El proceso mental en la elaboración del lenguaje

Por Guillermo Pérez Castillo

El hecho de que al nacer el ser humano se encuentre despojado de los mecanismos de adaptación propias de su clase, nos revela la presencia de un ser inacabado. La idea del hombre incompleto rebasa el supuesto de un tema filosófico y la especulación científica para constituirse en una necesidad vital, una urgencia presupuestaria en la diferenciación de la especie.

Distinto de los demás animales, cuyo mapa genético ya incorpora al nacer un patrón conductual que se perpetuará mientras viva, el hombre como criatura excepcional, deberá transitar por un proceso de maduración neurológico o troquelación neuronal, donde se configurará el ser social esperado.

Déficit o menoscabo, nunca azar o ensayo, la naturaleza nos provee de la adolescencia más prolongada del Reino, en cuyo lapso, a partir del nacimiento, se producirán las conductas más esenciales. La respuesta a esta distinción dentro del registro animal, lo explica el hecho de que es el hombre el que dominará la naturaleza, dirigirá el Estado, creará belleza y desarrollará la facultad creadora.

Todo lo anterior es posible porque es en este período crucial cuando se cincela al hombre, produciéndose profundas transformaciones anatómicas, fisiológicas y psíquicas que tienen que ver con la libertad, la sociedad, el amor y la lengua; tema este último que trataremos en el sentido de CÓMO SE ESTABLECE EN EL USUARIO.

A partir del nacimiento, todo ser humano normal posee la condición de apropiarse en poco tiempo de la lengua de su entorno.

Pensamos al través de ella, supeditada nuestra capacidad de juicio y nuestro aval reflexivo al número de palabras funcionales que conocemos. Sin palabras no podríamos pensar, mucho menos ejecutar las necesidades de la vida.

Este hallazgo, que ha hecho posible el habla, se debe al hecho de que por la evolución de la especie se han especializado zonas o áreas del habla. Un niño aprende a hablar imitando los sonidos que oye y que al principio le agreden cuando comienza a estrenar sus oídos; una sensación novedosa y extraña que le induce a seguir experimentando.

Al principio, el proceso le resulta entretenido al párvulo porque percibe la lengua, o mejor, el habla, como un ensayo lúdico; un juego de ping-pong,una malla etérea en donde el balón rebota y suma puntos, si percibe que va conectando el sonido con el objeto. Rompecabezas exitoso en la medida en que hace del balbuceo una relación biunívoca gratificante; una  maratón en la  cual se reconoce y premia. Como se ha expresado anteriormente, el niño aprende la lengua imitando los sonidos que capta en su campo sónico; siendo dentro de la vocería familiar en donde se enfrenta al jolgorio, a la algarabía, al silencio que un día relacionará con el punto, la coma o el punto y coma como signos de puntuación.

Barrunto de esta formalidad formadora, biunívoca por cierto, porque en esta realidad de aprender y ser influenciado, no solo se beneficia el niño; también la familia en esa ruta de doble vía.

De ahí que, al relacionarnos con el aprendiz parlante, debemos excluir el inventario de voces amaneradas: al niño se le habla como adulto, sin alteraciones fonológicas. Una cosa es la relación intimante -que puede ser transmitida en un lenguaje dulce, pero firme [el infante reconoce el afecto sin palabras]-, y otra es la lengua en función de la convivencia humana.

El vocabulario o el léxico que se elija contendrán las voces fundamentales con un nivel básico descifrable. Estas palabras servirán de puente para transportar nuevas palabras más complejas; enriquecidas con la escritura y la literatura futuras, en un interesante teatro audiovisual donde los ojos no echan de menos las contorciones de los labios en la promoción de la eficacia de los sonidos en el tracto oral, como si se tratara de aprender otra lengua.

Una de las limitantes del español en el aprendizaje de la escritura (retrato de la lengua) consiste, entre otras complejidades, en tener varias formas gráficas para un mismo símbolo lingüístico; situación que implica en el niño representar el mismo concepto a través de «dibujos» distintos.

No olvidemos que la lengua es un invento del hombre, un espacio habitable para la espiritualidad. El hombre descubre que el aire que sale de los pulmones puede ser utilizado para producir sonidos distintivos identificables y que es vital una función auditiva identificadora. Reto para el niño mudo o para el que tiene una función perceptiva, de esa función, disminuida. Quien enseña debe saber que este tipo de discente se descubre porque instintivamente busca sentarse en la primera fila, y que difícilmente dará a conocer su limitación, ya que esta clase de niños suele ser tímido. Esta disfunción crea malos hablantes, malos lectores y malos escribientes.

En los primeros momentos, cuando comienza a formularse propiamente el interés por aprender, apremiado tal vez por la competencia que espontáneamente se produce en las interacciones en cierne, se produce una disyunción; quizás una alternancia entre juego y palabra, palabra y juego; pero sobre todo juego, en ese sentido particular que le habita. Luego, la palabra pasará a ser portadora del pensamiento; más tarde se convertirá en herramienta.

Este intento, abierto y permisivo, de darle a la palabra un sentido personal, para luego ser estandarizada, nos habla de abrir un camino en un bosque de signos y sonidos en una actitud de cambios y rectificaciones prácticamente inagotables.

La enseñanza de una lengua parte del coloquio, por lo que sus técnicas y procedimientos deben ajustarse a esa instancia. Los modelos literarios refieren un contacto para enriquecerla desde el punto de vista estético, no primordialmente comunicacional. De nada nos sirve un carro para aprender a volar un avión.

Con frecuencia, los lingüistas desconocemos el sentido didáctico de la palabra, poniendo énfasis exclusivo en su sentido comunicativo. Apremiado por este propósito, olvidamos que el habla tiene como objetivo mostrar o dar a conocer algo; lo que implica que entender lo que se nos comunica refiere una relación pedagógica.

Antes se creía que todo alcance en el orden biológico implicaba mayor capacidad en el aprendizaje de una lengua. Hoy se tiene entendido que es el desarrollo de la lengua lo que induce una mayor condición para la vida social, psicológica y mental.

¿Acaso no son las actitudes niñescas las que reconfiguran la comunicación del adulto que comienza a verbalizar una segunda lengua? El habla, como aplicación del lenguaje simbólico, nos abre canales neurológicos y matices intelectuales, afectivos y volitivos.

Nada enseña más que la palabra. Ella es la representante del concepto, el cual resume de un golpe verbal un universo encadenado de palabras en la innecesaria necesidad de hacerlas audibles o visibles en su sucesión gráfica, o tren de la enunciación.

Por otro lado, no hablamos para aprender palabras, sino que, aprendemos palabras para aprender a pensar y hablar. Esfuerzo colosal de descubrir el mundo y sus atajos en esa tarea osada porque el universo está lleno de cosas y cada cosa tiene su nombre resucitable de su escondrijo metafísico.

Hablar al niño, permitirle que hable y escuche sin temor a la burla y la reprensión, permite ir dando a conocer poco a poco su progreso. Saber cuándo y cómo corregirlo es fundamental: que sea la conversación en su ambiente la que incluya en forma relajada la pronunciación adecuada, evitando corregir con el error, porque el error no enseña lo que es, sino lo que no es.

Ahora bien, recuperando el proceso o pauta escalonada en que se va formulando en la conciencia una lengua, es preciso identificar aún más sus escollos. Piaget, psicólogo suizo, famoso por sus aportes al estudio de la infancia y el desarrollo de la inteligencia, nos da el ejemplo de un niño de 7 años que dice «La tierra se fundió en agua como el azúcar», porque no conoce la palabra desleírse. Y lo más interesante, dice «Que el papel no es lindo sumergido, porque ya no se puede escribir».

Toda visión del mundo, muestras concepciones, opiniones y nuestro sentido de vivir se codifican en el cerebro y se fijan en la palabra.

He aquí la referencia de su genoma gramatical en su linguoconciencia, que al hombre lo hace único. Tal vez, lo más difícil de una lengua sea su pauta estructural (lo que llamamos sintaxis), pues hablar, en el mejor sentido, no significa pronunciar palabras. Cada lengua tiene un patrón de sucesión léxica sujeto a reglas bien establecidas. Sin embargo, las normas que suscitan valores permanentes son aquellas que los hablantes descubren y aceptan en el menú de la realidad social permitida.

Cada palabra tiene un sentido arbitrariamente adquirido y un perfil fónico inventado. Lo que recordamos de una palabra, más que su sucesión gráfica, es su relieve perimetral. Por eso, podemos leer una palabra con vocales faltantes o consonantes de igual altura de las vocales. Si bien es cierto que al escribir nos ponemos en contacto con los signos gráficos en la aventura de las palabras; al leer o hablar debemos acudir a las imágenes mentales en una suerte de decodificación escritural, donde la voz o grafía MANZANA ya no es ella misma, sino el reflejo de su forma.

Las palabras varían en su liturgia desenfrenada. Parecen tener el sentido de ubicuidad; pero no, no hay palabras iguales. Todas sufren cambios para distinguirse, o no lo sufren por igual razón. No es igual niño que niños; día igual que jornada; vela encendida, que vela de barco; operación quirúrgica, que operación matemática.

Una lengua mal asimilada conduce a lo siguiente: iluminaria por luminaria; antifungicida por fungicida; majarete por manjarete ; y lo peor, decir: Te espero a la mañana, ya que la preposición que reclama el verbo ESPERAR es EN, por denotar en qué tiempo se realizará lo expresado.

Salta a la vista el hecho de que el ser humano aprende la lengua en circunstancias cambiantes, socorridas por las variables genéticas y los aportes sociales del habla que genera la cultura, paso a paso, sin mayores sobresaltos. Se debe destacar el nivel de dificultad en el uso del adjetivo que enfrenta el principiante. Incluirlo en su repertorio de voces supone en el infante y el adulto inculto, un alto grado de abstracción, dado que el adjetivo es un invento o descubrimiento de la condición, por lo que está sujeto a la contemplación del objeto.

Lo esperado es que el niño salte del sujeto al verbo (papá trabaja), aunque ocasionalmente incluya los valorativos bueno-malo o los estéticos feo-bonito.

Muchas de las formas como usamos la lengua no se hallan formuladas en la normativa, ni son el producto de la reflexión gramatical editada.

Son sí, el resultado del uso, de la prominencia, de la historia, del contexto geográfico, de la cultura. Las palabras no son siempre fotogénicas y fonogénicas. Decimos: Señor Pérez y don Guillermo, pero no Señor Guillermo o don Pérez, porque el uso ha impuesto el nombre como complemento de don, y el apellido, de señor.

La voz PASTERIZAR, cuyo significado consiste ‘en elevar la temperatura de un líquido y enfriarlo bruscamente para destruir microorganismos’, es la palabra que está más cerca del étimo; sin embargo, la más preeminente en el uso es PASTEURIZAR.

Pocas palabras en nuestra lengua han causado tanta hilaridad como él participio FREÍDO, válido cuando se usa en función verbal. Recordemos que, en su etapa lógica, lo esperado por el principiante es el sentido predominante, común en la mayor parte de los casos.

No se debe soslayar el hecho de que aprender a escribir es una uniformidad social exigida por la cultura, lo que hace prevaler formas prácticas e inteligentes en su enseñanza. Vale decir: que se debe enseñar con técnicas que permitan apropiarse de la mecánica y el espíritu de la lengua. Una señal, entre otras, que facilite descubrir que una palabra mal escrita se ve mal, que la mano tiene una memoria motriz, que la raíz de una palabra transparenta la ortografía de su familia léxica, que podemos inventar palabras, pero no reglas. De cualquier modo que se mire, lengua y vida conviven y se complementan en una con-sustancialidad esencial.

Diccionario de símbolos: novedoso aporte de Bruno Rosario Candelier

Por Rafael Peralta Romero

   El Diccionario de símbolos, preparado por el prolífico filólogo Bruno Rosario Candelier, ha llegado como la visita que no tocó el timbre. Aparece  cuando  todavía pocos lo esperaban. Pero nada tiene que ver  este libro con la comedia de Joaquín Calvo Sotelo en la que se cuentan  las peripecias de dos hermanos solterones a quienes alguien les deja  subrepticiamente un bebé en la puerta de su casa.

La obra pudo ser requerida por una minúscula porción poblacional,  pero no era esperada, porque en República Dominicana, como en otros países de la región, no se tiene tradición en el estudio de los símbolos y menos para agruparlos en un volumen con la denominación de Diccionario.

En  el prólogo a la segunda edición de su Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot se refiere a la ausencia de tradición simbólica, como uno de los escollos para la publicación de su obra, cuya primera edición apareció en Barcelona, en 1958: “En primer lugar, no es posible destruir el escepticismo, o la indiferencia, de quienes en países sin tradición de estudios simbólicos, siempre dudarán de la veracidad, casi diría de la licitud de la simbología” (Cirlot, pág. 11).

Confeccionar un diccionario, cual que sea su especialidad,  conlleva rigor. Y si es de símbolos demanda un conocimiento general del mundo, de la historia y la literatura, como de la lengua y las costumbres, que se sale de lo común y sobre todo de la superficialidad. La simbología arrastra lo que ha sido y lo que es el ser humano en su trajinar sobre la tierra, asumiendo peculiaridades que evidencian las épocas y los ámbitos en que se han producido las acciones, o se han suscitado las creencias o presunciones de las personas involucradas.  Es obvio que el ser humano de hoy se empeña en dedicar tiempo y energías a la ciencia y la tecnología, mientras el del pasado dedicó más tiempo a los asuntos envueltos en la simbología y fue abundoso en la creación del mito a fin de explicar cuestiones atinentes a la humanidad y su relación con otros seres, con el Cosmos o con la Divinidad.

La mitología, sobre todo la griega, ha marcado su impronta en todas las culturas, hasta el punto de que las ciencias se han valido de elementos mitológicos para explicar o nombrar, por ejemplo,  fenómenos astronómicos: Vía Láctea,  Venus (planeta), Constelación de Hércules, Constelación de Orión, Constelación de Pegaso o Galaxia de Andrómeda; lo que  ha ocurrido  también  con partes de la anatomía humana, como monte de Venus, talón de Aquiles, y el hueso ilíaco debe su nombre a la ciudad Ilión o Troya, escenario de la mítica guerra narrada por Homero en la Ilíada. Hermes y Afrodita, semidioses griegos, han aportado la denominación para los seres humanos que nazcan con caracteres masculinos y femeninos, a la vez: hermafrodita. También la sicología ha nutrido su léxico con hechos y personajes mitológicos: Complejo de Electra, Complejo de Edipo o la caja de Pandora.

Algunos objetos tienen valor simbólico en una determinada actividad laboral o para representar tendencias ideológicas, mientras para otros sectores ese mismo objeto no constituye más que un instrumento de trabajo.  El martillo, por ejemplo,  es una herramienta fundamental de la carpintería y para quienes no ejercemos ese oficio, el martillo se reduce a un utensilio con el que a lo más, introducimos un clavo para colgar un cuadro en la pared. Por igual una herramienta agrícola, la hoz, empleada para segar trigo, arroz y hierbas, no puede significar para el trabajador agrícola nada más que un recurso material que facilita su labor de recolectar  mieses y  eliminar malezas. Sin embargo, es ampliamente conocido que estos dos utensilios, juntos, ostentan la representación gráfica de la doctrina comunista. Pero la hoz y  el martillo no constituyen símbolos, en el sentido metafísico. Ocurre lo mismo con las luces del semáforo, sus colores significan “pare” (el rojo) y “pase” (el verde), pero fuera de ese contexto esos colores presentan otras simbologías: rojo, pasión; verde, esperanza.

Carl Gustav Jung (citado por J. E. Cirlot) dice que  “… toda la energía e interés que el hombre occidental invierte hoy en la ciencia y en la técnica, consagrábala el antiguo a su mitología” (pág. 18). De hecho, otros autores afirman que el simbolismo es anterior a la historia. El objeto físico necesita un traslado a lo metafísico para que pueda funcionar como símbolo, hemos inferido.

La simbología es una rama de la lingüística, ciencia que estudia el lenguaje, y que no se ocupa de objetos. De ahí que palabras como mitra (prenda con que se cubre la cabeza el obispo en las solemnidades) con todo y lo que significa en los rituales católicos no representa un símbolo para ser tratado en un diccionario de esta materia. A ese respecto conviene destacar una observación de Bruno Rosario Candelier, en el prólogo de su libro: “Cada saber tiene su propia simbología. Hay que agregar que  cada lengua tiene también la suya. En la literatura dominicana hay un caudal de símbolos que este diccionario selecciona, describe y ejemplifica. En ese sentido, la simbología se clasifica según el área de su competencia. La simbología religiosa, por ejemplo, estudia los símbolos que intervienen en una creencia o práctica ritual o confesional. De igual manera la simbología del folklore, de la culinaria o de otra vertiente de la idiosincrasia de un país se ocupa de los símbolos que representan dichos aspectos dentro de la vida social, histórica, lingüística, antropológica y cultural. La simbología de una cultura comprende el estudio de los símbolos que permiten reflejar su mentalidad cultural” (Rosario Candelier, pág. x).

Puedo ilustrar este asunto a partir de dos vocablos de amplio contenido simbólico y que a su vez representan visiones contradictorias. Me refiero a las voces sombra y luz, incluso desde la elementalidad semántica. Sombra es en el sentido denotativo falta de luz. Pero la sombra, hay que decirlo, simboliza la maldad y el misterio.  La obra de bien se realiza bajo la luz,  mientras la tiniebla es  ambiente propicio para perpetrar el crimen: “Pedro el Cruel anda  mayormente de noche. Parece que no soporta los fulgores del sol…” (Pedro el Cruel, pág.  14). En cambio, la luz es la fuerza física que permite ver los seres y las cosas. Antónimo de tiniebla. En términos metafóricos, luz es ciencia y saber: “Pedro Henríquez Ureña fue   hombre de muchas luces”.  La luz representa el camino correcto, íntimamente asociado con la verdad, por oposición  la oscuridad se vincula con la confusión, la cual a su vez se asocia con la perdición.

La dimensión metafísica de la luz la vincula con el sentido religioso, por eso a Cristo se le representa con la luz. El ritual católico del Domingo de Resurrección se fundamenta en la simbología del fuego, con el cual se espera encender en la feligresía el deseo de las cosas celestiales y así puedan llegar renovados a la “fiesta de la eterna claridad”. La luz de Cristo es  simbolizada en el cirio pascual  y cada feligrés lleva una vela encendida. “Ustedes son la luz del mundo”, había dicho Jesús a sus discípulos. La luz trasciende el misterio y despeja la confusión: “El personaje del que ha oído usted hablar, por boca del pueblo, es un ser de la tiniebla  y en ella  está condenado a permanecer. Nuestra prédica se fundamenta en la luz, porque Cristo es la Luz del mundo y a Él le viene del Padre, que es fuente infinita de luz. De luz está hecho el rostro de Dios, se trata de una luz como  ninguna, esta no quema ni enceguece como las luces creadas por el hombre. Se trata de algo superior y muy elevado y nada fortuito resulta   el hecho de que  en la creación del mundo, el Señor haya iniciado separando la luz de las tinieblas. Nuestra misión en la vida es difundir la luz, cuya presencia diluye el principal recurso de la oscuridad que es la ignorancia”. (R. Peralta Romero, Pedro el Cruel, pág. 65).

En la parte introductoria del Diccionario de símbolos, titulada “Voces y sentidos de un glosario de símbolos”, el doctor Bruno Rosario Candelier hace las siguientes precisiones: “El término simbología (del griego symbolon, “signo”, y logos, “estudio”) es una rama de la lingüística que estudia el caudal de símbolos, razón por la cual constituye una parte especializada de la semiología, ciencia que se ocupa del estudio de signos y símbolos de una comunidad, una disciplina o una cultura. Un símbolo es la representación sensorial de una idea que guarda un vínculo  convencional y arbitrario con su objeto de referencia. La noción de simbología sirve para identificar al sistema de símbolos que encarnan los diferentes elementos de su representación. En tal virtud, se puede hablar de la simbología de cualquier rama del saber, con los íconos o representaciones graficas que permiten reconocer cada elemento significativo”  (pág. ix).

Lo que acabamos de leer indica que el simbolismo se basa en ideas, creencias y expresiones espirituales. Ahora, no se pretende dejar en las mentes de ustedes que lo simbólico sea ajeno a la realidad, sino que el símbolo es una rama del pensamiento humano. Y vale recalcar que lo simbólico no excluye lo histórico,  aunque le es indispensable lo metafísico. Por esta razón es que resulta fácil colegir que los símbolos están asociados al sistema de creencias de los pueblos. Así, por ejemplo,  la palabra “melocotón” que para los dominicanos es solo una fruta exótica, en las culturas orientales tiene un valor simbólico muy arraigado. Me permito citar al respecto lo que plantea Hans Biedermann (Viena 1930-1990) en su libro también titulado Diccionario de símbolos: “En la antigua China, el melocotón (t’ao) se consideraba un símbolo de la inmortalidad o de la longevidad, y la flor de melocotonero era el símbolo de frescas muchachas, pero también de mujeres ligeras y de la ‘locura de la flor de melocotón’, eufemismo para designar la confusión de sentimientos que hay en la pubertad”. (pág. 301).

De niño he escuchado que la masonería se ha valido de los instrumentos de carpintería para integrar un sistema de signos que le permita comunicarse entre sus adeptos. Verbigracia, la paleta, llamada “plana” en el español dominicano,  es un objeto de gran importancia en la masonería  y es comparada a la “piedra ya labrada”, es decir a la persona que ha superado  el grado de aprendiz” (Bierdemann, pág. 342). ¿Y las personas? ¿Puede asegurarse, como ocurre frecuentemente en los medios de comunicación, que un ente humano constituya un símbolo? Los comentaristas de espectáculos suelen citar a la actriz estadounidense Marilyn Monroe como un símbolo sexual, pero también he escuchado recientemente, que  el veterano actor Salvador Pérez Martínez ha sido definido como un símbolo del teatro dominicano. Tal vez don Pera no sea un símbolo, pero  sí un ícono, de lo que no hay  dudas es de que el teatro  ha sido tratado como un símbolo. El teatro, como símbolo de la ficción del mundo y de la vida, lo encuentra Bruno Rosario Candelier en un texto de Domingo Moreno Jimenes, citado en la entrada TEATRO: “Ficción del mundo y de la vida: “¡Ya ven! Me absorbo en un monólogo teatral/cuando todos los sortilegios de mi sentir/están sacudidos por una armonía plena. /Saludo la inmensidad con monosílabos/ y tengo kilómetros de términos para rotular una amiba./ Soy un caos, pero un caos que todavía habla y siente…/Mi amada ayer, aquí se cernió entre crespones,/y hoy la niebla de su ausencia,/no me deja vislumbrarla, ni estando presente. / Yo mismo estoy ausente de todo lo que toco, anhelo o miro. / Apuro la verdad de mis ancianos que se decían sordos y ciegos, / ante la incredulidad de la gente que no se siente anciana, aunque estoy muchas veces más sordo que el sordo, / y con una ceguedad más abismal que la del mismo ciego” (Rosario C., p. 438).

Unos símbolos tienen alcance universal y otros se limitan a un ámbito determinado. Algunas palabras, como luz, crepúsculo, agua, fuego o rosa se prestan para aparecer en cualquier compilación de carácter simbólico sin importar la lengua  y la cultura  en las que se elabore. Los poetas de todo el mundo se han ocupado preferentemente del  crepúsculo vespertino para simbolizar la opacidad, la tristeza, la vejez  o el final de la vida. Los griegos y egipcios antiguos  vivieron convencidos de que el Occidente, el lado por donde se oculta el sol, es lugar de malos espíritus, que allí se sitúa Satanás.  La muerte del Sol equivale al reino del diablo, pensaban. En el poema “La hija reintegrada”, Moreno Jimenes, exhibe un impresionante despliegue de símbolos, en los que el crepúsculo  siempre se asocia a la muerte.  En la octava estrofa aparece la primera comparación de la muerte con la oscuridad: Hija mía, para ti la mañana no será clara ni fresca;/verás envuelta el alba en la noche,/y las cosas de mayor transparencia/ tomarán ante tus ojos la actitud de un largo crepúsculo”.

“Largo crepúsculo”, dice el poeta. Es que para su dolor no bastaría un crepúsculo ordinario, sino uno prolongado y desconcertante. En el Diccionario de símbolos de Bruno Rosario Candelier el crepúsculo es definido como un símbolo de dolor, desesperación y muerte. El poema de Moreno Jimenes es un eje fundamental para la conceptualización de esta entrada, a propósito de la cual  quiero decir –aunque parezca vanidoso- que el maestro Rosario Candelier  ha citado en el  desarrollo de este artículo mi ensayo titulado “El crepúsculo y el poema de la Hija reintegrada”, publicadoen el diario El Nacional (pág. 113).

Para Bruno Rosario Candelier, “El símbolo es un valor agregado que otorga a la cosa asumida como representación otra dimensión, como sucede con fuego, puente o espada” (pág. xi). Desde ese punto de vista, símbolo no es un objeto material, como las insignias que indican los rangos militares, las banderas y logos que representan los partidos políticos o los colores que identifican equipos de béisbol. El símbolo, dice Rosario Candelier, “es una connotación metafísica y espiritual de la cosa simbolizada, ya  que la dimensión simbólica es intangible. No es visible como una cruz o una lanza, pero tiene un valor simbólico” (pág. xxii).

Lo simbólico se establece por la relación entre lo material y lo espiritual (idea, sentimiento). El símbolo es una categoría superior al signo y al icono. Conviene recordar el significado de estos dos vocablos. Signo: “Objeto, fenómeno o acción material que, por naturaleza o convención, representa o sustituye a otro”. Ícono: “Signo que mantiene una relación de semejanza con el objeto representado; p. ej., las señales de cruce, badén o curva en las carreteras”.

La simbología ha estado presente entre nosotros, de algún modo inconscientemente, es a partir de ahora que contamos con un libro que se ha elaborado con el fin de destacar este renglón de la cultura dominicana. Hay que decir cultura, más que literatura porque el simbolismo abarca, además, lo filosófico, lo antropológico, lo sociológico, lo teológico, el arte y las costumbres.

Al citar símbolos de carácter universal  me asalta un  interrogante: ¿Es la rosa un símbolo universal? Biederman afirma que de la sangre de Adonis, amado de Afrodita, según la mitología griega, se formaron las primeras rosas rojas, símbolo del amor que va más allá de la muerte y renacer (Bierderman, pág.402). Cirlot, investigador de los símbolos, señala que “La rosa única es esencialmente, un símbolo de finalidad, de logro absoluto y de perfección. Por eso puede tener todas las identificaciones, que coinciden con dicho significado, como centro místico, corazón, jardín de Eros, paraíso de Dante, mujer amada y emblema de Venus” (Cirlot, pág. 392).

¿Qué dice al respecto el Diccionario de símbolos de Bruno Rosario Candelier? Considera que la rosa es un signo y un símbolo, que hablan por sí mismos. Nuestro autor dedica tres páginas al significado simbólico de la rosa. Cita a los poetas Franklin Mieses Burgos y Mikenia Vargas, como al neurólogo José Silié Ruiz y su propia obra El sueño era Cipango, como pruebas argumentales de su aserto. Rosario afirma que “La rosa es el más sublime símbolo de la belleza sensorial en representación de lo que anhela el corazón humano”.  Para este fino cultor de la palabra y el pensamiento, “La rosa es también fuente de reflexión metafísica, estética y simbólica de la realización plena y de la belleza ideal” (Rosario Candelier, pág. 386).

De alguna manera, quizá sin proponérnoslo, hemos venido tocando, a veces de soslayo, las diferencias metodológicas de Bruno Rosario Candelier con otros catalogadores de términos simbólicos. Cada artículo contenido en su Diccionario de símbolos ha sido desarrollado con sujeción al decálogo que transcribo a continuación:

1.- Definición del significado básico o valor literal de la palabra. 2.- Consignación del valor metafórico. 3.- Identificación del valor simbólico. 4.- Clasificación según el ámbito del saber (ling., med., relig., lit., folk., psic., fil., filolog., mit., metafísica, mist., teol., astr., agr., dep., mús., arq., der., fis., hist., antrop., soc., etc.). 5 Consignación gráfica con abreviaturas en negritas. 6.- Ejemplificación o ilustración textual (cita textual de una obra). 7.- El ejemplo de ilustración se entrecomilla y se cita la fuente. 8.- La palabra clave que aparece en la cita, se destaca en negritas. 9.- Si se pone más de un ejemplo, se subdividen a partir de su numeración. 10.- La enumeración de cada nivel se consigna en negritas (pág. xvii).

La obra inicia con la palabra abeja y termina con la dimensión simbólica del vocablo zafacón. ABEJA 1.- Insecto volador que vive en colonia con su congénere en cuya colmena produce miel. 2. Voz comparativa que pondera la disposición al trabajo. 3. Agr. Símbolo de laboriosidad, eficiencia y perseverancia: “Ante las preguntas sobre estos insectos, esta mujer no puede ocultar la pasión que siente por ellos, a los cuales cataloga como una “sociedad perfectamente organizada, donde cada quien hace lo que le corresponde y aunque sea muy poco lo que cada uno pone, se logra el objetivo”, comenta emocionada (pág.1). Del vocablo ZAFACÓN, un dominicanismo que por su etimología debería escribirse con ese y no con zeta, dice lo siguiente: 1. Recipiente de la basura. 2. Alusión metafórica a lo que ya no tiene sentido: “Lo tiraron al zafacón de la historia.3. Antrop. Símbolo de lo que no sirve ni merece reconocimiento o distinción”. (pág. 487).

Este libro, de cuyo lanzamiento tenemos hoy el privilegio de ser testigos, constituye una muestra fehaciente de que la investigación también es creación. Bruno Rosario Candelier ha erigido un monumento que no se avizoraba en el horizonte cultural dominicano,  ha  creado algo con lo que no contaban las letras dominicanas. Crear, dice el Diccionario de la lenguaespañola, es “producir algo de la nada”. Pero esa definición no me satisface, aplicada a la nueva publicación del filólogo mocano, pues este libro no surgió de la nada, no procede de un acto de magia, sino que es producto de búsquedas acuciosas  en todos los rincones del saber humano. Prefiero justificar mi consideración de que es una obra de creación amparada en la segunda acepción que ofrece el Diccionario de la lengua sobre el verbo crear: “Establecer, fundar, introducir por vez primera algo; hacerlo nacer o darle vida, en sentido figurado”. Todos estos verbos son plenamente aplicables en relación con la aparición del libro que hoy presentamos. El Diccionario de Símbolos no es obra común ni pasajera, no es publicación de ciclo corto, sino un texto llamado a perdurar y que  conlleva la misión de contribuir a que los dominicanos conozcamos más de nuestro perfil como pueblo, y al mismo tiempo apreciemos  la vinculación de nuestras creencias y formas de ser con las concepciones predominantes del universo.

Por lo que llevo dicho, encuentro razones para considerar que con elDiccionario del español dominicano y el Diccionario fraseológico, publicados respectivamente en los años 2013 y 2016, el Diccionario de  símbolos constituye una trilogía demostrativa de que la Academia Dominicana de la Lengua, con cuya iniciativa, y al amparo de la Fundación Guzmán Ariza,  han aparecido las tres obras,  vive su mejor momento de productividad intelectual y bibliográfica.

Si algo fuera a reprobar a Bruno Rosario Candelier por este trabajo, lo haría con voz atenuada, tan poco perceptible que no alcance a generar la menor roncha. Observo que la premura con la que asumió esta labor no es para ser elogiada, pues una obra de esa naturaleza demanda su tiempo. Lo otro lo proclamo en voz alta: con el Diccionario de símbolos Bruno Rosario Candelier dota a las letras dominicanas de una obra nunca soñada por los lectores, quizá tampoco por la comunidad intelectual y probablemente considerada una quimera por muchos escritores e investigadores. Aquí está el Diccionario de símbolos, una aleación perfecta de nuestra cultura literaria con el  imaginario popular y ejemplo de la más alta función de las palabras, en la que los creadores literarios interpretan el sentimiento del común de los hablantes.

Otros diccionarios, ocupados en el tema de los símbolos, enfatizan en signos, íconos y otras representaciones montadas en objetos materiales. El de Bruno Rosario Candelier, que -como he dicho- abarca desde ABEJA hasta ZAFACÓN, es constante en abordar las tres dimensiones de las palabras: denotativa, connotativa y simbólica. Nuestro autor prefiere “descifrar la voz de las cosas” con visión de filólogo y de metafísico, y este procedimiento le ha permitido estructurar un libro que no tiene precedente en República Dominicana y que era necesario, aunque no esperado, como la visita que no tocó el timbre, que aparece en la comedia de Calvo Sotelo.

Por los símbolos asomamos al misterio como a una casa cuyo interior captamos por una puerta entrejunta. El símbolo alcanza más que la metáfora. Juan Eduardo Cirlot, en el prólogo de la primera edición de su Diccionario de símbolos, justifica su inclinación por esta actividad con estas palabras: “Nuestro interés por los símbolos tiene un múltiple origen; en primer lugar, el enfrentamiento con la imagen poética, la intuición de  que detrás de la metáfora, hay algo más que una sustitución ornamental de la realidad…” (pág. 13).

Con el Diccionario de símbolos de Bruno Rosario Candelier, la República Dominicana ingresa al exclusivo círculo de las naciones que cuentan con semejante recurso intelectual. Y esto es bueno saberlo y hacerlo saber.  Con lo que llevo dicho, queridos amigos, me parece haber expresado buena parte de lo que sobre este libro me propuse expresar. Es común, todos lo hemos visto, en las presentaciones de libro cerrar la disertación con una felicitación al autor, la cual suele incluir, como colofón, la palabra enhorabuena. Pero no por esa razón congratulo al doctor Rosario Candelier, ni es por eso que con justificado alborozo proclamo: ¡Enhorabuena, Bruno!

El Diccionario de símbolos, de Bruno Rosario Candelier

Por Roberto Guzmán

Para mí es un placer y un honor poder conversar sobre este diccionario porque hay algo que quizás muchos de ustedes ignoran y es que soy un lector y coleccionista de diccionarios. No solo los consulto, sino que los leo de principio a fin, aunque, naturalmente, me tomo el tiempo que eso requiere.

Carl Jung afirma en su libro acerca de los símbolos de los hombres, que la historia del simbolismo muestra que cualquier cosa puede asumir un significado simbólico. Después de esa introducción el famoso sicólogo nombra algunas de las cosas y objetos, naturales o creados; así como conceptos abstractos que son símbolos. Al final del párrafo él escribe: “Todo en el cosmos es un símbolo en potencia”.

Este aserto hace que desde el principio se entienda que la confección de un diccionario de símbolos es una gran tarea. Por fortuna este diccionario de símbolos se ha circunscrito a los que aparecen en literatura; con la gran ventaja de que otorga un espacio preferencial a los escritores dominicanos. Esta clase de diccionario clamaba por su confección, pues el ser humano cuenta con la habilidad de procesar material en el nivel simbólico de una manera que parece que es innata. La cultura misma se desenvuelve alrededor del lenguaje y otras formas de símbolos.

No hay que sorprenderse si se encuentran ejemplos extraídos de publicaciones periódicas, pues como afirmó Jung, cualquier tipo de cosa puede ser un símbolo. Puede decirse que Bruno Rosario Candelier ha desenterrado símbolos insospechados que se encontraban ocultos dentro de los párrafos de literatura. Esto último es solo una parte del valor de este diccionario, aunque no la de menos importancia.

Para compilar uno o más diccionarios hay que ser un apasionado. El señor Rosario Candelier ha dado pruebas fehacientes de sentir pasión por este tipo de labor, amén de las demás tareas que ocupan su ya comprometido tiempo.

En tanto que este es un Diccionario de símbolos, está organizado de manera alfabética. Este trae las imágenes de los conceptos que pueblan la literatura. En su calidad de símbolos estos difieren del significado de las palabras que los expresan, así se evidencia que los símbolos son algo que recuerdan otra cosa a los humanos. La alegoría de que se sirven los escritores citados en este volumen hace referencia de modo oblicuo a la intención que persigue el autor de esta; sin embargo, logra calar en el ánimo del lector, tal y como lo destaca Bruno Rosario Candelier.

De manera muy personal se entiende que el orden alfabético que el diccionario impone ha salvado al autor del diccionario del doloroso trabajo de tener que jerarquizar u organizar estos símbolos de otro modo. Este es un diccionario con el énfasis puesto en la literatura dominicana. Se recuperan en este los símbolos que han esparcido los escritores dominicanos a través del tiempo; al hacerlo, el autor del diccionario los sitúa en el ámbito literario y los explica. Los símbolos así analizados tienden a adquirir carácter general; en otras palabras, tienen vocación para ser universales.

Lo que se pone de relieve por medio de este diccionario son las palabras o sintagmas que adquieren la categoría de símbolos, es decir, los que se alzan con un sentido otorgado por la imaginación a través de la sugerencia que implican. El símbolo que se considera en este diccionario es el resultado de la imaginación del escritor que espolea la memoria y la sensibilidad del lector, para dejar una impresión que establezca la relación entre el valor primero de la palabra escrita y la idea que evoca.

Los símbolos suponen un esfuerzo que puede a veces ser mínimo, pero en otras oportunidades puede requerir una intelección más educada de parte del lector. En algunas ocasiones, en la literatura ha sucedido que algunos símbolos creados como producto de las circunstancias se erigen en la representación aceptada por la mayoría de los hablantes.

El símbolo logra despertar en las mentes de quienes los reciben un concepto moral, intelectual, o de otra índole que se evoca con naturalidad en la medida en que penetra en el intelecto del lector. Del mismo modo en que el símbolo deja huellas en la memoria se incorpora al acervo cultural de la sociedad y se hace de un sitio que conquista por su poder de evocación.

La intuición a través de la cual el lector percibe el sentido del símbolo le viene como resultado de los conocimientos previos, de la cultura y del grado de sensibilidad que posee. En muchos casos solo el entendimiento de la lengua suministra los elementos para discernir el símbolo. Hay que convenir en que esa cultura que se menciona es una organización de contenidos que se descubre con la ayuda del lenguaje y las conductas significantes. Esto claro, sin olvidar lo que A. J. Greimas observa, que el lenguaje en sí es misterioso, pero que no hay misterios en el lenguaje.

En literatura, sobre todo en el género poético la habilidad para aprehender los símbolos que permean la escritura se desarrolla con la lectura, pero este diccionario hará más fácil encontrar las explicaciones de estos y aguzar la percepción sensible para aprehenderlos por los sentidos en lecturas futuras. Además, esta obra no solo trae el símbolo al cual se adhiere el sintagma, sino que al incluir otros datos colabora con la inteligencia de los escritos.

En este diccionario hay rasgos de lexicón ideológico por el contenido de conceptos y por las explicaciones que contiene. Eso se entiende si se piensa en las explicaciones que ayudan a captar las analogías que permanecen en los intersticios de los textos citados. Es bueno recordar que el símbolo obtiene su poder de representación en virtud de la motivación que los hechos o la ficción crean a su alrededor. De esta guisa el símbolo representa otra cosa como consecuencia de una correspondencia analógica captada intelectualmente por el destinatario.

Una de las tareas principales que tiene una lengua es contribuir a crear una imagen de la realidad, a ayudar a ofrecer una representación de esta realidad que coincida con lo que el escritor plantea. En este aspecto el lenguaje y el pensamiento se condicionan recíprocamente. Estos símbolos así madurados reflejan la cultura de la cual dependen, en la cual se originan. Estos símbolos tratados en este diccionario hacen más interesante el conocimiento de las cosas, pues transmiten apreciaciones y opiniones que contribuyen con la cultura e iluminan el pensamiento propio. Se logra aprehenderlos gracias a un proceso educado de percepción. Los símbolos tienden a ser expresiones sintéticas, expresivas, propias de la conciencia humana. En el caso de los símbolos, las palabras vertidas funcionan en tanto claves para dar testimonio de una percepción que puede ser generalizada. El autor lanza sus ideas para sintonizar con el pensamiento y la percepción de los demás. No se trata en estas situaciones de comunicar solo reflexiones, sino intuiciones también.

Este diccionario tiene vocación de diccionario pedagógico, pues al tiempo que introduce a quienes lo consultan a familiarizarse con los símbolos y los medios en los cuales surgieron, coadyuva a fomentar la sensibilidad que permite intuir en el futuro los símbolos ocultos en la realidad de la vida. Los símbolos no se generan a partir de hechos aislados, muy al contrario, brotan en medio de discursos, situaciones, circunstancias que incitan la intuición y abren la posibilidad para que se produzca la aceptación de estos. Esto se consigue partiendo de las posibilidades que ofrece el lenguaje. Quien escribe crea adaptándose a situaciones, componiendo bajo el esquema conceptual del lenguaje.

En general para comprender las palabras es necesario conocer también las cosas a las cuales se refieren las palabras, Del mismo modo, los símbolos no pueden separarse de los fenómenos culturales que los ven nacer, y, se entienden juntos con estos. La significación del símbolo depende de su contexto. Luego, una vez que se asienta en la cultura, pasa a adquirir valor reflejo que los hablantes aprueban y admiten integrándolo con el uso en el lenguaje. El sentido del símbolo se forma como resultado del uso que adquiere al integrarse en el léxico de los hablantes.

En algunas ocasiones los símbolos son hipérboles de términos y cosas que los autores hacen suyos, los destacan, los capitalizan y le imprimen carácter singular para distinguirlos de la noción cerrada de la cual él las desprende. Lo que hace el creador en estas situaciones es que enfoca los objetos desde otra perspectiva, observados desde otro punto de vista.

En poética, los sentimientos, las emociones, los toma el poeta en tanto motivo para exaltar un símbolo e insertar una imagen diferente del mismo referente. Se atribuye el artista el derecho de presentar el mundo con significaciones diferentes de las cognoscitivas. Para conseguir este efecto acude a las significaciones culturales.

El fenómeno del símbolo se produce cuando la percepción del lector u oyente identifica la percepción con el concepto. Puede suceder que un símbolo migre de un contexto a otro, a voluntad de la masa de los hablantes, siempre y cuando no se desvirtúe su sentido primero. Esto se explica cuando se piensa que el lenguaje expresivo transmite una visión de las cosas, así como sentimientos y actitudes. De esa suerte se llega a un mundo poblado de imágenes y no de objetos llamados por sus sentidos propios.

La imaginación poética se sirve del simbolismo como de un instrumento privilegiado de reflexión y conocimiento. Este proceder se desprende de una exigencia desesperada en que se encuentra el poeta para conciliar sus sentimientos con la consciencia. Se encamina con esta conducta hacia una transmisión exacta normada por las inferencias. El símbolo puede ser el resultado de un momento en el pensamiento del escritor en el que el vocabulario de los conceptos no le basta para expresar sus percepciones y ahí decide denominar eso creando un símbolo que trasciende hacia el futuro. Este tipo de reacción del escritor acontece cuando el lenguaje conceptual no satisface las ansias existenciales que acompañan el desgarro que se produce en las estructuras profundas de la realidad, es el producto de una intuición intelectual.

Una característica del recurso al simbolismo es que añade un nuevo valor a un objeto o a una acción, sin que por ello amenace los valores propios e inmediatos de estos conceptos, de los cuales el creador se apropia para generar la idea del símbolo. La meta final del recurso al símbolo es tomar la percepción que se siente y llevarla al lenguaje concreto por medio de la realidad referencial, sin que esta pierda su naturaleza, diluida en la función referencial. El lenguaje permite que se expongan con gran densidad las emociones y, las representaciones individuales, aun cuando estas sean de carácter personal. El símbolo es el medio más idóneo para esta concretización objetiva.

Puede suceder que si el símbolo no trascienda, si este no alcanza a esparcir de modo suficiente su campo de acción, otro autor puede retomarlo sin otorgarle a este una significación idéntica. De esta manera el acto creativo no muere cuando el intento de un escritor no prospera, pues puede haber un relevo de la mano de otro creador de símbolos e imágenes. Esto es así porque el pensamiento tiene en sí un gran poder de creación e inferencia.

El símbolo parece más bien ser la expresión inseparable de una experiencia en la que la afectividad desempeña el papel de conocimiento. Puede añadirse que en estos casos el símbolo es una expresión espontánea. El símbolo establece la comunicación cuando puede ser percibido o interpretado por quien lo lee u oye. El lenguaje desempeña en estos casos, así como en general, su papel de herramienta indispensable del conocimiento. Solo el lenguaje puede cumplir esta función y lo logra muchas veces mediante el empleo de los símbolos, sobre todo, cuando parece que las palabras con sus sentidos propios no bastan para transmitir el pensamiento asociado a las sensaciones. Al final del proceso se produce una figuración simbólica del efecto emocional.

En algunos casos el símbolo se presenta como una representación, mediante una relación más o menos artificial, de algo abstracto, de una idea abstracta, de algo difícil de definir. Para que cumpla con su función este símbolo debe ser fijo y estable, relativamente sencillo, fácil de reconocer. El símbolo jamás será completamente abstracto, y si lo es, será la encarnación de lo abstracto. Esto es algo que solo puede lograrlo la facultad generadora de imágenes del espíritu humano. El símbolo transforma el fenómeno en una idea, la idea en una imagen, de modo que la imagen permanezca, aun cuando la idea sea difícil de explicar. Por suerte en este libro del cual me ocupo hoy, el diccionarista se adentra en los misterios -si los hay- y desentraña la esencia para entregarla ya digerida, si eso se precisa.

Casi siempre la expresión simbólica es una designación abreviada de algo conocido, o aún de algo relativamente desconocido cuya designación se hace dificultosa y, la mejor manera de aprehender la idea es de tomar de ella lo que haya de más simbólico. El símbolo es una parte del mundo del humano, pues es una de las creaciones de los humanos, como ya se expresó. Es pues, la imagen de un contenido que en gran medida se percibe por medio de la intuición. Para que logre su objetivo, el símbolo debe conseguir su efecto sobre el destinatario, forzar la atención de este, así como facilitar la retención de la noción, vale decir, debe cumplir con su cometido de función conativa.

En algunas ocasiones los símbolos no se crean de manera consciente; estos aparecen espontáneamente en el proceso creativo general, especialmente durante el proceso de producción. Estos símbolos significan directamente las concepciones, no usan las cosas como referentes. En esta suerte de lenguaje la comunicación descansa en las estructuras mentales configuradas en el largo proceso de abstracción y generalización que ha tenido lugar a través de la historia de los humanos. La experiencia enseña que los símbolos no necesitan tener sentido lógico para convertirse en la representación de lo aludido. Puede ser una metáfora sin naturaleza lógica. El enlace entre el símbolo y la significación se logra más bien mediante lo emocional, no como consecuencia de una derivación lógica. Algunos recursos a los que llegan los poetas y narradores hacen pensar que el lenguaje recto en algunas circunstancias no es idóneo para expresar las emociones e intuiciones que ellos perciben. Ahora bien, no son solo los literatos quienes recurren a metáforas e hipérboles, pues los sentimientos humanos encuentran salida a través de ese tipo de canal. Esto ocurre en las situaciones en que se desea transmitir emociones, sentimientos o estados afectivos fuertes, en cuyos casos el lenguaje literal o de los hechos desnudos resulta insuficiente.

En el símbolo está implícito lo que el autor de este sugiere, pero se deja al lector la tarea de que absorba la esencia de lo simbolizado. El lector queda con la misión de suplir lo que el escritor -poeta en la mayoría de los casos- insinúa. Por la presentación y organización que Bruno Rosario Candelier le ha dado a su obra el símbolo termina integrado al lenguaje como un hecho social propio de este.

Las figuras del lenguaje poético que llegan a constituirse en símbolos son creaciones para distinguir las cosas que la realidad y el pensamiento introducen en la vida y que solo el lenguaje puede revelar. Los símbolos establecen una relación conceptual en la que se destaca la energía connotativa. Esta se manifiesta avivada por la ayuda de las asociaciones mentales.  No hay que olvidar que el lenguaje es, en efecto, el órgano de transformación simbólica de la realidad. El autor del símbolo orienta la percepción hacia algunos aspectos de su experiencia, al tiempo que lo aparta de lo demás.

Estos símbolos son concretizaciones de metáforas y metonimias que de acuerdo con Roman Jakobson funcionan como matrices generadoras de figuras retóricas que conforman la función simbólica humana. Este empleo de la lengua escapa los límites de la lengua denotativa para incursionar en lo connotativo. Para ese autor la literatura simbolista se desarrolla dentro del eje metafórico. De este modo en el plano connotativo el vocablo del cual se apropia el escritor se convierte en significante. La forma en que opera este lenguaje es utilizando la palabra para abstraer cualidades que propiamente no poseen existencia real obvia.

No cabe duda de que este signo connotativo se constituye creado sobre códigos culturales e ideológicos. Lo esencial aquí es la integración de la idea a lo que se reemplaza. El redactor propone en el símbolo una nueva convención, pues mete una noción nueva para un término ya conocido. Hay que recordar que el lenguaje es un prerrequisito para el desarrollo de la cultura. Las nuevas experiencias culturales hacen necesario que se ensanchen las fuentes del lenguaje, de ahí es de donde salen esos símbolos que en muchos casos son extensiones metafóricas de términos conocidos con otros significados. Esta es una de las razones por la cual en la transmisión de la cultura el lenguaje juega un rol importante, porque define  y expresa el contenido de aquella. La metáfora engendra una relación de semejanza y la metonimia una de contigüidad. La metáfora en sí demuestra con la transferencia de sentido que la palabra es una realidad acumulativa con aptitud para alcanzar nuevos sentidos, sin que ello implique la pérdida de los anteriores. Son estas figuras asociaciones que aportan otros colores a la expresión del pensamiento de acuerdo con los requerimientos de los contextos. Se debe tener pendiente que la fuente más importante de los cambios en el vocabulario se logran mediante la creación de nuevas acepciones, por analogías, que se desprenden de los aspectos contenidos en algunas palabras específicas ya conocidas. Por medios semejantes a estos opera el símbolo, no obstante que no se limita a estos procedimientos.

Sin duda, en los momentos en que el escritor crea un símbolo lo hace apoyándose en una labor de codificación que el lector tiene que decodificar para poder interpretar o entender. De todos modos la comunicación se establece por medio de una mezcla maravillosa de dos sistemas, el simbólico y el expresivo. En este tomo que se estudia aquí los símbolos no se limitan solo a la lengua artística como puede comprobarlo quien lo consulte o lea. El símbolo en muchos casos sirve para comunicar o revelar aspectos de la realidad que de otra manera pasarían inadvertidos por falta de expresión directa del lenguaje. Al convertir un objeto, cosa o algo en un concepto, lo que el autor hace es percibir y transmitir una sensación que ese algo tiene que va más allá de lo que se comprende generalmente. En algunas ocasiones estos símbolos poseen cualidades que no todos pueden captar. Muchas veces el escritor ve la realidad a través de su riqueza interior y le imprime voz a los sentimientos proponiendo símbolos que resumen las sensaciones que experimenta. En casos como estos el lenguaje es algo más que un asunto de palabras, es más que palabras, trasciende las palabras.

No obstante lo laborioso que resulta reunir los símbolos de la literatura dominicana, por ejemplo, el lexicógrafo no se ha conformado con este trabajo. Ha ido más allá, incursionando en una gran variedad de fuentes, por ejemplo, en los artículos periodísticos que se revelan como cantera de material importante de símbolos comunes incorporados al habla diaria.

Antes de terminar desearía destacar algunos símbolos a título de ejemplos. El símbolo corazón toma dos páginas de texto, con ocho acepciones. El vocablo cuchillo ocupa casi dos páginas con siete definiciones. La voz nadase extiende por sobre más de cinco páginas. El nombre Ozama cubre dos páginas. No continúo porque no deseo abusar de la paciencia de ustedes.

Este diccionario es una memoria, una recopilación, una secuencia de datos, informaciones, explicaciones, conceptos. Como en todos los diccionarios en este aparecen las definiciones de los términos que han adquirido la cualidad de ser tenidos en tanto símbolos. No se ha conformado el Dr. Rosario Candelier con las definiciones tradicionales de las palabras que se conducen como símbolos, que son pertinentes para el propósito que persigue, sino que aporta también la acepción del símbolo en cuanto tal. Para corresponder con la parte de la simbología que encierra este diccionario el autor ha tenido que adentrarse en elucubraciones teóricas profundas, pero estas están expuestas de manera sencilla.

Hay en este volumen un gran depósito, un cúmulo muy estimable de informaciones que enriquecen el acervo cultural dominicano al ser expuestos compendiados, reunidos y explicados. Bruno Rosario Candelier sintetiza el impacto de los símbolos en la literatura.

Exhorto a las personas que aún no se han dado a la lectura de este volumen a que hojeen y ojeen esta obra. Se deleitarán al recibir tanta información sobre los símbolos, compendiada y expuesta en un solo libro.

 

Dominicanismos de Manuel Patín Maceo

Por María José Rincón

   Manuel Antonio Patín Maceo nació en Santo Domingo el 17 de septiembre de 1895; hecho del que conmemoramos, pues, el 122 aniversario. Su retrato al óleo preside hoy la Casa de la Academia Dominicana de la Lengua y nos da la bienvenida a todos a la celebración del 90 aniversario de nuestra fundación.

Siempre agradeceremos la donación de este retrato a doña Mari Loli Pérez de Severino, a cuyas manos llegó en su condición de galerista de arte durante más de veinticinco años en Santo Domingo. La historia de cómo el retrato nos ha llegado es digna de su protagonista. Los nuevos administradores del otrora reputado Hotel Comercial, en la calle Hostos a esquina El Conde, encontraron durante su remodelación, arrumbado en un almacén este retrato y un antiguo álbum de fotografías.

En torno a la barra del Hotel Comercial, regentada por Juan Chea, se congregaba una tertulia de conocidas figuras capitaleñas. Una tradicional peña, plagada de contertulios intelectuales, abogados, empresarios, arquitectos, escritores y artistas plásticos, pintores, escultores, caricaturistas, germen de movimientos literarios y pictóricos. [Pintores como Tomasín López Ramos, Gilberto Hernández Ortega (surrealista, maestro de toda una generación de artistas), José Ramírez Conde, Virgilio García, Plutarco Andújar, Iván Tovar, Luichi Martínez Richiez, León Bosch, Eligio Pichardo, Joaquín García de la Concha; periodistas, como Gregorio García Castro, empresarios, como Manolín Alfaro o Frank Salcedo, abogados, como el puertoplateño Víctor Almonte, caricaturistas como Miches Medina, cuyas caricaturas de los personajes que visitaban la barra colgaban en las paredes del establecimiento; arquitectos como Gay Vega, Manolito Baquero, Gay Frómeta, Sancocho Marranzini; doctores, Rafaelito Martínez, Pedro Cruz].

La tertulia se celebraba como lo merecen todas las actividades realizadas con seriedad: en doble tanda con un receso, de 12 a 3 y de 5 a 10, hora en que el chino Chea, como nos cuenta José del Castillo, armado con un matamoscas espantaba a los contertulios al grito de «Fuera, borrachos».

Nunca sabremos si el principal aliciente de la peña eran los reputados ajíes rellenos de picadillo de su comedor, de los que se rumorea que eran los mejores del país. Tal vez el éxito se debía a que cada quien tenía su propia botella reservada, «cual medicina indispensable identificada con el nombre del «paciente» sobre un esparadrapo- en esta suerte de botica mágica».

En esta tertulia se encontraron Manuel Antonio Patín Maceo y Radhamés Mejía, el autor de su retrato, un destacado pintor y escultor. Desconocemos si el retrato fue fruto de un encargo, si fue una obra motu proprio o incluso si se trata de un retrato póstumo, pero con singular maestría Mejía logró que del lienzo emane la personalidad de nuestro primer lexicógrafo.

El 12 de octubre de l927 fue fundada la Academia Dominicana de la Lengua, por iniciativa de monseñor Adolfo Alejandro Nouel, arzobispo metropolitano de Santo Domingo. Nuestra Academia quedó integrada por doce miembros: presidida, por Monseñor Nouel, con  Alejandro Woss y Gil como vicepresidente y Federico Llaverías como secretario, la formaban como miembros de número Cayetano Armando Rodríguez, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Alcides García Lluberes, Félix María Nolasco, Bienvenido García Gautier y Montebruno, Andrés Julio Montolío, Rafael Justino Castillo, Arístides García Mella, y Manuel Antonio Patín Maceo, que ocupó hasta su muerte el sillón F.

Como un juego literario protagonizado por las fechas señaladas. el 27 de febrero de l932 la Real Academia Española la acoge como academia correspondiente, aceptación refrendada en un acto celebrado en la antigua Casa de España de Santo Domingo, con la incorporación de seis nuevos miembros, entre los que se encontraban Max Henríquez Ureña, Ramón Emilio Jiménez, Enrique Henríquez, Rafael Conrado Castellanos, Juan Tomás Mejía Solier y Manuel de Jesús Camarena Perdomo.

Patín Maceo confesaba (Confesiones, 1925) que él acostumbraba a «mezclar el pensamiento con los latidos de mi corazón». Quizás por eso era Patín un apasionado confeso del Quijote, al que cuentan citaba largamente, y dueño de un particular sentido del humor, destacado por su hijo Enrique y por muchos de los que lo conocieron y fueron sus alumnos, fruto de su visión de la vida y de su conocimiento del ser humano.

Combinando humor y amor al Quijote decía Manengo, como era llamado afectuosamente, «en el patriotismo (a lo menos en el nuestro) suelen confundirse don Quijote y Sancho Panza; no es raro que el patriotismo se vea trasladado del alma al estómago. Por eso hay que poner a los patriotas de oficio en detenida cuarentena».

Patín Maceo demostró su patriotismo de alma con la redacción de su obra lexicográfica que representa, desde nuestro punto de vista, la obra fundacional de la producción lexicográfica dominicana y fundamental para entender nuestra lexicografía hasta nuestros días.  Una obra producto de la toma de conciencia de la autonomía de las variantes del español americano respecto al español peninsular y que destaca entre las restantes obras dedicadas al léxico dominicano, en el mismo periodo histórico e incluso entre algunas posteriores, por su vocación de descripción general del léxico diferencial, sin aplicación de criterios restrictivos.

La obra Dominicanismos fue publicada por primera vez en 1940, con los auspicios de la Academia Dominicana de la Lengua. Agotada esta edición, en 1947 vio la luz una segunda. El texto íntegro de esta segunda edición fue el utilizado por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos para publicar una tercera en 1989. En esta ocasión se añadió la obra Americanismos en el lenguaje dominicano, que estaba inédita en forma de libro, componiendo ambas el tomo titulado Obras lexicográficas, considerado en su conjunto como «la base para los estudios contemporáneos del vocabulario y la expresión lingüística de los dominicanos».

Hasta la aparición de la obra de Patín Maceo solo contábamos con elDiccionario de criollismos de Rafael Brito, publicado en San Francisco de Macorís, en 1931, y que no deja de ser un glosario más bien rudimentario, compuesto por un aficionado, de usos propios del Cibao, especialmente usos fonéticos, que priman sobre los usos léxicos diferenciales.

Si atendemos a los criterios para la clasificación tipológica de un diccionario, la obra de Patín Maceo compone un diccionario de lengua dedicado al vocabulario dominicano contemporáneo a él mismo. Un diccionario restringido  que se centra en el estudio del léxico de la variedad dominicana del español, como variante diatópica, al que, a su vez, se aplican distintos criterios para producir la diferenciación dominicanismos y americanismos en uso en la República Dominicana. Así se constituye su obra en un diccionario dialectal con dos partes, claramente definidas: a) las palabras y expresiones, o sus acepciones, que se reconocen como de uso exclusivo de la variedad dominicana; y b) las palabras y expresiones, o sus acepciones, cuyo uso no se considera exclusivo en la República Dominicana, sino que aparecen también en otras variedades del español. Como telón de fondo se mantiene siempre el criterio contrastivo fundamental: los elementos incluidos no deben tener uso en el español peninsular.

Las cifras  hablan por sí solas de su trabajo: la obra Dominicanismosestá compuesta por 2666 entradas; mientras que los Americanismos en el lenguaje dominicano incluye 1765 artículos; un total de 4431.

Si consideramos la obra de Patín desde el punto de vista del nivel lingüístico contemplado, podemos describirlo como un híbrido entre el diccionario de uso y el diccionario prescriptivo. En él aparecen las dos tendencias tradicionales en los diccionarios dialectales del español de América: la inclusión de términos y acepciones diferenciados geográficamente y el interés preceptivo de corregir las palabras o giros considerados incorrectos por su falta de apego a la norma que en ese entonces se consideraba directriz: la norma del español hablado en España. La vocación docente de Manuel Patín Maceo diseñó la macroestructura de su obra con una doble vertiente: el testimonio de los dominicanismos y el registro, con una finalidad normativa y correctora, de los términos que él consideraba barbarismos. Esto responde a una tradición muy asentada en los diccionarios del español americano hasta bien entrado el siglo XX. De los 2666 artículos lexicográficos de Dominicanismos, 218 corresponden a artículos que podríamos considerar normativos, lo que representa un 8,17 %. Pero estamos ante un criterio normativo en una versión particular. No se trata de no incluir usos considerados incorrectos para que no se vean sancionados por el diccionario, sino de registrarlos para hacerlos visibles y proponer su eliminación.

Mariano Lebrón Saviñón, presidente de la Academia Dominicana de la Lengua en el momento de la última edición, pondera el papel de la isla de Santo Domingo en la formación del español americano y, con su agudeza habitual, considera imprescindible la la obra de Patín para el registro de la aportación dominicana al caudal léxico del español general: «También hemos enriquecido ese español, sonoro y cantarino, con un rimero de vocablos que, incorporados a otra multitud de americanismos, dan un nuevo caudal al habla». Por la triple condición de filólogo, profesor y poeta de Patín, se destaca la trascendencia filológica de su obra para el estudio del español dominicano y para la conformación de los diccionarios generales de americanismos.

Su hijo Enrique Patín Veloz acentúa su condición de educador y de amante de la lengua española, combinación que explica muchas de las características de su obra lexicográfica. Escribe su hijo que «su amor a las letras lo llevó a ser poeta y filólogo. Amaba dos cosas por encima de las demás: la belleza literaria y la pureza del idioma. […]Nadie, entre nosotros, consagró más horas de su vida ni puso más amor que él en la noble tarea de velar por la pureza de nuestro idioma».

La comisión académica designada para el estudio de la obra rindió su informe favorable meses antes de su publicación; en él enumeran las que consideran bondades de la obra (abundancia y autenticidad del material léxico, método, forma de expresión) y ponen el acento en la carencia de obras lexicográficas dedicadas al español dominicano: «La abundancia de palabras y frases del léxico vernáculo que forman el libro; la autenticidad de ellas; el método empleado; la correcta y sencilla forma adoptada; el delicado gracejo con que en muchos casos se disipa la natural aridez de la materia tratada; la fácil concepción que forma el lector de lo que va hojeando y por encima de todo la necesidad que había de un libro de este género, lo hacen harto recomendable a la protección más decidida».

Se destaca además en el informe la relevancia del aporte de Patín para el conocimiento de los dominicanismos, a los que se considera poco o mal representados en las obras lexicográficas, y del papel de los dominicanos en el buen uso de la lengua española en la República Dominicana, como parte de la comunidad hispanohablante: «[…] su libro servirá, sin duda, de orientación a todos, y dará a nuestra nación la parte que merece en el enriquecimiento del idioma, que ya ha dejado de ser primeramente castellano y después español, para ser, ahora y más tarde hispanoamericano».

El diccionario de Patín es un clásico lexicográfico. Ha dejado de ser una obra de consulta o de referencia para los hablantes actuales, porque no está construido con las características que se le exigen a un buen diccionario en la actualidad, pero continúa siendo nuestro primer diccionario, un clásico que además es de lectura muy entretenida precisamente por lo que la lexicografía moderna critica en un diccionario: la presencia evidente y constante del lexicógrafo. Su personalidad chispea, poco ortodoxamente, es cierto, en sus definiciones y en sus ejemplos. Con la lectura de sus trabajos lexicográficos queda confirmada la afirmación de su hijo: «El buen humor era su inseparable compañero».

Ya que es Patín hoy nuestro protagonista fundamental descubrámoslo entre los artículos de su diccionario. Las recomendaciones de uso de las palabras llevan incluidas, a veces, una pequeña diatriba personal, en tono sarcástico, un boche, digámoslo en dominicano, en el que aflora la personalidad de Patín:

AFFMO. Todos los días veo esta bárbara abreviatura de afectísimo y me pregunto cómo es posible que la gente no advierta el desatino. […] Proscríbase tal barbarismo ortográfico, que tanto desdice de las luces y los sesos de muchos intelectuales.

Ni siquiera la información sobre la etimología de las palabras lo oculta, ya sea con la elección de la adjetivación o con las explicaciones jocosas:

 CACHACHEAR. Verbo imaginario, neutro y defectivo, sinónimo de sobreabundar […]. ¿Por qué circunstancia habrá nacido este peregrino verbo en el lenguaje dominicano? Averígüelo quien posea más luces que el hijo de mi padre.

Pero, si hay un elemento del diccionario en el que Patín se nos presenta vivamente y en los que se manifiesta con mayor libertad su personalidad, son sus ejemplos. Los ejemplos en un diccionario tienen una intención testimonial (esta palabra se usa) y didáctica (esta palabra se usa así). En muchas ocasiones estos ejemplos adquieren protagonismo sobre la definición, hasta el punto de llegar a convertirse en pequeñas narraciones anecdóticas o artículos de costumbres en miniatura.

Manuel Seco (2003: 300) exige que «las opiniones filosóficas, religiosas, políticas, estéticas, morales del redactor, sus sentimientos, sus circunstancias personales deben desvanecerse por completo detrás del tejido verbal de sus enunciados definidores». Patín Maceo se incumple esta máxima sistemáticamente. La constante vigilancia de la pluma que exige Julio Casares al lexicógrafo no es una prioridad para Patín y su personalidad está siempre presente:

LEVENTE. adj. Se aplica al vago y sin oficio: ¡mírenlo!, ¡desgraciao! Ve a trabajar y no andes de levente. (Frases con que regala una sirvienta al atrevido que le dice un pudendo piropo o le da un pecaminoso pellizco al pasar ella por su lado).

A Patín parecen no preocuparle estas restricciones de espacio con la que siempre tienen que lidiar los lexicógrafos. En ocasiones redacta como ejemplo un diálogo completo o un pequeño cuento:

 MÁTENME CON. Frase en que sirviendo de término a la preposición un apelativo de persona o de cosa, indica uno la mucha afición a ellas […]. Eran tres jóvenes discretas y hermosas, y una vieja ya octogenaria, las cuales en apacible tertulia y acomodadas en sendas mecedoras, tenían por costumbre pasar las primeras horas de la noche. Las jóvenes hablaban de un nuevo invento; de unas pastillas dulces, que chupadas como caramelos, hacían que una mujer saliera encinta. Una era partidaria del nuevo procedimiento que tanto se apartaba del paradisíaco y tradicional de nuestros primeros padres. Otra era de parecer que el amor es necesario en la vida, y que las pastillas lo anulaban; y la otra, tímida e indecisa, decidió, para saber a qué atenerse, solicitar la autorizada opinión de la vieja, quien era toda oídos en este asunto de no escasa importancia para las hijas de Eva y para la especie humana. -¿Qué piensa Ud. mamita? ¿Está con el nuevo procedimiento? – A mí, dijo entonces la vieja, mátenme con el sistema antiguo. Además de las indicaciones gramaticales, Patín aporta en ocasiones ciertas informaciones que considera de relevancia ortográfica o gramatical y variadas recomendaciones de uso.

AMARILLITO, TA. adj. Dim. de amarillo. […] Es de notar que el pueblo dominicano emplea los diminutivos de nombres de colores, para indicar que éstos son vivos o intensosazulito (muy azul), blanquito (muy blanco), coloradito (muy rojo), etc.

Los artículos de Patín están plagados de referencias culturales concretas que los anclan a un momento histórico determinado y que provocan su pérdida de vigencia con el paso del tiempo, pero que, al mismo tiempo, les aportan ese sabor particular que atrae a los aficionados, como yo, a leer diccionarios. Sucede así con las alusiones al precio de las cosas. Aunque el término siga en uso y la definición siga siendo válida, la inclusión del precio del viaje ancla la definición de conchar a un momento histórico determinado y la aleja de una perspectiva general:

CONCHAR. v.n. Entre chóferes, dedicarse a trabajar en automóvil de los que rinden servicio por diez centavos. Tomar tragos de cinco centavos.

La personalidad del lexicógrafo surge con frecuencia en el uso de adjetivos y adverbios valorativos o despreciativos, que suelen llevar una carga ideológica que nos remite a las concepciones morales, sociales y políticas del lexicográfico:

EMBURUJARSE. Tener amorosas e ilícitas relaciones un hombre con una mujer y viceversa.

Y qué decir de su recurso frecuente a la ironía. Aunque está reñida radicalmente con la máxima de neutralidad a la que debe aspirar la definición lexicográfica, la implicación del autor gracias a la ironía es evidente en algunas de sus definiciones y en muchos de sus  ejemplos:

MACANA. (Amér.). f. Garrote grueso de madera dura y usado con mucha gracia por la policía.

CHEMBA con CHEMBA. loc. adv. En erótico deleite. Si hay dos novios, lo que no es raro, que se besan, lo que tampoco es raro, suele decirse que están chemba con chemba.

De Patín se recuerdan su siempre pronta respuesta, su sonrisa de bondad cautivadora, su saber sin alardes, su mirada complaciente, y las frases chispeantes con las que respondía jovialmente a los saludos, aderezados con el calificativo de «muchachito».

Nuestro recordado y admirado Mario Lebrón Saviñón afirmaba que «fue Patín Maceo el que con mayor autoridad llegó al recinto donde nuestra habla debía preservarse en su prístina brillantez, porque él era en aquel momento, y lo fue hasta su muerte, el primer gramático y filólogo de nuestra Patria y uno de los más destacados en nuestro mundo hispánico».

Aporte de Manuel patín maceo al estudio del léxico dominicano

Por Bruno Rosario Candelier

 Esta sesión académica forma parte de la conmemoración de los 90 años de la instalación de la Academia Dominicana de la Lengua.

Cuando la ADL se funda el 12 de octubre de 1927 en la capital dominicana, mediante la convocatoria del arzobispo de Santo Domingo, Mons. Adolfo Alejandro Nouel, en los años previos y subsiguientes a ese tercer decenio del siglo XX entre los hablantes dominicanos eran los escritores quienes le ponían atención a la lengua, es decir, el estamento literario de la intelectualidad dominicana se preocupaba por el conocimiento de su idioma para manejarlo mejor y, desde luego, los narradores, ensayistas, dramaturgos y poetas estudiaban la lengua desde el punto de vista lexicográfico, gramatical y ortográfico para lograr un uso ejemplar de la lengua.

Generalmente los escritores usan las palabras con propiedad, corrección y elegancia, y en tal virtud tienen conciencia de lo que supone usar bien la lengua para hacer del lenguaje un uso ejemplar. El ideal del buen decir, inscrito en la conciencia de los buenos hablantes, es una inquietud genuina entre intelectuales, escritores y académicos.

Esa es la razón por la cual en el mundo hispánico los escritores constituyen el modelo con el que pueden contar los hablantes para conocer el uso ejemplar de la lengua. Lo fue en el pasado y lo es en el presente. Y por esa razón las Academias de la lengua toman en cuenta la obra de los escritores para ilustrar con muestra de sus textos los usos lingüísticos que presenta como modelos del buen decir.

Cuando se funda la Academia Dominicana de la Lengua se hace justamente con un fin muy específico: promover el estudio y el conocimiento de la naturaleza de la lengua española. Los miembros fundadores eran hablantes preocupados por el mejor desempeño de su lengua. En la intención de los fundadores de la Academia figuraba el objetivo de que los escritores no solo se dediquen a escribir textos ejemplares, sino que también enfaticen el estudio de la lengua y escriban sobre la lengua, sobre la sintaxis de nuestra lengua, sobre la escritura correcta y el significado de las palabras, porque cuando los escritores usan las palabras con un propósito creador generalmente las emplean para escribir textos de poesía y ficción, así como tratados didácticos y científicos, cartas y discursos, documentos y testimonios en los que manifiestan el manejo de la lengua.

Desde luego, para hablar o escribir sobre aspectos fonéticos, lexicográficos o sintácticos sobre el español dominicano se necesita hacer un estudio especializado del idioma ya que identificar la identidad léxica de un vocablo, definir su significado, señalar la recta redacción de un párrafo o pautar la forma correcta de su escritura, requiere un conocimiento lexicográfico, gramatical y ortográfico que debe tener quien se propone realizar esa tarea.

Entre los primeros académicos de la Academia Dominicana de la Lengua hubo tres importantes escritores que le pusieron especial atención al estudio de nuestro lenguaje: ellos fueron Manuel Patín Maceo, Ramón Emilio Jiménez y Emilio Rodríguez Demorizi.

Emilio Rodríguez Demorizi sobresale entre nuestros grandes historiadores y, gracias a su devoción por el español dominicano, dedicó buena parte de su tiempo al estudio de nuestro idioma. De su pluma brotaron Refranero dominicanoDel vocabulario dominicano Lengua y folklore de Santo Domingo. Por su parte, Ramón Emilio Jiménez, reconocido pedagogo, poeta y ensayista, escribió varios libros sobre nuestro lenguaje, como Savia dominicana, Del lenguaje dominicano Al amor al bohío, obras con valiosas observaciones sobre nuestro lenguaje. Y Manuel Patín Maceo fue el primero de los académicos dominicanos en estudiar nuestra lengua.

El primer escritor dominicano en abordar el estudio de nuestra lengua fue nuestro gran humanista, crítico literario y ensayista, Pedro Henríquez Ureña, quien escribió tres libros sobre nuestro lenguaje: Las letras en Santo Domingo colonial, Las corrientes literarias en Hispanoamérica y El español en Santo Domingo. El segundo fue Rafael Brito, el primero en confeccionar entre nosotros un glosario de voces dominicanas, obra que dio a conocer en San Francisco de Macorís en 1931 con el título de Diccionario de criollismos. Y el tercero fue Manuel Patín Maceo, que en 1940 publicó en la capital dominicana el Diccionario de dominicanismos con el aval de la Academia Dominicana de la Lengua (1).

En el Diccionario de dominicanismos el académico dominicano puso especial atención al significado de las palabras, aunque también enfocó la dimensión gramatical en su abordaje del habla criolla. Fundamentalmente su atención estaba centrada en las palabras ya que consignaba la escritura de los vocablos, definía su significado y consignaba ejemplos de uso para su mejor comprensión lexicográfica cuya disciplina lingüística, la lexicografía, entonces estaba en sus pañales como ciencia de las palabras.

Cuando Manuel Patín Maceo dio a conocer la colección de dominicanismos, que publicó la Academia Dominicana de la Lengua en su Boletín No. 2, fechado en marzo de 1940, fue también la primera producción lexicográfica de Manuel Patín Maceo (2).

En su condición de miembro fundador de la Academia Dominicana de la Lengua, Patín Maceo es nuestro primer académico de la lengua en realizar estudios lexicográficos, que publica en ese boletín.

En este mismo órgano de difusión de la ADL hay también un trabajo de Ramón Emilio Jiménez, y su discurso de ingreso a esta Academia. En dicho discurso entre otras cosas dice: “No veo cómo, habiendo tenido este país, como los otros pueblos de América, sus grandes luchas en la formación de su personalidad y Estado independiente, y en las demás necesidades del progreso, y desempeñado un papel tan importante en la historia de la civilización de América, sea el que menos aportación de americanismos haya hecho a la rica lengua de Cervantes. Lo que ha pasado es que la Repúblico Dominicana es un pueblo casi desconocido de las demás pueblos de la tierra. Es ahora cuando se comienza a estudiar su vocabulario, y por eso apenas consignan los diccionarios voces y acepciones típicas de nuestro medio. En mis estudios acerca del lenguaje popular criollo he comprobado la existencia de gran número acepciones que tienen aquí los verbos castellanos” (3).

Advierte el citado filólogo el hecho de que son ellos, es decir, Manuel Patín Maceo, Emilio Rodríguez Demorizi y el propio Ramón Emilio Jiménez, que en su condición de académicos de la lengua, los que primeros en dar cuenta de cómo es el léxico de los dominicanos.

Desde el comienzo de su participación pública como profesor y escritor, Manuel Patín Maceo abordó las manifestaciones escriturales para enfocar el estudio de las palabras, y asume el lenguaje dominicano como materia de su estudio y, desde luego, la suya es la primera muestra de estudio de nuestro lenguaje de nuestros primeros académicos y de escritores dominicanos también. Con razón escribió el padre Robles Toledano: “Nadie como él supo acertar en eso de buscar y encontrar los exactos cotejos entre nuestras locuciones idiomáticas y las raíces hispánicas en que habían tenido origen” (4).

Otro aspecto importante en la obra de Manuel Patín Maceo como lexicógrafo es el hecho de su énfasis en la raíz hispana de nuestro léxico, y le puso atención a las dos vertientes lexicográficas que se canalizan en los dominicanismos léxicos y los dominicanismos semánticos. Los dominicanismos léxicos son las palabras creadas por los hablantes dominicanos, como “pariguayo”; y el dominicanismo semántico se refiere al significado peculiar y diferente que una palabra de la lengua española tiene en el lenguaje del español dominicano. Es importante esa diferencia porque es una manera de dar a conocer una vertiente significativa del habla de un país, del lenguaje de una comunidad y de la creatividad de nuestros hablantes. Esas diferencias tipifican las diversas variantes de la lengua española en el mundo hispánico-

Un aspecto interesante en Patín Maceo es el hecho de que él ponderaba con mucho entusiasmo y mucho interés el habla del pueblo dominicano, y lo ponderaba de una manera especial, porque él decía que nuestro lenguaje enriquecía la lengua española, y es cierto, ya que es una peculiaridad de cada una de las variantes idiomáticas de los países hispanohablantes de América, África y Asia.

Nuestro país recibió hacia finales del siglo XV y principios del siglo XVI el legado lingüístico hispánico directamente de los primeros españoles que poblaron esta isla, la Española, porque fueron españoles los colonizadores de América, quienes nos legaron su lengua, su religión y su cultura.

Los primeros hablantes en la etapa inicial de las colonias americanas hablaban como se expresaban esos primeros españoles. Con el paso de los años el influjo de la realidad natural, el impacto de la realidad sociocultural y la huella de las vivencias autóctonas que produce entrar en contacto con hablantes en diferentes comunidades, forma parte del acervo cultural de una lengua, con una historia, una idiosincrasia y un talante sociocultural. Todo ese caudal de vivencias, de historia, de acontecimientos, de circunstancias diversas son las que van nutriendo la lengua, porque la lengua se nutre de la realidad social y la realidad cultural. Son los hablantes los que van enriqueciendo y modificando su lengua cuando inventan un nuevo término o cuando asignan a las palabras del acervo común un nuevo significado e incluso cuando cambian el significado que originalmente tuvo ese vocablo, porque en la historia de la lengua española hay palabras que usamos ahora, que proceden de los siglos XIII, XIV, XV y XVI de la lengua española que en aquella época tenían un significado que ahora nosotros desconocemos, porque con la evolución va propiciando la lengua un contacto con diversos hablantes, con los cambios que van introduciendo las nuevas generaciones, razón por la cual las palabras también terminan cambiando, porque la lengua es una expresión de la dinámica cambiante de la sociedad. Nunca ningún idioma se divorcia de la realidad sociocultural, ya que es un testimonio cabal de cómo es la realidad social, de cómo piensan y se expresan sus hablantes, de la visión del mundo que tienen los usuarios de la lengua, de la idiosincrasia de cada uno de sus interlocutores y, sobre todo, del talante cultural, que es lo propio de la cultura de un pueblo, y en eso la lengua es riquísima en sus manifestaciones lexicográficas e idioléxicas, no solo en el campo del léxico, sino también en el campo fraseológico, de tal manera que hay refranes, adagios, sentencias, máximas, proverbios, locuciones, frases y giros idiomáticos que heredamos e inventamos los hablantes, y todo eso enriquece la lengua, y eso era lo que le llamaba la atención a Patín Maceo, dimensión fonética, lexicográfica y semántica que él estudió y abordó, y a eso dedicó su talento: a estudiar lo que nos distinguía como hablantes, y dio su aporte a partir del legado que publicó y del influjo que sembró como profesor, como escritor y, sobre todo, como lingüista.

Entonces, el aporte de Manuel Patín Maceo constituye el primer legado que oficialmente consigna esta Academia Dominicana de la Lengua como parte del estudio del español dominicano que ha emprendido esta institución, porque cuando se funda la Real Academia Española en 1713 en Madrid, en sus estatutos se consigna el concepto de que la corporación del idioma se fundaba para propugnar por el estudio de la lengua y el cultivo de las letras.

Esos dos objetivos han sido asumidos por todas las Academias de la Lengua Española, creadas en la América española, en Filipinas de Asia y en la Guinea Ecuatorial de África, y esta Academia asumió esos dos objetivos desde su fundación. La actual directiva de la ADL le ha dado seguimiento a los trabajos que los miembros fundadores le dieron cuando decidieron asumir la misión de la RAE para el estudio de la lengua española en el mundo hispánico, porque cada país es la continuación de esa herencia cultural, del legado lingüístico de nuestros predecesores, y nosotros estamos llamados a darle vigencia a ese hermoso legado que hemos heredado de nuestros antepasados.

La mejor forma de darle vigencia y respaldar ese hermoso legado cultural es dedicarnos al estudio de la lengua y al cultivo de las letras.

El conocimiento de la lengua es una materia que requiere disciplina, estudio y dedicación. Como hablantes, estudiosos y académicos de la lengua, nos corresponde velar por la lengua española, y en tal virtud estamos llamados a potenciar el conocimiento del sistema de signos y de reglas de nuestro idioma. Nuestra mente crea una plataforma léxica y un patrón gramatical de la estructura léxica y sintáctica de la propia lengua, de tal manera que hay la gramática de la lengua la asimilamos automáticamente. Esa es una misteriosa operación que realiza nuestro cerebro de una manera inexplicable para nosotros, pero es algo que realiza la generación idiomática de nuestra mente. De manera que cuando el hablante usa un sustantivo y un verbo para formar una oración o cuando elige cualquier otra parte de la oración lo hace automáticamente y aplica una pauta gramatical en la conformación de su lenguaje verbal. La operación idiomática que el hablante ejecuta, es algo que sabe hacer al formalizar una expresión, pero no podría dar una explicación de la actividad lingüística cuando aplica las artes del lenguaje al hablar, escuchar, leer y entender, porque son los gramáticos los que tienen la capacidad de describir la estructura formal del lenguaje que aplica el hablante cuya fórmula internaliza en su conciencia. Esa operación verbal la realiza el conductor lingüístico del cerebro, inconsciente para nosotros, pero real y efectiva para el cerebro humano cuando la mente se dispone a hablar, escribir o interpretar lo escuchado o leído. Cuando estudiamos la gramática de nuestra lengua intentamos profundizar en la complejidad de nuestra lengua para entender la estructura idiomática que aplicamos intuitiva e inconscientemente. Lo mismo acontece cuando la mente elige los vocablos con los cuales comunica lo que quiere expresar.

El hablante sabe usar un adjetivo y aplicarlo al sustantivo, pero a la mayoría de los hablantes no les pregunten cómo se define un adjetivo, ni qué es lo peculiar del sustantivo porque no lo van a saber. Muchos no pueden apreciar la diferencia entre un sustantivo y un verbo, o entre un adverbio y una preposición ya que desconocen la naturaleza peculiar de las partes de la oración, aunque sepan aplicarla en el habla. Ese conocimiento lo tiene el gramático y quien estudia la lengua.

Esas inquietudes idiomáticas y gramaticales concitaron el talento intelectual de Manuel Patín Maceo, que tiene el mérito de ser el primer académico dominicano en consagrarse al estudio de nuestra lengua con un aporte a partir de las observaciones a la forma de expresión de nuestros hablantes. Patín Maceo era un gran observador de nuestra realidad idiomática, lo que se puede inferir por cuanto hizo como escritor, como estudioso de nuestra lengua, como profesor y como intelectual consagrado al estudio de nuestro vocabulario.

Patín Maceo entendió que enriquecer la cultura de la lengua era enaltecer no solo nuestra condición de hablantes de una hermosa lengua, sino nuestra misma condición humana, porque la categoría humana viene enaltecida por nuestra condición de hablante. Nosotros somos, como seres humanos, privilegiados dentro del conjunto de los seres vivientes, porque los animales y las plantas, que son nuestros congéneres como seres vivos, no tienen el don de la palabra como lo tenemos nosotros, y ese es un privilegio que a veces olvidamos: el inmenso privilegio de saber hablar, de usar y crear sonidos y sentidos con un propósito creador, de entender a nuestros hablantes y comprender lo que leemos o escuchamos. Ese es un privilegio que enaltece la condición humana.

Manuel Patín Maceo lo entendió claramente y por eso se dedicó a promover el estudio de la lengua, a sembrar inquietudes lingüísticas en nuestros hablantes, a crear conciencia de lengua en profesores, estudiantes, intelectuales y escritores justamente para enriquecer el legado recibido de la cultura hispánica, de la que formamos parte en esta porción insular del Caribe hispánico.

Fue justamente aquí, en este suelo antillano, en esta isla quisqueyana y caribeña donde por primera vez se habló en América la lengua de Berceo, Cervantes y san Juan de la Cruz; aquí comenzó a cultivarse y de aquí comenzó a expandirse por toda la geografía americana. Ese es otro privilegio que tenemos en nuestro país y por esa razón esta Academia Dominicana de la Lengua valora el aporte de Manuel Patín Maceo, le da seguimiento a esa tradición y continúa esa trayectoria mediante la labor lexicográfica, labor continuada con logros tangibles puesto que hemos publicado el Diccionario del español dominicano, el Diccionario fraseológico del español dominicano, el Diccionario de símbolos y el Diccionario de mística. Seguiremos impulsando el conocimiento del legado hispánico de nuestra lengua para hacer crecer esa herencia idiomática y potenciar en nuestros hablantes y escritores la conciencia de lengua para que sigamos creciendo idiomáticamente, enriqueciendo el caudal de nuestro léxico y la belleza de nuestro lenguaje para aumentar el aporte de nuestros hablantes al desarrollo de nuestra lengua mediante el lenguaje del buen decir.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 26 de septiembre de 2017.

Notas:

1. Manuel A. Patín Maceo, “Dominicanismos”, en Boletínno. 2, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 1940, 31.

2. La Sociedad Dominicana de Bibliófilos publicó en 1947 una segunda edición de Dominicanismos, de Manuel Patín Maceo. Y en una nueva edición de 1989 la dio a conocer añadiendo Americanismos en el lenguaje dominicano.

3. Ramón Emilio Jiménez, “Discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua”, en Boletínno. 2, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 1940, p. 69.

4. P. R. Thompson, “Ni Patín ni el barrio han muerto”, en Boletínno. 4, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, octubre-diciembre de 1968, p. 15.

Calimete, en jaque/*el jaque, guion/guión, *de gratis

CALIMETE

La voz calimete es muy dominicana. Solo los dominicanos utilizan esta voz para nombrar el tubo muy fino que se utilizado para sorber líquidos.

En otros países usan otros nombres para este dispositivo hoy tan refinado. Entre ellos los de mayor uso son sorbete y paja. En muchos países americanos se descarta el empleo de paja por aquello de que esa palabra designa en ellos la masturbación.

Desde los tiempos en que el autor de estos comentarios era un adolescente le llamó la atención el nombre calimete, pues lo que hace este objeto es que saca líquidos, no mete.

En el desarrollo de este tema se destacará el origen de la voz del español dominicano. Se ofrecerá además la lista de las voces americanas que se conocen para mentar ese instrumento. Por último se mencionará la voz del título en tanto nombre de un poblado.

El origen remoto del calimete se encuentra en la lengua francesa. En esa lengua el dispositivo en cuestión recibe el nombre de chalumeau. Esta palabra tiene larga historia en lengua francesa, pues se la conoce desde el año 1464. En esa lengua comenzó en tanto flauta de varios agujeros, más tarde designó a la paja para sorber líquidos. Más adelante en el tiempo se le reconoció para denominar el tubo que alimenta de oxígeno la llama en la soldadura conocida como “de acetileno”. Desde hace largo tiempo la acepción de mayor uso en la lengua es de paja para sorber líquidos. (Le Petit Robert 1993:380).

Muchas palabras que en su origen tuvieron un sonido representado por /ch/ pasaron más tarde a lenguas diferentes o con el tiempo con un sonido de letra /k/. Este fenómeno está documentado en lingüística con muchos ejemplos.

La voz del francés no pasó directamente desde esa lengua al español dominicano. El paso se tramitó a través de la lengua criolla haitiana. En haitiano es kalimèt, voz ya muy parecida a la del español dominicano. Jeannot Hilaire en su obra Lexicréole (identification des sources lexicales) (2011:115).

Como es sabido que en español son escasas las palabras que terminan en letra /t/, el hablante dominicano le añadió una terminación española, colocando la letra /e/ a la voz del haitiano. Así nació el calimete dominicano.

No hay que extrañarse de que esta voz se haya entremetido en el español dominicano si se tiene en cuenta que los haitianos mantuvieron su presencia en la parte este de la isla La Española durante veintidós años ininterrumpidos de 1822 a 1844.

En Haití hay una sección comunal cuyo nombre se pronuncia kalimèt, aun cuando el nombre oficial es Calumette. En Cuba hay un pueblo que lleva por nombre Calimete. En el último país tienen una etimología popular para el nombre, explicación que no merece atención.

Todavía persisten en español algunas palabras derivadas del latín que dio origen al chalumeau del francés. Esta desciende del bajo latín calamellus, de calamus, así existe en español el vocablo cálamo, que es una pluma o caña para escribir que se cargan de tinta en el tintero. Esta caña contiene la parte hueca como la pluma de las aves y del calimete. Todavía cálamo se llama el tallo cilíndrico y hueco de las plantas gramináceas. Se conserva del latín la locución lapsus calami para mencionar un tropiezo o error involuntario e inconsciente al escribir. En el calami está la pluma que se mencionó antes.

Las palabras americanas para denominar la paja o pajilla. En Cuba usan absorbente, pajita y pitillo. En Bolivia, bombilla. En Perú, cañita, sorbete, sorbetín. En Panamá, carrizo. En Chile y Paraguay, pajita. En Uruguay, pajita, sorbito. En Colombia y Venezuela, pitillo. En Chile y México, popote. En Ecuador sorbete. En Puerto Rico, sorbeto. Esta información se debe al colega Fernando Carr Parúas, investigador cubano quien reside y publica en ese país.

 

EN JAQUE – *EL JAQUE

“. . . que han puesto EL JAQUE diversos sistemas políticos. . .”

Algunos errores en que se incurre en la redacción demuestran la poca cultura de la persona que redacta. El ejemplo que se trae en esta ocasión es un caso lamentable de lo que se indica más arriba.

La palabra jaque pertenece al juego de ajedrez. De allí se expandió hasta adquirir significaciones en sentido figurado.

El jaque fue el nombre del juego del ajedrez en tiempos muy remotos. La palabra llega al español a través del árabe, lengua que a su vez la tomó del persa.

La transformación gradual de la palabra permitió que esta se hiciera de uso más frecuente, sobre todo con las locuciones tales como, “tener a uno en jaque, ponerle en jaque”. Las dos locuciones anteriores se entienden con el significado de mantener a esa persona bajo una amenaza.

Al final jaque es, “ataque, amenaza, acción que perturba o inquieta a alguien, o le impide realizar sus propósitos”. De este modo consta en el Diccionario de la lengua española (2017). Ese mismo diccionario trae estos ejemplos de uso “Dar jaque. Poner, tener, traer en jaque”.

 

GUION – GUIÓN

“Ahora lo siento como un GUIÓN. . .”

Las dos grafías del título son aceptadas en la lengua común. Las razones para que se acepte la segunda forma de escribir el sustantivo (guión) es la manera de separar la palabra en sílabas. Esta grafía se impuso por medio del uso inveterado.

Por su significado el sustantivo del título es “escrito que sirve de guía”. La doble ortografía que se mencionó más arriba obedece a la posibilidad de articular la palabra con diptongo o sin este. Con diptongo es palabra monosilábica y debe escribirse sin tilde. Si se articula con hiato, entonces es bisilábica, luego, por ser palabra terminada por la letra /n/ se representa el acento.

De acuerdo con las últimas directivas de la Ortografía académica a guion se le da la preferencia de que se escriba sin tilde.

Existe una gran cantidad de escribientes de español que escriben la palabra guión con tilde, entre ellos los nacionales de México y de los países centroamericanos.

 

*DE GRATIS

“. . . se puede ganar un enemigo  DE GRATIS. . .”

Hay que evitar usar la expresión del título porque el adjetivo gratis con su significado de “gratuito” no precisa de la preposición.

El Diccionario panhispánico de dudas (2005) entiende que la forma con la preposición DE se debe al cruce entre de balde y gratis que son sinónimas.

El autor de estas apuntaciones sobre el lenguaje entiende que se debe también a la influencia del inglés, en la que puede colocarse una preposición antes de la voz free del inglés. Quien esto escribe piensa que esta es una perniciosa influencia, porque escucha con frecuencia *de gratis en el habla de los hablantes de español en los Estados Unidos de Norteamérica.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Correccionalizar, periodo/cardiaco, al lado de /del lado de, interactuación

CORRECCIONALIZAR

“. . .la ley francesa CORRECCIONALIZÓ el tipo convirtiéndolo en un simple delito”.

Este verbo del título aparenta ser una creación del español dominicano. Es de circulación o uso solo en el vocabulario jurídico dominicano. En este campo el verbo es de uso corriente. Si nadie se ha ocupado de este antes es porque su radio de acción se circunscribe al área jurídica.

Todavía el verbo en cuestión no ha sido inventariado en ninguno de los lexicones elaborados para registrar las voces dominicanas.

Para tratar de definir el verbo habrá que comenzar por otras palabras de la misma familia con el fin de hacer más inteligible la definición.

Hay muchos tipos de delitos. Un delito en su aspecto jurídico es un quebrantamiento de la ley. Por el hecho de que quebranta la ley el delito se castiga. Usualmente se castiga con una pena pecuniaria o de prisión. Una infracción es una transgresión o quebrantamiento de la ley o norma.

La corrección es la reprensión de un delito, de una falta. Todo lo anterior se toma en su sentido más amplio, es decir, general.

Quien esto escribe desconoce en la actualidad cuáles son las infracciones que se castigan con penas de tipo correccional, pero se presume que son aquellas que conllevan multas, o privación de la libertad de corta duración. Se consideraban delitos las faltas que eran castigadas con las penas de menor gravedad. De acuerdo con el Vocabulario jurídico de de Henri Capitant, la pena correccional es la de “mediana gravedad, que otorga a la infracción sancionada con ella el carácter de delito correccional” (p. 419-420). (Se cita de este modo por presumirse que se trata de una edición pirateada).

A la vuelta de las explicaciones, esto se reduce a resumir diciendo que correccionalizar es convertir una transgresión a la ley en delito simple. Se presume que el “delito simple” es aquel que no es agravado por alguna circunstancia.

En el sistema tradicional del derecho francés, se conocía como pena correccional la que sancionaba con prisión de más de cinco días, pero menos de cinco años. En ese sistema correccionalizar un asunto era o es enviar un caso ante una corte de jurisdicción sumaria. Estos datos se han adaptado del Dictionnaire juridique français-anglais/anglais-français de Th. A. Quemner (1955:67).

El diccionario Le petit Larousse registra en sus páginas el verbo correctionnaliser, derivado de correctionnel que traducido es, conocer de un crimen ante el tribunal correccional calificándolo de delito; diligencia que se conoce con el nombre de correctionnalisation. (1993:537). La adaptación al español es de RG.

Habrá que destacar dos cosas antes de concluir. El redactor de estos comentarios no es un experto en Derecho. La otra es que se deberá tomar nota de lo escrito en esta sección para que en la elaboración de los lexicones posteriores a esta fecha se haga constar este verbo y sus derivados, pues pertenecen al vocabulario del español dominicano.

 

PERIODO – CARDIACO

Las dos palabras del título no llevan acento; de propósito están escritas de esta manera para representar la forma en que algunos hablantes del español dominicano la pronuncian.

De esta forma la enuncian algunos dominicanos de pocas letras; es decir, de escasos conocimientos académicos, pero de gran sapiencia natural. Más abajo se explicarán los casos en que estos anónimos dominicanos se expresan de este modo.

En los casos en que la palabra período se refiere al espacio de tiempo, el mayor esfuerzo, acento, se hace sobre la letra /i/ y así se representa con la tilde sobre esa letra.

Cuando se trata de la regla, del menstruo, el dominicano de las zonas rurales con la delicadeza de su ignorancia formal enuncia la palabra sin el acento destacado antes, esto es, periodo.

La menstruación recibe diferentes nombres en el español dominicano, la cosa, la cuestión, la luna, el mes, la regla. Dirán también que la mujer está cogida, enferma, indispuesta, intransitable, mala. Esta información se sacó de la obra Del vocabulario dominicano (1983:202).

Existe un caso parecido al anterior con la palabra cardíaco. Lleva el énfasis sobre la letra /i/ cuando se refiere a la enfermedad o a algo específico relacionado con el corazón. Cardiaco, así, sin tilde, se utiliza para referirse a la persona que padece de una o varias enfermedades del corazón.

Hay que alabar el poder de diferenciación que posee el dominicano de menor educación formal, que ha logrado separar una palabra de otra por su pronunciación, en conocimiento de que los significados pueden hacerse diferentes.

 

AL LADO DE – DEL LADO DE

“. . . y si lo hubiera está AL LADO DE nosotros. . .”

Algunos hablantes y hasta algunos escribientes a veces olvidan la diferencia que existe entre la locución adverbial o prepositiva al lado de y la locución prepositiva del lado de.

Al lado de es “cerca, muy cerca, a poca distancia; en lugar contiguo o inmediato; en comparación con”. Esto es, indica la situación de algo. Indica también, antes del nombre de alguien, “en compañía de, que se recibió ayuda, enseñanza, orientación o consejo”.

Del lado de es “ser partidario de cierta persona o cosa, o apoyarla, a favor de, de acuerdo con, de parte de”.

Todo lo que se escribió más arriba es lo que los diccionarios recogen en sus páginas, entre estos el de la Real Academia. A  pesar de todo el vigor de esas acepciones y equivalencias, hay que tener en cuenta la evolución del uso.

En la actualidad el uso ha evolucionado de modo tal que la diferencia ha ido difuminándose y casi puede decirse que en el caso de “a favor de, de parte de” las dos locuciones pueden usarse indistintamente; aunque siempre será mejor atenerse a las diferencias señaladas al principio.

 

INTERACTUACIÓN

“. . . que integran el sustrato vital de la INTERACTUACIÓN social. . .”

En ocasiones anteriores el autor de estos comentarios acerca del habla dominicana ha escrito sobre el componente de palabra inter-.

En algunas ocasiones se ha hecho para criticar la invención de nuevos términos que en su mayoría proceden de intelectuales que escriben sobre temas específicos.

De la misma manera que sucede en este caso, los vocablos formados con la ayuda del mencionado componente de palabra son neologismos sin credenciales.

Se ha escrito “sin credenciales” porque los neologismos adquieren credenciales cuando el uso le impone a las academias que incorporen los nuevos términos en los diccionarios.

La frecuencia de uso de los términos así creados es escasa porque en la mayoría de los casos proceden -como se destacó antes- de escritores cultos que escriben acerca de temas de carácter teórico.

En la cita que ilustra el uso al principio de esta sección puede notarse la índole del estilo que se refleja en palabras allí usadas como, “sustrato” y “vital”.

No hay que correr a atajar el uso del componente de palabra inter- cuando enriquece la comprensión de lo expresado. Carecería de sentido si esto se hiciera.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Dimensión estética y mística en la poesía de Jit M. Castillo

Por Camelia Michel

   Un saludo deferente a quienes integran la mesa de honor, y a todos y cada uno de ustedes que nos acompañan en tan significativa ocasión.

Luego de haber sorprendido nuestro mundo literario en el 2012, con una novela rica en recursos vanguardistas, el escritor y sacerdote Jit Manuel Castillo nos presenta su nueva propuesta literaria: el poemario En la voz del silencio[1], cuyo nacimiento celebramos hoy en el recinto de esta benemérita Academia Dominicana de la Lengua.

Atrapado en su búsqueda del misterio, el religioso no ceja. Con esta obra se lanza a la parte más profunda de su camino literario: la poesía mística, en la que despliega un renovado vigor y ternura. Este fuego espiritual no nos sorprende, porque en sus anteriores trabajos él muestra una parte importante de ese camino interior: en su novela Apócrifo de Judas Iscariote se esfuerza por encontrar nuevos senderos para abordar los temas bíblicos.

A principios de año publica, además, un estudio sobre un tema que lo preocupa y motiva, no sólo a investigar, sino a vivir una vida de servicio plena y sincera: la interculturalidad y la evangelización, titulado La Interculturalidad, un nuevo paradigma de evangelización para un mundo postmoderno, plural y multiétnico. Hay que enfatizar que Jit Manuel Castillo de la Cruz es dueño de una vocación espiritual y religiosa integral, en la que la expresión poético-literaria es complemento de una vida de entrega a los más necesitados.

Perteneciente a la orden franciscana, con una sólida formación intelectual versada en temas y teoría teológica y literaria, su labor en beneficio de las comunidades en que trabaja y su vida de oración se combinan sabiamente con la vocación de aeda y escritor. En Jit Manuel Castillo se unen, pues, dos impulsos que lo inducen a la lírica mística: el poético y el religioso.

El lenguaje poético de Jit Manuel Castillo

La dimensión estética en la poesía de Jit Manuel Castillo debe ser descubierta paso a paso. Debemos atarnos las sandalias si queremos recorrer su ruta. Hay que prestar atención y guardar silencio, pues su camino poético puede ser engañoso y hasta sumergirnos en una trampa, debido a que el universo en que su voz se pasea, apacible y solitaria, llega vestido con un ropaje literario de sobriedad y equilibrio, vertebrado por textos breves, sencillos en apariencia; casi con la limpieza y economía de palabras que vemos en poetas y sabios orientales, para luego asestarnos el zarpazo de la desazón, del deseo vigoroso, de la angustia que doblega, provoca y nos marca con un aro de fuego y un lanzallamas terrible. Es que su camino literario no es más que el ropaje que embellece la búsqueda quizás aterradora de lo divino; aquello que supera y destruye nuestros límites y fragilidades, para dejarnos atisbar lo eterno.

Es importante destacar que en su poemario En la voz del silencio puede captarse el llamado de la divinidad, que se vuelca en todas las formas de inspiración posibles: por momentos delirante, como la describe Platón; por momentos como una especie de soplo, a semejanza de los episodios bíblicos; y sobre todo, receptivo a, y lleno del misterio que surge de la otredad, como la concibe Octavio Paz. Es, sobre todo, una búsqueda silente de lo otro, de la divinidad, que unas veces parece eludirlo, y otras, se hace una con el hablante poético.

Los textos plasmados en el poemario En la voz del silencio, logran expresar imágenes comedidas y nada rebuscadas, en versos libres y breves. Su decir poético hace un énfasis de mucha intensidad en algunos casos, aunque sin exabruptos ni expresiones desbordadas o delirantes. En esa economía, sin embargo, la pasión crece y martillea hasta llevarlo a dialogar con el amado, con el buscado e innombrable Señor de la Trascendencia y aquí se produce el milagro: donde la metáfora explaya su belleza en lo leve y sutil, la voluntad de infinito incendia el espacio, abriendo el canal para la flama mística.

Jit Manuel Castillo es un buscador dispuesto a la lucha. Él corre tras el Cristo y espera su presencia en lo inmanente y clama por el Padre, quien pudo dividirse en el “todos”, y a cuyo vacío se inclinan los seres. El Padre, por quien sacrificó Jesús el divino cuerpo, en aras de salvar las almas que caminan por el mundo.

Y así describe este poeta su periplo, en el poema titulado Viaje al abismo:

“Quemo las naves de moradas y certezas

En un éxodo irreversible

Hacia el caleidoscopio de la sombra.

Viajo al abismo sin forma

Cual temblorosa onda de luz

Itinerante en el tiempo”.[2]

   Las metáforas de Jit Manuel reflejan los estados de conciencia que van apareciendo en la medida en que el poeta y orante avanza, o incluso retrocede, en su búsqueda hacia lo divino. Sus imágenes se nutren otras veces de elementos de la naturaleza, especialmente del fuego y el agua. Esta preferencia se explica por el gran simbolismo que tienen en la espiritualidad la llama, como canal de iluminación, y el agua, que expresa los cambiantes estados de ánimo o de conciencia.

Pero hay un elemento recurrente: la búsqueda del silencio. No del silencio físico, sino del interior: ése que nos permite echarnos a los pies de la divinidad sin siquiera  formular pensamientos. Crear el espacio para que el silencio deje escuchar su voz, es, pues, el objetivo patente de este poemario.

Pero aquí se nos presenta la sensación de que esta paradoja podría no resolverse, porque ¿cómo podríamos hacer para que “suene” el silencio? ¿y para qué habría de sonar, si lo que deseamos es, justamente, dar un cierre a la palabra? Leamos, en el poema La totalidad de las palabras

“Gustar la PALABRA

en el silencio de todas las lenguas.

Aquélla que ni se pronuncia ni se escribe.

La que balbucea el MISTERIO

y lo hace presente”[3].

   Estas inquietudes se van sugiriendo a medida que  avanzamos en el poemario. Pero nadie nos da las respuestas. Cada buscador tiene que trazar su ruta hacia el conocimiento.

Mientras tanto, volvamos a En la voz del silencio como breviario de palabras y recursos literarios. Allí se encuentran la búsqueda ontológica de su autor y la pesquisa desde el lenguaje literario y la técnica poética. En algunos instantes, Jit Manuel Castillo nos lucirá un escritor hermético, en otros, nos hablará de manera diáfana:

Preguntas previas

¿Qué será de mí

Cuando seamos UNO en un abrazo transfinito?

¿Acaso, ya no sería yo

ni tú Aquél a quien tanto amo?”[4]

   Al igual que los poetas místicos de la tradición hispanoparlante, Jit Manuel Castillo se auxilia de las paradojas, del oxímoron, para crear nuevos y más complejos significados, con los que supera los pares de opuestos y trasciende a lo unitario.

Separadas venturas de una misma noche

Seres desnudos

Despojos de un medio día de amor.

Nocturno silente:

remeda un grito sin cuerdas vocales”[5].

   El filósofo español José Ortega y Gasset señala, en torno al lenguaje empleado por los hacedores de poesía mística, que: “El clásico del lenguaje, el místico, se hace especialista del silencio”. Otra paradoja es que un libro plasmado para exaltar el silencio, en gran parte se sustente del diálogo con el Gran Otro, el buscado, y con otros buscadores y escritores místicos, con cuyos escritos hace un ejercicio de intertextualidad, lo que destaca la gran poeta y ensayista puertorriqueña, Lucy López Baralt, en el prólogo de En la voz del silencio.

Finalmente quiero destacar que la poesía de Jit Manuel Castillo es, sin duda, una forma personal de orar: la forma más sublime de poesía. A nosotros nos toca acompañar a este poeta y abrir nuestro ser a la palabra desde sus páginas.

Santo Domingo, 15 de septiembre, 2017

Academia Dominicana de la Lengua

 

[1] Jit Manuel Castillo de la Cruz, En la voz del silencio, Editorial Mandala, Madrid 2017.

[2] Pág. 87

[3] Pág. 21

[4] Pág. 37

[5] Pág. 48

 

Tras la gestación del poeta En la voz del silencio

Fray Jit Manuel Castillo de la Cruz

 

Silencio antes de nacer

silencio después de morir

vivir anhelante entre dos silencios.[1]

 

Con estos versos de Hirma Contreras apuntalo que mi empeño por vivir entre el silencio que antecedió a mi nacimiento y el que precederá a mi muerte, es un parto a destiempo que está preñado de voces, lo mismo que estas palabras mías, que llevan por título “Tras la gestación del poeta En la voz del silencio”, en las que irónicamente ―para mi sorpresa y la de muchos de ustedes ―, he tenido que hablar tanto para referirme al Silencio.

La madrugada del 15 de julio de 2016, fiesta de san Buenaventura de Bagnoregio, desperté con esta lapidaria sentencia resonado en mis adentros: “Lo que es posible decir en absoluto puede decirse con claridad: y de lo que no puede hablarse, sobre ello hay que guardar silencio”.[2] Al levantarme, recordé que son de Wittgenstein y que se han repetido hasta la saciedad en los círculos intelectuales más variados, como el germen de un velado agnosticismo. En mí, por el contrario, retumbaban cual imperativo categórico como la búsqueda de aquello que se esconde en las palabras. Así las evoca Franklin Mieses Burgos en su poema “Canción dialogada por voces en el viento”: “―Ya te he dicho mil veces / que no quiero palabras; / hay algo más en ellas… / ―¿Quieres decir canciones? / ¿Voces estremecidas? ―Yo pienso que son tales, / aún cuando ellas no tengan / ese temblor sublime / que es propio de las alas”.[3]

El poemario En la voz del silencio, que esta noche sale a la luz, es mi intento ―fracasado en su raíz, como se lamentaba san Agustín de Hipona― por balbucir en mi limitado lenguaje una experiencia que ha trascendido todas mis limitaciones. Puro don inmerecido al que, sin embargo, todos estamos llamados. Pues la fuente en la que he saciado todas mis ansias sigue ahí para quien en ella desee abrevar su más honda sed.

La voz que aquella madrugada retumbó en mi interior ―por calificarla de algún modo―, no era otra cosa que el gozoso preludio de un arduo trabajo que había llegado a su fin: la purificación de mi ser En la voz del silencio.[4] Lo cual me colocaba ante otro desafío: el de garabatear, ahora en prosa, esas otras realidades a las que también alude Wittgenstein en su Tractatus lógico-philosophicus, cuando nos conmina a desvelar lo indecible: “Hay, en todo caso, cosas inexpresables. Es algo que se muestra; es lo místico”,[5] y a hacerlo, por los senderos intransitados que él mismo denominó “los intersticios del lenguaje”, los laberintos que atravesamos para dejar atrás los lugares comunes, de modo que afloren en nuestro ser los inéditos versos de un genuino poetizar. Esto es, descubrir que lo que nos hace poetas, quizás no otra cosa que este esfuerzo persistente por expresar aquello sobre lo que deberíamos callarnos. Porque como formula Emilio Adolfo Westphalen: “Tal vez sea este empeño por obligar a las palabras a que digan lo que no estaban hechas para decir ―el único elemento común― el parentesco que se establece entre los miembros de la hermandad poética”.[6]

La vida me ha ido enseñando que esto es posible si entramos en un tipo de silencio en el que se incuba una palabra nueva, aquella que es nuestra razón de ser en el mundo, la que solo nosotros podemos proferir. Dado que únicamente luego de este acallamiento interior podemos gustar la verdad de cuanto somos y de cuanto es el otro, prerrequisitos para abrirnos a una auténtica relación con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Con razón, quienes conocieron de cerca a Julia de Burgos, nos cuentan que esta no establecía una amistad profunda con quien no fuese capaz de compartir con ella dos horas de silencio. Y es que el silencio del que hablamos no es el que nos lleva a huir del mundo, “sino a transfigurarlo, que es algo más que redimirlo: es resucitarlo”, como bien nos sugiere Raimon Panikkar.[7] Así entendido, este acallamiento es más que la ausencia de fonemas, es “una sensación positiva”, que nos permite sentir el palpitar de la vida en su centro, para expresarlo en los mismos términos que Simone Weil cuando afirma: “Entonces, la infinitud del espacio ordinario de la percepción es reemplazada por una infinitud a la segunda o tercera potencia. Al mismo tiempo, esa infinitud de infinitud se llena por entero de silencio, un silencio que no es ausencia de sonido, sino el objeto de una sensación positiva, más positiva que la de un sonido”.[8]

En mi práctica personal del silencio, he llegado a gustar con bastante claridad y lucidez, esa primera, segunda y tercera potencia de la que nos habla Simone Weil. La primera la he identificado como un silencio físico o material, la segunda como un silencio interior o sagrado y la tercera como un silencio absoluto o relacional.

El silencio físico o material que he experimentado, es el que nos aparta de los ruidos externos. Es aquello a lo que en el Zen llaman el Za-zen, la práctica del silencio sentado o en la quietud, que en mi caso no es otra cosa que la vivencia de cuanto la tradición judeocristiana nos aconseja en el siguiente salmo: “Comuníquense con su propio corazón sobre el lecho y guarden silencio” (Sal 4, 5).

El silencio interior o sagrado al que he accedido, consiste en acallar nuestras voces internas para serenar el alma. En el budismo lo denominan Samu-angya. Es el silencio que se ejercita en el movimiento y en el trabajo como aprendizaje de la escucha. Para mí, este ha sido un recogerme interiormente para aguardar en el Señor, como vislumbramos en el salmista que se dice a sí mismo: “Solo a Dios espera en silencio, alma mía, pues de Él proviene tu esperanza” (Sal 62, 6).

El silencio absoluto o relacional lo he intuido como manifestación de todo cuanto somos y hacemos, porque es comunión de nuestro corazón humano con el corazón de Dios y con el corazón del cosmos. A este silencio, los budistas lo nombran como el San-zen, es la vivencia del silencio en la vida, en el encuentro con los demás y en el diálogo con ellos.[9] En la experiencia de Elías, lo descubrimos como un silencio habitado; pues, luego de acallar sus furias externas y su ira interior, Elías consigue escuchar a Dios como el sonido del silencio: “Y después del fuego, Elías escuchó el sonido del silencio (qôl demamâ) y he aquí que la voz vino sobre él” (Re 19, 13).

En múltiples sentidos estos poemas que comparto En la voz del silencio fueron esculpidos en el crisol de estas tres estancias del silencio y son el eco de aquello que resuena en cada una de ellas. El primero y más obvio, es que estos versos son un regalo de Dios, que brota del silenciamiento a todo ruido exterior, durante meses de soledad en el Bosque del Pueblo, en Adjuntas, Puerto Rico, y en el Monte de oración, en Moca, República Dominicana. El segundo, un tanto más sutil, es que los fui puliendo en el mutismo de innumerables vigilias nocturnas, como quien cual Michelangelo Bonarroti, despoja al bloque que esculpe ―la propia vida― de todo cuanto le sobra para revelar la obra de arte que se esconde en sus entrañas. El tercero, que fácilmente nos podría pasar inadvertido, es que estos poemas nacieron del acallamiento que he cultivado en la oración y en la vida, como un ejercicio continuo de diálogo con Dios, con los demás y con la creación, en el que mi propio ser se ha ido transfigurando.

No es casualidad que en mi profesión solemne escogiese como primera lectura el texto en el que el profeta Isaías rememora el inicio de su vocación: “Entonces uno de los serafines voló hacia mí. En su mano llevaba un carbón encendido, lo había tomado del altar con unas tenazas. Con este carbón tocó mi boca, y dijo: «Con este carbón he tocado tus labios, para remover tu culpa y perdonar tu pecado»”. (Is 1, 6). Y es que, así como el serafín purificó los labios de Isaías con una braza en llamas, yo evoco el toque de Dios como un silencio incandescente ardiendo en mi corazón. Es que mi vocación ―que yo llamaría profético-poética― ha acontecido en parámetros muy similares a los apuntalados por Martin Heidegger, cuando nos recuerda que: “La llamada carece de toda expresión vocal. No se manifiesta de ningún modo en palabras ―y a pesar de ello no es en absoluto oscura ni indefinida―. La conciencia habla única y constantemente en la modalidad del silencio”.[10]

Esta llamada me ha permitido sentir en carne viva, aunque más allá de la carne ―como asegura san Pablo en su Segunda carta a los Corintios (12, 2)―, que Dios es el silencio absoluto. Lo que me ha llevado a cuestionarme, ¿si el silencio no es el auténtico nombre de la palabra de Dios experimentada por el místico? Porque como tan atinadamente nos advierte san Agustín de Hipona: “Tal vez el silencio fuera el único homenaje que el entendimiento podría dar a lo inefable; pues si algo puede expresarse con palabras, ya no es inefable. Y Dios es inefable”.[11] Esta es la misma experiencia que declara san Juan de la Cruz cuando celebra “la noche sosegada / en par de los levantes de la aurora, / la música callada, la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora”;[12] la que balbuce Angelus Silesius cuando en su poema “Dios habla lo menos posible” nos confiesa que: “Sin tiempo y sin lugar, nadie habla menos que Dios: / Desde toda la eternidad, pronuncia una sola Palabra”.[13] De igual forma la intuyó José Saramago en su Cuadernos de Lanzarote I [1993-1995] al declarar: “Dios es el silencio del universo y el hombre es el grito que da sentido a ese silencio”.[14]

Ahora bien, quien percibe a Dios de este modo siente la urgencia de “convertir el habla en silencio”,[15] que según el rabino Israel Baal Shem Tov (1700-1760) es la finalidad última de toda auténtica plegaria; se debate con la intensidad angustiosa con la que nuestra amada Luce López-Baralt se lo pregunta al mismo Creador: “¿Cómo me las arreglo para gritar tu nombre en silencio?”[16] No obstante, lo mismo que ella, tenemos la plena certeza de que “aunque llorara diamantes no podría (mos) decirlo”.[17] Esta conciencia es la que nos obliga a transitar por los senderos de “los cantos sin palabras”, por los que tan libremente se desplaza el poeta Luis Palés Matos, tras atravesar la “Puerta al viento en tres voces” para encontrarse con su amada más allá y más acá de las palabras entre la música, la poesía y el canto:

Es el silencio tan cercano al grito / que recorre las noches estrelladas / y mas lo vemos que lo oímos / y casi le palpamos la sustancia… / ¿Qué lenguaje te encuentra con qué idioma / (ojo inmóvil, voz muda, mano laxa) / podré yo asirte, columbrar tu imagen, / la imagen de tu imagen reflejada, / muy allá de la música-poesía, / muy atrás de los cantos sin palabras?[18]

Para quienes así lo hemos experimentado, Dios es mucho más que un concepto, que una idea, que un personaje, Dios es un Tú con el que nos relacionamos. Nos sabemos uno con Él y con el cosmos. En el corazón de esta íntima relación, percibimos la gran necesidad que tienen los seres humanos y el mundo de este testimonio, para que ya no andemos tan extraviados, tan alejados de nuestro centro. Nos sentimos subyugados ante esa voz que nos ordena en el silencio que debemos decir cuánto estamos viviendo; conscientes de que el lenguaje nos es insuficiente para expresarlo y que permanecer callado también nos es imposible. Todo sucediendo simultáneamente en nuestro interior y en conexión con el Todo. Es participación en una vivencia que está más allá de los dualismos yo-tú, energía-materia, palabra-silencio, porque como nos advierte Óscar Pujols, experimentamos que: “El silencio y la palabra son, en cierta forma, las dos caras complementarias del absoluto”.[19] Porque ¿cómo existirían las palabras sin el silencio, o este sin las palabras?, ¿no es acaso el uno el interludio de las otras, y viceversa?

En esta hondura, que podemos llamar trans-consciente, coinciden la experiencia de la creación y la del lenguaje, la vivencia mística y el quehacer poético. En cuanto a la equivalencia entre creación y lenguaje, se nos revela aquello que concibe el alfabeto sánscrito y la cosmovisión que lo sustenta, según la cual existe un silencio primordial, que corresponde al vacío de la creación. Este emite una vibración que es la resonancia suprema, que se condensa en un punto sonoro, una gota de sonido fónico, pero que contiene en sí toda la potencialidad del lenguaje y de la creación.[20] Así mismo, en este plano también comulgan la vivencia mística y el quehacer poético. Porque como constata Jacques Maritain: “La experiencia poética y la experiencia mística nacen cerca una de otra, y cerca del centro del alma, en los vivientes manantiales de la vitalidad del espíritu, pre-conceptual o supra-conceptual”.[21]

A propósito de esto, los estudiosos del misticismo reconocen que este se enraíza en el silencio, como se desprende del hecho de que las diversas raíces de la palabra mística estén tan íntimamente ligadas al silencio. Por ejemplo, el término griego mystikós, alude a los misterios; su raíz myô, significa mantener el secreto; y el vocablo indoeuropeo mu, del que este se deriva, nos remite al “sonido” que se hace con los labios cerrados. Por lo que el místico (mystés) es aquel que ha sido iniciado en los misterios o se ha cultivado en la escuela del silencio. De ahí que, en términos lingüísticos, podamos sugerir la experiencia mística como un acto sintético de autorreflexión sin palabras, que se realiza en el espejo del propio ser. La cual, de acuerdo con Oscar Pujols, nos permite: “Percibir simultáneamente la cosa, la palabra, su significado, quién la habla y quién la escucha, el acto de comunicación y el silencio como fuerza bruta detrás del sonido de las palabras”.[22] Cuando esto nos ocurre, como sugiere Paul Fenton, “el habla transformada en silencio se (nos) convierte en luz, pensamiento, meditación y examen de conciencia”.[23]

Quien esto ha vivido, pasa de “la palabra hablada” a “la palabra hablante”, como planteaba Merleau Ponty. Esto es, se retrotrae al silencio primigenio, que es anterior al sonido de la palabra, para que de su interior brote una voz que es transformadora de su propio ser y de la palabra misma.[24] Este acontecimiento, despierta en nosotros a la vez al maestro y al poeta, porque nos permite liberar el lenguaje del propio lenguaje, posibilitando no solo que seamos creativos, sino que seamos creadores: anfibio que deambula entre el silencio del ser y el hablar de la nada; alquimia del acallamiento que nos torna en la Palabra, con mayúscula, por la que de hablantes pasamos a ser el habla misma, es decir, la realidad última que se expresa sin la intervención de nuestro ego.

Entonces asistimos a la gestación del poeta, a nuestro propio nacimiento, que nos torna en “el hijo amante”, del que hablara María Zambrano, que “une en un ilimitado amor, el amor filial, con el enamoramiento”,[25] porque como un hijo se preocupa por su origen, por lo que es y le ha sido dado; pero que como un amante, lo vive con la pasión y la locura de quien se ha dejado seducir por la poesía, a la que la misma María Zambrano reconoce como “un abrirse del ser hacia dentro y hacia afuera al mismo tiempo, un oír en el silencio y un ver en la oscuridad”.[26]

Quisiera ilustrar este proceso que se me ha regalado con una historia del budismo zen, que retrata lo que sucede en la tercera potencia del silencio a la que antes hice referencia. Es una metáfora de cuanto acontece en nuestro interior en este tránsito espiritual: Cuenta la leyenda que un monje acudió donde el maestro Hui-nen porque quería ser su discípulo. Luego de hacerle la pertinente reverencia, el maestro le preguntó: «¿Quién eres realmente tú, que así has venido hasta mí?» Ante semejante cuestión, el discípulo se retiró avergonzado. Habían pasado unos tres años cuando este pudo regresar ante el maestro con su propia respuesta: «Ya una sola palabra sobre el yo no acierta a alcanzar al verdadero yo».[27]

En mi ser, la respuesta ha emergido más lentamente que en el corazón de este discípulo. Quizás por ser más lerdo que él me he tardado unos veinte años para articularla. Ha cristalizado En la voz del silencio, que ahora es pan consagrado en mis manos para ser compartido. Es el fruto de la eucaristía cósmica de la que nos habla Teilhard de Chardin:[28] concelebrada con miríadas de personas y acontecimientos sobre el altar del mundo, con las migajas de miles de gestos de amor y esperanza, que anticipan un nuevo cielo y una tierra nueva en los que Dios es Todo en todos. Entiendo que estos versos ya no me pertenecen. En gratuidad los he recibido de Dios, de la vida y de tantas personas, y así mismo los restituyo a Dios, al universo y a todos aquellos que se animen a comulgarlo.

A propósito de ello, al finalizar esta presentación, entregaremos unos pétalos de rosas. Aparentemente no son un gran regalo, pero constituyen una significativa muestra de mi amor por ustedes, pues, así como “la rosa es sin porqué, / (y) florece porque florece”, esas corolas contienen algo del aroma y la belleza que a mí se me ha dado en la experiencia de Dios y en la gestación de estos poemas. Cada pétalo que hoy les entrego, igual que cada verso que hoy les comparto y que cada mendrugo de pan que he consagrado, es una ofrenda en la que salgo de mí mismo a su encuentro. Con ello, además de restituir cuanto he recibido, los conmino a cultivar el anhelo del Absoluto que late en su interior, para que nuestras vidas arriben a su más hondo sentido.

No puedo terminar estas palabras sin expresar mi más profundo agradecimiento a mis familiares, especialmente a mi hermana Soriana Nelly Castillo, que tanto se desvive por mí; a la Dra. Luce López-Baralt, sacerdotisa y comadrona que ha posibilitado la gestación de este poemario y la del poeta que lo rubrica; a Fernando Cabal, director de Ediciones Mandala, que tan positivamente ha valorado esta obra; a fray Gerardo Antonio Vargas Cruz, por su amistad y por disponer de un espacio en su tan apretada agenda para dirigirnos la invocación a la Santísima Trinidad en este evento; a la Lic. Camelia Michel Díaz, por la hondura y seriedad con la que se ha adentrado en mi poemario; a don Bruno Rosario Candelier, presidente de la Academia Dominicana de la Lengua que, además de un motivador incansable de estos versos, ha posibilitado que presentásemos este libro en este prestigioso lugar; a la Dra. Nina Bruni, que ha tenido a bien desplazarse de tan lejos para deleitarnos con una presentación tan sublime como exquisita; al escritor Rafael Peralta Romero que, como maestro de ceremonia, ha sabido honrar la discreción a la que apunta nuestro poemario; a cada uno de los miembros del Movimiento Interiorista; a los integrantes del Taller literario del Norte, en Puerto Rico; a los frailes franciscanos, en especial a  Eddie Caro Morales y Wilson Franco Encarnación; a los postulantes, que tanto han afanado en esta actividad; a los hermanos de los diversos espacios (pastorales, académicos y sociales) con quienes me he ido forjando; y a quienes con tanto empeño y dedicación han organizado esta tan hermosa presentación de mi poemario (Ramona Santos García, Argentina Montero, Carmen Pura de Jesús, Sheyla Maldonado, Felícita,; al fotógrafo Antonio García, siempre tan disponible para servir; a las periodistas Riamny María Méndez y Jacqueline Pimentel. Finalmente, deseo manifestar mi gratitud y devoción a los cuatro ángeles que, en su singular generosidad, me han honrado con su amor y compañía en este itinerario espiritual: a la Dra. María de los Ángeles Mejía Pujols, a fray Ángel Darío Carrero Morales, a la hermana Santa Ángela Cabrera y a la escritora Ángela Hernández Núñez.

 

Fray Jit Manuel Castillo de la Cruz, OFM

Santo Domingo, 15 de septiembre de 2017

 

[1] Hirma Contreras, Entre dos silencios, Santuario, Santo Domingo, 2008, p. 9.

[2] Ludwig Wittgenstein, Tractatus lógico-philosophicus,

[3] Franklin Mieses Burgos, “Canción dialoga por voces en el viento”, en Obras completas, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, 2000, p. 90-91.

[4] Dado que, sin que yo lo supiera, en esa misma alborada Luce López-Baralt dio los toques finales al prólogo de mi poemario.

[5] Ludwig Wittgenstein, Tractatus lógico-philosophicus, Op. Cit., p.

[6] Emilio Adolfo Westphalen, La Poesía, los poemas, los poetas, Universidad Iberoamericana, México 1995, p. 82.

[7] Raimon Panikkar, El mundanal silencio, Ediciones Martínez Roca, Barcelona 1999, p. 15.

[8] Simone Weil, A la espera de Dios, Trotta, Madrid 1993, p. 43.

[9] Cf. Shizuteru Ueda, “Silencio y habla en el budismo zen”, en Oscar Pujols y Amador Vega (Eds), Las palabras del silencio: el lenguaje de la ausencia en las distintas tradiciones místicas, Trotta, Madrid 2006, p. 14.

[10] Martin Heidegger, Sein und Zeit 56.

[11] San Agustín de Hipona, Sermón 117.

[12] San Juan de la Cruz, Cantico Espiritual 14.

[13] Angelus Silesius, El peregrino querúbico IV, 129, en edición de Lluís Dush Álvarez, Siruela, Madrid 2005, p. 176.

[14] José Saramago, Cuadernos de Lanzarote I [1993-1995], Turolelo, 2015. Recuperado en http://assets.espapdf.com/b/Jose%20Saramago/Cuadernos%20de%20Lanzarote%20I%20(1993-1995%20(4160)/Cuadernos%20de%20Lanzarote%20I%20(1993-%20-%20Jose%20Saramago.pdf

[15] Paul Fenton, “El silencio como modo de espiritualidad en la mística judía”, en Oscar Pujols y Amador Vega (Eds), Las palabras del silencio. Op. Cit., p. 46.

[16] Luce López-Baralt, Luz sobre luz, Trotta, Madrid, 2014, p. 95.

[17] Ibíd., p. 96.

[18] Luis Palés Matos, Puerta al tiempo en tres voces, 1998

[19] Óscar Pujols, “El simbolismo del alfabeto sánscrito”, en Oscar Pujols y Amador Vega (Eds), Las palabras del silencio. Op. Cit., p. 67.

[20] Cf. Ibídem.

[21] Jacques Maritain, La intuición creadora en el arte y la poesía. Kamleshdutta Tripathi, “De lo sensible a lo suprasensible: estética india tradicional: conceptos clave de rasa, dhvani y bhâva-anukirtana”, en Oscar Pujols y Amador Vega (Eds), Las palabras del silencio. Op. Cit., p. 90.

[22] Oscar Pujols y Amador Vega (Eds), Las palabras del silencio…, Op. Cit., p. 9.

[23] Paul Fenton, “El silencio como modo de espiritualidad en la mística judía”, en Oscar Pujols y Amador Vega (Eds), Las palabras del silencio…, Op. Cit.,, p. 42. En paréntesis es nuestro para hacer más coherente la oración.

[24] Cf. Shizuteru Ueda, “Silencio y habla en el budismo zen”, en Oscar Pujols y Amador Vega (Eds), Las palabras del silencio…, Op. Cit., p. 19-20.

[25] María Zambrano, Filosofía y poesía, Fondo de Cultura Económica, México 1996, p. 106.

[26] Ibíd., p. 110.

[27] Cf. Shizuteru Ueda, “Silencio y habla en el budismo zen”, en Oscar Pujols y Amador Vega (Eds), Las palabras del silencio…, Op. Cit., p. 35.

[28] Cf. Teilhard de Chardin, El medio divino. Ensayo de vida interior, Taurus, Madrid 1959.

Labor de promoción de la Academia Dominicana de la Lengua

Por Juan Ventura

Miembro correspondiente de la ADL

 

La Academia Dominicana de la Lengua quedó instalada en el Palacio Arzobispal de Santo Domingo el 12 de octubre de 1927, siendo sus doce miembros fundadores connotadas figuras de la intelectualidad dominicana, encabezada por Mons. Adolfo Alejandro Nouel Bobadilla. Esta institución fue reconocida por la Real Academia Española, el 31 de diciembre de 1932 y sus miembros de número son reconocidos como miembros correspondientes de la Corporación de Madrid. Esta institución forma parte de la Asociación de Academias de la Lengua Española, desde el 28 de julio de 1960. El lema de la Academia Dominicana de la Lengua es “La Lengua es la Patria”.

El primer Presidente fue Monseñor Nouel, de 1927 a 1937. Los demás han sido Cayetano Armando Rodríguez, de 1937 a 1940; Juan Tomás Mejía Soliere, de 1940 a 1961; Fabio A. Mota, de 1961 a 1975; Carlos Federico Pérez, de 1975 a 1984; Mariano Lebrón Saviñón, de 1984 a 2002; y, Bruno Rosario Candelier, de 2002 hasta ahora. Después de la llegada del connotado filólogo, ensayista, crítico literario, novelista y promotor cultural, Dr. Bruno Rosario Candelier, las puertas de la ADL han sido abiertas de par en par para recibir a nuevos miembros de número y miembros correspondientes. Y la ADL se ha abierto a la comunidad nacional, tanto en la Capital como en el interior del país, con numerosas actividades lingüísticas y literarias.

Bajo la dirección del Dr. Bruno Rosario Candelier esta institución se ha proyectado en el ámbito nacional e internacional mediante charlas, conferencias, seminarios, coloquios, conversatorios, tertulias, recitales poéticos, así como informes lingüísticos, gramaticales y lexicográficos a la Real Academia Española. También se han publicado libros, boletines y diccionarios. En todos los proyectos de la RAE y de la ASALE, la ADL ha estado colaborando en la confección de los códigos lexicográficos, gramaticales, fonéticos y ortográficos de nuestra lengua. El último ha sido la 23ª. edición del Diccionario de la lengua española con motivo del 300 aniversario de la institución académica.

La publicación del Diccionario del español dominicano constituyó un hito en el campo lexicográfico dominicano. Asimismo el Diccionario fraseológico del español dominicano y otros diccionarios de la ADL. Para sus ediciones, esta institución recibe el apoyo entusiasta de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua, presidida por el jurista, lingüista y académico Lic. Fabio Guzmán Ariza.

Actualmente su Junta Directiva es la siguiente: Bruno Rosario Candelier, director; Federico Henríquez Gratereaux, subdirector; José Enrique García, secretario; Manuel Núñez, tesorero; Manuel Matos Moquete, bibliotecario; Franklin Domínguez y S. E. R. Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, vocales, cuyo mandato fue recientemente renovado hasta octubre de 2020.

La Academia Dominicana de la Lengua publica su órgano de difusión: el Boletín. Se han publicado 32 números. Dice el Dr. Bruno Rosario Candelier: “Con esta labor intelectual a favor del estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras, esta corporación continúa impulsando el legado lingüístico y cultural de la lengua española en América mediante el trabajo permanente, intenso y entusiasta, que realiza la actual directiva con el apoyo de valiosos colaboradores de la institución” (Boletín no. 30, 2014, p. 242).