidar con ella los problemas universales del ser humano a través de un ensayo estilístico sobre las falsas novelas.

Es su oficio de escritor el perfeccionamiento de la capacidad de expresión, en el que, como él mismo enumera, «entran en juego la formación académica, las lecturas superpuestas, la gramática de la escuela primaria, y hasta el modo de hablar de los padres». Y el dominio inteligente del buen decir tiene mucho de disciplina, la que él considera «la disciplina del entendimiento, el rigor mental», que, «una vez se posee, sirve para todo, y no solo para la literatura o la filosofía».

Todos esas gotas han colmado el vaso lingüístico de Federico Henríquez, quien ocupa el sillón K en su condición de miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, de la que es subdirector, y correspondiente de la Real Academia Española; académico de una lengua, la nuestra, la de quinientos millones de hablantes y largos siglos de historia, que domina con la maestría, el humor y la gracia de los clásicos.

Hay dos facetas que en él admiro sobre las demás, por lo que tienen de faro para los que nos dedicamos a las letras y vivimos en estos tiempos, su dominio verbal y su presencia humana, que destila siempre amor y orgullo por su familia. Sé de su conciencia del tiempo y de la brevedad de la vida para dar cumplida cuenta de las tareas que nos restan por acometer. Cuando sus lectores, mal acostumbrados por su presencia diaria en la prensa, le reclaman por sus raros silencios, él les recuerda que tiene el derecho de echarse de vez en cuando a dormir sobre un pajonal.

No se le olvide a don Federico, no se te olvide, Federico, que el español ha ganado con tu ejercicio, que las letras dominicanas han ganado con tu figura y con tu dominio de la pluma y que tienes muchas tareas pendientes, por tu bien y por el nuestro.

Santo Domingo, 21 de febrero de 2017
María José Rincón González
Miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua

La sensibilidad poética de Rita Guzmán

Por Bruno Rosario Candelier 

Nadie tocará la aurora
para entrar a mi cielo.

(Rita Guzmán)

   La creación poética de Ana Rita Guzmán Ceballos, una de las genuinas creadoras entre las escritoras de poesía en las letras dominicanas, proyecta una honda experiencia vivencial en su sensibilidad y su conciencia. Reconocida profesora de sociología y brillante cultora de una enjundiosa lírica, nuestra agraciada poeta hace del arte del lenguaje el centro de sus apelaciones entrañables y el cauce de sus inclinaciones estéticas (1).

Realmente cuando se habla de poesía nos referimos a una creación del lenguaje que puede responder a la expresión de la realidad sensorial y también puede ser la comunicación de lo que se sale de la realidad porque la poesía tiene la virtud de aludir a la realidad del mundo sensible y al mundo de lo invisible, ya que puede hablar de las cosas que se manifiestan con sus datos perceptibles, como puede también hablar de los fenómenos metafísicos.

La obra de Rita Guzmán es la expresión de una energía, de lo que desde la Antigüedad grecolatina se llamaba ENERGÍA CREADORA, y esa energía creadora es connatural al ser humano porque forma parte de la dotación del Logos, que ya Heráclito de Éfeso, uno de los antiguos pensadores presocráticos, por su alta dotación espiritual le atribuía una energía divina, que calificaba como el más hermoso don que hemos recibido los humanos en cuya virtud podemos hablar, pensar, intuir y crear, como se evidencia en la poesía ya que esa elevada manifestación de la creatividad verbal plasma con el lenguaje de la lírica las más hondas y cautivantes intuiciones y vivencias.

La poesía es una creación del lenguaje, y esa creación tiene un carácter estético; pero esa creación estética, aunque tiene los mismos atributos para todos los creadores en cuanto a que es una expresión de la creatividad, sin embargo en cada creador es diferente, ya que en cada autor la poesía tiene una manifestación peculiar y específica en función de la sensibilidad y el talante del poeta.

En el caso de Rita Guzmán Ceballos, nuestra poeta canaliza su energía creadora a través de la palabra poética en donde se pueden apreciar tres vertientes claves para entender la línea de creación de la poeta francomacorisana. En su poesía hay una energía telúrica, una energía erótica y una energía divina. Por energía telúrica entiendo el aliento que recibimos de la tierra, el impacto físico que recibimos del terruño donde nacemos y nos criamos. El espacio físico donde nos desarrollamos inyecta en nuestra sensibilidad una energía peculiar que configura nuestra sensibilidad y entonces canalizamos a través de la creación lo que la tierra inyecta a través de los alimentos, del ambiente y el paisaje, de la historia y la cultura.

La segunda dimensión es erótica. Uso la palabra “erótica” en el sentido griego, que aludía no solo al amor, el erotismo o la potencia erótica de la sensibilidad humana, sino también a la dimensión espiritual como la entendían los antiguos filólogos helenos, para los cuales esa vertiente o manifestación de la inteligencia y la sensibilidad despierta en nosotros el deseo de ser, el anhelo de saber y el ímpetu de crecer interiormente, de manera que se trata de un aliento especial. La energía erótica es un aliento especial que brota en nosotros y que hace que seamos lo que somos, que canalicemos nuestro potencial creador y encontremos un cauce específico para canalizar todo el potencial con que venimos a la vida, que se manifiesta de una forma amorosa, con plena compenetración del propio creador desde el hondón de su sensibilidad en conexión con el mundo circundante o con la realidad social o cultural que le ha tocad vivir y compartir, y eso es hermoso saberlo, sentirlo y proclamarlo.

La tercera faceta que se puede apreciar en la creación poética de Rita Guzmán es la connotación divina de la palabra, que es una dimensión metafísica y trascendente en su creación poética. Fíjense en lo que dicen Ana Rita en la introducción de su primer libro, Voces cercanas al silencio (2), donde expresa que se siente “conmovida ante la felicidad que brindan las cosas pequeñas”. Es decir, nuestra poeta se conmueve por todo, porque lo siente todo, lo sufre todo y lo vive todo con el gozo de lo viviente, y es una dicha sentirlo y decirlo en virtud de lo que tienen los poetas, que Garcilaso de la Vega, el famoso lírico español del siglo XVI, llamaba “el dolorido sentir”. Los genuinos poetas experimentan un “dolorido sentir” en virtud del cual lo sienten todo y lo viven todo, aunque también lo sufren y lo gozan todo, y ese poder de su sensibilidad hace que se vuelque su conciencia y se manifieste creadoramente en el arte de la creación poética, porque la poesía no es solo la expresión de emociones y belleza, sino también la expresión de mensajes profundos, del sentido trascendente que propicia la vida y el Cosmos. Rita Guzmán se siente “fascinada por la intensidad del silencio…”. El silencio tiene algo singular que desemboca en la sensibilidad interior de Rita porque su talante, que es la manera de sentir, está adiestrado para vivir el trasfondo del silencio y ver más allá de las apariencias de fenómenos y cosas:

Estos fragmentos se  fueron volviendo

huellas de mi presencia…

Alude la poeta a su creación poética. Todo el mundo vive una presencia, y todos tienen una manera de vincularse con el Todo. Al final de su prefacio, escrito en San Francisco de Macorís en el 2007, escribió nuestra poeta: “Se desvanece mi resistencia compartir el perfil de tantas cosas reflejadas en el espejo de este canto”. Este canto es su palabra, su creación poética, la expresión de su sensibilidad y su conciencia:

Dejo escapar mis palabras

que huyan hasta convertirse

en infinitas efigies apenas

apreciables por corazones viajeros.

 Entonces la persona lírica se retrata a sí misma, diciendo quién es ella, cómo es su sensibilidad, qué hay en el trasfondo de su ser y, entonces, en esa dimensión estética, metafísica y simbólica aflora su energía erótica, la energía que está en todos nosotros y en todo lo viviente.

La energía erótica se puede apreciar desde tres perspectivas en la creación poética y, de un modo especial, en la lírica de Ana Rita Guzmán: desde la perspectiva del yo; desde la perspectiva de la creación; y desde la perspectiva del Cosmos.

Ana Rita Guzmán Ceballos, que tiene consciencia de que está instalada en el mundo, que tiene una singular conexión con lo viviente y que es dueña de una profunda intuición para captar y expresar el sentido de fenómenos y cosas, acude a la palabra para decir lo que intuye y mueve su sensibilidad espiritual y estética (3):

Después de mil lunas sin dormir

confirmo de tu canto apenas

algunos ecos que suenan

confundidos entre voces

cercanas al silencio.

 Es decir, para Guzmán Ceballos el silencio es una expresión de la conciencia. Y en su vivencia particular y desde el fuero de su intimidad, la conciencia perfila y recrea el eco de las cosas silentes porque ella percibe el sentido del mundo, de las cosas que fluyen y, sobre todo, la dimensión inédita y esencial de lo existente, lo que es propio de los poetas o de quien tiene sensibilidad poética. En uno de sus poemas escribe:

Nostalgia del tiempo

atrapada en sus ojos

la espera impacienta la manada

de lobos

que llevan dentro.

 Esa expresión simbólica, “manada de lobos que llevan dentro”, con una connotación representativa, es una manera de decir que los seres humanos llevamos dentro un demonio, aunque también llevamos un ángel, para aludir a una expresión figurativa y deíctica que fluye en nuestro interior y, desde luego, depende de la actitud interior, de nuestra concepción de las cosas y de nuestra sensibilidad metafísica para que el peligroso lobo -o el amoroso ángel- se activen y actúen. Para aplacar la furia del lobo secreto, con las manifestaciones intolerantes de la conducta o el pensamiento ajenos, sugiere el cauce de un fluir consentido con la capacidad para dejar pasar.

En su poetizar, el lobo poético de Ana Rita entraña una dimensión peculiar, es decir, la representación simbólica de una actuación audaz, desafiante y sorprendente: “Nunca me dijeron que el lobo es tan encantador. Como mansa oveja me educaron. Ciega de vida y versos con manía de lo cierto en las manos sin locura vagando por mis huesos. Nunca supe que el lobo de los cuentos vivía en la tierra prohibida del deseo que podía desatar vida con su lluvia cúpula mágica de espuma y sueños como un Dios creando el universo. No hablaron de ese animal perverso que inventa un mundo con su beso todo un bosque lleno de amapolas gritando en cascada sangre silvestre por las ardientes venas del delirio. Para ser una mansa oveja así de tierna me educaron. Nunca me dijeron que en las noches de luna sale el lobo hambriento del rojo territorio donde guardo mi vergüenza” (4).

En otro de sus poemas Rita Guzmán revela un pensamiento similar en una imagen cautivadora y densa:

Todo lo inventó este corazón viajero

la nada se agiganta.

  La poeta francomacorisana percibe las señales físicas y metafísicas del Universo, lo visible y lo no visible del mundo circundante y del ámbito sobrenatural, y en virtud de esa peculiar dotación intelectual y estética con que vino a la vida esta singular mujer llamada Ana Rita Guzmán ha podido sintonizar facetas y texturas de ambas realidades que sintonizan y expresan los poetas cuando testimonian lo que su sensibilidad percibe, lo que valoran de fenómenos y cosas, que es uno de los grandes atributos de los creadores de poesía y ficción. En “Olor a jazmín” escribe nuestra agraciada poeta:

Cabálgame,

llévame por el camino

que conduce al infinito.

   Esa es una profunda llamada que experimenta Ana Rita, apelación que sienten las personas con sensibilidad trascendente mediante el anhelo de vivir una compenetración profunda y entrañable con el infinito porque procedemos de una fuente infinita. Todo lo que existe procede de la fuente de la Divinidad, que es infinita, y todo desemboca en esa misma fuente primordial de cuanto existe. Por eso nosotros somos infinitos. Nada de lo que existe perece porque todo cuanto hay en el Universo fue creado por el Padre de la Creación, y lo que Dios crea no perece. Todos nosotros, en efecto, somos inmortales porque somos una emanación de la Divinidad. Y la alta creación poética procura dar cuenta de esa suprema condición de la naturaleza humana.

La creación poética es una expresión de las imágenes y los símbolos del fluir de lo viviente que encarna el significado de las emanaciones trascendentes provenientes del Numen cósmico. Para los antiguos griegos, el Numen encierra el caudal de la sabiduría espiritual del Universo, donde todo está registrado porque hay una sabiduría infinita, y los poetas son las personas dotadas de un circuito interior en su conciencia en cuyas neuronas cerebrales perciben las irradiaciones de la trascendencia y, en tal virtud, pueden entrar en conexión con las ondas electromagnéticas que conectan su conciencia con el fluir trascendente del Universo.

Nuestra poeta se inserta en el mundo, se siente parte del Universo y entra en conexión con el caudal de lo viviente en virtud de su sensibilidad empática y fecunda. Y en función de su conciencia, en “Te entrego este alud de sueños” expresa:

Las horas giran extendidas

en la memoria de tus besos,

llaman sus abrazos

cuando contemplo el firmamento.

Tu presencia desnuda, espanto de mis ruegos.

Comienzo a creer en que más allá del cielo

alguien siembra la vereda de árboles,

flores, pájaros, viento.

Por eso nuestra admirada poeta, ataviada de rocío, despliega su sentir:

Justo allí donde huela a jazmín

y se escuchen a los pájaros

anunciando otro día.

La emisora de estos entrañables versos percibe el fluir de lo viviente como una presencia significativa que concita su sensibilidad y estimula su conciencia. Por eso pone su sensibilidad, su intuición y sus palabras al servicio de ese propósito que tiene la poeta para hacer de la sabiduría y el amor la llama del aliento cósmico, la fuerza genesíaca de lo viviente y el aliento redentor de los sentidos, justamente en función de ese poder, de esa energía erótica y de esa energía divina que atraviesa su sensibilidad y cautiva su conciencia. Ana Rita no es una mujer común y corriente porque está dotada de una energía divina, del aliento espiritual que recibió para dar un testimonio singular del mundo mediante su palabra creadora canalizada en su expresión poética. En “Versos que cantan” escribe emocionada:

Me besas y te vas

para regresar de nuevo.

Como las tormentas del Caribe

abates mi territorio

y lo llenas de hojas, ramas, vientos.

Tus lluvias inundan los huecos de mi isla;

desbordamiento del deseo

simientes milenarias.

Esas simientes milenarias las perciben los genuinos poetas que viven en comunión con la energía espiritual del Universo:

Resistiendo lazos que sangran

al ritmo caprichoso de los siglos secretos.

   Fíjense qué manera tan hermosa y profunda de escribir de esta singular poeta:

Te gusta llegar a mi playa

y besar las arenas de mis versos

como lirios blancos

o como espuma blanca.

Olas que danzan

se llevan tus tibias aguas que no descansan

para volver a mojar mis arenas sedientas de tu boca.

La luz es promesa de que volverás,

la tarde me enciende

y ardo como tronco seco.

   Esa sensibilidad estética y espiritual, que se conjuga en la creación poética de Ana Rita Guzmán Ceballos (5), da cuenta del portento de su creación porque, desde luego, para sentir como ella siente hay que tener una sensibilidad caudalosa, amplia, profunda y estremecida. Y también hay que tener una conciencia sutil, pareja a esa sensibilidad estremecida y estremecedora, como la de Rita Guzmán. Por esa razón, para esta poeta el silencio es la voz del misterio; el silencio es la huella de lo arcano que siempre está presente porque estamos rodeados de cosas visibles pero también de cosas invisibles que la sensibilidad trascendente capta misteriosamente en virtud de los sentidos interiores que tenemos para ponernos en conexión con esa dimensión profunda y trascendente de las cosas. En “Enamorada de la noche” escribe impregnada del aliento de la belleza y el misterio:

Enamorada de la noche

colgada de encanto a medio cielo

repleta de luz

dulce de esperanza.

Embriagada de silencio.

 Ustedes se imaginan cómo una persona puede sentirse embriagada de silencio:

Embriagada de silencios,

quieta de magia acompaña a las estrellas,

embellece al firmamento.

Ayer vi la luna

reflejada en el agua de los arrozales

buscando imitar tu mirada.

   Esa es la expresión erótica, la expresión amorosa de la dolencia divina, la expresión de identificación con lo viviente, el testimonio de la sensibilidad profunda que marca y distingue los rasgos de una creadora, como Rita Guzmán, por lo cual en su poesía hay una reflexión lírica, estética, metafísica y simbólica. Vertiente lírica del caudal de sus emociones entrañables. Vertiente estética del mundo de sus vivencias engarzadas al fluir de lo viviente. ¿Vertiente metafísica y simbólica de qué? Del cauce que ha de transitar la creatura consciente del destino que le aguarda. Por eso ella puede escribir:

Por todas partes

el delirio camina sin rumbo

desde el norte hacia el sur

el sendero es soledad,

El polvo de la sal deja sin sabor su garganta.

Todas las voces naufragan en mar de silencios.

Todo el cielo descobija tu techo.

   Esa manera de escribir puede desconcertar al lector que desconozca el lenguaje de la poesía porque la poesía tiene un lenguaje diferente al lenguaje con que usualmente nos comunicamos; por eso quien no conoce el lenguaje de la poesía no puede entender la creación poética. Muchos creen que ese lenguaje es asunto de gente rara, o de gente que no está en este mundo; no entienden que se trata de un don especial. Por eso decía Platón que los poetas recibieron el don creador de la Divinidad para que con ese don, con esa virtualidad poética, pudiesen captar los mensajes profundos inherentes a imágenes con el sentido de los símbolos arquetípicos que provienen de la fuente misma de la Divinidad y que nosotros, lo que no somos poetas, no entendemos. Los exégetas e intérpretes de la poesía sí lo entendemos, pero quien no es poeta se pierde en su comprensión porque es un lenguaje diferente, un lenguaje de lo arcano porque solo la intuición penetra en esa dimensión profunda y capta, a través de la revelación, mensajes que vienen de la cantera del infinito; y por eso los poetas no son seres comunes y corrientes; por eso en la antigua Grecia se veneraban a los poetas. Si Ana Rita Guzmán hubiese nacido en la antigua Grecia, al pasar por las callejuelas de Atenas la hubiesen venerado y los transeúntes se hubiesen inclinado en señal de reverencia porque vino al mundo con el don de los elegidos. Ana Rita fue elegida por la Divinidad, por las Musas o quién sabe por cuál potencia cósmica al recibir el don de la creación poética. Por eso ella puede decir conceptos y expresiones que nosotros, los que no somos poetas, no podemos expresar. Por eso ella escribe convencida de su alto don:

Soy eterna

al descubrir en ti mi locura más sana

el milagro del amor en una mujer,

que como yo,

había agotado los manantiales.

   Esa expresión amorosa, poética y erótica, tiene esa dimensión trascendente en esta creadora que ha sabido articular, mediante la palabra poética, lo que dicta el trasfondo del silencio de fenómenos y cosas. Podemos decir que Ana Rita Guzmán Ceballos es la poeta del silencio, la poeta que le canta el sentido del silencio inherente a lo viviente y que describe lo que el silencio sugiere mediante sus voces secretas y entrañables como se manifiesta a través de la creación poética de esta dominicana ejemplar.

Bruno Rosario Candelier
Encuentro del Movimiento Interiorista
Moca, Ateneo Insular, 23 de enero de 2016.

Notas:

1. Ana Rita Guzmán Ceballos nació en Santo Domingo, aunque ha vivido la mayor parte de su vida en San Francisco de Macorís, donde ejerce la docencia en el área de sociales y participa en la vida cultural. Socióloga y especializada en educación, tiene un doctorado por la Universidad del País Vasco en psicología y educación. Presidió la Casa de la Cultura y el Centro de la Cultura, ambos de San Francisco de Macorís, y ha participado en cónclaves nacionales e internacionales.
2. Cultora del lenguaje poético, publicó los poemarios Voces cercanas al silencio y Libertad a media luz.
3. Al agradecer el reconocimiento que la Academia Dominicana de la Lengua y el Ateneo Insular tributaron en Moca a Ana Rita Guzmán Ceballos, la distinguida poeta francomacorisana expresó: “Jamás en mi vida había esperado esto. Muchas gracias, me quedo sorprendida, no me creo merecedora de tanto. Quiero agradecerles a ustedes, agradecer la generosidad de don Bruno Rosario Candelier, de Ramón Antonio Jiménez y de Rita Díaz, y agradecer la presencia de mi familia, que está aquí. Gracias por este reconocimiento que acepto con mucha humildad. Es el segundo reconocimiento que don Bruno me hace porque el primero fue una vez que nos encontramos en el Aeropuerto Las Américas de la capital dominicana, y le dije a mi esposo: “Mira, ese es don Bruno, vamos a saludarlo”. Y cuando le dije a don Bruno mi nombre, me comentó: “En San Francisco de Macorís hay una poeta que se llama Rita Guzmán, como tú, cuya obra valoro por su calidad”. Entonces, emocionada, le dije a don Bruno: “¡Esa soy yo!”. Esa noche yo me quedé hablando de su espontaneidad y de lo bien que don Bruno me hizo sentir”.
4. Ana Rita Guzmán Ceballos, Libertad a media luz, Santo Domingo, Ministerio de Cultura, 2014, p. 55.
5. Palabras de Ana Rita Guzmán Ceballos en el acto en su honor celebrado en el Ateneo Insular en Moca el 23 de enero de 2016: “Yo pienso que los duendes hacen su juego y esto tenía que ser en Moca, tierra de mi madre, y qué hermoso que esto se diera aquí. Tomo la palabra de Huidobro y pregunto: ¿quién sembró la angustia en la llanura de tus ojos como el adorno de un dios? Y retomo a esa presentación de la que hablaba don Bruno Rosario Candelier para responder: como si la magia pudiera describir ante la incógnita melancolía del permanente retorno de mis errores y el doloroso cansancio de las brumas cotidianas conmovida ante la felicidad que brindan las cosas pequeñas, deslumbrada por el vacío del tiempo, fascinada por la intensidad del silencio, estos fragmentos se fueron volviendo huella de mi presencia agitando en las cumbres de mi ser. El germen de esta canción libertaria estuvo marcada decididamente por la subversión de mis sueños terrenales los cuales me vistieron de soledad. En el marco de la discursiva paradoja de la cultura institucional necesité respuesta de la imaginación, necesité sentirme fugitiva y volar sin control, encontrar mi identidad; quizás una subcultura de supervivencia personal me llevó a la poesía y para mí, en esencia, la poesía es eso en mi cotidianidad, una fuerza que me ayuda a sobrevivir y tolerar con una sonrisa los avatares a veces muy fuertes a los que la vida me ha sometido. Dicen que la poesía no es una opción, yo no sé. Yo siempre fui buena lectora de poesía y mi primer libro lo tuve a la edad de 9 años y me maravillé. Entonces siempre he estado deslumbrada con mis poetas preferidos. Yo soy loca con Fernando Pessoa, con Miguel Hernández, con Rabindranah Tagore, con Federico García Lorca, con muchos otros, y no tengo esa fidelidad con la poesía porque me paso un fin de semana con Franklin Mieses Burgos y me enamoro, me olvido del mundo, y así si retomo a Lorca y ya todo es él, y el próximo fin de semana me tiro en los brazos de Miguel Hernández y digo que él es mi preferido y así voy. Yo misma debo decir que fui la principal sorprendida con esa fuerza con que yo comencé a escribir. Escribía poemas de un tirón y creo que el silencio… cuando murió el padre de un amigo y varios días después de eso mi amigo me llamó y me dijo: -Doña Rita, usted que vino y yo se lo agradezco tanto, pero yo solo le pude dar mi silencio-; eso fue como un riflazo y conocí el silencio ya de adulta, así como llegué adulta a la poesía, pero la derrota, los problemas del mundo me abrieron un cauce a la poesía y en ella encontré esa estrategia de vida. Me sorprendió mi propio erotismo. Yo decía: “Una mujer de cuarenta y pico de años siendo directora de una academia y describiendo una relación amorosa, describiendo un amor solitario”. Y me decía un profesor que ellos se reunían a hablar de la crisis del capitalismo, de que hay que retomar el pensamiento marxista, pero después que salió su libro nada más hablamos de torbellinos. Es decir, yo no soy una mujer de mundo, soy una mujer de bajo perfil en el sentido de mi existencia, en el sentido de la tranquilidad. Yo soy una educadora y me he dedicado a eso, a la gestión cultural; he estado siempre envuelta en esos afanes de la gestión cultural pero nunca la escritura fue mi oficio y de pronto yo misma veo este desbordamiento y así llegó el poema “Ojos de luna”, un poema que a mí me gusta. La vida me presentó una situación muy difícil; me vi de cara a la muerte y comencé a hacerle un homenaje al dolor, a escribir; hay cosas que son tan profundas, tan íntimas que no las he publicado porque son parte de mi intimidad esencial; pero hice un homenaje al dolor, a la libertad y es que la poesía ha permitido que experiencias dolorosas, que han estado cerca como la muerte, hayan sido canalizadas en el canto: Más allá de la fatalidad las palabras/y con ella los ojos de la esperanza/se abren como el soplo incierto/del niño recién nacido/que aún no conoce el juicio final. Muchas gracias por este acto tan maravilloso”.

Voces y sentidos de un glosario de símbolos: voces representativas en su formalización operativa

Por Bruno Rosario Candelier 

A Reina Lissette Ramírez,
 Amanuense de símbolos arquetípicos.

 

Naturaleza de la simbología

El concepto de símbolo alude a la imagen con la que física o metafísicamente se representa un concepto intelectual, moral, estético o espiritual, diferenciándose de los signos en general. Los signos “significan”, es decir, sirven como referentes o imágenes de una cosa; mientras que los símbolos, además de “connotar”, “simbolizan”, es decir, representan un concepto diferente del significado básico que la palabra expresa en su sentido primario, connotación que funda su dimensión simbólica. Por ejemplo, la paloma, como signo, es un ave, y como símbolo, representa al espíritu.

El término simbología (del griego symbolon, ´signo´, y logos, ´estudio´) es una rama de la lingüística que estudia el caudal de símbolos, razón por la cual constituye una parte especializada de la semiología, ciencia que se ocupa del estudio de signos y símbolos de una comunidad, una disciplina o una cultura. Un símbolo es la representación sensorial de una idea que guarda un vínculo convencional y arbitrario con su objeto de referencia. La noción de simbología sirve para identificar al sistema de símbolos que encarnan los diferentes elementos de su representación. En tal virtud, se puede hablar de la simbología de cualquier rama del saber, con los iconos o representaciones gráficas que permiten reconocer cada elemento significativo.

Cada saber tiene su propia simbología. Y cada lengua tiene la suya. En la literatura dominicana hay un caudal de símbolos que este diccionario presenta, describe y ejemplifica. En tal virtud, es posible clasificar la simbología según su objeto de estudio o área de su competencia. En este sentido, la simbología religiosa estudia los símbolos que intervienen en una creencia o práctica ritual o confesional. De igual manera, la simbología del folklore, de la cultura culinaria o de otra vertiente de la mentalidad o de la idiosincrasia de un país se ocupa de los símbolos que representan dichos aspectos dentro de la vida social, histórica, lingüística y cultural. En ese orden de ideas, la simbología de una cultura comprende todos los símbolos que permiten reflejar su idiosincrasia cultural. El himno nacional, el escudo y la bandera son ejemplos de símbolos que forman parte de la cultura simbólica de una nación.

La historia de la humanidad ha plasmado una inquietud del ser humano por la representación simbólica de su entorno y su cultura, a través de un simbolismo peculiar. Basta con referirse al descubrimiento de la escritura, como comprensión de este sistema de signos y símbolos que contribuyó a la relación entre los seres humanos. Por lo general, un símbolo puede representarse por una palabra y una imagen para significar un concepto o una vivencia. Para citar un ejemplo, en la tradición egipcia, el escarabajo significa y representa, lo mismo la palabra que su imagen icónica, la idea de la resurrección, que se usó como amuleto de vida y poder, como una protección contra el mal, visible e invisible, proporcionando aliento y fe al espíritu humano.

El lenguaje simbólico canaliza las intuiciones de creadores, hablantes o poetas, así como pensamientos, emociones y deseos. Como potencia generadora de pensamientos, la energeia de la creación se manifiesta en conceptos, imágenes y símbolos que fundan un decir peculiar en forma expresiva, técnica compositiva y visión espiritual que recrea la experiencia humana acumulada en la historia y la cultura, que la lengua recoge y formaliza.

 Un diccionario con valores simbólicos

La elaboración de un diccionario de simbología conlleva la reunión del entramado representativo propio del ámbito de referencia en su conjunto lingüístico, histórico, literario, social y cultural. La riqueza de sentidos de los símbolos en la historia de la cultura es relevante, y una de las dimensiones fundamentales es su realización en el fuero de los textos escritos, en especial los literarios, ya que una vertiente principal es la simbólica. En su formalización, este diccionario tendrá una estructura enciclopédica.

La Academia Dominicana de la Lengua creó un equipo de trabajo para la investigación de voces con valor representativo con miras a la confección de este Glosario de términos simbólicos.

En mi condición de director de la ADL y coordinador de las tareas lexicográficas de la institución, les expliqué a los integrantes del equipo de colaboradores la base teórica, conceptual y metodológica para llevar a cabo esta obra lingüística. Con esa finalidad seleccioné a los integrantes del equipo de trabajo y les impartí las pautas pertinentes para colaborar en este diccionario asignándoles tareas concretas para el expurgo de las fuentes (obras literarias, textos periodísticos, cultura viva), privilegiando la literatura dominicana.

La dedicación a esta labor implica un conocimiento del concepto de símbolo, la simbología y la simbolización, un nivel de expresión del lenguaje, interior y complejo, ya que el símbolo no es algo que acontece en la realidad objetiva, como un espejo, un caballo o un florero, sino que comprende vocablos de nuestra lengua con significados peculiares, como acontece en palabras como “espada”, “lámpara” o “cordero”, que admiten una connotación simbólica, metafísica y espiritual mediante un proceso de simbolización para representar otro sentido, que supera la dimensión sensorial y aborda lo intangible. El símbolo no es visible como una cruz o una paloma, y esas dos palabras (cruz y paloma) expresan una connotación simbólica, metafísica y mística.

El Universo es un símbolo, la cultura tiene símbolos y los escritores crean símbolos. Hay que saber interpretar la dimensión simbólica de la realidad, la cultura y el lenguaje, inserta en el caudal léxico del idioma, para lo que hay que entender el pensamiento intuitivo y la faceta representativa de los hablantes, así como la vertiente simbólica de la creación literaria. Todo tiene sentido, pero el símbolo añade un nuevo valor semántico al sentido primordial de las palabras y las cosas.  El símbolo es un valor agregado que otorga a la cosa asumida como representación otra dimensión, como sucede con fuego, puente o espada.

Con las instrucciones lingüísticas y metodológicas para las tareas propias de un glosario de símbolos, quienes laboramos en la búsqueda y el expurgo de las obras literarias (textos periodísticos, obras literarias y el lenguaje de la oralidad) y algunas fuentes secundarias (como diccionarios). En todas las áreas del saber humano hay símbolos, que son creados e interpretados por autores y lectores. Disciplinas como mitología, religión, literatura, derecho, historia, música, arquitectura, mística, periodismo, filosofía, astronomía, física, etc., tienen un caudal de símbolos.  En todas las ramas del saber y en los diferentes ámbitos de los conocimientos se encuentra una simbología, y cada lengua, como cada cultura, tiene la suya. En la cultura dominicana hay variados símbolos, algunos de los cuales recoge este diccionario.

En la fuente literaria abordamos la poesía, la narrativa, el teatro, la crítica y el ensayo. A la cultura de una lengua le corresponde identificar la expresión simbólica de determinadas voces y expresiones. La dimensión simbólica tiene una vertiente trascendente que representa esa abstracción en el plano de la realidad estética o la realidad metafísica. Es en el ámbito espiritual y metafísico donde funciona el símbolo. La elaboración de un diccionario de símbolos conlleva la valoración representativa en su expresión lingüística, literaria, social, metafísica y cultural. La riqueza de sentidos de los símbolos en la cultura es relevante, y una de las dimensiones fundamentales es su realización en el fuero de los textos escritos.

Identificada la entrada o palabra clave que facilita la búsqueda al lector, consignada como voz simbólica, escrita con letras mayúsculas y en negritas, aplica las pautas del siguiente decálogo: 1. Definición del significado básico o valor literal de la palabra. 2. Descripción del valor metafórico. 3. Identificación del valor simbólico. 4. Clasificación según el ámbito del saber (ling., med., rel., lit., folk., psic., fil., mit., met., míst., teol., astr., agr., dep., mús., arq., der., fís., hist., antr., etc.). 5. Los elementos clasificados van con abreviaturas en negritas. 6. Ejemplificación o ilustración literaria (con la cita textual de una obra). 7. Ejemplo de ilustración escrito entre comillas y citado en su fuente original. 8. La palabra clave de la cita se destaca con letras en negritas. 9. Si se ponen varios ejemplos, se enumeran. 10. Sus variantes se consignan con números en negritas.

En la elaboración del Diccionario ejecutamos las siguientes tareas: a. Selección del equipo de trabajo, compuesto por este redactor y tres colaboradores. b. Búsqueda y expurgo de las fuentes primarias (obras literarias), las fuentes secundarias (diccionarios que guarden relación con la cultura a través de los símbolos). c. Determinación de la estructura lexicográfica de este tipo de diccionario. d. Selección del material a incluir en el diccionario, con las definiciones y las ilustraciones correspondientes. e. Revisión de los ejemplos y su formalización según la pauta asignada. El lenguaje es el medio expresivo más adecuado para el hablante consignar lo que crea o inventa mediante la creación de textos con conceptos, imágenes y símbolos que conforman la poesía, la ficción y la representación. Con su creación los autores inventan un mundo verbal que formalizan en sus imágenes aunque estén conscientes de que la suya no sea una creación de la nada, como fue la Creación del Mundo según el relato bíblico. La de narradores y poetas es una creación que tiene su base en la tradición, el lenguaje y la memoria, a la que se suman la imaginación y la intuición del creador, que potencian la cultura  de una lengua y una comunidad con su modo de escritura y su estilo de vida.

Los literatos, filólogos y semiólogos han constatado que mediante los signos del lenguaje pueden formalizar su capacidad simbólica, como lo aprende el hablante a través de procesos que experimenta en su relación con su entorno. Entonces el lenguaje deviene un instrumento indispensable de relación y un vínculo ineludible para la comunicación. Por el lenguaje certificamos que estamos en el mundo y podemos representarlo verbal y simbólicamente, recreándolo a nuestro modo y manera.  Estamos inmersos en una realidad sociocultural con su caudal de símbolos, y mediante el lenguaje lo representamos. Pensamos y simbolizamos en conceptos e imágenes que formalizamos mediante la palabra, y con ella reproducimos nuestra percepción del mundo y creamos un orbe verbal con los signos y los símbolos comunicantes. Como el lenguaje es una creación, tiene el hombre la sensación  de que se apropia del mundo por el lenguaje que lo representa, y por eso Adán aparece en el Jardín del Edén nombrando las cosas, una forma de apropiarse de ellas mediante la palabra. Los poetas, que recrean con su lenguaje la dimensión sensible y suprasensible de fenómenos y cosas, fijan en la letra impresa lo que acontece en el mundo, puesto que la palabra poética atrapa la esencia de las cosas y la vertiente simbólica de lo existente. Mediante el lenguaje asumimos el mundo, como lo hace el niño desde sus primeros balbuceos, pues al nombrar las cosas las confirma, y al confirmarlas, las conjura con la magia verbal de los vocablos y sus símbolos (1).

Todo símbolo proyecta varias enseñanzas en virtud de su contenido implícito: 1. Una indicación lingüística, vinculada con el sentido de la palabra, el concepto o su imagen. 2. Una proyección psicológica que evidencia la relación del sujeto con la cosa significada. 3. Una vinculación cósmica, asociada al significado de lo viviente a la luz de la realidad cósmica. 4. Un enlace cuántico donde se manifiesta la relación de la materia, el espíritu y la conciencia. 5. Una vertiente metafísica con las señales trascendentes que vinculan el símbolo a la esencia profunda y al sentido trascendente.

Desde el punto de vista del lenguaje, el acto de hablar es un signo que representa lo que el habla intenta expresar (2). Por esa razón, con gran intuición expresó Emerson que “somos símbolos y habitamos símbolos” (3), y los poetas comenzaron a poblar el mundo con símbolos de alcance metafísico, como lo reflejan estos versos de Keats al apreciar en “el rostro estrellado de la noche vastos símbolos oscuros de un sublime romance” (Upon the night’s star’d face huge cloudy symbols of a hig’romance… “When I have fears”). La siguiente cita de Pedro Salinas ratifica la estimación de que por el lenguaje nos apropiamos del mundo: “Empieza a andar el niño por la vida como andaríamos nosotros por una vasta estancia, a oscuras, en la que se guarda una gran copia de objetos, muebles, libros, estatuas. La vista no llega a percibir con exactitud ninguna cosa, yerra sobre el conjunto desvalido; pero si enfocamos una linternilla eléctrica sobre el montón, de su abigarrada mescolanza saldrá, preciso, exacto, definido, el objeto que el rayo de luz aprehenda en su haz. El niño cuando dice “flor” mirando a la rosa o al clavel, emplea la palabra denominadora, como un maravilloso rayo delimitador que capta en el desconcierto del mundo material una forma precisa, una realidad. ¡Gran momento este! El momento en que el ser humano empieza a gozar, en perfecta inocencia, la facultad esencial de la inteligencia; la capacidad de distinguir, de diferenciar unas cosas de otras, de diferenciarse, él, del mundo. El niño al nombrar el perro, la casa o la flor, convierte lo nebuloso en claro, lo indeciso en concreto. Y el instrumento de esa conversión es el lenguaje. Lo cual significa que el lenguaje es el primero, y yo diría que el último modo que se le da al hombre de tomar posesión de la realidad, de adueñarse del mundo” (4).

Técnica de formalización simbólica

Las palabras de nuestra lengua, que articulan sonidos con sentidos, son la representación gráfica de conceptos, imágenes y símbolos de fenómenos y cosas. Las palabras tienen un significado básico; muchas se usan con un sentido traslaticio y otras con un valor simbólico. Cuando otorgamos a la palabra un valor semántico diferente a su significado de base, adquiere una connotación metafórica o simbólica. En un glosario de términos simbólicos se recogen, definen e ilustran las voces de nuestro lenguaje con valor simbólico.

El símbolo se funda en una palabra sustantiva con referente concreto, como lobo, balcón, lámpara, etc. Por tanto, no admiten representación simbólica las voces que aluden a conceptos abstractos (verdad, sabiduría, dulzura, etc.) o  acciones o conceptos (canción, invento, clave, etc.), pues no son apropiadas para asignarles un valor simbólico. Los símbolos encarnan un concepto sutil y trascendente de una cosa específica cuyo significado interpreta el exégeta literario o el filólogo de la palabra.

Hay realidades sensoriales (piedra, lluvia, gorrión), intelectuales (imagen, criterio, tendencia), imaginativas (ilusión, mito, fantasía), afectivas (odio, angustia, atracción), morales (disciplina, ley, acatamiento) y espirituales (fe, contemplación, éxtasis). Los símbolos se forman con realidades sensoriales y solo con esas referencias objetivas, concretas y tangibles. Por esa razón los símbolos tienen una concreción referencial, constatable y visible y, en tal virtud, no se construyen con adjetivos ni verbos ni pronombres, sino con sustantivos que facilitan su comprensión, a pesar de la alusión metafísica que entrañan, pues siendo realidades objetivas y sensibles, tienen una connotación subjetiva y suprasensible, por lo cual implican un nivel de comprensión intelectiva superior a su materialidad física. Al respecto quiero advertir que hay palabras que parecen abstractas y no lo son, como silencio, que no entraña una ausencia o una abstracción. El silencio es una entidad sonora y sugerente. Mediante el silencio escuchamos la voz interior de la conciencia, la voz entrañable de las cosas y la voz íntima de los efluvios metafísicos de la Creación. Por eso el silencio tiene una dimensión simbólica, metafísica y mística, que justifica su elección en un glosario de símbolos. Algunas voces intangibles (como silencio, soledad, contemplación) generan efectos sensibles, sugerentes y representativos en la conciencia del hablante.

   La vertiente simbólica del lenguaje implica un conocimiento metafísico del mundo. Todo lo que existe puede ser objeto de simbolización. El símbolo es la representación icónica, espiritual y trascendente de un concepto metafísico, de un significado interior o de una expresión del inconsciente personal o colectivo. Y el símbolo arquetípico es un modelo primordial del psiquismo humano y de la sabiduría espiritual del Numen cósmico, que la poesía suele plasmar.

Los poemas están llenos de símbolos y la literatura metafísica y mística es un caudal de connotaciones simbólicas. Lo importante es entender lo que significa cada símbolo ya que tienen una connotación espiritual profunda. El mundo de lo sensible es una veta simbólica y hay vocablos, como paloma, que proyectan una dimensión simbólica porque aluden a sentidos y mensajes provenientes de la cantera infinita y de la misma Divinidad, que es la fuente primordial de valiosos símbolos. El Cosmos y la Divinidad se comunican simbólicamente. Quien escribe con símbolos es un vaso comunicante de lo divino y un canal de mensajes profundos que encauzan sabias palabras con significados eternos.

Además del valor denotativo de la palabra, abordaremos el sentido metafórico y la connotación simbólica, aspectos que ejemplificaremos con citas pertinentes. Ante la ausencia de un ejemplo textual para ilustrar el uso de un determinado símbolo, el redactor de esta obra, que tiene una aproximación a un diccionario enciclopédico, crea ejemplos para hacer más comprensible la metáfora o el símbolo. La metáfora y el símbolo son imágenes que comparan o representan alguna dimensión oculta o sugerente de determinados vocablos, según la figuración estética del lenguaje. Mientras la metáfora entraña una comparación, el símbolo encarna una representación. De igual manera, se puede hablar de imagen simbólica. Llamo imagen simbólica a la relación asociativa que atribuimos a una obra literaria, a un fenómeno social o a un personaje. Un ejemplo es el “yo” del que habla el poeta norteamericano Walt Whitman, cuando dice: “Yo, un Cosmos, un hijo de Manhattan”, donde ese yo no es el yo individual, sino un yo representativo del yo colectivo. O decir que el diluvio que narra la Biblia puede ser asumido como una metáfora de las tragedias humanas. En fin, la imagen simbólica no es un mero recurso literario, sino una creación de la imaginación poética y la intuición lingüística del hablante. En el glosario de símbolos la voz que presentamos en su dimensión simbólica se describe y se consigna como entrada léxica, presidiendo la explicación de su significado. En la explicación de cada entrada se aplica un conjunto de criterios en procura de una uniformidad lexicográfica para la mejor comprensión de sus significados, connotaciones y variantes. Identificada la entrada o palabra clave, que se consigna al principio de cada explicación con letras mayúsculas y en negritas, se aplican los criterios del siguiente decálogo:

1. Definición del significado básico o valor literal de la palabra
2. Consignación del valor metafórico
3. Identificación del valor simbólico
4. Clasificación según el ámbito del saber (ling., med., rel., lit., folk., psic., fil., mit., met., míst., teol., astr., agr., dep., mús., arq., der., fís., hist., antr., etc.)
5. Consignación gráfica con abreviaturas en negritas
6. Ejemplificación o ilustración textual (cita textual de una obra)
7. El ejemplo de ilustración se escribe entre comillas y se cita la fuente
8. La palabra clave que aparece en la cita, se destaca en negritas
9. Si se pone más de un ejemplo, se subdividen a partir de su numeración
10. La enumeración de cada uno de los niveles se consigna en negritas

Ilustración de voces simbólicas

 PEZ. 1. Animal vertebrado acuático con extremidades en forma de aleta, que respira por branquias y se reproduce por huevos. 2. Usado como imagen amorosa, que con ternura se mueve en ámbitos inhóspitos: “Quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera/ y hacer burbujas de amor por dondequiera/pasar la noche en vela/mojado en ti” (JLGuerra, “Burbujas de amor”). 3. Relig. El sentido simbólico de la pesca milagrosa: “Dijo Jesús: Muchachos, ¿no tenéis en la mano nada que comer? Le respondieron: -No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de peces. Dijo entonces a Pedro el discípulo a quien amaba Jesús: ¡Es el Señor! Así que oyó Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la zamarra -pues estaba desnudo- y se arrojó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino como unos doscientos codos, tirando de la red con los peces. Así que bajaron a tierra, vieron unas brasas encendidas y un pez puesto sobre ellas y pan. Dijo Jesús: Traed de los peces que habéis cogido ahora. Subió Simón Pedro y arrastró la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y con ser tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: ¿Tú quién eres?, sabiendo que era el Señor. Se acercó Jesús, tomó el pan y se lo dio, e igualmente el pez” (Jn., 21, 1-13). 3. 1. Representación confesional de identificación cristiana: “Efectivamente, el pez es un símbolo religioso de vieja data en el Cristianismo. Se remonta a los primeros tiempos apostólicos, en el estadio heroico de la gestación del Cristianismo. En la etapa inicial de la iglesia fundada por Cristo, que es la iglesia católica, los primeros cristianos sufrieron una terrible persecución por parte de los funcionarios del Imperio Romano. Como consecuencia de esa persecución, los seguidores de Cristo tuvieron que refugiarse en las catacumbas de Roma, para evadir apresamiento y tortura. Con la finalidad de identificarse entre sí, los primeros cristianos idearon como señal de identidad el símbolo del pez, una manera de reconocerse entre ellos. La elección de la figura del pez no fue casual, sino sabiamente pensada, ya que esa imagen aludía simbólicamente a Cristo, puesto que los Evangelios relatan la escena del milagro de los panes y los peces. Inspirados en la frase “Jesús Cristo Dios nuestro Salvador”, citada como un lábaro sagrado, los primeros cristianos idearon el símbolo del pez, ya que en griego se dice [Iesu Kristou Theou imerene Soter, ´Jesús Cristo Dios nuestro Salvador´], sigla de iktís, que en griego significa pez, pues una mente brillante advirtió que la letra inicial de cada palabra de la citada frase genera la palabra [ixtis], parónimo que en la lengua de los helenos significa ‘pez’, por lo cual se procedió a usar la figura del pez como señal y símbolo de que el portador era cristiano” (BRosarioCandelierLenguaje3) (5).

 CRUZ. 1. Estructura formada por un madero hincado en tierra y atravesado por otro más pequeño que se une perpendicularmente, donde se sujeta a una persona por los brazos y las piernas para torturarla o matarla: “Jesús fue humillado en una cruz. 2. Carga asumida o sentida como sacrificio, por lo cual la cruz tiene un madero para afincarse en tierra en dirección vertical y otro transversal, fijado en su parte superior en dirección horizontal: “Tu presencia en mi vida ha sido mi cruz”. 3. Míst. Representación simbólica de carga, angustia y abandono: “No hay huerto de olivos en que no me haga sudar angustia, /ni cruz en que no me haga sentir abandono” (FLeonardoHenríquezGemidos35) (6). 3. 1. Símbolo de sacrificio y veneración: “Una cruz clavada en el tope del cerro, por orden de Cristóbal Colón, se convirtió, según la leyenda, en el incentivo milagroso para que los españoles triunfaran e hicieran huir a los indígenas. Desde aquel entonces, el Santo Cerro, con su cruz de madera, se convirtió en símbolo de veneración hasta que desapareció casi totalmente con el paso de los siglos al ser descuartizada por la oleada de peregrinos, en miles de astillas venerandas, repartida por muchos lugares y conservada como reliquias en muchas iglesias; hasta la tierra del hoyo, donde fue clavada la cruz, fue motivo de búsqueda por los supuestos milagros que se recibían” (FRHerrera-Miniño, “Veneración”, Hoy, 24/09/15/12A) (7).

SEMILLA. 1. Germen del fruto de una planta que contiene el embrión de otra. 2. Medio comparativo usado como causa de algo: “Quien actúa movido por la semilla del odio, no genera sino reacciones contrapuestas”. 3. Met. Fuente de luz que fecunda la conciencia para las altas vivencias del espíritu: “Eco de otra voz/útero eterno de llama/nudo de irradiaciones de arcanos mensajes/de la semilla del Numen” (BRosarioCandelierCántico69) (8). 3. 1. Cauce metafísico y simbólico de ternura y piedad: “En un mensaje enviado a los participantes en el encuentro con los padres salesianos, la vicepresidente Margarita Cedeño de Fernández agradeció a los salesianos de Don Bosco por sembrar una semilla de amor, humildad y servicio en favor del pueblo dominicano. Una semilla de amor que ha florecido en los miles de exalumnos que han sido formados en sus centros educativos y en sus oratorios, y de la cual yo he sido testigo de excepción, como expresión de la gracia de nuestro amado Señor Jesús” (BApolinar, “Salesianos”, L. D., 28/09/15/2A).  

 MACO. 1. Vocablo del español dominicano para nombrar al “sapo”, que el Diccionario del estudiante define como “Anfibio sin cola, de ojos saltones, cuerpo rechoncho y robusto, extremidades cortas y piel de aspecto verrugoso”. 2. La palabra maco suele emplearse con el sentido traslaticio de ‘trampa’ y ‘engaño’: “Ahí hay un maco” (‘truco’ o ‘engaño’). Voz traslaticia de equívoco: “Tú crees que el maco es peje” (para decir que ‘estás equivocado’). “Es un acuerdo de maco y cacata” (‘cosa extraña e improcedente’). 3. Folk. Representa un concepto impuro: “Algunos periódicos usan comillas en la palabra “maco” para advertir que se trata de un término no puro. Sapo, a nivel universal, y maco, en República Dominicana, simbolizan lo feo, lo grotesco, lo desagradable. El término “maco” no le viene mal a los teléfonos ilegales, los mismos que nos arrebatan los ladrones…” (RPeraltaRomero, “Orto-escritura”, E. N., 13/09/15/31).

 PALOMA. 1. Ave de suave plumaje y armonioso vuelo: “Los parques públicos se adornan de palomas y las personas se agrupan para alimentarlas”. 2. Persona tranquila o de genio pacífico: “Vi una paloma cándida, bizarra/mecerse en el bambú/ mi mano esquiva por aleve garra/¡la paloma eras tú! (FMMonte, “Dolora”, en AHernándezAntología43). 2. Debilidad presentada frente a un acontecimiento: “Summers deja entrever posturas más de paloma que de halcón” (JHilsenrath, “Economía”, L. D., 31/07/13). 2. 1. En sentido metafórico se refiere a las nubes: “Blancas palomas/tardes con alas/como si todas/ de dos en una viajara solas…” (GPérezCastilloAcecho58). 3. Lit. Voz simbólica del sueño humano de realización gozosa y plena: “Sí, aquí, rodeándome de cosas amables y ligeras,/un trino, una paloma, cuatro letras tomadas/de tu nombre/para ahuyentar estos fantasmas que persiguen noche y día./La soledad es un fantasma que acosa sin sosiego,/el amor es un fantasma/y tú, mi fantasma mejor, mi preferido./Estoy inventariando pertenencias ya sin rótulos/porque la muerte no requiere de alfabeto que la nombre,/la muerte es el designio de los días habitables,/el designio de sueños frustrados cuando todo se rehúsa/para estas manos en alto levantadas” (MValerioCoral43). 3. 1. Rel. La paloma es el símbolo de la paz, proveniente de la experiencia narrada en Génesis cuando Noé envía la paloma por segunda vez trayendo una rama de olivo en su pico. Esto significaba que el castigo de Dios había cesado y empezaba una nueva era de paz: “Esperó aún otros siete días, y volvió a enviar la paloma fuera del arca. Y la paloma volvió a él a la hora de la tarde; y he aquí que traía una hoja de olivo en el pico; y entendió Noé que las aguas se habían retirado de sobre la tierra” (Gn.8:10-11). También, en el año 2008, el buscador Google colocó una paloma blanca y la bandera colombiana en el logo de su página de Internet como representación de solidaridad con el pueblo colombiano para sumarse a las manifestaciones por la libertad de los secuestrados en ese país. 3. 2. Biol. De manera simbólica se refiere a los pechos de una mujer joven y hermosa: “Todo tu cuerpo tiene/copa o dulzura destinada a mí. / Cuando subo la mano/encuentro en cada sitio una paloma/que me buscaba, como/si te hubieran, amor, hecho de arcilla/para mis propias manos de alfarero” (PNerudaCapitán19). 3.3. Míst. 2. Voz indicadora de armonía, belleza y dulzura como expresión simbólica de la Divinidad. Como los grandes místicos de Occidente, Tulio Cordero ve a Dios en el viento, el rocío, las palomas: “Unas letras temblorosas,/solo para decirte/que no he dormido estas noches./…Y no es de pensar en Ti,/sino de tenerte dentro./(Es lo que no se lleva dentro/lo que se piensa)./…Estas estaciones divagan/sin poder robárteme./Es que te llevo dentro/como el pueblo su dolor y su esperanza./Y yo soy pueblo y tú…/Ay,/paloma mía,/no duermo” (TCorderoLatido43).

La intuición semiológica de la simbolización

Cuando conformé el equipo de colaboradores en la investigación de voces con valor simbólico con miras a la confección de un Glosario de símbolos, dicté a sus integrantes un taller de orientación simbólica. En la primera reunión, les expliqué a los integrantes de este equipo de investigadores las directrices teóricas para llevar a cabo este nuevo proyecto lexicográfico de la ADL.

Un diccionario de símbolos implica un efectivo conocimiento del “símbolo”, la simbología, el simbolismo, la semiología y la simbolización, que es un nivel de interpretación de una expresión del lenguaje, dimensión altamente compleja, ya que el símbolo no es una cosa que figura en la realidad como un puente, una espada o una lámpara, sino que es una connotación metafísica y espiritual de la cosa simbolizada, ya que lo que la dimensión simbólica es intangible. No es visible como una cruz o una lanza, pero tienen un valor simbólico.

Todas las cosas proyectan un conocimiento simbólico, que el lenguaje formaliza en voces de referentes concretos. El mundo sensorial de lo existente y el ámbito sutil de lo invisible concitan una interpretación simbólica, que la conciencia del contemplador o la mente del analista y estudioso de los símbolos ha de interpretar a la luz de lo que la palabra refleja.  Un dato importante es el tipo de palabras que encarnan símbolos. Se trata, especialmente, de los sustantivos, específicamente, sustantivos concretos. La función simbólica redimensiona los rasgos esenciales de las cosas, asumidas como expresión de su dimensión interior, metafísica y trascendente. El símbolo ilumina el sentido. Y da lugar a valiosas facetas interiores de la realidad. Importa saber interpretar esa dimensión representativa del lenguaje y la realidad, que entraña el simbolismo de voces, porque hemos de entender y valorar el pensamiento intuitivo de los poetas y la reflexión lógica de otras manifestaciones del lenguaje no poético, que tienen un valor simbólico. Por ejemplo, la escalera representa la conexión entre lo visible y lo invisible, entre la conciencia del sujeto y la realidad de lo viviente y el inconsciente colectivo. Igualmente, la mariposa representa el camino hacia la transformación. Y el fuego, que es uno de los arquetipos cósmicos (9), simboliza la esencia de lo divino y el espíritu de la verdad. En su onda mística y simbólica asociada a la Divinidad, el fuego encarna la potencia de la Creación. El fuego del Espíritu representa la Llama de lo Eterno. Cuando los místicos viven la experiencia del fuego tienen la sensación de la presencia divina. Reconocen la Esencia infinita y se conectan con la Fuente primordial del mundo. Esa certeza la viven en el interior de su conciencia, desde la dimensión vivencial de la espiritualidad y la pureza. Como dijo Juan-Eduardo Cirlot: “El fuego, orientado hacia abajo, representa la vida erótica; orientado hacia el cielo, expresa la purificación” (10).

Es importante reiterar que el símbolo añade un nuevo valor a las cosas, que siempre significan. El símbolo agrega otro valor a la palabra o al objeto asumido como tal, como la copa, el pez o la cruz. Así, por ejemplo, el pez, como signo simbólico de Jesús, apela a una conciencia superior, una conciencia crística, es decir, la convicción que guiaba al cristiano para vivir la llama de la fe inspirada en la prédica del Mesías y, en consecuencia, alude a la pureza del espíritu. Cualquier objeto (una ruina, un utensilio, una piedra, etc.) genera una señal, una voz, un sentido que la palabra formaliza y expresa con el lenguaje de la interpretación de una ‘presencia’ de su pasado ligado al hombre, la historia y la cultura. De ahí nace el valor simbólico de las cosas, que el semiólogo, el filólogo o el intérprete intuyen y recrean dando lugar a una sabiduría escondida o a un conocimiento soterrado y profundo que la realidad sugiere. El idioma secreto que las cosas ocultan está ahí, esperando al intérprete de la palabra que contiene el trasfondo de un significado inherente a cuanto existe en su forma física “legible” para el que sabe ‘intuir’ más allá de la apariencia sensible.

Descifrar la voz de las cosas es lo que hacen filólogos, místicos, arqueólogos, novelistas, poetas y semiólogos, que el entendido en el saber llamado simbolismo desentraña y perfila a la luz de lo que un objeto contiene y sugiere. Como dijera Marcio Veloz Maggiolo, hay un filón de datos que hacen que el intérprete se convierta en un alter, es decir, en otro ser y otra voz que escucha y narra: “Cuando en ciertos momentos las cosas parecen tener un habla, somos nosotros los que estamos conformando el doble, como alter nuestro, ya que nuestro otro es el que se desdobla queriendo imitar lo que es material confiable y sugerente para nuestra creación literaria” (11).

En todas las áreas de la realidad y del saber humano, especialmente en la creación literaria, hay símbolos. Esos símbolos son creados e interpretados por el hablante. Este Glosario de símbolos presenta una interpretación de voces que representan una singular dimensión simbólica de nuestra cultura.

 

Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, 12 de febrero de 2017.

Notas:

1. B. Rosario Candelier,  Ensayos lingüísticos, Santiago, PUCMM, 1990, pp. 247.
2. Karl Bühler, Teoría del lenguaje, Madrid, Revista de Occidente, 1966, pp. 21ss.
3. Ralph Waldo Emerson, Ensayos, XIII. En Stephen Ullman, Semántica, Madrid, Aguilar, 1972, p.17.
4. Pedro Salinas, La responsabilidad del escritor, Barcelona, Seix y Barral, 1970, p.22.
5. Bruno Rosario Candelier, El lenguaje del buen decir, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2014, pp. 3-4.
6. Fausto Leonardo Henríquez, Gemidos del ciervo herido, Madrid, Fundación Fernando Rielo, 2014, p. 35.
7. Fabio R. Herrera-Miniño, “Una veneración bañada por la sangre indígena”, Hoy, 24/09/15/12A.
8. Bruno Rosario Candelier, Cántico interior, Moca, Ateneo Insular, 2017, p. 9.
9. Juan-Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor, 1981, p. 46.
10. Fredo Arias de la Canal, Filosofía de la estética anterior al descubrimiento de las leyes de la creatividad, México, Frente de Afirmación Hispanista, 2003, p. XXV.
11. Marcio Veloz Maggiolo, “Ciertas creatividades”, Listín Diario, 11/09/15/9A.

Juntadera, maledicente/*malediciente, absurdez, cuido

JUNTADERA

. . . lo que significa que estos jóvenes carecen de puntos de reunión, de JUNTADERA. . .”

La palabra consignada como título es de difícil localización. El único lexicón que registra la voz en cuestión es el Diccionario del español dominicano (2013). La acepción que este recoge es, “Reunión de amigos”. Como consecuencia de lo mencionado en las oraciones precedentes a esta, debe considerarse en tanto dominicanismo léxico.

La voz que se localizó en otras obras fue “juntadero”. Se halló en la obra Innovaciones sufijales en el español centroamericano (1987:56). En ese libro se señala que es de uso en Argentina para, “Lugar donde se juntan varias personas para discutir o platicar”. Este autor lo toma de El habla rural de San Luis de Berta Vidal de Battini (1949:260).

No se trata aquí solo de apuntar lo que antecede, sino también de abogar por una acepción diferente para la voz en el español dominicano. Lo que se ha oído de boca de dominicanos es el vocablo tratado aquí con el significado de “compañía”. La palabra compañía hay que aceptarla aquí en tanto equivalente de persona o grupo de personas que se acompañan unas a otras.

Puede rememorarse aquí el consejo de la tía Nena, “No me gusta esa juntadera”. Ese es un ejemplo del uso dominicano con el significado de compañía, de compaña. Hay que agregar a lo ya escrito, que se recuerda que casi siempre se utilizaba en sentido negativo, es decir, con un rasgo despectivo acerca de la compañía a la que se refería. Esa acepción puede asemejarse a “amigote” por considerarse mala compañía.

Esta juntadera dominicana tiene algo similar con otro juntadero argentino que aparece recogido en el Diccionario del habla de los argentinos (2008:397) en la que se halla definida como: “Lugar donde se acumulan personas o cosas valoradas negativamente”. La similitud se refleja en el adverbio negativamente. Llama la atención que la fuente que cita este lexicón es la misma anterior de la señora Vidal; así mismo, trae una cita del periódico La Nación del año 2000. Según parece esta acepción se debe a la señora C. Paiz sacada de su libro El lenguaje de los correntinos (2004:59).

En realidad, este derivado que forma el hablante dominicano obedece a la función que le otorgan y reconocen quienes lo emplean. El uso dominicano formó una voz que no se ajusta completamente a lo que los derivados con –ero, -era dan lugar. Estos derivados en general denominan nombres de objetos, utensilios; de lugares; de árboles, plantas y, con mayor frecuencia, de oficios, profesiones, ocupación, actividad. Puede referirse también a “cantidad de algo, conjunto de”.

Ha de tenerse en cuenta que el sufijo en la juntadera es –era y, que se añadió al sustantivo junta, (raíz) con la inserción de esa letra de /d/ (interfijo), para que el elemento agregado completo acabe con la terminación –dero.

Con la exposición que antecede se pretende argumentar para que se tome en cuenta la voz estudiada y se incorpore en futuros diccionarios del español dominicano.

MALEDICENTE – *MALEDICIENTE

“. . . a los que los MALEDICIENTES y sediciosos atribuyen. . .”

En el título se presenta primero la forma usual para el adjetivo que expresa que la persona a quien se le aplica incurre en maledicencia. Sirve la última palabra, maledicencia, para mencionar las acciones de las personas cuando difaman, murmuran o calumnian.

La raíz latina del vocablo es maledicens, maledicentis. Se nota de inmediato que en la raíz latina no se encuentra la segunda letra /i/ que se censura en el título.

La maledicencia es el sustantivo que incorpora la letra /i/ que contribuye a la confusión en el caso del adjetivo. Este sustantivo lo tipifica el Diccionario de la lengua española al escribir que es la “acción o hábito de maldecir (denigrar)”.

Hay que tomar nota de la ortografía acreditada para escribir el adjetivo y no incurrir en error.

ABSURDEZ

“. . .y con una ABSURDEZ e ignorancia dijo. . .”

La lengua en su frecuencia, y a veces con sus repeticiones, tiene acostumbrados a los lectores a levantar una señal de alerta cuando los ojos se topan con una palabra o expresión que se sale de lo habitual. Esa reacción que se acaba de describir es la que produce la voz del título al posarse sobre esta los ojos.

El uso consuetudinario tiene acostumbrado a los oyentes y lectores a la repetición de los mismos términos que se han asentado en la lengua desde hace largo tiempo.

La calidad de absurdo en el español corriente se expresa mediante la palabra absurdidad. Se retiene por absurdo aquello que escapa a lo racional, contrario a la lógica, al buen sentido; lo que es disparatado; se refiere a los dichos y hechos con características propias de lo absurdo.

La palabra del español está relacionada con la voz absurdus del latín que está formada de ab y de surdus, inaudible (=sordo). El sentido que tiene el vocablo absurdo en español existía ya en latín para la voz mencionada. En sentido figurado alcanzó el sentido de “lo que no está de acuerdo con la lógica” desde temprano en la lengua. La palabra absurdo ha hecho fortuna en el teatro, “teatro del absurdo”; y en filosofía con las obras de A. Camus.

El Diccionario de la lengua española no reconoce la voz absurdidez, que sin embargo está inventariada en el Diccionario del español actual (1999) con una remisión a  la palabra absurdidad.

Los diccionarios que asientan la absurdez son el Diccionario de uso del español (2012) y el Diccionario de uso del español actual (1997). El último diccionario describe el uso como coloquial y en esencia envía a absurdidad. En el diccionario mencionado primero en este párrafo, los redactores definen la absurdez como la cualidad de lo absurdo; cosa absurda.

Por medio de lo expuesto más arriba puede entenderse que no es descabellado o inconcebible que una persona utilice la voz absurdez para expresar algo que es incomprensible, inexplicable, incongruente; aunque debe considerarse poco elegante por el rasgo señalado para esta en el Diccionario de uso del español actual.

CUIDO

“. . . no me limitaré. . . por asuntos moralistas ni por CUIDOS innecesarios. . .”

Al escribir sobre este vocablo viene a la memoria la primera vez que se oyó. Hace largo tiempo ya, pero se recuerda que el uso provino de una persona de escasa formación educativa. Por las circunstancias en que se produjo la utilización, se intuyó sin problemas lo que significaba. El hecho se produjo en el ámbito rural.

El propósito de este estudio es adelantar la idea de que esa palabra en el habla tradicional de los dominicanos tiene una especialización en su uso. El uso especial se establece por oposición a la otra voz del español que tiene significados semejantes, cuidado.

Desde el principio hay que señalar que “cuido” nunca se usará para llamar la atención o advertir de peligro a una persona. No expresa temor, preocupación  o recelo. El cuido se refiere al esmero que se pone para la atención de cosas físicas, así lo especifica el Diccionario de la lengua española de la Real Academia: “Acción de cuidar, especialmente de cosas materiales”.

Esta aseveración puede confirmarse si se revisan los ejemplos que registra el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Esos ejemplos de uso se manifiestan con respecto de animales, como gallos y ganado.

De lo anterior puede deducirse que el autor de la frase transcrita llevó la voz cuido a un campo que no le corresponde. En el caso específico el redactor de la frase se refería a la exposición de ideas, a la expresión de opiniones.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

 

 

Sanear/saneamiento, constante/contante, intromisión/invasión

SANEARSANEAMIENTO

El verbo en infinitivo y el sustantivo que constan en el título de esta sección poseen una acepción que solo se conoce en República Dominicana. Se trae a estas reflexiones acerca del lenguaje porque esta no se ha documentado todavía en los diccionarios diferenciales del español dominicano.

No hay que extrañarse de que algo tan común como este verbo y sus derivados se pasen por alto en la recolección de dominicanismos. En gran medida esto se debe al hecho de que el verbo y el sustantivo tratados aquí responden en su sentido estricto al lenguaje jurídico dominicano. Esto significa que solo circula en el ámbito judicial y de bienes raíces.

Para traer este verbo y sus palabras relacionadas basta con mencionar que se utiliza sobre todo en el ámbito catastral. Esto se entiende mejor si se explica que el verbo mantiene su campo de acción en el lenguaje jurídico específico relacionado con los inmuebles. La palabra catastral tiene relación con catastro que es una lista de los inmuebles medidos, deslindados y registrados (inscritos) en el padrón oficial para este efecto.

Sanear un inmueble en República Dominicana no tiene relación alguna con la limpieza del terreno a que se contrae el asunto. Para los dominicanos sí hay limpieza, porque significa que se quita lo que estorba, se libera la propiedad inmobiliaria de los elementos que son perjudiciales para cualquier negociación ulterior.

El saneamiento a que se refiere el verbo en lenguaje jurídico consiste en un proceso judicial de depuración. Una vez que la propiedad en cuestión se ha sometido al proceso antes citado se expide al dueño un certificado de título que sirve para atestar sus derechos sobre el inmueble. Este certificado es oponible a todo el mundo. Los inmuebles que no son saneados son aquellos que se denominan “inmuebles no registrados”.

El saneamiento a que se contrae la acción implica una mensura oficial de terreno, colocación o mención de los linderos y propiedades colindantes. En el documento que resulta del acto de saneamiento se inscriben los nombres de los propietarios y los posibles gravámenes que pesan sobre el inmueble descrito con sus mejoras si las hay.

El verbo y el sustantivo correspondiente, tratados en esta sección, serán temas obligados de una futura edición del lexicón del español dominicano, pues en ese repertorio, así como en todos los que se han editado hasta esta fecha esos vocablos no se recogen con sus acepciones dominicanas.

CONSTANTE – CONTANTE

“. . .Gore le ganó a Bush por más de 500,00 votos CONSTANTES y sonantes. . .”

No cabe duda alguna de que los dos vocablos del título tienen un gran parecido. La similitud se hace mayor si se toma en cuenta que en el habla descuidada esa letra ese /s/ puede desaparecer. Esa similitud puede mover a que al utilizar una u otra de las dos palabras el hablante enfrente la duda al escoger cuál es la que conviene en ese caso. Puede suceder, como ocurrió en la cita, que la voz escogida no sea la conveniente para imprimir sentido a lo expresado.

Como es costumbre en esta sección se analizarán las dos palabras de modo sucesivo y se delimitará el caso en que debe usarse de manera acertada una y otra.

Constante es un adjetivo que indica que se tiene constancia. Además es “que consta”. Manifiesta así mismo, tenacidad, persistencia o duración. Desempeña funciones de sustantivo o adjetivo cuando se refiere a hechos o cosas que suceden  continuamente. En el campo de las matemáticas transmite la idea de una cantidad que tiene un valor fijo en un proceso determinado. En informática se refiere a un dato cuyo valor y naturaleza se establece mientras se escribe un programa y que no debe cambiar durante la ejecución. En algunas circunstancias específicas constante funciona como valor estadístico; en otras situaciones puede ser una característica definida, como  lo hace en el ámbito de la física. Aparte de esas significaciones posee otra en medicina.

Con lo escrito en el párrafo inmediatamente anterior a este se satisface lo concerniente a constante. Más abajo se analizará lo pertinente a contante.

Contante es un vocablo que tiene su origen en el francés comptant y, en tanto adjetivo, dicho de dinero transmite la idea de que se paga en efectivo. En el español actual se utiliza en varias combinaciones como “dinero contante”, o “dinero contante y sonante” para indicar que se trata de dinero pronto, efectivo o corriente; que se paga en efectivo. Se usa también como “moneda contante y sonante” para denotar que se trata de moneda metálica.

En la frase transcrita el redactor incurrió en varios desaciertos. El primero fue colocar “constante” en la combinación donde no cabe. La segunda fue utilizar “constante” para mencionar algo que ocurrió una sola vez. La tercera se refiere al intento de usar la combinación para algo que le es extraño, pues se mentó antes que solo se emplea para dinero.

Todas las equivocaciones anteriores y otras por este estilo se evitan poniendo cuidado en la redacción. No toma largo tiempo verificar, con los recursos modernos del computador, la conveniencia de los términos usados en la redacción.

INTROMISIÓN – INVASIÓN

“. . .como represalia por una INTROMISIÓN en la embajada dominicana en Puerto Príncipe. . .”

Los dos vocablos que constan en el título comparten una idea; en ellos interviene una irrupción que en uno puede ser benéfico, mientras en el otro se presume que no lo es. En los dos casos no se produce una invitación para la ejecución de la acción que así se caracteriza.

La apariencia de sinonimia que se cuela entre las dos palabras aquí estudiadas puede inducir al error de emplear una de ellas, cuando en realidad la conveniente es la otra. Más adelante se examinarán las diferencias para dejar bien separadas las aplicaciones de ambas.

La intromisión es la “acción y efecto de entremeter o entremeterse”, de acuerdo con lo que entiende la RAE, esto es, la Real Academia. Esa misma corporación en su diccionario (DLE) escribe que entremeter es dicho de una persona “meterse donde no la llaman, inmiscuirse en lo que no le toca”. La segunda muy conocida acepción es “ponerse en medio o entre otros”.

Si se examina el texto copiado más arriba a la luz de esas acepciones se concluirá que esos no fueron los hechos a los que el articulista quiso referirse. La aseveración se refuerza si se piensa que la intromisión es una “intervención ilegal, no solicitada o inoportuna en asuntos ajenos”, que es la definición que el Gran diccionario de la lengua española de Larousse asienta en sus páginas.

De las caracterizaciones de la intromisión se llega a la conclusión que la acción se refiere más bien a una intervención intelectual, a una participación no solicitada en asuntos que no le incumben a la persona que incurre en la acción de la intromisión.

Los hechos que refirió el articulista fueron una invasión o penetración de personas ajenas a la embajada en los terrenos de esta. Fue una irrupción en los predios de la embajada, pues se internaron en el perímetro de esta. Fue una penetración de corta duración en ese terreno protegido. Fue una entrada ilegal, sin autorización; una transgresión a las leyes y los usos establecidos en materia de embajadas y los espacios que estas ocupan.

Hubo una acción que puede catalogarse de invasión porque fue una irrupción, con entrada sin permiso o invitación. Fue una penetración anormal o irregular, aunque no fue con intención de permanecer en el inmueble. Fue un acto de provocación en reacción de enojo.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Nudo – más bueno/más malo – mula/mulo – erguir/*herguir – cabo/cavo

NUDO

En República Dominicana existe un nudo que no se encuentra documentado en ningún otro país.

Se trata de una formación subcutánea. Según las informaciones que se han recogido este nudo se produce en personas excedidas en su peso corporal y que sufren golpes.

El nudo consiste en un hematoma interno cubierto por una parte de la piel endurecida que forma un pequeño bulto duro que sobresale de la superficie de la piel.

En otras ocasiones se ha escuchado la misma palabra, nudo, para designar en el habla dominicana una superficie de la piel que forma una especie de retorcimiento con abultamiento formado por exceso de grasa, que se percibe en la piel en las personas que están sobrepeso. Estas áreas se destacan cuando los músculos situados en esa área resultan tensados por esfuerzo. Se menciona aquí que este nudo no debe confundirse con la celulitis.

Si alguna vez se le hace espacio en un diccionario del español dominicano habría que sintetizar los rasgos descritos para que se reduzcan a una o dos acepciones propias de diccionarios.

MÁS BUENO – MÁS MALO

“Más” se considera adverbio comparativo para denotar superioridad. Si aparece colocado delante de un sustantivo, entonces funciona como adjetivo. Cuando funciona en tanto adverbio, delante de adjetivos, se utiliza solamente delante de los adjetivos que indican grados positivos. No se acepta que se use “más” delante de adjetivos en grados superlativos.

En lo que algunos tratadistas consideran el uso general, más debe posponerse a “nada, nadie, ninguno y nunca”. En República Dominicana la costumbre contradice este “uso general”.

Los defensores de la lengua pura entienden que “más bueno” solo debe emplearse en los casos en que se manifiesta de este modo la bondad de una persona. Además, consideran correcto este uso para expresar el comparativo de bueno en el sentido de “gustoso o apetecible”.

“Más malo” puede usarse en caso similares a los de “más bueno”, es decir, pero en los casos en que se refiere a una persona que carece de bondad. De este modo, los dominicanos han retenido una expresión motivada por hechos históricos, “Más malo que Buceta”. Se considera correcto también su empleo para establecer comparaciones positivas acerca del sabor.

Los abusos de “más” delante de los citados adjetivos son frecuentes en el habla de los dominicanos. Algunos de quienes así se expresan lo hacen por ignorancia, mientras que otros lo hacen por “majadería expresa” para destacar su desacato a los usos predominantes en otras latitudes.

No debe olvidarse que “peor” y “mejor” no aceptan que se coloque delante de ellos, o después,  ese “más” que se ha tratado aquí, pues son dos superlativos que corresponden a los adjetivos “malo” y “bueno”. En estos casos “no se vale el resabio”.

MULA – MULO

Las palabras del título han hecho fortuna en el léxico español internacional. El español dominicano reconoció hace largo tiempo ya el sentido de mulo en tanto persona fuerte, de gran vigor y energía. Además, ese “mulo de trabajo” no se queja de la carga que se le impone. La terquedad del mulo/a se utiliza tanto para el femenino como para el masculino. Una mujer terca será aquella que no cede en su obstinación.

El párrafo anterior comenta aspectos de los vocablos del epígrafe que son de conocimiento general. No se traen estas voces a estas reflexiones solo para explicar nociones ya conocidas por el gran público. En el párrafo siguiente se entrará en una acepción dominicana de “mula”.

Se deja bien claro desde el principio que lo consignado de aquí en adelante es una constatación del uso y que ello no contiene juicios valorativos ni sexistas.

La mujer que se califica de “mula” es aquella que es parca para expresar verbalmente sensaciones agradables que se perciben durante el acto sexual. Esto es, no manifiesta mediante palabras, gemidos u otros medios la satisfacción que experimenta durante el coito y sus prolegómenos.

Esta definición no se ha encontrado en las obras dedicadas a recoger las definiciones del español dominicano. No creo que ello se deba a pruritos, porque como puede comprobarse mediante la lectura de lo que antecede, el concepto puede maquillarse para que se entienda y se acepte.

ERGUIR *HERGUIR

“. . . HIERGUEN su poder como una espada empuñada para destruir el pueblo. . .”

El verbo “erguir(se)” es de uso muy limitado en la lengua escrita y, más aún, en la hablada. Una de las razones para que así sea es la dificultad de su conjugación. Aquí no se conjugará el verbo para enderezar entuertos, pero sí vale la pena que se recuerde que es modelo de conjugación y en este la raíz del verbo no se altera con la introducción de una hache /h/.

Lo anterior explicado significa que si el verbo en infinitivo es erguir, no hay espacio ni motivo para que en la conjugación se incluya una hache /h/ como hizo infortunadamente quien escribió la frase transcrita más arriba.

Viene a la memoria el profesor petromacorisano que en sus clases cuando deseaba que un estudiante se levantara o se pusiera de pie le decía, “írguete”. No está de más que se escriba que en la mayoría de los casos lo estudiantes permanecían perplejos ante la orden impartida por el catedrático de Derecho.

Hay que añadir que este verbo sirve para expresar “levantar y poner derecho, enderezar” a alguien o algo. Vale también para expresar que alguien se engríe o ensoberbece. Los edificios se irguen cuando se levantan y sobresalen sobre un plano.

Ya en muchas ocasiones anteriores se ha aconsejado a que quienes escriben que deben mantenerse en el ámbito de sus conocimientos sólidos; no aventurarse a emplear verbos o vocablos de escaso uso.

CABO – CAVO

“. . . que el ejecutivo lleva a CAVO junto a un grupo jurídico. . .”

El cabo dominicano, compartido con el cubano, es la colilla o resto del cigarrillo. Esto se menciona para fines de recordar las voces propias del español dominicano. De paso (fino ¿?) es oportuno que se miente que hubiese sido de mejor gusto escribir “grupo de juristas”.

La locución verbal “llevar a cabo” tiene por necesidad que escribirse con este cabo con la letra be /b/, porque la otra correspondería al verbo cavar que no resultaría con sentido alguno. Este cabo con la B de burro, B alta, tiene relación con “término de algo” y, se relaciona con llevar a término una acción, que es “hacer o realizar una cosa”.

“Llevar a cabo”, o, “llevar al cabo” algo, es ejecutarlo, concluirlo, efectuarlo, finalizarlo, acabarlo, ultimarlo, terminarlo.

Los dominicanos conocen un “cabo de agua” que es diferente del que la Real Academia conoce. Se llama de ese modo a la persona encargada de abrir y cerrar los canales de riego en los predios rurales. Es la persona que dirige el riego de agua de los canales. Es una persona importante en su medio porque puede favorecer o perjudicar con sus acciones a los agricultores que dependen de su trabajo.

Los dominicanos tienen una locución que es “tirar un cabo” que se usa para expresar “ayudar a alguien a salir de una situación difícil”. Como puede deducirse, esta procede de la marinería y entró con esta actividad al español dominicano. En este caso este cabo es una cuerda, soga.

Para terminar con este examen, se referirá el cuento que se relataba en la escuela hace años ya, cuando se trataba de explicar de modo jocoso la conjugación del verbo caber que es muy irregular. En medio de un ejercicio militar, el cabo ordena a un alistado que pase por un sitio estrecho. El último le explica al primero, “No puedo, porque no cabo, cabo”. El cabo de inmediato le replica, “Tonto, no se dice cabo, se dice quepo”. El alistado le contesta, “Es que no quepo, quepo”.

Ahora, ría si puede; pero no llore ante errores como el resaltado en este estudio.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

La riqueza conceptual en La dolencia divina, de Bruno Rosario Candelier

Palabras del escritor  Rafael Peralta Romero en la presentación del libro La dolencia divina: conciencia mística y espiritualidad, durante el encuentro interiorista efectuado en La Torre, La Vega, el 28 de enero de 2017.

“Cada día  vamos aprendiendo algo ya que el discurrir de la vida nos permite ir acumulando conocimientos, experiencias, intuiciones, y todo eso va fecundando la memoria, la inteligencia y la creatividad. Todo lo que conocemos, todo lo que hemos vivido o experimentado se va  almacenando en la memoria. La memoria tiene varios registros y todo lo que traspasa el umbral de la conciencia lo conserva; por esa razón es importante tener contacto con las diversas manifestaciones de la realidad y conocerlo todo, gozarlo todo, sufrirlo todo, vivirlo todo”. (Pág. 69).

Parece que estoy iniciando por el final, pues este párrafo  tan dotado de autoridad, tan pleno de sentido y  tan conclusivo, bien podría prestarse para el cierre de una disertación en torno al libro La dolencia divina, que lleva por subtítulo “Conciencia mística y espiritualidad”, la más reciente publicación del doctor Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua y presidente del Ateneo Insular.

El volumen, de 398 páginas, sale con el sello del Ateneo Insular, con el respaldo de la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia Dominicana de la Lengua,  y –lo más importante-  constituye un enjundioso tratado sobre la  mística, que con la metafísica y la mitopoética  representa  los tres pilares  sobre los que se sostiene el movimiento interiorista.

Había pensado señalar de inicio que el contenido de esta obra me descalifica para ser quien hable por  ella  ante ustedes para ponderar la riqueza de su temática, es decir su presentador. Efectivamente, en la página 59 Rosario Candelier afirma lo siguiente:

“La metafísica profundiza el sentido, ya que quien indaga el sentido está haciendo metafísica. Normalmente el drama vital de la realidad humana atrae a quien tiene sensibilidad social, pero a los que tienen sensibilidad metafísica les atrae el drama cósmico, que es el drama mayor de lo que acontece en el Universo, y así enfocan la vida, la muerte, el tiempo, la eternidad, el devenir, la Creación, el sentido de la trascendencia, que son los temas que preocupan a quien tiene sensibilidad metafísica”.

¿Ven ustedes? Quien les habla no va más allá de la sensibilidad social, la cual permite captar  el modo de vida de la gente, sus manifestaciones  con relación a la divinidad, al sexo, a las cosas materiales, así como sus actitudes frente a la vida, sus luchas por la supervivencia  y sus hábitos idiomáticos.

En tanto que la sensibilidad metafísica, explica el autor del libro, propicia en los favorecidos con esa facultad, la capacidad de ver más allá de las apariencias, penetrar en la dimensión profunda de las cosas, interesarse por la esencia y el sentido de lo real, y procurar una visión del mundo y de la vida, es decir una cosmovisión.

La cosmovisión implica la existencia de una metafísica,  y Bruno Rosario se adelanta  a contradecir a quienes piensan que  la metafísica es una evasión de la realidad, porque la  metafísica persigue una visión más profunda de la realidad, “no es una visión superficial, sino profunda, trascendente, porque la visión metafísica procura una inmersión en el sentido de la trascendencia, una inmersión en el misterio del hombre y de la vida…”  

Este libro está compuesto de cuatro partes: I-Reflexiones místicas. II-Diálogos y conversatorios. III-Estudios de textos místicos. IV- Correos literarios.

La primera parte se compone de catorce textos   cuya escritura   denota  la sobriedad y la hondura del escrito científico, no obstante tratarse de tópicos propensos a la especulación y la valoración personal, y que en consecuencia se  tornan  fértiles para la controversia.

En este apartado, Rosario Candelier  explica con suficiencia de información y ardiente sentir  temas relacionados con  la experiencia mística, la gestación de la conciencia mística, desarrollo de la conciencia mística  y la relación de estos asuntos con la estética, la contemplación, todo  aplicado a la creación literaria.

La segunda parte recoge  diálogos  y conversatorios   en los que intervienen Bruno Rosario Candelier  y poetas interioristas que han  alcanzado apreciable  desarrollo de  la conciencia mística o de la sensibilidad metafísica, tales como Yky Tejada, Ramón Antonio Jiménez, Tulio Cordero y  Fausto Leonardo Henríquez.

La tercera parte, titulada “Estudios de textos místicos”, no es de menor enjundia que las anteriores.  Aquí Rosario Candelier  parte de  concepciones de clásicos de la literatura mística, a propósito de la cual  describe el Ideario místico de Santa Teresa de Jesús y por igual enfoca “La dolencia divina en la teopoética de san Juan de la Cruz”.

Al mismo tiempo se extasía el filólogo mocano en la obra poética de tres creadores dominicanos que han sabido transitar “la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”, como preconizara fray Luis de León. Me refiero a los ensayos titulados “Paradigma de Tulio Cordero como creador de lírica teopoética”, “Claves de la intuición mística en la teopoética de Rocío Santos” y “La voz mística de Jit Manuel Castillo”.

La cuarta parte  viene formada por la  infaltable comunicación electrónica que suele sostener Bruno con académicos, poetas y personas interesadas en consultar  algún aspecto en torno a la lengua, la literatura o la creación literaria. Es la parte más general  y podría decirse  liviana, sin menospreciar el interés que ha movido esas comunicaciones.

Desde su inicio, este libro  entra dilucidando cuestiones fundamentales en torno a la conciencia. Una de esas cuestiones  toca lo concerniente  a la conciencia alterada o conciencia expandida, a partir de lo cual  siquiatras y neurólogos atribuyen a  personas  destacadas en las artes o en la  mística  religiosa padecimientos de algunas patologías distorsionadoras de la conducta, entre ellas la epilepsia. A ese respecto, Rosario Candelier apunta lo siguiente:

“Pero, ¿por qué todos los epilépticos no tienen las vivencias místicas que experimentan los iluminados y contemplativos? ¿Son acaso las experiencias místicas un fenómeno  de conciencia exclusivo de epilépticos y sujetos con algún trauma patológico de la conciencia? Obviamente que no. Es improcedente, en consecuencia, inferir que las vivencias místicas responden a un cerebro afectado por una dolencia patológica”. (pág. 9)

Para estar en consonancia con planteamientos  desarrollados en otro encuentro interiorista efectuado en este mismo recinto, nuestro autor admite que hay algo en común entre locos, místicos, contemplativos, poetas y epilépticos, ya que tienen experiencias que van desde clarividencias hasta delirios.  Reconoce el autor que algunos perturbados tuvieran revelaciones  trascendentes. “Pero –aclara- también es verdad que han existido contemplativos, místicos y santos, sin patología mental conocida, como los ejemplos de Thomas Merton, Jorge Luis Borges, Concha Urquiza, Karol Wojtyla, que recibieron el don de la contemplación mística, la gracia de la dolencia divina y el éxtasis de los elegidos”. (Pág. 11).

Más adelante, Bruno Rosario explica el sentido místico de la inspiración y dice que  consiste en una energía supraindividual que se impone a una persona y que le permite sentir lo no habitual, una peculiar manifestación trascendente o epifanía de lo sobrenatural.

“Hay dos  modos de vivencias místicas: las del paciente patológico que las teje en su cerebro (caso Francisco Matos Paoli, que padeció de locura) o las del sujeto contemplativo que las experimenta en su sana conciencia (caso de Luce López-Baralt)”. Esto afirma nuestro autor. Pero no solo eso,  sino que por otro lado nos hace ver que la mística entraña la búsqueda de lo divino, por cuanto  representa el estadio más alto de la conciencia espiritual “y aparece cuando la sensibilidad se abre a los efluvios del Universo”.

El libro que hoy presentamos, no solo constituye el más amplio soporte documental sobre los estudios místicos  que se haya elaborado en nuestro país, y en muchos otros, sino que también representa  un auténtico cuerpo doctrinal  sobre esa materia, reservada  a un número muy reducido de seres humanos.

Algo de muy particular importancia  se encuentra  en la preocupación de Bruno  Rosario Candelier por la falta de una escuela destinada a los estudios místicos, para lo cual es indispensable, en primer lugar, la existencia de poetas y narradores místicos. Y es  obvio que la labor del  intelectual mocano  a través del Movimiento Interiorista ha venido preparando las bases para establecer  esa escuela, ya que son miembros del  Interiorismo los dominicanos  que en los últimos veinticinco años  han transitado la senda de la mística en sus creaciones.

Vale recordar que el poeta interiorista,  dominicano,  Fausto Leonardo Henríquez, ganó en 2009, el XXIX Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, celebrado en Roma. Su libro  “Gemidos del ciervo herido”  fue escogido entre 207 obras procedentes de 20 países.

Hay temas  que en Bruno Rosario Candelier son  recurrentes.  Por ejemplo, su referencia  frecuente a los filósofos presocráticos nutre  su pensamiento respecto de cuestiones metafísicas y filosofía lingüística.

Precisamente, el  ensayo titulado “Visión intelectual, estética y mística en los pensadores presocráticos”, que aparece en la página 146 del volumen que hoy se da conocer, resulta una magnifica imbricación del ideal metafísico con la sensibilidad social.

“El tema del pensamiento místico a la luz de los antiguos pensadores presocráticos  –sostiene Rosario Candelier-  nos ofrece una interesante perspectiva de la sensibilidad espiritual y la vocación creadora. Los antiguos filósofos griegos fueron los primeros pensadores de la cultura de Occidente y fueron los intelectuales que con su pensamiento y creatividad dieron fundamento y cauce a la filosofía, la cosmología, la filología, la poesía y la creación artística bajo el aliento de la inspiración mística”.  (Pág. 137)

En este autor, la sensibilidad metafísica  se alía  con la social y brota como resultado que todos los puntos de vista confluyan hacia “la veneración sagrada por las palabras”, lo cual conecta con la filología.  La filología es una especialidad de la lingüística, cuya etimología (filo, amor; logos, estudio) sirve  a Bruno Rosario para promover  una doctrina orientada a infundir amor e interés por nuestra lengua, la literatura y el desarrollo del pensamiento.

En noviembre de 2016 fue presentado el libro “El genio de la lengua”, de Rosario Candelier, del cual he considerado consiste un magnífico curso de filología. Les ruego la paciencia de permitirme transcribir un párrafo de lo que, en calidad de presentador,  escribí entonces:

“Quienes se dedicaron a la interpretación del sentido de la palabra y del alcance del lenguaje, en la antigua Grecia fueron llamados filólogos y su saber, filología. La filología aborda el estudio de la palabra a la luz de los textos literarios. Rosario agrega a esto que para los helenos ser filólogo implicaba   el conocimiento de cuatro disciplinas afines: “la lingüística, para tener un conocimiento gramatical, lexicográfico y semántico; la filosofía, para conocer la esencia y la naturaleza de las cosas; la estética, para la valoración de las expresiones sensibles, como la belleza y el sentido, y la mística como estudio de lo divino y la espiritualidad, desde la visión de iluminados y contemplativos” (El Genio de la lengua, 2016, pág. 21).

Justamente en este reclamo es que el nuevo libro, “La dolencia divina”, empalma con el anterior. Después de explicar  los métodos y doctrinas de los filósofos griegos que vivieron y enseñaron  previo a la aparición de Sócrates, quien murió 399 años antes del nacimiento de Jesucristo, Rosario retoma la preocupación por el amor al saber, partiendo de que la filología ensancha  el horizonte mental de las personas porque  estudia la lengua y la literatura y recalca al respecto  que  “…los antiguos pensadores estaban conscientes de que el conocimiento era clave para el crecimiento de la conciencia”.

En páginas anteriores ya había explicado que la conciencia es el órgano del conocimiento. “Cada actividad que el hombre realiza da lugar a una operación de la conciencia”. (Pág. 119).

Al principio de esta exposición se ha hablado de conciencia inflamada, conciencia alterada, circunstancia que podría afectar por igual a místicos  y poetas como a personas  atacadas por desórdenes emocionales.  La dolencia divina ha sido explicada en este libro  como una fuerza que descubre y revela el sentido de la vida. “Se trata de la vivencia del amor en su punto culminante, el éxtasis de amor con el alma embriagada y los sentidos suspendidos en la llama que incendia el corazón bajo el ardiente aliento de la dolencia divina”. (Pág. 263).

Confieso que no tengo una conclusión propia para este trabajo. En tal virtud, he preferido  recomendar a quienes  aspiren desarrollar la gracia de la poesía mística, tal como san Juan de la Cruz, nuestro modelo de la lengua española,  adoptar la filosofía contenida  en La dolencia divina, un libro que por su riqueza conceptual, elevará la formación intelectual  de sus lectores y acrecentará el prestigio de las letras dominicanas.

La mínima expresión de ese estupendo cuerpo teórico sobre conciencia mística y espiritualidad, el maestro Bruno Rosario Candelier la ha expresado en el  “Decálogo para el desarrollo de la conciencia creadora”, el cual aparece en la  página 104 de La dolencia divina, publicación del Ateneo Insular. He aquí el decálogo.

1-Descubrir los dones peculiares (como la capacidad creadora o interpretativa) por la cual tenemos un poder que nos fue dado para canalizar con nuestro talento y nuestra palabra el sentido de fenómenos y cosas.

2-Apreciar la  coparticipación conceptual, estética, erótica y espiritual en cuya virtud fusionamos carne y alma para sentir en la sensibilidad y el espíritu la llama de la Creación.

3-Generar en la inteligencia y en la sensibilidad el poder de la creatividad que canaliza el aporte de nuestras intuiciones para vivir con sentido de iluminación lo que la vida nos brinda.

4-Inspirar un ideal edificante de vida para darle sentido y trascendencia a nuestra existencia con gozo y entusiasmo.

5-Asumir la energía  interior de la conciencia con la convicción de que tenemos un poder para recrear el sentido de la vida con la alentadora edificación.

6-Canalizar, desde la esfera de la imaginación, la conciencia y la sensibilidad, la conexión con la energía espiritual del Cosmos.

7-Distinguir y formalizar la más significativa  apelación de la interioridad en armonía con nuestra sensibilidad y nuestro talante.

8-Saber que somos cultores no solo del Logos de la conciencia sino del Numen de la sabiduría cósmica en cuyas virtudes, mediante el cordón umbilical espiritual, estamos en conexión con la potencia mayor de la Creación.

9-Entender que tenemos una misión creadora, no solo para testimoniar nuestra percepción de lo viviente, sino para encauzar y enriquecer, mediante la realidad estética y espiritual del arte de la palabra, el pensamiento que edifica la conciencia y la belleza que embriaga la sensibilidad.

10-Propiciar con nuestros pensamientos, actitudes y acciones, nuevas ideas y relaciones armoniosas, edificantes  y luminosas, de tal manera que, al tiempo  que creamos una buena obra, también podemos inspirar a otros o ser fuente de  inspiración de otra obra.

© 2017, Rafael Peralta Romero.

La intuición metafísica de la conciencia

Por Camelia Michel

Todo comenzó hace más de veinte años, cuando un hombre de estatura contemporánea y corazón de Jano, decidió lanzar una flecha de eternidad para herir los ojos de quienes pudieran abrirse a las luces de la belleza perenne, y espolear los pies de los buscadores que deben regresar por las veredas antiguas hacia el punto de partida en que nacieron los mundos alternos de la expresión literaria y la necesaria reflexión en torno a los fenómenos de la creación artística, que es otra forma de filosofar. En este punto, paradójicamente, se retorna, no al pasado en términos de caducidad de las formas, sino al origen del que todo parte en constante esfuerzo de renovación.

Bruno Rosario Candelier no sólo nos obsequia su labor de muchos años en la búsqueda del sentido y la esencia de eso que llamamos creación y arte a través de la palabra, sino que apuesta a que compartamos el núcleo de sus reflexiones y de todo lo que significa la búsqueda interior. Y he ahí el instante en que el regalo de este singular maestro deviene en reto, pues nada de lo que él ofrece nos lleva a la pasividad o al descanso -como podría entenderse cuando nos remite a los métodos de conocimiento y emancipación de los antiguos pensadores y poetas, cultores de la contemplación- sino a la búsqueda y a la interrogación constante, a la escalonada tarea de hacernos más sensibles al fenómeno estético, a representar lo mejor posible el reflejo de todo lo que es, y que sólo a través del arte nos es dado aprehender. Al igual que ustedes, me he sentido espoleada por su insistencia y certera voluntad de enseñanza hacia la búsqueda recurrente y expresa de mi yo consciente y creador por la vía interna, que muchos escritores siguen, pero que se hace explícita en el Movimiento Interiorista, no sólo como ideal, sino como método de trabajo. Así nos provoca a enfrentar los obstáculos que, como seres perfectibles en constante evolución, debemos encarar si queremos en verdad desarrollar una vocación literaria.

Debo reconocer que no pocas veces se me hace cuesta arriba involucrarme en el ensayo, y al parecer, nuestro querido don Bruno se ha percatado de este leve pecado mío, que yo creía muy bien guardado y oculto, y que él -como buen maestro- parece haber descubierto y -en consecuencia- haberse propuesto aguijonearme para hacerme romper mi zona de confort. Y no es que no me agrade este género literario, sino que mis necesidades de expresión discursiva suelo satisfacerlas habitualmente a través de los artículos y reportajes por los que quizás algunos de ustedes ya me conocen, y que son parte de mi trayectoria periodística, la cual en cierta forma deviene en mi persona como una segunda naturaleza.

Por otro lado, suelo encontrar en la poesía un camino de libertad expresiva y experimentación formal que en ciertas épocas de mi vida se transforma en un imperativo insoslayable e insustituible y que me hacen pensar que mi yo poético es mi verdadera y única naturaleza.

En esos momentos olvido el terreno de la prosa, ya artística, ya periodística, y siento que nada es más importante que esta forma de lenguaje. Por ende, una buena parte del tiempo, más que una necesidad profunda, el ensayo y la narrativa son para mí una suerte de divertimento y coqueteo con posibilidades literarias y discursivas diferentes, y, sobre todo, de complementaria búsqueda de lo otro.

Pero, independientemente de mis motivaciones vine, al igual que el emisario de aquel famoso relato moralizante, “Una carta a García”, decidida a cumplir mi cometido con la mayor dedicación posible; así que tuve que avituallarme con dos armas fundamentales para llevar a cabo la empresa que constituye este ensayo: el libro de Bruno Rosario Candelier,Metafísica de la conciencia: El Logos en la pantalla del Cosmos (2016), en el cual me baso para auscultar lo que implica la intuición metafísica para el Interiorismo.

La segunda arma es absolutamente inmaterial, pero opera como una brújula que ha de llevarme al meollo de este concepto del que vengo a hablarles. Se trata de una pregunta que trataré de responderme y de responder ante ustedes a lo largo de este texto: ¿Qué es la intuición metafísica de la conciencia, abordada desde la perspectiva interiorista, en la obra ya mencionada? Esta interrogante tiene una derivación que tampoco podemos pasar -y no pasaremos- por alto: ¿cómo se vincula la intuición metafísica con la creación literaria?

Debo decirles que para mí el ensayo es un viaje intelectual que implica una búsqueda, y esa búsqueda -como toda pesquisa- es también un desplazamiento que nos lleva  por mundos desconocidos o por caminos trillados. En ellos puede que nos deslumbre el hallazgo, o que nos absorba la reflexión, la revisión del dato y/o la perfección del concepto y su intelección. El buen término de esta travesía viene en función de qué tan eficaz búsqueda hayamos realizado y de nuestra capacidad para exponer sus resultados, obviamente.

Los fenómenos de la conciencia

El periplo realizado en este texto abarca la lectura de sus treinta y tres ensayos, con énfasis en los seis primeros, y, obviamente en los vinculados de manera directa con la intuición. Así podemos citar “El Logos en la pantalla del Cosmos”, que figura como subtítulo de esta obra; “Naturaleza y función de la conciencia”, “El Logos en la gestación de la conciencia”, “El Logos en el fluir de la conciencia”, “La intuición de la conciencia y el arte de la creación”, entre otros. En todos estos ensayos predomina la reflexión sobre diferentes aspectos y fenómenos inherentes a la conciencia, entendida como el fuero donde el yo se reconoce como centro y teatro donde opera el Logos.

En este ámbito en que se expresa y desarrolla la energía de la conciencia se articulan diferentes aspectos que dan precisión a la fenomenología metafísica y su objetivo fundamental de reflexión: el ser y su naturaleza esencial, su vinculación con el Cosmos y los diferentes aspectos de la realidad externa e interna y especialmente su vertiente de creación a través de la palabra.

Quiero precisar que, si bien la perspectiva que se enfoca en esta obra -una constante en los planteamientos interioristas fundamentales- parte de una cosmovisión emparentada con el idealismo clásico -que tiene su origen en los planteamientos de los filósofos presocráticos y que alcanza su plenitud en la época antigua, con Platón- y con algunos enfoques neoplatónicos medievales y de la mística occidental y oriental, no se queda en el plano de lo filosófico-conceptual -de la definición y el esfuerzo intelectivo tendente a fortalecer o crear un nuevo cuerpo teórico, ni a repetir categorías ya existentes-. Más bien se esfuerza en comprender y explicar desde una perspectiva holística los diferentes factores que inciden en la creación literaria, para llevar a los cultores de las artes vinculadas con la palabra a un entendimiento de ese fenómeno artístico, y valerse de una manera consciente de los recursos y posibilidades que nos ofrecen las facultades o potencias físicas, intelectuales y espirituales inherentes al ser humano, y que cada individuo puede desarrollar y usar en su función creadora. Por eso no es extraño que, a la citada perspectiva filosófica, el enfoque de Bruno Rosario Candelier del fenómeno de la creatividad artística y literaria, incluya los aportes investigativos de la psiquis humana relativos a la moderna psiquiatría y a las ciencias neuro-físicas: complejos aspectos de la conciencia y la mente humanas.

Son frecuentes sus alusiones a los paradigmáticos Sigmund Freud y Carl J. Jung, y cito: “El “inconsciente colectivo” de que hablaba Carl Gustav Jung aludía a la herencia espiritual de la humanidad, memoria colectiva o sabiduría cósmica que han ido acumulando los archivos del Universo, algunos de los cuales podemos percibir mediante sueños y revelaciones”. También hace referencias a las consideraciones de científicos y pensadores dominicanos, por lo que nos encontramos recientemente con sus observaciones a ensayos escritos por el neurólogo José Silié Ruiz, quien escribió un enjundioso texto acerca de los estados de conciencia y sus patologías. Además -y esto se hace más patente en obras anteriores- el autor de Metafísica de la conciencia: El Logos en la pantalla del Cosmos, nos remite a los avances de la física contemporánea, especialmente en el estudio de la energía y las micro-partículas que componen la materia. Tal es el caso de sus ensayos en torno a los principios del quantum de energía, aplicados a los fenómenos de conciencia y la relación del ser humano y el Universo. Dichos textos fueron compilados en la obra La intuición cuántica de la creación (2013). Dice Bruno Rosario Candelier: “La ciencia de la física cuántica ha demostrado que el Universo no es uno solo, sino que hay múltiples universos, y son múltiples las formas en que podemos compartir la realidad”.

Una interesante derivación de ese tema es su abordaje de este fenómeno reflejado en la poesía del gran poeta puertorriqueño y presidente de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, José Luis Vega, en su poemario Sínsoras, que dio lugar a otro libro: La experiencia cuántica en José Luis Vega (2014). Sin importar el aspecto que aborde Bruno Rosario Candelier, hay una marcada visión ontológica que se pone de manifiesto, especialmente cuando se refiere a la relación del ser humano con su conciencia, con la naturaleza y el mundo material en general (donde siempre reside el ser en sí conceptuado por los filósofos clásicos) y el Ser inmanente en el Cosmos multifacético. Ese Ser que subyace en la esfera de las ideas, visualizado por Platón, y que los neoplatónicos que incidieron en la escolástica equiparan al Dios de la tradición judeo cristiana.

Los ejemplos son muchos: “Esas funciones del intelecto explican que la conciencia es el nexo del hombre con sus congéneres, con las cosas y con la Divinidad”, dice Rosario Candelier. Y aquí entramos a un elemento fundamental como ámbito donde centra el ser humano su teatro de operaciones internas: la conciencia, concepto central en la gnoseología y que, junto al Logos, que es el elemento catalizador de la misma, juega un papel de primer orden en la perspectiva interiorista de la creación literaria.

En el ensayo “La conciencia como fuero de creación”, BRC afirma: “(…) podemos asumir la conciencia como fuente creativa. Con el conocimiento de la realidad logramos una valoración de las cosas y una idea de la propia conciencia, que piensa la realidad y se piensa a sí misma. Es una manera de entroncar la propia conciencia con la conciencia universal”.

En “El Logos en la pantalla del Cosmos”, Rosario Candelier puntualiza que “El concepto de conciencia y lo que esta facultad cognitiva implica para el ejercicio reflexivo y el acto de creación son determinantes para entender la categoría del ser humano, porque tener la capacidad para concebir ideas de los fenómenos y cosas en imágenes y conceptos, conocer y saber que conocemos, reflexionar, hablar y crear, implican la dotación de una energía interior y trascendente que hace posible la percepción y la valoración de la realidad mediante el concurso de la intuición y las vivencias del espíritu”.

En cuanto al Logos, expresa en el ensayo “Naturaleza y función de la conciencia: La lengua en el desarrollo de la personalidad”, que “Como impulso interior de la conciencia, el Logos es el aliento que nos empata a la Divinidad, el principio espiritual del pensamiento y germen generativo de la creatividad”. Explica que este concepto, heredado de los antiguos griegos, se vincula a la noción de “idea”, “palabra”, “verbo”, “imagen”, “porque entraña el principio espiritual que funda nuestro lenguaje, así como la energía interior de la conciencia”.

Indica en el ensayo “El Logos en la pantalla del Cosmos”, que “En las operaciones intelectuales, afectivas, imaginativas, estéticas y espirituales de la inteligencia y la sensibilidad coparticipan el Logos y la intuición de la mente al canalizar el impacto de las cosas en la sensibilidad y la conciencia”.

Pero, ¿qué es la intuición y qué papel tiene en los juegos de la conciencia? De acuerdo con los planteamientos anteriores, podemos colegir que la intuición es un elemento constitutivo de la inteligencia humana, inherente a la conciencia, copartícipe en los procesos cognitivos, aliada del Logos y canal de los diferentes niveles de la realidad en la conciencia. Sin embargo, hay que precisar mejor los contornos de esta potencia. Y aquí haremos un intento de entender la naturaleza y el alcance de la intuición, toda vez que ella facilita y mejora los procesos cognitivos, incidiendo en la conciencia y en todas las manifestaciones de la creatividad.

Comenzaremos por repasar algunos conceptos presentes en los principales exponentes de la filosofía clásica: para el Sócrates de los Diálogos, recogidos o urdidos por Platón, la inteligencia es el auriga del alma, el conductor del carruaje que puede llevar al ser humano a las esferas divinas, donde residen las ideas, o mundo de los arquetipos.

Siempre atado a un vehículo tirado por dos corceles de naturaleza opuesta, uno dócil, que lo sigue, y otro rebelde, que lo obstaculiza y retrasa en ese viaje, este guía es el que recuerda el mundo perfecto al que el alma debe volver, luego de su revolución por el mundo de las formas: “La esencia sin color, sin forma, impalpable, no puede ser contemplada más que por el guía del alma, la inteligencia; es el patrimonio del conocimiento verdadero”, dice Sócrates en el Diálogo a Fedro. “En efecto”, dice en otro pasaje de ese mismo diálogo, “el hombre debe esforzarse por lo que llama idea, elevándose de la multiplicidad de las sensaciones a una unidad cuya reunión es un acto de reflexión. Ahora bien, esta facultad no es sino el recuerdo de lo que nuestra alma vio cuando se asociaba a la marcha de un dios, cuando, dirigiendo una mirada de desdén sobre lo que llamamos seres, se elevaba hasta la contemplación del ser verdadero”.

Así, el esfuerzo realizado a través de la razón, no es más que un mero ejercicio nemónico, en el que el alma recuerda lo que le fue dado ver en el mundo de la idea. Y esta visión de la inteligencia se acerca bastante al concepto de intuición, dado que aquella es la única parte del alma capacitada para ver la realidad que subyace bajo el mundo de las formas, al igual que esta última, que en apreciación de místicos y metafísicos, es la forma más directa y espiritual del conocimiento, que emana directamente del alma humana. La única diferencia que existe entre ambas formas de entendimiento o intelección viene dada en función de su forma de alcanzar el objeto a conocer: la idea, pues, por un lado, la inteligencia racional trabaja a partir de la realidad fenoménica o material, y aplicando el método de razonamiento lógico puede aprehender los arquetipos, mientras que la intuición es un conocimiento directo, en el que se accede a estos sin pasar por los métodos racionales. Según Platón, dijo Sócrates en este diálogo, que “El hombre que sabe servirse de estas reminiscencias se inicia sin cesar en los misterios de la perfección infinita, y es el único que verdaderamente se perfecciona”. La intuición, además, ha sido considerada por el gran maestro de la India, Paramahansa Yogananda, como la forma más elevada de inteligencia, pues ella expresa la sabiduría del alma. Obviamente, el concepto de la intuición ha pasado por diferentes momentos interpretativos en la medida en que surgen las tendencias filosóficas en diversos períodos históricos; pero se trata de una noción permanente y de estudio frecuente en el campo de la epistemología, aunque, al igual que otros aspectos filosóficos, no sea de amplio dominio público.

Para Bruno Rosario Candelier, “Hay también una sabiduría registrada en las redes cósmicas, y algunas personas tienen la capacidad para ponerse en comunicación con esa sabiduría. Sostengo la teoría de que hay personas que tienen un cordón umbilical en su alma (“por eso he hablado del cordón umbilical espiritual”) para entrar en comunión con la sabiduría del Universo, como son las personas con alta sensibilidad metafísica, como se manifiesta en los creadores de poesía metafísica y poesía mística, en cuya virtud están dotados de las condiciones espirituales para establecer esa conexión cósmica. A esa capacidad no se llega porque se desee, sino cuando se desarrollan las condiciones espirituales de la sensibilidad profunda”.

Pues bien, ese cordón umbilical del espíritu se manifiesta a través de la intuición, y en poesía es el mejor aliado que puede tener un escritor. Las verdades inmensas, imposibles de verificar por los métodos intelectivos racionales, bullen sin cesar en las metáforas y símbolos de que hacen gala los poetas. En sentido general, la intuición es considerada una forma de intelección directa, que no se basa en los procesos atinentes a los esquemas lógicos racionales. Por la dificultad de encontrar una definición amplia en los diccionarios de la lengua, y por carecer de un diccionario filosófico que precisara mejor los bordes de la intuición, me remití a varias búsquedas virtuales, cuyos enlaces comparto con ustedes en este texto.

En principio, las definiciones que encontré en el siguiente enlace http://definicion.de/intuicion/ nos ponen en contacto con algunas de las más comunes acepciones o aplicaciones de este término.

La más elemental asegura que: “Intuición es la facultad de comprender las cosas al instante, sin necesidad de realizar complejos razonamientos. El término también se utiliza para hacer referencia al resultado de intuir: En realidad no sabía que ibas a estar allí; fue pura intuición”. Es preciso señalar que en el habla del vulgo se identifica la intuición con el presentimiento.

En la página citada se establece la dimensión que adquiere el término en el ámbito epistemológico-filosófico en el que la intuición “está relacionada al conocimiento inmediato, directo y autoevidente. No requiere, por lo tanto, de ningún tipo de deducción”.  En el campo de la psicología, la intuición es un conocimiento al que no se accede por vías racionales, “por lo tanto, no puede explicarse, y, a veces, ni verbalizarse” y que obedece a procesos mentales de los que no se tiene conciencia. Tampoco en el ámbito de la psicología se vincula la intuición con experiencias paranormales o mágicas.

Para completar el panorama, nos remitiremos ahora a la definición de intuición ofrecida por Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki): “La intuición (del latín intueri, «mirar hacia dentro» o «contemplar») es un concepto de la teoría del conocimiento aplicado también en la epistemología que describe el conocimiento, que es directo e inmediato, sin intervención de la deducción o del razonamiento, siendo considerado como evidente. Se cree que la percepción sensible ofrece un conocimiento intuitivo de la realidad. De la misma forma, el entendimiento tenía una «intuición intelectual» capaz de conocer la esencia de las cosas y sus diversas formas mediante los conceptos. En la edad moderna ha sido estudiado por los racionalistas, los empiristas, Kant y el criticismo y la fenomenología. No obstante lo anterior, poco a poco el problema de la intuición ha ido derivando desde el campo de la especulación filosófica al campo de la ciencia positiva, siendo considerado más bien un tema de investigación psicológica y neurológica. Añade que: “Hoy día la intuición es considerada dentro del marco de investigación de las acciones cognitivas, lo que se conoce como cognitivismo. Es un problema de transversalidad en que intervienen multitud de ciencias tanto estrictamente positivas (neurofisiología, biología molecular, genética, psicología, etc.), como filosóficas (antropología, sociología, lingüística, cultura, etc.)”.

¿Por qué intuición metafísica? Hice referencia a nociones generales sobre la intuición, también a los orígenes de este término y a su evolución desde la epistemología y la filosofía clásica, hasta las ciencias positivas. Hice énfasis en su significado en el ámbito espiritual, pues para los santos y contemplativos, ella es la voz del alma. Pero ¿qué es la intuición para poetas y metafísicos, y cuál es el lugar exacto de la intuición para los interioristas, encabezados por Bruno Rosario Candelier? ¿Acaso es ella un don sólo para elegidos, o seres con sensibilidad especial, artística, o espiritual? Indiscutiblemente que no. La intuición opera por vías desconocidas y nos ilumina con la presteza e imprevisibilidad del rayo. Puede manifestarse indistintamente a cualquier humano, pero es indispensable, para que haga acto de presencia, que quien la reciba confíe en ella. La intuición suele llegar por caminos inesperados, pero en cierta forma, podemos condicionarla y atraerla.

El científico alemán Augusto Kekulé (1829-1896), uno de los gestores de la Teoría de la Estructura Química y descubridor de las complejas estructuras moleculares del benceno, relató que había descubierto la forma del anillo de ese compuesto en un sueño, en el que seis serpientes se entrelazaban mordiéndose las colas, con lo que formaron una celdilla hexagonal. Dicho sueño llegó luego de años de intensos estudios y cavilaciones en torno a dicha sustancia.

Debo señalar que ya hemos conversado de las diferentes facetas y campos de acción de la intuición en otras ocasiones, y hemos estado contestes de que ella puede hacerse presente en la actividad científica, artística, y en la vida cotidiana. Aunque se le llame de manera diferente: intuición científica, filosófica, metafísica, lo cierto es que la intuición es una forma de conocimiento que responde a mecanismos similares en los seres humanos. Lo que difiere en cada uno de nosotros es su campo de acción, pues obviamente, ella está vinculada estrechamente a nuestros intereses vitales. Por ende, más que hablar de intuición matemática, o artística, o metafísica, prefiero decir, intuición en los campos metafísicos, artísticos, etc.

Bruno Rosario Candelier ha abundado bastante con reflexiones que se apuntalan en fuentes muy diversas, como el ya citado psiquiatra e investigador psicoanalista Carl J. Jung, quien señalaba que muchos estímulos diversos podían despertarla, como los sensoriales, y datos de diferente índole. Pero como señala Rosario Candelier, hay individuos poseedores de grados más altos de sensibilidad, con una capacidad intuitiva más desarrollada, y capaces, por tanto, de percibir por su concurso fenómenos de difícil captación para la generalidad de la gente. Las limitaciones de la conciencia material que prolifera en nuestra actual civilización pone hitos a nuestras posibilidades cognitivas y de visión; por eso, son raros los casos de quienes pueden tener un conocimiento de diversos aspectos de la realidad trascendente mediante el rayo intuitivo. Los elevados mundos supramateriales permanecen silenciosos para la generalidad de nosotros, pero de repente, si afinamos nuestra conciencia y liberamos nuestra receptividad, la intuición puede revelarnos verdades ocultas que llegarán a nosotros por diversas vías.

Algunas de estas se encuentran cifradas en los pasos de la vida contemplativa o de búsqueda espiritual, pero también pueden tocar a los artistas, poetas y pensadores. Igualmente a los devotos sinceros y a quienes hacen gala de un amor profundo por los demás y por las diversas manifestaciones de la vida universal.

Intuición y poesía

Los poetas son seres intuitivos por naturaleza y en la poesía se pone de manifiesto la intuición en todas sus variantes. Cuando leemos el poema de Rubén Darío a Roosevelt, nos sentimos sorprendidos de la capacidad predictiva de este texto publicado en 1904, sesenta y cinco años antes de que la misión norteamericana Apolo Once alunizara, hazaña que marcó el liderazgo de los Estados Unidos en la tecnología espacial. Este acierto de la intuición de Darío no se produce en el ámbito metafísico, ni espiritual o estético. No manifiesta ninguna verdad de vida individual, sino que se adhiere con singular certeza a lo histórico-futurista, al ámbito político. Comparto con ustedes esta estrofa: “Los Estados Unidos son potentes y grandes. /Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor/ Que pasa por las vértebras enormes delos Andes./ Si clamáis, se oye como el rugir del león./Ya Hugo a Grant le dijo: las estrellas son vuestras./(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol/Y la estrella chilena se levanta…) Sois ricos. Juntáis al culto de Hércules el culto de Manmón;/ Y alumbrando el camino de la fácil conquista,/ La Libertad levanta su antorcha en Nueva York”.

En el destacado poeta dominicano y miembro del movimiento de la Poesía Sorprendida, Antonio Fernández Spencer, encontramos un riquísimo acervo de imágenes y símbolos que nos acercan a verdades profundas y universales. Quiero compartir con ustedes unas breves estrofas, en las que se perfila un importante atisbo de intuición filosófica, en su importante, aunque poco conocido poema Misiva a Rosamunda: “Suena el teléfono, y no es tu voz, Rosamunda, que me dice : “te veré mañana”. /Creo en la lluvia y en las casas donde podremos vernos./ Hablaremos tercamente y sin sentido de las cosas;

/veremos mares de rostros, allá abajo, en la tierra,/y estaremos subidos a los astros del sueño./Comprobaremos esa apariencia deshumanizada de la masa y el número,/y oiremos hablar a la gente: el pordiosero decir de sus palabras./Si no tuvieran la palabra, ¿en qué se diferenciarían/de los peces de plata ni de los pájaros que cantan? /¿Pero qué dicen sus palabras? ¿Hacia qué mundo apuntan sus verbos?

/Todo lo que esos hombres se están diciendo unos a otros;/todo lo que leen y todo el hablar con el que llenan sus días/es el flujo planetario hacia el abismo de la nada”.

En los últimos siete versos de este poema, Fernández Spencer sugiere el sentido universal de la palabra, el vínculo del Logos con el ser humano y la naturaleza, y llega más lejos, pues advierte el poder vital de la palabra en el orbe planetario, su poder para crear y destruir la materia. En la cosmología religiosa de la India, la palabra es la madre de la creación, pues la vibración sonora del OM es la responsable de la condensación del mundo fenoménico material. El sonido es, realmente, el regazo de todo lo existente.

Un poema particularmente significativo es “La criatura terrestre”, de Manuel Rueda, en el que el poeta hace un hermoso recuento de las experiencias primordiales de su niñez y primera juventud, en el ámbito familiar, allá en su natal Montecristi. Es un texto sobrecogedor y bello en toda su extensión; sin embargo, las estrofas que me parecieron más reveladoras son las que se refieren al período prenatal, en las que se describe el estado de conciencia de la etapa previa a la vida. En ellas se sugiere que el alma, la conciencia, entra y sale del feto, y se asienta en la carne al momento del nacimiento. Siempre me he preguntado si esas estrofas surgieron de una fecunda imaginación, estimulada por teorías esotéricas, o más bien obedecen a la intuición de una memoria perdida. Esto nunca podré preguntárselo, pues hace mucho que Rueda no está entre nosotros.

En nuestro movimiento también tenemos sobradas muestras de poetas y poemas ricos en intuiciones, especialmente entre quienes se ocupan de la poesía mística y metafísica. Por sólo mencionar a algunos, citaré a Guillermo Pérez Castillo, Carmen Comprés, Carmen Pérez Valerio, Sally Rodríguez y a Tulio Cordero. En la pasada reunión me tocó hablar del poemario de Jit Manuel Castillo, el que leí con fruición, y sólo puedo decir que en la aparente oscuridad de sus frecuentes paradojas, hay un ritmo vital, unas imágenes que sugieren la presencia de poderosas intuiciones metafísicas y espirituales, surgidas de la grandiosa presencia del Innombrable.

A modo de cierre, debo decir que todos hemos reflexionado en el significado de la intuición y también hemos consultado diversas fuentes, pero pocas veces tenemos la oportunidad de plantearnos cómo desarrollarla y aplicarla de manera más cabal en nuestra búsqueda artística y literaria. Indiscutiblemente, este es uno de los afanes fundamentales del Dr. Bruno Rosario Candelier, quien se ha referido a la necesidad de cultivar la contemplación y los esfuerzos de interiorización, a la par que la lectura y la reflexión, especialmente en torno a nuestras experiencias de vida. Estas deben nutrir el acervo personal y literario de cada uno, para el enriquecimiento de nuestra producción poética.

Puedo enfatizar que el citado maestro Paramahansa Yogananda hacía énfasis en la importancia de la disciplina espiritual y la meditación para desarrollar la intuición, que para las escuelas filosóficas y espirituales de la India son fundamentales. Creo que para los poetas y escritores en sentido general no hay mejor ejercicio que dejar que corran nuestros impulsos, y escribir, escribir, escribir con la certeza de que nuestro entendimiento va corriendo sus velos. En el torrente de las imágenes y los símbolos, muchas verdades nos serán develadas.

Camelia Michel Díaz
Santo Domingo, 17 de diciembre de 2016.

Un enfoque sobre Sinfonía del águila

Por Emilia Pereyra

    Diecinueve textos componen el libro de cuentos del creador interiorista Miguel Solano, denominado Sinfonía de Águila, hermoso título que él explica en una instrucción nombrada Edad del águila, en la que refiere que es un apasionado de la danza afrodisíaca sin fin de esta bella ave depredadora, dotada de gran poder.

La primera historia, Vacío y dolor, está narrada en primera persona. Una voz femenina relata un encuentro con Don Diablo. El personaje airea el vacío interior que prevalece en su existencia, a pesar de que posee toda la riqueza que puede necesitar. Es un cuento existencialista, de tipo psicológico. Se trata de una exploración interior de una mujer arrasada.

Dice la protagonista: “Ese vacío genera una necesidad, un deseo de castigar el cuerpo, la carne, un deseo de ver cómo el castigo genera dolor y cómo ese dolor produce un cambio en el vacío, en el estado del vacío. Sé ahora que quienes promueven el dolor, la violencia, no lo hacen porque deseen hacer el mal o hacerse mal. En su búsqueda, en su exploración por una respuesta a un estado de vacío, de acumulada violencia, ven crecer una espantosa ansiedad que reclama como castigo darle dolor a las fuerzas físicas que creen lo generan” (págs. 20-21).

El Diablo, figura mítica recurrente en esta obra, vuelve a ser personaje en el cuento Experiencia propia, donde el ángel caído, tiene una singular conversación con Dios, al que reconoce como padre.

El Todopoderoso es de nuevo personaje en el cuento Edad del hombre, una versión libre, fantasiosa y maravillosa, sobre las ansias atribuidas a Dios.

A propósito, relata el narrador: “Más de quince mil millones de años le tomó el trabajo de crear la naturaleza tal y como la conocemos hoy, pero ya podía sentarse debajo de una mata de mango y descansar. ¡Qué cosa!, pero para Dios descansar es pensar; así que al mirar a los animales se dio  cuenta de  que le faltaba algo, ya había creado el libre albedrío, con lo cual eliminó la posibilidad de que alguien viniera a quejarse por su suerte, entonces una idea brilló ante sus ojos: ¡Institucionalidad! Eso es, aseguró, hay que definir funciones” (p.88).

En el ingenioso y divertido cuento se continúan plasmando las quejas y las solicitudes de animales y del mismo ser humano a Dios, que busca el modo de complacer peticiones.

   Dos mundos es el relato acerca del encuentro sexual de dos amantes, Cindy y Manuel Emilio, dos universos que terminan separándose. La narración tiene párrafos singulares en que se registran exploraciones sobre el pasado, y cito: “Y no sólo era la separación del objeto sino que sus mentes habían regresado al estado anterior, un estado de felicidad, de armonía en que desaparece el sentimiento de aislamiento o separación. Golpeaba en su interior el extraño eco, el regreso a sus primeros nueve meses de existencia, él dentro y ella sintiendo esa mágica sensación, ese sentimiento de omnipotencia que al conectarnos con el universo nos hace sentir como si todo fuera posible” (p.27).

En el Costo de la belleza, se recurre de nuevo a la primera persona para contar el encuentro de un hombre con una chica de belleza embrujadora en el hotel Lina, donde vivía entonces, en 1996. Con ella sostiene un diálogo chispeante, en el que negocian las condiciones de un acercamiento sexual.

Otro cuento sobre seducción y dinero es El origen de la dignidad, en el que se relata una sugestiva conversación entre una pareja de hoy, Adán y Eva, que se produce en clave bíblica y tono moderno.

   El origen de la justicia es una historia perspicaz, sobre las búsquedas espirituales a través del taoísmo, el budismo y otras corrientes. Lo protagoniza la doncella Chang-Lien Lu, que había iniciado “su conexión suprema con los dioses” cuando tenía trece primeras. Contada en la tercera persona, esta historia muy bien hilvanada y recreada termina arrancándonos una sonrisa, cuando se devela el resultado del prolongado estado de ensimismamiento con la gran revelación: “¡El sol sale para todos!” (p.36).

   ¡Paren eso!, es el siguiente cuento del mundo terrenal, sobre el abogado Manuel Caldosanto, caído en desgracia después de vivir una época de bonanza, debido a un cambio de gobierno, y en consecuencia se ve en las garras de los bancos a causa de un prolongado endeudamiento.

   El repartebienes un relato de cariz político, corto, de dos páginas, sobre aspectos de la realidad vernácula: la corrupción y el clientelismo, el manejo del poder y las truculencias, retratados en unas escenas palaciegas que se producen en cuatro templos del Palacio del León. A saber, la Consultoría Jurídica, la Secretaría Administrativa, el Secretario del Rey y la Cueva del Reynazo. Es un texto cargado de ironía y doble sentido, relacionado con tiempos políticos de nuestro pasado reciente.

Otro relato sobre clientelismo, extraído de nuestra realidad socio-política, es Yo sé dónde venden. Desarrolla el plan concebido por un gobernador para lograr un asiento en el parlamento con el uso de los bienes públicos.

   Zigzaguendo en Washington es otro cuento crítico, sobre el ámbito político, narrado con ironía. Se produce en Estados Unidos, donde en los meses de septiembre y octubre del inolvidable 2002, “el Francotirador se apoderó de las calles de Washington y los halcones de la capital del sacrosanto lugar plantearon que la mejor medida de protección era no caminar derecho sino zigzagueando (p.59).

   Parto imposible se refiere el escabroso tema del bestialismo. Ha sido narrado con gracia y la delicadeza que en literatura requieren los temas espinosos. “Los muchachos vieron a Marcial relinchar y haciendo fila; y permitiéndole al marido su retorno cada vez que este lo solicitaba. Fueron aprendices de esposos. De acuerdo con la sonrisa de Novia, unos fueron caballos, otros potros y otros apenas potriquillos”, escribe el narrador (p.50).

   El virus es una narración hiperbólica en torno al encuentro entre la doctora Amelia y Pablo del Robo, su paciente. “Miró el universo a través de la ventana del consultorio y empezó a reír, a carcajada, a plena felicidad; sonrió como a quien le han regalado el don de la felicidad eterna: la locura. Al voltearse y quedar frente aquellos ojos color oro de Amelia, impidió su penetración en su recién pasado mundo con una pregunta:̶ ¿Y si son bacterias?” (p.76).

Otros cuentos forman parte del volumen, como son Siete letras, de corte social, y ¿Lo sabía?, que versa acerca de un mujeriego tentado por el homo sexualismo. Solano remata el libro con dos microrrelatos, con apariencia de versos, titulados Con destino y ¡Rosa Roja!

Nuestro sagaz autor explora temas diversos en su Sinfonía del águila. Se percibe claramente que a él le interesan Dios, el Diablo, las filosofías orientales, el sexo, la seducción, el vacío existencial, el clientelismo, la política y la crítica social.

El autor cultiva un estilo propio, el indiscutible estilo Solano, salpicado de humor, picardía e introspección, y de la búsqueda de las verdades profundas. Lo hace empleando un lenguaje directo y estructuras gramáticas sencillas.

Miguel Solano sabe pincelar atmósferas con eficacia, y en gran parte de sus cuentos resaltan el tono crítico, la tendencia a satirizar y a narrar de forma distintiva.

© 2017, Emilia Pereyra.

Notas

1. Miguel Solano, Sinfonía del Águila, Ediciones aqi, Editora Búho, República Dominicana, 2006.págs… 20-21.
2. Ibídem,88.
3. Ibídem, 27.
4. Ibídem, 36.
5. Ibídem, 59.
6. Ibídem, 50.
7. Ibídem, 76.